Harto de la curiosidad que mostraba este noble por una vida que no era suya, harto de obedecer las demandas que lo obligaban a recordar una y otra vez el dolor de una vida, cansado de sentir algo en el cuerpo de nuevo por un Byakuya que no vivía, mordió el labio inferior de este Byakuya hasta romper la piel con los dientes y sentir la sangre en la boca.

El capitán jaló la cabeza para separarse de él y, antes que pudiera sonreír con esa pequeña victoria sobre el noble, éste le estrelló la cara contra la pared. Gruñó el maltrato antes que el dolor y sólo el sentir la mano corporea del capitán desatándole la ropa, evitó que reaccionara en consecuencia.

Los pantalones del shihakusho que llegaban con Zangetsu se deslizaron por sus piernas hasta quedar alrededor de sus talones. La mano que no lo sujetaba a la pared la sintió en su trasero ahora desnudo; pero no lo tocaba a él, sino que se movía sobre las ropas del otro. Tragó fuerte con lo que sabía le estaba destinado. Y, aun así, no sabía si en verdad quería detenerlo. No sabía si pertenecía a este hombre o al que vivía en sus recuerdos, pero sabía que de nuevo quería pertenecerle así a alguien.

Una vez liberado el noble de su propia ropa, sintió en su entrada la punta roma del Shinigami a su espalda. La presión en su culo lo hizo apretar los puños y la quijada con fuerza. Sintió la duda del hombre en la piel que presionaba en su entrada, la respiración agitada sobre su nuca... como si dudara por primera vez en sus acciones, como si estuviera controlándose; como siempre en cada otro aspecto de su vida. Y, estúpidamente, esa duda la sintió como si le pidiera permiso para terminar aquello.

—Hazlo —lo retó con quijadas apretadas en una mordida que podía romperle los dientes y apoyando con fuerza la frente en la pared.

Sólo entonces, la duda que había sentido en el otro desapareció y se clavó en él hasta el fondo con un solo movimiento lento, controlado y preciso. Le dio la bienvenida al dolor en su cuerpo como en aquella vida no lo había podido hacer.

—Kuchi… ki —gruñó entre el dolor y el temblor de su cuerpo. Sus uñas arañando la pared.

Y, como si hubiera pedido su boca, Byakuya lo besó. Esta vez no era una marca impulsada por la furia o por lo que hubiera pasado en la cabeza del noble, no era un beso amoroso o necesitado; pero tampoco uno desinteresado de labios tocando labios. Era un beso como sólo lo había tenido en aquella noche en Hueco Mundo, cuando su nenja le había dicho que no creciera. Cuando había sonado a no querer volver a poner distancia entre ellos una vez más.

El noble no se movió dentro de él ahora que estaba enterrado hasta la base; como si quisiera darle tiempo para controlar su respiración o el dolor que sentía su cuerpo. Cuando lo provocó con un movimiento de cadera, sólo entonces, el noble se movió con lentitud.

Los recuerdos de otra vida lo golpearon hasta sacarle lágrimas. Esa noche en Hueco Mundo que se sintió como una confesión; la temperatura de un cuerpo a su espalda. Un castigo que se parecía tanto a éste en la furia y en las acciones al desnudo de un hombre acostumbrado a someterse con disciplina. El cuidado con que lo había tomado después, junto al lago y cuando le había hablado del tipo de lazo que formaban. Cuando le había hablado de Hisana.

Sentir que esa mano en su nuca lo liberaba de nuevo fue como recibir un indulto para dejar escapar sus emociones. Con las lágrimas corriendo libres por su cara, la furia estalló dentro de su pecho con la fuerza de una venganza que no tenía objetivo.

Cuando sintió la respiración del capitán en su nuca, perdió la batalla. Su puño golpeó la pared que lo sujetaba de caer mientras también lo aprisionaba ante los impulsos de otro. Y golpeó una vez más, intentando que su mente se concentrara en el dolor de sus huesos y no el de su corazón… si es que aún tenía uno… Si es que no podía olvidar que le habían enseñado a tener uno de esos.

