13
Londres
Todos los años era común que las mejores casas de magos se reunieran para celebrar una fiesta de navidad o de fin de año, y Walburga Black con todos sus deseos por figurar y demostrar la opulencia que la rodeaba estaba más que feliz por ser quien las organizara. Por supuesto, el Grimmauld Place no era el lugar ideal para eso: Por mucho de que amaba aquel departamento en el centro de Londres, seguía siendo en medio de un edificio muggle. Ellos eran los Black y no tenían que darle explicaciones a nadie sobre donde vivían, pero para casos especiales era mejor dirigirse a la casa solariega de veraneo que quedaba en las afueras.
Muy bonita, por supuesto, y nada que ver con el departamento en Londres, se alcazaba en medio de hectáreas de pomposos jardines decorados con arreglos florales y setos pulcramente cortados. Sirius amaba esa casa porque allí se encontraban los pocos recuerdos felices que tenía de su infancia y familia. Largos veranos bañándose en el lago o jugando Quidditch con su hermano y sus primos, antes de que se volvieran idiotas.
El camino de arenilla que iba desde el portón de fierro macizo hasta la casa estaba iluminado con faroles para la ocasión, pero eso no era nada en comparación a la decoración interior. Miles de elfos domésticos corrían de un lado a otro dejando todo perfecto antes de que llegaran los invitados. Una enorme araña con más de ochenta cristales era la cosa menos escandalosa que había en el salón. Walburga Black estaba logrando su cometido de mostrar cómo se hacía una fiesta bajo los estándares de la nobleza.
A fin de no tener problemas con su rebelde hijo, (y con plena intención de cerrar un compromiso pronto para él tanto como para Regulus con alguna de las familias que asistirían) dejó que Sirius invitara a James a pesar de que la idea no le hacía mucha gracia. Por lo menos, James Potter también era parte de una de las familias puras del Reino Unido. Sobre sus otros dos amigos, ni hablar.
El problema era que Sirius no estaba de ánimo.
- Vamos, Sirius, vamos – rogó James como un niño. Su amigo estaba recostado sobre su cama leyendo una revista sobre mecánica y motocicletas.
- Que no.
- Londres – insistió - ¡Vamos a Londres!
- Walburga me va a meter su varita por el culo si me pierdo su bendita fiesta de navidad.
- ¡Pero es el momento perfecto!
- No tengo demasiadas ganas.
James rodó los ojos. Había habido un ligero cambio de roles. Desde lo de Celine, quería darse la vida de gamberro y las fiestas londinenses le hacían ilusión. Pero, desde lo de Alex, Sirius estaba más calmado y desanimado que nunca. Y además, todos los planes que habían hecho se habían ido a la basura desde el minuto en que Remus había decidido quedarse en Hogwarts.
- ¿Bajemos?
- ¿Para qué quieres bajar?
- Es la primera vez que tu madre no está odiándome y pidiéndome que me vaya, y no quiero devolverle la mano estando encerrado contigo en la habitación durante el día más importante de su jodido año.
Mientras bajaban la escalera de caracol, viendo como los elfos seguían colocando adornos y ordenando muebles, bajo la supervisión de la estirada mujer (bastante mayor, por lo demás), James volvió a sugerir la idea de que fueran a Londres, esa noche, una vez que terminara la fiesta o cuando nadie se diera cuenta. Pero Sirius no quería tener más problemas. No en ese minuto.
Y no era lo que James creía. Sí, estaba ligeramente desanimado por lo que había pasado en su último día en Hogwarts, pero además, era el único que sabía el motivo real por el que Remus se había quedado en el colegio durante las fiestas, y sentía que pasarlo bien y disfrutar de sus vacaciones era ser egoísta hacia su amigo. Pero claro, no podía decirlo. Era un secreto todavía.
- ¡Por favor, es el momento perfecto! – rogó bajando por la escalera, mirando hacia atrás para hablarle a la cara - ¡Ahora que el idiota intransigente de tu padre no estará!
- Señor Potter – dijo una voz grave desde la puerta.
- Mierda – murmuraron James y Sirius al mismo tiempo.
