N/A: ¡Gracias a todos los que continúan leyendo este largo fanfic! Sangito: Gracias por comentar siempre, incluso cuando te hago spoiler y te mando los capítulos con anticipación XDDDD No, de verdad, gracias. Me alegro que te gusten las interacciones de los chicos. Espero seguir poniendo el énfasis en eso en los siguientes episodios para que nunca se pierda el espíritu real de Los Merodeadores pese a lo que ocurre a su al rededor. Eva: James no se ha vuelto humilde de la noche a la mañana, no te preocupes jajaja Hay otro motivo por el que no está haciendo escándalo con lo del Quidditch. ¿Tienes alguna teoría? Espero que Hassel Rivaille esté a las alturas de tus expectativas en el siguiente capí.

Le quiero dedicar este capítulo a todo Chile y a mis lectores chilenos. Hoy, subir este capítulo es más pertinente que en cualquier otro día, porque el presidente nos declaró la guerra y nos está matando. ¡Arriba los que luchan!

9

Estamos en guerra

Era una mañana cálida y típica para los últimos días del verano, muy despejada y calurosa. El tranquilo desayuno fue interrumpido por el zumbido de cientos de aleteos y chillidos de lechuzas de todos colores que entraban al Gran Comedor como una poderosa ráfaga, trayendo el correo y dejando caer paquetes y cartas en las manos de sus dueños.

James se inclinó para recibir su usual suscripción diaria de El Profeta, además de una carta y una caja de bombones que le enviaban sus padres. Así mismo, Peter recibió una carta de sus padres, mientras su pequeña lechuza se paraba sobre su hombro para recibir un cariño por su trabajo. Remus sostenía un sobre en sus manos mientras se ponía colorado hasta las orejas – aun antes de que alguien le dijera algo.

- Es la chica, ¿verdad? – inquirió James.

Asumiendo que iban a molestarlo y que intentarían espiar el contenido mientras él leía, el chico de cabello castaño dorado guardó la carta en su bolsillo aguantándose las ganas que tenía de leerla. Ya encontraría un lugar y un momento para hacerlo en privado, por mucho de que lo estuviera carcomiento la ansiedad por dentro.

Pero James no había preguntado para burlarse de él. De hecho, tras ver como Remus ahogaba una sutil pero emocionada sonrisa al recibir correspondencia de una chica, y como se esforzaba por guardar su carta para mantenerla solo para él, sintió una pequeña punzada de dolor en su estómago, una pizca de envidia sana… Y suspiró, algo decepcionado.

- ¿Céline? – preguntó el licántropo. A penas dijo eso, Sirius, que llevaba una sospechosa cantidad de tiempo mirando hacia el tejado del Gran Comedor, bajó la mirada con inmediatez y miró a su mejor amigo indignado.

- No jodas, Prongs. ¿Hasta cuándo vas a estar con eso?

- ¡Pero si recién han pasado como dos semanas! – se defendió. Luego miró a su otro amigo en frente -. Remus, ¿cuánto te tomó a ti olvidarte de Mary?

El chico se ahogó con su cereal con leche por lo directo de la pregunta hacia él y miró de reojo hacia los lados para ver si su exnovia no se encontraba al rededor. Tras verificar que no había nadie que pudiera irle con el chisme, reflexionó… Realmente le había sido imposible olvidar a la Gryffindor mientras estaba en Hogwarts. Ni siquiera los T.I.M.O. o todos sus problemas personales con los hombres lobo le habían logrado distraer lo suficiente para dejar de pensar en ella o sentirse mal.

No había dicho nada a sus amigos en el momento, pero la había pasado muy mal.

- Harto – respondió por fin -. Hasta que conocí a Laurian... Y me puse a tontear con ella – aclaró, para que no fuesen a creer que ahora estaba enamorado de ella.

