8
Felix Felicis
James esperó una semana antes de animarse a beber la poción para invitar a Lily al baile. La última clase que tendrían los de Gryffindor aquel día viernes, era Botánica con Slytherin. Su idea era hacerlo a la hora de almuerzo, el momento en el que más posibilidades tenía de topársela sin Snape y así poder preguntarle con calma. Bebió el contenido de la poción ante la mirada curiosa de sus tres amigos.
- ¿Y? – preguntó Sirius con interés.
- Me siento… Bien – dijo el chico de cabello oscuro, sintiendo que a medida que la poción bajaba por su esófago, todo su cuerpo se volvía ligero y como embriagado.
- ¿Bien como cuando Sirius besó a Elvendork, o bien como cuando ganaste la Copa de Quidditch el año pasado? – preguntó Remus.
Sin responder, James comenzó a reírse a carcajadas como si el recuerdo de cualquiera de esas dos cosas le trajera la felicidad y la diversión más infinita que pudiera sentirse. Y justo en ese momento, la profesora McGonagall llegó hasta la mesa y se posicionó tras de él.
- Aquí están – dijo parándose amenazantemente.
- ¿Qué hicimos ahora? – preguntó Sirius.
- Nada, señor Black. Señor Potter, ¿qué rayos le pasa?
James se retorcía de la risa. Se había inclinado para apoyarse sobre la mesa, a ese punto ya lagrimeando de tanto reír. No parecía poder parar pero tampoco parecía que lo intentara.
- Le hice un hechizo regocijante – dijo Remus rápidamente – Se me pasó la mano.
- Ya veo. De cualquier forma, quería avisarles que la clase de Botánica ha sido cancelada.
- ¿Cancelada?
- Se aproxima una de las mayores tormentas de los últimos años, por lo que el director me ha pedido que anuncie la cancelación de todas las actividades que se llevarán a cabo fuera del castillo. Ya me he encontrado con todas las chicas. Son ustedes los que faltaban.
Sin despedirse ni decir nada más, continuó caminando hacia la mesa de los profesores.
- ¿Te quieres calmar? – le preguntó Sirius.
- Nunca dejará de ser gracioso que hayas besado a Elvendork – balbuceó mientras intentaba componerse a sí mismo de tanta risa.
- Tu poción hizo que nos caiga una tormenta encima.
- Brillante – dijo sonriendo.
Tras almorzar, todos los alumnos del quinto año de Gryffindor se dirigieron a la Sala Común. Una vez que entraron, James vio a Lily de inmediato junto a otras dos de sus compañeras disfrutando de unos pasteles de arándano en la mesa frente a la chimenea. Algo hacía sentir a James que esta vez conseguiría todo lo que quería. Era una seguridad inexplicable.
- ¡Tú! - dijo James.
Lily se sobresaltó y lo miró con cara de aburrimiento mientras murmuraba, No otra vez. Remus y Peter se sentaron en el sillón de al lado y el castaño hizo aparecer un paquete de palomitas frente a ellos. Sirius, en cambio, se mantuvo cerca de su amigo en caso de que necesitara ser contenido después de que la pelirroja lo rechazara una vez más.
- ¿Qué quieres ahora, Potter? - dijo la colorina.
- No tú - respondió James - Allie. Allie Hamond.
Todos miraron a James confundido, incluyendo Lily y sus amigos.
Una de las compañeras del quinto año, la chica que estaba sentada a la derecha de Lily, era una chica rubia con enormes ojos color almendra. Solía llevarse muy bien con Los Merodeadores hasta que se hizo muy cercana a Lily, y empezó a sentir la misma aversión hacia James que tenía ella. Además, tampoco era muy fanática de Sirius después de que éste se lio con una chica de Hufflepuff el año anterior, mientras a ella le gustaba.
Sirius dio unos pasos hacia adelante para acercarse a su amigo y se aclaró la garganta.
- Es la de al lado, Pottercillo - le susurró en el oído.
- No, es Allie - continuó James - Hamond, ¿quieres ir al Baile de Navidad conmigo?
- Te digo que le hablas a la chica equivocada - repitió Sirius.
