N/A: ¡Gracias a quienes se unieron! IMissKity y WeasleyLuna, muchas gracias por seguir la historia, espero que siga siendo de su agrado. Sangito: Muchas gracias por haberte leído el fanfic en tiempo record y comentar (+ todo el apoyo emocional vía twitter jajaja) Ahora por fin ya sabrás lo que le hacen a Sirius! (chiquititoooo). Eva: ¡Pensé que ya no te volvería a ver por estos lados! Así que no sabes lo increíblemente feliz que me hizo ver una notificación con tu mensaje. Lamento tanto que estés así de ocupada y espero que puedas darte unas merecidas vacaciones pronto. ¡Gracias por el review! Déjame decirte que igual te dejé unos cuantos comentarios en "Cartas enlazadas" que espero que hayas visto (pero no avanzo tan rápido como tú. Soy más lenta que una tortuga, perdón)

2
Políticos y empresarios

Sirius estaba sentado en su escritorio con la mirada perdida en la vista fuera de su ventana. La niebla era demasiado densa como para ver algo, pero aun así añoraba poder salir y respirar algo de aire puro. Lamentablemente su padre había colocado en la puerta un hechizo para que no pudiera abrirla, que era tan intenso como el que él mismo había colocado sobre las fotografías de chicas desnudas y motocicletas en sus paredes (que todavía resistían).

Su lechuza, Keith, estaba encerrada en la habitación con él y de tanto en tanto ululaba indignada; La dejaba salir cada cierto tiempo para que sobrevolara un poco, pero el lugar era demasiado pequeño para que pudiera estirar bien sus alas y sentirse libre como debía. Se sentía culpable, pero no podía hacer absolutamente nada, ya que él estaba tan atrapado como ella.

Tres veces al día, Kreacher, el elfo doméstico del Grimmauld Place, aparecía para llevarle un plato de comida que no era demasiado contundente ni sabrosa. Estaba seguro de que la falta de esmero en la comida era completamente apropósito, pero no le daba el gusto de quejarse y la recibía fingiendo poco interés. A veces podía comerla y otras, simplemente se moría de hambre.

Sobre la mesa estaba abierto el libro La nobleza de la naturaleza: Una genealogía mágica, en la página cincuenta y ocho. Era un libro dedicado a explorar detalladamente las veintiocho familias de sangre pura del Reino Unido, miembro por miembro. Su madre le había dicho que no saldría de la pieza hasta que se lo supiera de memoria, esperando que eso le enseñara un poco sobre la importancia de la familia Black.

Era solo una de las medidas que habían tomado contra él ese verano (que de verano no tenía nada, pues los dementores sueltos habían provocado un clima muy frío y oscuro). La otra, muy a su pesar, era la cabeza de Escorpión, el elfo doméstico de su prima Bellatrix, colgada en la pared junto a la escalera.

Bellatrix había enviado a su propio elfo doméstico a asesinar a un alumno, hijo de muggles, en Hogwarts. El elfo había sido decapitado por el Ministerio como castigo, y Bellatrix había fingido hasta el final que ella no había tenido nada que ver y que su sirviente criatura había enloquecido, actuando completamente solo. Por supuesto, él y James se las habían arreglado para culpar a Bellatrix igual, pero una vez que sus queridos padres se habían enterado, colocaron la cabeza de Escorpión como trofeo para recordarle su lugar en esa casa y en esa familia.

- Caesius, Avery – leyó, intentando retomar el libro.

Era su compañero de Hogwarts. El Slytherin que hacía todo lo que Mulciber le decía y que no tenía una pisca de inteligencia o mente propia. El libro se actualizaba por sí solo cada vez que nacía alguien de alguna de las "Sagradas Veintiocho", y Caesius Avery era el último de la familia Avery, la segunda en el directorio después de los Abbott… Recién terminaba de leer la segunda… Le quedaban unas cuatrocientas páginas aún… Se dio de cabezazos contra el libro preguntándose qué estarían haciendo sus amigos durante su tiempo libre.

Así pasó las primeras semanas de vacaciones. La primera novedad había llegado cuando ya empezaba a perder la cabeza y a sentirse depresivo. Se encontraba tirado sobre la cama deshecha mirando el techo, con el mismo libro abierto en la página de Delaval Fawley, el último de los Fawley que tenía la misma edad de sus padres pero no había tenido descendencia...