El señor Black acababa de llegar de improviso para asistir a la fiesta de navidad, al contrario de lo que se había dicho en un inicio. Los dos chicos no alcanzaron a llegar a los pies de la escalera y palidecieron. James se preguntaba mentalmente si había alguna posibilidad de que el Señor Black no lo hubiese escuchado, pero la lógica le decía que eso era prácticamente imposible…
Sólo él podía tener tan mala suerte.
- Por supuesto que tenía que estar – dijo el hombre sacándose su abrigo para depositarlo en una percha junto a la entrada – Tenía que conocer al infame hijo de Fleamont Potter que ha sido una influencia tan positiva para nuestro hijo.
- Creo, señor Black, que él ha sido una influencia más positiva en la mía que yo en la de él – respondió James.
Se arrepintió de inmediato. El señor Black era aterrador. Una mirada bastó para que se sintiera intimidado aunque no quería reconocerlo. Sirius parecía estar pensando algo similar que él al lado, porque se había quedado como tieso y en silencio. Para remediar un poco la situación, estiró la mano para saludarlo de manera más respetuosa e intentar comportarse como un chico civilizado en la fiesta de la señora Black.
- Lo siento. Es un placer conocerlo por fin, señor Black – dijo, aun con la mano estirada, pero el hombre jamás se la estrechó de regreso.
- Para ser hijo de Fleamont Potter, cualquiera diría que vives bajo un puente en Londres – respondió el hombre mirándolo de los pies a la cabeza con desdén y superioridad. James gustaba de la ropa muggle, especialmente la que lo hiciera sentir parecido a Mick Jagger - ¿No te sientes culpable de avergonzar a tus padres así, niño? Esta es una fiesta decente—
- Papá - interrumpió Sirius molesto.
- Y tú… Estoy seguro de que tu madre no te ha comprado túnicas de gala para que se llenen de polvo en tu armario. Quiero que te cambies de inmediato.
- Nadie se espera nada de nosotros de cualquier forma – murmuró casi inaudiblemente.
- ¿Qué has dicho?
- Nada.
James lo miró algo sorprendido. Sirius que era tan genial y sin vergüenza cualquier otro día del año, le tenía miedo a su padre. ¿Por qué no se dio cuenta de eso antes? Él se hubiese esforzado un poco más en su aspecto para no traerle problemas con su familia. Posiblemente ni siquiera hubiera asistido, ya que estaba más que claro que su presencia estaba lejos de ser bienvenida allí.
- Señor Black, tiene toda la razón del mundo – dijo actuando lo más manso posible – Está claro que la señora Black invirtió mucho esfuerzo en esta fiesta y con Sirius seríamos unos desagradecidos por estropearlo… Vamos Sirius, tendrás que prestarme una de tus túnicas de gala.
- Me alegro que piense así, señor Potter. Y ya que estamos en la misma sintonía, peine ese cabello.
- Por supuesto – dijo intentando no sonar tan amargo. Odiaba peinar su cabello.
Ya en la habitación se dio cuenta de que Sirius estaba algo avergonzado y se acercaba al armario con cara de pocos amigos. Claro, a James también le molestaría y le daría vergüenza si su padre de pronto se portara como un reverendo idiota enfrente de sus amigos, pero la cosa era que jamás podría experimentarlo de primera fuente porque sus padres eran bastante geniales.
Si tenía que ser completamente sincero, de todas las veces que Sirius se quejó de su familia, siempre subestimó la mitad de la historia asumiendo que exageraba un poco en su afán de ser dramático y estar relativamente celoso de la atención que recibía Regulus y él no. Pero, ¿Y si de pronto la amargura de Sirius nunca había sido un berrinche de niño mimado?
- Tu padre es un idiota, ¿eh? – preguntó haciendo como si hablara del clima.
- No tienes idea…
- Pensé que tu madre era peor.
- Lo es – dijo asintiendo – Cada uno es peor a su manera, en realidad.
James asintió sin saber qué decir. Sirius le arrojó una túnica desde el armario, mientras sacaba una para sí y le daba una mirada. Un niño como él tenía la mejor ropa de marca que existía en el mundo mágico, al igual que James. La diferencia entre uno y otro, era que a James le regalaban las mejores cosas porque lo amaban. A Sirius, le regalaban las mejores cosas para que el resto pudiera ver que tenía las mejores cosas.
