N/A: Gracias a todos los que leen la historia. Bienvenida Itzeeel! / Evasis: Sí, yo también amo a este James. Este James va a ir saliendo cada vez más *corazón* Gracias por el review!

19
Sectusempra

Días más tarde, nuevamente sin noticias sobre el mensaje de odio que había aparecido en el castillo, el alumnado había vuelto a su vida diaria normal y casi ni se hablaba de lo que había ocurrido. Esta vez, nadie había organizado un festín ni un baile para que todos se mantuvieran ocupados en otra cosa, y en los pasillos era fácil notar que algunos profesores caminaban más nerviosos e irritados que de costumbre.

Los cuatro chicos se encontraban trabajando en distintas cosas dentro su habitación y ya bien caída la noche. Peter estudiaba para los T.I.M.O, que cada vez estaban más cerca. Sirius y Remus leían y estudiaban tremendos libros retirados de la biblioteca con la esperanza de encontrar algo útil para crear por fin el mapa en el que tanto habían trabajado. James, por su parte, estaba de cabeza buscando algo en su baúl, al pie de su cama, mientras sacaba cosas de adentro y las lanzaba, desordenando su espacio más cercano.

- ¿Qué estás haciendo? – preguntó Remus.

- Buscaba los antiguos sortilegios y productos que vendíamos el año pasado – respondió al mismo tiempo que sacaba una caja de madera más pequeña –. Creo que están aquí…

- ¿Para qué los quieres? – se metió Peter, palideciendo.

Durante de los primeros días, y más que nada con la idea de molestar a McGonagall y a otros profesores, vender sortilegios bromistas que causaban pequeños caos por el castillo había sido muy divertido. Pero luego se había vuelto un verdadero dolor de cabeza tener que producir más e invertir en ello, porque tan sólo era un pasatiempo. Pero un negocio requería mucho más que un ratito de tiempo libre…

- ¿No querrás empezar con eso de nuevo, Potter? – preguntó Sirius con cara de pocos amigos.

- No, no. Estaba pensando… Parece ser que es muy fácil hacer grabados vandálicos en el castillo – respondió encogiéndose de hombros –. Propongo que hagamos lo mismo.

- ¿Te has vuelto loco? – preguntó Remus con una mueca de incredulidad.

- Nos sobraron miles de insignias de "Apoya a Gryffindor" del año pasado. Si las modificamos un poco, podrían decir algo que apoye a los hijos de sangre impura. Y además está esto… - dijo sacando un pequeño cohete de varios colores.

Peter había dado la idea, viendo aquellas avionetas muggles publicitarias que llevaban amarrado un cartel con diferentes eslóganes de marcas, de crear un cohete que volara por el aire escribiendo una frase, y dejando un halo de confeti atrás.

El prototipo había sido lanzado por sobre el enrome estadio de Quidditch durante la final del año pasado, que le valió la primera coronación a Gryffindor desde que James estaba en el equipo, y siendo ese aquel su primer año como capitán. El cohete serpenteaba por el aire escribiendo "¡Vamos Gryffindor!" entre una nube de humo de color rojo, como una bengala, mientras llovía confeti dorado.

- Pero ahora podríamos lanzarlo dentro del Gran Comedor – sugirió el chico de gafas.

- Será como el némesis de Filch – dijo Sirius, sonriendo.

- Y si alguien nos dice algo… Sería verdaderamente hipócrita. No se atreverán a castigarnos por esto. No después de que los mensajes de odio han quedado impunes.

- Me apunto – dijo Remus, experimentando una oleada de rebeldía –. Pero todo dice "Vamos Gryffindor", y no creo que "Vamos, hijos de muggles" suene bien.

- Había pensado en "Hey, Intolerantes y puristas: Nosotros somos más".

- De acuerdo – apoyó el más alto de los cuatro chicos –. "Hey, intolerantes y puristas", en colores verde esmeralda y plateado, y que luego cambie el mensaje a "Nosotros somos más", en colores amarillo, rojo y azul.

- Vamos a traficar esto – dijo levantando un puñado de insignias -. Entreguémosle una buena cantidad a Romer y a sus amigos.

- Es una lástima que no pueda decir "Hey, jodidos clasistas idiotas: Dejen de reproducirse entre primos, les afecta el cerebro" – comentó Peter, y luego miró a Sirius de reojo por si se había sentido ofendido por el comentario. Pero su amigo ni cuenta se dio.

