Camus empujó la gran puerta del templo del Patriarca, y los tres avanzaron por el largo pasillo alfombrado, sin decir ni una palabra entre ellos.
Cuando llegaron al trono, hincaron una rodilla al suelo y en un par de minutos, el Patriarca apareció detrás del sillón, avanzó unos pasos hasta colocarse a la derecha del sillón ornamentado de oro, pero no se sentó.
—Informe—exclamó gravemente.
—El templo estaba siendo atacado por caballeros negros y un sujeto de gran tamaño que responde al nombre de Áyax—explicó Camus, con la vista fija al suelo y alzó la mirada—Escaparon dos pero los otros dos fueron eliminados. Áyax fue capturado y lo puse en un ataúd de hielo. El sacerdote está a salvo.
—¿Caballeros negros?—se preguntó el Patriarca—He escuchado algo sobre ello.
—¿Qué es lo que haremos?—preguntó nuevamente Camus.
—Por ahora nada. Su misión ha terminado—exclamó el Patriarca—Pueden retirarse menos tú, Acuario. Quédate.

Camus se quedó en su sitio, entonces Marin y Shaina se pusieron de pie, inclinaron la cabeza respetuosamente y se retiraron del salón. El Patriarca esperó que las santos abandonasen el lugar y así poder hablar con Camus sin ningún problema.
—¿Desea algo más, Su Excelencia?
—He recibido reportes de un grupo disidente, un grupo de traidores que usan armaduras sacrílegas de color negro, parecidas a las nuestras. Quiero que averigües sobre esto con Escorpio. Cuando halles su escondite, mátalos a todos.

Camus alzó la vista, sin ningún tipo de expresión en el rostro.
—¿Matarlos, Su Excelencia? ¿No deberíamos capturar a uno para su interrogatorio?
—No. El objetivo de ellos es destruir a Athena y al Santuario. Acaba con ellos antes que sea un verdadero problema—exclamó el Patriarca dando un paso adelante—O tal vez tienes un problema con ello, entonces te reemplazaré con Capricornio, él nunca hace preguntas.
—No será necesario, Su Excelencia. Informaré a Escorpio y partiremos.
Camus se puso de pie, giró sobre sus talones provocando un susurro de su capa blanca, el Patriarca se dio la vuelta, ingresando detrás del velo.


Isla Rodas

Ofiuco Negro saltó hacia el mar celeste, empujando el bote hacia arena blanca de la isla griega. Estaba en un sector alejado del pueblo, a lo lejos se podía ver los arboles frondosos que los ocultaba de cualquier patrullaje.
Tambaleante, chapoteó hasta caer de rodillas en la arena, se quitó la máscara y jadeó con dificultad. Su cosmos le hizo nota que se acercaban un pequeño grupo de caballeros Negros, entonces, sin levantar la cabeza, se colocó la máscara.
Lagarto Negro, Águila Negro, Auriga Negro, Cerbero y Sagita Negro rodearon a Ofiuco, mirándola de forma expectante. La mujer con la armadura de Águila Negra le extendió una mano a la Ofiuco Negro.
—Siento tu agitación ¿Tan mal te fue?
—¿Qué es lo que ha pasado?—preguntó Lagarto Negro cuando Ofiuco se puso de pie y avanzó por la arena, seguida por su pequeño grupo de caballeros Negros.
—¿Por qué estás aquí y no en la Isla de la Reina Muerte?—preguntó Auriga frunciendo el ceño—Estas arriesgando tu tapadera. Libra Negro piensa que eres uno de ellos.
—Era demasiado riesgoso regresar con el líder de la Orden Negra—exclamó Ofiuco—Estuve en Cnosos, buscando la hidria pero no lo encontramos pero tres santos de Athena nos atacaron. Tuve que escapar junto con Unicornio Negro al que maté después. Regresé porque no quiero lidiar con el líder, ahora es nuestro turno de atacar al Santuario, ya que ahí se encuentra la hidria. Yo sola no puedo y quiero contar con ustedes.
—De acuerdo—exclamó Cerbero y el resto de los caballeros negros secundaron a favor.

