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Cornamenta

Las vacaciones habían terminado y todos los alumnos habían regresado al segundo semestre de Hogwarts. James había llegado diferente, o al menos eso sentía. Se había divertido muchísimo en Londres, y había adquirido diferentes experiencias en su paso por algunos bares. Y Sirius, quien había sido el artífice de la idea y quien estaba más emocionado en un inicio, se había conformado con sólo mirar a su mejor amigo. Peter se había contentado con hacerle compañía a Sirius.

El problema más inmediato de aquellas vacaciones desenfrenadas, es que el ego de James Potter había alcanzado nuevos y alarmantes niveles. Así que había partido la mañana uniendo los pies de un alumno de segundo de Slytherin mientras iba de camino a Cuidado de las Criaturas Mágicas.

- Veo que alguien llegó algo revolucionado de sus vacaciones – comentó Remus.

- Hemos creado un monstruo, lunático – le respondió Sirius, mientras James se adelantaba por los terrenos del castillo, siendo seguido por Peter - ¿Alguna novedad durante navidad?

- Ninguna, sólo tuve la transformación más jodida y dolorosa hasta ahora.

- ¿De verdad?

- Algún día voy a matar a Greyback – le dijo con cara de pocos amigos.

- No intentaré detenerte. Pero me refería a si te habían llegado más cartas o mensajes extraños en estos días.

Remus se metió la mano al bolsillo con un movimiento simple y sacó un papel tan pequeño y delgado como lo había sido el primero. Después del primer mensaje no había dado permiso para que su lechuza volviera a dejar Hogwarts, pero esta vez el mensaje llegó en otra ave que no era de él y que sabía perfectamente cuál ventana del castillo era la de su dormitorio. "Acabas de firmar tu sentencia".

- Supongo que no me verán demasiado este verano – dijo, intentando sonar lo más calmo y genial posible, cuando por dentro quería morir – Lo peor de todo es que saben que me quedé en el castillo en vacaciones y en dónde duermo. ¿Puedes creerlo?

Estaba débil como nunca por una transformación completamente fuera de lo usual, que lo había dejado lleno de sus propias mordidas (por suerte ninguna de ellas en lugares visibles). Y en medio de eso, le llegaba una amenaza de muerte. Literalmente. Se había aguantado las lágrimas y había ido inmediatamente a hablar con Dumbledore, pero no había ninguna palabra que pudiera calmarlo en esa situación.

- Tú no deberías ser el que tiene que esconderse – respondió Sirius, sintiendo como la furia comenzaba a apoderarse de su cuerpo – James tiene razón. Deberíamos ir a buscar a este hijo de puta—

- Primero que nada, insisto en eso de que es genial que tengan una visión tan buena de ustedes mismos, pero enfréntenlo. Ni tú ni James están capacitados.

- Nada de eso – replicó, porfiado.

- Y si por algún milagro encontraran a Greyback, detenerlo a él no solucionará el problema general.

- ¿Quién está hablando de Greyback? Estoy hablando del maldito Voldemort.

- Oh, ¿enserio? – preguntó riendo, burlesco - ¿Qué les pasó estas vacaciones a James y a ti? ¿Se volvieron locos o adquirieron algún súper poder del que no estoy enterado?

- No estoy diciendo que será fácil ni que será rápido. Pero siempre he pensado que todos se están complicando demasiado. Voldemort pecará de arrogante en algún momento. ¿Y Greyback? Sé que no crees que tiene una pizca de inteligencia—

- De hecho, ¿sabes lo que pienso? – preguntó quitándole el papelito de las manos a su amigo – Que hay un jodido hombre lobo infiltrado en el Ministerio. Y no en cualquier departamento, sino en el departamento de mi padre. Quizás hasta sea un amigo cercano de él, por Merlín…

- No hagas conjeturas, lunático. No, ¿sabes qué? En realidad puede ser… Esto es demasiado serio y no puedes seguir ocultándolo del resto. Lo siento. ¡James, ven aquí!