- ¿Qué es esto? - preguntó Allie - ¿Estás despechado porque Lily te rechaza y ahora quieres salir conmigo para darle celos?
- ¿Darle celos? - preguntó James sarcásticamente - Para nada. Sólo quiero salir con una chica agradable y pasar un buen rato en el baile, para variar. ¿Acaso podría lograr eso si invito a doña amargada?
- ¿Doña amargada? - repitió Lily indignada - Ahora sí te volviste loco, Potter.
- La loca eres tú, Evans.
- Amigo, enserio detente - susurró su amigo mientras rascaba su cabeza confundido.
- ¡No me detendré, Sirius! - gritó el chico.
Todos los presentes que se encontraban en la habitación se giraron para mirar de qué se trataba todo eso. Ante la atención, el lado célebre de James surgió a la luz y se preparó mentalmente para dar un discurso frente a todos los presentes, subiéndose arriba de la mesa frente a la chimenea.
- Esta colorina aquí presente es una persona terrible. Se va por la vida predicando lo mucho que hacemos mal pero ella se cree la gran cosa. Dice que yo soy engreído, y miren lo altanera que es ella. ¡Cree que puede rechazar y humillar a quien se le dé la gana!
- ¿Eso es lo que crees? – preguntó Lily enojada - ¿Qué soy una persona terrible, que me creo la gran cosa?
- Sí. Eres tan altanera que ni siquiera eres capaz de mirarme a la cara cuando estoy hablándote, ¿o me equivoco? – preguntó. Lily se quedó en silencio sin replicar mientras se escuchaba un lejano Uuuuuuh por parte de los presentes.
- Sirius, deberías amarrar a tu amigo – le dijo Allie al moreno.
- Está bien, Allie. Quiero escuchar lo que Potter tiene que decir – se defendió Lily. A juicio de Sirius, la colorina no lucía exactamente enojada. Sino algo intrigada y por primera vez dispuesta a escuchar a James.
- No hay más que decir, Evans – prosiguió James dando un saltito para bajarse de la mesa – Creo que sabes que tengo la razón y por eso estás escuchándome, ¿no es cierto? Porque siempre actúas como si fueras muy intelectual y yo un pendejo. Pero hasta ahora todavía no te veo curando el cáncer, Evans.
- ¿De verdad crees todo lo que estás diciendo o es sólo para provocarme? – preguntó la chica cruzándose de brazos.
- ¡De verdad lo creo! ¡Creo que eres exactamente lo mismo de lo que siempre me acusas! ¡Te crees superior a mí! Y por lo tanto… - dijo, dándose el gusto de mirarla con una sonrisa triunfal – Eres igual de arrogante y narcisista que yo.
- Ahora sí perdiste la chaveta, James - murmuró Sirius.
- Bien, Potter. Vamos al baile juntos - dijo Lily.
Todos los que se encontraban presente, quienes además estaban escuchando toda la conversación con risitas, miraron a Lily como si hubieran escuchado mal lo que acaba de decir. Incluido el mismo James Potter que no entendía que acababa de hacer que Lily Evans aceptara a salir con él. Técnicamente James no se lo había pedido así que era Lily la que lo estaba invitando, en un curioso giro de los eventos.
- ¿Me estás invitando a salir? – preguntó el chico, incrédulo.
- No – dijo sulfurándolo con la mirada – No precisamente. Pero quiero ir al baile contigo si eso hará que me dejes en paz y sobretodo, para que cambies tu muy errada opinión sobre mí.
- Entonces, entendí bien. Tú quieres ir al baile conmigo – repitió, sólo para molestarla esta vez.
- Siento que debo ir al baile contigo – se corrigió la muchacha – Para ponerle punto final a toda esta locura de una vez por todas.
- Y, ¿eso significa que tendrás la disposición para tratarme bien durante el baile? Porque no quiero aceptar tu invitación, por mucho que me honre, si vas a estar en silencio toda la noche.
- No es una invitación – insistió Lily, apunto de reírse por lo ridículo de la situación – Si voy contigo y me comporto como una persona decente, ¿prometes dejar de molestarme para siempre y no pedirme más citas?