- ¿Ves? – el moreno de gafas miró a Sirius con una expresión triunfal -. Y a ti también te tardó olvidar a Alex, por mucho que niegues que alguna vez te enamoraste de ella. – Sirius se molestó ante la mención, pero no respondió nada porque era cierto…

- Bien, pero creo que Remus te está dando la solución aquí – continuó, intentando ser comprensivo pese a que el tema del romance le crispaba los nervios -. Un clavo saca a otro clavo, ¿no? Bueno, siempre que te ayude a distraerte. Porque si te metes con otra chica y te enamoras de ella ahora, te partiré la cara. Ahora, si me disculpan.

Sin decir más, se puso de pie y se marchó ante la mirada interrogante de sus amigos que lo siguieron con la mirada hasta ver que se perdía tras las puertas del Gran Comedor, saliendo hacia el vestíbulo… ¿Tan terrible era hablar de chicas en un plano amoroso? James no podía entender que Sirius se lo tomara tan en serio como para dejar su plato de desayuno a medias…

- Está loco – dijo Peter mordiendo un pedazo de chorizo -. ¿Por qué no te metes con una chica, James?

- ¿Creen que debería? – miró al rubio y luego a Remus, como pidiendo una corroboración antes de tomar la decisión él mismo.

- Supongo que no tiene nada de malo – convino el licántropo, aunque no estaba seguro de sus propias palabras.

- ¿Y quién? – volvió a preguntar Peter.

- No lo sé… La única chica que me ha interesado en Hogwarts fue Evans…

- Necesitas un clavo más fácil que ese – replicó riendo -. ¿Amy Vane?

- ¡No me metería con ella de nuevo ni aunque me pagaran!

- Uhm… ¿Qué tal Allie Hamond? Está bien guapa, ¿no?

- ¡No! – se apresuró a decir Remus.

Casi se lo había gritado, de hecho. Había sido tan entusiasta en negarse que ya temía que sus amigos pensaran que él tenía intereses por su compañera de casa y generación, pero no era así. Era por Lily… Él estaba seguro de que, si James se metía con cualquiera de las amigas de la colorina, terminaría de quemar todos sus puentes hacia la chica de una vez por todas. Sí, quizás a su mejor amigo ya no le gustaba la colorina, pero estaba seguro de que le haría daño a Lily si se metía con Allie, por mucho que ella negara sentir algo por él…

- ¿Qué tiene de malo?

- Hagas lo que hagas, prométeme que no te vas a meter con Allie.

James se encogió de hombros y de manera muy obvia, comenzó a observar a todas las chicas sentadas en ese momento en el Gran Comedor como si estuviera de compras en medio del Callejón Diagon. Estaba buscando a su futura víctima… Y tras saberse lo de su posible contrato de Quidditch, era más popular que nunca, así que no le sería difícil hacer caer a la que quisiera.

Mientras tanto, Sirius había mirado el pergamino del Mapa del Merodeador mientras caminaba por el vestíbulo de Hogwarts. Su hermano se encontraba en el campo de Quidditch, pese a que todavía no habían comenzado los entrenamientos para jugar. Además, se encontraba rodeado de gente muy desagradable… Se encaminó para allá, solo y guardando el mapa en su bolsillo, sabiendo que seguramente iba a terminar peleando y recibiendo su primer castigo del año.

El campo de Quidditch estaba vacío. Regulus y sus amigos se veían minúsculos estando en las graderías del inmenso estadio de Quidditch. Era tan temprano por la mañana, que el sol no alcanzaba a posicionarse aun sobre sus cabezas y desde un lado proyectaba la sombra de los pilares y palcos sobre el campo.

Para cuando llegó al grupo, todos lo habían notado y le esperaban con expresiones tan expectantes como amenazantes. En esta ocasión en particular, Sirius realmente no tenía ganas de pelear, ni aunque fuera en una guerra verbal de provocaciones tan típicas entre los Slytherin y Gryffindor. Así que se acercó directamente a su hermano (con gran dificultad pues, se encontraba en el centro de su grupo lleno de muchachos fornidos) con la esperanza de conversar de manera pacífica.

- Sirius, tienes agallas para venir a mostrar tu cara. – Regulus se puso de pie en una de las bancas y le dio una mirada de arriba abajo. El parecido entre ambos era tal que cualquiera podría adivinar que eran hermanos, algunos hasta podrían pensar que se trataba de mellizos (lo que era una gran molestia para Sirius).

