N/A: ¡Gracias a quienes leen! Y a Evasis, por dejar un comentario como siempre *corazón y carita feliz* Ya se irá a desentender Lily. Al menos sabemos que es lo suficientemente orgullosa como para no dar pie atrás una vez que se de cuenta.
18
Hagámonos notar
Contra todo pronóstico James y Sirius habían tenido razón… La transformación de Remus había sido dolorosa, pero no había tardado en identificar a ambos animales como iguales, y eso lo había apaciguado como nunca antes. Tan pronto como terminó de convertirse en un hombre lobo, descansó. Y entonces James, o Cornamenta, los guio hacia la salida de la Casa de los Gritos.
Se pasaron la noche entera en lo más profundo del Boque Prohibido, en un lugar al que jamás hubieran podido si quiera acceder como personas. Nunca antes habían llegado tan lejos. Corrían, estiraban sus patas… Canuto parecía que podía explotar de la energía que llevaba. Daba brincos en el aire, y él, como hombre lobo, se sentía motivado a hacer lo mismo. Por primera vez canalizaba su propia energía en ser un hombre lobo en vez de hacerse daño a sí mismo.
Y Remus, ya en su forma humana y natural… por primera vez desde que había sido un niño normal y sano, disfrutó de su transformación, o más bien de la libertad que esa forma le proporcionaba. Además, era la primera vez que podía asistir a clases inmediatamente al día siguiente después de una luna llena. Claro, se veía más pálido y enfermo que nunca pero esta vez no había pasado una noche entera arañándose y mordiéndose a sí mismo. Estaba cansado por no haber dormido pero, la felicidad le daba energía y poder aparecerse como si nada callaría algunas dudas sobre su licantropía… Si es que alguien las tenía.
Así que bajó temprano a tomar desayuno.
De camino al Gran Comedor divisó a un grupo de tres Slytherin de espaldas a él cuchicheando y actuando de manera sospechosa detrás de una estatua en medio del corredor. Reconoció inmediatamente de quién se trataba sólo juzgando sus contexturas y cabellos. Siendo perfecto, decidió acercarse a verificar que todo estuviera en orden.
- Avery, Rosier, Snape – nombró, provocando que los tres se giraran a verlo -. ¿No es muy temprano para que anden tramando cosas?
- No te metas, Lupin – ladró Rosier, acercándose a él intentando parecer amenazante, sin lograr el efecto deseado.
- Vamos, Evan, déjalo – dijo Avery.
Los dos muchachos comenzaron a avanzar hacia el Gran Comedor, no sin antes pasarlo a llevar apropósito, hasta que se perdieron al dar la vuelta. Pero, para sorpresa de Remus, Snape se quedó ahí, mirándolo con un poco de arrogancia.
- ¿Sucede algo? – preguntó lo más serio posible, cruzándose de brazos.
- Te vi.
Una serie de pensamientos y escenarios alarmistas pasaron por la mente de Remus en una fracción de segundo. Y no era que fuera pesimista, ¿pero a qué podría referirse sino a su licantropía con un comentario como ese, y justo después de una noche de transformación? De seguro su nerviosismo se le notaba en la cara y en su cuerpo tenso, así que decidió que lo mejor era fingir que todo estaba bien hasta el final, al menos por si su fingida seguridad hacía que el otro chico lo pensara dos veces sobre lo que creía que sabía.
- ¿En qué? – preguntó poniendo su cara más despreocupada.
- Entrando al castillo esta mañana, completamente fuera de las horas en las que está permitido salir. Y, ¿sabes qué, Lupin? Parecía que venías directamente desde el Bosque Prohibido.
Se relajó un poco, sabiendo que su condición seguía siendo un secreto. Ahora sólo tenía que inventarse algo bueno para tapar el hecho de estar fuera de su cama tan temprano por la mañana y fuera del castillo.
- Los prefectos no tenemos las mismas reglas que el resto de los alumnos y—
- Es curioso – lo interrumpió el chico de cabello oscuro y grasiento –. Estoy seguro de que vi un par de pies caminando muy cerca de ti.