- Lo sé, pero algo es algo. Mañana ponemos el plan en marcha.

A la mañana siguiente, sin que nadie lo notara, y antes de bajar al Gran Comedor para desayunar, James entregó una generosa porción de insignias a los cinco chicos de cuarto año para que repartieran entre sus compañeros. Sirius, Remus y Peter hicieron lo suyo repartiendo a varias personas más dentro de la casa Gryffindor.

- ¿Qué es? – preguntó una voz femenina tras de Remus. Cuando se giró, se encontró con Mary.

- Ah, eh, hola – saludó torpemente y le tendió una para que la viera –. Estem… Bueno, nos aburrimos de no hacer nada y a James se le ocurrió esta idea.

- Nosotros somos más – leyó la chica casi en un murmullo –. Vaya. Es… Un bonito gesto. Creo.

- ¿Crees?

- Me da algo de miedo que provoque una respuesta peor por parte de esos idiotas – dijo colocándose la insignia sobre el corazón –. Pero qué más da. Temerles no es motivo para no defendernos, supongo.

Remus recordó por primera vez durante la conversación, que Mary era precisamente hija de muggles. Pudo haber metido las patas hasta el fondo, pero por suerte ella había aprobado la iniciativa.

- Eso es, precisamente. En realidad somos más, ¿no? Así que dejemos de temerles.

- No te veía hace un tiempo.

- Desde el Baile de Navidad – dijeron ambos al unísono.

El licántropo se sintió incómodo recordando cómo había actuado esa noche frente a ella, intentado besarla, ebrio, y comenzó a ponerse colorado. Sólo había una forma de salir del paso. Era ahora o nunca. Pero su estúpido nerviosismo no lo dejaba actuar ni decir nada. ¿Qué harían James o Sirius en ese lugar?

- ¿Tegustaría ira Hogsmeadeconmigo? – dijo tan rápidamente que no se le entendió nada.

- ¿Qué?

- ¿Te gustaría ir a Hogsmeade conmigo? – repitió, esta vez más lento –. No me enfermaré, no me excusaré, y si me prometes que no habrán chicos franceses rondándote, no veo por qué fallaríamos.

La chica sonrió en su lugar, entre nerviosa y satisfecha, y asintió con la cabeza.

- ¡Genial! Entonces… La próxima salida… ¿Cuándo es la próxima salida?

- El último fin de semana de enero – dijo sonriendo –. Y no, creo que ese día no habrá ningún chico francés cerca.

- No hay excusas entonces – replicó, con el corazón latiéndole a mil por hora.

- Espero que no se te ocurra beber ese día – lo molestó la chica.

- Definitivamente no. El Remus borracho… Aparece en contadas ocasiones.

- ¡Perfecto!

- ¡Oye Lupin! ¡Trae tu trasero lunático aquí y ven a ayudarnos!

La voz de Sirius resonó desde el otro extremo de la Sala Común.

- Lo siento, tengo que irme – dijo intentando ahogar una risita.

- Sí, eso creo – respondió la chica, también algo divertida -. ¡Nos vemos!

Remus volvió con sus demás amigos, que lo esperaban para salir por el túnel del Retrato de la Dama Gorda, y mientras pasaba por él, sentía que flotaba por el aire. La conversación, el tono de la conversación le hacía pensar que sin duda le gustaba a Mary tanto como ella le gustaba a él.

¡No lo odiaba por lo del Baile de Navidad! Había asentido casi automáticamente tras invitarla a una cita, y habían bromeado… Se sentía cómodo con ella. Esa era la cosa. Y si bien le traía mucho nerviosismo la idea de salir en una cita, su primera cita, ahora la ansiedad buena era mucho mayor.

- Tengo una cita – anunció, intentando sonar confiado –. Ya sé que están castigados y no pueden ir a Hogsmeade, pero esta vez no me podré quedar con ustedes.

James se detuvo dramáticamente en el pasillo. El movimiento fue tan dramático e inesperado que asustó a Sirius y a Peter, quienes se detuvieron bruscamente detrás de él pensando que había pasado algo más que la simple confesión romántica de su amigo. Pero no había nada.

- ¿De qué me perdí, señor prefecto?

- Ah, sí, verdad que sólo se lo conté a Sirius. Estem… Me gusta Mary.

