N/A: ¡Gracias a todos los que leen y siguen este fanfic! Por su gran paciencia xD Que esto no tiene pinta de terminar luego. A Sangito, no quiero hacer sufrir a Remus, no soy como JK jeje, prometo que aparecerá pronto. Sobre los celos de Lily… No afirmo ni niego tu suposición jajaja Bueno, ya habíamos hablado por interno sobre este capítulo así que no tengo más que decir, salvo que espero que te guste el próximo capi. Y, a Eva, exacto. Ahora se presentará un conflicto para James, porque le están ofreciendo una oportunidad única y a la vez, hay una guerra. Una decisión así no es fácil de tomar para un adolescente. Todavía te toca esperar un poco para el inicio del curso… Me he alargado un montón con las vacaciones, perdón. De todas formas espero que te guste este capi!

6
El Ministerio de la Magia

Un exasperado James tomaba asiento en su escritorio. ¡Por fin podía sentarse! Su nuevo "hermano" todavía no hacía uso de su habitación particular, demasiado flojo y cómodo como para comenzar la actividad de llevarse sus pertenencias de un piso a otro y ponerse a ordenarlas. Los "por ahora" se extendieron indefinidamente, y tener que compartir ese espacio – que en realidad no era tan grande – estaba comenzando a traerles problemas de convivencia.

Bueno, a él. Sirius no se daba por aludido y siempre encontraba que era muy gracioso sacar de quicio a su mejor amigo, ¡incluso lo hacía apropósito! Ahora, más encima, se le había ocurrido pintar la mitad de la habitación de negro para hacer una separación más realista, y cuando James le había reclamado, Sirius había contraatacado gritándole el coro de "Paint it Black".

- Oye, necesito algo de espacio. ¿Puedo deshacerme de esto? - El moreno de gafas rompió su concentración, una vez más, y lo miró para ver de qué se trataba; Su preciada guitarra acústica colgaba de manera amenazadora desde una de las manos de Sirius.

- ¿Te has vuelto loco? ¡Es mi guitarra!

- Prongs, por favor. ¿La has usado alguna vez después del 73? ¡Con suerte te aprendiste dos acordes!

- Para tu información, me aprendí una canción entera.

- ¿En cuatro años? – lo provocó -. Vaya, qué talento.

- ¡Deja mi guitarra donde estaba! – gritó perdiendo la paciencia.

- Bueno, bueno, como quieras. No sé por qué te enojas tanto, Prongs. Sinceramente te pareces cada día más a Peter o a McGonagall… ¿Me estás escuchando? ¿Qué haces?

- Le escribo una carta a Céline o al menos eso intento – respondió con cara de pocos amigos, intentando concentrarse nuevamente.

Nunca había sido demasiado bueno con las palabras y le daba algo de vergüenza expresar sus sentimientos. Desde que había vuelto de Orell se preguntaba si debía ser el primero en mandar una carta… Sinceramente, le sorprendió que a esas alturas todavía no hubiese recibido una de la muchacha. Él pensó que Céline sería la que terminaría más destrozada tras terminar aquella relación, y que aunque habían acordado terminar de buena manera, iba a recibir una carta desesperada y arrepentida de la chica, pero nada de eso había pasado.

- Le escribo una carta a Céline… - cantó Sirius, mientras tocaba cuerdas al azar de la guitarra -. O al menos eso intento… - Tocó nuevamente, pero esta vez, con el rasgueo, la guitarra cayó al suelo y retumbó.

- ¡Por Merlín! ¡¿Qué hice para merecer esto?! – preguntó James agarrándose la cabeza con las manos.

- Tienes razón, Prongs. Es difícil aprender a tocar esta cosa.

- ¡¿Cuándo demonios te irás a tu propio cuarto?!

- Ya me quedé aquí – respondió encogiéndose de hombros y poniéndose de pie para acercarse al escritorio donde estaba su amigo -. No deberías escribirle a Céline. Terminaron. Ten algo de dignidad.

- Se la estoy escribiendo nada más como amig—.

