Shiro le había dicho que tenía miedo pero, ¿a qué le tenía miedo?
Mientras algo en la parte de atrás de su cabeza le decía que allí había algo qué saber, se liberó del agarre de Byakuya con un movimiento enfurecido y llegó hasta el par de hombres que lo veían sorprendidos. Llegó a su padre y al científico en cuatro zancadas furiosas apenas consciente de que Byakuya lo seguía en silencio. Aquellos dos hombres se callaron de inmediato, como evitando que escuchara su conversación.
—¿Por qué no quieren que hable con mi padre? —espetó de mal humor incluyendo al noble en el comentario.
—Al contrario, Kurosaki-kun. Quiero evitar que él hable contigo —respondió Kisuke con tono definitivo.
—Quiero hablar con mi padre, Kisuke —soltó sin verlo—. A solas.
No volteó a ver la reacción de Kisuke, pero se relajó un poco en cuanto lo sintió alejarse. Por el rabillo del ojo vio a Byakuya acercarse a Kisuke, pero esa cercanía no lo hirió como la que había visto tenía el científico con su padre. Eso lo confundió aún más, al mismo tiempo que dejaba claro no eran celos lo que había sentido.
—Ichigo —dijo su padre con una mezcla de alivio y sorpresa en la voz logrando apartarlo de esa confusión amorfa en su cabeza—. ¿Cómo estás? —preguntó preocupado.
—Estoy bien, viejo —respondió siendo lo más sincero que podía.
Miró la cara de su padre. El brillo en sus ojos lo hacía parecer culpable de algo. Ese brillo de nuevo le hizo sentir aquella cosa que Shiro había atacado con sus palabras. Enterró el sentimiento lo más profundo que pudo y se concentró en el gesto de su padre. Era serio, severo y casi desesperanzado mientras trataba de cubrir aquello con una sonrisa torcida que le recordaba más a la culpabilidad que a una reunión feliz entre familiares.
Le torció una sonrisa propia a su padre, inconscientemente imitando la que recibía; como si eso lo protegiera… como si eso calmara los sentimientos en su interior. En algún aspecto, necesitaba ver a su padre como el padre bobo que recordaba de su adolescencia.
—¿Cómo estás tú? —preguntó forzando una conversación amistosa.
Aunque le había dicho a Kisuke que quería hablar con su padre, de cara al hombre, no sabía qué decir o por qué había querido hablar con él.
Y, en verdad, se sentía como si estuviera frente a alguien completamente desconocido. Porque no era el padre que conocía, no era el Shinigami que le había contado su historia y no era el médico al que había respetado al verlo salvar personas en su clínica.
—Ichigo, yo… —comenzó su padre como si dudara y se calló tras negar con la cabeza—. Lo llamas Kisuke, ¿Por qué? —cambió la pregunta con voz apenas más segura.
—¿Por qué? —repitió incrédulo—. ¿No te lo imaginas?
—No quiero imaginarlo —dijo severo—, quiero que me digas por qué.
—Porque estamos así de cerca —respondió como si hubiera recibido un reto, como si debiera defenderse; como si debiera proteger al hombre con el que estaba tan condenadamente enojado.
Y la cara de su padre no tuvo precio. Abrió los ojos con la sorpresa de aquello y su quijada cayó dejándolo con la boca abierta.
—Pero… ¿qué? De que… ¿por qué? —comenzó a balbucear cuando se recuperó un poco de la sorpresa. Entonces su gesto se transformó en uno furioso—. ¿Qué te obliga a hacer? —demandó saber.
—No me obliga a nada —soltó casi fastidiado. ¿Dónde había quedado el padre que había aceptado a un hijo homosexual… En otra vida, entonces—. Por los dioses, anciano, sucedió poco a poco y si alguien obliga a alguien; soy yo quién lo obliga a él. Yo me aprovecho de él —y era todo lo que le diría, pues no iba a explicarle en cuantas vidas había aprendido a hacer qué para dejar a Kisuke sin poder rechazar sus avances.
Su padre palideció antes de ponerse rojo de furia.
