Kisuke apenas le había dicho que las "visitas" estarían allí para ver al Rey Espiritual y él no tenía idea de qué hacer con eso.

Pero era algo qué hacer, y era justo eso lo que había pedido: algo qué hacer.

Recién le había explicado en qué radicaba la "nobleza" de las familias en Soul Society y ya quería deshacerse de esa noción ridícula. Y no quería, siquiera, comenzar a entrar en qué tan incómodo le hacía sentir el ostentar la posición "privilegiada" que venía con ser el Rey Espiritual.

Aún así, no podía evitarlo. Ya lo había intentado y Kisuke lo había encontrado en el lugar más recóndito que encontró para esconderse de esto.

Resignado, siguió a Kisuke por los pasillos hasta aquella sala a la que ambos llamaban "del trono". No porque hubiera uno, sino porque allí había él matado al rey cristalizado.

No pudo evitar recordar una vida en la que Yhwach regía desde ese mismo lugar. En esa en la que había entendido el porqué el Quincy lo había hecho matar al antiguo Rey. Sucesión. Y otras en las que había llegado por voluntad o por accidente a esa misma sala.

Sobre ese suelo había muerto un Urahara que había visto más allá del término de cada vida; uno que sí había podido usarlo como el experimento que Kisuke jamás podría. Había muerto un Urahara que había retado sus ideas preconcebidas de cómo debía ser una relación, había sufrido un Kisuke que estaba enfermo y uno que no lo había estado… ese suelo había, esa sala, había visto ya demasiada sangre. Ese lugar, había visto demasiada tragedia ya.

Fue sólo hasta que Kisuke se detuvo y se apartó a un lado que encontró los rostros de sus visitas. Ni un segundo después, los ocho visitantes cayeron sobre una rodilla.

El recuerdo de una situación parecida le estalló en la mente con la crueldad de saber que en verdad lo había vivido. Pero en ese salón del trono, con personas de rodillas ante un Rey Espiritual, Yhwach había hecho beber su sangre a los inclinados.

Y era la única experiencia que tenía con algo parecido. Siempre había pasado por alto los formulismos de cortesía. Y, ¿qué decir del hombre que se relacionaba con su hermano? Ver al orgulloso noble sobre sus rodillas le sentaba tan mal como ver a su mejor amiga inclinándose ante él; a su padre con la misma posición; y sólo podría ser peor si en vez de Kukaku, fuera Karin quien se encontrara allí. Con la reina de la velocidad —aquella que había sido maestra, amiga y cómplice— entre los inclinados, supo porqué omitía las formas de la cortesía: Rey o no; no estaba por sobre nadie.

—Levantense —dijo incómodo de inmediato.

Y los ocho, incluyendo a una cuarta mujer y a un cuarto hombre que desconocía, obedecieron como si se los hubiera ordenado.

Sabiendo que no repetiría la ceremonia que Yhwach había llevado a cabo, estaba tan perdido en qué hacer como alguna vez lo estuvo entre su mente. Buscó a Kisuke con la mirada buscando un guía; pero el hombre se veía tan perdido como él se sentía.

El silencio se extendió entre los diez en ese salón.

—Ichigo —lo apresuró Rukia con un susurro.

—¿Qué quieres que haga? —espetó sonando molesto—. ¿Quieren té? —preguntó sinceramente, pero sinceramente confundido.

Escuchó un aspaviento entre sorpresa y burla salir del rubio a su lado y, de inmediato, lo miró con condena y un tanto de indignación. El cretino sólo se cubrió medio rostro con su abanico de mierda y le dejó ver el brillo de diversión en sus ojos.

—Como rey espiritual estás obligado a mantener el orden de Seiretei —comenzó Byakuya, severo como siempre—. Impartes órdenes que Central 46 hace cumplir y enalteces a las familias que se encargan de mantener las formas sociales.

—Pero me rehuso a ello —rezongó de inmediato—. ¿Por qué causaría la misma disparidad que no me gusta y no acepto entre las personas?