- ¡¿Mary McDonald?! – gritó Peter.

- Sí, Peter… Grítalo un poco más fuerte, que creo que por allá en las mazmorras no lo escucharon bien.

- Lo siento…

Los cuatro muchachos volvieron a emprender el rumbo hacia el Gran Comedor con un paquete cada uno de más insignias, pero ahora la atención de James ya no estaba en la consigna "Nosotros somos más", sino en la revelación de Remus. Nunca se lo había imaginado ni en un millón de años.

- ¡Entonces…! – continuó James –. Ese día que ibas a ir a Hogsmeade… Que dijiste que ibas a ir igual para traernos caramelos y cosas de Zonko… Y te tuvimos que convencer de ir a la Casa de los Gritos…

- Sí, ese día tenía una cita y tuve que cancelarla – reconoció.

- ¡Y Mary se sentó con su pareja francesa en nuestra mesa en el baile!

- Sí, efectivamente—.

- ¡Te emborrachaste por eso! – lo interrumpió, uniendo cabos sueltos.

- En parte. Pero insisto en que no hay necesidad de gritarlo…

- Pero… ¿Por qué no nos dijiste en vez de cancelar la cita? Más importante… ¡¿Cómo conseguiste una cita así, sin decirnos nada?! Maldito lunático, ¿eres un donjuán?

- No – replicó riendo –. Muy lejos de eso. Y no les conté porque me daba vergüenza reconocerlo.

- Yo creo que es un donjuán, pero es muy humilde para reconocerlo – lo molestó Sirius.

- ¡Mary me cae genial! – continuó el líder del grupo –. Además, así será más fácil convencer a Lily de salir en citas dobles.

- ¿Vas a empezar con Lily de nuevo? – preguntó un decepcionado Sirius.

- No la viste el otro día, Padfoot, cómo me protegió – respondió rememorando el momento en que lo detuvo de pelear con Romer –. Yo creo que ella tiene interés en mí, aunque lo niegue.

- Definitivamente no tiene interés en ti, cuernitos – dijo riendo - ¿Qué es eso de Padfoot?

- Ah, sí… Se me ocurrió un nombre para ti ahora – explicó con una sonrisa –. Cuando estuvimos en la Casa de los Gritos, todo estaba tan lleno de polvo que con cada pisada que dabas, tus almohadillas de los pies quedaban marcadas… Así que se me ocurrió decirte así desde ahora.

- ¿Enserio? ¿Almohadillas de pies?

- ¿Qué? Tú me inventaste algo como dientes de tenedor. Es mejor así… Nadie descubrirá de donde vienen esos sobrenombres.

Siguieron en silencio a medida que entraban al enorme salón en donde ya se encontraban algunos alumnos. Se comenzaron a acercar a los pequeños grupos de estudiantes de otras casas, menos Slytherin, para entregarles insignias a ellos también. Mientras lo hacía, Peter ya comenzaba a fantasear con la idea de convertirse también en un animal… Lo intrigaba saber en qué se convertiría. ¿Sería algo tan intimidador como sus amigos? ¿Le pondrían un sobrenombre nuevo a él también?

Tras la clase de Transformaciones con Slytherin, en donde pese al respeto que inspiraba McGonagall, de igual forma se escucharon algunos comentarios mordaces por el tema de las nuevas insignias, los chicos fueron a lanzarse unas cuentas bolas de nieve contra los alumnos de cuarto año de Gryffindor.

Dado que James había hecho las pases con Romer, los dos grupitos se habían acercado muchísimo. Era un descanso breve antes de Historia de la Magia, pero lo aprovecharon bien. Por los jardines nevados del castillo se podían ver a muchos alumnos usando las insignias que iban cambiando de color mientras se revelaba el mensaje completo.

- ¿Tú estás detrás de esto, Potter?

Lily había llegado hasta el lugar en donde estaban jugando a lanzarse bolas de nieve.

- Pues, sí – replicó con naturalidad –. Y como puedes ver, hice las pases con Romer también.

El aludido levantó la mano desde el otro fuerte de nieve, a modo de saludo.

- Me alegra saberlo – dijo acercándose, seria –. Déjame ver una de esas insignias.

- ¿Qué? No me irás a cobrar puntos, ¿verdad? – dijo buscando una en su bolsillo.

- Bueno, teóricamente debería, por incitar un poco al desorden y todo eso. Ya sabes.

