Con su cuerpo doliendo por el tipo de sexo que su hermano y Byakuya habían tenido, no podía pensar en Kisuke en ese momento.
Con el sentimiento de culpa carcomiéndolo por dentro, metió el cuerpo en el agua caliente y se sintió aliviado de inmediato. Sintió su cuerpo y su mente relajarse con ese abrazo cálido y líquido. Recargó la cabeza en el borde de la bañera y miró el techo como si éste tuviera las respuestas.
Un par de golpes en la puerta apenas llamaron su atención antes que Kisuke entrara solamente con una toalla envuelta en la cadera.
—Creí que podrías necesitar algo de ayuda —dijo el hombre con un tono casi indiferente mientras se acercaba al lado de la bañera tras tomar jabón y esponja en la mano.
Mientras sentía las inocentes atenciones de Kisuke en su cuerpo, la culpa que sentía por la noche en la que no había participado se recrudeció. Ya no le quedaba duda de que Kisuke sabía lo que había pasado entre Byakuya y Shiro. El problema era que su hermano y él compartían el mismo cuerpo. Pero, ¿qué podía decirle al científico? No eran "nada" como para que tuviera que darle explicaciones; la relación que habían mantenido —los tipos de relaciones, al menos— no cabían en una etiqueta que requiriera dar explicaciones… aunque quisiera hacerlo.
Quería que entendiera. Necesitaba que entendiera el que quería que su hermano tuviera lo más parecido a una vida, a una pareja… a algo que pudiera llamar "suyo". Aunque tuvieran que compartir cuerpo. Y tenía que seguir el mismo consejo que le había echado en cara a Byakuya: hablar. Pero no sabía cómo.
Tomó al hombre por los hombros y lo jaló hasta meterlo en la bañera. Una vez más lo abrazó como si lo necesitara para no perderse, como si necesitara que lo entendiera sin palabras. Y, tras la sorpresa del rubio, éste lo abrazó casi como si le devolviera cada sentimiento oculto y resguardado.
—Byakuya y Shiro… yo... —se obligó a comenzar a pesar del nudo en su garganta.
—Estoy feliz por Shiro —le dijo Kisuke en el abrazo, asintiendo una vez como si comprendiera el resto. Como si comprendiera más que él.
En silencio asintió ante las palabras que le decía y escondió la cara en el ángulo del cuello y el hombro de Kisuke sabiendo que una vez más el hombre le daba lo que necesitaba, como si hubiera leído una parte de su mente.
En algún momento cambiaron de posición siendo él quién se recostaba sobre el torso de Kisuke. Suspiró tranquilo mientras se dejaba llevar por un sopor causado por la calidez del agua y de las caricias sobre su espalda. El sonido del agua que Kisuke tomaba de la bañera para dejarla caer por sus hombros y la respiración tranquila del hombre bajo él le decían más en el silencio que cualquier palabra que pudiera escuchar. Y, ese silencio, le decía que todo estaba bien entre ellos.
Y eso era lo que había necesitado escuchar.
Cuando sintió que su cadera y su cuerpo ya no dolían tanto como antes, se removió para salir del agua. Kisuke le ayudó a ponerse en pie y a salir de la bañera. Por un segundo se imaginó a Kisuke jalándolo de vuelta al agua con una sonrisa traviesa y besándolo sólo para tomarlo de nuevo. Aquella imagen desapareció de su imaginación, o de sus recuerdos —ya no sabía cuales eran qué—, cuando Kisuke salió también de la bañera y secó su cabello con una toalla mientras le ofrecía otra a él.
Logró callar su risa al ver el cabello rubio desacomodado. Se acercó para peinarlo con los dedos y aprovechó para acariciar la mejilla de Kisuke. Retiró el mechón de cabello entre sus ojos y se recreó en ese rostro. En verdad le parecía un hombre, joven —y ahora no mayor a él en apariencia—, francamente guapo. Sí, con una mirada algo despistada y facciones desaliñadas de una forma casi frágil… y entonces era cuando revisaba su línea de pensamiento; porque Kisuke no era frágil ni despistado… sólo veía el mundo desde una perspectiva diferente, desde un lugar diferente.
—Gracias —le dijo suavemente mientras dejaba ir su cabello y salía del baño.
Sintió a Kisuke siguiéndolo a la habitación. El hombre no lo tocó y no lo abrazó por la espalda como en otras ocasiones… como en otras vidas. En cambio, se acercó por un costado y extendió la mano hacia él.
—Esto va a ayudarte —le dijo ofreciéndole un pequeño contenedor de cristal.