Esta vez Remus esbozó una sonrisa irónica. Snape realmente estaba comenzando a fastidiarlo. Siempre estaba mirando en qué estaban, siempre preocupado de lo que hacían y dejaban de hacer, incluso cuando recién estaba amaneciendo, y hasta los seguía de tanto en tanto. ¿Quién se creía que era?
- Un par de pies, ¿eh? – comentó como si nada, despeinándose su cabello castaño claro –. No estoy seguro, pero no creo que ver pies sin cuerpos sea una buena señal. ¿Has considerado ir a visitar a Madame Pomfrey?
- No te hagas el tonto, Lupin. Tú y tus amigos estuvieron en el Bosque Prohibido anoche – dijo clavándole su índice en medio de su pecho.
- Si vas a hacer una acusación, tienes que tener como probarla – replicó el prefecto, dándole un manotazo en la mano para apartarla.
- Apuesto que dejaron huellas o algún rastro. Sea como sea averiguaré qué hacían, y una vez que haga eso, tendré como probar que tú y tus amigos han roto las reglas nuevamente.
- Buena suerte con eso.
Remus comenzó a alejarse por el pasillo, también para ir al Gran Comedor, porque ya no quería seguir discutiendo con Snape. Con anterioridad a ese momento, la vida de ese muchacho le daba absolutamente lo mismo, y si bien nunca le había caído bien, hasta sentía lástima por él cada vez que sus amigos lo molestaban. Pero perjudicar a James se estaba volviendo una obsesión para el amargado alumno, y gracias a eso él había sido involucrado y ahora podría salir afectado como daño colateral.
- ¡Eh, Lupin! – gritó Snape a varios metros de distancia. Remus se giró para saber qué quería –. ¡Por cierto, te ves como la mierda esta mañana!
Un comentario que no era exclusivamente para molestarlo, pensó Remus, sino para hacerle saber sus sospechas cada vez más fuertes. Pero intentó responderle de la manera más casual posible para no dejarse al descubierto.
- ¡Tú también! – respondió a metros de distancia, y luego bajando la voz para que nadie lo oyera, agregó -: Durante los últimos cinco años…
Cada quién siguió su propio camino, y Remus entró al Gran Comedor cuando apenas comenzaba la hora del desayuno (motivo por el que casi no había nadie presente), a diferencia de sus amigos que llegaron corriendo y destartalados cuando ya no quedaba comida sobre las mesas.
- ¡Quiero saber cómo fue todo! – pidió el menor de los amigos.
- No fue nada en especial – replicó James, robándole una salchicha a Remus desde su plato – Sólo… Caminamos. Ya sabes, por el Bosque. De hecho llegamos a lugares a los que nunca habíamos accedido antes.
- ¿Dónde?
- No lo sé, simplemente llegamos allí. Pero de seguro te podremos llevar una vez que te transformes.
- Hm… - murmuró, no muy convencido - ¿Y podían hablarse entre ustedes?
- Algo así… Era una comunicación bastante básica – explicó Sirius engullendo una tostada, también de Remus –. Algo raro de explicar con palabras. Como si los sentidos y los instintos bastaran, ¿sabes? Está en un nivel que nosotros no poseemos como humanos. Ya lo verás tú mismo, Pete.
- Como perro, Sirius es un estúpido – interrumpió James riendo, contándole al menor de sus amigos -. Corrió desenfrenado por un claro y terminó en una especie de pantano, embarrado entero.
- A cualquiera le puede pasar – respondió su amigo, intentando ser comprensivo y no burlarse.
- ¡Apenas salió, se cayó de nuevo! – continuó el chico, golpeando la mesa.
Remus intentó no reír, pero lo cierto era que sí había sido gracioso. No acababa de salir y de sacudirse, cuando había dado otro paso en falso de regreso al pantano. Era una zona en donde el lago, ya sucio y lleno de restos de basura y ramas de árbol, se filtraba en la tierra provocando un barro denso. Y Sirius, como perro, había tenido el privilegio de caer ahí dos veces en menos de diez minutos.
