El día había amanecido soleado con una neblina que se había disipado totalmente al avanzar la mañana. La temperatura era muy agradable y el sol resplandecía en el cielo azul.

Mientras dejaban atrás la Posta del Río, Zelda no había podido dejar de mirar a su alrededor. Todo le parecía familiar y a la vez le parecía nuevo. El paisaje se veía como su antiguo Hyrule pero al mismo tiempo no reconocía los caminos por los que cabalgaban.

— Hoy vamos a cabalgar durante un buen rato, ponte cómoda. Pero si necesitas parar, avísame — dijo Link girando un poco la cabeza mientras le sonreía.

— ¿Vas a decirme ya a dónde vamos?

— Zelda, sigues igual de impaciente que siempre — dijo él riéndose.

— Así que de eso sí que te acuerdas, ¿eh?

— Me acuerdo de muchas cosas.

— ¿Ah sí? Dime... — le dijo ella mientras le abrazaba por detrás y apoyaba su mejilla en la espalda de Link — ¿qué es lo primero que recordaste?

— El primer recuerdo no creo que te guste mucho.

— ¿Por qué no me iba a gustar?

— Porque fue cuando me nombraste guarda personal en esa ceremonia, cuando me odiabas.

— Yo nunca te he odiado Link.

— Bueno, digamos que no te caía muy bien. — dijo él un poco apenado.

— Link... no es eso… — dijo con la voz un poco apagada.

— No he conseguido recuperar toda mi memoria. Y cuando ese recuerdo vino a mí pensé…¿Por qué debería salvarla si me odiaba tanto? Mis primeros días de vuelta fueron muy duros.

— Siento que hayas tenido que pasar por todo eso, Link. Ojalá pudiera volver al pasado y cambiar todo.

— Zelda… aunque ese recuerdo me pareció frustrante… — dijo él suspirando — no fue tan duro como algunos otros… Pero — prosiguió mientras buscaba la mano de Zelda para unirla a la suya. — por ello no te preocupes. Fuiste la luz que iluminó mis días, tanto hace 100 años como cuando desperté.

— Link… — dijo ella sonrojándose un poco — jamás me habías dicho nada tan… — se quedó sin palabras para describirlo.

— Zelda, un hombre nuevo nació cuando desperté en aquel templo. No había rastro de lo que fuí anteriormente. — tomó una pausa para pensar —Sigo siendo yo pero algunas cosas han podido cambiar, me he vuelto más fuerte …

— Eso lo he notado... — dijo Zelda riéndose.

— ¿Por qué te ríes? — le preguntó contagiándose de su risa.

— Bueno...yo… cuando te quitaste la camisa… yo… — dijo ella sin poder terminar la frase.

— ¿Acaso la princesa de Hyrule estaba mirando a un simple caballero? — dijo él riéndose aún más.

— ¡Liiink! — le dijo escondiendo la cabeza en su espalda.

— Zelda, por favor, estaba bromeando — le dijo mientras giraba la cabeza para intentar mirarla.

— No eres un simple caballero, Link — prosiguió ella separando la cabeza por fín de la espalda y mirando hacia el frente. — ¿Qué es eso de ahí? — dijo ella señalando hacia el frente — ¿Es una torre?

— Sí, es la torre de la meseta. Se encuentra en la Meseta de los Albores.

—¿La torre de la meseta?

— A lo largo de Hyrule aparecieron unas torres…

— ¿Hay más? — le interrumpió Zelda.

— En cada una de las regiones.

— ¿Podemos ir a verla? — preguntó entusiasmada.

— Esa exactamente es de difícil acceso.

— Pero si está en la meseta de los Albores, sólo debemos entrar y subir.

— Zelda, Hyrule ha cambiado tras el cataclismo.

— Lo sé, pero… la meseta sigue ahí ¿no?

— La entrada está bloqueada, ahora cuando pasemos el Bosque del Tiempo podrás comprobarlo por tí misma.

— Pero si está bloqueada y tú despertaste en el Santuario de la Vida…¿cómo...?

— No te preocupes, te contaré todo.