Tomó lo ofrecido y lo inspeccionó moviendo el contenido dentro del frasco. La consistencia se veía oleosa. Líquida pero sólo como algún tipo de aceite.
—¿Qué es? —preguntó viendo la sustancia ambarina.
—Ese par no fueron muy cuidadosos con tu cuerpo —respondió en su insufrible tono cantarín mientras se cubría media cara con el abanico.
Y fuera por el tono de voz, porque claramente se refiriera al tema que quería dejar enterrado en el olvido, o por las implicaciones de la mención, sintió su rostro arder con vergüenza.
—Tengo que… ¿beberla?
Cuando lo vio alzar las cejas en su clásico gesto de incredulidad, temió lo que seguía.
—Ponerla en el área adolorida, por supuesto, Kurosaki-san —dijo el pervertido soltando una carcajada hacia el techo.
Imaginarse a sí mismo "administrando" la medicina le llevó a sentir el calor de su rostro aumentar hasta marearlo. Con las imágenes de él, así expuesto frente a Kisuke y usando sus propios dedos al prepararase para su amante, plagando su mente de inmediato lo hicieron titubear más de una vez y supo de inmediato que Kisuke hacía esto a propósito. No podía ser de otra forma.
Agachó la mirada al suelo mientras se acercaba al instigante y con un ligero golpe del puño que encerraba el frasco, masculló sus intenciones.
Kisuke carraspeó, casi sonando sorprendido casi sonando confundido.
—Kurosaki-san, no entendí eso. ¿Puedes repetirlo? —dijo el muy cretino con una voz profunda que claramente desmentía sus palabras.
Lanzó un gruñido desde el fondo de la garganta sólo porque el hombre le hiciera repetirse. Cerró los ojos con frustración y repitió el golpe con un poco más de fuerza.
—Lo entendiste a la perfección, no me hagas decirlo de nuevo.
—Oh, pero, Kurosaki-kun —siguió con su tono juguetón y sobándose el golpe recibido—. No puedo correr el riesgo de haber entendido mal, ¿o sí?
Provocar a Kurosaki-kun en esta ocasión lo recompensó con una visión que muy pocas veces había logrado disfrutar: el hombre que quería seducirlo tartamudeaba y se apenaba como si fuera la primera vez que le pedía tocarlo. Y, sabía que, si no hubiera estado enamorado ya de él; se hubiera enamorado justo en ese momento.
Entonces, el hombre —abochornado hasta ponerse rojo como una fresa— lo miró a los ojos; y el brillo testarudo en esos ojos cafés hizo que su corazón diera un vuelco.
—Mete los dedos en la medicina, toma una generosa cantidad y espárcela por dentro y por fuera de mi culo con esos pervertidos dedos que tienes. ¿Eso es suficientemente claro para ti?
Su respuesta fue dar un asentimiento de cabeza mientras intentaba tragarse el gemido que quería salir por su garganta.
Recuperó el frasco del puño de Kurosaki-kun mientras le tomaba la mano para guiarlo al filo de la cama. Lo llevó a sus rodillas sobre el suelo y suavemente empujó su espalda hasta dejar su torso recargado sobre la cama. Recorrió el cuerpo desnudo por el costado hasta llegar a la cintura. Allí acarició su camino hasta sujetar la cadera y subirla dejándolo en un ángulo pecaminosamente correcto. Sujetando esa cadera obediente con una mano, usó la que tenía libre para acariciarle el interior de los muslos e indicarle que los abriera para él.
Con la excusa de tomar el frasco, se alejó un poco para observar la deliciosa posición que mantenía Kurosaki-kun. Se lamió los labios y tragó con fuerza mientras se obligaba a prestar la atención médica que Kurosaki-kun realmente necesitaba. Obedeciendo las instrucciones del que había sido médico, tomó una generosa cantidad de medicina y trazó el área lastimada con suma delicadeza. El jadeo del obediente hombre le llevó una sonrisa a los labios. Y la forma en que apretó las nalgas por el ligero toque lo hizo obedecer a él. Delicadamente insertó uno de los dedos en el interior de ese cuerpo de tentación y con plena consciencia de causa investigó el interior ofrecido. Retiró ese dedo sólo para tomar más de la sustancia aceitosa y regresó a su atención médica con dos. El gemido de Kurosaki-kun le hizo hervir la sangre con deseo.
No podía saber hasta qué punto la próstata del joven hombre había sido lastimada, pero no podía obviar la clara necesidad de medicina si así fuera, ¿verdad?
