N/A: ¡Gracias a quienes leen! ¡Gracias a Evasis, como siempre! Sí, es cierto que Sirius era más cruel en sus comentarios pero, no sé, James igual lo dio vuelta y le sacó los pantalones jeje, efectivamente dije "Ya vendrá el cambio de roles" pensando en que en el futuro, Sirius va a tirar a Snape a los lobos jajaja. Pero como dices, es todo una cosa de impresiones nada más!
17
La Primera Luna Llena
James, Remus y Peter despertaron a la mitad de la noche tras escuchar a su cuarto amigo vomitando desde el baño. Y no. No era que estuviese ebrio, ni con resaca. Esta vez se había enfermado enserio con alguna estupidez que había comido durante la noche o el día anterior… Tiritaba, deshidratado, cuando volvió derrotado a tirarse sobre su cama.
- Definitivamente no ha sido mi año – se quejó mientras se tapaba intentando aplacar sus escalofríos –. Creo que tendré que ir donde Madame Pomfrey para que me hidrate.
- ¡Nos quedaremos contigo! – sugirió James, quien siempre buscaba una excusa para faltar a clases.
- No podemos. Tenemos un control con McGonagall en un rato – les recordó Peter –. Y equivale al 20% de la nota final de este año.
- Demonios. De verdad quería quedarme en cama hoy día – volvió a quejarse Sirius.
Todo lo genial y autosuficiente se le pasaba cuando se sentía mal. Tenía mucha tolerancia al dolor físico, pero cero tolerancia cuando se trataba de estar enfermo. Perdía toda la funcionalidad. Se quejaba y se echaba a morir con dramatismo. Nunca había sido de esas personas valientes que, aún con fiebre o enfermos seguían su vida normal.
A eso de las siete y cuarto bajaron a desayunar. Sirius era un zombie y parecía que todo le iba a salir mal ese día. Cuando se sentaron a la mesa, Batsheda llegó y se sentó junto a ellos escandalizada para preguntarles si de verdad eran pareja. James vio de reojo que Lily estaba intentando sofocar su risa.
- No, Batsheda, no somos pareja – repitió James, intentando no perder la cabeza y gritarle -. ¿No ves que Sirius se siente pésimo? ¿Puedes venir a molestar en otro minuto?
- Que bonito como lo cuidas – dijo la chica sonriendo, e ignorando su pedido –. Se nota que lo quieres mucho.
Lily ya no podía aguantar más. Explotó en una carcajada a unos cuantos puestos hacia la izquierda. James tuvo que reconocer que toda la situación era graciosa y comenzó a sonreír contagiado.
- Sí, soy gay – murmuró Sirius. En realidad era una idea brillante hacerle creer eso a la chica que lo acosaba y le enviaba pociones de amor. Quizás así lo dejaría en paz –. Pero Rita Skeeter se equivocó. Mi pareja no es James. Verás, estoy saliendo con un peluquero italiano muggle.
Esta vez fue Remus quien intentó no reírse, mientras Peter miraba todo algo confundido.
- Así que pierdes tu tiempo conmigo, primor – continuó -. Vas a tener que buscar a otro chico.
- Buen intento, Sirius – le dijo Lily una vez que la chica se fue algo decepcionada –. Pero la mentira no te va a durar para siempre… ¿Estás bien?
- Sí, claro, sólo vomité hasta mis entrañas esta mañana – dijo forzando una sonrisa.
- ¿Por qué? ¿Qué comiste?
- ¡Por Merlín! – gritó Peter de repente -. ¿Y si son los síntomas?
Sus tres amigos lo miraron nerviosos.
- ¿Síntomas? ¿Qué síntomas? – preguntó Lily.
- De esa gripe mortal que está cobrando vidas por todo el Reino Unido – mintió Remus rápidamente -. ¿No has escuchado, Lil? Muy terrible. Sí, en realidad Sirius, te ves como si te fueras a morir. Quizás lo has contraído.
- De hecho… Creo que de verdad pueden ser los síntomas – reflexionó el moreno, mirando a Peter – Muy bien.