- El término molestar es demasiado amplio y—
- No te preocupes, te haré una lista puntualizando todo lo que entiendo por molestar. Y te haré firmarla.
- Tenemos un trato, Evans.
Dumbledore anunció que las escuelas de magia más cercanas a Hogwarts habían aceptado la invitación: Durmstrang, Beauxbatons y el colegio ruso, Koldovstoretz, confirmaron que llegarían con todos sus alumnos mayores a trece años, la tercera semana de diciembre. Ilvermony estaba por confirmarse, sin embargo, las escuelas más lejanas como Castelobruxo, Mahoutokoro y Uagadou desecharon la invitación.
En la escuela no se hablaba de otra cosa. El baile era el tema principal, siempre. Pero se había corrido la voz de que Lily Evans finalmente había aceptado a salir con James. En realidad no era como si se hubiese corrido la voz, sino que James salió a gritarlo por los corredores, todavía afectado por los efectos del Felix Felicis. Su suerte duró mucho tiempo, justo después de eso sus padres le enviaron una lechuza para decirle que los Rolling Stones habían anunciado un nuevo álbum y gira para inicios del año siguiente. Era el mejor día de su vida.
Al único al que no le había hecho gracia en absoluto el tema de Lily y James, era a Snape.
- Te digo que no acepté porque quisiera ir – le dijo la chica a su amigo el lunes siguiente.
- ¡Es extorción! – dijo indignado.
- Quizás lo sea, Sev. Pero me dio su palabra de que dejará de molestarme para siempre.
- Ah, ¿ahora creemos en la palabra de Potter? – dijo burlesco.
- No lo sé, supongo – dijo encogiéndose de hombros - ¿Tú con quién irás, Sev?
- No lo sé – dijo con una mueca de asco – Probablemente no vaya. Realmente no me interesa un tonto baile.
Cuando los alumnos salieron de clases se encontraron con una nueva sorpresa. Panfletos mágicos volaban por todos los corredores del castillo y se colaban bajo las puertas o entre las rendijas de las ventanas para llegar a la mayor cantidad de alumnos. Llevaba el mismo mensaje que el que alguien había escrito antes en la pared: "Toma un poco de ellos, toma todo de ellos, hasta que no sean más parte de nuestro mundo. Restaura el orden, limpia la sangre".
Iba a resultar complicado realizar un baile y ser anfitriones de otras tres o cuatro escuelas de magia si entre medio habían tantos mensajes de odio.
- Esto va a estar bueno – dijo James, tras recitar el conjuro para convertirse en animago.
- ¿Convertirte en animal? Ya lo creo, nos hemos partido la espalda por ello – replicó Peter.
- No, no eso. Estaba pensando… Estamos en medio de un caos, ¿no es así? Y adivina qué tipo de magos enseñan en Durmstrang.
- Estoy seguro de que por eso Dumbledore los invitó. Querrá socializar con ellos, ver si hay alguna amenaza – prosiguió Remus.
- Pero sus alumnos, todos, serán como los de Slytherin. ¿Te imaginas como va a ser tener a un montón de idiotas musculosos y sin cerebro con pinta de vikingos hablando de la pureza de la sangre y todo eso?
- Tal vez – replicó Sirius – Pero sólo será una semana. No alcanzarán a hacer nada en una semana, ¿no crees?
- Los Slytherin andan repartiendo esto como si nada – dijo levantando un panfleto en el aire - ¿Qué te hace pensar que no ocurrirá lo mismo con los de Durmstrang? Debe ser jodidamente interesante para ellos. Venir al lugar en donde está ocurriendo toda la acción.
- Creo que Sirius tiene razón, James – dijo Remus – Tendrían que ser idiotas para intentar algo en un lugar tan lejano a su casa, y en tan poco tiempo.
- Nada va a evitar que me tire a una chica rusa este año – dijo Sirius, arrancándole el panfleto de la mano a su amigo – Ni Slytherin, ni Durmstrang, ni el maldito Voldemort. Y tú, Potter, que te esforzaste tanto por invitar a Lily y por fin te dijo que sí, deja de pensar que puedes ganar la guerra solo aquí adentro, ¿de acuerdo?