James bufó, sin poder creerlo mientras le entregaba una de las redondas chapas que cambiaban de color. La pelirroja la inspeccionó, revisándola por ambos lados y leyéndola con atención. Luego de unos segundos, miró a James con una sonrisa insolente y se la colocó con orgullo.

- Te habías tardado mucho en salir con un plan de regreso para esos idiotas, Potter – dijo con una sonrisa cómplice. James sonrió abiertamente, deslumbrándola, y ella aprovechó el momento para marcharse antes de darle la idea de que se pusiera a hablarle, como siempre.

Para la hora de almuerzo, James acompañaba a Remus en su paseo por las nubes.

Se escuchaba un murmullo general provocado por las conversaciones de todos los alumnos de distintas casas en sus mesas, mientras almorzaban. Los profesores se encontraban en la mesa del final del salón, silenciosos. A nadie le había importado demasiado que la mitad del alumnado estuviese usando esas insignias, excepto a algunos alumnos de Slytherin, que miraban la situación con una cara de tres metros.

- Bien, ¿lo haremos o no? – preguntó Remus.

El almuerzo era el mejor momento para hacerlo: Todos estaban reunidos en un mismo lugar. Todos verían el mensaje.

- Prongs ya tiene un prontuario demasiado grande y está a un paso de que lo expulsen – dijo Sirius con una sonrisa arrogante -. ¿Me conceden el honor?

- Adelante – respondieron los otros tres.

Sirius se lo tomó enserio. Sacó el cohete del bolso de James, y se subió al taburete en el que se sentaban, con un pie en él y el otro sobre la mesa (Ya teniendo la atención de todos). Levantó el pequeño petardo y lo disparó como una bengala, provocando un fuerte sonido, al mismo tiempo que daba algo así como un aullido de felicidad al aire.

Con el primer sonido, todo el mundo se sobresaltó en su lugar. Luego vieron como el cohete surcaba el aire haciendo espirales mientras se elevaba hacia lo más alto del techo y dejaba una estela de denso humo rojo. Tras su paso quedaba la frase: "Hey, Intolerantes y puristas", que se difuminaba para dar paso a letras aún más grandes y en mayúsculas: "NOSOTROS SOMOS MÁS".

Hubo un estallido de confeti que cayó como una lluvia tupida sobre el alumnado. Gracias a un hechizo, el confeti destellaba como si se tratara de chispas de luz y no de papel picado en trocitos. Varios alumnos aplaudieron mientras el confeti seguía cayendo por todo el Gran Comedor como una cascada. Se metía en los platos de alumnos y profesores. Peter creyó ver que la profesora McGonagall intentaba soplar uno pegado en su boca, con cara de pocos amigos. Remus no se dio cuenta de eso, pero si vio a Dumbledore con una humilde sonrisa en los labios.

"NOSTROS SOMOS MÁS" brilló por veinte minutos, y durante veinte minutos calló confeti.

Si bien la mayoría del alumnado habló de eso el resto del día, con admiración o diversión a lo menos, la profesora McGonagall pensó que la broma merecía un pequeño castigo. Así que, en vez de ir a su siguiente clase, Los Merodeadores se encontraban una vez más en el despacho de la vicerrectora.

- Vamos, profesora. No puede estar enojada por esto – dijo Sirius.

- Enojada no estoy – replicó seria –. Pero alguien tiene que limpiar el desastre que dejó esa cosa, por mucho que me gustara lo que decía.

- Ah, ¿entonces le gustó? – preguntó James con interés.

- Potter, si me gustó o no, eso no debería importarle a usted. ¿Acaso no le dije que está con un pie fuera de Hogwarts? En vez de tomarse enserio mi amenaza, continúa pensando en formas escandalosas para hacerse notar cuando debería estar estudiando para los T.I.M.O.

- James no fue – se apresuró a decir Remus.

- Tranquilo, señor Lupin. No me interesa castigarlos por esto. Sin embargo, algunos profesores se preguntan por qué he sido tan blanda con ustedes y no creen que habría aguantado tanto si hubiese sido con alumnos de otras casas.

- Espero que no haya sido Slughorn el que dijo eso, considerando que tiene mortífagos entre sus alumnos – dijo James.

