Cuando vio esa cara mortalmente furiosa de nuevo en Urahara, le pareció no haberla visto en tanto tiempo. Incluso a pesar de sus reportes, relativamente seguidos; ese gesto sólo lo había visto en dos ocasiones. Con el gesto de mortal furia contenida recordó la escena que lo había marcado desde hacía doscientos años.
Cuando lograron encontrar a Ichigo en el mundo material, cuando lo llevaron —su alma— al juicio de Central 46. Quienes habían luchado al lado de Ichigo, sin excepción, se habían visto con diferentes niveles de resignación en la cara. Cada uno viendo en silencio cómo el prisionero tomaba el centro del escenario macabro.
A pesar que Ichigo se había visto tranquilo ante su aprisionamiento, Central 46 temió al poder del que sería rey. Fue ese miedo el que le dio, tanto a capitanes como a tenientes y a antiguos poseedores de esos títulos, la entrada a la cámara.
Un silencio sepulcral inundó el juicio una vez que Ichigo alcanzó su lugar. A pesar de la piedra Sekisekki que sujetaba sus muñecas y tobillos, al lado de Ichigo iba Kisuke, Kyoraku, Kenpachi y Byakuya portando sus Zanpakuto.
"¿Hay alguien aquí que se atreva a ir en contra de Central 46?" había preguntado la voz del vocero oficial una vez, para comenzar la farsa.
El incómodo silencio que siguió fue la respuesta a la pregunta. Una que se impuso incluso por sobre la mezcla de reiatsu alterado de cada Shinigami que no podía hablar a favor de Ichigo aunque lo quisieran. Todos allí sabían que los mundos dependían de que Ichigo fuera Rey Espiritual.
Allí había visto esa calmada furia mortal en los rasgos de Kisuke, y aquella se la dirigía a él. Como si el científico le reclamara no ser él quién hablara a favor de Ichigo. Pero tampoco él había hablado en contra de los jueces. Nadie lo había hecho, ni siquiera la pequeña Shinigami que lo había comenzado todo. E Ichigo tampoco peleó, tampoco alzó la mirada a sus jueces y verdugos.
El juicio había sido demasiado rápido como para que fuera uno en absoluto. Central 46 mandó a Ichigo al palacio del rey espiritual prohibiéndole salir de ahí; demandándole que cumpliera su deber como tal y ordenando que sus movimientos —incluso dentro del palacio— fueran restringidos por completo.
Ante las palabras, Ichigo se había limitado a tensar todo el cuerpo y morder las quijadas rígidamente.
Entonces Kisuke sí que había hablado: "Sin Rey Espiritual que les dicte órdenes no son más que 46 almas que intentan gobernar Soul Society a placer".
Jamás olvidaría esa frase del hombre porque era lo que él pensaba, lo que capitanes y tenientes pensaban. Lo que Central 46 sabía a la perfección. Porque, sin un Rey Espiritual que les diera el poder del que hacían gala, intentaban gobernar como lo habían hecho cuando había uno.
Tras las palabras de Kisuke, la reacción llegó un segundo después. Central 46 le lanzó gritos de reclamo y, al final a su condena. Por haber escondido al rey espiritual, por sus constantes traiciones a Soul Society y por las palabras que dejaban clara su intención de restarles la autoridad que tenían, Urahara Kisuke sería llevado a Muken por el resto de la eternidad.
La explosión del reiatsu de Ichigo fue inmediata. El ambiente se sintió pesado como atmósferas completas sobre ellos y, cuando la piedra Sekkiseki que lo sujetaba estalló en mil pedazos, ese reiatsu pareció desaparecer por completo. Como si Ichigo no tuviera un fragmento del reiatsu que había estallado, todos respiraron de nuevo.
La voz de Ichigo llamando a Zangetsu rompió el silencio y así de rápido vistió de nuevo el shihakusho de ataño para empuñar una espada en cada mano. Sin más advertencia que un grito de guerra, su hijo se lanzó contra esas caras cubiertas.