Llevó sus dedos más profundo en el culo que abrazaba sus atenciones y llevó la medicina hasta el lugar que haría gemir aún más a un Kurosaki-kun que comenzaba a buscarlo con la cadera. Cuando lo supo cerca de terminar, le besó una nalga mientras atacaba ese lugar hasta dejarlo hacerlo. Y Kurosaki-kun terminó con un gemido desenvuelto.
Le besó la curva de la espalda mientras retiraba sus dedos y lo escuchaba recuperar el aliento, mientras, lo veía relajado en esa posición tan sumisa.
—¿Cuántas veces al día hay que poner la medicina? —preguntó Kurosaki-kun voltendo la cabeza para mirarlo con un brillo travieso en los ojos.
Y fue su turno para ponerse tan rojo como su fresa lo había estado. Apenas reaccionó para cubrir el color de su rostro con el abanico.
—¿Tú?, ¿apenado? —se burló el joven por lo que había causado.
Con ánimo de desquite por la provocación, cerró el abanico y amonestó al joven con éste en la nalga que antes había besado. El sonido del golpe de madera contra piel se vio opacado por el gemido que recibió como recompensa.
—Más —le pidió mientras ofrecía las nalgas.
—Tienes que descansar tus heridas —respondió, encontrándose en la encrucijada de darle lo que pedía o darle lo que necesitaba.
—Entonces acuéstate en la cama —demandó Kurosaki-kun incorporándose de su posición sumisa—. Yo estoy listo para tomar mi propio placer.
Tragó ante el cambio de tono en el hombre. Ya no suplicaba; ordenaba. Ya no se rendía ante él, se imponía.
Se lo imaginó sobre él, usándolo hasta correrse y se imaginó manchado con el semen de Kurosaki-kun. Se endureció por la imagen en su mente y el calor que le provocaba en la sangre, pero eso —también— dejaría más herido a quien quería ver recuperado. Y, aunque quisiera hacerle tantas cosas que lo hicieran gritar y retorcerse en esa fina línea entre la desesperación, el dolor y el placer… el punto nunca sería herirlo, aún cuando lastimara su cuerpo.
Y sólo había una forma para darle lo que deseaba, y no herirlo en el proceso.
—Por el reiatsu que usaron esos dos, sólo puedo imaginarme lo rudo que fueron con tu cuerpo —dijo con un ligero asentimiento de cabeza.
Se quitó la toalla de la cadera mientras veía la sonrisa en el otro hombre y caminó los dos pasos que lo separaban del borde de la cama evitando tocar o ser tocado por Kurosaki-kun. Gateó sobre el colchón de la cama hasta llegar al centro y, sobre manos y rodillas, elevó la cadera para quedar igual de expuesto que como Kurosaki-kun lo había estado para él.
—Úsame para tu placer —se ofreció también con las palabras.
Exhaló con fuerza ante la visión que le era mostrada. La blanca piel de Kisuke se abría para él, esperando por lo que quisiera darle. Sin petición o súplica, Kisuke había quedado completamente a su merced; por voluntad propia.
Sus entreñas se contrajeron con anticipación y el calor en su vientre se extendió hasta su miembro; devolviéndolo a la vida.
Se acercó a las nalgas ofrecidas y acarició la cadera de Kisuke con apenas más que un toque. Devolvió el beso en uno de sus glúteos y lamió sobre el beso depositado allí. Sintió el cuerpo ajeno tensarse y relajarse y deseó provocar más de esos espasmos de sorpresa.
—Quédate así —ordenó mientras bajaba de la cama.
Con una rápida inspección al piso de la habitación encontró sus ropas descartadas la noche anterior y fue por el cinturón de tela. Este era tan buen momento como cualquier otro para devolverle el favor de tela obstruyéndole algo.
Volvió a la cama, pero no al trasero ofrecido, obligó a Kisuke a mirarlo con un poco de fuerza aplicada a su barbilla y le sonrió mientras le mostraba el pedazo de tela. El brillo de travesura en los ojos grises del hombre rubio le dio el permiso necesario. Y con el cinturón le vendó los ojos. Apretó el nudo de la tela fuertemente y le acarició la mejilla sintiéndose agradecido por la muestra de obediencia. Tal vez de confianza.
Le besó un hombro suavemente y recorrió su espalda con los dedos mientras volvía a las nalgas ofrecidas.
—Eres tan sexy cuando quieres —le dijo al oído mientras presionaba su erección contra los testículos del otro.