James se dio media vuelta, confundido, mientras se detenía en su lugar. Peter paró junto a él. Estaban atrasados y la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas comenzaría en menos de cinco minutos, pero para el mayor de los cuatro chicos, eso había pasado a otro plano en el momento en que alguien había amenazado de muerte a su amigo.

- ¿Qué quieres?

- No iremos a clases.

- ¿Qué? ¿Por qué no?

- Tenemos que hablar algo muy serio.

Remus lo miró suplicante por un segundo. No quería que James y Peter se enteraran aún de todo el tema de los mensajes de los hombres lobo y le agregaran nuevas tonalidades de parafernalia a la situación. Ya era suficiente con uno de sus amigos creyéndose un héroe trágico que quería ir en busca de Voldemort. No necesitaba a otro.

Sirius pareció entender la indirecta, pero ya tenía la completa atención de su amigo.

- ¿Qué? – insistió - ¿Qué hay que hablar?

- Es que… Lo que pasa… – balbuceó pensando en una excusa.

- Está triste – lo ayudó Remus.

- ¿Triste? – preguntó Peter.

- Volver a Hogwarts le recordó lo terrible que fue perder a su primer amor – continuó, aguantando la risa, mientras Sirius le daba un disimulado codazo para demostrar su descontento – Míralo.

Tanto James como el pequeño chico rubio a su lado miraban a sus otros dos amigos completamente desconcertados, como si no pudiesen estar hablando del mismo Sirius que ellos conocían. Pero, justo entonces, el moreno se las arregló para poner su cara más deprimida y desviar su mirada hacia el suelo.

- Sí… - murmuró en voz baja.

- ¡Pero, Sirius! – reclamó James, acercándose a él - ¡Tú fuiste el que dijo que nadie se podía enamorar a esta edad! ¡Tú fuiste el que dijo que sólo valía la pena corretear tras chicas londinenses!

- Lo sé, lo sé. Soy una cría sensible y emocional – dijo mientras escuchaba a Remus aguantándose la risa.

- Predica pero no practica – volvió a "ayudarlo", Remus.

- ¿Y de qué quieres hablar tan seriamente? – le preguntó Peter – Está claro que ninguno de nosotros puede ayudarte demasiado. Todos somos un maldito desastre.

- ¡Yo no me creo todo esto! – dijo James, suspicaz. Abrió la boca como para replicar un buen discurso, pero se detuvo con un movimiento brusco y una mueca de asco. Luego se arqueó ligeramente.

- ¿Estás bien? – se preocuparon sus tres amigos.

- Sí, sí – respondió, tomando aire, aun con expresión de asco – Por un segundo creí que iba a vomitar.

- ¿Qué tenemos aquí? – dijo una voz masculina tras de ellos.

Cuidado de Criaturas Mágicas era un electivo compartido junto a Slytherin, y parecía que ellos no eran los únicos que estaban llegando atrasados. Mulciber, Avery, Rosier, Wilkes y Snape venían caminando juntos desde el castillo y se habían detenido tras verlos de pie a medio camino.

- Ah, ahora entiendo ese olor vomitivo.

- ¿Qué les pasó el otro día? – dijo Mulciber con una risita provocativa – Se fueron bastante rápido de la fiesta de navidad. No alcanzaron a disfrutar la conversación que tuvimos luego sobre los alumnos de sangre sucia en Hogwarts.

Sin mediar más conversación, James le dio un combo en la mitad del rostro, haciendo que el chico de Slytherin se llevara las manos a la cara. Nadie se lo esperaba, así que todos quedaron ligeramente desconcertados por un segundo sin reaccionar. Luego todos se pusieron a la defensiva por si tenían que pelear siguiendo a sus líderes.

- ¡¿Qué mierda te pasa, Potter?! – gritó Mulciber - ¡Me rompiste la nariz!

En efecto, una vez que dejó al descubierto su rostro, éste estaba cubierto de sangre que salía profusamente de su nariz, ligeramente chueca hacia un lado.