Nada más rodear el Bosque del Tiempo, ambos se encontraron de cara con la entrada, bloqueada por tierra, de la meseta de los Albores. Zelda agarró la mano de Link con más fuerza mientras miraba a su alrededor. Hace 100 años, al lado del Bosque del Tiempo, se encontraba un puesto de la guardia. Recordaba haber visto a Link en ese puesto, antes de que trabajara en el castillo, cuando comenzaba su carrera de caballero. A los novatos, les destinaban a diferentes lugares durante los primeros años, para que conocieran bien Hyrule.

Ahora aquel puesto estaba destrozado, en ruinas. No quedaban apenas más que algunas paredes y el suelo. Desvió la mirada para poder mirar la entrada a la meseta. Como había dicho Link, estaba totalmente bloqueada.

Siguieron por el camino que rodeaba la muralla, dejando atrás los demás puestos de la guardia en ruinas. El corazón de Zelda se encogía y sufría con cada una de las imágenes.

— Eso de ahí delante, tras los banderines, ¿Es la Caballeriza? — preguntó Zelda señalando hacia delante con su mano.

— Sí, bueno, lo que queda de ella. Tampoco me acuerdo cómo era antes del Cataclismo. - dijo él encogiéndose de hombros.

— ¿No recuerdas nada de esa Caballeriza? — le preguntó sin disimular la ansiedad que denotaba su voz.

— No, no la recuerdo. ¿Por qué lo preguntas?

— Por nada — le respondió con un tono triste y aguantando las lágrimas.

— Zelda, que no la haya recordado aún, no significa que no la vaya a recordar nunca. Es muy extraña la manera en que los recuerdos vuelven.

— Me gustaría que pudieras recordarlo… Bueno, me gustaría que no hubieras perdido la memoria, en verdad.

— Dime Zelda, ¿por qué debería acordarme de esta caballeriza y por qué es tan importante para ti?

— ¿Podemos hacer una pequeña pausa en el camino? Me gustaría verla un poco mejor.

— Claro, no hay problema.

Link detuvo a Epona y se bajó de ella. Agarró con una mano una de las manos de Zelda mientras con la otra sujetaba las riendas. Ésta se bajó de Epona de un salto sin ningún problema.

— Guau… apenas has necesitado mi ayuda para bajar.

— Es más fácil sin la túnica enredándose entre las piernas.

— Tienes razón — le dijo él riéndose.

Zelda agarró la mano libre de Link y comenzó a pasear por el lugar. Todos los edificios de lo que un día fue una gran caballeriza, estaban en ese momento en ruinas, como casi todo en la llanura de Hyrule. Ver todo aquello, a plena luz del día, sin que hubieran pasado ni siquiera 24 horas desde que habían derrotado a Ganon, fue un poco triste para Zelda. Link apenas recordaba como era antaño Hyrule.

— ¿Ves esa fuente de ahí delante? — preguntó Zelda.

— ¿Aquella con los restos de dos guardianes?

— Sí, ven. — le dijo arrastrándolo hasta allí.

—¿Qué tiene de especial esta fuente?

— En esta fuente es donde nos conocimos por primera vez.

Link se quedó mirando la fuente durante un segundo y en aquel momento sintió el hormigueo en las palmas de las manos, como cada vez que uno de los recuerdos aparecía….

Su Majestad, éste es mi hijo, Link. Algún día llegará a ser caballero de la corte.

De eso estoy seguro, no hay más que verle cómo envaina esa espada. — dijo el Rey mirando atentamente como el joven entrenaba.

El año que viene cumple 14 años.

Se presentará a las pruebas, he de suponer.

Por supuesto, está emocionado, no deja de entrenar.

Estaré atento a lo que el futuro del joven Link pueda brindar.

Es un honor escuchar esas palabras.

Mientras los dos adultos seguían conversando sobre temas de la caballería, el joven Link había dejado la espada apoyada en la fuente y se disponía a beber agua. En el otro extremo de la fuente se encontraba la princesa Zelda, absorta en uno de los libros sobre reliquias que había estado estudiando los últimos meses. Notó como alguien la miraba y alzó la vista para encontrarse con los ojos de Link mirándola. Ella le sonrió y le sacó la lengua en modo de burla. Link rió ya que no se esperaba que una princesa hiciera aquel gesto.