El sonido que le devolvió fue más uno de sorpresa que un gemido, y eso sólo sirvió para hacerlo sonreír con puro orgullo. Le besó la espalda sobre la cadera mientras lo sentía encorvarse ante el contacto y lamió sobre su columna hasta la nuca. Acarició sus costados con un roce que buscaba desesperarlo más que excitarlo y buscó su miembro en un movimiento brusco. Los músculos del cuerpo bajo él se tensaron con sorpresa una vez más pero ningún sonido salió de nuevo de esa garganta ajena. Lo acarició hasta ponerlo duro y abandonó sus atenciones explícitas para morderlo en la cintura. Mordió fuerte. Mordió hasta hacerlo gritar y, sólo hasta recibir el sonido que quería escuchar, besó la piel que había lastimado para relajar el cuerpo bajo él.
—¿Eso te gusta? —preguntó más para Kisuke que por necesitar una respuesta. Esta la había recibido ya.
—Sí —le respondió llanamente con la voz cargada de deseo.
Besó entre los omóplatos del hombre mientras acariciaba los pezones duros y los torturaba entre sus dedos. Abandonó el juego sobre el derecho sólo para darle una nalgada que resonó hasta en las paredes de la habitación y el gemido de su amante se rompió con un jadeo por aire. Empujó su cadera de nuevo contra las nalgas de Kisuke, de nuevo sin intención de entrar en él.
Subió por el cuerpo de Kisuke hasta besar su hombro y le mordió la nuca mientras imitaba un movimiento de penetración con su cadera. Kisuke movió la cabeza para facilitar aquella mordida y soltó la piel entre sus dientes sólo para tomar más entre ellos. Kisuke bajó más el torso en completa sumisión mientras el movimiento obligaba a su cadera a subir y a las nalgas a abrirse más para él. Sus manos recorrieron el vientre del hombre nunca llegando hasta la erección pero provocando la piel sensible. Su amante lloriqueó desesperado por más, fueran más mordidas, diversas atenciones o que entrara en él de una vez. Pero no lo haría, aún.
Soltó su mordida para lamer las marcas que había dejado en la piel bajo el nacimiento del cabello y besó los hombros que comenzaban a temblar con necesidad. Raspó con las uñas el pecho de Kisuke y volvió a hacerlo en los muslos abiertos. Enterró las uñas en la cara interna de esos muslos y se acarició el miembro entre las nalgas de Kisuke.
El hombre le devolvió un gemido mientras movía las caderas para buscar la penetración. Y, aunque tenerlo bajo él y respondiendo a cada una de sus caricias le parecía adictivo; sabía que no iba a durar mucho tiempo más. Cuando había dicho estar listo para obtener su propio placer se había referido a que los preliminares no estaban en su lista de prioridades.
Mientras le mordía la nalga que había dejado tranquila al principio, alcanzó el frasco con medicina y se cubrió el miembro con aquella. Le dio una nalgada sobre la mordida que había dejado recién y el grito de placer que inundó la habitación fue su pie para enterrarse profundo y en un movimiento en el interior de Kisuke.
El grito que siguió fue tan desgarrado como el anterior.
—Espero que la medicina sirva por adelantado —dijo con un grado de maldad en el tono antes de salir por completo de la calidez de ese otro cuerpo.
Cuando se enterró de nuevo en él, los brazos de Kisuke dejaron de sostenerlo ofreciéndole el ángulo exacto. Cuando sintió que Kisuke quería recuperar su posición anterior, lo detuvo apretando su cabeza contra el colchón mientras movía la cadera en círculos y se enterraba aún más dentro.
Liberó un poco de la fuerza que sujetaba la cabeza de Kisuke sobre el colchón para obligarlo a dejarla de lado y se acercó hasta lamer su oído.
—Mierda, Kisuke, estás tan apretado que me siento culpable por no ponerte más atención —le susurró mientras salía de él por completo y entraba de nuevo.
Kisuke gimió.
—Más fuerte —dijo con la voz desesperada—. Más rápido. Ichigo, sólo… dame más de todo.
Y fue su turno de gemir.
Y de obedecer.
Agarró en su puño el nudo de la tela que cubría los ojos de Kisuke. Con mechones de rubio cabello saliendo entre sus dedos, le dio justo lo que había pedido. Entró y salió de él sin compasión y sin mesura. Los gemidos del hombre bajo él siendo el combustible para su cadera.
Cuando Kisuke comenzó a mover la cadera para él, jaló con fuerza lo que su puño aún sostenía y llevó la espalda del hombre hasta pegarse a su torso. Con la zurda alcanzó la erección del rubio y se envaneció con la cantidad de líquido preseminal que manchó su mano. Tomó entre sus dedos la punta del miembro y la torturó delicadamente con una presión que era poco menos que una orden para que Kisuke se corriera.