Y el Gotei 13 se lanzó contra él.
En un abrir y cerrar de ojos, capitanes y tenientes sangraban en el piso. Sólo el kenpachi quedó sobre sus pies, por primera vez sin disfrutar la batalla. Byakuya atacó al tiempo que Kyoraku y, mientras él se acercaba, podía jurar que ninguno estaba poniendo todo en la batalla. Pero temió que sí lo estuvieran haciendo y que el poder de Ichigo solamente fuera así de grande.
Kisuke y él llegaron frente a Ichigo cuando éste derrotaba a Zaraki.
Apenas sabiendo que tenía que hacer algo para calmar a Ichigo, Kisuke —una vez más— le ganó en velocidad.
"No puedes ganar esta batalla, no aquí, no ahora. No de esta forma. Seré tu fuerza o tu escudo cuando lo necesites; seré lo que necesites que sea. Y ahora necesitas que te tranquilice, Kurosaki-kun". Le había dicho ese Kisuke que, hacia Ichigo, no había mostrado rabia ni resentimiento; a él le mostraba sólo una sonrisa de complicidad.
E Ichigo había rabiado a gritos el que trataran al científico como a un criminal, porque aquellos le juzgaran y le condenaran al mismo sitio que a Aizen por su traición cuando Urahara seguía protegiéndolos.
Mientras algo en su interior le dolía por lo que veía entre esos dos —o tal vez por ello—, jamás olvidaría las palabras que habían detenido todo; que habían detenido a un rey espiritual: "Estoy de tu parte". E Ichigo se había relajado.
Con esas palabras, Urahara había ganado.
Con palabras tan sencillas, ese hombre había logrado lo que nadie más con sus espadas.
Con justo las mismas palabras que había lanzado hacia él antes de desaparecer a Ichigo en el mundo material.
El resentimiento que tenía hacia Urahara no había comenzado allí, sin embargo. Había comenzado años antes de la muerte de Ichigo, y años después que le devolvieran al adolescente sus poderes de Shinigami. Había comenzado con el resumen del escuadrón 4 de la salud de Ichigo; al enterarse de las palabras que Kyoraku le había dado al vencer la guerra.
Había comprendido la razón tras las palabras del Capitán Comandante y las había aceptado como si aún perteneciera al Gotei 13. Pero Ichigo le había dicho que dejaría a su familia por la vaga esperanza que Kisuke le daba. Aquella ocasión, cuando su hijo le decía que deseaba vivir sin importarle lo que pasara con los mundos; había explotado. Ese no era el hijo de Masaki, no era el hijo al que había visto muerto en vida por no poder ayudar a otros; no había sido el hijo al que le contó su pasado. Había sido un hombre que sucumbiría ante su decisión de mandar todo a la mierda salvo sus deseos.
En ningún momento había dejado de pensar que era injusto lo que el destino había preparado para Ichigo, pero su hijo había recorrido ese camino por voluntad propia. Y, más allá de la sobrevivencia de los mundos o las órdenes de Central 46, sólo el palacio del rey espiritual podría haber mantenido a Ichigo con vida… con algo que se pareciera a ello. Por eso se puso de lado de Central 46 cuando Ichigo vivía, y cuando Ichigo murió.
Por más doloroso que hubiera sido, de nuevo había tomado la decisión que creyó mejor para su hijo.
Habían cruzado espadas cuando las palabras fueron tan hirientes como los filos de sus almas. Ichigo había dicho que prefería ser un experimento para el científico que le daba años de vida y se había marchado con aquel otro tras sus pasos. No había visto a su hijo desde entonces y hasta su juicio en Seiretei. También de eso culpaba a Urahara.
Dispuesto a usar su bankai, a pesar de las heridas en su cuerpo, no le importaba que toda la sangre en las heridas abiertas se convirtiera en fuego… o que éste se introdujera por sus venas, literalmente.