Ya, tal vez no estaba manejando del todo bien el tema de "comparto cama con otro hombre, que sucede que es tu amigo"; ni con el mayor tacto posible; pero carajo si no era su maldita vida y su propio cu… erpo el que usaba para ello.
—¡No! —guñó su padre sólo para obligarse a serenarse tras lanzar una mirada al lugar donde se encontraban; y a la compañía que tenían—. Kisuke no es… No puedes estar con él —soltó con algo condenadamente parecido a una orden.
Y, más que la orden, que llamara al científico por su nombre con tanta facilidad le sentó como un puñetazo en las entrañas. Se atrevía a cuestionarlo a él por llamar a Kisuke por su nombre, pero él no tenía reparo en hacerlo, ¿qué demonios le pasaba a su padre por la cabeza? ¿Qué demonios significaba eso?
—Tengo como 30 años, anciano. Puedo tomar mis propias decisiones —espetó furioso.
—¿30… años? —repitió su padre como si se atragantara con algo.
—¿Me vez de 10 o qué? —soltó con sarcasmo.
—Ichigo —interrumpió su padre preocupado—. ¿Qué te ha dicho Kisuke de toda esta situación?
—¿Qué? —preguntó confundido por el cambio de tema, por el cambio en el tono de su padre. No había esperado que su padre dejara la batalla verbal.
—¿Qué te ha dicho? —insistió casi con cuidado y viendo hacia donde estaban los otros dos.
—Que soy el rey espiritual, que no puedo dejar el palacio, que mi existencia sostiene mundos y dimensiones —le respondió exasperado.
—¿Nada más? —preguntó sospechoso.
—Que está buscando las respuestas para arreglarme —siguió.
—¿Arreglarte?
—Estoy perdiendo la cabeza entre todas las vidas que vivo… la estaba perdiendo… a veces todavía. Él me ayuda.
—Él no te está ayudando —dijo su padre con tono definitivo y severo.
—No sabes lo que dices —gruñó una advertencia.
—Y tú no sabes nada más que lo que él te dice —bajó la voz en una confesión volteando de nuevo a ver a otros como si no quisiera ser descubierto—. Ichigo, no quiero pelear contigo de nuevo pero no sabes nada de ese hombre; no sabes todo lo que te oculta. Estás en sus manos y se está aprovechando de su posición. Está socavando el poder de Central 46, y mintiéndote a ti para poder usarte cuando ellos no estén.
—A Kisuke no le interesa el poder político —aseguró con lo que sabía del hombre… en otras vidas. Se dio cuenta después.
—No quiere poder político, Ichigo. Para él sólo es un gran experimento y tú eres la pieza clave. Además te oculta el pasado y te aísla para…
Dejó de escuchar el resto. Los estragos que esas palabras causaron se sintieron como el aguijón de la traición. Y el dolor no era sólo porque implicara que Urahara lo estaba traicionando, sino porque su padre fuera quien se lo decía. ¿De dónde venía tal advertencia cuando hacía nada de tiempo estaba platicando y riéndo con Urahara? ¿Era otro recuerdo? ¿Otra vida?
¿Lo quería separar de su piedra angular?, ¿del hombre que era amante, amado y compañero en tantas vidas? ¡Cómo se atrevía! ¿Por qué? ¿Lo quería destruir? ¿Lo quería manipular? ¡No! Por más bobo que fuera su padre, por más que le hubiera escondido su pasado como capitán de División, por más que le hubiera ocultado la verdad de la muerte de su madre… todo lo había hecho para protegerlo cuando era niño. Era su padre, después de todo. Su padre no le haría daño. Pero Urahara… él sí lo había traicionado más de una vez… ¿o no?
Le había dado una droga para adormecerlo y entregarlo a Kurotsuchi. Le había conducido al Nido de Gusanos, lo había encerrado en el Dangai, lo había… ¿o no lo había hecho? ¿Qué había pasado después de esos recuerdos?
Se ahogó con el grito de desesperación que no quiso lanzar pero se apretó el lacerante dolor de cabeza que amenazaba con partírsela en dos.
—Rey —llamó Shiro en su cabeza con voz preocupada.