- Ustedes hasta con la muerte bromean, ¿verdad? – comentó la chica poniéndose de pie –. McGonagall tiene razón. Son realmente terribles.
La chica se fue hacia Transformaciones, y cuando quedaban sólo cinco minutos para que sonara la campana, también lo hicieron ellos. Sí, Sirius se sentía terrible, pero la expectativa de que fuese a transformarse en animago lo hacía sentir mucho mejor interiormente. A penas terminara la primera jornada de clases iría a su habitación a intentarlo.
- ¿Tú cómo lo hiciste? – le preguntó a James.
- No lo sé. Simplemente me concentré y le di una orden a mi cuerpo. Ya sabes, como si estuviera recitando un hechizo. Sólo que fue para mí mismo.
- Pero James no vomitó toda la noche – dijo Peter.
- No es un secreto que soy superior en todo sentido, Pete. Las cosas así me afectan mucho menos que al resto, pero no es necesario que se lo recuerdes a Sirius.
- Quizás sea porque mi transformación va a ser mucho más dramática – se defendió el chico de rulos –. Quizás me convertiré en un animal realmente grandioso, como un Ave del Trueno o un Abraxan.
- Sigue soñando. Estaré impresionado si te transformas en algo un poco más grande que una mandrágora – lo molestó James.
- Al menos seré algo más masculino que un maldito ciervo – murmuró riendo.
James le dio un empujón y entraron los cuatro a la sala de clases. Ya todos estaban sentados en silencio con su prueba dada vuelta sobre la mesa. La profesora McGonagall los miraba con severidad desde su escritorio, pero la campana todavía no sonaba, así que no podía decirles nada.
Para el almuerzo, Sirius estaba realmente moribundo y ya comenzaba a molestarle la luz natural. La irritación tampoco se hizo esperar demasiado, porque de camino a Historia de la Magia se encontraron con Peeves, que los estaba esperando con balones de agua para lanzárselos por la cabeza. La batalla unilateral de globos de agua duró por lo menos veinte minutos hasta que pudieron escapar.
- ¡Es que ya no soporto a esa maldita criatura del infierno! – gritó Peter -. ¡Sirius! ¡Habías dicho que buscarías una forma de sacarlo del castillo para siempre!
- Ah, sí, eso… Verás, me puse a leer sobre el asunto, y resulta que es imposible.
- No hay nada imposible en este mundo – dijo James –. No buscaste lo suficiente.
- No, enserio. Leí que en 1876 hicieron una trampa para él.
- ¿De verdad? – preguntaron los tres, curiosos.
- Peeves no sólo no cayó en la trampa, sino que se armó con armas reales y se tomó el castillo durante tres días. Todos tuvieron que ser evacuados y dormir afuera.
- ¿Qué? ¡Estás bromeando! – dijo James riendo, imaginando todo el asunto.
- No, Eupaxia Mole tuvo que firmar un contrato con Peeves para que depusiera las armas a cambio de dejarlo aquí para siempre. Y luego renunció. Dicen que estaba enferma de los nervios por toda la situación con Peeves. ¿Y sabes qué es lo peor de todo, Potter? La trampa que le habían construido parecía muy buena. Si no resultó con eso…
- ¿Entonces qué?
- Entonces creo que deberíamos hacer lo que quiere – dijo Sirius –. Le damos la llave del despacho de Filch. Perdemos el derecho, pero nos deja en paz y de paso… Quizás veamos unas batallas muy interesantes entre ellos.
El jueves era el día más atestado de toda la semana. Primero venía un bloque de Cuidado de Criaturas Mágicas, con Slytherin, y luego dos bloques de Defensa contra las Artes Oscuras, con Hufflepuff. Para cuando llegó la noche, los cuatro estaba cansados pero aun expectantes de si Sirius iba a lograr transformarse o no. Aunque el chico era el menos animado, demasiado ocupado regodeándose en su propia miseria y malestar.
- Bien… - dijo Remus emocionado -. ¿Apuestas?
- Yo creo que Sirius tendrá un animal grande – dijo Peter –. Es el más alto y corpulento de nosotros.