Con un cambio en el reiatsu de Isshin frente a él, se dio cuenta que el hombre había dejado de pensar, no sólo fríamente sino por completo. Aunque nunca hubiera visto el bankai del excapitán, el cambio en el flujo de ese reiatsu le dijo que justo eso se avecinaba.
Esta vez sería bankai contra bankai.
—Ban… gaw —se atragantó con una cálida tortura en su quijada que reconoció de inmediato.
—Te prohibí llamar a tu bankai —le dijo Kurosaki-kun con una radiante sonrisa de superioridad bien ganada y un brillo dulce en ambos ojos, en el blanco y en el negro—. Lo siento, Benihime, pero no tienes mucho tacto con Kisuke —explicó antes de cambiar su atención a Isshin—. En este momento no puedo lidiar contigo, viejo. Lo siento, pero retírate por el momento.
Ante sus ojos, la furia de Isshin se estaba transformando en la más pura confusión. No es que pudiera criticar al hombre por eso: Kurosaki-kun y Shirosaki-kun tenían ese… toque.
—Te buscaré después —siguió Kurosaki-kun hacia su padre—. No sé cuándo lo haga, pero yo te buscaré —y Kurosaki-kun volvió su atención a él—. Tú y yo tenemos que hablar —sentenció—. Shiro —siguió dando órdenes como si hubiera nacido para eso—, déjame solo para hablar con Kisuke.
—Como si sólo fueras a hablar, hermanito —rezongó Shiro retirándose para dejar el cuerpo de Kurosaki-kun sin las claras marcas de su ambivalencia.
El paso calmado del capitán Kuchiki rompió el silencio consiguiente llevándose a Isshin y al resto del público que aún permanecía en las inmediaciones y en diferentes grados de confusión. Eso le recordó que aún tenía la mano de Kurosaki-kun separando sus quijadas como si a ambos se les hubiera olvidado ese detalle. Peleó para ser libre de nuevo. Lo consiguió junto con una mirada de advertencia del rey.
—Hay juguetes especiales para eso, Ichigo —cantó irreverentemente—. Comento sólo por si no lo sabías —ofreció desenfadado.
La mirada que le dirigió, de nuevo, era una advertencia para que permaneciera con la boca cerrada. Sin pronunciar palabra, el rey lo llevó hasta aquella habitación donde tomaban té. Le ordenó sentarse frente a la mesa baja y lo dejó esperando mientras desaparecía en la cocina.
Mientras el rey parecía mantener una guerra personal con lo que había en esa pequeña cocina, él no pudo dejar de pensar y sobreanalizar cada uno de los detalles que pudieron, o no, llevarlo hasta esa mesa. Una y mil posibilidades.
Sólo en tres escapaba de ser el culpable…
Cuando Kurosaki-kun dejó las bebidas humeantes frente a ellos, tomó asiento a su lado. El tenerlo tan cerca después de una letanía de reclamos le sentó mal. No podía evitar sentirse culpable por la parte en la que todos esos reclamos eran ciertos. Injustos, pero ciertos.
Bebió un sorbo de té y tomó prestada una carta del hombre junto a él. Se lanzaría de cabeza al peligro.
—Lo siento —dijo nervioso como pocas veces—. No quise ocultártelo, pero no reaccionabas bien a saberlo cada vez que te lo dije —se defendió—. Y, yo… después sólo quise cambiar de estrategia, ¿ves? En vez de decírtelo todo, sólo me enfocaba en que tu mente no se rompiera más… en no sobresaturar tu mente con conocimientos dolorosos. No más de los que ya tenías con tus despertares. No es que lo haya ocultado a propósito.
Suspiró cansado no sólo por los últimos cuantos minutos fueran en su vida, sino por la estampa que daba el científico que sólo se ponía nervioso en contadas ocasiones.
—¿Qué otras cosas me estás "ahorrando" saber? —preguntó casi resignado.
—¿De qué tema? —devolvió como respuesta y con una sonrisa casi apologética coronando sus palabras.
