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La poción

James y Sirius se habían tomado en serio sus locuras. Dos semanas habían pasado ya, y los de quinto año ya estaban sumidos en deberes escolares. Ningún ramo era suficientemente importante para que Sirius dejara de desparramar libros de encantamientos complicados por toda la habitación. Se había determinado a hacer volar la moto, aunque le tomara todo su tiempo. Al mismo tiempo, James ya le había preguntado a Lily si podían salir en una cita, y los resultados habían sido desastrosos.

- Evans – llamó un día.

Los alumnos descansaban o hacían sus deberes en la Sala Común. Lily trabajaba apartada en una mesa, y mientras leía concentradamente, no dejaba de sacar grageas de una caja. A veces, ponía cara de asco, otras veces, de agrado. James decidió atacar, sentándose en frente y apoyando sus codos en la mesa.

- Dime, Potter.

- Sal conmigo.

La bella chica levantó su mirada. James intentó leer su expresión, pero no había nada. Ni asombro, ni vergüenza, ni incomodidad, ni enojo ni felicidad. La chica lo miraba tan impávida que llegaba a preguntarse cómo lo hacía para no demostrar ninguna emoción.

- No.

Volvió a bajar su mirada para retomar su lectura, mientras con su mano izquierda sacaba una nueva grajea. El chico de cabello azabache la miraba impactado. Era el estudiante más popular en todo Hogwarts y, si bien no creía que Lily le iba a decir que sí, al menos esperaba una reacción. ¡La que fuera!

Regresó a su habitación en donde Sirius trabajaba arduamente en un nuevo y enorme libro viejo que había sacado de la biblioteca. Por todo el suelo ya había ropa sucia y bolas de papel desparramados por doquier. Remus estaba intentando recoger algunas prendas para al menos apilarlas en una esquina y no por todo el lugar, mientras Peter comía y leía unas revistas de comics en su cama.

- Lo hice – anunció con solemnidad – Invité a Evans a una cita – Ninguno de sus amigos dijo nada ni lo miraron - ¿Qué? ¿No quieren saber cómo me ha ido?

- Mal – respondieron los tres al unísono.

- ¡Me dijo que no! – dijo él, de cualquier forma.

Remus hizo una mueca triste como para intentar apoyarlo, pero volvió rápidamente a lo que estaba haciendo. Los otros dos ni siquiera dejaron de leer, pues la noticia no era ni una pisca de sorprendente. James se molestó un poco, sintiéndose poco apoyado por sus amigos. Le quitó el libro a Sirius, y este lo miró con una expresión asesina por una fracción de segundo.

- Tranquilo, tranquilo – dijo como quien calma a un perro rabioso – Pensaba ayudarte.

- ¿De verdad?

- No – dijo alejando el libro de él un poco más – Ya sabes que comenzarán las prácticas de Quidditch esta semana, ¿no?

- No empieces, Potter.

- Te necesito en el equipo.

- No, necesitas reclutar a alguien nuevo – dijo con una sonrisa falsa – Dale la posibilidad a un chico nuevo de entrar al equipo, ¿quieres?

- ¡No quiero a un chico nuevo! – se quejó – Estoy acostumbrado a tu forma de batear.

- James, mira – dijo poniéndose de pie – Todos siempre creyeron que me diste el lugar en el equipo porque soy tu amigo. Demuéstrales a todos que no es así y deja que alguien más ocupe el puesto.

El año anterior, James se había vuelto capitán del equipo y había metido a Sirius, era cierto, pero porque su amigo tenía muchas habilidades para batear y una puntería estupenda para darle al resto. El problema fue que, en un partido contra Slytherin, en el que también jugaba su hermano Regulus, los ánimos se caldearon y terminó habiendo una pelea en el aire. Regulus provocó a Sirius, y Sirius lo golpeó, terminando en que Madame Hooch lo expulsara del juego.

Desde entonces Sirius había jurado que nunca volvería a jugar a algo tan injusto. Ese tipo de declaraciones dramáticas eran muy propias de él. Y cuando se le metía algo en la cabeza…

- Maldito llorón – se quejó, pero sabía que era una batalla perdida.

- ¡Ya sé! – dijo el chico – Aceptaré volver al equipo el día en que consigas una cita con Evans. ¿Te parece?

- ¿De verdad?

- Oh, sí – dijo asintiendo, haciéndose el serio – Pero es probable que yo logre encantar mi moto antes de que eso ocurra, Potter. Así que no te hagas ilusiones y ahora devuélveme mi libro, antes de que te agarre a patadas.