- Yo creo que todo esto de los síntomas dramáticos de Sirius demuestra su naturaleza débil – se burló James.
- Yo sólo quiero terminar con todo esto rápido – dijo el moreno poniéndose de pie –. A esto se referían con que sería doloroso.
- ¿Ven? Debilucho…
- Entonces… ¿Lo intento?
- ¡Sí! – lo animaron Remus y Peter, expectantes.
Remus se sentía algo envidioso de que sus amigos pudieran estar realizando magia tan avanzada y que pudieran transformarse a gusto en un animal… Él también quería poder hacer algo así. Pero claro, era un hombre lobo. Ya era suficiente con eso… Transformarse salvaje y dolorosamente una vez al mes…
Peter se sentía nervioso al respecto. No estaba tan apurado por lograr su transformación, y a la vez sabía que iba a pasar. Sus dos amigos habían hecho la poción por él. Si a ellos les había resultado… Era sólo cosa de tiempo para que él también sintiera los síntomas…
- Bien… Aquí voy – anunció Sirius, de pie al centro de la habitación.
Hizo como James le había explicado. Cerró los ojos, intentó concentrarse. James había estado más irritado que enfermo, al contrario de él… ¿Quería decir que el animal de su amigo estaba más desesperado por mostrarse? O quizás, ¿sería más dolorosa la transformación en su caso?
Pensar eso no ayuda demasiado, idiota, pensó, volviendo a concentrarse. Intentó prestar atención sólo a su cuerpo y no a lo que ocurría a su alrededor. Luego, se dio una orden a sí mismo, aunque se sintiera ridículo. Transfórmate ahora, se ordenó con determinación.
James, Remus y Peter sonrieron al ver la silueta de su amigo cambiando rápidamente, encogiéndose un poco hasta formar el cuerpo de un perro negro, gigantesco, con el pelo algo crispado y enormes patas. Pero la sonrisa les duró hasta que lo vieron convertido en algo mucho más grande que un simple perro normal, intimidados y asustados.
Ahora, en cuanto a su carácter…
- ¿Sirius? – preguntó Remus dubitativo.
El enorme animal se puso a correr y a dar saltos por toda la pieza, moviendo la cola (que, al no entender bien sus dimensiones terminaba golpeando a diestra y siniestra), derribando todo a su paso y dándole fuertes latigazos a sus amigos. No podía evitarlo… Se sentía ligero, enérgico, más joven de lo que ya era en aquella forma humana. Como si fuera un niño.
Movió la cola y ladró dos veces, provocando la risa de James.
- Por Merlín, no ladres – pidió Remus divertido.
Sirius veía todo diferente. Olía todo diferente. Hasta escuchaba de manera diferente. Probablemente James había sentido algo similar cuando se había transformado en un ciervo cornado, pero su predisposición como animal era mucho más tranquila y solemne. Él no. Quería salir corriendo y ladrando a todo dar, saltar sobre las mesas, revolcarse en el barro y hacer cuanta cosa pudiera.
Decidió regresar a su forma humana y se tiró en la cama riendo a destajo. ¡Se sentía tan feliz y realizado!
- ¡Lo logré!
- ¡Pareces el grim! – dijo Peter –. Nos cagamos de miedo cuando te nos quedaste mirando sin hacer nada en un inicio. Pensé que serías peligroso.
- Nada de eso, Peter. No pierdes tu consciencia humana.
- Es cierto – corroboró James sentándose sobre su cama –. Tienes esa consciencia animal, pero… Al mismo tiempo no pierdes tu forma de razonar humana. Felicidades, Sirius.
- ¿Sigues pensando que soy un debilucho?
- La verdad sí – dijo sonriendo –. Vas a necesitar mucho más que esto para que se me olvide que lloraste todo el día por un pequeño dolor de estómago.
Pasó una semana desde la transformación. Era jueves una vez más, y aquella media noche sería la primera luna llena del año 1976. Remus estaba pálido y enfermizo, pero como nunca antes desde que había sido mordido, se había sentido tan ansioso y emocionado por su llegada. Aquella noche, James y Sirius iban a acompañarlo.