Ahora suspiró frustrado y temiendo toda la información que no le era dada. Y ni siquiera comenzaba a saber de qué. Genial.
—No puedo decirte todo —se defendió el científico, probablemente por el fastidio en el suspiro—. Entre experiencias, comentarios de otros, secretos que descubro, teorías, pensamientos, comprensión de pensamientos, sensaciones… no puedo sólo poner en tu cerebro todo lo que hay en el mío. No puedes enojarte por ello —espetó casi desesperado.
—Me conoces extremadamente bien, Kisuke. Con tu inteligencia eres más que capaz de saber qué información me es relevante —soltó sin pensar.
—Eso es egoísta —soltó con un agudo indignado, mas no enojado—… y manipulador. Porque yo te dije lo que sucedía con tus hermanas, y al ver lo que causaba tomé la decisión de decirlo de nuevo cuando pudieras reaccionar diferente. No puedo filtrar lo que pasa por mi cabeza sólo dependiendo de lo que crea tú quieres o no saber. También tengo derecho a tomar mis propias decisiones y tratar de protegerte. Al menos confía en mí para para saber que no busco hacerte daño.
—¿Cómo puedes pedirme que confíe en ti cuando tú no confías en mí? —devolvió sin sentirse victorioso ni al ver el gesto de sorpresa en el rostro del otro.
Después de la sorpresa, lo que notó en su gesto fue una cierta vergüenza al ser descubierto aquello en voz alta. Kisuke miró al piso, evitando su mirada, y parecía que quería responder aquello. No le dio tiempo.
—Eres injusto —dijo antes que Kisuke pudiera hablar de nuevo—. No sabes en cuantas vidas me has tomado o en cuantas yo a ti. En cuantas te he perdido y en cuantas te he encontrado; en cuantas tú me has encontrado a mí —siguió mientras se acercaba hasta acariciar su quijada con el dorso de la mano—. Pero en cada una eres mi constante, lo único que no cambia en esencia. Incluso perdido entre realidades, algo en mí sabe que eres mi piedra angular. ¿Por qué, Kisuke? Como amigo, como tutor o como amante eres el que siempre me ayuda; el que nunca me traiciona —terminó con un susurro—. Aunque no confías en mí, y aunque no me dejas estar cerca de ti por completo, te he conocido en tantas vidas diferentes que no puedo no confiar en ti; sólo pido lo mismo. Confía en mí más allá del como confiarías en un arma de destrucción masiva —pidió.
Kisuke lo miró entonces con una mezcla de sorpresa y confusión.
—Estas diciendo que, en todas las posibilidades, en todas las vidas que has vivido, ¿nunca cabe la posibilidad de que te traicione? —preguntó casi sorprendido.
Y él se fastidió así de rápido. Después de todo lo que le había dicho… ¿eso era lo que se le había quedado en la cabeza? ¿Eso había sacado de la conversación?
—No —gruñó su respuesta, sin embargo—. Aunque en algunas de ellas ha parecido como tal, siempre termino sabiendo que no lo hiciste.
—Eso es interesante —respondió distraídamente.
La verdad era que no podía estar completamente seguro ni siquiera de él mismo. Pero, si Kurosaki-kun decía que no lo había traicionado, entonces… entonces tenía una segunda constante que poder rastrear en las ecuaciones. Porque dos constantes podrían ser la respuesta cuando una no lo había sido.
¿Por qué?
Porque si todo cambiaba a partir de la batalla con Yhwach y no antes; pero ese todo no se refería a la constante que era él, la definición del flujo de las acciones y las posibilidades no era tan errática y caótica como habían parecido ser desde el principio. Comenzaba a haber cuándos y porqués. Y los cambios podrían no ser cambios en absoluto, sino reacciones diferentes a mismos estímulos. Pero ¿qué haría que él no cambiara fundamentalmente? Porque, dioses, ni siquiera él se consideraba una persona que se guiara por un código de honor como el de, dijeran, Byakuya. Él se había considerado a sí mismo, desde el principio, un ser móvil y no inamovible; uno que se adaptaba a su alrededor, en vez de adaptar su alrededor a él. Y, su lealtad como tal, no era para Kurosaki-kun sólo porque Kurosaki-kun fuera Kurosaki-kun; sino por lo que era Kurosaki-kun. Y no se refería a ser el rey espiritual. Era al muchacho que había logrado conocer y no al que había entrenado y tratado de guiar o proteger. Tal vez, lo que lo convertía a él en una constante, no era su lealtad sino… el cuándo se había enamorado del chico.