Escuchar esa voz metálica le ayudó a calmar el dolor de cabeza y el incesante bombardeo de imágenes de otras vidas.
—¿Shiro?
—No estás solo, Ichigo. Estoy aquí, hermanito.
—Gracias, Shiro —susurró una vez, apretando su hombro izquierdo en un gesto de agradecimiento, como si Shiro estuviera compartiendo su cuerpo.
Respiró pesadamente para controlarse y saber lo único que le importaba en ese momento.
—¿Qué me oculta? —preguntó con la garganta cerrada en un nudo.
Su padre no respondió, en cambio, miró al piso como si estuviera arrepentido por algo.
—¡Que me oculta! —demandó con voz gutural.
—Ichigo —sonó preocupada la voz de Urahara a su lado.
No le hizo caso.
—Respondeme, viejo. Qué me ocultan esta vez. ¿Es Karin? —preguntó—. No, la vi hace poco y estaba bien. Se veía bien. Grande… chica, entrenando como Shinigami Sustituto. No… era capitana —gruñó frustrado—. Estaba viva en todo caso —se respondió el mismo—. ¿Yuzu?
¿Por qué no se había preguntado por ella hasta ahora?
Y la quijada apretada de su padre le dijo que había dado en el clavo. Agarró a su padre por el cuello del haori tratando de controlarse para no sacudirlo; para no sacarle la verdad a golpes.
—¡Qué le pasa a Yuzu! —gritó preocupado.
—Yuzu… —comenzó Urahara con tono dubitativo—. Ella… en esta vida despertó sus poderes Quincy. No es que hubiera tenido menos que tú o que su gemela —explicó—, pero su poder tendió más hacia la línea materna. Ishida-kun la ayudó a entenderlos. Tomó el descubrimiento mejor que su hermana. Junto con Ishida, ayudó a apaciguar los ánimos de venganza de los Quincy sobrevivientes.
Pasó saliva pesadamente para tratar de deshacer el nudo en su garganta.
—¿Ishida?… espera. ¿Por qué hablas en pasado de ella? —preguntó escuchando el miedo en su propia voz.
—Los Quincy no son guiados a Soul Society —terció Byakuya con su tono severo.
Volteó al noble así de rápido, al mismo tiempo pensando que no había entendido las palabras y no queriendo entenderlas. Sintió el palacio entero sacudirse antes de enterarse que era por su culpa y, por primera vez, no deseó controlar su reiatsu sino dejarlo explotar.
—Lo siento, Ichigo —dijo Kisuke evitando su mirada—. Yuzu está muerta en un aspecto diferente al de almas Plus.
Él había fallado en proteger a su hermana.
Y la presión espiritual que explotó a su alrededor dejó a los otros intentando no caer al piso subyugados.
—Vivió una vida larga y feliz —dijo su padre con dificultad. Y eso era por la presión espiritual que no sentía la necesidad de controlar—, también sus hijos.
Aunque no se perdió la silenciosa recriminación que Urahara lanzaba a Isshin, lo que acaparó su atención fueron las palabras. Y supo de inmediato que, una vez más, esos dos hombres lo habían dejado en completa ignorancia a tantas cosas. Tres, si contaba que el idiota responsabilidad de Shiro parecía saber de qué mierda hablaban los otros. Volteó a su alrededor para ver el rostro culpable de todos allí reunidos. Yoruichi abrió la boca como para decir algo, pero se mantuvo en silencio. Rukia apenas se mantenía en pie. Kukaku ya estaba en el piso.
Devolvió su atención a los anteriores, pero la rabia comenzaba a quemar por dentro más que la locura en su cabeza.
—¿Sus hijos? —preguntó incrédulo con aquellas náuseas cobrando fuerza en su estómago—. ¿Cuánto tiempo ha pasado? —y apretó las manos en puños sólo para evitar el temblor que le había comenzado en las extremidades—. ¿Hace cuanto tiempo fue la guerra contra los Quincy? —gritó ante el silencio de los otros.
—Doscientos años —dijo un Isshin apesumbrado.