- Es verdad que me vuelvo algo básico – reconoció el moreno algo sonrojado -. Todavía no sé cómo hacer que mi mente sea superior a mi excesiva felicidad perruna. Pero James no debería hablar demasiado.
- Yo no me caí en ninguna parte.
- No, solamente enganchaste tus astas con las ramas de los árboles cada diez metros.
- ¡En esa zona los árboles son demasiado bajos y tupidos! – se defendió, fingiendo que estaba enojado.
Pero no lo estaba. Estaba bastante feliz, aun pese al dolor de cuello que tenía precisamente por haber enredado sus astas constantemente y haber tenido que hacer contorciones especiales para desengancharse. Los tres amigos se miraron con una complicidad casi palpable y siguieron comiendo en silencio por unos segundos.
- ¡Me muero de sueño! – reclamó después de un rato –. Y tenemos un maldito bloque vacío ahora. Debimos haber dormido más.
- No, hay que continuar haciendo el jodido mapa – le recordó Sirius, y luego miró a Remus, justo en frente de él -. Has estado algo callado.
- Ah, sí. Es que... Resulta que esta mañana, Snape me dijo que me vio a mí y "a un par de pies" entrando al castillo, desde el Bosque Prohibido – les contó, bajando la voz para que nadie más oyera.
- ¿Sí? – preguntó Sirius –. Bueno, siempre llegamos y nos echamos la capa encima sin asegurarnos que estemos completamente tapados…
– Está cada vez peor. Me amenazó diciendo que descubriría qué hacíamos, que probablemente habíamos dejado pisadas y—
- Probablemente lo hicimos – convino James, despreocupado –. Pero dudo que le preocupen demasiado las pisadas de un par de animales. Después de todo… Es un bosque.
- Snape no es tonto – continuó Remus, algo nervioso –. Me dijo que me veía horrible esta mañana.
- ¿Y quién se cree que es él? ¿Jim Morrison? – preguntó indignado.
- ¿No te das cuenta, James? Me estaba provocando. Nota que mi aspecto físico cambia de vez en cuando—.
- Relájate, Remus. Ya le daremos su merecido.
Un par de horas más tarde, luego de una extenuante clase de Adivinación leyendo los ciclos de Marte, seguido de una clase prácticamente inútil de Estudios Muggles, Los Merodeadores se dirigían una vez más al Gran Comedor, esta vez para almorzar. Sin embargo, a medio camino se encontraron con un tumulto de gente que les imposibilitó seguir el paso.
James y Sirius intentaban ponerse de puntillas para ver sobre las cabezas del resto, mientras Remus y Peter intentaban obtener una mirada de una manera más disimulada. Nadie sabía lo que pasaba y había un sonido general conformado por cuchicheos y rumores simultáneos de distintos alumnos.
- Oh, demonios, estos malditos lo han hecho de nuevo – dijo James de pronto.
Había obtenido un espacio por donde mirar: Se trataba de un nuevo mural, esta vez con la frase "Sangres sucias, dimitan o mueran". Abajo, el suelo de piedra había sido manchado con lo que parecía ser sangre, salpicada en todas direcciones. Sin duda era una imagen cruda y escandalosa.
Tomó un tiempo que los profesores pudieran disuadir a los alumnos de volver al Gran Comedor, y pese a pedirles a todos una y otra vez que no se preocuparan y continuaran con su jornada normal, sus caras ya no se veían tan relajadas como antes. Peter aseguraba haber visto como Dumbledore y McGonagall compartieron una mirada seria y preocupada mientras los alumnos se dispersaban, y casi todos convenían que esto ya no era una simple jugarreta para asustar.
- Lo que más me molesta es que en cualquier otro lugar y momento, algo como esto tendría a aurores trabajando aquí dentro, de inmediato – dijo James blandiendo el tenedor en el aire para darse más énfasis – Esto es un mensaje de odio hecho y derecho. Es una amenaza de muerte, y el maldito diario ni siquiera se va a molestar en mencionarlo.
- Ya veo que pronto nos desmemorizan a todos en la misma oficina de Dumbledore para que no recordemos el incidente y sigamos como si nada – se metió un chico de cuarto año, que estaba sentado junto a ellos en la mesa.