Ni el grandioso ciervo y ni el hiperquinético perro habían tenido la posibilidad de volver. James y Sirius estaban ansiosos y a punto de explotar de las ganas de convertirse en animales de nuevo, pero no servía de nada si estarían atrapados en el espacio reducido de la habitación. Por fin había llegado el día en que podrían hacerlo… Acompañar a su mejor amigo por fin, mientras corrían por los inexplorados terrenos del castillo…
Lily se dirigía a Herbología con Snape, ambos llevando sus cuadernos en los brazos. Nuevamente hacía un frío infernal que tenía a todos los alumnos abrigados hasta las orejas. Algunos de los vidrios de las ventanas de los invernaderos estaban escarchados, y la profesora Sprout como nunca había encendido unos fuegos mágicos.
Ambos chicos se sentaron en medio de una mesa larga.
- Hoy día alimentaremos con carne a los Arbustos auto-fertilizantes – explicó la profesora Sprout luciendo una escandalosa túnica color fucsia y un gorro amarillo que cubría casi todos sus rulos –. Lo primordial es no acercar suficiente sus dedos, o de lo contrario, podrían terminar sin uno de ellos.
- Sev – susurró Lily -. ¿Has sabido algo reciente que hayan hecho los Mortífagos?
- ¿Yo? No, ¿Por qué? ¿Por qué debería saber? – dijo mientras miraba fijamente un pedazo de carne crudo en la mesa.
- Me he enterado de algunas cosas – replicó encogiéndose de hombros –. Como que las cosas se están saliendo un poco de control y no dejan que lleguen noticias a Hogwarts… Cosas como que ha habido quema de varitas.
- No sé nada en especial – mintió el chico de cabello negro. Luego miró al fondo de la mesa: Los Merodeadores estaban demasiado ocupados tirándose tierra entre ellos –. Que imbéciles.
- Sí, sí, pero Sev, no te desconcentres – insistió Lily –. Algo debes haber escuchado en Slytherin y—
- No tiene nada que ver una cosa con la otra – replicó el chico ofendido -. ¡No necesariamente por ser de Slytherin—!
- Lo sé, perdón – dijo perdiendo la paciencia. No había averiguado nada nuevo desde que había hablado con los Merodeadores esa noche… Su única opción de saber algo era que Snape le contara. Así que insistió –. Pero soy lo que ellos llaman una… Una sangre sucia. Es natural que esté preocupada… Si sabes algo… ¿Prometes decírmelo?
Parecía que automáticamente el corazón de Snape se había ablandado con aquellas palabras y se mostró reflexivo por unos segundos. Se giró hacia Lily y abrió la boca para replicar lo que Lily creía que era un 'Por supuesto', pero antes de que alcanzara a decirlo se sobresaltaron por el fuerte sonido de un macetero roto y acto seguido, los gritos de Mulciber escapando de los mordiscos del arbusto.
Como un buen amigo del chico, Severus fue a ayudar a Mulciber a controlar la planta e incluso la profesora Sprout y algunos alumnos de Gryffindor acudieron en el rescate. Minutos después cuando todo se calmó, la conversación siguió como si nada y Snape no volvió a tocar el tema. Lily, por otra parte, no quiso insistir y por mucho que no quería juntarse con James, después de clases se vieron cerca de lago.
- Oye Evans, ¿por qué te sigues juntando con Quejicus? – preguntó Sirius.
- Deja de decirle así, se llama Severus.
- ¿Te dijo algo importante? – desvió el tema Remus, antes de que la pelirroja se enojara.
- Según él no sabe nada de lo que está pasando—
- Pues, lo dudo mucho – dijo James –. No creo que Snape esté metido en nada, claro, pero más de una cosa debe escuchar en la Sala Común. Si no es de un alumno en sí, de algún padre de ellos.
- ¿Y qué hacemos ahora? – preguntó Peter mientras comía un sándwich bajo el árbol.
- Esperar… - dijo James.
- Me da nervio esperar – reconoció la pelirroja –. Ha pasado un tiempo desde que apareció el último mensaje de odio… ¿No estarán planeando algo peor aún?
- Debe ser porque acabamos de regresar – la calmó Remus.
