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Slytherin vs. Gryffindor

El sábado a las ocho de la mañana, tres chicos muertos de sueño se encontraban de pie en el sexto piso, destartalados con su ropa regular de vestir, esperando a que apareciera la profesora McGonagall para iniciar el castigo: Limpiar a mano y sin magia todos los trofeos, placas, copas y otros objetos del corredor, además del vidrio de sus vitrinas.

Tras pasos de tacones sonando contra el suelo duro de piedra, los tres se giraron y se encontraron con la profesora. También lucía relativamente más casual, con su cabello negro tomado en un moño sin el tradicional gorro de bruja de punta. Ya venía muy austera, como si estuviera realmente irritada por tener que estar ahí un sábado.

- ¿Saben el motivo de la detención? – preguntó la mujer, en vez de saludarlos. Los tres amigos iban a comenzar a hacerle un resumen del suceso del lago, pero ella continuó sin dejarlos replicar – Tengo que inventarles castigos para dejar de quitarle puntos a Gryffindor o de lo contrario la cuenta iría en números negativos.

- Gracias, profesora – respondió Peter para intentar ser conciliador.

- Pero tiene que reconocer que nos hemos portado bien – continuó James mientras se encaminaban detrás de ella hacia la primera vitrina – Es el primer castigo del año. Estuvimos un mes completo en silencio.

- ¡Lo noté! – interrumpió – No sé de qué se ha tratado todo eso, pero en cuanto lo averigüe...

- Hacíamos un voto de silencio – se metió Sirius – Estamos considerando entrar al seminario de frailes durante el verano.

- Señor Black – advirtió, colocando una expresión amenazante – No quiero escuchar las estupideces que siempre dice. Por un día, sólo por un bendito día, quisiera que se limitaran a responderme como la gente.

- Estábamos guardando una hoja de mandrágora en la boca para transformarnos en animagos – le informó James.

La profesora lo miró por un segundo, pero antes de empezar a considerar la idea, soltó una risa irónica.

- Sí, claro. Ustedes ni se imaginan las dificultades que hay que pasar para ser animago. Pero me alegra ver que se acuerda de la materia de tercer año, señor Potter.

- Podría replicarle el libro de memoria, profesora. Página uno: Las investigaciones en torno a la magia oscura, desde sus comienzos, han estado marcadas por

La profesora lo fulminó con la mirada, y parecía que iba a empezar a discutir hasta que, probablemente, ella misma se tranquilizó y comenzó a murmurar cosas para sí.

- Bueno, ustedes han crecido estropeados – murmuró la profesora. El comentario recordó a James la canción "Grown Up Wrong" de los Rollings Stones y comenzó a cantarla, siendo inmediatamente seguido por los otros dos.

- Bueno, eras fácil de engañar cuando estabas en la escuela, pero… - cantaron, mientras James intentaba a tomar a la profesora por los brazos para bailar.

- ¡Ya basta, señor Potter! – gritó perdiendo la paciencia inmediatamente. Su cara tensa y seria estaba colorada, pero ninguno se atrevía a decir si era porque estaba avergonzada o furiosa - ¡Esto es suficiente! ¡He intentado ser lo más indulgente pero no hay caso con usted y sus amigotes! ¡Si esto continúa, enviaré una lechuza a sus padres señalando la posibilidad de que sean expulsados antes de fin de año!

Los tres se quedaron en silencio, mirándola.

- Perdón, profesora – dijo James con sinceridad – Fui demasiado lejos.

- ¡Quiero ver los trofeos y copas relucientes para la una de la tarde! De lo contrario, se quedarán sin ir a Hogsmeade.

Sin decir más, completamente indignada, la Jefa de la Casa Gryffindor se marchó del lugar. El chico de cabello revuelto soltó un bufido como si hubiera sido ella la que estaba fuera de lugar, y luego se puso manos a la obra con la primera vitrina que tenía a su lado.

- ¿Cómo se te ocurre decirle lo de la hoja? – preguntó Sirius, enfadado.