- Dumbledore es uno de los pocos que quiere que se destape todo esto.
- ¿Por qué seguimos teniendo a los jodidos elfos domésticos en el castillo? – se quejó otro chico de cuarto año -. Es obvio que es uno de ellos y no podemos confiar en esas criaturas inservibles.
- ¿Cómo puedes ser tan estúpido para creer que si ha sido un elfo, lo ha hecho sin una orden de alguien más? – se metió Sirius, cuyo semblante había cambiado radicalmente hacia uno mucho más amenazador.
- Sólo estoy diciendo que ya hay demasiados peligros como para que además nos fiemos de los elfos. Muchos magos los han tratado mal toda la vida, no sería tan extraño si de pronto uno descarriado decidiera rebelarse. Y ese elfo en cuestión sabría que aquí está a salvo, porque Dumbledore es tan idiota que ni aunque lo estuviera viendo con sus propios ojos querría admitirlo.
- ¿Dumbledore un idiota? – repitió James, escandalizado.
El chico de gafas se puso de pie y como si fuera un acto reflejo, Sirius hizo lo mismo. En menos de un segundo los chicos de cuarto año que habían hablado se pusieron de pie, acalorados, y los tres restantes de esa generación hicieron lo mismo por solidaridad, provocando que Remus y Peter se unieran.
El resto de los alumnos de otras casas comenzaba a mirar con sorpresa que los de Gryffindor estuvieran a punto de darse puñetazos entre ellos, pero a la vez, el ambiente general estaba demasiado tenso después de lo que había ocurrido como para que a alguien le sorprendiera.
- Dime, a quién te gustaría tener de director, Romer. ¿Quizás a Voldemort?
- ¿Por qué no te relajas, Potter? – respondió el chico alto y de cabello rubio –. Nadie ha insinuado nada de ese estilo.
- Nunca insultes a Dumbledore en frente mío – dijo, como si no hubiera escuchado lo anterior.
- ¿Y si lo hago, qué? ¿Acaso me vas a golpear como a los Slytherin o a los chicos más pequeños? Mejor dedícate al Quidditch, que me sabe un poco cínico que tú vengas a dártelas de justiciero.
Se escuchó un ligero murmullo entre las personas que estaban más cerca, y el cerebro de James ya estaba dándole la orden a su puño de estamparle los nudillos en la cara a ese chico cuando una mano le tomó el brazo con disimulo. Miró a su lado, y centímetros más debajo de su rostro se encontraba el de Lily, deteniéndolo de hacer algo apresurado.
- No pelees – le dijo suavemente -. Y tú, Romer, insultar a tu director son 5 puntos menos para Gryffindor.
El chico soltó un bufido de incredulidad y se fue refunfuñando sobre cómo Potter se salía siempre con la suya, lo suficientemente fuerte como para que todos lo escucharan. Sus otros amigos lo siguieron, mientras los de quinto año volvían a sentarse en la mesa.
- Me caía bien ese tipo – dijo Peter, una media hora después mientras caminaban hacia las cocinas en vez de ir a su clase de Herbología –. Pero resultó ser un idiota.
- Es hijo de muggles – informó Remus –. No deberían tomar tan enserio lo que ocurrió hoy. Ese chico está asustado y frustrado, y de seguro no está contento con cómo se está manejando todo esto de las amenazas dentro de Hogwarts. Fue desafortunado nada más.
- No sabía que era hijo de muggles – respondió James. Estaba furioso, pero tras saber eso, se sentía más comprensivo –. Pero está enfocando su rabia hacia la persona equivocada.
Los chicos llegaron frente a un cuadro con un tazón lleno de frutas y Remus se encargó de hacerle cosquillas al lienzo, específicamente sobre una pera verde suave que ya tenía sus colores desgastados por ser tocada todo el tiempo. La puerta se abrió dejando entrever uno de los salones de piedra más grandes del castillo: La cocina.
Montones de elfos y elfas domésticas corrían de un lado para otro con cierta histeria, pues el almuerzo había terminado recientemente y ellos tenían que encargarse de lavar todos esos platos, vasos, cubiertos y ollas que habían utilizado antes para cocinar. Ninguno de ellos se percató de la presencia de los magos, ensimismados en sus trabajos.