- ¡Señor Potter! – exclamó la profesora -. ¿Cómo se le ocurre hacer una acusación así? Ni Merlín santísimo lo quiera. Mortífagos en Hogwarts… Primero muerta antes que ver algo así. Ahora, volviendo al tema del castigo… Quiero que los cuatro recojan todo ese confeti a mano. De inmediato.

- ¡¿A mano?! – preguntó Peter -. ¡Profesora, hay un motivo por el que existe la magia!

- Pensé que estaría orgullosa de nosotros – dijo Sirius, haciéndose el ofendido.

- Mire, Señor Black. En la vida hay momentos en que uno tiene que hacer ciertas cosas aunque por dentro no estemos de acuerdo. Estoy orgullosa de que hayan querido apoyar a los niños hijos de muggle, pero no pueden pretender que Filch limpie todo ese desorden. Y tengo la esperanza de que mientras más les cueste limpiar, menos se dedicarán a perder su tiempo en cosas escandalosas desde ahora en adelante. No se hable más.

Los cuatro chicos estuvieron toda la tarde recogiendo papelito picado, a ratos pensando en qué minuto se les había ocurrido hacer algo tan estúpido como armar ese caos y pretender que Filch lo limpiaría. Pese a que hicieron su mejor esfuerzo, papelitos dorados todavía aparecían y eran encontrados por los al rededores del Gran Comedor de tanto en tanto.

Sin mayores preocupaciones, los días finales de enero pasaron pronto. A medida que pasaba el tiempo, los alumnos comenzaban a olvidar las insignias y dejaban de usarlas, pero la idea principal había sido demostrada. Efectivamente eran más los que estaban de parte de los nacidos de muggles, y se habían hecho notar. A su vez, habían identificado con facilidad a los que opinaban en contrario, los que se habían rehusado a usar la insignia.

En un abrir y cerrar de ojos, había llegado el día de la visita a Hogsmeade. Remus salió de la ducha esa mañana, y sólo para molestarlo, James, Sirius y Peter se habían colocado de pie a la salida del baño, a un costado y en fila a aplaudirlo.

- ¡Ahí va la leyenda, Remus Lupin!

- ¡Miren qué cuerpo!

- ¡Miren qué rostro!

- ¡El primero en conseguir una cita!

- Ya cállense – replicó el chico en parte divertido, y en parte avergonzado.

- ¿Nervioso, lunita? – preguntó Sirius.

- Algo – mintió. Estaba más nervioso que nunca antes.

- Para los nervios – dijo James, acercándose con una poción –. Es una revitalizante suave.

- De acuerdo – dijo bebiéndola de golpe.

Suponía que el efecto de aquella poción, y en especial si era suave, no podía hacer que se comportara peor de lo que lo hizo en el baile, estando ebrio. Agradecía que sus tres amigos se hubiesen tomado tan bien todo aquello, dándole ánimos en vez de molestarlo y hacerle bromas. Debió haber sido sincero con ellos mucho antes…

Así que una hora más tarde, los tres chicos vieron desde la ventana como su amigo se iba a Hogsmeade con un grupo grande de alumnos, entre ellos, Mary McDonald.

- Crecen tan rápido… - murmuró James, aun mirando por la ventana.

- Espero que le vaya bien – dijo Sirius.

- ¿Y nosotros qué haremos? – preguntó Peter.

- Aun no le hemos dado una lección a Snape por haber molestado a Remus el otro día, ¿no es así? – dijo James –. Vamos.

Ya en el nevado pueblito de Hogsmeade, Remus se había encontrado con Mary en Las Tres Escobas, como habían quedado la primera vez. Por el frío que hacía afuera, en pleno invierno, el lugar se encontraba abarrotado de gente: Alumnos, profesores, magos y brujas del sector que nada tenían que ver con Hogwarts bebían reconfortantes cervezas de mantequilla o brebajes cálidos.

El chico condujo a Mary a una mesita apartada, justo debajo de una ventana, y ambos se sentaron. Los dos se encontraban algo nerviosos e incómodos.

- Nos tomó un tiempo, pero finalmente lo logramos – dijo el chico para romper el hielo.

- Sí, por fin. Después de lo del baile pensé que no ibas a querer que…

- No, no – se apresuró a decir –. De hecho, yo quería invitarte al baile, pero tardé demasiado…

- Me hubiese gustado ir contigo – reconoció.

- ¿De verdad?

- ¡Claro!