El chico de rulos le arrebató el pedazo de pergamino desde la mesa y aprovechó los pocos segundos en que lo pilló desprevenido para salir arrancando y terminar parapetándose al otro lado de su cama (que estaba llena de cosas y muebles que Sirius estaba "ordenando"). James saltó al catre furioso intentando recuperar su vergonzosa declaración de amor.

- ¡Ya devuélvemela, Sirius!

- «Querida Ce: Anoche no pude dormir preguntándome si hicimos lo correcto al terminar nuestra relación…» - Leyó con dramatismo desde el otro lado de la cama, haciendo un intento por no reír y caso omiso a las amenazas del otro -. ¡Menos mal que le escribes como amigo!

- ¡Te voy a matar!

- Esto es mentira, Prongs. Anoche estabas roncando tan fuerte que me desperté asustado porque pensé que estaban penando.

- ¡Cállate! – gritó exasperado -. ¡De haber sabido que te ibas a poner tan imbécil y pendejo con el viaje, hubiese preferido que no fuéramos a Orell!

Se inclinó sobre una pequeña cómoda que estaba de pie sobre el colchón sirviendo de escudo para Sirius, y logró arrebatarle la carta mientras se debatía entre darle un manotazo o simplemente admitir la derrota y ser él quien terminara mudándose a la habitación del piso de abajo antes de que terminara por explotar.

- ¿Sabes lo que tienes que hacer para dejar de pensar en Céline?

- No quiero ir a otra de tus fiestas – respondió con voz cansina, mientras regresaba hacia su escritorio bajo la ventana de la habitación.

- Nada de eso. Tengo una idea mucho mejor, ¡vamos al Ministerio!

- ¿Qué?

- Hacer cosas entretenidas y distraerte te ayudará a dejar de pensar en ella, ¿o no? – continuó. Volvía a acercarse a su amigo ahora que sentía que el peligro de recibir un golpe había pasado -. Me contaste que la noche en que atacaron a tu padre, por poco sigues a un tal Caradoc.

- Sí… Se iban a juntar a las dos de la mañana. A menos que puedas regresar el tiempo, no veo cómo—.

- Tonterías, Potter – interrumpió, buscando algo en el armario de James -. ¿Qué le dijo Caradoc a tu padre esa noche? ¿Recuerdas lo que me contaste?

- Por lo que entendí, que una delegación rusa completa se pasó de lado de Voldemort y Dumbledore viajó a Rusia para solucionarlo.

- Exacto. Ahora yo estoy aburrido, tú te has vuelto aburrido. ¿Por qué no vamos al Ministerio a averiguar de qué se trata todo eso?

- Pero… - Se llevó una mano al cabello y se estrujó un mechón con impaciencia y desesperación. Sirius realmente lo estaba sacando de quicio -. Nos fuimos a Orell porque estábamos escapando del Ministerio… Es una maldita suerte que no han llegado a buscarte todavía para llevarte al Grimmauld Place, ¡y tú quieres entrar como si nada! ¿Eres tonto, o qué?

El moreno de rulos no se dio por aludido y con toda calma le arrojó una prenda de vestir que había sacado del armario de su mejor amigo y dueño de la habitación. James no necesitó estirarla en el aire para saber de qué se trataba, pues con tan solo sentir la seda entre sus dedos, supo de inmediato que se trataba de su Capa de Invisibilidad.

- ¿Quieres entrar al Ministerio usando esto? – preguntó ligeramente tentado, pero ligeramente asustado -. ¿Por qué?

Una cosa era escabullirse por los corredores de Hogwarts y su Bosque Prohibido, y otra muy distinta era utilizara para entrar en el edificio más importante del Reino Unido mágico a la mala, y a sabiendas de que se habían escapado de un representante del Ministerio antes. Si descubrían a Sirius se lo llevarían y no creía que sería tan fácil ir a buscarlo por una segunda vez...

Sin embargo, no podía negar que la idea de averiguar cosas sobre la Orden del Fénix o la guerra mágica sonaba como una forma bastante más emocionante de pasar lo que quedaba de su verano, que quedarse en casa escribiéndole cartas de amor a una chica que vivía en otro país.

- Quizás no consigamos nada, pero podríamos intentar entrar al Departamento de Cooperación Mágica Internacional a ver si hay información acerca de esa delegación rusa.