¿Cuándo se había enamorado?
Después de la batalla con Aizen. Se había enamorado de él cuando lo vio crecido y maduro; cuando lo sintió más un hombre que un adolescente. No sólo el haberlos rescatado a todos, o haberlo rescatado a él del exilio y de la culpa. Se había enamorado de él por cómo había hablado de un enemigo, por cómo había comprendido a ese ser que había usado su soledad como justificación para hacer daño a tantos; por haber sentido que ese joven podría entenderlo a él también, a pesar de la misma soledad que él usaba como justificación para alejarlos a todos.
Tal vez esa era la respuesta a la constante que era él. Siendo los Shinigami un aspecto de la muerte; siendo estos más bien estáticos en pensamientos, en formas y en sentimientos… sus sentimientos habían permanecido inamovibles por el joven incluso doscientos años después; y a pesar de las acciones a su alrededor. Y, si no lo había traicionado fuera en aquellas vidas en las que Kurosaki-kun había tomado esposas, en las que había tomado otros amantes o a él mismo, sólo podía adjudicárselo a él mismo nunca haber dejado de amar al joven, ¿no?
Su línea de pensamiento se vio interrumpida cuando Kurosaki-kun literalmente se le aventó hasta dejarlo con la espalda pegada al piso y sus labios cubriéndole los suyos.
Devolvió el beso, confundido por las acciones ajenas, y se separó del hombre para buscar espacio… o que sus adrenales dejaran de doler.
—¿Así que has estado enamorado de mí todo este tiempo? —preguntó Kurosaki-kun con un tono que sólo podía ser definido como un ronroneo.
Frunció el ceño y agitó la cabeza como si tratara de quitarse niebla de los pensamientos. Y, si hubiera podido, se hubiera alejado un poco de Kurosaki-kun mientras intentaba entender de dónde salía la pregunta del hombre.
—¿Qué dices? —preguntó para darse más tiempo a llegar a la respuesta de algo sin sentido—. ¿De dónde sacas esa ridícula idea? —preguntó como si al hombre le hubieran salido dos cabezas extra, coronando el tono con su risa entrenada.
Kurosaki-kun sonrió ampliamente.
—Me lo acabas de decir —respondió el joven.
Se quedó con la boca abierta y el ceño fruncido. Intentó recordar la conversación hasta antes de quedarse encerrado en sus pensamientos y, entonces, se congeló en el sitio.
—¿Pensé en voz alta? —soltó aterrado mirando los ojos café del hombre aún sobre él.
A toda respuesta Kurosaki-kun asintió en silencio. Y él sintió su cara arder en un rojo imposible.
E intentó huir.
Pero el abrazo del joven lo mantuvo en su sitio, su cuerpo presionando el de él contra el suelo de madera. Y lo besó de nuevo. Su lengua de inmediato atacando el interior de su boca y las manos, que lo había sujetado en su huida, acariciando y buscando piel.
—¿Qué haces? —lo apartó con un golpe de su siempre confiable abanico—. Tengo trabajo que hacer —dijo mientras escapaba de labios, manos y cuerpo ajeno—. Si hay una constante más después de la batalla contra Yhwach, aunque sea una en todas las vidas que vives, pero de alguien diferente a ti, entonces puedo resolverlo todo. Yhwach no está controlando el futuro; aunque lo pudiera ver. No es él quien… —se interrumpió cuando sintió la mordida de Kurosaki-kun en la piel de su cuello.