Todo transcurrió tan normal y tranquilo, especialmente con esos dos ocupados, que cuando se topaban a la profesora McGonagall en el pasillo, esta se les quedaba mirando muy perspicaz y murmuraba por lo bajo, algo están tramando. Remus era prefecto, por lo que también perdía mucho de su tiempo libre en patrullar pasillos y verificar que ningún alumno rompiera las reglas.

- McGonagall tuvo que haber llorado intentando decidir a cuál de las chicas escoger prefecta – comentó James, de espaldas en el césped junto al lago bajo un gran árbol – Pero a Remus lo tuvo que haber escogido con una carcajada.

- La decisión más fácil de su jodida existencia – corroboró Sirius.

Justo en ese momento pasó caminando la pandilla de Mulciber, Avery, Rosier, Snape y Wilkes con sonrisas brabuconas. Miraron a los cuatro merodeadores provocativamente mientras se acercaban, pero finalmente tomaron una bifurcación y se perdieron hacia otro lado.

- No puedo creer que Lily se junte con ese imbécil de Quejicus – se quejó James.

Remus asintió casi imperceptiblemente. Por supuesto, entendía que la colorina fuera amiga de Snape antes. Nunca había sido malvada ni prejuiciosa, y no le importaba que el chico fuera extraño y amargado. Pero ahora, esa amistad no tenía ni pies ni cabeza. Snape cada vez se relacionaba más con chicos muy malos, y no parecía tener nada en común con Lily.

- Lily es malvada – comentó Sirius, a quien no le caía demasiado bien.

- No lo es – dijo Remus – Me cae bien Lily, es genial. Es mucho más simpática y relajada de lo que crees.

- Es insufrible cuando quiere serlo.

- Te cae mal desde que te aventó una bola de barro el año pasado.

- A Sirius Black nadie le avienta nada – dijo el chico con aires de grandeza. James le aventó su snitch dorada directo a la cabeza, haciendo caso omiso de lo que acababa de decir.

- Déjate de hablar tonteras – interrumpió – Tenemos Botánica en un rato y ya saben lo que eso significa, ¿verdad?

- Necesito oponerme – dijo Remus – No hay forma de que podamos lograr esto.

- Ah, lunático… Me entristece que pienses eso.

Una parte fundamental para convertirse en animagos era mantener por un mes una hoja de mandrágora en la boca, para luego crear una potente poción. James planeaba robar las hojas de mandrágoras en aquella clase, pero Remus tenía muchas objeciones. Primero, si la profesora Sprout se daba cuenta, podía sospechar de sus intentos por convertirse en animagos ilegalmente.

Segundo, las mandrágoras aún estaban en una etapa de crecimiento joven y no estaba seguro de que ese tipo de hojas fueran a funcionar. Tercero, iban a llorar y chillar y eso podía llegar a ser peligroso para los demás… Y por último, ¿iban a estar un mes con una hoja de una planta en la boca?

Efectivamente, la desagradable clase con los de Slytherin terminó rápidamente. Sirius fue a meterle conversación a la profesora Sprout ("Que bien se ve su cabello cuando no usa ese gorro, profesora Sprout. ¿Cómo cuida sus rulos? Yo también quisiera que tuvieran esa caída") mientras James le robaba las llaves de los demás invernaderos. Las mandrágoras se encontraban en el invernadero tres.

La profesora no se dio ni cuenta y una vez que se aseguraron que no había nadie por el sector, James entró y se colocó unos audífonos gigantes para tapar sus oídos mientras los otros vigilaban que nadie viniese.

Diez minutos después, el chico salía tambaleándose como si estuviera borracho, pero con las tres hojas en su mano. Las tres hojitas reposaron dentro de su bolso mientras se reponía del estridente llanto con el almuerzo. Silenciosos, la profesora McGonagall paró junto a ellos y los miró detenidamente.

- No sé qué están tramando ustedes cuatro, pero cuando lo sepa… - Y sin terminar la amenaza, se fue.

- Hay que poner la hoja tras los dientes de abajo – explicó James durante el almuerzo. Hizo, para desagrado de sus amigos, una demostración con su comida y abrió la boca para que todos vieran.

- Entendemos, Potter – se quejó Sirius con una mueca de asco.

- Estoy hablando con normalidad, ¿ven?

- ¿Qué pasa si me la trago en la noche? – preguntó Peter algo preocupado.

- No te voy a mentir, Peter. Es una posibilidad. Pero supongo que nada terrible, ¿no? No aparece en ningún libro de botánica que alguien haya muerto por tragarse una hoja de mandrágora.

- Igual tendremos que intentar hablar lo menos posible, y eso podría ser difícil para ti, amigo – dijo Sirius.