Se sorprendió al sentir a Byakuya detener el movimiento que lo atravesaba.

Sintió la caricia en su quijada llamándolo a voltear la cara y se negó a darle eso. El toque se volvió una orden, hasta obligarlo a unir miradas con su amante, no. Con su captor… con su dueño.

—¿Te lastimé tanto como para hacerte llorar? —preguntó el noble con el ceño fruncido pero con los sentimientos en la mirada. Sorpresa, incredulidad, preocupación, culpabilidad y un atisbo de miedo.

—No —respondió con la voz quebrada, cerrando los ojos para evitar más lágrimas o ver más sentimientos en ojos grises. Alzó la cara al techo, aunque no viera más que el oscuro tras sus ojos cerrados.

—¿Qué pasa, Hichigo? —preguntó el noble de nuevo.

Y, el escuchar ser llamado por ese nombre y con esa voz, lo rompió por completo.

Sollozó una risa que sonaba más adolorida que sarcástica. Se llevó la mano libre para cubrir sus ojos, apenas preguntándose cuándo había quedado libre esa mano; y por qué no la había usado para detener el abuso.

—Eres igual de brutal en todas las vidas.

Siseó de dolor al sentir el miembro de Byakuya salir de él y quiso no darse cuenta de la sangre que corría por sus muslos. El noble lo giró para dejarlo de cara a él, reteniéndolo contra la pared. Todo lo sintió, mientras tercamente mantenía sus ojos cerrados.

—Habla conmigo —pidió el hombre con esa voz fallándole ligeramente.

—Nunca ha servido de nada —espetó torciendo una sonrisa agridulce.

—En eso puedes tener algo de razón —aceptó el noble mientras lo liberaba de la cárcel de Kido.

Lo llevó entonces a la puerta más cercana en el pasillo y lo recostó en una cama que olía a ser la cama real.

Cuando sintió los labios del noble sobre los suyos, y cuando probó la sangre de la herida que había provocado, se tensó de inmediato pero no rehuyó el contacto. En seguida fueron las manos del hombre las que recorrieron su cuerpo, las que acariciaron su cara y limpiaron los rastros de lágrimas.

Su beso fue tranquilo, cuidadoso, sin apresurarlo.

Fue esa diferencia lo que le obligó a abrir los ojos. Se encontró con los ojos cerrados del noble y su gesto parecía más culpable que egoísta. Cuando la mano del noble tomó su miembro con delicadeza, suspiró aún en el beso y gimió casi sin voz. Sintió una de las escasas sonrisas del noble sobre sus labios y los suyos se movieron en consecuencia. Besó también al hombre sobre él y cerró los ojos de nuevo, esta vez para concentrarse más en lo que su cuerpo sentía.

Los labios de Byakuya abandonaron los suyos sólo para volver a su cuello, para bajar a su torso y recrearse en la piel que ya sudaba por él.

—Byakuya —soltó en un gemido cuando la mano que lo tocaba bajó hasta su culo herido.

—¿Sin honorífico? —preguntó el noble, pero podía decir que no estaba fastidiado en verdad. Parecía… no, divertido no; pero sí afable en su tono.

—¿Nenja? —dudó entonces.

Y el noble detuvo su mano y sus labios sobre él. Lo miró con una severidad que ocultaba bien su confusión.

—No lo soy —le dijo llanamente y con una ligera negación de cabeza—. No soy ese Byakuya de otra vida, y no soy tu Nenja porque no tengo nada qué enseñarte.

Sin poder entender por completo el significado de las palabras que había escuchado, sintió de nuevo una explosión de calor en su interior. Agradable, como si le dijera algo importante; algo necesario.

Gimió de nuevo cuando sintió los dedos de Byakuya explorando su entrada una vez más, haciendo que los pensamientos se le olvidaran. Arqueó su espalda ante la sensación de esos dedos en el lugar herido y los labios del hombre en su bajo vientre. Respiró agitadamente ante la dirección que seguía la boca del noble. Si algo le decía la memoria muscular de ese cuerpo, era lo que seguía. Y sólo podía confiar en la memoria de ese cuerpo, porque —en sentir la boca de Byakuya alrededor de su miembro— no tenía experiencia.