Entre alejarse de él, cubrirse la piel atacada y sorprenderse, apenas pudo abrir la boca sin decir palabra. Kurosaki-kun gateó de vuelta a sus labios y usó sus manos, esta vez acariciándole el interior de los muslos, casi como si pidiera permiso para seguir adelante.
Y casi le dice que sí.
Casi.
—No —dijo impresionado por la decisión que sonó en su negativa—. Kurosaki-kun, tengo que trabajar.
—Me encanta cuando te haces el difícil —le susurró en el oído antes de morderle el lóbulo derecho.
Un escalofrío de placer lo recorrió completo y calló los sonidos de su garganta. Alejó a Kurosaki-kun de su cuerpo y cubrió los labios del hombre con su mano cuando éste se acercaba a besarle algo de nuevo. Sintió el temblor en su propia mano cuando la lengua del hombre le acarició la palma.
—Dame cinco minutos —dijo suavemente, tratando de recuperarse de la respiración agitada y de la anticipación en sus entrañas—. Te alcanzo en la habitación —dijo con su mejor tono seductor.
Kurosaki-kun se rio en cambio.
—Entonces te vas a concentrar en tus ideas y notas y me vas a dejar esperando mientras a ti se te va el tiempo en el interior de tu cabeza y te olvidas de mí. Ya lo he vivido —siguió ufanamente—; conozco todas tus facetas de amante, Kisuke —dijo bajando el tono a uno seductor.
Y, dioses, si no estaba funcionando.
—Entonces no necesitamos hacer esto —espetó tratando de no sonar… afectado por el tono, sino ofendido. Se conformaba con un tono plano—. Ya lo sabes todo.
Pero Kurosaki-kun alcanzó sus labios de nuevo, y de nuevo no pudo resistirse. Aceptó aquellos labios que le insistían a distraerse y se distrajo; hasta que una vocecilla femenina lo regresó a la realidad. Gracias, Benihime; le dijo a su alma en un pensamiento mientras alejaba de nuevo al hombre. Esta vez, Kurosaki-kun no luchó para mantenerse allí.
Y la sonrisa pegada a la cara del rey de cabello naranja le hizo desear que no se separara de su cuerpo, cerró los ojos para evitar verle ese gesto casi vanidoso pegado a esa cara varonil.
—Kisuke celoso es una visión que pocas veces he podido ver, y una que vale la pena vivir cada vez.
—Kurosaki-kun —advirtió—, estás tentando a tu suerte —y ésta vez supo que había sonado tan severo como quería sonar, casi molesto.
Y, con eso, lo logró al fin.
—Está bien, está bien —Kurosaki-kun se alejó de su piel, con las manos en el aire mostrando un ademán de derrota, y volteando la cara a otro punto de la habitación. Respiró aliviado mientras aún sentía la necesidad de encerrarse en su laboratorio hasta olvidar lo que había salido de su boca. Y esas décadas de exilio autoimpuesto en su laboratorio, también, servirían para arreglar lo que estaba mal con el rey. Todos ganaban—. Puedes hacer lo que haces y seguir pensando… yo sólo voy a hacer otra cosa —terminó el rey.
Se relajó entonces y sacó un cuaderno de notas y garabatos, feliz de tener uno de esos en cada habitación… porque uno no sabía cuándo iba a necesitar escribir algo.
Se acomodó frente a la mesa baja que contenía el té olvidado y golpeteó la página del cuaderno abierto con el bolígrafo que lo acompañaba. Dio un sorbo del té frío para darse un segundo a organizar sus pensamientos y entonces comenzó a escribir las fórmulas que había desarrollado a base de tanto tiempo de darle vueltas a los problemas del rey.
Hacía mucho tiempo que sus pensamientos los escribía en forma de ecuaciones y no de frases, tanto que sus notas e investigaciones estaban herméticamente protegidas. Incluso a Mayuri-san le costaría un par de siglos comenzar a comprender cómo traducirlas.