- ¿Crees que la Capa de Invisibilidad pueda burlar las protecciones del Ministerio?

- ¡Tú dijiste que era la capa de Peverell!

- Ya, pero es una leyenda.

- Ah, no sé, Prongs. Sonabas bien convencido cuando dijiste que era una Reliquia de la Muerte.

James dudó por un segundo. Era cierto que su Capa de Invisibilidad, que le había entregado su padre minutos antes de tomar el Expreso de Hogwarts por primera vez en 1971, tenía propiedades que nunca había visto en otras Capas de Invisibilidad ordinarias que se vendían en el mercado… Y era cierto que, cuando su padre se la entregó en sus manos, le dijo que era una reliquia familiar que había pasado de mano en mano por generaciones desde una época que parecía coincidir con la vida de Ignotius Peverell.

- Si podemos entrar al Ministerio con esto… - Terminó por decir tras reflexionarlo un rato -. Significa que esta capa puede burlar cualquier cosa.

- ¡Ya funcionó en las oficinas de El Profeta!

- Pero si nos descubren intentando entrar usando esto, me van a quitar la capa para siempre y ti te enviarán al Grimmauld Place.

- ¡Vamos, James! ¡Estoy aburrido! – dijo como si no hubiese escuchado nada de eso.

- ¡O nos meterán a ambos presos por intentar burlar los registros del Ministerio!

- Bueno, prefiero Azkaban que el Grimmauld Place – respondió con una risita -. No te pongas tan aprehensivo o voy a pensar que meterte con Céline realmente te ha arruinado. Cielos, hasta Peter se ha comportado mejor que tú últimamente.

- Bien – dijo suspirando. Se pasó la mano por el cuello mirando la Capa de Invisibilidad y pensando si aquello sería una buena idea…

En poco tiempo ya se encontraban en el centro de Londres, saliendo de la estación del metro hacia una callejuela en donde estaba la bajada directa a un baño público subterráneo. Sería la primera vez que James y Sirius utilizarían la entrada de funcionarios, ya que en casos anteriores James siempre había ido con su padre, como visita, y Sirius nunca había puesto un solo pie en el lugar.

Entraron al baño de hombres y vieron a un montón de magos haciendo fila para entrar uno a uno a los cubículos en donde se encontraba el retrete. El sonido del agua del estanque siendo vaciada cada vez que alguien tiraba de la cadena llenaba el ambiente, y James ya comenzaba a preguntarse cómo lo harían para pasar los dos juntos por el inodoro. Pero había un problema mayor: Para entrar a los cubículos había que meter una ficha dorada.

- ¿Qué hacemos? – susurró Sirius, bajo la Capa de Invisibilidad.

- Supongo que podríamos colocarnos muy cerca de alguien, y entrar cuando él entre.

Sin discutirlo mucho más — Y sobre todo considerando que la idea de Sirius era desmayar a alguien y robarle sus pertenencias pese a que el lugar estaba repleto —, siguieron el plan de James e ingresaron a una cabina siguiendo a un tipo alto y flaco. Éste pareció darse cuenta de que ocurría algo extraño, pero iba tan atrasado que sin darle mayor vuelta, se subió rápidamente al inodoro y tiró de la cadena.

- Si esta es la entrada de funcionarios, ¿cómo será la de visitas? – preguntó Sirius, riendo.

- ¡Muévete! – reclamó. La escasez de espacio provocó que uno de sus pies resbalara y lo metiera dentro del inodoro, y por un segundo casi se enfurece, pero se dio cuenta de que su pie estaba completamente seco pese a estar bajo el agua -. Esto es brillante.

- ¿Qué? – preguntó el moreno mirando hacia abajo.

- Vamos, entra.

- ¡¿Ahí?!

- ¡Sí!

Con grandiosa dificultad los dos pares de zapatos entraron en el limitado espacio. James colocó la Capa de Invisibilidad por encima de sus cuerpos y acto seguido, tiró de la cadena. Ambos se deslizaron suavemente por una rampla y terminaron saliendo expulsados por una de las chimeneas de la Red Flu que estaban colocadas una al lado de otra por toda la entrada del Atrio.