- Sirius, nada de lo que decimos es cierto y ella lo sabe. No va a creer que esto es cierto justo ahora – intentó calmarlo.

- Sí, pero si nos descubre en una cosa similar, va a sumar dos más dos, y sacar conclusiones. Si se le ocurre ir a nuestra habitación y ve los calderos, se acabó.

- Por eso cada caldero está debajo de cada cama – replicó como si fuera solución suficiente.

- No nos va a descubrir – decretó Peter – No va a nuestra habitación desde el año pasado y si no le damos motivos, no va a volver a hacerlo.

A fuera comenzó a llover. Estaba relativamente oscuro debido a las nubes densas y azuladas, lo que no permitía que mucha luz natural se colara por las ventanas. Pasaron varias horas y los chicos tenían sus manos y muñecas adoloridas de tanto restregar, pero al menos habían estado planeando todo lo que harían durante la primera ida a Hogsmeade.

- Hay que ir a ver a Rosmerta – dijo Sirius levantando las cejas sugerentemente.

- La amo – declaró Peter.

- Zonko, Honeyducks y luego a ver Rosmerta – dijo James.

- Jamás irán a Hogsmeade – dijo una voz traviesa sobre sus cabezas. Peeves, el problemático poltergeist de Hogwarts acababa de aparecerse flotando sobre ellos, y traía una expresión tan arrogante que intimidó a los tres de inmediato.

- ¿Por qué no, Peeves? – preguntó James sin darle demasiada atención.

- Jamás irán, jamás – dijo girando en círculos – Me prometieron que me darían la llave del despacho de Filch, y todavía no la veo en mis pálidas manos.

- Ah, sí, está en nuestra habitación. Luego te la paso – dijo. Realmente no tenía pensado hacerlo.

- ¡Eso dijeron la última vez! – gritó, mientras sacaba de su bolsillo una enorme bomba de barro y la sujetaba amenazantemente sobre los trofeos recién limpiados.

- ¡No, Peeves! – rogó Sirius – Te paso la llave, lo prometo.

- No les creo nada, jóvenes Merodeadores. Ahora tienen al locatis de prefecto. Ahora se han vuelto aburridos.

El poltergeist dejó caer la bomba de barro, la que explotó salpicando todo a su paso, incluidas las ventanas, y no contento con eso, sacó una segunda bomba del otro bolsillo, dispuesto a lanzarla a los lugares que aun estuvieran limpios para ensuciar lo máximo posible y provocar un nuevo castigo en los chicos.

- ¡Peeves, ya basta! ¡Te pasaremos la llave! – gritó James, enojado. Pero ya no servía de nada. El rencoroso espíritu lanzó la otra bomba de barro, la que cayó mayoritariamente sobre Sirius.

El moreno no podía creerlo. Se miró así mismo, completamente embarrado, al igual que todo su trabajo de la mañana y sintió que la indignación lo dominaba.

- Este es tu fin, poltergeist de segunda – amenazó apuntándolo con el dedo - ¡Voy a descubrir cómo sacarte de este castillo para siempre! – Tras decir esto, se dio media vuelta y se fue a paso decidido, sin importarle que sus dos amigos quedaran solos con todo el desorden y caos.

- No creo que lo diga enserio – le aseguró James a Peeves por lo bajo.

- Ese Sirius Black tiene un genio insoportable – dijo Peeves con una risita.

Llegó el mes de noviembre, y con ello, un ambiente completamente distinto al del mes anterior. Todos los alumnos tenían más deberes, informes, y ensayos que entregar. Aquel fin de semana sería la primera ida a Hogsmeade de aquel año escolar. Y como si fuera poco, ese viernes sería el partido inaugural de la temporada de Quidditch. Todos estaban felices y emocionados.

Pero además de todo aquello, los merodeadores todavía tenían una cosa extra. Esa semana debían beber su poción y comenzar otra parte del largo y complejo proceso para convertirse en animagos. La habitación que compartían ya llevaba varios días oliendo a peste y los calderos burbujeaban tanto que, a veces, al despertar y bajarse de sus camas, pisaban la viscosa sustancia que se había derramado durante la noche.