- ¡Vamos a decirle al profesor Slughorn! – sugirió Avery – A ver si te expulsan de una vez, Potter.

Los cinco Slytherin miraron a James con desprecio y se devolvieron por el camino que los llevaba al castillo.

- ¿Qué demonios, James? – preguntó Remus intentando sonar calmado – Eso fue completamente innecesario.

- Ya no lo soporto – respondió, como si fuera excusa suficiente.

- La regla número uno de pelearse con alguien es no dejar que los profesores sepan… - dijo Peter, preocupado – La profesora McGonagall ya está furiosa con nosotros, James. Quizás Avery tenga razón y te—

- ¡Nada de eso! ¿Saben qué? No tengo tiempo. Odio que me arruinen el día tan temprano por la mañana.

El chico se fue refunfuñando también en dirección al castillo sin esperar a sus demás amigos, que se quedaron de pie en la mitad del camino hacia su clase de Cuidado de Criaturas Mágicas.

- ¿Y a éste que le ha pasado? – preguntó Remus.

- Creo que su narcisismo explotó después de que le fue bien con un par de chicas durante las vacaciones – le explicó Peter – Fuimos a un bar muggle, nos emborrachamos un poco y de repente… ¡Desapareció!

- ¿Desapareció?

- Conoció a una fanática de los Rolling Stones y se encamó con ella. Además, la tipa era mayor que él o algo así. Tenía como veinte.

- ¡¿James con una tipa de veinte?!

- ¡No tenía veinte! – replicó Sirius dándole un manotazo en la cabeza a Peter – Deja de exagerar todo. Sólo tenía dieciocho.

- Sirius está celoso porque James le lleva ventaja en el tema ahora.

- Claro que no – dijo riendo y empujándolo.

- A él no le resultó con nadie…

- No busqué nada con nadie – corrigió algo aburrido - ¿Sabes qué? Da lo mismo.

Remus sonrió mirando a Sirius de reojo. Es verdad que se había pasado semanas hablando de cuántas chicas se iba a ligar en Londres durante las vacaciones, así que era más que extraño que de pronto no hubiese buscado nada con nadie y se contentara con mirar a James haciendo lo que había planeado para sí mismo.

- Iré a buscar a James – anunció el más pequeño de los amigos, emprendiendo su marcha.

Nuevamente, el licántropo y la oveja negra se quedaban solos.

- Entonces… - dijo el castaño mirando a su amigo – ¿Qué ocurrió con tus planes sobre buscar chicas punk londinenses?

- El mundo mortal se ve demasiado simple ahora que conocí a una medio veela - respondió encogiéndose de hombros.

- O… Te enamoraste de esa chica, independiente de si es una medio veela o no, y por eso no quieres estar con nadie más.

- Nunca pierdes la esperanza de que me convierta en un humano sentimental, ¿verdad? Ya les reconocí que me gusta, pero no exageremos. No es nada serio. De hecho, es bueno que no haya alcanzado a pedirle la dirección y todo eso porque realmente no la quería. Ustedes me metieron ideas en la cabeza.

- Claro – respondió no muy convencido.

- ¡De verdad! ¡No quería su estúpida dirección!

- Entonces… ¿No fuiste a la lechucería temprano esta mañana mientras James se duchaba?

- Sí, fui – reconoció - Fui por motivos muy diferentes. No estaba esperando una carta de ella.

- ¿Ah, no?

- ¡No!

- Porque cuando una persona recién regresa de sus vacaciones… No espera correspondencia de su familia o de sus amigos inmediatamente al regresar a la escuela – dijo riendo.

- Ahora me estás provocando, Moony – replicó el otro, dándose por vencido – Está bien, supongo… Lo admito. No me puedo sacar a esta chica de la cabeza y esperaba tener una carta de ella para poder mantener el contacto de alguna manera pero, no había nada...

- Ya veo.