- Tantas túnicas de gala y no me mandaron ni una para el baile – dijo con una sonrisa irónica.
- Al menos pudiste vestirte como Keith Richards – lo animó su amigo, mientras comenzaba a desvestirse.
- Me gustaría tener una familia como la tuya.
- ¿De verdad? – preguntó sorprendido. La conversación se estaba poniendo seria, pero ninguno de los dos estaba incómodo.
- ¿Es tan difícil de creer?
- No, no realmente… Pero, ¿sabes, Sirius? No sé si alguna vez te dije esto. Pero siempre eres bienvenido en mi casa. Si alguna vez estás aburrido de todo esto… Sólo avísales que te he invitado a quedarte por el resto de las vacaciones y ya. Mis padres te aman.
- No creo que me amarían demasiado si abusara de su hospitalidad quedándome por unas vacaciones enteras.
- ¿Bromeas? Estarían encantados de tenerte.
- Quizás tienes razón. Quizás debimos ir a Londres. Quizás todavía deberíamos ir.
- Pero… Tu padre – murmuró, anticipando el caos y el escándalo que eso significaría – No lo sé. ¿Qué quieres? ¿Qué te castiguen de nuevo como la última vez? No, sólo dices eso porque estás molesto. Yo voy a ser la voz de la razón esta noche.
- Esto está recién empezando, Potercillo. Van a venir mis primas con sus estúpidos maridos, y vas a ver a todos los Slytherin por aquí.
- Sí, lo sé—
- ¿De qué crees que van a hablar durante toda la noche?
- Tenemos una gran oportunidad entonces – replicó, yendo hasta el espejo para mirar como amarraba bien el nudo de su corbata – Escuchemos lo que tienen que decir con atención. Quizás nos enteremos de algo que no sabemos sobre Voldemort.
- No será tan fácil, Jaime. Créeme cuando te digo esto, son expertos aislando a la gente que piensa diferente a ellos.
Con el pasar de las horas, efectivamente llegaron un montón de familias mágicas del Reino Unido, e incluso de otros países europeos, y el muchacho efectivamente se sintió como flotando en medio de un mar de personas equivocadas. Todos los alumnos de Slytherin y sus padres estaban allí, en un desfile interminable de personas superficiales y desagradables. Tal y como Sirius había vaticinado, parecía que sobraban y daban rebotes por los rincones…
Mulciber, Flint, Avery, Rosier y Wilkes se encontraban ahí, regodeándose en una mesa junto a Regulus, mirando todo con desdén, como si fueran los reyes del mundo. Por la casa se paseaban las enormes familias de los Malfoy, los Lestrange, los Rabastan, los Carrow, Greengrass, los Bulstrode, Nott, Rowle, Selwyn, Travers, Yaxley y Parkinson, entre otras. Había gente del Ministerio. James no los conocía a todos por nombre, pero sí reconocía sus rostros.
- Es una lástima que Voldemort haya rechazado la invitación – le susurró Sirius, bromeando – Pensó que volvería toda esta reunión de mortífagos un poco obvia.
James sonrió ante el comentario.
- Ahí están mis adorables primas – dijo, indicando a un grupo de magos jóvenes, aunque mayores que ellos.
Una mujer atractiva, de cabello crespo y negro, ciertamente muy parecida a Sirius y a cualquier Black, estaba tomada del brazo de quien debía ser su marido. Un hombre alto con expresión de bruto. Junto a ellos había otra pareja que James sí reconocía. Lucius Malfoy, quien alcanzó a compartir un tiempo junto a él en Hogwarts, de la mano de una mujer rubia y con expresión en blanco.
- Eran tres hermanas, pero Andrómeda decidió casarse con un hijo de muggles. Así que ya no existe en esta familia. La quemaron del árbol.
- ¿Qué árbol? ¿De qué estás hablando?
- Ah, ¿No te lo dije? ¡Tienes que venir conmigo! – dijo agarrándolo por la manga de la túnica para arrastrarlo escaleras arriba, a la habitación en donde se encontraba el árbol genealógico de los Black.