Zelda se puso de pie y se acercó hasta Link mientras sujetaba el libro con las manos.

Hola, soy Zelda, ¿cómo te llamas? — le preguntó a Link mientras se ponía enfrente suyo. Éste apoyó una de las rodillas en el suelo a modo de reverencia.— No hace falta que te arrodilles — le dijo sonriendo.

Link no sabía qué responder, o cómo responder, o cómo debía hablarle a la princesa. No era un chico al que le gustara mucho hablar, era más bien callado. Apenas tenía amigos, ya que la mayoría lo consideraban un poco extraño y solitario. Notó cómo la princesa le seguía mirando, así que carraspeó antes de empezar a hablar.

Me llamo Link, y ¿tú? — dijo Link un poco nervioso.

Nada más hacer aquella pregunta se sintió estúpido. Ella ya le había dicho cómo se llamaba, además era la princesa, todo Hyrule sabía cómo se llamaba. Se sentía el hyliano más estúpido en todo Hyrule y más allá.

La princesa Zelda le sonrió y se rió ante aquella situación. Había visto a Link entrenar hacía un rato, sin dudar ni una vez usaba la espada. Sin embargo, verlo nervioso, hablando con ella, le pareció lo más tierno del mundo.

Lo siento, obvio que conozco el nombre de la Princesa del Reino. — dijo él disculpándose y pidiendo que la tierra se lo tragara.

Además me he presentado yo primero. — dijo ella sin dejar de sonreír.

Link se quedó embobado mirando aquella sonrisa tan bella, aquellos ojos tan verdes y aquella melena tan rubia. No había visto a nadie de tanta belleza en su vida.

Zelda, hija debemos seguir con la visita — dijo el Rey acercándose hacia ellos.

Sí padre, encantada de conocerte Link, espero que pases las pruebas de caballero y nos veamos en el Castillo alguna vez. — dijo Zelda sin dejar de sonreírle.

Joven Link — dijo el Rey poniéndose delante de Link, mientras él volvía a hincar la rodilla en el suelo. — Estoy seguro de que nos veremos pronto. Sigue entrenando, tu padre está muy orgulloso de ti. Vas a ser un gran caballero.

Gracias por sus palabras su Majestad. — le respondió Link un poco confuso por el tono en que lo había dicho.

Otra cosa, no le tengas miedo al bosque, escucha los susurros, ellos te guiarán.

Tras decir aquello, el Rey se dió la vuelta y siguió caminando al lado de su hija, saludando a los demás caballeros que se encontraban en aquel lugar. Link se sentía de lo más confuso tras las palabras que le había dicho. No entendía a qué podía referirse con aquello del bosque y los susurros. Había ido muchísimas veces a los bosques que se encontraban alrededor de Hatelia y jamás había oído ni un susurro.

Link, ¿qué te pasa? — preguntó el padre de Link.

Nada, es sólo que el Rey me dijo algo bastante confuso, que no logro entender...

— ¡Link! ¿Link? ¿ Me oyes?. — la voz de la princesa le sacó de su ensoñación.— ¿Qué te ha pasado?

— Acabo de recordar algo.

— ¿Has recordado el día que nos conocimos? — le preguntó Zelda llena de emoción.

— Sí… y algo más que tu padre me dijo ese día.

— ¿Qué te dijo? — preguntó ella muy curiosa.

— Me dijo que no le tuviera miedo al bosque, que escuchara los susurros, que ellos me guiarían.

— ¿Cómo? — preguntó ella totalmente desconcertada.

— Zelda, no tengo el recuerdo de haber sacado la Espada Maestra la primera vez hace 100 años. Cuando saqué la Espada hace unos días, ningún recuerdo vino a mí.

— Me pregunto si él sabría que tú eras el Elegido.

— Pero…¿cómo lo podría llegar a saber?

— Éso no lo sé pero deberíamos investigarlo — le dijo Zelda con un brillo en los ojos de emoción.

— Primero deberíamos montarnos de nuevo en Epona y seguir cabalgando. Aún queda un buen camino hasta la siguiente posta y no quiero que se nos haga de noche.

— Además deberíamos llegar lo antes posible al lugar que tienes pensado llevarme, para que te puedan curar en condiciones.

