Shaina miraba la lápida que estaba escrito el nombre de su amiga, de la infancia hasta una parte de su adolescencia. La extrañaba y aún estaba dolida; odiaba a Nadae, sus pensamientos solo eran de venganza.
Se secó las lágrimas, ya habría otro momento para llorar, ahora necesitaba su armadura de Ofiuco. Lista o no, iría a Larisa en ese mismo instante; por Beth y por su maestra, Sabik.
Nuevamente estaba frente al muro que se le negó la otra vez, llena de una ira controlada; se hizo un corte en la palma y tocó el muro.
Nuevamente a sus pies apareció la vara con las serpientes entrelazadas, se quitó la máscara vieja que tenia y elevó su cosmos. Usando la rabia y la ira, logró levantar la vara. Sintiendo el peso, apretó los dientes; ahora le tocaba el momento más desafiante.
Ardió su cosmos, su aura plateada se tornó morada, pensó en su amiga muerta y explotó su cosmos, sujetó la vara y la lanzó contra el muro; no pasó nada.
Respiró hondamente, retrocedió unos pasos y nuevamente subió su cosmos, un cosmos lleno de rabia y lanzó la vara como una jabalina, dirigiendo con su energía; atravesó el muro.
Vio como se formaba unas grietas y se desmoronó. Shaina se acercó hasta la abertura y por primera vez, la armadura de Ofiuco la miraba.
Apretó los puños y se quitó la armadura vieja que tenia, quedándose con unos leggins verdes y bañador beige. El aire agitaba su cabellera verde, la armadura de Ofiuco se vio rodeada de un aura morada y se alzó ante su vista.
— Soy digna de ti, siempre lo he sido— susurró— Soy Shaina de Ofiuco, Santo de Plata al servicio de Athena.
Y se desmontó la armadura y se fue al cuerpo de Shaina: Dos hombreras alargadas con la punta mirando hacia abajo, un protector para su pecho, guanteletes hasta el codo, rodilleras y una diadema con un figura de una serpiente; todo completamente morado. Un fajín amarillo se ató a su cintura y se colocó la máscara que venia con la armadura, dicha máscara tenía dos formas circulares alrededor de los ojos en puntas, negros.
El cuerpo de Shaina se vio rodeado de un aura morada.
— Soy Ofiuco— repitió.
Shaina veía la cabaña donde pasó la mayor parte de su pubertad e ingresó, encontrándose con su maestra Sabik en silla de ruedas, donde dos guardias estaban ayudándola a cerrar maletas. Sabik vio a Shaina, con la armadura de Ofiuco.
— Felicitaciones.
— Gracias— agradeció Shaina y se acercó a ella— ¿No hay posibilidades…
— No, los médicos me han dicho que no podré caminar en lo que me queda de vida— exclamó Sabik. Cuando notó que los guardias terminaron de cerrar las maletas, se dirigió a ellos— Denme un momento a solas por favor— y los guardias se retiraron— Siento mucho si te herí alguna vez.
— No pasa nada, me sirvió para llevarme la armadura—exclamó Shaina y se quitó la máscara. Sabik respiró hondamente.
— No puedo proteger a Athena estando así; he tenido que renunciar. Se lo he dicho al Patriarca— exclamó Sabik con pesar mientras se retiraba la máscara, Shaina pudo ver la tristeza de su maestra y se sentó en un taburete.
— ¿Qué harás?
—Iré a Patras; ahí tengo a una tía segunda. Me comuniqué con ella y me estará esperando en el aeropuerto cuando llegue.
Shaina asintió mientras sentía un nudo en la garganta; en menos de un día, perdía a dos personas que más quería: su mejor amiga Beth y a su maestra.
— Te echaré de menos, Sabik— exclamó Shaina colocándose de rodillas para abrazarla. Sabik la abrazó.
— Yo también, Shaina. A mi me hubiera gustado emprender misiones juntas, no como maestra y aprendiz. Si no, como compañeras de armas.— dijo Sabik, Shaina se separó de ella y regresó a su taburete— Yo siempre te he visto entrenar, Shaina.
