N/A: Primero, a todos quienes leyeron el episodio 31 ("La Orden del Fénix"), me percaté de que el episodio estaba mal subido y que faltaba la mitad del capítulo, así que lo re-subí. Perdón, no sé cómo leyeron eso como estaba xD Era horrible. Segundo y más importante… ¡Gracias a todos los que leen y siguen la historia! Le doy la bienvenida a polacullenswan2627 ^^ Y como siempre, quiero darle las gracias a Evasis y a Sangito por ser las lectoras y comentadoras más fieles de este fanfic. Me alegro que les haya gustado el capítulo anterior, y les agradezco como siempre porque con sus reviews me hacen una escritora de fanfics feliz
3
El Escape
James y Sirius estaban engullendo unas tostadas con huevos revueltos y tocino a la mañana siguiente. Tras llegar a la mansión Potter y contarles todo lo que había ocurrido en el Grimmauld Place la noche anterior, la señora Euphemia y el señor Fleamont (que ya se recuperaba en casa) habían consentido al mejor amigo de su hijo con bocadillos, cerveza de mantequilla y hasta le dijeron que podía tener su propia pieza, pero por el momento Sirius dormía en la pieza de James, utilizando otra cama.
Aun sabiendo que Orión y Walburga Black eran padres poco ortodoxos y bastante siniestros, no cabían de su impresión cuando Sirius les contó por todo lo que había pasado durante las dos semanas de verano. Y la indignación llegó a su punto máximo cuando James les relató el final de la velada de la noche anterior, con maldiciones asesinas y todo.
- ¿Fuego maligno? ¡¿Fuego maligno?! – preguntó Fleamont en su pijama rojo escarlata. Acababa de dejar el periódico a un lado, más preocupado por la conversación que las últimas tragedias en la comunidad mágica -. ¡Nadie puede controlar esa maldición!
- Así es.
- No puedo creer lo de la maldición asesina – murmuró Euphemia por octava vez, totalmente escandalizada -. ¿Están seguros de que no habrán escuchado mal?
- ¡No, mamá! Y antes le iban a echar un imperius, ¿te das cuenta?
- Han perdido la cabeza – masculló el señor Potter indignado, antes de dar un largo trago a su zumo de naranja.
El señor y la señora Potter no habían dudado un solo segundo y habían aceptado a Sirius con los brazos abiertos, asegurándole que siempre había sido como un hijo para ellos y que estaban fascinados de tenerlo en su hogar por el tiempo que quisiera (Para siempre, si eso quería). Pese a eso, Fleamont no pudo evitar mirar de reojo a James y a Sirius durante aquella mañana, sabiendo que todo escalaría y se convertiría en un escándalo de proporciones entre la clase acomodada. Los Black no iban a dejar que Sirius se escapara como si nada, y los Potter estarían en problemas por haberlo ayudado, y le preocupaba pensar que quizás se vengarían de propio hijo si tuvieran la oportunidad de hacerlo.
- A ver, Sirius, dime una cosa – se inclinó sobre la mesa para acercarse más a él. Quería entender todo a la perfección -. ¿Qué querían conseguir con todo esto? ¿A qué se debió toda esa reacción?
- Ah, eh, sí – balbuceó Sirius, con la boca llena de comida -. Lo había olvidado.
Tras regresar a la mansión, ambos amigos se encontraban tan eufóricos e hiperventilados que se habían quedado hablando de la batalla, y sobre todo, de la serpiente de fuego, por horas mientras se bebían unas cervezas heladas y comían galletas con mermelada, así que ni siquiera James se había enterado de aquella lúgubre conversación que había tenido con sus padres antes de eso.
- Se suponía que dejaría Hogwarts. No terminaría el séptimo año en la escuela.
- ¿Y eso? – preguntó su mejor amigo con curiosidad.
- Me consiguieron un empleo en el Ministerio e iban a casarme – contestó. La señora Euphemia soltó un gritito de impresión que rápidamente fue ahogado por una atronadora carcajada de James, que no podía evitar reír pensando en su mejor amigo casado con alguien -. Es verdad, iban a anunciar mi compromiso y todo en El Profeta. Mañana.