Los tres adolescentes llenaron un vaso cada uno, pero justo antes de comenzar a beber, Remus los detuvo en un arrebato de responsabilidad.

- Esperen – dijo levantando su mano hacia ellos – Esperen, ¿están seguros?

- Agh, Remus – se quejó Sirius – Por supuesto que estamos seguros. No nos metimos la maldita hoja de mandrágora a la boca por nada.

- Lo siento – se apresuró a decir – Pero deberíamos pensarlo un poco mejor. Ya saben que si esto sale mal… Podría ser fatal.

Peter tragó saliva. James y Sirius no parecían demasiado preocupados.

- Nadie se va a morir aquí – aseguró el chico de cabello azabache – Esa no es la actitud. Además, si seguimos las instrucciones, no debería de salir nada mal. Hemos seguido las instrucciones al pie de la letra hasta ahora, ¿no es cierto?

- Sirius mezcló la poción hacia el otro lado a un comienzo – se apresuró a decir Peter.

- Correcto, eso pasa cuando eres el que está leyendo las instrucciones – le recordó Sirius.

- No creo que ese error sea suficiente para morirnos – replicó James.

- Pero no te consta.

- Creo que las posibilidades están de nuestro lado, pequeño Peter. Mira, lunático, sé que estás preocupado por todo esto… Pero relájate y piensa en todas las maravillas que podremos hacer si—

- Lo sé. Pero estuve leyendo su librito de animagos mientras realizaban el castigo en la mañana y leí que será doloroso.

- Y a mí que me importa – dijo haciéndose el muy valiente – Remus, esto va sí o sí – Sin decir más, tomó el contenido del vaso de un solo golpe, con una mueca constante de asco y reprimiendo arcadas – Vaya. No creí que pudiera saber peor que a lo que huele.

- ¡Asqueroso! – exclamó Peter, tapándose la nariz con sus dedos mientras bebía.

- Ya está hecho – dijo Sirius con su cara contorsionada por el repugnante sabor. Luego eructó con ganas.

La semana pasó rápido entre tantas tareas escolares. Especialmente para James, que se había pasado todas las tardes en entrenamientos de Quidditch, y todo el resto de su tiempo libre repasando estrategias para vencer a Slytherin. Slytherin era el partido que siempre quería ganar, sin importar qué, sólo para borrar de las caras del grupo de Mulciber esas estúpidas y brabuconas sonrisas.

Pero ahora estaba preocupado. Ya no tenía a Sirius en el equipo. Sirius era el jugador con el que mejor se conocían dentro del campo de juego, solían adivinarse movimientos y así poder realizar mejores jugadas, pero ahora eso se había ido. El nuevo chico, Michael, era bueno y lo había demostrado en los entrenamientos. Pero todavía no tenía idea qué ocurriría en el partido. No sabía si le daría miedo escénico, nada.

Así que no durmió bien.

A la mañana siguiente el Gran Comedor se había convertido en un hervidero de emoción, ansiedad y celebración. Toda la escuela estaba animada por el primer partido de Quidditch y el hecho de que las clases se hubieran cancelado. Algunos alumnos se encontraban escribiendo pancartas sobre las mesas al lado de los platos con la comida del desayuno.

- Michael – dijo James sentándose junto al chico de tercer año - ¿Nervioso?

- No realmente – dijo el chico sonriendo – Más bien ansioso. Quiero hacer un buen trabajo.

- Lo harás, estoy seguro.

Sin darse cuenta, todas las chicas de tercero lo miraban como enamoradas mientras él continuaba aconsejando a su nuevo bateador. Las de cuarto año, también. Pero cuando empezaba el Quidditch, James se olvidaba de todo lo demás. Se obsesionaba y se volvía monotemático.

El equipo de Quidditch de Gryffindor se encaminó a los camarines para vestirse y prepararse. A los minutos sonó la campana para dar aviso del término del desayuno. Una horda de alumnos llevando capas de color verde, otros, color escarlata, y otros de negro, se pusieron de pie y salieron caminando hacia los terrenos del castillo, comenzando a corear canciones.