- ¿Podemos hablar?

- ¿No es un poco tarde para eso? – dio un elegante saltito y bajó una banca más, quedando más cerca pero aun sobre la altura de su hermano -. Pensé que ya no éramos familia. No en tus términos, al menos.

- Por favor – pidió de mala gana, haciendo un esfuerzo monumental por tragarse su orgullo.

El Slytherin le hizo un gesto con la cabeza a sus secuaces, quienes obedientemente se fueron a unos cuantos metros de distancia para no escuchar la conversación y darles privacidad, pero a la vez manteniéndose lo suficientemente cerca de esos dos por si tenían que auxiliar a su líder en una pelea con su hermano.

- ¿Qué quieres? – preguntó con hastío. En vez de mirarlo a él, dirigía su mirada hacia los aros del campo para demostrar desdén por su hermano.

Sirius miró hacia atrás para descubrir que llamaba la atención de Regulus, e intentando romper el hielo hizo una pregunta algo ridícula:

- ¿Por qué tan alejado de los demás? Tú y tus amigos… - El menor de los dos se rio de manera burlesca y rodó los ojos ante el débil intento por tratar de volver casual aquella conversación.

- No es de tu incumbencia, pero si te interesa saberlo, nos está costando trabajo compartir el aire con todos esos sangre sucias. – Se tronó los dedos y antes de darle tiempo para responder algo, volvió a preguntar con más firmeza -: ¿Qué quieres?

- Por mucho que me cueste reconocerlo, necesito tu ayuda.

- Sí que eres estúpido, hermanito. ¿Qué te hace pensar que yo te ayudaría?

- Que te conozco. Y sé que no eres tan malo, pese a la imagen de mortífago duro que le has vendido a sus compañeros.

- Si así es como vas a empezar, no vas por buen camino.

- Tienes razón – aceptó, complicado. Solo tenía que ser sincero y ya -. Es mi lechuza… Desde que me fui no sé si… Bueno, en realidad, creo que sabes a dónde voy con todo esto. La quiero de vuelta y temo que le hayan hecho algo en casa. En el Grimmauld Place – corrigió tras recordar que esa ya no era su casa -. ¿Le hicieron algo?

- Deja de humillarte, ¿quieres? Tu lechuza está perfectamente bien. – Tras ver la cara de sorpresa de Sirius, agregó -: ¿Qué pensaste? ¿Qué íbamos a torturarla o algo por el estilo?

- ¿De verdad?

- Sé las cosas que les has dicho a todo el mundo sobre papá y mamá – le recriminó en un susurro, mientras se acercaba más a él de modo amenazante y para que nadie fuese a escuchar la conversación -. Las estupideces que has inventado para dejarlos mal parados.

- ¡Yo no he tenido que inventar nada! – replicó también en un susurro, pero con mucha rabia ante la acusación -. Tú sabes la verdad. Tú sabes cómo me trataban. Nunca me trataron como a ti.

- Nunca me trataron como a ti – repitió haciendo como si llorara -. Deja de hacerte la víctima, ¿quieres? Para que te trataran como a mí, debiste haberte comportado como yo.

- Me lanzaron maldiciones de magia oscura – contestó, lleno de resentimiento.

- Yo no vi nada – dijo altanero -. Cuando llegué, tú y ese Potter estaban destruyendo todo a su paso. Dime, ¿fue esa elfa estúpida la que realizó el fuego maligno?

- ¡Te has vuelto loco! – exclamó, esta vez demasiado molesto como para preocuparse de susurrar. Las cabezas de los amigos de Regulus se giraron hacia ellos, pero no se movieron de su lugar.

¿Acaso esa era la estrategia de sus padres? ¿Dejarlo a James y a él como un completo mentiroso y culparlos a ellos por todo lo que había ocurrido? Le preocupaba pensar que esa versión se expandiera entre la comunidad mágica y les trajera problemas… Sobre todo, a James y a los señores Potter, que suficiente habían tenido haciéndose cargo de él. Ni siquiera sabía si Regulus era uno de los ilusos que había creído semejante versión, o si solo intentaba provocarlo con todo aquello.