Comenzaba a tener pensamientos ridículos como destruir su pared o lanzarse por la ventana, incluso destruir la puerta e ir a atacar a su madre (sin antes no pasar a matar al elfo que le entregaba comida roñosa todas las noches). Soñaba con cualquier cosa que lo sacara de esa terrible inercia cuando alguien tocó la puerta. Y ya que significaba un cambio en su lamentable rutina, pegó un salto y fue corriendo a abrirla, aun sabiendo que solo se podía tratar de un miembro de su familia.

- Papá – dijo sorprendido, una vez que abrió la puerta.

El señor Black era una versión más alta y delgada de él mismo o de Regulus. Pálido, con el cabello crespo y oscuro, atractivo. A su vez, se veía completamente severo y tenía la mandíbula rígida, como si estuviera constantemente a punto de salirse de sus casillas y de golpear a alguien. Dio una mirada muy dura al estado desordenado de la habitación, para luego mirarlo a él de la misma manera.

- Vístete de manera decente. Bajarás a cenar con nosotros esta noche.

- Genial… ¿Puedo saber por qué?

- Lo sabrás durante la cena.

Se retiró sin decir más y Sirius hizo lo que le ordenaron con una sonrisita. Hasta cenar con sus odiosos padres y su patético hermano era un buen panorama ante la expectativa de quedarse encerrado mirando el techo de su pieza. Y con esa ligera felicidad, hasta buscó en su armario por una túnica aburrida y elegante, de esas horribles que le encantaban a la sociedad mágica estirada. La remplazó por sus amados vaqueros desteñidos y su camisa muggle.

Cuando bajó, se encontró con el resto de su familia ya sentados en el comedor frente a la chimenea encendida. Nunca le había gustado mucho ese comedor… Era demasiado oscuro, como el resto de su casa. Prefería comer en la destartalada mesa de la cocina, pero ese era un lugar para la servidumbre y no para alguien como él.

Su madre llevaba un vestido muy formal y un enorme collar plateado con esmeraldas que iban a tono con sus aretes del mismo estilo. Lo mismo con Regulus, que usaba una túnica del mismo color que una botella de vidrio verde oscuro. Su padre coronaba, sentado en la cabecera.

- Tanta formalidad… - comentó mientras tomaba asiento. Un enorme candelabro con protuberancias de plata en forma de serpientes grabadas alumbraba en compañía del fuego de la chimenea.

En general la iluminación se mantenía muy tenue y daba un aspecto lúgubre al salón. Sirius estaba seguro que uno de los motivos principales de la palidez y las ojeras de los integrantes de su familia, incluyéndose, era por esa extrema falta de luz natural y lo odiaba. Quería abrir cada cortina y cada ventana de esa casa, y hacer un encantamiento para que el tejado fuera remplazado por el cielo exterior, como ocurría con el Gran Comedor de Hogwarts.

- ¿Has terminado tus lecturas, Sirius? – preguntó la señora Walburga Black.

La mujer era bastante mayor para tener dos hijos tan jóvenes. Había sido madre primeriza pasado sus cuarenta años. Regulus y Sirius habían sacado la elegancia y los ojos grises de esa parte de la familia, mitad Black, mitad Crabbe. Un mechón de pelo decolorado y canoso cruzaba por encima de su cabello oscuro y crespo haciendo un fuerte contraste.

- No, no todavía. Voy en los Fawley.

La letra F y la familia ocho, de veintiocho. Significaba que en dos semanas no había avanzado casi nada y que, ciertamente, no había avanzado lo que su madre esperaba que avanzara. Resentida, la mujer le dio una mirada llena de enojo y decepción antes de fijar su vista en su plato. Una crema de verduras acababa de aparecer por arte de magia en sus platillos hondos de plata.

- Dime, Sirius, ¿sientes que has entendido un poco más acerca de la importancia de la pureza de la sangre leyendo este libro? – preguntó su padre mientras tomaba una cucharada de crema.

- Oh, sí – respondió, fingiendo toda seriedad pero no siendo capaz de detener sus ironías -. Me siento como una persona nueva ahora. Incluso me dieron ganas de casarme con una prima y tener hijos idiotas.

Regulus, que se había mantenido comiendo en silencio, se detuvo y lo miró impactado. A él le faltaba mucha valentía para atreverse a hablarle así a cualquiera de sus padres. Nunca lo había hecho, pero tampoco tenía pensado hacerlo; Desde pequeño siempre había opinado exactamente igual a ellos y en su corta vida no había tenido grandes discrepancias con ellos. Es más, con frecuencia se sentía orgulloso de un hijo de la familia Black.