—Por que es el orden que ha funcionado en Soul Society desde siempre. No puedes hacerlo diferente o causarías anarquía —amonestó Yoruichi—. ¿Quieres intentar una república en Soul Society? —preguntó con una burla—. No todas las almas son iguales, Ichigo. Algunas tienen el reiatsu para convertirse en Shinigami, otras no. Algunos Shinigami pueden llegar al nivel de Capitán, otros ni siquiera pueden llegar a ser oficiales. La justicia no es tratar a todos como iguales…

De inmediato, el discurso de Yhwach resonó fuerte entre sus recuerdos. Las equivocaciones de esa vida se estrellaron contra la parte de su cerebro que no pensaba, sino que reaccionaba. Su reiatsu explotó con la furia que sentía y Zangetsu estuvo en su mano. Ocho pares de ojos lo vieron sorprendidos y los visitantes dieron un paso hacia atrás.

—Basta, Yoruichi-san —interrumpió Kisuke poniéndose entre ellos—. No tiene que gustarte el status quo, Kurosaki-kun —siguió ahora hacia él—, pero no puedes cambiarlo en un espacio corto de tiempo.

—Ya lo sé, Kisuke —rezongó con fuerza—. La muerte no evoluciona como la vida; los Shinigami no pueden cambiar con facilidad. Me lo has dicho en tantas vidas, que me lo sé de memoria —espetó—. Y sigo sin aceptarlo.

—No tienes que aceptarlo, Ichigo —interrumpió Kukaku—. Pero tienes que ser paciente para cambiarlo. Esperar el momento correcto para no destruir lo que existe con la justificación de construir sobre los escombros.

—Su meta puede ser transformar, rey espiritual —dijo la cuarta mujer, toda formulismos de cortesía y reverente tono de voz… que aún no tenía idea de quién era—; no arrasar con los simientos antes de construir algo nuevo.

—¿Quién eres? —le preguntó a la mujer.

—Yuki Sera, vigesima tercera heredera de la familia Yuki —se presentó.

—No me suena —rezongó de nuevo.

—¿Recuerdas a Yuki Ryunosuke? —ofreció Rukia con una sonrisa de lado.

Entrecerró los ojos para forzarse a recordar ese nombre que parecía sonarle de algo mientras veía a la mujer hacer un gesto de desagrado ante la mención del nombre; pareciendo haber olvidado guardar las formas de etiqueta. La mujer comenzaba a caerle mejor.

—Kuchiki-dono, le suplico no mencione ese nombre en mi presencia.

Cuando la mujer se dirigió a Rukia, pudo ver en el peinado de ella círculos de metal plateados; del mismo color que los ornamentos en la cabeza de Byakuya… ¡Ah! Esas cosas raras sí que las recordaba.

—Hey, ¿no me digas que conoces ese pequeño Shinigami? —soltó con buen ánimo.

—Así es, rey espiritual —aceptó la mujer con cara agria pero retomando las formas de cortesía.

—Y dices que te llamas Sera, ¿verdad?

—Es, Yuki —gruñó la mujer antes de darse cuenta lo que acababa de hacer—. Lo siento, rey espiritual. No quise…

—Déjalo —desestimó con un gesto de mano y buen humor—. Llámame Ichigo.

—¡Pero…

—¿Quieres que lo parafrasee como una órden del rey espiritual? —retó con buen humor, divertido por la reacción de alguien que no lo conocía.

—Con esas palabras, no me deja alternativa —respondió Sera con una inclinación de cabeza.

—No —dijo con una sonrisa por haber ganado.

—Ya que las presentaciones están hechas —dijo su padre con sarcasmo—, es bueno verte de nuevo, hijo.

—Hola, viejo —saludó con un asentimiento de cabeza.

—Uhm, rey… Ichigo-dono —se corrigió Sera tras interrumpir—. ¿Podría terminar el ritual antes de… convivir con su honorable padre?

—¿Honorable? —soltó con un escalofrío—. No conoces lo bobo que puede ser este hombre…

—Kurosaki —amonestó Byakuya—. Yuki-dono tiene razón en lo que dice. El ritual…

—Bien, bien —lo cortó con fastidio porque no hubiera olvidado la excusa con la que Kisuke había llevado visitas—. Yo, Ichigo Kurosaki, rey espiritual y todo eso —comenzó irreverentemente moviendo las manos en el aire como sólo recordaba a Don-Kanonji haber hecho alguna vez; sin prestar atención a las miradas estupefactas de sus visitas—, les otorgo las bendiciones de…

—¡Qué haces, idiota! —gruñó Rukia interrumpiéndolo.