— Lo recuerdo. Cuando era pequeña, siempre te he visto que me observabas de lejos.
— ¿Y sabes por que?— preguntó Sabik colocando sus manos en su regazo y Shaina negó con la cabeza— Eso viene mucho antes que llegaras aquí, Shaina. Todo comienza cuando el Patriarca me encomienda a mi y a una compañera; yo sólo era dos años mayor de la edad que tienes cuando fui a Italia; el lugar donde estarías y fuimos a recogerte— Sabik hizo una breve pausa y reanudó su relato— Cuando llegamos, tres tipos se escapaban tras asesinar a una familia, vimos que uno de ellos te llevaba; no contábamos con eso, nuestra intención era hablar y llegar a un acuerdo con tu familia, que fue asesinada ante nuestros ojos. Así que le perseguimos, y mientras ocurría eso, sentí tu cosmos emanar de tu pequeño cuerpo: estabas asustada y sin querer, tú detuviste el auto que escapaban y los alcanzamos.
Fueron noqueados y yo te cargué; sólo tenías un año de nacida; te calmé y me encariñé contigo; te tuve sólo por un año y luego te entregué al centro de entrenamiento, donde pasaste la mayor parte de tu vida y donde observaba tus entrenamientos.
Sabik se calló y nadie habló, Shaina se puso de pie.
— Gracias por todo, maestra— exclamó la flamante santo de plata de Ofiuco y le abrazó por última vez.
— Sé una buena santo de Athena, Shaina. Defiende los ideales de nuestra Diosa y a la humanidad— exclamó Sabik. Entonces, Shaina asintió
—Lo haré.
Shaina quería hablar con el Patriarca Arles; quería venganza y sabia que eso no estaba permitido; usar la armadura para fines personales y esto era personal. Esperaba que los traidores aún no hayan sido capturados, ya que podía usar eso como excusa. Quería hacerlos pagar, en especial, a Nadae de Vela.
Empujó la puerta del Templo Patriarcal, donde una larga alfombra roja señalaba el camino hacia la tarima donde se hallaba sentado el Patriarca, había columnas en ambos lados y un sillón dorado delante de ella.
No estaba sola, ahí estaba sentado el Patriarca Arles y un caballero dorado: hombreras con una púa, casco con una larga cola de escorpión que caía en la espalda del caballero y una capa blanca, él estaba hincado con una rodilla en el suelo y no se giró para ver a la recién llegada. Shaina, con una capa de viaje ocultando su armadura, se hincó de rodilla al suelo.
— ¿Necesitas algo, Santo de Ofiuco?— preguntó el Patriarca Arles, ocultando su sorpresa, Shaina alzó la mirada.
— Deseo terminar la misión de mi maestra. Ella no pudo vencer a los traidores; por favor, Su Excelencia, denme la oportunidad de capturarles.
El Patriarca Arles, cuyo rostro estaba oculto tras la máscara azul, meditó la petición de la Ofiuco, el caballero dorado miró por el rabillo del ojo a la recién llegada.
— Justo estaba encomendando la misión de exterminar a los traidores y recuperar lo robado por ellos; al Caballero Dorado de Escorpio.
El caballero dorado vio por el rabillo del ojo a Shaina y no hizo ningún gesto en cambio Shaina apretó los dientes.
— Déjenme terminar lo que empezó mi maestra, no le defraudaré, Su Excelencia— rogó Shaina, alzando la vista. Arles se quedó en silencio por unos minutos.
—Está bien, Caballero de Ofiuco. Termina lo que no pudo terminar tu maestra y me traes de vuelta el escudo de Athena. No me falles, Ofiuco.
— No le fallaré, Su Excelencia— dijo Shaina.
— Te puedes retirar— exclamó el Patriarca Arles.
Shaina se puso de pie y se retiró a pasos agigantados, el caballero de Escorpio alzó su vista.
