Juntos, de la mano salieron por la puerta principal del Bastión Central. Afuera aún era de noche y llovía como ya había predicho Link. Miraron a sus alrededores y pudieron ver como los guardianes se habían desactivado. Los que eran voladores habían acabado estrellándose contra el suelo.
Zelda se estremeció cuando vió el estado de lo que tenía ante sus ojos, lo que había sido en el pasado su hogar. Ahora todo estaba destruido. Link pensó que temblaba por el frío. Se quitó la capa y se la puso a Zelda sobre los hombros. Zelda lo miró unos segundos mientras Link intentaba adivinar lo que pasaba por su mente.
— Dime, ¿en qué piensas? —le preguntó Link mientras le abrochaba el cierre de la capa en el cuello.
— Me gusta la lluvia —dijo Zelda avanzando un poco para terminar de salir completamente al exterior.
Link la siguió y se paró a su lado observando con ella el Castillo. Él apenas tenía recuerdos de cómo era el castillo antes. Pero él sabía que para Zelda, ver aquello, en ese estado, le estaba haciendo daño.
Zelda buscó la mano de Link de nuevo. Entrelazó sus dedos con los de Link como antes había hecho él. Volvió su rostro para mirarle.
— Prométeme que nunca más vas a soltar mi mano.
Link la miró a los ojos de nuevo. Y se volvió a perder en la belleza que tenía delante. Por mucho que ella estuviera llena de mugre, tras haber pasado más de un siglo conteniendo a Ganon, jamás había visto a Zelda tan hermosa.
— Te lo juro por la Diosa Hylia y las Diosas Doradas Din, Nayru y Farore.
Link se acercó los dedos de Zelda a la boca y sin dejar de mirarla a los ojos, depositó un beso en ellos. Zelda también aguantó la mirada de él, perdiéndose en aquellos ojos azules que tanto había añorado volver a ver.
— Mi caballo, bueno, mi yegua, está amarrada en el Altar Ceremonial.
Zelda no dijo nada, tan sólo asintió y puso en marcha la caminata hacia el Altar. Por el camino siguieron encontrándose con muchos más guardianes desactivados. Todo el camino lo hicieron en silencio. Y aunque los dos se morían por preguntarle al otro un millón de cosas, ambos permanecieron de ese modo hasta que llegaron a donde Epona esperaba.
Link dejó su alforja enganchada a uno de los lados de Epona y del otro lado sacó unas vendas. Zelda se acercó adivinando sus intenciones. Le ayudó a sacarse la espada y el escudo.
— Ésto me va a doler… —dijo Link cogiendo aire y soltándolo para infundirse valor.
— ¿Puedes subir los brazos?
Link asintió e intentó subir los brazos. El dolor en el costado hizo que Link soltara un gruñido mientras Zelda le sacaba la túnica por encima. Una vez fuera, Zelda soltó un pequeño grito al ver el costado de Link completamente negro. Con cuidado Zelda acercó sus manos al pecho de Link. Él cerró los ojos cuando sintió el contacto de los dedos de Zelda con su piel. Ella observaba sus cicatrices, algunas parecían antiguas y otras eran más recientes.
— No te preocupes por esto —dijo él mirando sus cicatrices.
— Link… yo… — ella quiso decir algo más pero se calló.
— ¿Me ayudas a ponerme la venda alrededor del pecho? —le dijo él intentando sonreír por encima del dolor que sentía no sólo en las heridas físicas, sino también en el daño psicológico que ambos parecían compartir.
— Sí, tendré mucho cuidado.
Zelda comenzó a vendarle todo el pecho desde debajo de las axilas hasta la parte justo encima del ombligo. Aún quedaba un poco de venda y decidió vendar el brazo izquierdo que tenía una herida abierta aún sangrando.
Después él buscó la manta que llevaba siempre consigo y se la dió a Zelda. Ella se quitó la capa que aún llevaba puesta y se la puso a Link de nuevo. Ninguno había hablado en un buen rato y la tensión con la que se miraban a los ojos era casi imposible de contener.
— Si quieres yo voy delante, aún puedo manejar —dijo Link soltando las amarras del árbol.
— Vale —dijo ella, y por primera vez la vió sonreír de nuevo—. No te rías, pero ¿podrías ayudarme a subir?
Link sonrió cariñosamente a Zelda mientras se ponía a su lado para poder ayudarle.
— Hace más de un siglo que no monto a caballo —dijo ella sin dejar de sonreír.