James se puso de pie y bebió todo el zumo que el quedaba en el vaso. Iba a faltar al siguiente bloque de clases porque tenía que ver las prácticas para el puesto del nuevo bateador de Gryffindor. Pero antes de marcharse se agachó entre sus amigos y con un dejo algo dramático dijo:

- Estoy dispuesto a no hablar en un mes si es por mi amigo.

Luego se marchó.

Remus creyó que no serían capaces o que se acobardarían a último minuto, pero ahí estaban, James, Sirius y Peter a punto de cumplir un mes con la hoja de mandrágora en la boca esa misma noche. No sabía qué decir. Sus amigos no le daban importancia, así que comentarlo de la nada lo haría ver ridículo, pero estaba conmovido de que los tres chicos estuvieran pasando por semejantes molestias con la finalidad de ser animagos para acompañarlo en sus noches de transformación.

Era mediados de octubre. Efectivamente James había encontrado a un chico decente de tercer año para el puesto de bateador. Su nombre era Michael Miller, un alumno al que alguna vez habían molestado por ser hijo de padres muggles y que él había defendido sin conocer. No se había presentado demasiada gente ya que el puesto de bateador era más impopular en comparación al resto, pero quedó bastante satisfecho.

El primero en casi tragarse la hoja de mandrágora fue él, durante un entrenamiento de Quidditch. Hacer piruetas en el aire mientras mantenía cosas dentro de su boca no había sido una buena idea y lo aprendió de la peor manera cuando casi se atraganta. Sin duda todo el procedimiento había detenido o cambiado por completo lo que era su vida.

Ninguno de los tres hablaba demasiado, en ninguna circunstancia. Ninguno de los tres hacía movimientos demasiado bruscos. Sirius había aprovechado todo ese tiempo en sus estudios de la moto, pero él estaba francamente aburrido y cuando le pedía una cita a Lily, si ésta lo estaba mirando a la cara, debía marcharse sin poder replicar demasiado cuando lo rechazaba por el miedo que sentía de que notara que había algo dentro de su boca. Pensaba que había sido el mes más aburrido de toda su vida.

Para peor, tener algo constantemente en la boca dificultaba que pudieran comer otras cosas. Peter, por inercia, solía llevarse comida y luego acordarse, escupiendo. Se alimentaron casi a base de pura sopa, papilla y puré por ese tiempo. El más pequeño de los tres amigos adelgazó notablemente, y por suerte nadie se dio cuenta del cambio de hábito alimenticio.

Sin embargo, la profesora McGonagall parecía haber desarrollado una paranoia histérica hacia ellos, lo que les provocaba mucha gracia. La Jefa de su Casa los miraba como si se trataran de una bomba de tiempo a punto de estallar. Incluso una tarde se había acercado a Remus a preguntarle acerca de este repentino cambio de actitud, pero este no le dijo nada en especial.

- Si Quejicus fuera nuestro amigo podría hacer la poción por nosotros – se quejó Sirius, tapándose la nariz con una mano mientras inspeccionando un caldero en medio de la habitación. Otros dos calderos reposaban a los lados, con un pequeño fuego bajo de ellos - ¿Tiene que estar plateada?

- Sí, plateada – corroboró Peter mientras leía un libro gigantesco.

- ¡Está azul!

- Déjame ver – dijo el licántropo quitándole el libro a su amigo. Al segundo pareció entender el problema - ¡No, Sirius, estás revolviéndola mal! ¡Es hacia el lado contrario!

- ¡Peter, animal, me diste mal las instrucciones! – dijo revolviendo rápidamente hacia el otro lado, como si ponerle ganas hiciera que se arreglara inmediatamente - ¡No he estado un mes con una hoja en mi boca por nada, más vale que esto resulte!

- Tranquilo – dijo James – Merlín, cálmate. Tu histeria me crispa los nervios.

El chico añadió una gran cantidad de ingredientes que había estado mezclando hacía una hora atrás en una tabla de madera sobre su escritorio. Había aumentado el grosor de sus lentes para lograr cortar las raíces con precisión milimétrica y ya estaban listos. Al añadirlos, humo denso y blanco, como vapor, salió y lleno la habitación entera.

Tosiendo y corriendo a abrir las ventanas, vieron con satisfacción que la poción se había vuelto de un color plateado. Vertieron algo de poción en los otros dos calderos, quedando los tres con una cantidad suficiente para llenar un poco más de un vaso grande y grueso. Finalmente podrían retirar de sus bocas la hoja de mandrágora. Después de tanto tiempo, retirar lo que quedaba de la hoja asquerosamente moldeada había sido como retirar una placa.