- ¡Oh, eso explica lo que Greengrass me dijo!
- ¿Y con quién te iban a casar? – preguntó Fleamont con interés. James también se moría por hacerle esa pregunta, pero con la sola intención de continuar tomándole el pelo.
- Ni idea – respondió el de rulos encogiéndose de hombros -, o sea, me lo han dicho. Pero no les presté mucha atención.
Se entretuvieron discutiendo un sinfín de escenarios sobre cómo sería si Sirius Black estuviera casado hasta que, sin quererlo así, terminaron hablando nuevamente de las maldiciones imperdonables y las serpientes de fuego. Con todo eso, los padres de James tuvieron que admitirle a su hijo que tenía la razón cuando les contó sus sospechas, y que de no ser por él, quizás algo muy terrible hubiese pasado con Sirius. Era la primera vez en todo el verano en que la familia Potter volvía a su habitual status quo: Nadie lo subestimaba.
- ¿Has sabido algo de Remus? – preguntó Sirius una vez que regresaron a la habitación.
Ambos chicos se relajaron, recostándose cada uno en una cama y lanzándose una Quaffle de un lado al otro sin dejarla caer. Como hijo único, James nunca había experimentado ese tipo de entretención sencilla en su propia casa, y por su lado, Sirius tampoco había tenido muchos momentos similares con Regulus, así que ambos estaban disfrutando ese pequeño momento, pero no lo suficiente como para dejar de pensar en Remus.
- Nada, ¿tú?
- Tampoco. No le he querido mandar ninguna carta tampoco, ya sabes por qué… Y le dije a Peter que no lo hiciera.
- Claro. De lo contrario toda la pelea de la última semana de clases no tendría sentido.
- Exacto.
- Pero en caso de que no sepamos de él en unas dos semanas más, deberíamos ir a ver si está todo bien, ¿no crees?
- Definitivamente, aunque no sé a dónde...
James y Sirius se quedaron un rato pensando qué podía estar haciendo Remus en ese preciso momento, pero finalmente cambiaron de tema y decidieron que había que ir a celebrar la nueva libertad de Sirius a Londres. Aprovechando que era sábado, el centro de la ciudad de seguro iba a estar hirviendo de actividad, lleno de adolescentes y adultos jóvenes repletando los clubes.
Tras subir a la moto de Sirius y partir, se reunieron con Peter en Camden Town, fuera de un enorme depósito ferroviario de forma circular en donde esa noche tocaban un par de bandas emergentes del punk, que de a poco iba dejando de ser un estilo musical subterráneo para convertirse en una fuerza que podía derrocar la música pop de las listas musicales. Por lo tanto, un momento del que Sirius quería ser parte (y claro está, contagiar a sus amigos).
En las afueras del edificio había un centenar de jóvenes luciendo pantalones rasgados, chaquetas de cuero, estilos de cabello exagerados y de colores, además de tachas y púas por doquier. Sacaron un cigarrillo y fingiendo que eran muggles, como siempre solían hacer cuando estaban de fiesta, se mezclaron y entraron.
Todavía no eran ni las seis de la mañana cuando el cielo oscuro comenzó a aclarar de a poco. En el fondo se escuchaba el canto de algunos pájaros y más atrás aún, se veían el ex depósito ferroviario en el que horas antes habían estado cantando y gritando a todo pulmón. James y Peter estaban de espaldas, orinando en una zanja por donde corría un modesto desagüe, aguantándose la risa y las burlas.
- ¡Hija de puta…! – gritaba Sirius, mientras pateaba piedras en el barro, borracho y casi perdiendo el equilibrio -. ¡Juro que si pudiera hacer magia ahora la estaría convirtiendo en la vaca estúpida que es!
Los dos chicos se miraron y estallaron en una carcajada, al mismo tiempo que subían sus cremalleras y volvían a donde se encontraba Sirius.