Ofiuco reanudó su camino hacia el bosque, seguido por su séquito de santos de armadura negra. Sabían muy bien que el líder de la Orden Negra no tardaría en enterarse de que en sus filas había un topo y enviaría a alguien a perseguirlo. Estarían listos para ello.


En alguna isla lejana, muy cerca de África. Un lugar de grandes dunas de arena pero con poca vegetación, sus cristalinas aguas bañaban las arenas de color crema. Muy cerca de la costa había un pequeño templo de color blanco, de columnas corintias que adornaban la entrada, ingresaba un caballero de armadura negra.
Avanzó por el largo pasillo de ladrillos hasta llegar a un salón, donde había una mesa de roble, donde se hallaban sentados los caballeros negros que representaban a los signos del zodiaco, a la cabeza estaba sentado el líder de ellos, el líder de la Orden Negra, Libra Negro.
El hombre de piel cetrina juntó los dedos cuando el recién llegado ingresó pero no se sentó en su sitio. Aquel usaba una armadura que recordaba al santo dorado de Leo.
—Has tardado bastante, Leo Negro—exclamó Libra Negro sin mostrar ninguna emoción pero el cosmos le informaba que estaba irritado—¿Qué es lo que tienes que decir? Hace días debió haber regresado Ofiuco y Unicornio Negro.
—Pasé un día completo en la Isla Dia, donde supuestamente nos íbamos a reunir una vez que hubiesen robado la hidria sagrada. Nunca aparecieron, así que fui a la Isla de Creta, en Cnosos donde está el templo, donde encontré los cuerpos de nuestros camaradas: Hidra y Lobo pero no a Unicornio y Ofiuco.
—¿Dónde crees que han ido?—preguntó Aries Negro.
—No lo sé—exclamó Leo Negro—Pero no se han reportado ante mí.
—¿Crees que tengan la hidria?—preguntó Acuario Negro—¿Crees que han encontrado y han decidido huir con la sagrada hidria?
—Solo podemos especular—exclamó Libra Negra frunciendo los labios—Unicornio Negro siempre me ha mostrado lealtad pero Ofiuco casi iba por su cuenta. Esto es sospechoso y a ti, Leo Negro, te ordeno que la busques y la mates.
—¿Crees que esté confabulada con su grupo de traidores?—se aventuró Capricornio Negro.
—Es probable—exclamó Leo Negro—Recuerdo que su Excelencia los expulsó por asesinar a dos de los nuestros. Tal vez esté aliada con ellos. Lo averiguaré.
—Muy bien, Leo Negro. Cumple con tu tarea y serás recompensado.

Leo Negro asintió, luego respetuosamente, se giró sobre sus talones y abandonó el pequeño templo. Libra Negro se mantuvo en silencio al igual que sus subordinados. Su plan era tomar la hidria de plata y luego el santuario. El artefacto les daría el poder necesario para capturar al Patriarca y someter a la diosa Athena.


Montados en camellos, Milo y Camus avanzaban por las abrasoras dunas de Egipto, donde de acuerdo con el santo de Acuario, vivía alejado y retirado de sus labores, el antiguo santo de plata de Copa. Sabía que su larga experiencia como santo les proporcionaría información sobre los santos negros y de cómo hallarlos.
—¿Cuánto nos falta?—preguntó Milo con la cabeza cubierta de un velo blanco, dejando al descubierto sus ojos.
—Llegando a ese oasis—señaló Camus aun oasis donde estaba un gran lago rodeado de árboles. Era un lugar bastante grande, ya que también podían observar algunas casas de arcilla—Llegaremos a las afueras de Fayum donde está el viejo ex santo de Copa.
Milo exhaló fuerte, sintiendo la garganta seca y se preguntó si su amigo usaba el hielo para refrescarse.
—¿Puedes usar tu rayo aurora conmigo, amigo? Por favor.
Sonrió al decir su broma pero Camus se mantuvo en silencio, entonces Milo empezó a tararear una canción típica griega sin dejar de mirar a su compañero de armas.
—Molestarme no hará que te congele.
Milo resopló de cansancio, y en silencio llegaron a su destino, el lugar estaba concurrido y dejaron los camellos en un abrevadero mientras caminaban por la arena hacia a un

extremo alejado del oasis, casi en la espesura de las palmeras. Había una gran actividad pesquera en el lago, y en alrededores, había muchos mercadillos donde un gran número de ciudadanos caminaban de un lado a otro.