— No te preocupes, te ayudo —dijo Link sonriendo también y colocándose para ayudarla.
Una vez subidos en Epona, Link se acomodó, agarró las riendas y comenzó a trotar. Zelda se había puesto la manta por lluvia caía pero a ninguno le importaba.
— Puedes agarrarte a mí si quieres —dijo Link.
— No quiero hacerte daño… ¿tienes frío? —le preguntó ella cambiando de tema.
— Sí, un poco, pero no te preocupes, puedo aguantar.
Zelda se pegó a la espalda de Link y pasó con sus brazos la manta por encima de los hombros de él. Agarró los dos extremos con una mano, la otra mano la pasó por debajo de uno de los brazos de Link y agarró la manta entonces con esa mano, para poder pasar la mano que tenía arriba, por debajo del otro brazo. Apretó la manta hacia ellos y consiguió que los dos estuvieran tapados con ella. Zelda abrazaba a Link a la vez que sujetaba la manta con sus manos a la altura del torso bajo de él. Link soltó una de las manos de las riendas y agarró las manos de Zelda para acercarlas a su cuerpo.
— No me vas a hacer daño al apoyar las manos en mi abdomen —dijo Link riéndose—, ponte cómoda.
Zelda rió también y se dejó llevar por él. Al apoyar sus manos, su piel entró en contacto con la de Link, provocando un escalofrío. O como una pequeña descarga eléctrica. En ese momento Link suspiró y con la mano que aún sujetaba las de Zelda, la presionó más contra sí mismo.
Zelda apoyó la cabeza de lado con cuidado en la espalda de él, cuidando de no dejarla apoyada en ninguna de las partes en las que había sido herido. Link había cambiado, pensó ella. Su cuerpo se había vuelto mucho más fuerte que anteriormente, que antes del cataclismo. Lo pudo ver cuando él se quitó la túnica. Estaba asombrada con lo fuerte que estaba. Intentó disimularlo como pudo. Cien años atrás ya había visto a Link sin camisa y ya le había provocado admiración.
También su forma de ser había cambiado. Se expresaba de manera diferente. Zelda tenía la sensación de que el Link de hacía un siglo jamás le habría agarrado la mano como lo hacía el de ahora. Antes era mucho más tímido. Y aunque habían conseguido abrirse el uno al otro y en los últimos días antes del cataclismo los dos habían desarrollado sentimientos el uno al otro diferentes a la amistad, jamás lo habían dicho en voz alta.
Y quizás ese fue el problema en aquel entonces. Ya que una vez que aceptó sus sentimientos hacia Link, pudo despertar su poder. De nada había servido todos los rezos y sacrificios que había hecho durante prácticamente toda su vida. La solución a su problema la había tenido delante durante más de un año. Cuando por fin se dio cuenta, ya era demasiado tarde. Aunque sí logró salvarle, pensó Zelda.
— ¿Cómo te encuentras ahí atrás?
— Voy bien, estoy muy cansada —dijo ella bostezando—. ¿Vas decirme a dónde nos dirigimos?
— ¿No prefieres que sea una sorpresa?
— Me gustan las sorpresas —le dijo ella—, pero…¿falta mucho para llegar?
Link rió y el corazón de ella se inundó de aquella cálida risa. En respuesta, ella le abrazó por completo para poder sentirlo más cerca, aunque era prácticamente imposible estar más juntos. Él se sentía completamente dichoso al poder sentirla de nuevo a su lado. La mano de Zelda buscó la de él para entrelazar los dedos una vez más. Ambos sentían como si no hubiera pasado nada de tiempo desde la última vez que se vieron y a la vez eran conscientes de la eternidad que habían esperado para volver a verse.
— Se me ocurre que podríamos hacer una parada en una posta y descansar el resto de noche que queda. La posta del río está a tan sólo una hora de aquí y apenas nos desviamos de la ruta.
— Me parece bien —respondió ella—, hace tanto que no duermo en una cama…
— Tengo un millón de preguntas, Zelda —dijo él intentando no parecer serio.
— Tendrás tiempo de hacerlas y yo te responderé a todo...aunque si tú tienes un millón...yo tengo dos millones de preguntas —bromeó ella.
— Veo que tu sentido del humor sigue intacto… —dijo él riéndose—, cuánto lo he echado en falta.
Como había dicho Link, llegaron a la posta del río en una hora. La lluvia no había dejado de caer en todo el trayecto y aunque la manta al principio les había servido para refugiarse un poco, ahora se encontraba totalmente mojada. Link se bajó de Epona y agarró las riendas por delante. Antes de entrar a la posta, se giró hacia Zelda.