Lo sintió apretarse en torno a él y gemir mientras buscaba sus labios con un movimiento de cabeza. Lo besó en la quijada, a propósito, evitando sus labios.
—¿Ichigo? —preguntó Kisuke con una voz casi temerosa.
—Correte para mí, Kisuke —ordenó mientras golpeaba una y otra vez la próstata del hombre bajo sus cuidados.
Lo besó en el cuello y raspó con los dientes sobre la yugular mientras su mano llegaba hasta los testículos del hombre y volvía a trabajar sobre su longitud.
Kisuke terminó en su mano mientras él se vaciaba en su interior.
Apenas quedó con fuerza suficiente para no dejarse caer sobre el colchón. Guió a Kisuke hasta dejarlo acostado y salió de él antes de darle ese beso que le había negado antes.
Mientras le quitaba el cinturón de tela de los ojos sus labios fueron lo delicados que su sesión no había sido, buscando decirle sin palabras todo lo que no podía poner en voz. Porque tenía miedo de que, también a este Kisuke, terminara destruyéndolo si lo amaba. Y, si tenía que evitar el día más feliz de su vida para así protegerlo, eso era lo que haría.
Kisuke respondió su beso con uno calmo mientras se perdían en el placer post coito.
—Creo que puedo acostumbrarme a esto —dijo Kisuke terminando el beso con un tono satisfecho.
—¿A qué? —preguntó curioso—. ¿Al maltrato? —siguió con un tono provocador.
Kisuke soltó una risa que sonaba sincera. Se volteó hacia él para quedar mirándolo a los ojos.
—A bañarme dos veces en la misma mañana —bromeó.
—No tenemos nada más que hacer —rezongó tratando de mantener su tono de fastidio al margen.
Kisuke frunció el ceño.
—¿Qué te gustaría hacer? —preguntó haciendo que sonara aquello casi como una propuesta.
Y tenía que pensar en ello porque no lo había hecho antes. Sí, había estado pensando mucho en eso de no tener nada que hacer con un propósito específico. En tantas otras vidas había manejado la clínica Kurosaki, o había estudiado cada día para conseguir una carrera, o incluso había terminado como maestro de escuela, o como capitán de algún escuadrón en Soul Society. En todas aquellas había tenido un trabajo, una rutina, que le daba dirección y propósito a su vida. En esta, sin embargo, sólo… existía. Y no había necesidad de nada más, por que su sola existencia —parecía— era lo que importaba.
Una vez más recordó aquel rey cristalizado. Sólo existiendo; pero no viviendo. Y lo que él quería era vivir; no sólo existir.
Pero no tenía idea de cómo lograrlo cuando —al rey espiritual— no se le pedía nada más que existir.
—No lo sé —dijo en un suspiro—. Supongo que "trabajar" es demasiado como petición.
—Puedes practicar Kido —ofreció Kisuke—. Siempre has sido terrible para eso —terminó con sorna.
No pudo evitar sonreir ante el gesto de Kurosaki-kun. El hombre se veía enfurruñado por sus palabras. Y justo eso había querido ver en el rostro del hombre. Lo que no se esperaba era que el hombre fuera a darle la espalda y bajar de la cama en respuesta.
Aún sintiendo la sonrisa pegada a su cara, alcanzó los dedos de Kurosaki-kun para detener su retirada. Él se quedó inmóvil pero no volteó a verlo. Se movió por la cama hasta alcanzarlo y le besó una nalga como disculpa por el mal humor que quiso verle en la cara. Le acarició la pierna y tuvo que detenerse en lamer entre esos exquisitos músculos torneados por el entrenamiento para no jalarlo a la cama y hacer justo lo que le había advertido no debían hacer.
—Ponte guapo —le dijo alejándose de su piel—. Organizaré el que tengas visitas. Oficiales —advirtió.
Ahora sí volteó la mirada. En sus ojos café se leía la pregunta. Se levantó de la cama para quedar al lado de Kurosaki-kun y le dio una nalgada juguetona.
—Voy a bañarme en mi habitación o voy a comenzar el tercer acto.
No esperó respuesta alguna de Kurosaki-kun. Salió de la habitación del rey para marcharse.
—Podrías traer a Byakuya más seguido a palacio. A Ichigo le hace bien que su hermano esté saciado —dijo Benihime con voz aterciopelada.
—Esa es una buena idea —respondió a su alma con una felicidad casi taimada.
Y mientras recorría los pasillos de palacio, se aseguró de pensar en estrategias para llamar al noble más seguido.
Y comenzaría con la visita que esperaban.