Una hora antes, Sirius estaba coqueteando con una chica punk que había conocido durante el concierto, la había dejado subir a la moto y le había enseñado cómo encenderla y acelerarla "un poco". Ella, novata, de alguna forma había acelerado tanto que la moto se había puesto de pie y salido a toda velocidad hacia delante, impactándose contra el portón de lata de un almacén grande y viejo. La chica había terminado en el suelo antes del impacto, pero escapó del lugar en cuanto vio la cara de Sirius.
- Tú fuiste el que la dejó subirse a la moto para hacerte el lindo con ella. Si de alguien es la culpa, es tuya – le dijo el chico de cabello despeinado (que en ese momento se veía más despeinado que nunca).
Su amigo le arrojó una mirada furiosa e intensa tras escuchar ese comentario, y por un momento James pensó que le iba a caer un puñetazo o por lo menos un discurso lleno de palabrotas. Pero, por suerte, Sirius estaba demasiado enojado y borracho como para poder hacer o decir algo elaborado.
- ¡MI PUTA MOTO! – gritó, mientras se sentaba en el suelo y apoyaba su cara en sus manos.
- ¡La arreglarás con magia en menos de un segundo! – sugirió el más pequeño de los tres.
- ¡No puedo usar magia aquí! ¡Hay muggles por todas partes, Peter, despierta!
Peter miró a su alrededor para verificar si alguno de los punks que quedaban deambulando por el sector había escuchado la palabra "magia" o "muggle", pero la verdad es que los pocos que seguían ahí estaban igual o peor de borrachos que ellos, así que no les prestaban atención (al menos, desde el incidente de la moto que no había pasado desapercibido y había recibido aplausos de burla de parte de todos los presentes).
- Oye, cálmate, ¿quieres? – dijo James acercándole una botella de whisky -. Cuando lleguemos a mi casa, la arreglamos y ya.
Amurrado, Sirius le arrancó la botella de las manos y bebió sin decirle que tenía la razón. Se sentaron sobre un muro sucio y lleno de grafitis, medio destruido y lleno de grietas, y siguieron bebiendo por el resto de la madrugada hasta que ya no quedó absolutamente nadie más en el lugar.
James y Sirius llegaron a la mansión Potter cuando ya era de mañana. Todavía seguían completamente borrachos, pero habían pasado una de las mejores noches de sus vidas; Peter había bebido hasta perder el conocimiento y el par de amigos tuvo que ir a dejarlo a su casa en la moto, apretándose para caber los tres. Para que sus padres no armaran un escándalo, lo metieron por la ventana sin que nadie se diera cuenta, y luego regresaron juntos, a ratos haciendo paradas en el camino para que James vomitara.
- Me dejaste manejar ebrio – lo acusó el moreno de rulos mientras se dejaba caer sobre su cama.
- Tsk. – Un extraño sonido salió de la garganta de James mientras levantaba su mano para hacer un gesto para restarle importancia al asunto.
- Tsk.
- Tsk.
- Tsk. – Ambos se largaron a reír sin ningún motivo.
James encendió la radio y la sintonizó (a duras penas, víctima aún del alcohol), y luego él también se dejó caer sobre su cama para mirar el techo. Se sentían como estrellas de rock, habían deambulado por el centro de Londres y Camden Town en nada menos que una motocicleta abollada, y habían asistido a un concierto de punk muggle usando chaquetas de cuero y jeans rotos. Sirius llevaba nada más un día allí, y ya se sentía como si se tratara de los mejores momentos de sus vidas.
- Esto es, James.
- ¿Qué?
- No vivimos el rock de los 60s, pero tendremos el punk.
- El punk – repitió el otro chico -. Esa banda era genial, ¿cómo se llamaba?
- Los Ramones.
- ¡Los malditos Ramones!
- Es como un nombre latino, ¿o no?
- Ramones. Ramones. Ramones – repitió el muchacho, como analizando el sonido -. Le perdí el sentido a la palabra.