— ¿Quieres que te ayude a bajar? —le preguntó él tendiéndole una mano.
— Será lo mejor, gracias.
— Pasa la otra pierna hacia este lado con cuidado, así podré agarrarte mejor.
Zelda le hizo caso y con cuidado pasó su pierna derecha por encima hasta quedar sentada de lado. Link se acercó y levantó los brazos con una mueca de dolor. Ella se inclinó hacia adelante y pasó los brazos por el cuello de Link, para agarrarse. La agarró de la cintura sujetando su peso, y aunque pesaba muy poco para él, un pinchazo en las costillas hizo que soltara un gemido de dolor.
— ¿Te he hecho daño? —preguntó ella preocupada sintiendo el suelo bajo sus pies.
Link no había soltado las manos de su cintura y ella tampoco las de su cuello. Estaban a pocos centímetros el uno del otro. Él no dijo nada, tan sólo apoyó la cabeza en el hombro de ella mientras con sus manos la acercaba completamente a él. Ella podía sentir su dolor, no sólo el físico que en ese momento estaba sintiendo, sino también podía sentir todo el dolor psicológico, los traumas y miedos que Link sufría.
— Suéltalo Link —le dijo ella sujetándole la cabeza y acariciando con sus dedos su cabello.
Link comprendió que Zelda no se refería a soltar nada físico, sino a soltar todo lo que él tenía acumulado en su alma. Sin poder apenas resistirse, Link comenzó a llorar sobre el hombro de Zelda mientras ella seguía acariciándole el cabello. Ella depositó un beso en la parte alta de su cabeza.
Unos minutos más tarde, cuando sintió que ya había soltado lo suficiente, levantó la cabeza para mirarla a los ojos. Ella también estaba llorando. No se habían soltado ni separado aún. Tan sólo se miraban a los ojos, queriéndose leer y descifrar el uno al otro.
— Zelda… yo... siento mucho haberte fallado hace cien años —comenzó a decir él atropelladamente—. Tú pusiste toda tu confianza en mí… y yo…
— Shhh... —dijo ella poniendo su dedo índice en los labios de Link para callarlo suavemente—, tú no fuiste el que fallaste.
Zelda acarició con sus dedos sus suaves labios, el corazón le latía deprisa. Con la misma mano, limpió las lágrimas que habían caído a la cara de Link. Él no dejaba de mirarla, en verdad no podía. Había estado durante el último año intentando recordarla. Tenía miedo de dejar de mirarla y que ella desapareciera. Tenía miedo de que este momento tan íntimo y personal sólo fuera obra de su mente.
A ella por su parte, le estaba ocurriendo lo mismo. Estaba mojada, tenía frío, hambre, sueño… Pero deseaba que este instante, mientras estaban tan cerca, abrazados el uno al otro, nunca se terminara. Ella cerró los ojos y juntó su frente a la de él. Él también cerró los ojos. Estuvieron así durante unos minutos, mientras lo único que se oía era la lluvia caer. Él fue el primero que se separó y abrió los ojos para volver a encontrarse con los de ella.
— Zelda… —susurró.
Ella no dijo nada. No había dejado de mirar a aquellos ojos azules que le quitaban el aliento. Sin pensarlo más, con la mano que aún tenía en la nuca de Link, lo acercó hacia ella y le besó. A él le tomó por sorpresa al principio, pero tras unos segundos, él le correspondió también. Comenzaron besándose suavemente, pero aquella suavidad dió paso a una necesidad. Él la atrajo más hacia sí mismo, provocando que sus cuerpos se pegaran el uno al otro. Aquel choque pasional hizo que Link gimiera de dolor, al sentir de nuevo el pinchazo en sus costillas. Tuvo que separarse de Zelda para poder respirar.
— Lo siento mucho Link, no debería haber…
Link intentó coger aire despacio, una de sus manos seguía en la cintura de Zelda y con la otra estaba apoyándose en su hombro, haciendo que ella aguantara un poco su peso. Al cabo de un minuto, levantó la cabeza para volver a mirarla.
— Zelda… —dijo pausadamente sonriéndole— me acabas de hacer el hombre más feliz de todo Hyrule. No permito que te disculpes por ello.
Dicho eso, Link agarró la barbilla de Zelda y le dió un beso rápido en los labios. Zelda pudo ver que él aún sonreía. Le cogió de la mano mientras con la otra llevaba las riendas de Epona. Se puso a andar hacia la posta.