Afuera llovía torrencialmente y hacía algo de frío, pero en el pasado ya se habían jugado partidos en condiciones mucho peores.

'Vamos, vamos, Gryffindor. Vamos, vamos, Gryffindor'. El canto de los alumnos de la casa escarlata se mezclaba con los gritos del comentarista deportivo. James Potter tenía un ligero delirio de grandeza y escuchar los gritos a su favor era una de sus cosas favoritas en la vida. La capitana de Slytherin, Emma Vanity, esquivó una bludger y perdió la quaffle, a pesar de sus intentos por no soltarla.

El muchacho de gafas se tiró en picada mientras el viento y miles de gotas de agua lo golpeaba en la cara, pescando la quaffle con sólo una mano mientras dirigía su escoba con la otra, directo hacia arriba de nuevo. Iba directo hacia uno de los aros. Y ¿por qué no hacer un par de piruetas en el camino? La escoba y el mago giraron como un trompo y en vez de lanzar la pelota, se metió con ella a través del aro.

El público enloqueció y los vítores cambiaron mientras todos comenzaron a corear juntos una canción especialmente ideada para James, dos años antes. Eso le encantaba al moreno que, detenido en el aire, comenzó a alentarlos a gritar más fuerte. Luego sobrevoló las graderías, saludando. Parecía que todos animaban a James Potter, excepto una persona.

Lily Evans estaba cruzada de brazos resoplando y pensando que todo era una sarta de tonterías que le subiría el ego al alumno más idiota y sobrevalorado de Hogwarts.

- ¿Cuándo vas a reconocer que Jamie tiene lo suyo? - dijo una voz grave.

La colorina se sobresaltó y miró para atrás para encontrarse a Sirius Black, a pocos centímetros de su oído.

- ¿Tiene qué exactamente? ¿Notables cantidades de narcisismo? ¿Inmadurez, irresponsabilidad, crueldad y ningún respeto por las reglas o los intentos de los demás por ganar la Copa de las Casas? – preguntó Lily con un notable tono de ironía.

- Por nombrar algunas – replicó el otro como si nada.

- No la molestes, Sirius - dijo una voz mucho más suave. Era Remus.

- Gracias, Remus.

- Sé que no tienes la mejor imagen del tipo – continuó Sirius como si nada – Pero admitir que tiene lo suyo no te va a envenenar, Evans.

- No va a pasar.

- Gracias a él ganamos la Copa de Quidditch cada año – le recordó.

- No es un equipo de una sola persona – le recordó ella. Justo en ese momento una de las cazadoras de Gryffindor metía otro tanto y le daba la razón - ¿Ves?

- ¡Mete ocho tantos por partido en promedio! – reclamó - ¡Y vuela a una velocidad mucho más rápido que el resto!

- Vaya, tanta estadística y tantos halagos. ¿No será que te gusta? – preguntó riendo – Entendería tantas cosas…

- No hables tonterías, Evans – replicó riendo – Sólo puntualizaba sus muchos talentos para que aceptes salir de una vez con él. Mira eso, por ejemplo, lleva dos meses y medio pidiéndote una cita. ¡El hombre es perseverante!

- No me importa cuántas veces me lo pida. Deberías decirle a Potter que ya deje de molestarme porque no hay ninguna forma, y déjame ser bien clara en esto, ninguna forma de que yo alguna vez me fije en alguien tan básico como él.

- ¿Básico? – preguntó incrédulo, como si la ofensa hubiera sido para él - ¿Y quién sí es digno de ti, Evans? ¿Quejicus?

- Él tiene un nombre - dijo Lily muy seria - Se llama Severus Snape y es mucho mejor que tú y tu amiguito. Y si sigues con esto no pienso continuar ayudándote a encantar tu estúpida moto.

- ¡¿Estúpida moto?!