- Nosotros deberíamos formar una banda y ser como Mick Jagger y Keith Richards – sugirió Sirius, pero se detuvo inmediatamente tras pronunciar ese nombre.
Le fue inevitable pensar en su lechuza, Keith. Se trataba de pequeño tecolote flameado de color negra y café, lleno de manchas blancas como si hubiese sido salpicada con pintura de manera desprolija, que había sido su compañera desde que la había comprado antes de entrar a su primer año en Hogwarts, y que seguía atrapada en el Grimmauld Place. Había sentido una punzada de dolor al recordarla, sabiendo que el pobre animal estaba encerrada dentro de su pieza.
No había podido salir en todo el verano, al igual que él hasta ese momento. ¿La habrían dejado libre por fin? Le daba tristeza pensar que nunca volvería a verla, pero al menos ese era el mejor panorama: Que fuera libre para volar y cazar a su antojo. Sin embargo, sabía que era muy improbable que sus padres permitieran algo así, porque Keith sabría encontrarlo con rapidez y eso sería dejarlo ganar.
- Sí, con lo bonito que cantamos… - respondió James con ironía, trayéndolo de regreso a la realidad.
- Oye, ¿se te ocurre una forma de ir a buscar a mi lechuza?
- ¿Y si llamas a Kreacher?
- Será peor, la matarán.
- Entonces no.
- Regulus es mi mejor opción. Creo que él podría pasármela pero… ¿Cómo me reúno con él?
- Creo que deberías hacerte la idea de que… No volverás a ver a Keith.
La idea era terrible porque nunca iba a saber qué harían con el ave, si la asesinarían con una maldición rápida o la matarían de hambre… Pero por suerte para él, la resaca era tan terrible que no podía preocuparse de dos cosas a la vez. El dolor de estómago y las ganas de vomitar eran superiores a su tristeza, al menos en ese momento, y ya no pensaría más en su pobre lechuza.
En la radio comenzó a sonar "Stand by me" de John Lennon.
- Imagina esto – dijo James.
- Imagino.
- Que John Lennon y Paul McCartney eran igual de amigos que nosotros, y ya no lo son. Es como si tú y yo dejáramos de ser amigos. Es triste si lo ves así.
- Sí pero quizás para ellos no fue triste porque nunca se dieron cuenta hasta que ya no eran amigos, entonces más que sentir tristeza les dio igual porque ya no se soportaban.
- ¿Tú crees que no se soportaban? – preguntó algo nostálgico mientras Sirius asentía con la cabeza.
- Tú tienes el tipo de Lennon.
- ¿A qué te refieres?
- Como que a la primera nos dejarías por Lily – dijo para molestarlo -. O la llevarías a todas partes hasta que dejemos de ser tu amigo.
- Bueno, hombre, pero Lily no es como Yoko. Les cae bien, así que daría lo mismo.
- Igual no me gustaría.
- ¿No te gustaría qué?
- Tiene que haber un espacio para Los Merodeadores, sin Lily. Sin chicas.
- Bueno, bueno. De todas formas me siento más como Paul McCartney.
- ¿Por qué?
- Primero, los dos nos llamamos James. Segundo, soy el chico bonito, el carismático de personalidad ligera, y aunque trate de portarme mal, la gente me ama. No es algo que pueda evitar.
- ¿Y yo soy Lennon?
- No, también soy Lennon porque soy el líder y soy un genio. Remus es George, claramente, y Peter es Ringo – proclamó, arrastrando las palabras. Apoyó una de sus piernas en el suelo en un intento infructífero por dejar de sentir que toda la habitación le daba vueltas.
- ¿Y yo quién demonios soy?
- Tú sabes que eres Keith Richards.
- O sea que no soy parte de tu banda – respondió fingiendo indignación.
- Me temo que no.
- Idiota – Un cojín voló de una cama a otra y le dio de lleno a James en la cara, arrancándole los lentes que cayeron al suelo. Tal provocación, lejos de provocar al chico, hizo que les diera un ataque de risa a ambos por más de un minuto entero.