No tenían nada ni para formar una base de sospechas, mucho menos para ayudar. Después de decir un par de presunciones y comentarios al aire, Lily decidió que ya había pasado demasiado tiempo con los chicos y se fue junto a sus compañeras. Y ellos, por mucho que quisieran dárselas de justicieros… Tuvieron que aceptar que no tenían nada.
El tiempo pasó demasiado rápido a gusto el licántropo. Peter hacía sus deberes mientras James y Sirius tenían una guerra de egos por quién era el mejor animago de esos dos, cuando se asomó por la ventana. Ya estaba atardeciendo y se aproximaba el momento. Pero no se encontraba feliz, como creyó que ocurriría, sino más nervioso que nunca.
- ¿Van a hacerlo ahora? – preguntó Peter.
Los tres lo miraron con tristeza. Él no había alcanzado a lograr su transformación para aquella noche, así que tendría que quedarse solo. James y Sirius ya habían discutido el tema y llegaron a la conclusión de que podían no ir hasta que Peter lo lograra, una suerte de todos o ninguno. Pero, más tristeza les daba Remus. Él ya había esperado demasiado… Cinco años completo de transformaciones por sí solo.
- Sí – le contestó Sirius en un inusual tono paternal -. ¿Está bien por ti?
- Sí – reconoció el pequeño –. Quiero que vayan con Remus. Prefiero que lo acompañen a él.
El licántropo sonrió agradecido y algo conmovido, tanto por las palabras de Peter como por la situación en general. Sin duda alguna tenía los mejores amigos que podía pedir, no sólo él, sino cualquier persona. Eran hermanos de diferente madre. Siempre lo había sabido, pero nunca antes se había sentido tan afortunado como en ese momento.
- El próximo mes vamos a estar los cuatro juntos – le aseguró James –. Es una promesa.
- ¿Cómo haremos esto? – preguntó el más alto.
- Yo, como siempre, tendré que irme pronto al Sauce Boxeador. Me escoltará el profesor Belby por órdenes de Dumbledore.
- Una vez que todos los alumnos regresen a sus casas, iremos por ti.
- La verdad es que me sentiría mucho más cómodo si pudieran llegar después de que me transforme.
- De ninguna manera – se negó James –. Queremos estar ahí para ti. Vamos a acompañarte durante la transformación.
- ¡Claro que no!
- No, James tiene razón – se metió Sirius –. Según nos has dicho, tu transformación en hombre lobo no es tan rápida como la nuestra en animagos. Podemos transformarnos antes o cuando veamos que tú comienzas a pasar por el cambio. Nos darás varios segundos extra…
- Si es una transformación violenta sé que intentaré morderlos y atacarlos – advirtió.
- ¿Cómo sabes si no ocurre lo contrario? Si nuestra presencia animal te tranquiliza.
- Lo dudo mucho.
- Hay sólo una forma de saberlo. Estaremos allí y lo vamos a experimentar de primera fuente – decretó el chico de gafas.
- Creo que esto es una mala idea – reclamó Remus, empezando a arrepentirse de todo el plan –. Peter, diles que es una mala idea.
- Yo creo que es la mejor idea del mundo. Ya vete, Remus. Se empieza a hacer tarde.
- ¡No están viendo esto como yo! – reclamó –. Sé que no les importa que los muerda o algo así. Nunca han tenido respeto alguno por el dolor y el peligro… ¿Pero si es en un lugar visible? ¿Cómo van a explicar al resto una mordida o un arañazo en un lugar visible?
- Según la revista Corazón de Bruja, James y yo somos pareja. Podemos decir que nos gusta el sexo duro y violento, y te aseguro que nadie hará más preguntas.
James contrajo sus labios en una sonrisa burlesca mientras Remus negaba con la cabeza.
- ¿Para qué me molesto en preguntarles algo serio? – se lamentó rendido.
- Remus, cálmate. Si es que algo sale mal, deberíamos preocuparnos en ese momento y no antes. No tiene caso preocuparnos ahora, ¿sí? – lo calmó James, solemnemente.
- Bien – respondió completamente no convencido – Nos vemos.