- ¡Aunque eso es bueno! – reflexionó para sí mismo, sin poder detener la verborrea – Es bueno porque así no sé más de ella y puedo olvidarme de que todo esto pasó alguna vez. Quiero decir, dudo que alguna vez vuelva a encontrar a una chica tan hermosa que comente como si nada que le gustaría vencer a Voldemort por sí sola pero…

- Bueno, Marlene McKinnon… - comenzó a decir el licántropo.

- ¡Marlene McKinnon! – gritó el moreno emocionado.

- ¿Qué?

- Marlene McKinnon es la chica más hermosa en Hogwarts y dicen que también está muy metida en todo eso de la causa y que quiere ser auror cuando salga de la escuela.

- Sí, eso era lo que iba a—

- ¿Ves? No necesito quedarme pegado con esta chica.

- Sirius—

- Aunque… - continuó, interrumpiendo a su amigo – Alex era una medio veela. Hacía que me sintiera encantado por ella… Literalmente encantado. Marlene jamás me va a encantar de esa manera. Era como estar en las nubes, Moony. Sólo hablar con ella… Cuando la besé, imagina, no lo sé… Un hechizo aturdidor y regocijante a la vez. Nunca más voy a conseguir imitar esa sensación, ¿verdad? Es lo que dicen sobre la cocaína.

- ¿De qué demonios estás hablando?

- De que las veelas producen adicción, como la cocaína. Marlene no me va a provocar adicción. ¿O sí? Bueno, Potter es adicto a Evans de alguna manera, y ella no es una medio veela. Claramente.

- ¿Quieres callarte por un segundo? Por Merlín. Menos mal que James y Peter no están aquí para escucharte decir todas estas idioteces… - dijo divertido.

- Lo sé – reconoció nervioso – De hecho estoy preocupado por mí mismo. Yo no soy así.

Remus comenzó a reír mientras lo miraba sin poder creer lo que estaba ocurriendo.

- ¡No te rías! ¡Yo no soy así! ¡Yo creo que de verdad estoy bajo un hechizo! – explicó con una convicción casi admirable en sus palabras – Un hechizo de veela.

- ¡Sirius! – replicó más fuerte para hacerse notar - ¿No te das cuenta de que es mucho más sencillo que eso?

- ¿Cómo?

- Estás enamorado. Ese supuesto hechizo aturdidor y regocijante del que hablas no son más que maripositas en tu estómago.

- ¡No!

- Sí. No es un hechizo de veela. A eso le llaman amor los seres humanos normales – dijo riendo - Te has enamorado de esa chica.

Sirius lucía devastado y avergonzado, como si acabaran de descubrirlo haciendo algo muy malo. Y era malo. Nunca en su vida se había sentido tan estúpidamente vulnerable. Y su cabeza ya era de esas que andaban a mil kilómetros por hora en un día común y corriente, pero, ¿ahora? Ni siquiera podía dormir en la noche.

- No le voy a decir a nadie – le aseguró para que se quedara tranquilo, notando que el tema lo tenía algo nervioso – Además… Siempre está la posibilidad de que le escribas a Durmstrang.

- Eso es jodidamente brillante – replicó mirándolo con los ojos bien abiertos - ¿Cómo no se me ocurrió?

- A veces lo más obvio no se nos ocurre – dijo encogiéndose de hombros.

- Muy brillante – murmuró para sí mismo, en medio de la niebla.

A ambos se les ocurrió comenzar a emprender el camino de regreso al castillo, pues una tupida y densa niebla continuaba entrando y destruyendo la escaza visibilidad. Y ya no tenía ni caso llegar tan tarde a su clase…

– Por cierto, Sirius. ¿Cómo es que te has salido con la tuya después de navidad?

- ¿A qué te refieres?

- Pensé que te castigarían, o te harían la vida miserable. O que al menos te enviarían un vociferador a primera hora en la mañana.

- Ah, ¿no lo sabes, Remus? La indiferencia es el látigo preferido de mi madre.