James no podía creerlo cuando entró. Era literalmente una habitación casi vacía, dedicada exclusivamente a mostrar lazos familiares, fechas de nacimiento y de muerte en paredes tapizadas con algo que parecía ser una alfombra llena de rostros… Algunos habían sido borrados por un manchón oscuro grande, como si hubieran apagado un puro sobre sus rostros…
- Que me parta un rayo…
- ¿No me creías? Cuando te decía que todo giraba en torno al apellido y a la pureza de la sangre. No, nadie logra dimensionarlo.
- ¿Qué clase de locos…?
- Me lo pregunto todo el tiempo… - colocó la punta de su dedo índice en el hueco de la tela quemada en donde se encontraba anteriormente el rostro de Andrómeda – Aquí estaba mi prima.
- ¿De verdad intentas decirme que te expulsan de la familia sólo por eso? Demonios, no lo sé… Hubiese creído que llegaban a este extremo si te casabas directamente con un muggle. O tal vez una criatura, como un gigante. Pero, ¿un mago que simplemente ha nacido de padres muggles?
- Sí, Ted Tonks – corroboró el moreno - Nunca me voy a olvidar de este momento… Estaba sentado, en primera fila, mirando el matrimonio… arreglado, claro. Andrómeda de pronto dijo que no podía hacerlo y que renunciaba a esta familia de locos para casarse con este otro tipo. Dijo que lo amaba… Y se fue, así como si nada. Corriendo con su vestido blanco… Fue la cosa más increíble que he visto.
- Guau, tu prima tenía agallas – exclamó James, impresionado.
- Su madre casi trató de matarla cuando fue a buscar sus cosas antes de marcharse para siempre. De verdad, intentó ahorcarla o algo así. Están muy desquiciados. No pueden entender que alguien quiera rechazar ese tipo de vida, ¿sabes? Su ego está tan elevado que viven en una realidad paralela, así que si hacer algo así… Pues, debes estar loco.
- Sirius…
El moreno no lo escuchó y ya se estaba paseando hacia el siguiente rostro, pero ahora James estaba algo preocupado. ¿Y si pasaba lo mismo con Sirius? Si era cierto todo aquello, Walburga Black no se contentaría con cualquiera chica. Y Sirius dejaba mucho que desear en ese sentido… Si su familia le planeaba un matrimonio arreglado, ¿en qué iba a terminar todo eso? ¿Serían capaces de expulsarlo? ¿Tratar de matarlo incluso?
- Mi tío Al, mi héroe personal – dijo enseñándole otro manchón oscuro – Él dice que soy como él… Que saqué su gen vividor y mujeriego. Aunque no te voy a mentir. Con todo esto que ocurrió con Alex, quizás ya no me convierta en un vividor mujeriego. Mi tío Al nunca se ha enamorado de nadie.
- Quizás eso es lo que él dice…
- Desearía que él hubiese sido mi padre de verdad. Se preocupa por mí como nadie en esta estúpida familia.
- Algún día tienes que presentármelo – le dijo sonriendo.
- ¡El próximo verano sin duda te lo presentaré! Y creo que tú también le caerás increíble.
Ambos chicos volvieron a donde se encontraba el resto después del breve tour por la habitación del árbol genealógico. El gran salón parecía incluso más lleno que antes, y James comenzaba a ver gente que no reconocía entre tantos.
- ¿Quién es ese tipo?
- Ah, Barty Crouch Junior – respondió, mirando a un joven desgarbado y con rostro miserable y pálido – El de al lado es su padre. Ha estado ascendiendo en el ministerio.
- He escuchado que es un poco… Intransigente, por decir lo menos.
- Lo es. Mis padres no están de acuerdo con algunas de sus medidas. Ha encarcelado a buenos amigos de ellos "injustificadamente". Pero, pese a todo es de las veintiocho familias sagradas – Luego apuntó a alguien que hacía su entrada por la puerta principal – Burkes. Mi madre dice que es un ordinario, pero aquí lo ves. Apuesto que trae una lista de reliquias oscuras que tiene en su tienda, para pasarle el dato a todos estos idiotas.