- Ahí está Dixie – dijo James apuntando a un pequeña y frágil elfina que usaba una túnica rosada descolorida y vieja.
- ¡Hola, Dixie! – saludó Sirius -. ¿Cómo estás? ¿Cómo están los trabajos el día de hoy?
- Joven Sirius – respondió la elfa con sorpresa mientras se deshacía en reverencias hacia él y los demás chicos –. Señor James, Señor Remus, Señor Peter… Es un placer tenerlos en las cocinas de Hogwarts. ¿Hay algo que Dixie pueda cocinar para ustedes?
- No esta vez, Dixie. Venimos a hacerte unas preguntas.
- ¿Seguro, joven James? A Dixie no le molestaría en absoluto hacer el plato favorito de los jóvenes.
- No te preocupes de eso. Lo que necesitamos no necesitará mucho tiempo.
- Dixie, queremos saber si por casualidad has visto a un elfo actuando nervioso o diferente en relación a antes – preguntó el más alto de los amigos.
La elfina los miró uno por uno con sus enormes ojos verdes antes de negar con la cabeza.
- Dixie ya se lo ha dicho antes, joven Sirius. No he visto nada raro.
- Por favor, tienes que entender que nosotros no te preguntamos esto para causar problemas ni acusar a nadie – replicó James con dulzura –. Sino para ayudar y proteger a ese elfo, en caso de que alguien lo esté chantajeando, ¿entiendes?
- ¿Cha… chantajeando? – preguntó nerviosa, con pequeños espasmos en sus manos -. ¿Quién?
James iba a abrir la boca para responder, pero Remus se apresuró por hablar él primero.
- Chantajeado por quien sea que esté detrás de estos mensajes llenos de odio – dijo, temiendo que James hubiera nombrado a uno de los chicos de Slytherin imprudentemente.
- De verdad que Dixie no sabe nada, joven Remus. Dixie lo lamenta tanto, de no poder ayudar a los jóvenes. Dixie desearía ser de utilidad. Dixie es un desastre de elfo por no poder—.
- Está bien, Dixie – la calmó Peter, viendo que en los ojos de la elfa ya se había acumulado una gran cantidad de lágrimas –. Esto que te hemos preguntado no es una orden. Sólo estamos conversando contigo, y eres una elfina maravillosa por escucharnos.
- La mejor de las elfas – corroboró James, haciendo que esta de cualquier forma comenzara a llorar histéricamente y balbuceara palabras poco claras de agradecimiento –. Está bien si continúas con tus tareas de Hogwarts ahora…
- ¡El joven James y el joven Peter son tan buenos! – exclamó la elfina tapándose su pequeña cabecita con ambas manos.
- Sí, sí – dijo el chico de gafas, incómodo –. Tenemos que irnos ahora, Dixie.
Tras unos diez minutos de llanto y de ofrecerles cocinar sus platos favoritos, los cuatro chicos lograron salir de la cocina sin ninguna respuesta. Y ya que se habían demorado tanto, decidieron volver a la Sala Común porque era inconcebible que llegaran tan tarde a la clase de Herbología con la profesora Sprout.
Era un de las pocas clases que compartían con Slytherin, y de seguro podían escuchar algo útil sobre el reciente mensaje de odio si podían atención en escuchar los murmullos del brabucón de Mulciber y sus amigos. Pero, de seguro, si pasaba algo realmente importante, Lily se los contaría.
- De acuerdo, tenemos que empezar a considerar la posibilidad de que esto no ha sido llevado a cabo por un elfo – dijo Sirius, una vez que llegaron a la vacía Sala Común de Gryffindor.
- Tiene que ser un elfo – replicó James, porfiado, mientras encendía la chimenea con un hechizo –. Porque me rehúso a pensar que alguien en Slytherin tenga la cabeza y la habilidad para poder llevar a cabo este tipo de magia que hasta desconcierta a los profesores.