El viento levantó ligeramente la Capa de Invisibilidad dejando ver hasta las canillas de ambos chicos, pero entre el mecánico andar de la gente y el habitual ajetreo de una mañana ocupada, pareció que nadie lo notó y James comenzó a respirar tranquilo; ninguna alarma se había activado alertando la presencia de intrusos, ningún funcionario de seguridad había partido caminando con gran rapidez hacia donde ellos se encontraban. Parecía ser que todo estaba bien.

Sirius dio una larga mirada a su alrededor, obviamente impresionado por la opulencia del Atrio principal, pero James no le dio demasiado tiempo para que se distrajera. Lo apuró un poco, siempre en silencio para no dejarse al descubierto, y ambos avanzaron lentamente hasta que pasaron junto al mesón de seguridad sin ser atrapados. Continuaron, sigilosos, viendo hasta donde podían llegar, pero tras unos minutos no les cupo duda de que estaban totalmente a salvo. Se quedaron apartados en un rincón barajando sus siguientes posibilidades.

- ¡Mi Capa de Invisibilidad funciona incluso en el Ministerio! – exclamó emocionado -. ¡Podríamos entrar a cualquier parte con esto! ¡A donde se te ocurra!

- Ya, sí, Prongs, pero por ahora queremos entrar al piso cinco. – Lo calmó Sirius en un susurro -. Y por mucho que tu capa sea genial y todo, ya que estamos adentro, creo que podemos prescindir de ella.

- Espera un segundo – pidió el muchacho -. ¿No vamos a planear nada?

- ¿Qué tanto quieres planear? Tenemos que entrar a la oficina a ver si hay información de la supuesta delegación de aurores rusos que se cambió de bando. Más allá de eso, no se me ocurre qué estrategia—.

- ¡Sirius! – interrumpió, impaciente -. ¿Simplemente vas a entrar, saludar a los funcionarios y ponerte a revisar sus gavetas?

- Oh.

La impaciencia era el clásico problema de Sirius por el que varios planes de Los Merodeadores habían ido a terminar a la basura, pero por suerte él estaba ahí para ser la voz de la razón en ese improvisado y ridículo panorama de aquella mañana de vacaciones. Tenían que sacar a la gente de las oficinas y por un buen rato… Por suerte él ya había pensado en eso antes de salir de su casa y llevaba un par de cosas que podían ser útiles en sus bolsillos.

Rebuscó y extendió la palma de su mano, mostrándole un cohete que habían vendido en cuarto año y que explotaba en varios otros más pequeños, polvo peruano de oscuridad instantánea y una cometa con forma de dragón que mientras volaba se convertía en fuego y atacaba a las personas. Obviamente, Sirius sonrió como un niño travieso cuando tomó con delicadeza la cometa para sí.

- Yo me llevaré éste.

- Lo suponía.

- Deberíamos dividirnos para generar caos por toda la planta y reunirnos fuera de la oficina a las… - Miró su reloj. Ya era casi medio día -. Las doce y quince estará bien.

Asegurándose de que nadie los viera, se sacaron la capa de encima y partieron hacia el ascensor para ir al quinto piso del Ministerio, hacia el Departamento de Cooperación Mágica Internacional. Una vez que llegaron al lugar, que se encontraba en total silencio con decenas de funcionarios trabajando concentradamente, se dividieron yendo hacia lados contrarios por la alfombra que bordeaba la planta completa.

James, escondido estratégicamente tras uno de los pilares del piso, lanzó el petardo que voló haciendo piruetas y llamando la atención de todos durante unos segundos, antes de explotar con total alboroto en varios cohetes pequeños que comenzaron a perseguir a las personas.

Magos y brujas serios perdieron su temple y salieron corriendo despavoridos para escapar de la jugarreta sin mayores resultados. Comenzaron los gritos y los alaridos, y rápidamente las puertas de las oficinas de alrededor se abrieron mientras las cabezas de los funcionarios se asomaban para ver qué estaba ocurriendo.

Luego, lanzó una roca de polvo peruano de oscuridad instantánea, el que se expandió por todo el lugar con una velocidad alarmante. Todo se sumió en la oscuridad, y de pronto los gritos fueron remplazados por gente tosiendo por todas partes. Aprovechando que nadie lo veía y la confusión de toda la situación, gritó:

- ¡Rápido, al primer piso! ¡Están evacuando a todos! – Tosió un poco, y para darle algo más de dramatismo, agregó -: ¡El Ministerio está bajo ataque!