La colorina se puso de pie y se abrió camino entre toda la gente de las graderías para regresar al castillo y perderse el final del partido de Quidditch. Sirius aprovechó el espacio dejado por la chica para reclinarse hacia atrás y apoyarse con los codos, como si estuviera tomando sol, llamando la atención de todas las chicas a la cercanía. Remus lo miró severamente.

- Sólo logras que ella lo odie más - dijo el muchacho.

- ¿Qué? No dije ninguna mentira. Además, si prefiere a Quejicus por sobre James, es porque Lily es la verdadera lunática aquí.

- ¿Quieren callarse un rato? - preguntó Peter concentrado en el partido.

James acababa de encestar la quaffle nuevamente mientras la gente rugía de emoción y volvía a corear la canción escrita sólo para James. Minutos después la buscadora de Gryffindor atrapó la Snitch dorada, sonó el silbato de Madame Hooch y el partido finalizó con Gryffindor victorioso.

Una hora después se llevaba a cabo una fiesta colosal en la sala común de Gryffindor para celebrar el primer triunfo del año escolar. James era levantado en el aire por sus compañeros de equipo mientras las jarras se llenaban con cerveza de mantequilla u otros alcoholes más fuertes ingresados de contrabando por los pasadizos secretos del castillo. La canción "El mejor líder" era entonada.

Lily rodó los ojos ante la euforia que generaba el capitán del equipo. Y a pesar de que le encantaba divertirse igual que al resto, sabía que si se acercaba a participar, James iba a comenzar a pedirle citas de nuevo. Así que se conformó con mirar todo desde un rincón, junto a la chimenea.

- ¡Hey! ¡Evans! - gritó James por todo lo alto - ¡Te dedico el triunfo!

La chica no le contestó, y James pidió a todos solemnemente que lo bajaran para poder ir hasta la chimenea con la pelirroja. Todos siguieron festejando con el resto del equipo de Quidditch y Sirius intentó llamar la atención para darle un poco más de privacidad a la pareja.

- Evans, quizás no me escuchaste bien. Dije que te dedicaba el triunfo - dijo James.

- Escuché perfectamente bien - dijo mirándose las uñas con desinterés.

- Ya veo. Ni siquiera me darás las gracias.

- No, de hecho. Estaba haciendo un pequeño cálculo… ¿Sabes cuándo fue la última vez que ganamos la Copa de las Casas?

- Mm... ¿En 1970?

- Exacto. Un año antes de que tú y tus amiguitos entraran a Hogwarts.

- Entiendo tu punto, Evans. Te explicaré el mío: La Copa de las Casas es una forma que tienen los profesores para controlar a los alumnos y lo único que provoca es que todos sean aburridos lame botas preocupados de sus quehaceres. Por último, deberían dar un premio bueno, como dinero o comida. Así tal vez consideraría esforzarme un poco más, pero… No me conformo con sólo el honor.

- Hermosa filosofía - dijo irónica.

- Vamos, Evans. Ya deja los recelos contra mí y acepta salir conmigo. Estoy segura de que luego de que aceptes… Quizás, hasta te guste.

- ¿Qué tú me gustes? - dijo mirándolo fijamente.

La pelirroja soltó una carcajada como si le acabaran de contar el mejor chiste del mundo, llamando la atención de los demás alumnos. Mientras tanto, James la miraba algo humillado, pero haciendo como que realmente todo estaba genial.

- No es tan gracioso, Evans – murmuró.

- Lo siento - dijo limpiándose las lágrimas de los ojos - Pero no. No podrá ser.

- Te crees la gran cosa, ¿no?

- No - respondió ella tranquilamente - Creo que ese eres tú.

- No te cuesta nada aceptar salir conmigo.

- Desecha la idea ya, Potter. No va a pasar - dijo la chica seria.

Lo dejó hablando solo y partió escaleras arriba para irse al dormitorio de chicas. James quedó humillado y molesto en el sillón frente a la chimenea pensando que Lily Evans no se iba a salir con la suya. Hacerla aceptar una cita se iba a volver algo personal y no descansaría hasta lograrlo.