— Mejor no te quites la manta de encima hasta que estemos dentro, no quiero que nadie haga preguntas.
Zelda hizo caso a Link y se tapó más con la manta para que no se viera la túnica desgastada y manchada que llevaba puesta.
— ¿Link? ¿Eres tú? —preguntó el hyliano tras el mostrador.
— Buenas noches Makber, hemos tenido un percance con unos moblins y necesitamos un lugar para descansar.
— Desde hace un par de semanas han aparecido muchos más monstruos —puntualizó Makber—. Apenas hemos visto a viajeros desde entonces.
— ¿Te quedan camas libres?
— Sí, tan sólo hay dos ocupadas, Gotter el cocinero y Parsy. Somos los únicos hoy en la posta.
— ¿No tendrías también por casualidad algo de ropa? Nos hemos mojado completamente bajo la lluvia y no traemos nada para cambiarnos.
— En la cesta de objetos perdidos tengo un par de camisas y un pantalón.
— Perfecto, voy a dejar a Epona en el establo, nos cambiamos de ropa y ahora volvemos.
Link le dió las ropas a Zelda para que las llevara y la guió hasta el establo. Allí metió a Epona para que descansara y se refugiara de la lluvia. Él se quitó la capa mojada y la dejó tendida en una de las barras de madera de dentro del establo. Zelda le ofreció la camisa que parecía más grande y se la puso como pudo, soportando el dolor cada vez que se movía.
Cuando Link terminó de colocarse la camisa, cogió la manta que cubría a Zelda y la tendió junto a su capa. Agarró las ropas que Zelda aún tenía en las manos. Ella se fue a quitar una de las sandalias que llevaba, pero su equilibrio era un poco malo.
— Sujétate en mi hombro —le dijo él agarrándole para que no se cayera.
Ella le hizo caso y una mano la apoyó en el hombro de él. Con la mano libre se soltó las tiras de una de las sandalias y después la otra. Link le pasó el pantalón y ella se lo puso subiéndose un poco la túnica. Y aunque apenas había luz, ya que era de noche y la luna apenas se veía por culpa de la lluvia, él pudo ver la forma de sus piernas. Había intentado no mirar pero era algo que no podía controlar. Ella era tan bella que su propio cuerpo reaccionaba de una manera nueva para él.
Zelda podía sentir los ojos de Link revisando cada uno de sus movimientos. Le puso un poco nerviosa el hecho de que él estuviera viéndola cambiarse de ropa, pero al mismo tiempo, no le importaba.
— ¿Podrías ayudarme con el cierre de la túnica? —le preguntó ella dándose la vuelta.
Link tragó saliva y obedeció con gusto. Uno a uno fue soltando cada cierre de la túnica. Los dedos acariciaron la piel desnuda de la espalda de Zelda. Él sintió como si una corriente eléctrica atravesara sus dedos. Ella se estremecía cada vez que él rozaba su piel. La túnica cayó al suelo cuando él terminó de desabrocharle los cierres. Link se quedó un momento paralizado al ver a Zelda con el torso desnudo. Aunque estaba dándole la espalda, para Link fue más que suficiente. Aquella imagen jamás la borraría de su memoria, por mucho que lo volvieran a llevar al Santuario de la Vida.
— Link, ¿me pasas la camisa, por favor? —dijo ella sacándolo de sus pensamientos.
Él le pasó la camisa por encima del hombro y se dio la vuelta a esperar a que ella se terminara de vestir. Zelda se colocó la camisa rápidamente para dejar de pasar frío. Se dió la vuelta y se acercó de nuevo a él.
— Ya estoy lista.
Entraron a la posta y Makber les señaló sus camas, también les dió una manta extra por si tenían más frío durante la noche. Link acompañó a Zelda hasta una de las camas. Ella la abrió y dejó la otra manta encima por si acaso para luego. Miró la cama que tenía al lado vacía, sintiéndola muy lejos. Link parecía que había adivinado los pensamientos de Zelda.
— Yo estaré justo aquí al lado —dijo señalando la cama de al lado—, puedes despertarme por cualquier cosa.
Ella se había sentado en la cama y le miraba con ojos de inquietud. Él se acercó y le dió un beso en la frente. Luego se fue a su cama. Dejó la Espada Maestra apoyada en la pared junto a la cama. Quería quitarse las botas sin sentarse en la cama, ya que llevaba puestos los pantalones mojados aún por la lluvia. Para ello debía agacharse y cuando lo intentó, el pinchazo en el pecho hizo que dejara de respirar por un minuto.