Su respiración se agitó hasta ser superficial y demasiado rápida, casi temerosa de lo que podía esperar. Byakuya se detuvo en el descenso por su cuerpo y su respiración se ralentizó agradecida. El hombre sobre él subió de nuevo hasta besar sus labios y enterró la lengua en su boca. Le respondió con un gemido antes que su propia lengua tocara la ajena. Y Byakuya gimió también cuando ambas hicieron contacto de nuevo.

El sonido de ese gemido recorrió su cuerpo como una corriente eléctrica que hizo tantos o más estragos que el reiatsu acariciando sus nervios. El calor en su cuerpo se encendió como una hoguera alimentada con gasolina y movió su cadera para guiar los dedos de Byakuya más adentro en su cuerpo.

El noble rozó por fin ese lugar sensible haciéndolo gritar aún en plena batalla de sus lenguas. Sin una palabra, el hombre incansablemente atacó ese punto hasta tenerlo rogando y gritando por él.

Esta vez se detuvo de nuevo para preguntarle con palabras la duda en su mente. Y sí, estaba seguro de necesitarlo enterrado en él hasta la base. Aunque al noble no le hubieran gustado las palabras que usó para responder.

Con la misma férrea determinación que el capitán presentaba en el resto de su vida, entró en él una vez más. Aún sentía el dolor causado pero el calor de sus cuerpos era completamente diferente. Mientras comenzaba a mover la cadera en contra de él, Byakuya le acarició el cuerpo con manos y reiatsu haciéndolo gemir en un grito que demandaba más. Más de lo que estaba haciendo, más fuerza en sus caderas, más calor en su cuerpo.

Y, cuando él también lo acarició con reiatsu —antes que con manos—, Byakuya así se lo dio.

Cuando terminó, con un grito más y manchando ambos cuerpos con su semen, Byakuya terminó dentro de él. La sensación de calor líquido enterrado en sus entrañas lo hizo gemir por última vez mientras cerraba los ojos y se dejaba llevar por la energía residual en sus músculos. Byakuya salió de él para recostarse a su lado.

Abrió sólo un ojo para encontrarse con la rara expresión calmada del noble. Su rostro muy cerca del suyo, pero sin llegar a tocarse. Cerró el ojo de nuevo, mientras escuchaba ambas respiraciones cobrar su paso normal.

—¿Agotado? —preguntó el noble.

Y como respuesta sólo obtuvo un pesado asentimiento de cabeza… tal vez también un pequeño sonido gutural que salió de su garganta irritada.

—Ya sé por qué te pude aceptar en mi vida, Hollow —susurró el capitán, mientras tocaba su esternón con delicadeza—. Me recuerdas demasiado a mí mismo.

—Narcisista —le dijo mientras abría los ojos apenas, preguntándose si se molestaría por sus palabras pero demasiado cansado como para que le importara.

En cambio, el hombre sólo asintió sin inmutarse por su estado de vigilia… semi-vigilia. En verdad se le cerraban los ojos.

—No veo nada malo en serlo, si está justificado.

Tuvo que reírse de la respuesta. Fue una risa débil, satisfecha. Y cerró los ojos de nuevo esperando poder dormir de una vez por todas.

Esta vez no abrió los ojos cuando sintió los labios de Byakuya tocando los suyos, pero devolvió el beso parcamente.

—Guardas tu dolor en lo más profundo de tu alma —dijo el noble en un susurro, como si necesitara explicar sus primeras palabras.

—Eres un hombre atroz, Byakuya Kuchiki —le dijo con los ojos cerrados y buscando su cuerpo para abrazarlo.

—Lo sé —respondió el noble con voz sensata.

—Bien. Ya que lo sabes, déjame dormir —balbuceó mientras enterraba su cabeza en el pecho del noble y sentía los dedos del hombre entre su cabello.

Apenas pudo sorprenderse por la caricia del otro antes de perderse en la oscuridad del sueño.