La cabaña de arcilla estaba casi oculta, había dos cabras pastando y un gato de pelaje gris maulló al ver a los santos dorados que llegaron a la puerta, el pequeño felino saltó a la ventana y desapareció. Camus tocó la puerta mientras se retiraban los velos del rostro.

La puerta se abrió, un anciano miró a los dos muchachos que tenía delante suyo.
—¿Quiénes son ustedes? No parecen ser de aquí.
—Imad de Copa, soy Camus de Acuario y este de aquí es mi compañero, Milo de Escorpio, santos de oro de la Orden de Athena.
Imad de Copa abrió los ojos de la sorpresa, aumentó su cosmos y sintió los de ellos, poderosos y ardientes, a diferencia de él. Su sorpresa pasó a la irritación.
—No estoy para recibir a emisarios del Patriarca. Estoy viejo y él lo sabe, no quiero regresar al Santuario, estoy retirado.
Movió la mano para cerrar la puerta pero Camus apoyó su brazo, bloqueando.
—Por favor, Imad de Copa.
—Ya no soy el santo de Copa. Esa armadura ya no tiene dueño.
—Bueno, ex santo de Copa, solo hemos venido para que pueda ayudarnos con algo. Nos dijeron que usted tenia la respuesta que estamos buscando.
—¿Qué están buscando?
—Saber la ubicación de los santos negros—exclamó Milo y el Imad movió la mano, instándolo a callarse.
—No menciones eso en voz alta—exclamó alarmado mirando el campo verde, luego a las cabras—De acuerdo, entren.
Los dejó pasar, señaló un viejo sillón de dos plazas, lo cual los santos de oro se sentaron y el viejo Imad agarró un banco donde se sentó, el gato se encaramó en la mesa, donde empezó a lamerse las patas.
—¿Por qué quieren saber sobre los santos negros?
—Recibimos reportes que un templo fue atacado por ellos y el Patriarca quiere eliminar el problema antes que sea serio—exclamó Camus—Hablé con Mu, que parece saber sobre el paradero de antiguos caballeros que se jubilaron.
—¿Aries?—preguntó y Camus asintió—Sí…creo recordar a un mocoso de cabello violeta y a su maestro. Los vi un par de veces antes de jubilarme. Bueno ¿Qué quieres saber?
—La ubicación de ellos—exclamó Camus.
—Son fuertes.
—Somos santos de Oro—exclamó Milo sonriendo con presunción—Nada nos detiene, podemos despacharlos fácilmente.
—No vueles alto, santo de Escorpio que la caída duele más—advirtió a Milo, quien hizo un mohín, luego fue su vista a Camus—Ellos suelen moverse mucho. Como sombras, es difícil decir un paradero fijo.
—Una pista servirá—exclamó Camus, entonces Imad se masajeó la barbilla, luego miró al santo de Oro de Acuario—Escuché el extraño rumor que algunas embarcaciones se hunden después de visualizarse un extraño resplandor, en la isla Boa Vista. Pueden empezar por ahí.
—¿Boa Vista?—exclamó perplejo Milo—¿En Cabo Verde?
—Sí, está lejos pero si parten ahora, pueden llegar antes que se muden.
—Muy bien, gracias por la ayuda, Imad—exclamó Camus—Probaremos ahí.
—¿Tiene agua, Imad?

Imad miró a Escorpio luego asintió, Camus miró con el ceño fruncido al santo dorado quien se encogió de hombros.