- Bien… Más vale que esto funcione o estaré muy molesto – volvió a decir Sirius.

Los tres dejaron caer los restos de su hoja en cada caldero, y tras irradiar un brillo morado, se hundieron inmediatamente. Luego añadieron un cabello cada uno. La poción de cada uno de ellos debía reposar ahora por otro mes, en un lugar completamente oscuro, impregnándose de todo lo que la hoja llevaba, antes de estar completamente lista para beberla.

Al día siguiente caminaban radiantes por los pasillos del castillo. Remus creyó ver la definición de la palabra felicidad reflejada en la cara de Peter cuando este comió su primera comida solida durante el desayuno. Tomó el primer bocado, cerró sus ojos y sonrió con una tranquilidad tal como si estuviera caminando en nubes.

Una chica de sexto de cabello rubio y enormes ojos azules pasó caminando junto a ellos. Una piocha brillaba sobre su corazón, puesta sobre su túnica. Una de las prefectas de ese año era Marlene McKinnon, de la casa Ravenclaw. Una chica tan inteligente como popular, de una familia completamente pura de sangre. Sirius la miró embobado.

- Es tan perfecta.

- Y tan fuera de tu liga – le recordó James. Era un año mayor, y nunca jamás se interesaría en alguien como él.

- Nunca se sabe – comentó con toda calma, aunque también lo creía.

La conversación se interrumpió por un sonido masivo de ululeos de lechuza, seguido por un fuerte aleteo. Un batallón de lechuzas de todos tamaños y colores entró volando al Gran Comedor, como era usual, para dejar caer paquetes sobre sus dueños, y llevarles cartas y correspondencia.

Las lechuzas de los cuatro Merodeadores se pararon tranquilamente sobre la mesa junto a sus dueños. Mick, la lechuza de James, y Grey, la lechuza de Remus, traían cartas gemelas. Ambos reconocieron inmediatamente la letra del profesor Slughorn. Debía tratarse sin duda de la primera fiesta del Club Slug del año escolar. Mientras tanto, Chud, la pequeña lechuza anaranjada de Peter traía correspondencia de su familia, y Keith simplemente se posó allí, sin traer nada, como era de costumbre.

- La primera fiesta de Slughorn es la próxima semana – comentó James leyendo, y luego miró a su amigo Remus - ¿Iremos?

- Claro – dijo encogiéndose de hombros. En el Club Slug estaba la chica que le gustaba: Mary McDonald, de cuarto año de su misma casa. Ya que no tenía ramos junto a ella, esas fiestas eran casi su única oportunidad para poder conversar.

Lily, sentada unos puestos hacia la derecha de los chicos recibía la misma carta y la miraba con desinterés, mientras con una de sus manos rascaba la cabeza de su lechuza, de color blanca y majestuosa.

- Lily, ¿irás a la fiesta? – preguntó el chico de gafas.

- Tal vez – respondió escuetamente.

- ¿Sabes qué estaba pensando?

- No, ni quiero saberlo – respondió, atajando que James la invitaría a una cita de nuevo.

- Sal conmigo, Evans – continuó el otro haciendo como que no escuchó lo último - ¿Qué tan terrible puede ser?

- Potter – dijo mirándolo fijamente con expresión aburrida – No va a pasar ni ahora, ni nunca. No me caes bien.

- ¿Por qué? – preguntó, haciéndose el impactado.

- ¿Cómo se te ocurre que voy a aceptar una cita con la persona que molesta a mi mejor amigo desde el primer año? – preguntó perdiendo la paciencia – Eres un idiota, un engreído y una mala persona. No aceptaré una cita contigo jamás, así que deja de intentarlo.

La colorina se puso de pie tras decir eso, se dio media vuelta y se fue con su cabello ondeando con sus movimientos. La lechuza blanca se levantó y emprendió el vuelo lentamente sobre ella, mientras James la seguía con la mirada. Su espíritu no estaba roto… Muy por el contrario, quería doblegar sus esfuerzos.

- Remus, tú eres amigo de Lily.

- Sí… ¿Y? – preguntó el castaño.

- Pues… Puedes hablarle bien de mí.

- ¡Ya sé! – dijo Sirius, emocionándose - ¡Puedes preguntarle si me ayuda a encantar mi moto!

- ¿Puedes preguntarle si puede encargar de esos dulces muggles que me encantan? – preguntó Peter, aprovechando la ocasión – Le pagaré, por supuesto.

- Cálmense – los detuvo el chico – No prometo nada, pero lo intentaré.