—¡Qué quieres que haga, enana! —razongó con fastidio—. No tengo idea de lo que se supone quieren que haga.

Abandonó la lucha de miradas con la enana para buscar las respuestas en Kisuke. El cretino se encogió de hombros, viéndose divertido, pero sin darle una pista de lo que querían de él.

—El rey espiritual tiene que compartir una parte de él con las familias nobles —ofreció Sera reverentemente.

—No —dijo completamente serio—. Jamás.

—Tiene sentido, Kurosaki-kun —interrumpió Kisuke al fin—. El rey cristalizado compartió piernas, brazos, corazón y poder para dar vida. Yhwach repartió partes de sí mismo al gravar shcrift en los Quincy con su sangre. Tienes que hacerlo —le informó con tono definitivo.

—¿Quitarme partes del cuerpo? —preguntó con sarcasmo furioso—. ¿Hacerlos tomar mi sangre? Piensa en algo diferente, Kisuke —ordenó—. Nada de eso va a pasar.

—¡Rey… ¡Ichigo-dono! —soltó Sera casi ansiosa, casi desesperada—. Por favor —suplicó ahora—. El Clan Shihouin es guardián de los objetos sagrados; la familia Kuchiki ha sido encargada de recopilar y proteger la historia de Soul Society; el Clan Shiba se convirtió en el guardián del camino al Rey Espiritual; la familia Yuki es guardián de los protocolos y las maneras. Ichigo-dono, no rechace la existencia de mi familia… por favor —dijo la mujer noble claramente aterrada.

—¡Maldita sea! ¿Qué quieren que haga? —gruñó desesperado.

El resto de su frustración se vio interrumpido por el jalón que sintió en su cabello. El puño que lo jalaba por el cabello era —sin duda alguna— de Kisuke, pero lo que planeara hacer el cretino; él no tenía idea. Entendió menos cuando escuchó el acero de Benihime ser desenfundado.

—¿Kisuke? —preguntó casi aterrado.

Peleó contra el jalón en su cabello y sintió el filo de Benihime pasar a milímetros de su cabeza un instante antes de sentirse libre de nuevo.

—¿¡Qué mierda haces!? —gritó mientras volteaba a Kisuke.

Lo encontró con una sonrisa de victoria en los labios.

—Obedeciendo la orden del rey espiritual, por supuesto —dijo en su maldito tono cantarín mientras se alejaba de él—. Y comparto una parte de ti con nuestros nobles visitantes.

Estupefacto, vio al cretino caminar a cada uno de los nobles reunidos y darles algo naranja. Se llevó la mano a la cabeza sólo para encontrarse con que le faltaba un gran mechón de cabello.

—¡Listo! —gritó el rubio cretino cuando hubo pasado por todos los nobles—. Así, todos deberían ser felices.

Iba a matar a ese científico loco en cuanto estuvieran solos.

Mientras se rascaba la cabeza, en el parche de pelo desaparecido, notó la mirada incrédula de su padre, la divertida de Kukaku, la desinteresada de Yoruichi, la resignada de Byakuya y la reverente de Sera. Suspiró con fastidio.

—¿Algo más que quieran de mí las familias nobles? —dijo resignado mientras veía a Sera y al hombre que la acompañaba negar en silencio.

—Les estoy profundamente agradecida, Ichigo-dono, Urahara-dono —terminó Sera con una profunda reverencia, un tono de absoluta incongruencia y marchó antes de que pudieran detenerla.

La vio marchar, confundido por la mujer que apenas conocía, preguntándose porqué parecía que huía del palacio. Pero no pudo pensar más en ella en cuanto su "honorable padre" se acercó un paso hacia él.

Dio un paso hacia el hombre antes de darse cuenta que Kisuke interrumpía el camino de su padre. El anciano con cara de cabra intercambió un par de palabras con Kisuke, un asentimiento de cabeza y unas palabras más de las que se rió al acabar de decirlas. Entrecerró los ojos, extrañado, y se apresuró a acortar la distancia con su padre sin entender la sensación que tuvo al verlos actuando así. El cuerpo de Byakuya lo detuvo ahora a él. Lo miró severamente en una advertencia que aún no merecía voz; pero pronto la ganaría.