Se mordió los labios para asegurarse que no estuviera pensando en voz alta de nuevo y se lamió los labios una vez antes de regresar los dientes a su labio inferior para cerrarse la boca.
Suspiró una vez antes de terminar la siguiente ecuación y cerró los ojos por un segundo. Cuando gimió bajo se atrevió a devolver la atención al mundo que lo rodeaba y se encontró con las manos de Kurosaki-kun entrando por sus pantalones y acariciando su miembro.
—¡¿Qué estás haciendo?! —gruñó apenas controlándose para no alejar las manos de Kurosaki-kun con un golpe.
Aprovechó que Kisuke se hubiera movido de su posición resguardada para sacar su erección de la tela verde que lo vestía y lamer la punta en una caricia más provocadora que tentativa.
—Estoy haciendo lo mío; tú continúa con lo tuyo —dijo sin subir la mirada de su premio, pero desatando el pantalón del samue para darle completo acceso al miembro que quería saborear.
Lo que Kisuke estuviera diciendo se convirtió en un gemido en forma cuando lo tomó completo en su boca. Él mismo gimió por el sabor que había extrañado de su amante y se engalanó con las caricias que su lengua prodigaba a la longitud ajena. Se alejó de la erección de Kisuke sólo para soplar un poco de aire sobre el glande y sonrió para sus adentros cuando la espalda de su amante se encorvó hacia atrás para darle mayor acceso. Lo tomó con una mano para sostenerlo mientras besaba la longitud hasta los testículos y allí volvió a lamer. Se llevó uno a la boca teniendo el cuidado suficiente para no terminar tan pronto mientras acariciaba desde el vientre hasta la ingle con la mano libre. Tomó el otro testículo en la boca mientras provocaba de nuevo el glande entre las yemas de sus dedos.
—Ichigo —llamó la voz desesperada de Kisuke.
Y, obedeciendo la orden tácita de seguir adelante, incitó la piel tras los testículos de Kisuke y se llevó el miembro del hombre hasta la garganta. Las manos de Kisuke lo recompensaron con un fuerte masaje entre el cabello que terminó empujándolo hasta que su nariz quedó enterrada entre el vello púbico de su amante.
Se alejó del miembro de Kisuke con la suficiente fuerza para vencer la del hombre y se pasó la lengua por los labios mientras lo veía con severidad.
—Creí que estabas en lo tuyo —dijo con fingida indignación.
El gesto de fastidio en Kisuke valía la pena, vaya que la valía.
—Haces que concentrarme sea imposible.
Entonces le sonrió.
—Ese cumplido merece una recompensa —dijo con un toque de travesura.
Y volvió a lo suyo. Con el miembro de Kisuke hasta su garganta, subió y bajó por su longitud usando la lengua para provocar la hendidura. Rozó con los dientes la base del miembro mientras su amante lanzaba un coro de gemidos que le hacía pensar se sentía en el cielo y presionó más fuerte el perineo del hombre. Con un movimiento de cadera, Kisuke terminó en su boca.
Tragó la cálida liberación del hombre y succionó el resto como si estuviera desesperado por el sabor de su amante. Limpió el miembro flácido con la lengua mientras le acariciaba la cintura y la cadera y, cuando terminó de limpiarlo, besó el vello púbico sobre la base hasta que la respiración de Kisuke se tranquilizó.
Kisuke lo tomó por el cabello suavemente y sólo para llevarlo hasta sus labios. Su lengua jugó en el interior de su boca, como si buscara conocer su propio sabor, y los brazos del hombre lo sostuvieron en un abrazo que era más para sujetarse que para sujetarlo a él.
—No quiero preguntar dónde aprendiste eso.
No pudo evitar sonreírle de nuevo. No con travesura, no con vanidad, sino con el más puro placer de conseguir ese tono saciado en la voz de un Urahara Kisuke que estaba enamorado de él.
—Tú me lo enseñaste —respondió sencillamente.
—No sé si estar contento o triste por no haberlo hecho en esta vida —suspiró el rubio.