- Que bueno que lo mencionas, Sirius, porque con tu madre hemos tenido una epifanía similar – dijo Orión Black con tono triunfante.

- ¿De acuerdo…?

- Hemos estado hablando bastante sobre tu futuro desde que esa periodista, Rita Skeeter, o como sea que se llame, nos vino a contar sobre tus travesuras en el diario El Profeta. Nos preguntábamos, ¿qué hicimos tan mal en tu crianza para que salieras tan desviado de nuestros valores?

Hizo una pausa.

- ¿Debo responder? - Sirius no sabía si su padre esperaba que él contestara algo o si la pregunta era retórica. Él sin duda tenía mucho que decir acerca de los "valores" que había visto en aquella familia, pero no estaba seguro de que hablar de ello traería la paz en la cena…

Tomó la jarra de vino y se sirvió un poco.

- No, Sirius. Siempre hemos tenido claro que el problema nunca hemos sido nosotros, y eso Regulus nos lo demuestra día a día. El motivo por el que tú te has desviado de los valores de una familia tradicional mágica, es por culpa del libertinaje en el que ha caído Hogwarts y de tus dudosas y extravagantes amistades.

- Hogwarts se ha convertido en un lugar bastante decadente – apoyó Walburga con una mueca de asco, mientras jugaba con las esmeraldas de su gargantilla -. La dirección de Albus Dumbledore ha llevado a lo que solía ser una escuela decente, a un antro de perdición lleno de niños que no merecen ser llamados magos y brujas.

- Naturalmente. Me imaginaba que no los hacía feliz la idea de que ahí se discuta que Voldemort esté… Ya saben, un poco loco – respondió el chico, mientras giraba su dedo índice al lado de su cabeza para darle más énfasis a su punto -. Y debí haberme dado cuenta antes de que considerarían como "libertinaje" esas orgías que hacemos en la Sala de Menesteres. ¡Todos con todos, sangre sucias incluidos!

Tanto Orión como Walburga parecieron atragantarse con su sopa ante el comentario de su hijo, sin embargo, por una breve fracción de segundo, Regulus estuvo a punto de reír. La curvatura de sus labios no pasó desapercibida para Sirius, que le dio un codazo de camadería, sintiendo una renovada e inesperada simpatía hacia su hermano menor.

- Esto es exactamente a lo que nos referíamos – dijo su padre, comenzando a enfurecerse y retomando las riendas de la conversación -. Por cosas como estas es que comenzamos a plantearnos si es necesario que permanezcan en una escuela que poco tiene de lo que nosotros esperamos.

- ¿Qué…? – preguntó palideciendo -. ¿No estarás pensando en sacarnos de Hogwarts?

- Para una familia como la nuestra, los estudios no son más que un formalismo – continuó esta vez su madre –. Los Black siempre han sido una cosa, políticos y empresarios, y nosotros tenemos los contactos adecuados para hacerte entrar a cualquier oficina del Ministerio que nos propongamos.

- No.

- ¿No?

- No - dijo cruzándose de brazos –. No pueden sacarnos de Hogwarts. ¡No pueden!

- No a Regulus, por supuesto – contestó su padre, burlesco –. Él no tiene problemas para entender cómo debe comportarse. Pero tú…

- ¡No pueden sacarme de Hogwarts!

- Podemos y lo haremos – pronunció con fuerzas la señora Walburga –. Te perdimos en Hogwarts desde que entraste en esa estúpida casa y conociste a esos estúpidos niños. Pero sigues siendo nuestro hijo y sigues siendo un menor de edad, así que tenemos total potestad sobre ti. Y sea como sea vamos a arreglar tu comportamiento desastroso. Sea como sea.

- Y si buscas a quién culpar por todo esto… No tienes que ir demasiado lejos. Tú te buscaste todo esto solo. Nosotros siempre te dimos lo mejor que una familia podría dar—.

Sirius lanzó un bufido, interrumpiendo el discurso de su padre. Ninguna cosa material que había obtenido jamás podría llenar el vacío que sentía por haber nacido y crecido en una familia fría y poco cariñosa.