Más gritos y pánico. Recién en ese momento cayó en cuenta de que una jugarreta de esa podría fácilmente tenerlo sentado en el Wizengamot en el futuro, siendo juzgado por falso aviso de amenaza (Sin mencionar la entrada ilegal al Ministerio de la Magia). Claro, era de mal gusto pero estaba resultando demasiado bien como para pensarlo mucho… ¡Los funcionarios estaban saliendo de todas las oficinas del departamento en medio de la oscuridad!

Sirius llegó corriendo poco después, sudado. Se dobló sobre su cintura para intentar tomar una bocanada de aire y recuperarse, pero terminó tosiendo hasta casi escupir un pulmón. James le dio un codazo a modo de reclamo y volvió a colocarles la Capa de Invisibilidad por si acaso, tironeándolo de un brazo para que lo siguiera. Ambos se acercaron sigilosamente a la oficina principal, perteneciente al jefe del departamento — Un hombre llamado Corban Yaxley — para esperar a que este saliera.

James asumió que iba a cerrar la puerta con llave, por lo que tenían que mantenerse cerca para entrar. Segundos después, un hombre de mediana edad y de aspecto elegante, con una trenza larga de cabello rubio, salía mirando todo el alboroto con desdén. Antes de cerrar la puerta, James y Sirius se escabulleron prácticamente aguantando el aire para poder caber en el espacio que quedaba entre la puerta a medio cerrarse y el marco, y por poco no lo logran. ¡Pero estaban adentro!

No alcanzaron a hacerse una idea de cómo lucía la oficina cuando un bullicio escandaloso, peor del que él mismo James había provocado, llamó su atención. Gritos, silbidos, alarmas… ¡¿Qué demonios estaba pasando?! Se asomó hacia el enorme ventanal del fondo de la oficina para mirar hacia el Atrio principal, cinco pisos más abajo, desde donde se podía ver la cometa de dragón sobrevolando y varias lechuzas haciéndole el quite en pleno vuelo; papeles hechizados caían y se empujaban contra la gente para obligarlos a leerlos, y entre todo eso, un grupo de magos y brujas corría llevando pancartas y gritando consignas.

- ¿Qué demonios ocurre allí abajo?

- ¡No vas a creerlo! – le comentó Sirius esbozando una sonrisa -. Un tipo me vio a punto de lanzar el cometa y me confundió con alguien del sindicato de trabajadores del Ministerio.

- ¿Qué? – preguntó confundido, creyendo que había escuchado mal.

- Resulta que los sueldos han estado algo inestables ahora que Voldemort y la guerra han arruinado la economía. Me preguntó si "ya era hora" y antes de alcanzar a responder algo coherente, todos corrían gritando «¡Abajo el Ministerio!» y tirando panfletos.

- Estás bromeando.

- ¡No! Me confundió con un tal Phill y hasta me dijo que las cosas eran mucho mejores desde que yo llegué. – Se encogió de hombros agradeciendo internamente su suerte, que a veces hasta podía ser más infalible que una poción de Felix Felicis.

- Esto es jodidamente increíble. – James miraba por la ventana sin poder dar crédito a todo lo que acababan de hacer: Poner el Ministerio de la Magia de cabeza en quince minutos. Abajo los funcionarios que aun protestaban eran tacleados por los de seguridad y todo el alboroto no tenía pinta de parar en un buen rato.

Pero estaban allí por un motivo, así que dejó su entretención y se puso a hurguetear en las estanterías y gavetas de la oficina junto a Sirius.

El lugar era enorme. Estaba decorado con antiguos muebles de madera maciza con revestimientos de plata, y en las paredes estaba lleno de fotografías del tal Yaxley con diferentes personalidades de la política nacional e internacional. En lo alto, había una del hombre junto al actual Ministro de Magia, Harold Minchum.

- ¡Aquí está! – anunció Sirius después de un rato, sacando una carpeta de uno de los cajones del escritorio principal -: Era una misión de refuerzos. Este departamento coordinó que se integraran al departamento de aurores para ayudar en la batalla contra Voldemort y sus mortífagos.