— Tienes razón. Vamos, te ayudo a subir a Epona.

Ambos ya montados a lomos de la yegua comenzaron a cabalgar a buen ritmo. Zelda miraba a su alrededor e intentaba asimilar el estado de su Reino. Una vez pasadas las caballerizas de largo, atravesaron el puente de Venno en el río Hylia.

El puente se encontraba en bastante mal estado, pero a lo largo del puente había unos pequeños fuegos encendidos.

— ¿Ves a ese hyliano ahí delante? — preguntó Link.

— Sí, ¿qué pasa con él?

— Se llama Mahim y se dedica a patrullar el puente y alejar los monstruos.

— ¿Enserio?

Link fue aminorando el ritmo mientras se acercaba hacia el hyliano.

— Link, me alegro de verte. — le saludó Mahim mientras se apoyaba en la lanza.

— Lo mismo digo — respondió.

— Y veo que hoy vas acompañado.

— Ella se llama Zelda, es...— Link se quedó dubitativo.

— Soy una amiga de la infancia, mucho gusto conocerte.

— Lo mismo digo, mi nombre es Mahim — le dijo él sonriendo — Tienes un nombre muy bonito, como la última princesa de nuestro reino.

Zelda sonrió ante aquel comentario. No pensó que tras 100 años, los habitantes de Hyrule se acordaran de su nombre.

— Debemos seguir nuestro camino, Mahim.

— ¿A dónde os dirigís?

— Queremos llegar antes de que anochezca a la Posta de los Picos Gemelos.

— Entonces no te entretengo más pero ten cuidado por esa zona, la semana pasada había un campamento de bokoblins.

— Lo tendremos, gracias por la información.

— Un gusto conocerte Zelda, cuida bien de Link, es un poco salvaje — dijo Mahim riéndose.

Link puso los ojos en blanco ante aquel comentario.

— Lo haré — dijo Zelda riéndose.

La pareja puso rumbo a su destino, dejando atrás el puente. Ambos miraban al frente, a las montañas que se erguían ante ellos, los famosos Picos Gemelos.

Zelda buscó la mano de Link que sujetaba las riendas. Él comprendió las intenciones y dejó una mano libre para poder entrelazarla con la suya. Ambas manos se acoplaban a la perfección, como si hubieran sido diseñadas para estar juntas.

Link notó que Zelda se reía mientras apoyaba la frente en su espalda.

— ¿De qué te ríes ahí detrás?

— Creo que ya sé a dónde vamos.

— Zelda… — reprochó Link.— no me chafes la sorpresa…

— No te la voy a chafar. Una cosa es que sepa a dónde vamos y otra cosa es...— dijo ella tomando aire dramáticamente — que sepa por qué vamos ahí.

— Entonces, princesa, te pido que dejes de pensar para no adivinar el por qué.

— Vale...— dijo ella alargando las vocales.— lo intentaré.

Link se rió tras aquel comentario, pero la risa hizo que un pinchazo de dolor le atravesara el abdomen herido. Gimió un poco por el dolor y Zelda a su espalda se asustó.

— Link, ¿estás bien? — preguntó preocupada.

— Sí, no te preocupes. Falta poco para llegar a la posta. Ahí podremos comer y descansar.

— No quiero que sufras. Necesitas que te curen Link.

— Quizás en la posta tengan algún elixir que me pueda tomar para el dolor.

— Pero éso sólo calma el dolor, no te va a curar.

— Zelda… no te preocupes, admira el paisaje, admira la belleza de lo que tenemos delante.

Zelda no dejó de sostener la mano de Link pero hizo caso e intentó no pensar demasiado en lo herido que estaba el. Se dió cuenta de que los Picos Gemelos seguían igual de impresionantes que siempre. La única diferencia que veía en el paisaje, era una torre, como la de la Meseta, que antes no se encontraba ahí.

Tras pasar por debajo de los Pico Gemelos, llegaron a un cruce y giraron a la izquierda. Zelda pudo ver la posta que se encontraba tras el pequeño puente de tablas de madera. Justo enfrente de la posta había un pequeño lago con un santuario Sheikah que no estaba antes, de eso estaba ella segura. Además pudo ver que en el santuario brillaba una luz azul que no había visto jamás.