Zelda no había dejado de mirar en ningún levantó rápida como el viento para ayudarle. Link volvió a apoyarse con una mano en el hombro de Zelda como ya había hecho al lado de Epona antes. La vista se le nubló y le costaba respirar.
— Déjame que te ayude, por favor —le dijo ella poniendo la manta encima de la cama y ayudándole a sentarse encima de ella.
Zelda se agachó y empezó a desabrochar los cierres y cuerdas de una de las botas de Link. Jamás había hecho nada igual en su vida. Ella lo había tenido siempre todo. Eran los demás los que hacían casi todo por ella. Y estar en aquella situación, le pareció extraña. Pero no en un mal sentido, sino todo lo contrario. Se sentía bien, útil y le llenaba de felicidad poder ayudar a Link. Por todas las otras veces que él la había ayudado.
Por su parte, Link se tumbó boca arriba, dejándose ayudar. No podía ya apenas moverse sin retorcerse de dolor.
— Deberías quitarte los pantalones para poder secarlos para mañana —le dijo Zelda levantándose del suelo y dejando las botas a un lado.
Link estiró los brazos para desabrochar la hebilla de su cinturón. Levantó un poco el cuerpo como pudo y dejó que Zelda hiciera el resto. Ella tiró de la parte baja de los pantalones para sacarlos y dejarlos tendidos en unos de los lados de la cama. Después se acercó a Link para ayudarle a colocarse bien en la cama, pero él protestó.
— No, déjame así, estoy bien.
— ¿Cómo que así? Dame la mano que te ayudo a incorporarte.
Él levantó un poco la cabeza para ver a Zelda ofreciéndole una mano. Tras un breve momento, aceptó y le dió su mano. Ella tiró un poco de él y con la mano que tenía libre le agarró del hombro por detrás para ayudarse mejor. Link era bastante pesado para lo pequeño que es, pensó ella.
Una vez Link se había sentado en la cama, Zelda retiró las mantas que la cubrían. Link se metió dentro y ella le ayudó a arroparse.
— En mi bolsa, tengo un elixir vivaz. ¿Podrías traerlo por favor?
Zelda rebuscó en la bolsa de Link y encontró lo que él le había pedido. Se lo acercó y él se lo bebió de un trago.
— Mañana estaré mucho mejor, te lo prometo —dijo él agarrando su mano y depositando un beso en ella—. Gracias por ayudarme.
— Siempre con gusto —dijo ella sonriéndole— Buenas noches Link.
— Buenas noches princesa —dijo Link guiñando un ojo.
Eso le hizo sonreír más Zelda que se fue a la cama contigua a la de él. Se tumbó de lado mirando hacia Link. Él estaba acostado boca arriba y respiraba con dificultad. Tenía miedo de cerrar los ojos y que a Link le pasara algo. También tenía miedo de la oscuridad que la envolvía cada vez que intentaba dormir. Llevaba tanto tiempo sin descansar, que aquel lugar le pareció un lujo.
Al final el cansancio hizo que ambos se quedaran dormidos. Aquella posta estaba prácticamente vacía y no se oía ningún ruido además del que hacía la lluvia o los caballos en el establo. La noche transcurrió tranquila, sin ningún percance. Ambos durmieron hasta que los primeros rayos de luz despertaron a Link.
Cuando abrió los ojos tuvo que concentrarse para recordar dónde estaba. Pero tras oír a los caballos hacer ruido, imágenes de la noche anterior volvieron a él. El costado ya no le dolía tanto, gracias al elixir que había tomado antes de dormir. Decidió quedarse unos minutos más tumbado, disfrutando de la paz, cuando algo a su lado se movió.
Giró la cabeza y vió a Zelda hecha un ovillo a su lado, con la manta extra que les habían prestado. Una de sus manos estaba apoyada en el abdomen de Link, pero él no había notado nada a causa de las vendas y la terrible contusión que ahí tenía. Se quedó observándola mientras ella seguía durmiendo.
Tenía el pelo revuelto y extendido por toda la cama. Movió su mano hasta la de ella para acariciársela. Con sus dedos dibujó formas en el dorso, recorriendo cada parte. A los pocos minutos, ella movió la mano y buscó sus dedos para acabar entrelazándolos. Link los entrelazó y con el pulgar le seguía dibujando formas en la palma.
Ella fue abriendo los ojos poco a poco.
— ¿Te he despertado?