Se produjo un nuevo silencio incómodo que duró unos segundos, con ambos dando un sorbito tímido a su vaso de Cerveza de Mantequilla. Y una vez que dejaron sus vasos sobre la mesa, intentaron hablar al mismo tiempo.

- Lo siento, tú primero – dijo Remus.

- No era nada importante. Es que el otro día vi la colección de vinilos que había en la Sala Común.

- Sí, la de nosotros.

- ¿Ninguno de ustedes escucha a David Bowie?

- La verdad… - respondió rascándose la cabeza –. No es mucho del estilo de James o Sirius.

- ¿Y tuyo?

- No conozco muchas canciones de él, excepto las típicas. ¿A ti te gusta?

- Me encanta. Si quieres puedo prestarte uno de los discos para que lo escuches.

- Claro, me gustaría – dijo sonriendo.

Agradeció que Mary pusiera el tema de la música para iniciar una conversación más cómoda y romper el hielo. Así se volvió más sencillo continuar hablando de otras cosas banales, hasta entrar de a poco en temas más profundos como acerca de sus familias. Ella tenía un hermano menor no-mago, al igual que sus padres. Era la única de su familia que tenía magia. Él le contó que su madre también era muggle.

Sin darse cuenta, y yendo y viniendo entre temas sencillos y más complejos, no se dieron ni cuenta y afuera ya había oscurecido. No quedaba demasiado tiempo antes de que tuvieran que regresar al castillo de Hogwarts y dar por terminada aquella cita, que hasta el momento era una conversación agradable y animada, pero nada más.

Remus no quería que terminara así.

- Te ves realmente bonita hoy – se animó a decir. Si era completamente sincero consigo mismo tenía que confesar que varias de las cosas que había dicho o hecho, no se habían ocurrido naturalmente a él, sino que se las había visto a sus amigos, Sirius y James.

Ella se sonrojó y miró sus manos.

- Tú también te ves muy guapo – dijo con timidez.

- Estoy feliz por estar aquí contigo.

- Yo también.

Se acercó a ella, esperando no ser rechazado como la última vez, y al ver que Mary también lo hacía, la besó. No era su primer beso ni mucho menos. Pero era la primera vez que besaba a alguien que le gustaba en serio, y se sentía como algo completamente diferente y nuevo. Sentía una intensidad indescriptible por todo su cuerpo y una sensación agradable en su estómago que era adictiva.

Mientras tanto, los tres chicos restantes caminaban por un castillo más vacío que de costumbre para ver si encontraban a Snape. Por regla general, ninguno de los chicos de quinto año de Slytherin iba a Hogsmeade, sintiéndose demasiado importantes como para ir a visitar un pueblo como el resto de los alumnos. Alrededor de una hora más tarde, lo encontraron junto a Rosier.

- Miren quién está aquí – dijo James –. Quejicus junto a tu primo.

Sirius pretendió hacer una arcada ante la mención sobre aquel parentesco. Lamentablemente y por aquello de casarse entre familias, Regulus y él estaban relacionado con una buena parte de la gente de Slytherin aunque no tratara con ellos, especialmente si el apellido pertenecía a una de las veintiocho familias sagradas.

- ¿Qué quieres, Potter? – preguntó Rosier.

- Nada contigo, Evan, pero si no te vas ahora, se volverá personal.

El chico pálido, de cabello corto y negro azabache pareció pensarlo por un segundo, pero finalmente decidió que lo mejor era acompañar a su amigo en vez de abandonarlo, y sin mediar mayor provocación, sacó su varita.

- Guarda eso, idiota – dijo Sirius –. Snape, supimos que estuviste haciéndole amenazas a Remus el otro día.

- Ah, de veras que ese idiota no sabe cuidarse solo y tiene que mandar a sus amigotes para que lo defiendan – respondió con sorna.

- Más te vale que dejes de andar husmeando y mirando en qué andamos o de dónde venimos—

- ¿O sino qué?

James hizo un movimiento de varita que provocó que Snape se resbalara, dando un salto en el aire, yendo a caer de espaldas al suelo duro y frío de piedra, azotando su cabeza contra él. Sin detenerse a mirar si el golpe había sido grave o no, Rosier le lanzó un hechizo para desarmarlo, y el chico se protegió, haciendo que éste revotara.