Era una pésima idea, salió pensando. De hecho, era la peor idea del mundo. No sólo era ilegal que fueran animagos, sino que todo el asunto era peligroso. Se sentía como un pésimo amigo también. ¿Cómo les había permitido hacer algo así? No puso suficientes aprehensiones cuando debió hacerlo, y eso que tuvo muchísimas oportunidades para evitar todo eso…
Mientras caminaba por los terrenos del castillo junto al profesor Belby, hacia el Sauce Boxeador, su estómago se le revolvía por los nervios. ¿Y si los mataba, de casualidad? Después de todo, sólo eran un ciervo y un perro contra un hombre lobo… No. De seguro no era capaz de matar a ninguno si es que había una batalla.
Pero, ¿y si los descubrían? Ambos irían a Azkaban. Peter quizás podría zafarse. A esa edad su reputación quedaría arruinada para siempre y se perderían los años educacionales más importantes en Hogwarts. Y a él probablemente lo condenarían como cómplice. Toda la escuela se enteraría de su condición y arrastraría a Dumbledore, cuya tela de juicio sería definitivamente puesta en duda…
- Te veo ansioso, Lupin – dijo de pronto el profesor Belby.
- ¿Ansioso por una transformación? – repitió con sarcasmo e incredulidad.
- No, ansioso de ansiedad. Las veces anteriores nunca te vi tan preocupado y nervioso. ¿Qué anda mal?
- Ah, eso. Eh… Nada – mintió –. La vez pasada fue muy dolorosa. Temo… Que esta vez sea igual, o peor.
- Ya veo – replicó con algo de lástima –. Eres muy valiente, Lupin. ¿Lo sabes?
- Gracias – murmuró, forzando una sonrisa.
De segundo su profesor de Defensa contra las Artes Oscuras no pensaría lo mismo si hubiese sabido todos los pensamientos histéricos y pesimistas que estaba teniendo. Tenía que comenzar a calmarse, porque su pesar era notorio para el resto y no le apetecía contestar más preguntas.
- Chicos, por favor, váyanse – pidió por última vez a sus amigos.
Habían pasado ya unas horas desde que había entrado por el agujero bajo el Sauce Boxeador.
James y Sirius estaban dándose vueltas en círculo por una de las habitaciones de la Casa de los Gritos, mientras fumaban un cigarro. El suelo estaba lleno de polvo, bolas de pelo café y manchas de sangre. Las paredes estaban arañadas y rotas. El lugar entero pareciera que había soportado a duras penas a un huracán.
Era cosa de tiempo para que la luna llena mostrara sus efectos sobre él .
- Por favor – repitió.
- Moony… Tu transformación es la parte más terrible de tu licantropía, y hasta hoy día a nosotros se nos partía el corazón de no poder hacer nada para ayudarte.
- Por fin alguien podrá estar contigo durante estos momentos – apoyó Sirius.
Remus estaba demasiado preocupado como para sentirse agradecido, pero al menos el mayor de sus amigos le hizo caso y se transformó en el enorme perro negro que era, comenzando a dar vueltas y a olfatear el lugar con mucho ánimo, enérgico como si no pudiera controlarse.
- Cielos, le hace falta un buen aseo a este lugar – comentó James mientras miraba como las huellas del perro se marcaban en el suelo –. Las almohadillas de las patas de Sirius se están llenando de polvo.
- Consideraré lo del aseo la próxima vez que vengamos – respondió con ironía –. James, por Merlín, transfórmate también… Me estás crispando los nervios.
El chico de cabello azabache y gafas levantó las manos en señal de rendición, y a los segundos su silueta cambiaba para ser remplazada por la de un ciervo joven y orgulloso. Era la primera vez que ambos animales se juntaban en un mismo lugar. Era la primera vez que los veía desde los escasos segundos en que habían probado transformarse por primera vez y se sentía tan… orgulloso. Esa era la palabra. Estaba verdaderamente orgulloso de la habilidad de sus dos amigos.
Y sólo segundos después sintió el primer desgarro dentro de su propio cuerpo. Comenzaba su transformación.