Y ante la noticia de salir de Hogwarts… Sentía que su propia silla se lo estaba tragando para lanzarlo dentro de un abismo. No podía asumir aquella expectativa. Era el único lugar en el que se sentía libre y feliz. El único lugar que evitaba que hubiese perdido ya la cabeza. Prefería matarse antes que no terminar su educación en el castillo que consideraba su verdadero hogar. Quería protestar con todas sus fuerzas y como nunca lo había hecho. Gritar y romper todos los platos sobre la mesa...

Pero, su lado más frío le pedía que no hiciera una locura. Si era inteligente, tenía que conversar calmadamente al igual que ellos.

- De acuerdo. Claramente no esperaba salirme con la mía después de mi más reciente "comportamiento" – prosiguió. Bebió un trago de vino para darse ánimos, pero ya sentía la cara completamente caliente por la rabia, como si la hubiese tenido frente al fuego por horas -. Sé que he sido muy desafiante en los últimos años.

- ¿Desafiante? – preguntó la mujer, riendo falsamente -. ¿Crees que sólo has sido desafiante, Sirius? Te equivocas. Tú has sido un niño estúpido y malagradecido. Nos has intentado dejar en ridículo frente a nuestros amigos más cercanos y la Comunidad Mágica. Tú has sido nuestra vergüenza – dijo pronunciando las últimas palabras con exagerada claridad.

Aunque no se esperaba ya nada de ellos, sintió que esas últimas palabras le daban un golpe colosal en su estómago. Estaba aburrido de que sus padres lo humillaran. Aburrido de que lo trataran de esa forma. Ni siquiera entendía como había crecido teniendo un ego tan grande cuando su familia se esforzaba tanto por destruir su autoestima e identidad.

- Cierto que la opinión del resto es lo que más les preocupa – repuso con amargura.

- Con tu madre hemos soportado todos estos años porque pensamos que era una fase, algo propio de tu edad y de tus extrañas amistades. No sería la primera vez que a un jovencito de la realeza se le suben los humos a la cabeza y busca renegar de todo. Pero ya ha sido suficiente. - Su padre decretó aquella frase con tal seguridad que había parecido una sentencia para Sirius. Sabía que algo malo iba a ocurrir esta vez -. Es hora de que empieces a comportarte como un Black. Ideal hubiera sido que lo hubieses hecho por las buenas, pero… Has decidido que será por las malas. Hogwarts se ha acabado para ti.

- No pueden tomar esa decisión por mí – reclamó, comenzando a sentir nuevamente la desesperación. El estómago le dolía y su corazón latía tan fuerte que golpeaba su pecho -. ¡Y nosotros no somos la realeza, par de viejos ridículos! Lo único que les queda de esa supuesta realeza es la superficialidad enfermiza con la que pretenden inmiscuirse en la vida de los demás.

- ¡Cállate! – levantó la voz, golpeando la mesa con uno de sus puños. Regulus pegó un salto en su lugar y de inmediato se puso tenso, asustado –. Cállate de una vez. Nadie te ha pedido tu opinión. Está decidido y peor, está hecho. Te he conseguido un buen puesto de trabajo en el Ministerio y si te—.

- ¡No me interesa tu estúpido puesto de trabajo! – gritó, mientras se ponía de pie en un impulso de su rabia y frustración.

Su plan original de mantenerse fríamente tranquilo ya no funcionaba. Hervía de rabia por dentro y ya notoriamente por fuera, y todavía lo ponía más furioso ver cómo sus padres lo miraban divertidos, como si lo creyeran lo más ridículo y patético del mundo. El único que parecía algo descompuesto por todo lo que ocurría era Regulus, que fingía que continuaba tomando su crema.

- Es un buen puesto de trabajo, Sirius. Y una vez que te des cuenta de los beneficios y la seguridad que eso trae consigo, olvidarás todos tus caprichos infantiles. Después de todo, eso significa un buen lugar en la sociedad y el acceso a nuestra herencia.

- No me interesa su dinero asqueroso – gritó, enfurecido, sintiendo como la presión le subía hasta las orejas -. ¡Me alegra la facilidad que tienen para arreglar vidas ajenas, pero la mía la van a dejar tal y como está!

- Regulus, vete a tu habitación – ordenó Orión.