- ¿Y? – preguntó James cruzándose de brazos –. ¿Es cierto lo que dijo Caradoc? ¿Todos se unieron a Voldemort?

- Sí – contestó después de leer un poco más del documento -. Y lo peor de todo es que algunos de estos magos y brujas son gente con muchas habilidades importantes para la causa de Voldemort. ¡Hay hasta un legeremante!

Le acercó la carpeta con la información, un grueso de bastantes páginas, para que pudiera verlo por sí mismo. Se acercaron al enorme ventanal para poder leer con mayor luz natural, y tras un vistazo a la página del auror legeremante, James tuvo una idea algo alocada. Sin ver nada más, guardó el expediente completo dentro de su bolso.

- ¿Qué estás haciendo? Pensé que no nos llevaríamos nada de aquí.

- Hay una foto de todos los aurores rusos. ¡Esto podría ser información invaluable para La Orden del Fénix!

- Ya, pero, ¿cómo pretendes entregársela si se supone que no sabes que existe en primer lugar?

- Ya lo veré – replicó encogiéndose de hombros.

Poder hacer llegar esos papeles a la Orden del Fénix era algo mínimo, pero lo hacía sentir útil en medio de la guerra.

- Oye, Prongs – llamó Sirius un par de minutos después, viendo un nuevo documento que había encontrado en otra cajonera de Yaxley.

- ¿Qué?

- ¿No dijiste que La Orden del Fénix era secreta?

- Sí, ¿por qué?

- El Ministerio sabe que Dumbledore viajó a Rusia. ¡Mira esto, lo están siguiendo! Saben dónde y a qué hora tomó el traslador y cuándo volvió.

Sirius volvió a acercarle otro documento a James, y éste se inclinó con él hacia el ventanal para poder verlo un poco mejor con la luz natural. Había un informe detallado de los pasos de Dumbledore, incluso de los lugares que había visitado en Rusia. Sin embargo, en la parte en donde decía "Motivos del viaje", no había más que un enorme estampado rojo brillante que decía "Confidencial".

El moreno de cabello azabache ya estaba haciendo el ademan de cerrar el expediente para guardarlo en su bolso cuando ambos chicos escucharon un murmullo afuera, seguido del click metálico del picaporte de la puerta de la oficina, abriéndose y rebotando.

- Vaya, vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí?

Ambos chicos, que se encontraban de espaldas a quien acababa de descubrirlos, quedaron paralizados por el miedo de haber sido atrapados en el acto. ¿Era ilegal provocar un caos en el Ministerio al punto de que éste mismo fue evacuado? Quizás no, pero ciertamente sí lo era entrar sin autorización a una oficina de éste y revisar entre documentos secretos. ¡Estaban atrapados!

Sin embargo, esa voz le sonaba conocida a James. No era del todo recurrente, pero sin duda la había escuchado antes. Se estaba girando para ver de quién se trataba cuando escuchó a su mejor amigo…

- ¡Malfoy! ¿Qué demonios haces aquí?

Un joven tan solo unos años mayor que ellos estaba plantado frente a la puerta usando un abrigo de piel negro, un bastón del mismo color que terminaba en la cabeza de una serpiente de plata con ojos de esmeraldas, y una larga cabellera platinada. Los observaba con expresión triunfante en una mueca arrogante y superior. Sin mediar mayor provocación, desde la punta de su bastón, sacó su varita y los apuntó amenazadoramente.

- Veo que siguen siendo tan problemáticos como lo eran en Hogwarts, ¿no es cierto? Pero esto no es Hogwarts, par de idiotas insolentes.

- No hemos hecho nada – mintió James, parándose firme y colocando expresión desafiante. Su cabello lucía más desordenado y erizado que nunca, apuntando a todas direcciones -. Simplemente estábamos esperando a que llegara alguien con quien pudiésemos hablar. Tenemos una duda.

- ¿Desde cuánto esperar a alguien implica abrirle los cajones?

- Estábamos aburridos y nos pusimos a intrusear, gran cosa – se metió Sirius -. Además, no te conviene decir nada, Lucius. El piso fue evacuado. ¡Tú tampoco deberías estar aquí!

