6
El amor está en el aire

Sábado por la mañana. Continuaba lloviendo y sonaba un vinilo de los Rolling Stones, la banda favorita de James y Sirius. Remus se despertó temprano y se metió a la ducha. Esa tarde sería la primera ida a Hogsmeade, pero lamentablemente, ya que se acercaba la luna llena, lucía tan pálido y enfermo como todos los meses. Justo el día de su cita con Mary.

Cuando salió de la ducha, se encontró con sus amigos recitando el conjuro para convertirse en animagos. Tenían que decirlo cada día o no funcionaría y todo su esfuerzo hasta ahora sería en vano. Si bien bastaba con decirlo una vez al día, sus tres amigos jugaban a ver quién podía decirlo más rápido.

- ¡Amato Animo Animato Animagus! – dijo Peter a toda velocidad.

- ¡AMATO ANIMO ANIMATO ANIMAGUS! – le gritó James a sus amigos en la cara.

Sirius tomó aire, como si fuera a recitar algo solemne.

- Amatoanimoanimatoanimagus – dijo, como si fuera un trabalenguas. Luego, se fijó en su amigo saliendo del baño con una toalla amarrada a la cintura, luciendo todas sus magníficas cicatrices - ¡Ah, no! ¡Pero miren cuanta sensualidad! Siento que mi cinturón empieza a aflojarse solo—

- ¿Por qué te has bañado? – preguntó James riendo.

- ¿De qué hablas? – preguntó confundido. Sus amigos le devolvieron la mirada más confundidos aun - ¿Se canceló la ida a Hogsmeade y no me lo ha dicho nadie, o…?

- Oh, olvidamos decírtelo. No podemos ir.

- ¿Por qué? ¿Qué hicieron ahora? – preguntó intrigado - ¿Y por qué me dejaron fuera de nuevo?

- No, no. Fue durante el castigo.

- ¿Los castigaron durante un castigo? Esa es nueva.

- Peeves destrozó todo. Lo hizo apropósito – explicó Sirius con cara de pocos amigos.

- Así que relájate, Remus. No iremos – anunció James.

El chico estaba tan acostumbrado a que los cuatro fueran juntos a todas partes, y que siempre tomaran todas las decisiones juntos, que no pensó que Remus quisiera ir. Y ahora el licántropo se encontraba en un aprieto, porque si iba solo, le preguntarían por qué y no quería contarles que tenía una cita. Pero no podía dejar a Mary plantada…

- Creo que iré igual – murmuró, buscando su ropa con su mirada intencionalmente para no encontrarse con la mirada de sus amigos.

- ¿Por qué? – preguntó James haciendo un falso puchero - ¡Ya ni te vemos! Nosotros siempre estamos castigados y tú eres prefecto.

- Me había hecho la idea de ir. Puedo comprarles cosas en Zonko y en Honeyducks, y además… ¿Por qué se van a quedar aquí respetando el castigo? Podemos usar la capa y—

- Remus, pensamos todo eso, ¿sí? – dijo James – Pero luego llegamos a la conclusión de que este es el mejor momento para escabullirnos a la Casa de los Gritos y tratar de convertirnos en animagos.

- ¿Ahora?

- La mayoría estará en Hogsmeade, incluyendo a los profesores… No podemos intentarlo aquí. El espacio es muy reducido – se metió Peter – Y la Casa de los Gritos ya está completamente destruida. No es como que podamos hacer algo que llame la atención…

- Sí, sí… Supongo – respondió encogiéndose de hombros.

- Hay algo que no nos estás diciendo – dijo Sirius perspicazmente.

- Nada – aseguró rápidamente – Sólo no estaba al tanto de estos cambios de planes.