Cuando dejó de sentir el cuerpo del hombre a su lado y la cama bajo él, cuando el calor de su cuerpo y el dolor de éste dejaron de sentirse sobre su piel supo que había perdido el control sobre el cuerpo. Por un momento se sintió aliviado. Al menos, Kuro seguía siendo el Rey y él podía morir tranquilo y relajado después de un increíble orgasmo. Bien, puede ser que no muriera, pero se sentía… completo, como sólo lo había sido siendo protagonista de una vida.

—Bien por ti —dijo un Kuro con cara de pocos amigos, aburrido y desgarbado sobre el suelo negro reluciente en el que se había convertido su mundo interior.

Sintió que su cara se ponía roja al darse cuenta de que el muy bastardo de su hermanito había estado espiando. Pero sabía que era muy aburrido sólo existir dentro de ese espacio completamente oscuro en el que se había convertido su mundo interior.

—Probablemente, a mí me vaya a doler el culo durante días —refunfuñó Ichigo.

Y, claramente, su hermanito no era muy feliz con Byakuya alrededor.

—Ja, al fin vas a saber lo que se siente —se burló sin saña—. Tú eres un dolor en el culo todo el tiempo; y uno con el que no puedo correrme —terminó con ligereza mientras se acostaba en el piso con las manos tras su cabeza.

Ichigo se atragantó con una risa y era lo único que necesitaba para saber que todo estaba bien entre ellos.

A pesar de tener al Rey sentado a su lado; recostado en el piso, se sentía como la viva imagen de un buen polvo. Sonrió ante el recuerdo y soltó una risita que se perdió en el negro espacio infinito.

.

Cuando abrió los ojos se encontró, por fin, de vuelta en control de su cuerpo. Lo primero que hizo fue sorprenderse por tener la cara de Byakuya tan cerca a la suya y sentir su brazo rodeándolo por la cintura. De inmediato recordó qué —o quién— lo había dejado en tal situación y sólo entonces se notó completamente desnudo en el abrazo del hombre. "Incómodo" apenas comenzaba a describir lo que sentía; era algo más como "Rechazo".

Recordaba a la perfección las peleas que había tenido con Byakuya —cuando el uno y el otro fueron por Rukia a mundos diferentes—, las que había tenido a su lado y la afable relación que habían tenido como personas que constantemente se veían y que compartían batallas y algunos deberes para Soul Society. También recordaba algunos fragmentos de la vida que Shiro había pasado con este hombre, y por supuesto sentía algo de lo que Shiro sentía por, y con, Byakuya. Pero no podía recordar cuando había comenzado a sentir tal animadversión por el noble. Tampoco podía decir que recordara alguna vida "compartida" con él y eso tanto lo aliviaba y lo preocupaba… en el aspecto de sentir que su animadversión había comenzado por algo en específico y sólo recrudecida por la forma que había tratado a Shiro.

Se removió en el abrazo con cuidado buscando no despertar al otro, y poder enterrar su despertar tan profundo como enterraba a Shiro en su mente cuando lo fastidiaba en verdad.

Maldijo mentalmente cuando esos ojos se abrieron somnolientos apenas viéndolo y reaccionó de inmediato cuando supo al otro acercarse con intención de besarlo.

—Ojos blancos: Hermano equivocado —le dijo echándose para atrás un palmo.

Gruñó el dolor que se esparció por su cuerpo desde su culo y, una vez más, quiso romperle la cara al noble frente a él por lo que le había hecho a su hermano… y a su cuerpo. Joder, dolía. Sí, también joder así dolía. Mucho. Sobre todo a la mañana siguiente.

No se perdió el ceño fruncido que el hombre puso ante sus palabras. Para fortuna de él, Byakuya retiró su abrazo de la piel desnuda y se incorporó en la cama sin una palabra. Parecía tan dispuesto a no mencionar la forma en que habían despertado como él. Y, sólo por eso, podía darle el beneficio de la duda. Tal vez.

—No intentaba ser cruel con él —dijo Byakuya aún sentado al filo de la cama y dándole la espalda.