— ¿Por qué ese santuario tiene una luz azul?

— Porque lo activé. — dijo Link.

— Pero…¿cómo lo activaste?— preguntó Zelda con suma curiosidad y asombro a la vez.

— Con la piedra Sheikah.— dijo él sin darle importancia.

— Pero yo lo intenté activar muchas veces y no dió resultado.

— Lo sé, pero al parecer sólo el Elegido por la Espada puede activarlos.

— Una vez activado… ¿puedes entrar en él?

— Sí claro.

— ¿Y qué hay dentro?

— Cada santuario es diferente, algunos son más de entrenamiento físico y otros son más complicados con acertijos.

— Me gustaría saber todo sobre ellos, una vez que estés bien, curado y descansado.

— Con gusto te contaré todo lo que sepa. — dijo Link sonriéndole.

Llegaron hasta la posta y se bajaron de Epona. Link se acercó hasta la barra que daba al exterior de la posta para hablar con el dueño. Zelda se quedó con Epona mirando a unos niños que estaban dando de comer a las gallinas. Uno de ellos se la quedó mirando y tras unos segundos decidió acercarse.

— Oye, ¿no es esa la yegua de Link? — preguntó.

— Sí, ¿conoces a Link?.

— ¡Claro! Mi hermano gemelo y yo somos amigos de Link. Nos trae bichos y piedras de otras partes de Hyrule.

— ¿Sí? Qué amable por su parte. ¿Cómo os llamáis?

— Yo soy Shilo y mi gemelo es Daret, nuestro padre Saaren, con el que está hablando ahora Link, es el mejor domador de caballos de todo Hyrule.

— ¿De verdad?

— Sí sí, yo no miento nunca y nuestro tío es el propietario de la posta. — dijo Shilo con orgullo. — ¡Liiink!

— Hola chicos — dijo Link saludando a los pequeños.— Ya veo que habéis conocido a Zelda.

— ¿Te llamas Zelda? — preguntó Daret. — ¿Como la princesa de Hyrule?

— Sí así es, me llamo Zelda. — dijo ella sonriendo.

— ¿Eres la novia de Link? — preguntó Shilo llevándose las manos a la cara de manera adorable.

Zelda y Link cruzaron miradas en ese mismo momento, sus ojos chispearon. Estaban un poco avergonzados ante aquella pregunta, ya que el niño había sido muy directo.

— Zelda es una amiga de la infancia — dijo Link desviando la mirada hacia los niños.

— Pensábamos que sería tu novia, porque siempre te hemos visto solo... — dijo Shilo con un tono de voz triste.

— ¿Por qué no nos ayudáis a dejar a Epona en el establo y a darle de comer? — dijo Link intentando subirles el ánimo.

— Siiiii — gritaron los dos niños al unísono y saltando de alegría.

Link no pudo evitar mirar a Zelda de nuevo mientras ella acompañaba a los niños hacia el establo. Dejó que ellos hicieran todo, ya que sabía que les gustaba mucho hacerse cargo de los caballos de los viajeros. Link se sentó en una de las sillas que había alrededor del fuego al lado del establo. Siguió mirando a Zelda mientras ayudaba a los gemelos a acomodar a Epona. Uno de los niños le dió un cepillo a Zelda y ella comenzó a peinar la crin de la yegua.

Tras un rato se giró para buscar a Link y lo vió sentado en el fuego cocinando. Dejó lo que estaba haciendo y se acercó a él.

— No sabía que supieras cocinar… — dijo Zelda sentándose en la otra silla.

— Yo tampoco — dijo Link mirando y sonriendo a Zelda. — Tuve que aprender.

— ¿Qué estás preparando?

— No me quedan muchos ingredientes en la alforja, pero aún tenía un par de zanahorias y un bote de leche, asi que estoy cocinando una sopa de verduras.

— Huele de maravilla Link.

— Espero que te guste el sabor, nos vendrá bien comer algo caliente antes de ir a dormir.

— Seguro que sí, además estoy muy cansada y no hemos comido en todo el día.