Su hermano menor le dio una simple y asustada mirada de reojo mientras pasaba por su lado hacia la cocina para desaparecer tan pronto como pudiera. Y esa orden había sellado el destino de aquella velada, pues algo peor estaba por venir ahora que estaban solos. Los tres quedaron allí, en el comedor, frente a la luz tenue y titilante de la chimenea encendida. Sirius estaba horrorizado, pero no por lo que pudiera pasar en esa sala, sino por lo que pasaría más adelante con su vida si sus padres se salían con la suya…

- Sirius, recapacita. ¿Acaso un mal padre se preocuparía de tu futuro como lo hacemos nosotros? ¿Crees que un mal padre hubiese aguantado estos seis años de imbecilidades de la forma en que nosotros lo hicimos? Deberías ser más agradecido. Walburga, es hora de que le digas a nuestro hijo las buenas noticias.

Su vista se desvió desde su padre a la señora que estaba sentada junto a él tomando su crema, sonriéndole de manera aterradora, entendiendo que cuando creyó que la había sacado "barata" por lo de Escorpión se había equivocado. ¡Qué iluso había sido al creer que ver su cabeza colgada era la peor parte! Iban a sacarlo de Hogwarts… En una fracción de segundo pasó por su cabeza un odio enfermizo hacia Mulciber, hacia Rita Skeeter, hacia cualquiera que hubiese ayudado con un granito de arena a provocar ese desolador panorama para él.

- ¿Qué noticias?

- He arreglado un compromiso para ti.

Esta vez no fue capaz de decir nada. Inocentemente había creído que salir de Hogwarts sería la peor cosa que le podían hacer, pero no. Definitivamente esto era mucho peor. El fin de su vida por completo. La idea de casarse, sobre todo la idea de casarse sin amor, ya estaba completamente fuera de línea para él.

- ¿Qué? – preguntó horrorizado.

- ¡Sí, con la menor de los Selwyn! Ella representa todo lo que queremos para ti.

No tenía idea de quién era y nunca la había visto en Hogwarts, así que probablemente era mayor que él. De cualquier forma no necesitaba mirarla… Que fuera hermosa u horrenda no hacía ninguna diferencia para él. No iba a casarse con una mujer porque sí, y mucho menos una persona desalmada de familia de sangre pura, cuyas creencias y pensamientos celebraban cualquier cosa que hiciera Voldemort. No podía contentarse con aquello jamás.

Entonces, su madre dijo las palabras más temibles que podía imaginar:

- La postura de argollas será mañana por la anoche y el anuncio oficial saldrá en El Profeta pasado mañana. El matrimonio se llevará a cabo tan pronto cumplas la mayoría de edad.

Era tan real. Era tan cercano. No podía permitir que esa información saliera a la luz pública… Estaba aterrado. Añoraba terminar su vida en Hogwarts para ser independiente económicamente y escapar de una vez por todas de su familia, pero ahora estaban a punto de hacer lo contrario y atraparlo para siempre…

Iba a hacer lo que tuviera que hacer… Ya no valía la pena seguir peleando y discutiendo. Ese era el fin de él en aquella familia…

- Lamento todos los problemas que han tenido que pasar por mí – se disculpó ya rendido -. Más lamento los que tendrán que pasar mañana cuando anuncien al Ministerio y a los Selwyn que no voy a hacer nada de lo que prometieron.

- Basta ya – dijo Orión poniéndose de pie. Ahora él estaba enojado –. ¡Lo harás y punto! ¡Seguirás todo al pie de la línea como un buen Black lo haría y no vas a volver a desafiarnos! ¡Sirius, no vas a conseguirlo! Después de todo… ¿Qué te hace pensar que eres tan especial? Pobre niño tonto, creyéndose diferente al resto. Pues no lo eres. Eres sólo una pieza más en el tablero y terminarás haciendo lo mismo que todos por el bien de la familia.

- ¡NO VOY A CASARME Y NO DEJARÉ HOGWARTS! – terminó por gritar, acalorado. A ese punto, comenzaba a dolerle demasiado la cabeza por el estrés. Su presión se había disparado.

- ¡Lo vas a hacer aunque tenga que levantarte con una maldición Imperio todos los días!

- ¡Ustedes son unos…! – Estaba a punto de salirse de sus casillas. Batalló contra su propia lengua, pero no pudo evitarlo y terminó por decirlo -: ¡Malditos dementes! ¡Los odio! ¡Odio todo sobre este lugar y sobre ustedes!

Ninguno de sus dos padres se esperó aquello, así que lo miraron sorprendidos y Sirius aprovechó esos segundos en que los pilló desprevenidos para continuar lo que había querido decir toda su vida y nunca se había atrevido.