A decir verdad, había estado nervioso durante toda la semana ante la expectativa de tener una cita con Mary. Era ese tipo de cosas que le provocaban tantos nervios que finalmente no quería hacerlo, pero se obligaba porque sabía que en el fondo todo terminaría bien y sus miedos se irían. Pero cuando los chicos le propusieron un cambio de planes, se sintió aliviado de poder tener una excusa para cancelar su panorama…

Después de disculparse con sus amigos bajó a la sala común a ver si podía encontrarse con Mary y explicarle la situación. Y, en efecto, la chica estaba allí con los demás compañeros de su curso, sosteniendo su permiso en las manos y lista para salir. Se veía hermosa, usaba unos vaqueros y un chaleco azul.

Cuando lo vio acercándose a ella, se sonrojó.

- Hola, Mary.

- Hola, Remus – devolvió el saludo sonriendo.

- Escucha… Sobre lo de hoy… ¿Existe alguna posibilidad de que podamos dejarlo para la próxima? – dijo esperando que la chica no se enojara.

Ella cambió rápidamente su sonrisa por una expresión decepcionada, pero se esforzó por no demostrarlo.

- Ah, sí, claro. ¿Estás enfermo?

- Sí – mintió, recordando su propio aspecto - ¿Se me nota?

- Te ves algo pálido – reconoció con algo de tristeza. Verla así, hizo que Remus se arrepintiera de haber cancelado, pero ya estaba hecho.

- De verdad lo siento mucho – dijo bajando un poco la cabeza en un gesto humilde – Estaba anticipándolo. Me encantaría si la próxima vez—

- Claro, Remus – dijo sonriendo – La próxima vez no te librarás de mí.

- Gracias por entenderlo – replicó él sonriendo.

Una vez que pasó toda la decepción y alivio simultáneo de haber cancelado su primera cita en la vida, tuvo que reconocer que lo pasó increíble junto a sus amigos. Como muchas otras veces se dirigieron al Sauce Boxeador y lo traspasaron inmovilizándolo. Llegaron a la habitación principal de la Casa de los Gritos, completamente destrozada, polvorienta y llena de pelo café, y se dedicaron a practicar la transformación el resto de la tarde.

Sin obtener ningún resultado, al menos les sirvió para hacer lo que mejor sabían. Conversaron, bromearon y rieron a destajo durante toda la tarde. Remus llevó pasteles y golosinas que tenía guardadas, y James llevó cervezas de mantequilla que reservaba para una ocasión especial. Se la pasaron toda la tarde poniendo caras concentradas, intentando transformarse en un animal sin tener idea cómo.

Para cuando regresaron al castillo estaba comenzando a oscurecer. Pasaron a comer un bocadillo al Gran Comedor antes de regresar a sus habitaciones y, luego subieron muy calmos. Todos los alumnos ya estaban de vuelta en el castillo y la sala común rebosaba de gente mostrando todo lo que había comprado en Hogsmeade. Ellos subieron.

La ventana de la habitación estaba abierta y tanto Grey como Keith reposaban parados en el marco. Era normal que las lechuzas de los merodeadores anduvieran juntas, así que ninguno encontró nada extraño en ello. Grey traía una carta amarrada a su pata derecha, mientras que Keith cargaba con un paquete mucho más grande y cuadrado.

Remus se acercó a su lechuza para sacar la carta, suponiendo que era de alguno de sus padres. Se equivocaba. La letra que aparecía en el sobre era completamente desconocida para él. Estaba dirigía a su nombre, pero no tenía remitente.

- ¡Bombones! – exclamó Sirius abriendo su caja.

- ¿Quién te los envió? – preguntó James con algo de envidia.

- No lo sé – dijo mirando por si alguna tarjeta había caído al suelo, pero no había nada – Supongo que alguna de las chicas que siempre me miran idiotizadas.

- Dame uno – pidió Peter.

- Déjame probar primero. Si me gustan no pienso compartirlos.

El licántropo volvió a concentrar su atención en su carta. Lo intrigaba saber de quién podía ser y cuál podía ser su contenido, así que abrió el sobre. Adentro habría un pergamino prolijamente doblado en dos. Lo sacó para extenderlo y ver si así podía reconocer mejor la letra, pero cuando se dio cuenta de lo que se trataba, sintió que se le helaba el cuerpo completo: "Ha llegado la hora. O te nos unes, o estás en contra nuestro".