— Sí —le respondió ella riendo.
— ¿Desde hace cuánto rato que estás en mi cama? No me he dado cuenta.
— Desde que te quedaste dormido. No podía dormir pensando que si te pasaba algo, estaba muy lejos.
— Tu cama está a un metro de la mía —le dijo intentando no reír.
— Nunca se sabe —dijo ella incorporándose en la cama y sentándose—. ¿Cómo te encuentras hoy?
— Un poco mejor que ayer, el costado me duele bastante, pero puedo respirar mejor.
— Tengo hambre —reprochó ella cambiando de tema radicalmente.
Link se rió ante aquel comentario. Se levantó despacio, incorporándose él también en la cama. En ese momento se dió cuenta de que no llevaba pantalones. Miró hacia los lados pero no los vió.
— Tus pantalones están aquí colgados, espero que estén secos ya.
Zelda le acercó los pantalones, que sí se habían secado durante la noche. Él se los puso mientras ella intentaba peinarse el cabello. Link terminó de vestirse y se calzó las botas. Recogió sus botas y fue hacia el mostrador de la posta.
— Buenos días Makber, gracias por todo.
— Buenos días pareja, espero que hayáis descansado.
Zelda se sorprendió por el saludo del dueño de la posta. Intentó no pensar demasiado en ello y no darle importancia, ya que veía que a Link no le había importado o afectado. Aunque qué más daba cómo los llamara ese señor, él no sabía quiénes eran en realidad. En verdad nadie lo sabía.
— ¿Ha preparado Gotter ya el desayuno?
— Sí, está ahí fuera.
Link agarró la mano de Zelda y salieron afuera. Estaba amaneciendo y una fina niebla cubría el ambiente. Ya no llovía pero el ambiente seguía húmedo.
Justo antes de los establos había una pequeña terraza con mesas y una hoguera. Gotter, el cocinero de la posta, estaba junto al fuego preparando algo.
— ¡Link! Buenos días, Makber me dijo que llegaste anoche. ¿Tuviste problemas con unos moblin? ¿Fue cerca de la posta? —preguntó Gotter preocupado.
— Buenos días Gotter, no, no te preocupes, no fue cerca de aquí —dijo Link quitándole importancia.
— Buenos días también a la joven dama que te acompaña —dijo mientras miraba a Zelda.
— Buenos días —dijo Zelda tímidamente.
— Es una sorpresa verte acompañado, Link. Siempre que venías, ibas solo.
— Sí, eh… —Link se quedó dubitativo un segundo— es una vieja amiga, y nos encontramos por casualidad.
— Bueno, ¿tenéis hambre? He preparado unos huevos cocidos, unas bolitas de arroz y un jugo de manzana recién hecho.
Zelda miró la comida recién hecha y la boca se le hizo agua. Hacía muchísimo tiempo que no comía comida en condiciones.
— Muchas gracias, tiene muy buena pinta —dijo Zelda sonriéndole.
Link y Zelda se sentaron a comer en una de las mesas mientras el sol iba saliendo por el horizonte. Los dos se mantuvieron en silencio lo que duró el desayuno, disfrutándolo. Se miraban y se sonreían con complicidad. Era como si el tiempo no hubiera pasado.
— Voy a pagar todo, tú puedes ir preparando a Epona para el viaje.
— ¿Vas a decirme ya a dónde vamos?
— No, aún no. Pero seguro que lo adivinarás enseguida.
Link pagó la cuenta a Makber. Se despidió tanto de él como de Gotter, prometiendo que volvería a visitarlos. Se encaminó hacia Zelda y Epona. Ellas ya lo esperaban con todo recogido.
— Vamos, te ayudo a subir.
— En pocos días podré subir yo sola, ya verás.
— Eso no lo dudo.
Link la ayudó a subir, luego subió él, aunque le costó un poco, ya que el costado había vuelto a dolerle y ya no tenía más elixires que tomar. Agarró las riendas y dio orden a Epona para cabalgar. Zelda se agarró a la cintura de Link, abrazándolo mientras sonreía. Él a su vez, también sonrió y aunque le doliera todo el cuerpo, se sentía demasiado feliz para que eso lo arruinara.
Y de aquel modo, cabalgaron por uno de los caminos de la llanura de Hyrule, hasta su siguiente parada.
Espero que os haya gustado el primer capítulo. Cuando juego, me encanta pasar tiempo en las postas. Son uno de mis lugares favoritos. Saldrán más veces en esta historia por seguro.