- Gente como ustedes jamás debería ser padres, porque no tienen idea de cómo serlo. Me avergüenzo de ustedes cada maldito día de mi vida, y me pregunto por qué tuve la mala suerte de nacer aquí. Cada día que paso en el Grimmauld Place es un día que odio, que paso añorando mí partida hacia Hogwarts y mí partida definitiva de esta casa algún día. ¡No voy a permitir que me atrapen aquí! ¡No voy a permitir que me digan cómo vivir mi vida!

Su madre, en un arrebato de rabia, tomó lo primero que encontró, el candelabro de plata que se encontraba sobre la mesa y cuyas velas aún no se apagaban del todo, y se lo tiró por la cabeza a su hijo, golpeándolo justo sobre su ojo izquierdo. Era una mujer trastocada. Ya había visto ese tipo de arrebatos antes. Pero cuando sintió la humedad de la sangre cayendo desde su ceja, supo que ya había sido suficiente. Ya había aguantado más de lo que tenía que aguantar.

- Estúpidos clasistas, violentos, locos de remate… - murmuró fuera de sí, llevándose una mano a su ceja, sintiendo el ardor vibrante de su herida recién hecha -. ¡Enfermos y fascistas!

- ¡Cierra la boca! – le gritó su padre. Tenía la varita empuñada en la mano y se veía listo para atacarlo.

- ¡Es todo! ¡Ya no lo soporto más! – le gritó de vuelta. También sacó su varita y no dudó que la usaría si era requerido por la circunstancia -. ¡Me voy de esta casa!

- Por favor, no durarás ni dos días fuera de esta casa.

Una luz verdosa salió con toda rapidez de la punta de la varita de Orión, directo hacia el rostro de Sirius, que se agachó a una velocidad igual de sorprendente. Una jarra de porcelana fina reventó tras de él, saltando sus pedazos hacia todas partes, mientras Sirius se ponía de pie y lo apuntaba amenazante.

- ¿Qué mierda fue eso? – preguntó, tragando saliva.

El color verde. El color verde de las maldiciones imperdonables y todo lo malo que se podía cometer en el nombre de la magia. ¿Había querido dejarlo atrapado en esa casa a costa de un Imperius? ¿Había querido enseñarle una lección e infringirle dolor a través de un Cruciatus? O… ¿Su propio padre había intentado matarlo con un Avada Kedavra?

- ¡¿Qué mierda fue eso?! – volvió a preguntar, esta vez gritando.

- ¿Crees que tu padre iría a Azkaban por ti? – se metió Walburga, poniéndose de pie por primera vez en toda la discusión.

- Esto es una locura – murmuró, nervioso.

Nuevamente su padre hizo un trazo en el aire con su varita, pero no emitió ningún destello. Sirius esperó, expectante y asustado, por ver qué pasaría y entonces sintió como todas las puertas de la casa se empezaron a cerrar una a una, fuertemente, terminando por las dos puertas de roble del comedor en el que se encontraban. Tras cerrarse y juntarse, saltaron unas chispas de color rojo, sellando la sala.

- No vas a salir de aquí, Sirius.

- ¡Depulso! – contraatacó el chico, pese a que a diferencia de sus padres, no era capaz ni tenía el valor suficiente como para intentar ocasionarles daño de verdad.

Lamentablemente para él, su padre desvió el hechizo. Probó de nuevo, y volvió a desviarlo. Intentó tres veces más, esforzándose para ser rápido y diestro, utilizando todo lo que sabía, pero su padre y madre lo superaban en experticia y eran capaces de bloquear cada hechizo que les enviaba.

Por un segundo se preguntó por qué sus padres se empecinaban en seguir atrapándolo en vez de olvidarse de él y ya, pero sabía la respuesta a esa pregunta. En primer lugar, estaba el tema de la humillación, pero por sobre todo… Le veían como una especie de materia prima y lo sabía. Siempre que hablaban del plan, del deber de la familia, se referían a que Regulus y él tuvieran descendencia y se aseguraran de que el apellido Black persistiera porque, ¿dejarlo morir? Ese era literalmente el peor miedo de sus padres.

- Regulus puede tener descendencia. Solo déjenme ir – pidió, volviendo al buen tono ya que sus hechizos habían fallado.