- Pero te apuesto que Los Beatles se van a reunir y sacarán más música genial – retomó después de calmarse.
- ¿Cuándo?
- No lo sé, pronto… En menos de diez años, porque ya se hacen viejos.
- ¿Y yo puedo ser parte de tu banda?
- Claro, podemos hacer una colaboración juntos como lo hicieron para los Dirty Mac. Te voy a conceder el honor de cantar con nosotros.
La importante conversación fue interrumpida por un grito de su madre desde el primer piso llamándolos a ambos, y James pudo notar por la entonación de aquel llamado que era algo importante y que no debían de perder tiempo en bajar. Le dio un manotazo amigable a Sirius para que se moviera y ambos bajaron corriendo hasta el vestíbulo, en donde vieron que la señora Euphemia se encontraba bajo el marco de la puerta de entrada, abierta, frente a un hombre en el pórtico.
Su madre tenía una expresión muy preocupada en el rostro y a medida que se acercaron a la puerta, notaron que el hombre era un funcionario del Ministerio de la Magia. Una vez que estuvieron frente a frente, James preguntó qué estaba pasando, y ambos jóvenes escucharon las noticias.
- Señor Potter, señor Black – saludó cordialmente -. Mi nombre es Ronald Johnson y he sido enviado por el ilustre Ministerio de la Magia del Reino Unido. El señor Orión Black y la señora Walburga Black han reportado esta mañana que, hace dos noches atrás realizaron magia dentro de su casa, infringiendo el Decreto para la Prudente Limitación de la Magia en Menores de Edad.
- Bueno, en ese caso yo quiero reportar que me lanzaron la maldición asesina, ¿qué decreto se infringe con eso? – respondió James con el descaro propio de un borracho, mientras Sirius le dedicaba una amplia sonrisa de aprobación al comentario -. ¿Sus elegantes mecanismos no detectan de esas hoy en día?
- Señor Potter, estoy completamente seguro de que ninguna maldición asesina fue lanzada – dijo el hombre, entre risitas incómodas y nerviosas -. Además, el Ministerio no lleva un registro de la magia que se realiza dentro de los hogares de familias de linaje puro y antiguo como es el caso de la familia Black.
- Vaya, Voldemort ni se ha tomado el Ministerio y ya le están haciendo favores.
- ¡James Charlus Potter!
La señora Euphemia lo fulminó con la mirada mientras le daba una suave colleja en la cabeza para demostrarle su descontento. El chico siempre iba así de lejos en sus comentarios (La de cartas que le habían llegado desde Hogwarts por culpa de ese tipo de dichos), pero nunca lo había visto en acción con una autoridad. Ella estaba muy preocupada por esa situación y sabía que meterse en el camino de los Black no era ninguna gracia. ¿Por qué su hijo no le daba la misma importancia? ¡Era muy grave!
- Discúlpelo, señor Johnson.
Johnson estaba rojo y se debatía entre acceder a la petición de la señora Potter, o llevarse a James al Ministerio por su comportamiento para darle un escarmiento. Pero, finalmente suspiró y fijó su vista por primera vez en el otro chico, el que era más alto y tenía el cabello largo y crespo hasta casi llegar a los hombros.
- ¿Es usted el señor Sirius Black?
- Sí, es Sirius Black. ¿Qué está pasando? – respondió la señora Euphemia tras una larga pausa de silencio.
- El motivo por el que me encuentro aquí, es porque esta mañana los señores Black han puesto una denuncia de que su hijo huyó de su casa con ayuda del señor Potter, y siendo todavía un menor de edad, debemos llevarlo de regreso. Esto, además de una advertencia al señor Potter de que si vuelve a realizar magia fuera de Hogwarts, su varita podría ser confiscada.
- Váyase al carajo – dijo Sirius con una sonrisa provocativa, haciendo que el señor Johnson se pusiera aún más tenso.
- ¡Sirius! - La señora Euphemia le dio una mirada reprobatoria, cada vez más mortificada. Los dos chicos ya eran descarados por sí solos, pero juntos… -. Señor Johnson, ¿existe alguna posibilidad de que Sirius se quede aquí hasta cumplir su mayoría de edad?