Mientras tanto, James ya había citado al despacho de la profesora McGonagall. Mulciber lo había acusado al jefe de su casa y la voz se había corrido rápido. Sabía que iban a retarlo y a castigarlo pero no le importaba. Se sentía extraño. Todavía tenía esas fuertes náuseas y estaba como irritado.

- Potter, dígame que tiene una buena razón para hacerlo que hizo o no respondo de mí.

La seria profesora lo miraba de brazos cruzados sentada al otro lado de su escritorio. Como nunca parecía dispuesta a darle el beneficio de la duda, pero justo en aquella ocasión, no tenía demasiadas excusas. Debía ser un nuevo record… No llevaba si quiera una mañana entera en Hogwarts desde las vacaciones y ya le vendría un castigo.

- No – dijo con honestidad – Iba a hablar mal de los "sangre sucia". Me adelanté.

- Tengo que enviarle una lechuza a sus padres, señor Potter. Esta conducta ya no puede seguir así… Desde ya se encuentra en estado condicional. Eso significa, y le estoy advirtiendo para que después no haya llantos, que una cosa más como esta, y será expulsado.

- De acuerdo. Lo siento – respondió sin prestarle mucha atención.

- ¿Se siente bien?

- Sí, sí – mintió – Adiós, profesora.

La profesora McGonagall no le había dado permiso alguno para irse ni había dado por terminada la conversación, pero James sintió que tenía que volver a su habitación cuanto antes o iba a vomitar en medio del despacho.

Subió corriendo las escaleras del desierto castillo, pues todos se encontraban en el primer bloque de clases, y cuando por fin llegó se encontró a sus demás amigos mirándolo.

- ¿Te sientes bien? – preguntó Peter.

- Me siento súper raro.

- ¿Por qué? ¿Qué es?

- Es como la sensación de náuseas que sentí después de tomar la poción para transformarme en animago. Siento que se me repite.

- Pero… Eso fue hace mucho tiempo.

- Ya lo sé, Peter – dijo cerrando las cortinas con apuro – Me molesta la luz. Argh, todo me molesta para ser sincero.

- James – llamó Remus - ¡Son los síntomas!

- ¿Qué síntomas?

- ¿Qué acaso soy el único de ustedes tres que leyó el libro a pesar de que no se tomó la poción? – preguntó el licántropo indignado – Decía algo así como que cuando el cuerpo se encuentre dispuesto para la transformación de animago, mostraría ciertos síntomas. No los recuerdo todos, pero había náuseas, fotofobia y…

- ¿Irritación? ¿Sensación de querer escapar?

- ¡Eso! Tu animal interno quiere salir o algo así. En serio… lean el libro.

- Entonces… - dijo nervioso - ¿Debería intentar transformarme?

- ¡Espera! – chilló Peter desde su cama - ¿No decía el libro que dolía mucho?

- Decía que podía doler si era relativamente forzada o algo salía mal – corrigió Sirius, cruzándose de brazos – No creo que sea el caso de James, si está pasando por todos esos síntomas.

Los tres miraron a su amigo, y él hizo lo mismo, algo dudoso, ansioso, sintiendo una energía electrizante corriendo por su cuerpo. Sí, ahora creía que estaba al borde de convertirse. Ahora se sentía confiado. Iba a cambiar… Iba a descubrir por fin, qué animal era. Por sobretodo, iba a poder acompañar a Remus en sus transformaciones.

Por mucho que le diera un poco de miedo, no era nada comparado a su curiosidad. Así que se animó.

Sin tener idea lo que estaba haciendo, sin tener idea como gatillar la transformación, cerró los ojos e intentó darle una orden a su propio cuerpo como si se tratara de un hechizo. Y al rato sintió como todo cambiaba, tanto dentro como fuera. Desde su olfato, sus dimensiones, hasta su palpitar. Era consciente de todo.

Abrió los ojos y vio a sus tres amigos mirándolo, impresionados. Para él, toda la habitación estaba en matices amarillos o color ocre. Era un enorme y orgulloso ciervo cornado, de pie como si nada en el medio de la habitación.

- Que me parta un rayo – dijo Remus.