- Nunca puedes estar completamente seguro – dijo su madre -. Nunca puedes tomar suficientes medidas al respecto. Por eso me encargué de tener dos varones. Por eso me encargué de abortar a todas las hembras.

- Ustedes están locos – murmuró con lástima.

- Y tú tienes nuestros genes, así que la locura corre por tu sangre también, Sirius – le respondió Orión con una sonrisa. Levantó la varita nuevamente y comenzó a pronunciar el temor más grande de Sirius -: Impe...

Un fuerte sonido, seguido por escombros y polvillo saliendo expedidos hacia ellos a gran rapidez interrumpió el ataque de su padre. Ambas puertas y parte de la pared habían volado por el aire, y tras el espacio irregular que había dejado estaban James y una de sus elfinas domésticas, Jenny, en posición defensiva.

- ¡James!

Sirius nunca se había sentido tan feliz o aliviado de ver a su mejor amigo como en ese momento. Y disfrutaba, a la vez, ver la expresión desconcertada de sus padres que no entendían como un niño mago podía aparecerse en medio del Grimmauld Place con todas las protecciones y encantamientos que le habían hecho. Claro, subestimaban y despreciaban a los elfos domésticos, ignorando sus increíbles poderes.

- ¿Cómo te atreves, mocoso? – preguntó Orión, esta vez apuntando la varita hacia el moreno de gafas.

El impacto que pudo haber sentido James cuando llegó al Grimmauld Place y vio todo lo que estaba ocurriendo, solo duró unos segundos porque sabía que no podía vacilar en ese momento. Tal vez tendría que fingir un poco al inicio, pero se aseguró de mostrarse relajado en vez de tenso ante los padres de su mejor amigo.

- Buenas noches, señor Black, también es un gusto volver a verlo – replicó James, travieso -. Señora Walburga, hola. Les presento a Jeanny. Jeanny, ellos son los Black.

- Señores Black, un gusto – dijo la elfina.

Ambos se escandalizaron ante el simple hecho de que una criatura como Jeanny les dirigiera la palabra.

- ¡Pagarás por esto, Potter!

Un nuevo rayo verde salió de la varita de Orión, y antes de que pudieran darse cuenta de lo que estaba pasando, los cuatro se enfrascaron en una batalla campal en medio del comedor a medio destruir, desplazándose de tanto en tanto y contando con la ayuda de la elfina doméstica que, tapándose los ojos y tiritando de nervios, ayudaba a James para protegerlo.

Regulus y Kreacher se aparecieron tras escuchar el alboroto. El primero se encontraba totalmente sorprendido por lo que ocurría, quedándose al inicio de la escalera, paralizado mirando, mientras Kreacher saltaba a luchar contra Jeanny, subiéndosele encima y tirando sus orejas. Por un segundo parecía que todos se habían vuelto locos.

Un nuevo haz de luz verde salió en dirección a James desde la varita de su madre, y con suerte logró esquivarla, arrojándose al suelo. El rayo de magia fue a dar dentro de la chimenea encendida, que provocó un sonido de explosión y terminó por avivar el fuego haciendo que una serpiente de llamas amenazante comenzara a engullir la pared y la mesa del comedor. Se trataba de la maldición de Fuego maligno.

- Mierda, tenemos que irnos de aquí – le gritó el moreno a su amigo, en medio del intercambio de hechizos y maldiciones, al que ahora se le sumaba una serpiente de fuego.

Incluso Orión y Walburga parecían intimidados por el animal de llamas, que se había salido completamente de control y les quitaba atención desde la batalla.

Aprovechando el caos, James y Sirius se encaminaron a la puerta (mientras Jeanny continuaba en su pelea cuerpo a cuerpo con Kreacher) para irse rápidamente del lugar e idealmente, no tener que volver nunca más. Pero Sirius recordó que su lechuza, Keith, se encontraba aún en su pieza e hizo el ademán de subir por las escaleras, hasta que James lo tiró desde la manga.

- ¡Es ahora o nunca, Sirius! ¡Tenemos que irnos!

- ¡Pero…!

- ¡Vámonos!

Lo empujó hacia la puerta dándole tirones. Cuando abrió la puerta, Sirius se detuvo una última vez para darle una mirada al Grimmauld Place siendo engullido por las llamas sin control mientras sus padres terminaban de dominar y detener la serpiente de fuego. Entonces, los dos (despeinados, sudados y llenos de hollín) lo vieron en el umbral de la puerta.