James dio una vuelta rápida a través del salón. Nada era una casualidad. Todos estaban haciendo conexiones, ya no para mantener su nobleza en la comunidad mágica, sino que parecía que era en pro de Lord Voldemort. Y la madre de Sirius había insistido en que invitara a James, como nunca. ¿Le quería dar un mensaje acaso?
- Ya imagino lo que estás pensando – continuó Sirius - ¿Quiénes faltan aquí? ¿Quiénes no son bien recibidos? Los Abbott, los Bones, los Longbottom, los Macmillan, los McKinnon, los Fawley, Shacklebolt, Prewett y por supuesto, los Weasley…
- Y los Potter – murmuró James – Creo que tú madre planeó muy bien todo esto.
- Es una buena fiesta – reconoció Sirius – Es una elitista por excelencia. Se ha dedicado a dividir la comunidad mágica en dos, como puedes ver. Los que son dignos y los que no. Ella tiene ese poder.
El bullicio de las conversaciones de todos los presentes comenzó a calmarse hasta descender a un silencio total y avasallador. El Ministro de Magia acababa de hacer su entrada al lugar mientras todos se giraban a verlo. Harold Minchum había asistido a la fiesta de navidad de la familia Black, junto a su esposa, y comenzaba a saludar cordialmente a todos los invitados.
- No puedo creer esta basura – bufó James, indignado. ¿Dónde quedaba la independencia del Ministerio si el señor Ministro asistía a esa clase de reuniones?
- No creo que este hombre sea una amenaza – comentó Sirius sin sacarle la vista de encima – Lo que sí creo, es que es un idiota rematado. Está desesperado, así que se arrastró de vuelta a la protección de los nobles.
- ¡Ese hombre no puede ser de confianza si está aquí!
- El Ministerio lleva un tiempo cayéndose a pedazos – corroboró Sirius - ¿Quién crees que le propone las medidas inútiles que toma? Saca sus ideas de aquí.
- Me hierve la sangre. Espera a que le cuente todo esto a mi padre.
- Eso es exactamente lo que mi madre quiere, James – lo detuvo Sirius – Y que con un poco de suerte, se vuelva a meter en problemas y lo lleven preso. No lo hagas.
Su amigo lo miró indignado, pero a la vez entendiendo cómo funcionaba el cerebro de Walburga Black. ¿Cómo no se había dado cuenta antes que la invitación no había sido sólo para que su hijo se comportara bien durante la fiesta? Por supuesto que tenía que haber una verdadera razón de fondo.
Sirius se dio cuenta de lo turbado que estaba su amigo y temía que hiciera algo alocado.
- Todavía podríamos irnos a Londres.
- Olvídalo.
- Entonces vamos a servirnos Whisky de fuego antes de que termine suicidándome.
Ambos chicos avanzaron haciéndose paso hasta el comedor. A medio camino James quedó boquiabierto al ver una enorme pared de mármol color esmeralda, con molduras y guardapolvos de mármol negro, que le daba un aspecto lúgubre a pesar del fuego de la apoteósica chimenea y la lámpara de araña que había en el techo. Sobre la chimenea (que también era de mármol) había un enorme escudo de metal con un lema grabado, «Toujours pur», que significaba "Siempre puros".
- El mármol fue traído desde Anatolia – dijo una voz femenina tras su espalda, haciendo que se sobresaltara. Se giró y se encontró a la señora Black alardeando con la esposa del Ministro y la esposa de Barty Crouch – Que agradable sorpresa, señor Potter.
- Lo mismo digo, señora Black – respondió por cortesía. Ambos sonreían falsamente.
- ¿Cómo ha estado tu padre después de ese extraño percance con los Maloney, que le fue tan difícil de explicar?
- No fue tan difícil de explicar – replicó el chico – Pero ya sabe que el Ministerio sólo oye lo que quiere escuchar por estos días… O más bien oye lo que algunos le dicen que tiene que escuchar.
Las dos señoras que acompañaban a Walburga abrieron los ojos impactadas ante el comentario del chico. El Ministerio era intocable para ellas.
- Touché, madre – se metió Sirius, pasándole el brazo por los hombros con una enorme sonrisa en la cara – La decoración de la casa te ha quedado de maravilla. De seguro saldrás en las páginas sociales como querías.