- Los seguí para detener cualquier cosa extraña que estén haciendo.

James rio. Sabía que el rubio mentía pues, se había asegurado de que no había nadie cerca de ellos cuando había arrojado el polvo de oscuridad peruano, se habían puesto la Capa de Invisibilidad y ya llevaban unos diez minutos en la oficina antes de que llegara Malfoy. De seguro el hombre estaba ahí por lo mismo que ellos: Buscaba información y pretendía robarla. La pregunta era si estaban tras la misma información.

- Que noble de tu parte, Malfoy. ¿Tan mal están las cosas en tu familia que ahora trabajas de soplón para el Ministerio?

- No intentes hacerte el listo, Potter. Ustedes dos están en graves problemas.

El rubio platinado se acercó a ellos con una lentitud y elegancia arrogante, sabiendo que tenía total ventaja por haberlos pillado con las manos en la masa, regodeándose del momento de victoria. Tenía a James y a Sirius a metros de distancia, de pie contra un ventanal enorme que daba hacia el atrio del Ministerio, y pareció pensarlo bien antes de escoger hacia cuál de los dos ir, pero terminó por elegir a Sirius, colocándole su bastón bajo la barbilla y levantándole la cara para darle un vistazo.

- No tienes idea de todo lo que se ha hablado de ti entre los nobles – comentó arrastrando las palabras como con aburrimiento -. No es que tu rebeldía sorprenda a nadie, sin embargo, parece curioso que ni siquiera los Black hayan podido mantener a su pequeña ovejita negra en el carril.

El aludido, pálido y sin perder la calma, le dio un manotazo el bastón para apartarlo y sonrió satisfecho y provocador.

- Te debe costar mucho trabajo comprender que alguien rechace semejante herencia, ¿no es así? Después de todo, la fortuna de los Malfoy parece una colección de basura al lado de la de los Black. – El hombre pareció enfurecerse más rápido de lo que le había gustado ante el comentario, sintiendo que su familia pasaba a ser ninguneada por un niño estúpido -. Con tu reconocido arribismo, supongo que te hubiese encantado ser yo y haber nacido entre tanta riqueza.

- Nado en oro, Black – respondió tras retomar la calma e intentar fingir que nunca la había perdido -. Aunque reconozco que me cuesta trabajo entender que hayas rechazado el compromiso con Isabella Selwyn. Una criatura de primera, sin duda.

- ¿Ah, sí? ¿Era bonita? – preguntó sin demasiado interés.

- Hubiese sido demasiado para ti, sin lugar a dudas: Hermosa, apasionada por los ideales de Voldemort y los valores de una sociedad sin asquerosos sangre sucias. Pero para alguien como yo… - Se detuvo, colocando una expresión lastimera -. Es una pena que ya esté casado con tu prima.

- Mi prima también es demasiado para alguien como tú, imbécil – dijo perdiendo los estribos. Ni siquiera sabía por qué defendía a Narcissa, pero el comentario le había caído pésimo.

Sirius intentó tomar a Malfoy por el cuello de su abrigo, pero éste levantó rápidamente su varita para recordarle quien tenía el sartén por el mango en esa situación, haciéndolo retroceder. Lo miró, sonriendo con autosuficiencia y frialdad, y luego se dirigió hacia James que se había quedado muy silencioso observando toda esa conversación.

- Mírate, Potter. Siguiendo los pasos de tu patético padre. – Lo provocó esta vez a él.

Había dado en el blanco. No había nada que lo enojara más que alguien metiéndose contra su familia. Sus mejillas se encendieron y sentía que una llama se había encendido dentro de él y le estaba quemando de rabia. Sus puños ya se encontraban cerrados con fuerza, pero sabía que estaba en desventaja total.

- Arrogante y estúpido. ¿Qué sería de ti si no fuera porque ese viejo idiota de Dumbledore está como director? Cualquier otro ya te hubiese expulsado hace rato. – Lo miró de arriba abajo con repulsión antes de añadir -: Ya quiero ver las páginas de El Profeta cuando ahora seas tú el que esté siendo investigado por el Wizengamot.