— A ti te daré otra tarea, Escorpio. Vigílala y si falla en su misión, tú la terminas.
— Lo haré, Su Excelencia— dijo el caballero dorado.
— Y te puedes retirar.
Le costó bastante tiempo pero lo logró. Shaina estaba encaramada en un árbol, sentada en una gruesa rama y con el cosmos oculto. Le había seguido el rastro de Nadae, que la llevó hasta un bosque denso. Los traidores estaban sentados, el escudo de Athena, dorado, estaba en el césped, echado. Shaina se crujió los nudillos mientras sentía como la sangre le hervía y saltó al césped con gran agilidad.
Wecks y sus compañeros se pusieron de pie de manera rápida.
— ¿Esa no es la mocosa del otro día?— se preguntó Brutus.
— Veo que te conseguiste una armadura, Shaina— dijo Nadae con tono desdeñoso, Shaina no dijo nada, su vista se paseó en los presentes.
— Mátenla— ordenó Wecks.
Jair de Dorado y Nick de Compás se lanzaron contra la santo de plata, Shaina elevó su cosmos, rodeándose de un aura morada y corrió con las manos extendidas.
— ¡Garra Trueno!— gritó su ataque más mortifero hacia Jair de Dorado, quien esquivó pero Nick recibió el ataque, hiriéndolo en el pecho. Shaina se giró rápidamente y le sujetó del cuello. Nick se movía con fuerza y Shaina le crujió la espalda.
Nick cayó al piso mientras Jair daba un gran salto con el talón apuntando la espalda de la joven de Ofiuco. Shaina no se giró pero provocó una onda con su cosmos, botando lejos a Jair. Nick se arrastraba con la espalda rota, Shaina le agarró del pelo y lo lanzó lejos, se giró y ve como Jair de Dorado corría.
Shaina flexionó las rodillas y se lanzó en una rápida carrera, usando el cosmos para aumentar su velocidad y extendió los dedos cuyas uñas filosas le cortó el cuello de Jair, cayendo sangrante al piso.
Wecks se mostró sorprendido y Brutus dio un paso adelante, dispuesto a atacar a Shaina. Ella se giró y movió la mano, como invitando a pelear. Brutus se enfureció y se lanzó contra ella con el puño en alto.
— ¡Doble Cruz!
— ¡Furia Relámpago!— gritó Shaina y Brutus recibió todo el ataque, sin poder evadirlo ni rechazarlo, cayendo al piso con el cuerpo humeante y agonizante.
Nadae se enfureció al ver a su maestro morir y apretó los puños de la pura rabia, Wecks puso un pie adelante.
— Nada mal, eres muy fuerte.
— Soy una santo de plata, Pez Volador— exclamó Shaina, entonces Wecks alzó ambas manos y creó una esfera azulada y lo lanzó contra ella. La santo de Ofiuco aguardó hasta colocarse a su altura y lo rechazó con un golpe de su mano.
Shaina de Ofiuco ardió su cosmos y se lanzó en una carrera al igual que Wecks. Extendió su brazo derecho y Wecks el puño.
El choque del cosmos fue muy luminoso y agitó las hojas de los árboles, Nadae se cubrió los ojos para protegerse de la luz cegadora. Volvió su vista al campo de batalla donde vio el cuerpo de Wecks de rodillas y cayó al suelo, de un golpe sordo.
Shaina miró a Nadae.
— Es tu turno—exclamó agriamente mientras se llevaba el pulgar y el índice a la barbilla de su máscara, dispuesta a retirarse pero luego decidió no hacerlo, una corazonada le decía que no lo hiciera.
Bajó los brazos, quedándose en su sitio, colocándose en posición de ataque. Nadae corrió hacia ella con los puños en altos, entonces Shaina esquivó uno y le propina un golpe en la rodilla en el abdomen y extiende sus dedos.
— ¡Garra trueno!— grita Shaina y Nadae sale disparada. Antes que caiga al suelo, Shaina se eleva y le golpea en la espalda.