Le había llegado a bajar la presión de la impresión, pero arrugó el papel en su mano y se lo metió al bolsillo antes de que alguno de los chicos se diera cuenta. No quería preocuparlos con eso… Al menos no antes de poder hablar con Dumbledore. Tenía que hablar con él cuanto antes. De seguro no le importaría que fuera de noche y…

- ¡Por Merlín santísimo, cálmate! – gritó James intentando sujetar a Sirius.

- ¿Cómo quieres que me calme? ¡La amo!

Remus miró entendiendo todo rápidamente. La caja de bombones, a medio comer sobre la cama, traía una poción de amor para Sirius y este había caído redondito. Su cabeza todavía estaba preocupada por el mensaje que había recibido, pero decidió que lo mejor era concentrarse en ayudar a James y a Peter a controlar a Sirius.

- Está pálido, no se vaya a desmayar – advirtió Peter.

- ¿A quién amas tanto, a ver? – preguntó James sin escuchar al menor de sus amigos.

- ¡A Batsheda, obviamente!

Los tres chicos comenzaron a reír a carcajadas sin poder evitarlo, pero eso provocó que Sirius se enojara y se pusiera violento con ellos, comenzando a empujarlos. Uno de los efectos conocidos de la amortentia era que las personas solían ponerse inestables y agresivas con los demás. Especialmente si no tomaban enserio sus declaraciones amorosas.

- ¿Te parece gracioso? – le gritó a James - ¡Yo nunca te dije nada cuando me contaste lo de Lily!

- Bueno, eso no es del todo cierto—

- ¡Ya sé! – lo interrumpió, sonriendo como si estuviese completamente dopado por medicamentos fuertes – ¡Podemos salir en citas dobles!

- Sirius, cálmate.

- ¡No!

El chico de crespos oscuros se puso de pie forcejeando contra sus amigos y corrió para la puerta anunciando que iría en busca de su amada Batsheda. Sus amigos pudieron haber intentado detenerlo de nuevo, claro. Pero James fue a buscar su cámara y convenció al resto de que sería mejor idea salir a la sala común, esperar y ver…

- 3, 2, 1…

La escalera que iba hacia el dormitorio de las chicas se convirtió en un tobogán largo y ancho, por donde Sirius cayó a toda velocidad y completamente desorientado, mientras era visto por todos los estudiantes que aún se encontraban compartiendo en la sala común. Hubo una carcajada general y el chico se puso de pie, sacudiéndose, con toda la intención de emprender camino arriba nuevamente.

- Ahora sí puedes intervenir – le dijo James a Remus.

- ¡Batsheda! – llamó, intentando hacer eco juntando sus manos sobre su boca.

- Ya, ya, Sirius. Ven – dijo Remus tomándolo del brazo – Batsheda no está allá arriba.

- ¿Ah no?

- No, estaba abajo, con el profesor Slughorn.

- ¡Ese maldito! ¡Siempre la vio con ojos deshonestos! – dijo indignado - ¡Vamos, rápido!

El retrato de la Dama Gorda dejó pasar a los cuatro chicos, que salían pasadas las nueve de la noche. Sirius lideraba el grupo debido a que caminaba a paso decidido mientras los demás tenían que trotar un poco para alcanzarlo. Tuvieron que bajar hasta las mazmorras para llegar a la oficina del profesor. Tocó la puerta con vehemencia.

James estaba preparado con su cámara. Sabía que Sirius interpelaría a Slughorn por celos.

- ¿Sí? – El profesor Slughorn abrió la puerta después de unos minutos.

- ¡Dime dónde está! – gritó Sirius, empujando la puerta (y al profesor) y entrando al despacho a la fuerza. Sus tres amigos lo siguieron.

- ¿Quién? ¿Qué sucede? ¿De qué se trata todo esto?

- Una poción de amor – susurró James – Parece poderosa.

- Se lo advierto profesor – le dijo Sirius con una voz suavizada pero amenazante – Dígame dónde está Batsheda y nadie saldrá herido.