Dolor o no, se incorporó en la cama con los brazos. Una nueva ola de furia lo invadió ante las palabras.

—Ambas veces tomaste la primera vez de Shiro contra una pared y desquitándote con él por emociones que tú no controlaste.

El silencio se extendió entre ellos por lo que pareció una eternidad. Ninguno se movió.

—Kurosaki, ¿qué le… —comenzó el otro sólo para quedarse callado como si no hubiera dicho nada—. Olvídalo.

Byakuya se levantó al fin de la cama y fue por las ropas que había descartado a los pies de ésta. Se vistió con una lentitud que le pareció digna de un hombre sin remordimientos.

Hasta que se recordó a él mismo marchándose de una habitación de la misma forma.

Tal vez era todo lo contrario.

—Pregunta —ofreció de mejor forma—. Shiro no va a enterarse.

Aun dándole la espalda, Byakuya asintió apenas.

—Shirosaki no me dijo la verdad completa de esa vida, ¿qué…

Esperó a que el otro terminara su frase, pero no lo hizo. Y entonces entendió menos del bastardo sin sentimientos al que, en ese momento, no podía llamar así. Más bien, sentía como si sus espadas estuvieran chocando en combate una vez más, el hombre estaba ofuscado con tantos sentimientos.

Demonios, odiaba sentir el alma de otros en esa forma.

—Shiro ha vivido mucho menos que yo, tal vez por eso no pudo reconocerlo; pero amó a ese Byakuya. Tú le diste lo que nadie más podía darle; tú y él lo salvaron… cada uno a su forma.

El noble se irguió —si cabía más en la rígida postura del hombre— y asintió una vez hacia la nada. Tras unos segundos de inmovilidad le lanzó una mirada de lado.

—Gracias, Kurosaki —dijo tras un momento más de inmovilidad, pero con la voz cargada de sentimientos—. Salvas de nuevo mi orgullo. Mi deuda contigo sigue creciendo.

—¿De qué hablas? —espetó fastidiado.

—Con el poder de Shirosaki… Me convencí de que con el poder que tiene Shirosaki, él podría detenerme si en verdad no quería que sucediera. Entonces dudé que así fuera.

Diciendo eso, el capitán comenzó su marcha. Pero él no había acabado de hablar.

Se levantó de la cama para detenerlo con un jalón en el hombro y el dolor en su cuerpo casi lo hace caer. Byakuya lo detuvo de caer sosteniéndolo por un brazo y lo incorporó hasta que pudo mantenerse precariamente en pie.

Como si no hubiera estado a punto de caer, miró al otro a los ojos con la advertencia que quería se quedara grabada en aquella alma arrogante.

—No vuelvas a lastimar a mi hermano —soltó su amenaza con una furia fría apenas contenida—, o vas a sentir la furia de mi…

—Nunca será mi intención lastimar a Hichigo —lo interrumpió con vehemencia.

Para su sorpresa, notó claramente la de Byakuya en el rostro. Y, cuando éste se llevó la mano para cubrir su boca, lo supo recriminándose por haber dicho aquello en voz alta.

—Bien —accedió ligeramente apaciguado—. Díselo la próxima vez, Byakuya. Las acciones sin palabras se malinterpretan fácilmente.

Y sólo entonces dio media vuelta para que el otro siguiera su marcha.

Mierda, no llevaba ni cinco minutos despierto y ya le dolía la cabeza.

Y sólo podía agradecer que el noble cretino fuera responsabilidad de Shiro y no de él.

Gruñó de nuevo ante el estado de su cuerpo y regresó la mirada a la cama; de ahí a la puerta del baño como si le preguntara algo y supo que quería quitarse de encima los fluidos de otro hombre. Baño sería.

Cuando entró a la pieza, se encontró con la tina llena con agua caliente y se preguntó de inmediato cómo era eso posible. No había nadie más en el palacio que Byakuya, él… y Kisuke.

Mierda. Mierda. Mierda.

¿Kisuke habría entrado a su cuarto para preparar el baño y visto la escena de Byakuya y su cuerpo dormidos el uno al lado del otro?

Mierda.