Snape se paró rápidamente, más por haber pasado una vergüenza que otra cosa, y también sacó su varita, mirando amenazantemente a James.

- ¿Sabes, Potter? – preguntó lleno de furia –. Siéntete honrado, porque he creado una maldición sólo para usarla contra ti. ¡Sectumsempra!

Un rayo de luz de color verde salió disparado desde la varita de Snape hacia James, mientras Sirius y Peter veían asustados este color verdoso tan propio de la magia oscura. De hecho, el color del Avada Kedavra. Le dio de lleno en el pecho, haciendo que el chico cayera al suelo. Cortes profundos comenzaron a aparecerle a lo largo de todo el cuerpo, manchando su ropa con el color de la sangre. Cuando vio lo que hizo, salió corriendo y Rosier lo siguió espantado.

Sirius y Peter no tuvieron tiempo para reparar en aquello, pues se arrodillaron junto a su amigo tan pronto como lo vieron herido, entrando en pánico al dimensionar el efecto de aquella desconocida maldición. El chico parecía un animalito vulnerable, temblando de de dolor a medida que seguía sufriendo esos insufribles cortes por todo el cuerpo sin poder detenerlo.

- Mierda, mierda, mierda…

- Cállate, Peter.

- ¡Pero míralo!

- ¡Cállate, Peter! – gritó Sirius tomando su varita. Sus murmullos histéricos sólo lo desconcentraban –. James, mírame.

James tenía la vista pegada en el techo, mientras se quejaba. Estaba como entumecido por el dolor. Sirius sabía que había leído algo en clases… Algo para detener ese tipo de heridas… ¡Si tan sólo Remus se hubiese quedado en el castillo en vez de ir a Hogwarts! Él lo hubiese sabido… Hubiese sabido como detener la hemorragia de James…

La sangre ya comenzaba a correr por la piedra del suelo, manchando sus propias rodillas. Lo apuntó con desesperación sin saber lo que hacía, prácticamente cerrando sus ojos para no ver, y una luz blanca comenzó a salir de la punta. Detuvo el sangrado con un hechizo que ni siquiera conocía, que había salido de su necesidad.

Pero las heridas seguían ahí.

- ¡Accio díctamo! – gritó, apuntando su varita hacia el final de corredor en dirección a la Torre de Gryffindor –. James. Hey, James.

El chico de gafas sudaba profusamente, blanco como el papel, pero parecía un poco más despierto que cuando recién le había dado la maldición de Snape. Parpadeó rápidamente como dándose cuenta de algo, y giró su cabeza hacia él. Peter daba vueltas en círculo a su lado, presa de la histeria.

- James – volvió a llamar, chistando uno de sus dedos sobre su cara para hacerlo volver en sí –. Dime algo.

- Voy a matar a Quejicus… Cuando lo vea – murmuró apretando los dientes. Una maldición de magia oscura. Snape acababa de hacerlo. En pleno Hogwarts. De día. Y había salido corriendo… ¡Los Slytherin estaban fuera de control!

La botellita de díctamo llegó volando por el aire, directo hacia las manos de Sirius. La dejó a un lado mientras se colocaba la varita entre los dientes y comenzaba a abrirle la camisa a su amigo. Algo que jamás se imaginó hacer aquella tarde, sin duda. Vio una serie de heridas profundas en sus brazos, pecho y torso de su amigo, sintiendo una oleada de rabia hacia Snape, que se había salido con la suya.

- Demonios, eso luce horrible – comentó Peter acercándose.

- ¡Peter! – reclamó, temiendo que James se preocupara y se pusiera aún más nervioso.

- ¿Qué está pasando ahí? – preguntó la voz de una chica, a unos cuantos metros.

Lily y Dave Stahl, en un patrullaje de prefectos, se acercaban a toda velocidad tras encontrarse con la imagen de James en el suelo, a medio vestir, herido. El piso continuaba lleno de su sangre, haciendo que apuraran el paso para ir a ayudarlo.

- ¿Qué le ha pasado? – preguntó Stahl.

- Yo te diré lo que le ha pasado. El hijo de puta de Quejicus se puso a probar maldiciones nuevas en él.

- Imposible – dijo Lily.

Sirius le dio una mirada tan horrible, que deseó no haber dicho nada. Pero le era imposible pensar que Snape hubiese sido capaz de lanzar una maldición así, provocándole heridas tan serias a alguien…

- Vulnera Sanentur… - comenzó a decir Lily en una especie de lamento cantado.