- ¿Te preocupan mucho las investigaciones, Malfoy?

- ¿Qué quieres decir?

- Forzaste esta cerradura para entrar. Me pareció oír un "Alohomora" allá fuera.

- ¿Y eso qué?

- Que nosotros no forzamos la cerradura – continuó James, inclinando la balanza hacia su lado -. Tú sí lo hiciste. Me parece que al único que van a investigar aquí, por mucho que nos hayas atrapado, es a ti.

- ¿De qué demonios están hablando? ¡Ustedes forzaron la cerradura primero y yo simplemente puedo decir que los seguí para evitar un robo! – Luego pareció reflexionarlo mejor y agregó -: Y así fue. Eso es exactamente lo que hice.

- Te equivocas en una sola cosa, Malfoy. Nosotros nunca estuvimos aquí. Es más, no hemos entrado al Ministerio ni pasado por seguridad al entrar. ¿No es cierto, Sirius?

El de rulos asintió, mientras ambos sonreían mirando la expresión de desconcierto en su rival, que no entendía para dónde iban con todo eso. Pero finalmente Malfoy también sonrió, relajado, entendiendo que nada de lo que esos dos niños decían podía ser cierto. ¿Entrar al Ministerio sin que nadie lo notara? Era imposible.

- Dejen de jugar, que esto no es Hogwarts. No pueden aparecerse aquí adentro como si nada, ni mucho menos traspasar paredes.

- No estamos jugando, estamos diciendo la verdad. Y yo que tú, no me arriesgaría a acusarnos.

- Una vez que nos larguemos de aquí, puedes decir que nos viste, pero solamente van a detectar un hechizo que abrió la puerta – continuó el más alto de los tres chicos -. Así que no te conviene decir nada. Lo único que te conviene es dejarnos ir, y que esta oficina esté lo más impecable posible para que nadie piense que alguien entró en ella durante el caos.

- ¡Ya deja de mentir, estúpido niño!

- ¿Quieres probar, Lucius? – lo tentó James.

La seguridad de los chicos fue suficiente para sembrar la duda en su rival, quien de pronto se vio dubitativo y se quedó sin nada que decir, barajando sus opciones. Desde afuera todavía llegaban los gritos y sonidos de alarma, pero ya no eran tan fuerte como en un comienzo; pronto se pondría orden y todos los trabajadores volverían a sus respectivos puestos de trabajo…

- Recomiendo que los tres salgamos de aquí en silencio – sugirió Sirius, pero Lucius Malfoy tenía la vista puesta en el expediente que James aún sostenía en una de sus manos.

- ¿Para quién están trabajando ustedes dos?

- ¿Nosotros? – preguntó James, desconcertado -. ¿Crees que estamos aquí por órdenes de alguien?

- Eso es obvio – replicó el mayor, rodando los ojos con una expresión irritada -. Nunca pensé que Dumbledore se arriesgaría a utilizar a niños tan inmaduros y descuidados en sus artimañas.

- ¡Dumbledore no tiene nada que ver aquí! – se defendió mientras colocaba el expediente que tenía en su mano de regreso en la gaveta, como si eso fuese a darle mayor credibilidad a lo que acababa de decir.

- No tienes que darle explicaciones a este idiota, James. Vámonos de aquí – pidió Sirius, mientras intentaba arrastras a su amigo fuera de la oficina. Aunque no estuviesen ahí por Dumbledore, James se había acalorado tanto al decir lo último que toda la situación se había vuelto algo sospechosa y no convenía que Malfoy se hiciera ideas equivocadas -. Espero no tener que ver tu horrible cara de elfo constipado nunca más, Lucius.

- ¡La tasa de mortalidad de los que se oponen a Voldemort es muy alta, Black! – gritó el hombre mientras los dos chicos cruzaban el umbral de la puerta -. ¡Y es todavía más fácil matar a dos niñatos como ustedes!

Malfoy avanzó a paso decidido hacia la puerta de la oficina, pero cuando jaló la manilla hacia dentro para abrirla, al otro lado no había absolutamente nadie. Miró a ambos lados con asombro; James y Sirius acababan de salir por la puerta, pero en cosa de segundos se habían esfumado. ¿Cómo era posible algo así?