— Ya he reservado tu cama para luego, así que en cuanto comas, puedes irte a dormir.

— ¿Y tú?

— Sólo había una cama libre, sacaré el saco de dormir y dormiré al lado de tu cama.

— No, de eso nada — dijo Zelda con tono autoritario — hay sitio suficiente para los dos en la cama. Anoche me tumbé contigo y pudimos dormir perfectamente.

— Quiero que descanses Zelda, has estado 100 años sin poder descansar, mientras yo estuve 100 años dormido.

— Estabas recuperándote, no dormido. — le corrigió ella.

— Zelda, por favor. — le dijo él mientras removía la comida.

— No.— dijo ella cruzándose de brazos y mirando fijamente a los ojos de Link.

— Zelda… hazlo por mí — dijo Link agarrandole la mano y besándosela.— por favor.

La mirada de Zelda se ablandó y se volvió dulce. Su corazón latía acelerado ante aquel gesto tan inocente pero a la vez tan cargado. Los ojos de Link brillaban más a la luz del fuego. Durante todo el camino hasta la posta había estado pensando en aquel beso que se habían dado. Pero no había vuelto a pasar nada. Link había estado agarrándole de la mano, mirándola, riendo, pero no había vuelto a notar sus labios. Sin embargo ahora que tan sólo le había besado los nudillos de una mano, el recuerdo del beso se había vuelto vívido. Necesitaba tenerlo cerca y necesitaba volver a sentir esos labios de nuevo.

— Link… no vas a convencerme así de esa manera. — dijo ella soltándose la mano y riéndose.

— Bueno… hay más maneras… — dijo Link mirándola fijamente a los ojos y sonriendo pícaramente.

— Descarado — dijo poniendo los ojos en blanco. — ¿Está ya la cena? — preguntó cambiando de tema para intentar relajar el ritmo de su corazón.

— Sí — agarró un bol y le sirvió un poco de la sopa — cuidado que quema.

— Tiene muy buena pinta y huele de maravilla.

— Gracias — dijo Link sonriendo aún más — que aproveche princesa.

— Gracias, lo mismo digo.

Los dos comenzaron a comer la sopa que había preparado Link. Estaba calentita y les sentó de maravilla en el cuerpo. Link fue a buscar la manta a su alforja y le indicó a Zelda que se moviera junto a él, apoyados en una de las cajas que estaban justo detrás de las sillas junto al fuego. Pasó la mano por encima y ambos miraron al cielo nocturno estrellado.

No habían hablado en un buen rato, pero para ellos no era incómodo. Estaban acostumbrados a pasar mucho tiempo juntos y muchas de las veces se agotaban los temas de conversación. Disfrutaban de sus conversaciones pero también de sus momentos silenciosos.

— Deberíamos ir ya adentro e intentar descansar para salir mañana temprano.

— Pero el cielo está tan bonito…

— Tendremos más noches para mirar las estrellas.

— ¿Me lo prometes? — preguntó ella girando la cabeza para encontrarse con los ojos de Link.

— Te prometo una vida entera llena de noches estrelladas.

A Zelda se le detuvo el corazón en ese momento. Jamás había oído a Link decir nada parecido. Bueno, ese mismo día, por la mañana, le había dicho que era luz que le había iluminado sus días, tanto hacía 100 años como cuando despertó. Estaba perpleja con aquellas palabras. Nunca pensó que oiría nada parecido salir de la boca de Link.

En ese momento deseaba besarle, necesitaba volver a sentir el calor de aquellos labios. Le parecía que había pasado una eternidad desde la noche anterior y no habían pasado ni 24 horas.

— Vamos — dijo Link levantándose y ofreciéndole la mano.

Zelda aceptó y se levantó también. Juntos de la mano entraron en la posta. Link la llevó hasta la cama que había reservado. Dejó la espada apoyada en la pared de detrás de la cama. La alforja la dejó sobre la cama.

— Zelda, ¿podrías ayudarme a curarme de nuevo un par de heridas?

— Sí, claro. — dijo ella sacando de la alforja un poco de ungüento. — ¿Dónde?

Link se sacó la camisa que llevaba y la dejó colgada a los pies de la cama. En la posta había poca luz pero Zelda pudo ver que la contusión que tenía Link en el abdomen había empeorado.

