Disclaimer: Twilight le pertenece a Stephenie Meyer, la historia es de Assilem33, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Disclaimer: Twilight is property of Stephenie Meyer, this story is from Assilem33, I'm just translating with the permission of the author.

Capítulo beteado por Yanina Barboza

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7. Bella Swan

Edward se ve un poco receloso ahora, como si pensara que estoy loca o algo así.

No lo estoy.

Tal vez un poco, pero todos están un poco locos, ¿verdad?

—¿Quieres celebrar el Día de Acción de Gracias? —pregunta.

—Quiero decir, . ¿Por qué no, ya sabes?

Él se ríe y me lleva a una camioneta roja destartalada. Lo miro y luego le doy un vistazo antes de volver a mirar la camioneta.

—¿Qué?

—Nada —evado—. Tu suéter tejido de ochos simplemente no dice… —señalo con la mano a la bestia destrozada—... es solo que eres tan...

—¿Tan qué? —pregunta, abriendo la puerta chirriante y haciéndome señas para que entre. Lo miro, a sus labios sonrientes antes de deslizarme dentro de la camioneta.

—Vaya, es una palanca. Siempre quise conducir un carro mecánico. Mi papá… —agarro la palanca, sosteniéndola en mi mano, simplemente dándole una caricia—... me compró un Volvo cuando pude conducir. Aún lo tengo. Es lindo y plateado, pero nada como esto.

Edward se desliza a mi lado, su muslo presionando contra el mío.

Dios, huele bien.

—¿Te gusta mi palanca o qué? —pregunta Edward, riendo, sus ojos mirando fijamente mi mano.

—Es tan bi… ¡ahhhhhhh! —Salto cuando alguien golpea la ventanilla del pasajero y el rostro de Henrietta me mira fijamente—. Mierda —respiro.

—Uh... —tartamudea Edward, y suelto la palanca para estirar la mano y bajar la ventana.

Henrietta ignora la ventanilla bajada y abre la puerta.

—Envié a Harold a casa —informa—. Siempre está tan malhumorado durante las fiestas. Nunca son fáciles, no desde que perdimos a nuestro Duke.

—¿Duke? —pregunta Edward, jalándome hacia el medio cuando Henrietta comienza a subirse a la camioneta, sin ser bienvenida y sin importarle un poco.

—Era nuestro chico —explica ella, respirando con dificultad, situándose cómodamente sobre el vinilo agrietado—, falleció hace un par de años. Harold no ha sido el mismo desde entonces.

Dios mío, suhijo murió, y aquí estaba yo tratando de robarles. Soy un pedazo de mierda.

—Lo siento —murmuro—. ¿Cuántos años tenía?

—Bueno, tenía unos quince, en años humanos… —¿años humanos?—... así que eso lo pondría alrededor de tres años en perros.

Edward comienza a reír y lo veo negar con la cabeza antes de encender la camioneta.

—Esta es una linda camioneta —indica, poniéndose el cinturón de seguridad.

Me acerco más a Edward, abriendo mis piernas para que pueda mover la palanca. Él me mira, y yo extiendo la mano y lo ayudo a moverla.

Agradable.

—Es agradable —sugiero—. Yo lo llamo el Bastardo Rojo.

—¿Acabas de llamar bastardo a mi camioneta?

—No —niego mientras él comienza a retroceder, luego salto de nuevo cuando hay una fuerte bofetada en el costado de la camioneta.

—Esto realmente está sucediendo —murmura Edward justo cuando Harold dice:

—Henrietta, no voy a pasar el Día de Acción de Gracias yo solo.

—Entonces será mejor que saltes atrás porque no voy a dejar a este bastardo por nadie, ni siquiera por ti.

Edward mete la mano entre mis piernas y estaciona al bastardo andrajoso.

Empiezo a reírme de mis propios pensamientos.

Bastardo Andrajoso.

—No me voy a meter en la parte de atrás de este cabrón —reniega Harold.

—Caray, Harold. No insultes las cosas de la gente —regaña Henrietta.

Pienso, y si nunca me hubiera detenido a comer esa hamburguesa.

»Muévete, niño —demanda Henrietta—. Si no quiere moverse, simplemente atropéllalo. Necesito ir a la tienda antes de que sea hora de cerrar.

Edward me sonríe, entendiendo lo divertida que ha sido toda esta noche. Es tan jodidamente guapo.

La camioneta rebota y se mueve, y Edward y yo miramos por la ventana trasera para ver a Harold rodando en la cajuela de la camioneta.

—Por el amor de Dios —murmura Henrietta, moviéndose en su asiento.

—Entonces —digo—. Espero que Esme esté bien con tres invitados adicionales.

Edward se encoge de hombros, y hace todo el cambio de la palanca entre mis piernas y se pone en camino.

—Gira a la izquierda en la señal de alto, querido —ordena Henrietta, señalando con un dedo regordete.

—Cuidado con los frenos —grita Harold—. Los malditos niños no saben conducir estos días.

Edward le da al freno un pequeño golpe, haciendo que Harold se golpee la cabeza contra la ventana.

—Mierda —grita.

Miro a Henrietta al mismo tiempo que ella me mira a mí, y ambas nos echamos a reír.

—Oye, mamá—saluda Edward—. Sí, estoy en camino, solo tengo que pasar por la tienda primero… —Vuelve a mover la palanca y miro su perfil mientras habla con su madre—. Sé que llego tarde. Estaré allí pronto.

Cuelga y me da una mirada rápida y una sonrisa sexi.

—¿No le dijiste que esperara extras?

—Joder, no —indica riendo—. A ella le gustan las sorpresas.

—¿Incluso si son malas?

—No existen las malas sorpresas —interrumpe Henrietta—. No serían sorpresas si fueran malas.

—Estará bien...—agrega Edward, luego más bajo—... creo.

Él cree.

—Bueno, espero que todavía tenga cosas para sándwiches de mantequilla de maní y mermelada —le digo—. El pavo no es lo mío.

Henrietta jadea y Edward se ríe.

Vuelvo a pensar en si nunca me hubiera detenido por esa hamburguesa.

¡Creo!