- El señor Black tiene que volver a su hogar hasta que tenga un nuevo tutor legal, pero el papeleo demora por lo que es necesario que me acompañe a—.
- ¡Yo no pienso volver ahí!
- Me temo que si no coopera tendremos que tomar medidas.
- Cariño, ¿por qué no accedes por ahora y luego cuando llegue Fleamont solucionamos esto? – pidió la señora para traer algo de paz a la conversación.
Tanto James como Sirius sabían que volver no era una opción, porque de tenerlo en sus manos le realizarían la maldición Imperio o algo similar, a fin de retenerlo ahí para siempre. El más bajo de ambos chicos se puso a discutir con el hombre del Ministerio intentando darle razones, pero Johnson no estaba ahí para juzgar nada. Solo para ejecutar.
- Prongs, acompáñame a armar el bolso.
- ¡¿Qué?! ¡Pero Sirius…!
- ¡Tu mamá tiene razón!
El chico se llevó a su mejor amigo a rastras escaleras arriba – con extrema dificultad por toda la resistencia que estaba poniendo James - mientras la señora Euphemia se quedaba dándole explicaciones al tipo del Ministerio sobre el comportamiento de ambos chicos bajo el umbral de la puerta. El pobre hombre no podía esperar por irse de allí lo más rápido posible y sin que el par de mocosos le diera más problemas, algo ofendido de que la señora Potter no lo hubiese invitado a pasar para darle un café.
James le dio una patada a la puerta de su habitación para abrirla y se enojó más aún cuando vio que Sirius había sacado una mochila de su armario y la había empezado a llenar con ropa (de su propiedad, ya que su amigo no había alcanzado a sacar ninguna de sus pertenencias). Ninguno todavía si quiera se había recuperado de la borrachera.
- ¡No puedes estar pensando en irte al Grimmauld Place de nuevo! – Tomó la mochila al revés y derramó todo su contenido por el suelo como si estuviese haciendo una pataleta de niño pequeño.
- Ayúdame a armar el bolso rápido y vámonos.
- ¿Qué?
- Vámonos ahora – respondió sonriéndole de manera incitadora.
- ¿Irnos? Pero…
- No pienso volver a mi casa, Prongs. Voy a pescar la moto, abollada y todo, y me voy a ir lejos hasta que tenga que volver a Hogwarts. Si es necesario voy a salir del país si es necesario. Puedes acompañarme o quedarte.
Una oleada de rebeldía invadió al chico mientras consideraba la idea de su mejor amigo. Quizás en otro momento, estando sobrio, hubiese puesto paños fríos a la situación y pensado en las contras de escapar así del Ministerio. Pero en vez de hacerlo, saltó a ayudar a Sirius y armó rápidamente un par de bolsos improvisados para escapar. No tenía idea a dónde irían o si llegarían muy lejos en caso de que el Ministerio fuera a buscarlos. Y tampoco tenían demasiado dinero en los bolsillos como para subsistir por demasiado tiempo fuera, pero al menos había que intentarlo.
Minutos más tarde la moto de Sirius despegaba del patio trasero de la casa y pasaba justo por encima de la señora Euphemia y Ronald Johnson, aun de pie en el pórtico de la casa, ambos con expresiones que fueron desde la consternación al espanto rápidamente. James sabía que sus padres se enfadarían al comienzo, pero luego entenderían que se trataba de una acción desesperada. A penas las cosas se calmaran un poco, James se pondría en contacto con ellos por correspondencia para calmarlos.
Mientras se elevaban por el aire (para James, por primera vez en la vida), no pudo evitar soltar una carcajada al sentir la maravillosa a indescriptible sensación de tener el viento dándole en la cara y desordenando aún más su cabello, muy similar a lo que sentía cuando jugaba al Quidditch. Miró hacia atrás una vez más y lo último que escuchó fue como Johnson gritaba con asombro desde abajo, "¡Esa moto está volando!".