- Tú eres el loco, Sirius. Culpándonos de haberte tratado mal todos estos años, cuando eras tú el muy imbécil que se la pasaba dejando en vergüenza a nuestros padres – respondió con un brillo de odio y rabia en los ojos -. Probablemente creyendo que íbamos a deshacernos de tu estúpido animal también, ¿no es así?

Por un segundo iba a contestarle algo, pero no quiso que la conversación se alargara mucho más porque sabía que era como dialogar contra una pared. Regulus nunca iba a entender que pese a vivir bajo el mismo techo, vivieron en hogares muy distintos. Le era suficiente con saber que su lechuza estaba bien y viva, así que intentó aguantar la rabia y la indignación que sentía para hacer las paces y recuperarla.

- Está bien. Entonces, ¿podrías escribirles a nuestros… padres…? – pidió, intentando sonar amable pese al sabor amargo dentro de su boca -. No les digas que yo te lo he pedido. Diles que necesitas otra lechuza o algo así. Por favor – volvió a pedir, al ver que el otro no se veía muy convencido -. No tienen por qué saberlo, solo devuélveme a Keith.

Regulus entornó los ojos y pareció analizarlo por un momento. Se notaba que su parte más decente estaba en pugna con la idea de engañar a sus padres por alguien que no valía la pena para él… Pero Sirius sabía que su hermano menor no era una mala semilla. Solo estaba contaminado, muy contaminado…

- ¿Por qué te importan tanto ese estúpido animal?

A mucha gente no le importaría perder a su lechuza, la mayoría de los magos y brujas los veían más como un medio de correspondencia, que una mascota tierna como un perrito… Pero no él. Porque en todos esos veranos que se quedaba atrapado en el Grimmauld Place, Keith era literalmente su única compañía. El único ser vivo que le había acompañado en las buenas y las malas con una lealtad que él no había sido capaz de devolver cuando lo había abandonado en su casa ese verano…

- Es mi compañero – respondió, encogiéndose de hombros.

- Bien – terminó por decir -. Es lo último que haré por ti.

- ¿En serio? – no pudo evitar colocar una radiante sonrisa, y el otro rodó los ojos.

- No le digas a nadie de esto, ¿me escuchaste? Haré lo posible por traer a tu tonta lechuza si me prometes que nunca más volverás a hablarme en este castillo. ¿Estamos?

- De acuerdo.

No le dio las gracias porque sabía que eso no le interesaba a Regulus, se dio media vuelta y comenzó a bajar por las graderías. Pero estaba tan feliz y sentimental por haber tenido éxito en su misión, que no pudo evitar darse vuelta y volver a darle una mirada a Regulus. A veces, lo odiaba tanto que no lo consideraba parte de su familia. Pero otras veces, sentía que Regulus era el único Black, aparte de su tío, al que había querido… O hasta quería.

- No me molestaría hablar contigo de vez en cuando – le dijo de manera melosa, apropósito para molestarlo. Antes de desatar la furia del moreno, añadió -: Pero no te buscaré de nuevo, así que lo dejo a tu criterio.

Sirius no tenía cómo saber las implicancias de la frase que acababa de decir, ni sabía que su relación de amor odio con Regulus estaba lejos de terminar. Menos podía saber que algún día, su hermano menor realmente iba a buscarlo en una circunstancia completamente diferente.

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Las clases de Herbología y Pociones se desarrollaron sin mayor novedad esa tarde del día lunes, con la excepción de que ahora compartieran los salones de clases con los alumnos de las tres casas restantes. Era interesante ver qué alumnos habían pasado sus T.I.M.O. y cuáles no, pero lamentablemente Mulciber, Snape y Rosier habían topado con ellos en ambas asignaturas. Sin mayores sorpresas, Avery y Wilkes no habían alcanzado el nivel de EXTASIS.

Encantamientos y Transformaciones tampoco habían supuesto un gran cambio en comparación a los años anteriores, con excepción de que tanto el profesor Flitwick como la profesora McGonagall habían empezado a darles la lata con la importancia de los hechizos no verbales y las ventajas que traía en la vida cotidiana (y en caso de un ataque o una batalla contra enemigos).