Rodó en el suelo y a duras penas se puso de pie, Nadae alzó la vista y ve a Shaina descendiendo hacia ella con el tacón apuntándole en la cara.
El golpe fue doloroso, Nadae cayó de espaldas y se puso de pie nuevamente. Shaina cayó con las rodillas flexionadas y sin darse un respiro, se giró sobre sus talones y la atacó con golpes certeros a la santo de Vela.
Y un gran golpe de cosmos, lanzó a Nadae a unos metros, con la máscara hecha añicos y con las hombreras destrozadas. Shaina se acercó lentamente hacia su rival, que gimoteaba en el suelo y se colocó a su altura, con la mano en alto; dispuesta a rematarla.
— Por favor…piedad— susurró Nadae.
—Con Beth no tuviste piedad—exclamó Shaina y observó los ojos marrones de Nadae: miedo. Shaina apretó los dientes; no la iba a matar a sangre fría; algo la diferenciaba de ella.
— Llévate el escudo…—gimoteó Nadae, con un hilillo de sangre corriéndole en los labios y con un ojo morado.
— Me llevaré el escudo de Athena mientras tú, te vas de aquí y más te vale no volverte a ver. Si te vuelvo a ver, no te perdonaré la vida—ordenó Shaina
Nadae se puso de pie con dificultad, tambaleante le dio la espalda y corrió hacia el bosque.
La santo de Ofiuco respiró hondamente, desde hace muchos minutos sentía una presencia de lo cual nunca le hizo caso, esa presencia empezó a ser mas notoria cuando se acercaba al escudo de Athena. Lo recogió y se dio la vuelta, encontrándose con un caballero dorado: cabello azul largo, hombreras con púas, la adolescente reconoció al caballero dorado que estaba con el Patriarca.
— ¿Te ha mandado a vigilarme?— se aventuró a decir Shaina y se giró para verlo cara a cara, el caballero de escorpión se detuvo, con los brazos cruzados y la capa blanca ondeando.
— Algo así— dijo el caballero de Escorpio. Shaina se quedó observándolo, era el primer santo de oro que conocía personalmente, había escuchado hablar de ellos.
— Supongo que eres uno de los caballeros de oro— exclamó Shaina y siguió de largo, el santo de Escorpión la siguió.
— De la Octava Casa del Zodiaco, Escorpión.
— ¿Vas a seguirme?— preguntó Shaina deteniéndose bruscamente, el santo de oro sonrió con los labios.
— Su Excelencia me ordenó vigilarte.
— No me llevaré el escudo de Athena.
— Entonces dámelo a mí.
— No, lo llevaré yo misma— exclamó Shaina y reanudó su camino. Milo solo sonrió, sin moverse y con los brazos en jarra.
— Por cierto, has luchado bien. Digna santo de plata— acotó el caballero dorado, alzando la voz; Shaina se detuvo, giró levemente su cabeza pero no dijo nada, volvió a reanudar su camino.
El Patriarca Arles caminó hacia la tarima y se sentó nuevamente en su sillón, al frente de él, estaba Shaina con el escudo de Athena bajo el brazo, sonrió con satisfacción.
— Muy buen trabajo, santo de Ofiuco. Nada mal para tu primera misión.
— Estoy siempre a sus órdenes, Su Excelencia— exclamó Shaina, el ayudante del Patriarca recogió el escudo, la chica alzó su mirada.
— Y no será la ultima ¿Puedo contar contigo para estas misiones "especiales"?
— Puede contar conmigo, Su Excelencia—dijo Shaina.
— Ahora retírese.
Shaina de Ofiuco se puso de pie y empezó a andar por el pasillo de alfombra roja, empujó las enormes puertas y salió al exterior, el aire alborotaba su cabellera verde, giró su cabeza y nuevamente vio al caballero dorado de Escorpio. Se miraron pero no se dijeron ninguna palabra, entonces Shaina reanudó su camino, empezando a bajar las enormes escalinatas del Santuario. El caballero de Escorpio se cruzó de brazos, sin apartar sus ojos de la chica.