- Que exagerado. Yo no quiero ganar la guerra solo aquí adentro.
- Desde lo que pasó con los Maloney y tu familia es como si quisieras – dijo estirándose sobre su cama.
- Yo no era el que le andaba declarando amor eterno a todos los elfos domésticos-menos Kreacher hace unos días.
- No tenía la expectativa de tirarme a una chica rusa cuando ocurrió lo del elfo doméstico – contestó el chico con una sonrisa lasciva y descarada.
- Bien, ya entendimos que el sexo está por sobre Voldemort para ti – dijo irritado, como si se sintiera traicionado de que su mejor amigo no compartiera el mismo deseo de parar la guerra como él.
- No te enojes, Potter – dijo lanzándole un beso.
- ¡Tus prioridades apestan!
- Este año me quedaré aquí en Navidad – anunció el licántropo, intentando desviar la conversación antes de que sus amigos se pusieran a discutir.
Sin duda no quería que la conversación se desviara hacia el tema de los hombres lobo tampoco, pero tarde o temprano tendría que decirles que no iba a poder acompañarlos a Londres durante los días de descanso, como habían planeado. Obviamente, ya había inventado una buena excusa.
- ¿Qué? ¿Cómo que tú…? No, Remus. No – balbuceó James – Remus, no.
- Mis padres irán a los Estados Unidos a ver a la hermana de mi madre. Está enferma – mintió.
- ¿Y eso qué? – preguntó James – Quédate en mi casa.
- No, no, no puedo – se apresuró a decir – Ya me siento lo suficientemente mal por mi tía… Creo que me quedaré aquí. Sólo serán unos días, ¿no es cierto?
- ¡Pero desde cuándo te importa!
- James, mis padres van a estar enfurecidos conmigo si se enteran… Estarán atravesando un momento difícil y yo no puedo darles más problemas.
Sirius lo quedó mirando, sin creerle nada. Remus lo supo, supo que no había engañado a Sirius. Pero, por suerte, James pareció creerlo lo suficiente porque comenzó a hablar sobre cómo la familia era más importante que salir a divertirse, haciendo mención expresa de que la familia de Sirius no contaba en esa regla, y luego se lamentó alrededor de una hora de que el licántropo no pudiera acompañarlos.
- Lunático.
James y Peter roncaban cuando la voz de Sirius lo llamó, de una cama a otra.
- ¿No puedes dormir?
- Vamos a la Sala Común. Necesito un cigarrillo.
- Yo también – se sinceró el castaño.
A las dos de la madrugada se encontraban los dos chicos fumando un cigarrillo en la oscuridad de la Sala Común. No habían querido encender el fuego ni otras velas para no llamar la atención de nadie. El olor del tabaco ya era suficiente. Por suerte, afuera llovía a cántaros, por lo que sus voces se amortiguaban con el sonido de la lluvia y el viento.
- ¿Qué anda mal, lunático?
- ¿Crees que algo anda mal?
- Sí. Primero fuiste a ver a Dumbledore a pesar de que eran tarde… Y ahora esto.
- Sé que no iba a poder engañarte – replicó buscando el arrugado papel en su bolsillo para mostrárselo.
Se lo pasó y Sirius se puso contra la ventana para poder ver algo con la luz natural que entraba. Lo leyó y lo miró, preocupado.
- ¿Por qué no me contaste de esto?
- ¿De qué hubiese servido? Sólo los hubiera preocupado y al final, nada cambia el hecho de que ocurrió.
- Porque somos tus amigos, maldito loco – dijo devolviéndole el papel – Así no hubieses tenido que fingir que todo estaba bien estos días, cuando seguramente estabas nervioso y preocupado.
- El profesor Dumbledore no quiere que deje el castillo durante la navidad.
- Me quedaré contigo. Si no quieres que los demás se enteren, inventaré algo.
- No quiero que te quedes aquí por mí. Es la fiesta de navidad de tu madre y lleva meses publicitándola.
- Sí, pero—
- Pero nada, Sirius.