- ¿Y si no es un Slytherin? – se aventuró Peter –. Podría ser un Ravenclaw. Un cerebrito de sangre fría y cobarde que piensa que Voldemort no está tan errado. Son elitistas por naturaleza.
- Supongo que un Ravenclaw podría desviarse un poco…
- Es más probable que uno de los elfos esté siendo hechizado y luego se le borre la memoria – sugirió Remus.
- Es perfectamente plausible – aceptó Sirius.
- Ya vamos a ver qué es lo que ocurre. Sea quien sea, esta persona no puede salirse con la suya para siempre – dijo James.
El tema no se siguió discutiendo, y los cuatro merodeadores se avocaron a lo suyo. Peter decidió copiar de los apuntes de Remus sobre los ciclos de Marte mientras el licántropo y Sirius se animaban a seguir perfeccionando la idea del mapa que mostraría a Mulciber y todo lo que hacía. Pero James no dejaba de pensar en lo que había ocurrido durante el almuerzo.
Por un lado, se sentía algo culpable de haber casi peleado con un chico de Gryffindor porque no le gustaba que su popularidad se viera afectada y menos aún dentro de su propia casa. Sin duda que no quería que los chicos menores lo vieran como un idiota, sino que todo lo contrario. Y hasta ese momento él había pensado que era una especie de héroe del Quidditch y el Gryffindor más popular, así que esa pelea lo había desconcertado.
Pero de seguro se había debido a lo tenso que estaban todos y en cualquier otro momento, ese encontrón no hubiera ocurrido. El chico no se hubiera referido a Dumbledore de la manera que lo hizo, y probablemente tampoco se sentiría amenazado por elfos si alguien no hubiese sugerido que eran ellos los que estaban detrás de todo eso. ¡Así que estaba claro! Tenía que ir a disculparse.
Además, Lily lo había defendido y se había preocupado de que no peleara. Desde el Baile de Navidad que ni se querían mirar, pero ahora nuevamente se sentía con ganas de intentar hablar con ella, quizás disculparse, y pedirle una nueva cita que reafirmara lo bien que lo habían pasado durante el baile, antes de ponerse a hablar de feminismo.
- Hey, Romer – dijo James acercándose esa misma noche al chico, frente a la chimenea de la Sala Común.
El chico lo miró algo nervioso, sin devolverle la palabra.
- Lamento mucho lo de hoy – dijo ofreciéndole su mano en saludo -. ¿De acuerdo?
- De acuerdo – dijo el chico estrechando su mano en señal de tregua.
- Mira, estoy seguro de que pronto van a atrapar al culpable de todo esto. Y, aunque no se note, sé que Dumbledore está haciendo lo posible por atraparlo. No lo sé, quizás ni siquiera nos enteremos y ya lo tenga todo solucionado.
- Lo sé, Potter… Sé que me precipité más temprano.
- Yo también me precipité – reconoció –. Nunca querría discutir con un Gryffindor, pero supongo que los dos… Todos estábamos nerviosos con lo que había pasado.
- Algunos más que otros.
- Sé que fue una amenaza directa para los hijos de muggles, pero no creas que por eso los demás nos tomamos esto a la ligera, ¿de acuerdo? Porque ustedes son parte de la comunidad mágica en igual medida que el resto, y si los amenazan a ustedes, amenazan a la comunidad mágica en su totalidad. Y yo creo en eso.
El chico sonrió ante el meloso, pero cierto comentario.
- De acuerdo, Potter. Agradezco tus palabras.
- De nada.
- Y no hagas caso a lo que dije hoy, sobre eso de dejar de ser un justiciero.
- Ah, yo creo que lo dijiste bastante enserio – dijo despreocupadamente para aliviar el ambiente.
- Lo hice. Pero… Al menos sé que necesitamos más gente que piense como tú en momentos como este.
- Casi todos piensan como yo, Romer. Es sólo que los otros se hacen notar más. Así que nosotros también tenemos que hacernos notar.
- Es más fácil decirlo, supongo.
- Quizás no lo sea… Quizás deberíamos hacernos notar – dijo sonriendo, mientras una idea aparecía en su cabeza –. Hagámonos notar.