Se sintió mareado de inmediato, la furia desaparecida así de rápido. Y, si hubiera algo en su mundo interior, en ese momento se estaría derrumbando; porque así se sentía él.
Su cuerpo se arqueó intentando vomitar la nada en su estómago antes de reconocer el dolor en sus rodillas y saber que el que se había derrumbado era él. Vomitó sobre el piso ácido gástrico. El líquido agrio que le quemó el esófago le indicó que era bilis lo que expulsaba y un nuevo arqueo de vómito llevó más de ese líquido amargo al piso negro. Apretó la quijada con fuerza y le ordenó a su cuerpo a detenerse.
Se ordenó a sí mismo el dejar de sentir.
La cálida mano de Urahara sobre su hombro le pareció ofensiva.
—¿Ichigo? —preguntó el rubio preocupado—. No lo hagas, por favor —suplicó.
Apartó aquel contacto con un golpe y se incorporó para marcharse en pies inestables.
—¡Ichigo! —escuchó el grito de Isshin.
—Me mintieron de nuevo —susurró dando media vuelta para enfrentarlos. No porque le importara ya.
Obligó a sus emociones a receder.
Un manto de insensibilidad lo cubrió una vez más.
Porque sólo necesitaba existir… no sentir. No vivir.
—¡Me obligaron a callar! —respondió Isshin en un grito defensivo y acercándose un paso dubitativo—. Quería decírtelo —suavizó el tono.
Volteó a ver al científico que lo había acompañado. Apenas le importó verlo con el rostro desencajado. "Ya no significa nada", se aseguró a él mismo para la sensación en sus entrañas.
—Tú no me lo dijiste —susurró de nuevo.
Todos ellos lo sabían y no se lo habían dicho.
Sabiendo cuál era su único motivo para soportar lo que soportaba, Urahara le había ocultado de nuevo la verdad. Su padre… incluso Byakuya… y Rukia, Renji… todos le habían ocultado la verdad.
Antes que llamar a Zangetsu a su mano, retomó su marcha para alejarse de esos tres. Cuando se sintió fuera de la vista de cualquiera se permitió apoyarse en la pared de un pasillo de esa maldita cárcel. Mordió entre sus quijadas y cerró los ojos para no dejar escapar los sentimientos que trataba de matar.
Quería despertar.
Esa vida de mierda tenía que estar pronta a terminar. Estaba seguro de ello. Tantas otras vidas habían terminado de igual forma: Justo tras el día más feliz… todo se derrumbaba. Y en esta vida sólo podía calificar de tal a aquel día en que su hermano fue amado por el que amaba, cuando también lo fue él. Al menos, antes de darse cuenta de la traición de ese hombre. Ese hombre, que sabía más de él que él mismo, también había querido usarlo y manipularlo; antes que guiarlo. Para qué, ¿para que los mundos no se destruyeran?, ¿para cobar una venganza en contra de quienes lo habían exiliado?, ¿para hacerlo el objeto de una nueva investigación?, ¿un nuevo experimento?
Y él se lo había permitido, joder, lo había ayudado con eso contándole cada vida que vivía. Hablando con él de lo que aprendía en esas otras. Y, con él, había sido vulnerable como con nadie más. Como idiota se había entregado él mismo en bandeja de plata.
Su padre y ese hombre al que no había querido amar para evitar destruirlo, ambos, lo habían destruido a él.
Tenía que despertar.
Y, cuando no lo hizo, comenzó a golpear la pared que lo sostenía hasta caer al piso. Cuando se hayó sobre el negro reluciente, lo golpeó también. Hasta que los nudillos le sangraron.
¡Tenía que despertar!
Sólo así podría dejar atrás la traición.
Quería despertar entre gritos y locura para que el Urahara que siempre lo cuidaba lo calmara como en tantos otros despertares. Ese Urahara le ofrecería un té y le pediría que le contara esa vida; se alejaría de nuevo de ese despertar y volvería a una rutina de locura.
Necesitaba estar entre los brazos de un Urahara que no lo hiciera sentir amado, uno que no lo hería y uno al que no amaba, pero al que utilizaba con descaro.
¡¿Por qué no podía despertar ya?!