James soltó una risita.

- ¿Qué tiene de gracioso? ¡Nos batiremos a duelo! James, tú sé mi segundo. Pero tiene que ser un duelo a la antigua, claro. Con espadas.

- Ah, señor Black. Lo que menos querría sería batirme a duelo con usted por una dama – replicó el profesor rápidamente, siguiendo el hilo – No tendría opción, además. Usted es guapo, joven, viril… Y yo, ya un viejo.

Sirius pareció calmarse tras recibir esos halagos. Se sentó en un sillón en una esquina junto a la chimenea y pareció reflexionar antes de volver a hablarle al profesor. Sus tres amigos estaban en silencio esperando expectantes. James nunca soltó la cámara, por si acaso ocurría algo genial.

- No tiene que ningunearse así, profesor – dijo de pronto – Aunque sea la verdad.

- Por supuesto que es verdad, joven Black.

- Pero no me ha dicho dónde se encuentra Batsheda.

- Dijo que iría a arreglarse para un encuentro furtivo con usted.

- ¿De verdad? ¿Un encuentro furtivo? – dijo poniéndose de pie, emocionado - ¡Pero tengo que irme, entonces!

- ¡Espere, señor Black! – lo detuvo el profesor. Luego se giró y tomó una copita que había estado preparando durante todo el rápido alboroto, y se la pasó – Esta poción le va a servir. Para los nervios. Además, dicen que resalta las características más guapas de cada persona.

- ¡Gracias! – dijo sonriendo y bebiendo el contenido de la copa.

El efecto fue inmediato. Parecía que le habían extirpado cada poco de energía de su cuerpo, y la palidez se intensificó. Era como si Sirius hubiera sido arrollado por una decepción extrema al pasar de ese estado intenso de enamoramiento al estado normal y propio de él. Volvió a sentarse, decaído.

- ¿Te sientes bien? – preguntó Peter.

- ¿Qué demonios ocurrió? – preguntó mirando a su alrededor - ¿Profesor Slughorn?

- Bienvenido de regreso, señor Black – replicó el profesor con una enorme sonrisa – Bebió una poción de amor. Una muy poderosa, a decir verdad. Parecía que estaba dispuesto a batirse a duelo conmigo.

- Lo tengo todo en fotos – añadió James, levantando la cámara en el aire.

- ¿Un duelo? ¿Yo? – preguntó, mirando a sus amigos por confirmación – ¿Y de quién estaba enamorado?

- Batsheda.

- Maldita loca – exclamó, golpeando el mango de la silla con su puño, enojado - Lo siento, profesor. Estaba fuera de mis cabales.

- Exactamente. Por suerte todo esto ha terminado de la mejor manera posible – dijo sonriendo – Ahora, ¡A la cama, muchachos! Ya se ha hecho tarde. Si algún profesor los ve deambulando, se molestará mucho.

Tras reiterar lo agradecido que estaba, Sirius salió del despacho liderando a sus amigos. Excepto a Remus, que decidió que lo mejor era ir a ver al profesor Dumbledore. Era tarde, pero el director de la escuela ya le había dicho antes que si algo así llegara a ocurrir, debía a ir a él de inmediato.

- ¿A dónde vas? – interrogó James.

- El profesor Dumbledore me envió el mensaje de esta noche – mintió – Quiere hablar algo sobre la transformación de la próxima semana.

- ¿Por qué? – preguntó el más pequeño de los amigos.

- No dice el motivo – respondió encogiéndose de hombros.

- ¿Estás seguro? – continuó Sirius, mirándolo con intriga – Nunca había hecho eso antes. ¿Pasó algo que no nos has dicho…?

- No, nada – respondió, intentando lucir impasible – Luego les cuento de que se trata todo esto.

Remus partió caminando a paso decidido hacia la oficina de Dumbledore. Claramente iba a tener que inventar una excusa creíble para cuando volviera… Esto sí que no quería contárselo a sus amigos. Iban a preocuparse por él y a comenzar con ideas raras. Conociéndolos, James incluso propondría ir a buscar a los hombres lobos y librar una batalla con ellos durante las vacaciones de navidad.