Esta vez sí los cortes comenzaron a cerrarse y a desaparecer, como si nunca hubiesen existido, y al mismo tiempo la sangre sobre su cuerpo, sobre la ropa y en el suelo comenzaba a difuminarse, sin dejar ningún rastro físico de lo que acababa de pasar. Los demás la miraban impresionado de que supiera ese tipo de magia sanadora.

Lily lo había aprendido de Snape. En realidad sabía muy bien que su amigo tenía una grandiosa habilidad para crear hechizos y pociones. A la fecha, no sabía que también maldiciones… Pero frecuentando a gente como Mulciber, no era de extrañar que hubiese inventado una maldición para ellos.

Una vez que el proceso de sanación terminó, lo ayudaron a ponerse de pie. Pero se encontraba aún muy débil y adolorido, como si el golpe de una maldición oscura hubiese hecho que cualquier efecto fuera todavía más doloroso.

- Vamos, tienes que ir donde Madame Pomfrey – dijo Stahl.

- Nada de eso – dijo molesto –. Me iré a mi habitación.

- Necesitas mejores cuidados que estos.

- ¡Ustedes mejor vayan a buscar a Snape en vez de decirme que hacer! – ladró furioso.

- Lo siento – se disculpó Sirius en nombre de su irritado amigo –. Lo mejor será que esto quede entre nosotros, ¿sí?

- Yo iré a buscar a Severus – dijo Lily con decisión.

Remus se despidió de Mary en la Sala Común de Gryffindor. Habían regresado juntos desde Hogsmeade, tomados de la mano. ¡Tomados de la mano! No le había pedido que fuera su novia, porque eso hubiese sido demasiado rápido. Pero de cualquier forma estaba con ella. Él y Mary eran algo.

Abrió la puerta, eufórico de felicidad, pero antes de poder contarle a sus amigos lo que había ocurrido, notó que Sirius y Peter estaban de pie junto a la cama de James, en donde éste se encontraba pálido como un fantasma. Llevaba el pantalón del pijama puesto, pero se encontraba desnudo hacia arriba.

- ¡Te digo que me duele aunque no tenga los cortes! – reclamó –. Ese hijo de puta me echó una maldición de verdad.

- Seguramente se te va a pasar de aquí a mañana – lo animó Peter.

- ¿Qué ha pasado? – preguntó Remus.

- Te lo perdiste, Remus. Quejicus se volvió completamente loco por fin.

- ¿Snape le ha echado una maldición?

- Y una bien fea.

- Sirius me ha salvado – dijo James –. Si no hubieras hecho ese hechizo sobre mí, no sé qué hubiera pasado. Pensé que me iba a desangrar ahí mismo.

- Lily te ha salvado – corrigió el moreno.

- No. Has sido tú.

- ¿Qué hechizo le hiciste? – preguntó Remus con interés.

- No lo sé…

- ¿Cómo no lo sabes?

- De verdad no lo sé – dijo encogiéndose de hombros –. Sólo lo apunté… Y ocurrió.

Remus miró a Peter, como para saber si era verdad lo que decían, y el rubio asintió. Luego miró a James, aun pálido y ojeroso. Se notaba a simple vista que algo le dolía y que estaba fatigado, y le costaba imaginar a Snape haciéndole algo así a cualquier persona. Mucho menos a James.

- Bueno, Snape siempre ha sido un amante de las artes oscuras, ¿no? – preguntó Peter.

- Eso creo… No podremos tomarnos esto a la ligera… Debe conocer más de un hechizo oscuro como este.

- Dijo que lo creó exclusivamente para cuernitos – dijo Sirius.

- Tiene sentido que haya querido crear una maldición para defenderse… Pero claro, lo ha hecho al estilo de la magia negra – apoyó James.

- Vamos a ver si mañana mejora, o tendrás que ir con Madame Pomfrey – dijo Peter.

- ¿Y a ti como te fue, Remus? – preguntó Sirius.

- Yo creo que bien – respondió pasándose la mano por el cuello –. Creo que estoy con ella o algo por el estilo.

- ¿Estás con ella? – preguntó James, sonriendo, aunque manteniéndose tumbado.

- Sí, eso creo – dijo sonriendo también.

- Felicidades, amigo – dijo Sirius sonriéndole.