Sirius le dio una palmada de ánimo en la espalda que casi lo desarmó. A veces a su amigo se le olvidaba que él no tenía la misma complexión de él o de James, y que muy por el contrario, su cuerpo siempre estaba débil por culpa de sus constantes transformaciones. Pero no dijo nada.
Todos pensaban que Sirius era el mejor amigo de James, y ya estaba. Pero, para Remus, Sirius era su mejor amigo también. Los dos se parecían más entre ellos que con los otros dos de sus amigos. Por motivos completamente diferentes, ambos habían crecido sintiendo que no encajaban. El primero, en su familia. El segundo, entre los magos.
James y Peter jamás entenderían eso, por mucho que lo supieran y que lo intentaran. Los dos eran chicos que habían crecido siendo amados por sus familias, lejos de cualquier problema que dificultara sus vidas. Y ya en Hogwarts, James era el alumno más popular de toda la escuela. Peter, sólo por ser su amigo, disfrutaba de esa popularidad. Nada ensombrecía sus vidas.
- Sabes que no puedes ocultar esto de los demás para siempre, ¿verdad?
- Lo ocultaré hasta el último día de clases. Dumbledore me enviará lejos.
- ¿A dónde?
Remus negó con la cabeza intentando que no se le notara lo afligido que estaba por tener que irse durante todo un verano a un lugar desconocido, sin gente con la que pudiese sentirse apoyado, ni sus padres…
- Merlín, ni siquiera lo sabes.
- Supongo que Dumbledore me lo dirá en algún minuto.
- Ahora me siento como un completo imbécil – suspiró el chico – Toda esta mierda que está ocurriendo te ha alcanzado… James no deja de insistir en ello porque lo vio con sus propios ojos en el verano y yo… He estado bajándole el perfil, ¿no es cierto?
- Relájate – dijo intentando reír un poco – Ya te dije. No podemos hacer nada. Sé que tú y James tienen una increíble imagen de ustedes mismos y creen que pueden detener las cosas, pero a fin de cuentas no pueden lograr nada. Sólo tienen quince años—
- Dieciséis – corrigió. Él era el mayor de sus amigos.
- Como sea. Ya me siento lo suficientemente mal de que se estén intentando convertir en animagos como para que además se les ocurra hacer algo con esto. Ya casi es Navidad y todavía no empiezan a estudiar para los T.I.M.O por culpa de la poción—
- Debí haberte dado un caño y no un cigarrillo – reflexionó Sirius – Estás bajo mucho estrés, lunático. Preocúpate sólo por ti, no de las decisiones que tomamos nosotros. Fue nuestra idea ser animagos.
- Es como que yo te pida que no te preocupes por mí ahora – dijo sonriendo.
- Quisiera quedarme contigo en navidad, de cualquier forma – dijo apoyándose sobre el respaldo de una silla – Te vas a aburrir aquí solo.
- De ninguna manera. Estarías desafiando a tu madre—
- Como siempre.
- Esta vez sería demasiado. Te conviene mantenerte en paz con tu familia o si no te mantendrán bajo llave como el verano pasado.
Sirius apagó la colilla contra el cenicero de cristal que se encontraba en la mesa, silencioso como si todavía estuviera reflexionando sobre si provocar un caos en su familia y faltar a la anunciada fiesta de navidad, o si mejor se quedaba con Remus, su mejor amigo que lo necesitaba.
- No te quiero aquí, Sirius – repitió Remus, con su voz suave y tranquila.
- No lo pasaremos bien en Londres sin ti y tus locuras inesperadas cuando estás borracho…
- Puedo emborracharme en el Baile de Navidad.
En los ojos grises de Sirius cruzó un brillo de malicia ante el ofrecimiento, y Remus sabía que la conversación sobre quedarse en Hogwarts para las fiestas había terminado. Se arrepintió inmediatamente de haberlo sugerido, claro, pero ver a Remus ebrio era de las cosas favoritas de sus amigos y siempre podía usar esa carta para terminar cualquier discusión como esa.
- El correcto prefecto, señor Lupin, emborrachándose en dentro del mismísimo Hogwarts – reflexionó Sirius en voz alta – Suena a que será el mejor baile de la historia.