La expresión en la cara de Walburga Black palideció, furiosa por el intento de humillación de su hijo y su amigo, pero sabía cómo salir airosa de situaciones así, así que pese a las caras escandalizadas de sus amigas, se giró con una sonrisa falsa para mirar a Sirius, le arregló la corbata y le dio una palmadita en la mejilla.
- Mi hijo Sirius y su amigo están experimentando esa "fase rebelde" – explicó con toda calma – Al señor Potter se le subieron los humos a la cabeza después de convertirse en el capitán del equipo de Quidditch… Quizás recuerden su apellido. Sus padres estuvieron involucrados en un escándalo reciente. Todo parece indicar que escondían a una familia de delincuentes y sangres sucias en su casa… Y claro, supongo que el señor Potter está un poco sensible frente al tema.
Las dos mujeres asintieron con toda calma, mirando a James como si se tratara de un espécimen de un circo que se había arrancado y se había ido a meter al lugar menos indicado. Los dos amigos se miraron, cruzando pensamientos sin la necesidad de decirse nada. La tregua de paz se había acabado.
- ¿Te imaginas, Sirius? – preguntó James como en tono de broma - ¿Esconder sangre sucias?
- Que horrible, amigo – respondió el otro poniendo cara de preocupación – Eso sería tratarlos casi como magos normales…
- Aunque, ¿sabes? El otro día conversé con uno de ellos y pues, no lo sé – dijo fingiendo confusión – Por un segundo pensé que sonaban exactamente como magos normales.
- Sí, yo tampoco he podido ver la diferencia aún – corroboró Sirius asintiendo – Parece que es algo que solamente ven los viejos estirados y conservadores que tienen una varita metida en el culo.
- Señoras, ha sido un placer conocerlas – dijo James haciendo una reverencia exagerada en noventa grados – Pero Londres nos espera con mucha parafernalia, alcohol y cosas más raras.
- No te olvides de las chicas muggles, Potter. Idealmente las punk londinenses llenas de tatuajes y aros – le recordó Sirius. Y antes de que su madre pudiera replicar cualquier cosa, le plantó un beso sonoro y brusco en la mejilla – No volveré hasta la pascua. Adiós, madre.
Los dos salieron de ahí lo más rápido que pudieron antes de que se desatara un caos, mientras Walburga se recuperaba de lo que había sido ese inesperado huracán de palabras. Sin embargo, mantener la calma y las apariencias era el juego que mejor sabía jugar, Por dentro ardía en furia, pero en las afueras, se las arregló para darle a sus invitadas una excelente explicación que la dejara bien parada sobre el comportamiento de los dos chicos.
James y Sirius llegaron a la mansión Potter casi una hora después y por un segundo se miraron risueños y orgullosos de sí mismos. Pero al segundo siguiente, sus expresiones cambiaron a una más preocupada. Sirius tomó aire y exhaló.
- Puedes esperar a que esas viejas ridículas le vayan con todo el chisme a Minchum o a Crouch.
- Lo sé. Advertiré a mi padre de lo que he hecho – respondió James – Y en cuanto a ti… Se va a vengar, tu madre.
- A toda costa. Pero ya no es hora de preocuparse por eso. Vamos a hacer lo que dijimos desde un comienzo, ¿quieres? Las señoritas londinenses nos esperan.
- Le enviaré una lechuza a Peter.
- Buena idea.
Sirius aprovechó la ocasión para escribirle una carta a Remus, quien se había quedado solo en Hogwarts. Le contó brevemente lo ocurrido en la fiesta de su madre, y se despidió asegurándole que nada sería lo mismo sin él.
En la Sala Común de Gryffindor, en pijamas y completamente a solas, el licántropo acarició la cabeza de Grey frente al fuego mientras leía la carta. No estaba aburrido, pero sintió un poco de envidia por sus amigos disfrutando de Londres. A su vez, entendía muy bien que Dumbledore le estaba literalmente cuidando el pellejo al mantenerlo allí, así que se contentó con no pensar demasiado en las aventuras de sus amigos, y esbozó una gran sonrisa mientras imaginaba a James y a Sirius burlándose de la señora Walburga.