- ¡No durarás dos días allá afuera! – gritó su padre.

- ¡No volvería a pisar esta casa ni aunque me paguen por hacerlo! – gritó, completamente decidido. Sentía como su cuerpo entero temblaba por la emoción y la adrenalina de aquel momento. La rabia, la histeria, la pelea y a la vez el orgullo que sentía por sí mismo, por finalmente hacer algo para terminar aquella situación.

La brisa fría de la noche le refrescaba la cara.

- ¡Cruza por esa puerta y será tu ruina! – le gritó Walburga -. ¡Cruza esa puerta y me encargaré de que te arrepientas el resto de tu vida! ¡Te haré la vida miserable!

Sirius ya se iba a devolver a contestarle algo, furioso, así que James lo empujó fuera con brusquedad, para que ninguno pasara un segundo más en aquella casa. Temía que Sirius hiciera algo imprudente como seguir enganchando en esa conversación estúpida y ya no podían perder más tiempo.

Y agradeció haberlo hecho, porque escuchó con horror al padre de Sirius pronunciando la maldición asesina mientras el pasillo del recibidor se iluminaba de un fuerte color verde. Justo cuando terminó de cerrar la puerta tras de ellos, escuchó como la maldición chocaba contra la madera. Se había salvado por una fracción de segundo.

Como si nada hubiese pasado, como si el Grimmauld Place no se estuviera quemando en ese mismísimo momento, se encontraron en medio de la calle, entre la plazoleta y el feo edificio muggle, respirando agitadamente y sin poder dar crédito a lo que acababa de pasar. Lo habían conseguido, habían escapado con vida de este tenebroso encuentro.

Sirius sentía que estaba tiritando, demasiado exaltado. Respiró profundamente para serenarse mientras miraba constantemente hacia el edificio, solo para comprobar que ninguna serpiente de fuego ni sus padres salían de allí. No pasó nada, salvo que un par de segundos después la elfina doméstica de James se apareció junto a ellos, llena de arañazos y sudando profusamente, pero orgullosa por haber defendido a su amo.

Con esa aparición, James salió de su ensimismamiento y tras dedicarle una sonrisa a Jeanny, se fijó en su mejor amigo.

- ¿Estás bien? – preguntó, después de unos minutos que parecieron larguísimos.

De hecho, el moreno de rulos no sabía exactamente qué responder a esa pregunta. Sentía un huracán de emociones… Rabia, preocupación… Anticipación, felicidad, orgullo. Algo de miedo por la amenaza que le había dado su madre justo antes… Libertad y el agradecimiento hacía James, por otra parte, pero también la impresión que había dejado en él la última maldición que le habían lanzado.

- Me atacaron – terminó por decirle, incrédulo. No podía creer que hubiesen tenido las agallas de hacer algo así.

- Lo sé.

- Con la maldición asesina.

- Lo sé, lo sé.

El chico volvió a mirar hacia el edificio, angustiado.

- Dejé a Keith.

- Si hubieses ido por él, estarías muerto, Sirius. - Era cierto. Sus padres lo habían superado con creces y si no hubiese sido por James llegando a ayudarlo en el último momento, hubiese estado muerto, o peor, atrapado para siempre.

- Oye, yo… Si no hubiese sido por ti y por Jeanny…

- Tranquilo, no es necesario que lo digas.

- No, hablo en serio. Si no fuera porque… No tienes idea de lo que… Merlín, por un segundo pensé… - balbuceó por unos segundos, sin mirarlo a la cara, pero finalmente hizo lo más repentino e inesperado, dándole un gran abrazo a su mejor amigo.

- No es nada – le aseguró el de gafas, completamente sorprendido y hasta algo torpe.

- Y más te vale que no le cuentes a nadie sobre eso – advirtió Sirius tras separarse de él -. Ni siquiera a Remus o a Peter.

- Claro, sé que estás vulnerable en este minuto. No diré nada – contestó, fingiendo solemnidad.

Sirius empezó a caminar por la calle como queriendo dejar atrás no solo al Grimmauld Place, sino ese vergonzoso momento, y James lo siguió intentando aguantar la risa. Debidamente a su tiempo, cuando toda aquella situación se convirtiera en una divertida anécdota que contarle al resto, no iba a dejar pasar el hecho de que el masculino, frío y genial Sirius Black había tenido un momento sentimental y afectuoso. Eso era algo que le iba a recordar hasta el fin de los tiempos.