La sola idea de que sus amigos sufrieran algún tipo de dolor o daño con la transformación en animagos ya le quitaba el sueño por las noches. No iba a animarlos a un nuevo riesgo a causa de su condición de licántropos. Era demasiado.

Llegó frente a la gárgola dorada de la entrada de la oficina y tras decir la contraseña, la cual se ponía en conocimiento de todos los prefectos una vez al mes, subió. Se anunció tan pronto como llegó al despacho, y tras unos minutos, apareció el profesor Dumbledore luciendo un camisón celeste con un estampado de medias lunas blancas. En su cabeza llevaba un gorro en el tono.

- Señor Lupin – exclamó, con sorpresa - ¿Qué lo trae por aquí a estas horas?

- Buenas noches, profesor. Por favor, discúlpeme por haberlo despertado a esta hora – se apresuró a decir. Antes de que pudiera continuar con sus excusas, el director levantó su mano en el aire para indicar que se detuviera.

- No es problema para mí, Remus – dijo con voz suave. Una sonrisa apareció en su rostro.

- Lo que pasó fue que… Recibí un mensaje, señor. Un mensaje de los hombres lobos…

Metió su mano dentro del bolsillo de su pantalón y sacó el arrugado papelito para extendérselo. Pese a que no estaba firmado por nadie, el chico sabía perfectamente que había sido enviado por los hombres lobos. Específicamente el grupo que había declarado abiertamente su lealtad a Lord Voldemort. Y una vez que lo leyó, Dumbledore pensó lo mismo.

- Nuestros temores se han confirmado.

- Yo… No sé qué pensar, profesor – dijo tomando asiento sin que lo invitaran – Los efectos de no responder serían tan nefastos como los de una negativa, ¿no es así?

- Efectivamente – respondió el anciano, también tomando asiento – Hiciste lo correcto en venir aquí, Remus. Y sé que estarás en desacuerdo conmigo, pero creo que esto debe ser puesto en conocimiento de tus padres de inmediato.

- Se preocuparán… - comentó, sabiendo que oponerse no serviría de nada.

- Estarás a salvo mientras te encuentres en Hogwarts.

Dumbledore chistó los dedos y una tetera voló desde un rincón, junto con dos tazas y dos platillos, y comenzó a servir té en el aire. Cada plato con su taza de posicionó frente a ambos hombres, y luego una rodaja de limón apareció por arte de magia flotando entre las hojas del té.

- Quizás sería una buena idea si le dice al señor Potter y sus demás amigos que se queden en el castillo durante esta Navidad—

- No – respondió tajantemente – James está ilusionado con ver a su padre después del percance con el Ministerio. Y además es la fiesta de navidad de la señora Black. Si Sirius falta…

- Pero si usted les comentara la situación, estoy seguro de que no dudarían en—

- No quiero comentarles la situación – interrumpió, explicando con calma – No quiero que ellos sepan sobre esto, profesor. Se volverán locos.

- Está bien, Remus. Supongo que puedes quedarte solo en el castillo por esta vez… Aunque, permíteme que te lo diga, no es bueno llevar ese tipo de secreto completamente solo y… Tarde o temprano los demás lo sabrán.

- Lo sé, pero voy a aplazarlo lo más posible.

- Bien, entonces vamos a hablar ahora – prosiguió el profesor juntando todos sus dedos sobre la mesa – No va a responder ninguno de estos mensajes, si es que continúan llegando. Se quedará en el castillo y pediré al profesor Belby que lo escolte hasta—

- No es necesario que moleste a nadie, profesor.

- Vamos a tomar todas las medidas necesarias para su seguridad, señor Lupin. Y una vez terminado el año escolar, lo enviaré lejos de aquí.

- ¿Qué tan lejos? – preguntó con curiosidad.

- Lo suficiente, señor Lupin.