— Link, creo que se ha puesto peor — dijo ella acercándose y colocando su mano delicadamente en su abdomen.

Él suspiró ante el contacto y cerró los ojos. Le dolía muchísimo, tan sólo al respirar se sentía como si le apuñalaran. Pero durante todo el día había mantenido la compostura para no preocuparla.

— No te preocupes, se curará. — dijo él sujetándole la mano que ella tenía en su abdomen y mirándola a los ojos. — Mañana saldremos temprano y antes del mediodía ya habremos llegado.

— Ven, voy a poner un poco de ésto en esas heridas del brazo.

Zelda se sentía mareada al ayudar a Link, no porque le dieran asco las heridas o la sangre, sino por el estado en el que se encontraba él. Y lo que más le molestaba, era que él ni siquiera parecía estar preocupado. Como siempre, igual que hacía 100 años, él siempre estaba en segundo lugar, sus necesidades siempre iban después de las de ella. La prioridad no era Link, sino Zelda. Y eso le sentaba muy mal.

— Vas a dormir en la cama conmigo y no voy a aceptar un no por respuesta. — dijo ella mientras cerraba el bote donde estaba el ungüento y lo volvía a guardar en la bolsa.

Link suspiró. Sabía que contra la terquedad de la princesa, tenía las de perder. Además se encontraba exhausto y deseaba poder descansar. Se quitó las botas en silencio y las dejó a un lado de la cama mientras Zelda hacía lo mismo con sus sandalias. No dejaban de mirarse el uno al otro, desafiantes.

Resignado, Link abrió la cama y miró a Zelda, movió el brazo hasta la cama señalándola.

— ¿En qué lado deseas dormir?

— Me da igual, en el izquierdo por ejemplo.

Ella se tumbó en el lado que había escogido y Link hizo lo mismo. Ella se acomodó de lado, mirando hacia el centro de la cama mientras él se tumbaba boca arriba, tapándose los dos. Cerró los ojos e intentó relajarse. Quería poder dormirse lo antes posible para que la mañana siguiente llegara rápido para poder ponerse en camino de nuevo.

— Buenas noches Link — dijo Zelda a su izquierda.

Podía notar su respiración en el cuello. La cama era muy pequeña para dos personas y ella estaba muy cerca.

— Buenas noches Zelda — dijo él tomando aire y soltándolo despacio.

— ¿Estás enfadado conmigo? — preguntó, pegándose más a su cuerpo.

— No...— Link respondió abriendo los ojos y girando su cabeza para poder encontrarse con los ojos de Zelda — ¿por qué iba a estarlo? — preguntó frunciendo un poco las cejas.

Zelda sacó el brazo izquierdo de debajo de las mantas y acercó la mano a su rostro. Le acarició la mejilla con el dedo pulgar mientras Link cerraba los ojos ante su caricia.

— Sé que a veces soy un poco testaruda.

— ¿A veces? — preguntó Link riéndose.

— Sólo quiero que sepas que si lo soy, es porque me preocupo por tí.

— Zelda, y yo me preocupo por ti también — dijo él abriendo los ojos.

— Lo sé — dijo ella manteniendo la mirada.

— Si no dejas de mirarme así, no voy a poder contenerme. — dijo él aumentando el ritmo de su respiración.

— No quiero que te contengas.— dijo ella en un susurro acercándose más a él.

— Aquí no, mi princesa — respondió suspirando y acercándose para darle un beso en la frente.

Zelda no dijo nada, pero comprendió a qué se refería Link. Estaban en una posta, con más camas alrededor y no había apenas privacidad. Ella se había dejado llevar.

— Tienes razón — dijo ella riendo.

— Ahora sí, buenas noches Zelda.

— Buenas noches Link.

Ambos se miraron una última vez a los ojos. Link giró la cabeza de nuevo, y cerró los ojos. Zelda por su parte hizo lo mismo, pero no se separó ni un milímetro de él. El contacto con su piel la relajaba. Link tenía una temperatura corporal más elevada que la suya. Era como dormir junto a una hoguera. Tras unos minutos el sueño le venció y ambos durmieron plácidamente.