—Siempre estoy dispuesto a jugar el rol de estudiante para ti, sensei —lo provocó antes de besarlo.
Kisuke gimió en el beso y atacó la yukata sobre su cuerpo. Él se hizo para atrás y sólo para verlo con una ceja arqueada.
—Te recuerdo que estabas ocupado —espetó con incredulidad.
—Ya me distrajiste —rezongó el hombre ocupado con la ropa—, bien podemos terminar esto antes de que olvide por completo como rescatarte de tu tortura.
Se dejó guiar hasta el tener la espalda en el piso y un segundo después tuvo a Kisuke sobre su cadera; mirándolo fijamente desde arriba. Desesperó por su siguiente movimiento.
—Es mi turno para aprender a volverte… desenfrenado —le dijo Kisuke con una sonrisa de depredador rompiendo en su rostro.
—Me parece que lo has hecho varias veces —provocó.
—Oh, a mí me parece que no —dijo moviéndose lentamente sobre él—. Yo no he tenido tanto tiempo con tu cuerpo para aseverar lo que tú. Tengo que aprovechar.
Y, con eso dicho, Kisuke se dedicó a cumplir su palabra.
Cuando estuvo satisfecho con las reacciones que consiguió en el cuerpo bajo sus atenciones, se dejó caer a un lado de ese hombre que lo sacaba de los pensamientos más… castos que pudiera alguna vez conjurar. Sintió a Kurosaki-kun acercar y mover sus cuerpos hasta acomodarlos en un abrazo y se dejó llevar por esa calidez a su espalda.
—Desde el principio… fuiste tú quién detuvo la lluvia que caía. Kisuke, desde hace muchas vidas, yo también te amo —susurró Kurosaki-kun pegando los labios a su nuca.
Apretó el brazo que le rodeaba el cuerpo y por primera vez se sintió impelido a devolver lo que el otro le daba.
Cuando iba a responder, se encontró sin poder devolver la conversación de cama. Kurosaki-kun le había dado a él más de lo que podía haber sabido necesitaba. En ese momento, y no sólo por las palabras sino porque sentía aquello como la culminación de un largo viaje, se sentía seguro. Pero no en la acepción de protegido, sino en la acepción de no tener dudas. Había pasado un par de siglos usando un cuidado excesivo sobre el tema que era Ichigo Kurosaki como Rey Espiritual para no usarlo como un experimento; para no restarle la humanidad que quería preservar en él. Había temido perder de vista ese factor mientras reducía todo a ecuaciones para resolver un problema, había temido traicionar a Kurosaki-kun y a él mismo por perderse en sus investigaciones.
Y algo de lo que Ichigo le había dado era la seguridad de que, en todas las vidas que el rey había vivido, en ninguna lo había hecho una vez más. Eso reducía sus miedos a fallarle —de nuevo— al hombre que ya había usado como arma y peón en maquinaciones pasadas. Se sentía como si un gran peso hubiera abandonado sus hombros; se sentía… aliviado.
Era eso entonces. Se sentía aliviado de no ser una persona tan mala como su propia mente le había convencido podía llegar a ser. Y, además, se sentía por primera vez como si hubiera encontrado al fin su lugar en el esquema de las cosas.
Esa sensación extraña y resbaladiza iba más allá de la paz mental o de la calma. Se resistía a llamarlo "amor" porque desconocía si así se sentía tal sentimiento y no tenía forma de comparar lo que sentía con lo que otros sentían cuando llamaban "amor" al sentimiento. Pero, si debiera definirlo, no encontraba otra palabra tan confusa como aquello que sentía.
Quería devolver sus palabras con tantas frases: "Eres mi paz y mi confusión", "Eres la constante en la variable que soy", "Alivias mis inseguridades"… y docenas más. Pero ninguna parecía decir con exactitud lo que Kurosaki Ichigo significaba para él.
Al final, y sin poder poner voz a algún pensamiento concreto, se limitó a mantener ese cuerpo en contacto con su piel.