—Byakuya nii-sama —interrumpió Rukia a quien intentaba detenerlo.

Aprovechó la distracción de éste para retomar su camino. Ni siquiera se enteró lo que decía Rukia.

El ver a Kisuke y a su padre hablando le recordó de inmediato todas aquellas veces en que los hombres habían hecho planes secretos. Lo cercanos que se veían desde Karakura, la historia de cómo se habían conocido entre ellos y lo que Kisuke había hecho por su madre. Esa sensación creció como una mezcla de malestar y ansiedad que tampoco podía definir de dónde provenía. Viéndolos hablar entre ellos y viendo el gesto severo de su padre mientras lo hacían, un puño se cerró sobre sus entrañas temiendo de nuevo los resultados de eso que los hombres estuvieran preparando. Se sintió de nuevo aquel adolescente que no sabía, pero que vivía las consecuencias de los planes de otros. Aquel que era un arma en contra de los enemigos, pero no un igual entre quienes lo blandían.

Porque, al menos, las Zanpakuto eran parte de un alma… de algo. Y ese algo, ese alguien, no eran usados como un instrumento sin vida.

Ese puño en sus entrañas desapareció a fuerza de furia, pero no era todo; había algo… Viéndolos juntos, había algo que sentía fuera de lugar, algo… amenazante, algo angustiante. Un dolor agudo estalló en su cabeza obligándolo a cerrar los ojos con fuerza. Se apretó la cabeza entre las manos y dio un paso hacia los que habían causado su malestar. Byakuya lo detuvo por el brazo.

—Kurosaki —pronunció Byakuya secamente. Tal vez una advertencia—. Tranquilo —ordenó con tono plano mientras entrecerraba los ojos. Como midiéndolo.

Miró a Byakuya para devolverle la advertencia de lo que causaba en él esa orden y volteó de nuevo a Kisuke. Y, aunque el hombre en cuestión fuera su piedra angular, aunque lo respetara en muchos aspectos y aunque había dejado de desearlo fuera de su vida; estaba muy enojado con él. Darle un pésimo corte de cabello aparte, no le gustaba —para nada— la forma en que se comportaba al estar su padre ahí. O cuando los veía juntos. Y su padre…

Gruñó para sus adentros.

Era algo diferente a los… ¿celos? que había sentido al verlo —al pensarlo—, —al saberlo—, con Shinji en alguna de las malditas vidas que había vivido. Algo en su interior lo estaba poniendo alerta… como si algo estuviera a punto de estallar.

Y esta vez no era su locura… probablemente… tal vez lo era; pero causada por aquel intercambio que veía en aquellos dos.

No confías en él, Kuro —ofreció Shiro en su mente.

Por un instante no supo si Shiro se refería al padre o al científico.

No es falta de confianza —gruñó.

¿Te mientes a ti, o a mí? —se burló su hermano.

Quiero confiar en él —aceptó—, pero… hay algo más.

Lo amas, Kuro. Lo necesitas —dijo su hermano con sencillez—. Pero tampoco tú confías en él.

No es eso —rezongó de inmediato sintiendo un pinchazo de culpabilidad pero tratando de ser sincero con esa sensación en la boca de su estómago.

No cuando está con tu padre —dijo Shiro con una nota de sarcasmo—. ¿Te lo imaginas haciendo con tu padre lo que hace contigo?

No.

¿Estás enojado porque le hable?, ¿por qué ría con él? ¿Quieres encerrarlo y ser el único que pueda verlo y tocarlo? —retó con su voz metálica.

¡No!

Crees que te van a traicionar —aseveró Shiro con voz segura, como si supiera de él algo que él mismo no sabía.

¡No es eso!

¿Qué es, hermanito? —se burló de nuevo.

¡No lo sé!

Tienes miedo, rey. ¿A qué le temes? —retó Shiro como hacía tanto no sucedía.

A ti —soltó enojado.

Intenta de nuevo —respondió Shiro con ironía.

¡Cállate, Shiro!

Y su hermano Hollow se calló por primera vez.

Pero el daño estaba hecho. Una sensación de náuseas se estancó en su estómago mientras las palabras de Shiro se repetían una y otra vez en su cabeza.

¿Tenía miedo? ¿A qué le tenía miedo?