El aula de Encantamientos estaba casi llena, ya que siendo la asignatura más sencilla de todas, la mayoría de los alumnos de quinto había logrado una buena nota y podía continuar estudiando sin problemas. En cambio, el aula de Transformaciones estaba vacía… Con suerte había cinco alumnos de cada casa sentados en el salón, y para buen gusto de ellos, muy pocos de Slytherin.

Pero la clase que todos estaban esperando desde el banquete de comienzo de año, era la de Defensa contra las Artes Oscuras – sobre todo después de enterarse que el profesor Rivaille había llevado a los alumnos de primer año al bosque, en plena noche, para practicar el hechizo verdimillious y descubrir si había objetos o maldiciones escondidas. Uno de los pequeños niños había dado con una antigua daga escondida dentro del tronco de un árbol, y desde entonces no se hablaba de otra cosa entre los estudiantes.

Cuando James, Sirius, Remus y Peter entraron al salón, Hassel Rivaille ya se encontraba dentro, semi sentado y recostado sobre el borde de su escritorio, con los brazos cruzados y las mangas de su camisa arremangadas. Las chicas entraban y le miraban lanzando suspiros, por lo guapo y enigmático que era, luciendo como una figura famosa. Sirius comenzaba a pensar que alguien le estaba ganando la imagen de estrella de rock con demasiada facilidad.

El profesor se mantuvo sin hacer nada, simplemente contemplando en silencio hasta que todos sus estudiantes entraron, se sentaron y estuvieron en silencio (lo que no costó demasiado, porque hasta los Slytherin que se habían estado burlando de él con anterioridad estaban curiosos por la primera clase). Y como nunca, incluso los Merodeadores guardaron silencio, anticipando que sería como algo nunca antes visto.

- Bien – dijo finalmente, una vez que había silencio general en su sala -. Mi nombre es Hassel Rivaille y seré su profesor de Defensa contra las Artes Oscuras durante el siguiente año. Por lo que estuve mirando, este año el Ministerio de la Magia británico tuvo la buena voluntad de entregar una muy detallada lista de las cosas que tenemos y no tenemos que ver en el nivel de EXTASIS, así que nos tendremos que someter a eso.

Los alumnos de las cuatro casas se miraron los unos a los otros, decepcionados. Los métodos de enseñanza poco ortodoxos del profesor con los más pequeños habían dejado las expectativas por esa clase demasiado alta como para que comenzara su discurso como profesor diciendo que respetaría el aburrido y correcto currículo de un Ministerio que estaba haciendo agua y era controlado por influencias negativas…

- Aquí dice "Resistir un imperio" – continuó leyendo un pedazo de pergamino que había tomado de su mesa -. ¿Alguien podría decirme cuáles son las peores maldiciones según el criterio del Ministerio?

Mulciber soltó un insolente resoplido de aburrimiento y de decepción tras ver hacia dónde se dirigía aquella clase, habiéndose esperado algo más emocionante. La verdad es que no era el único que esperaba algo del aclamado profesor, pero sí era el único que había decidido demostrar su descontento en voz alta. Las maldiciones imperdonables siempre habían estado entre las materias del sexto año, pero en medio de una guerra, los magos y brujas solían enterarse de esa parte de la magia oscura desde que eran niños.

- ¿Cuál es su nombre? – preguntó el joven profesor respetuosamente.

- Ursan Mulciber – respondió mirándolo fijamente con una actitud desafiante.

- Bien. - Por primera vez, Rivaille descruzó sus brazos y se irguió, quedando de pie en vez de apoyado contra su escritorio. Le dedicó una mirada muy especial a su alumno, como si estuviese a punto de entretenerse -. Por su reacción, supongo que conoce estas aburridas maldiciones. Vamos a ver, entonces. ¿Cuáles son?

- Las maldiciones imperdonables – respondió con hastío, rodando los ojos. Ya que el profesor continuaba mirándolo fijamente, agregó arrastrando las palabras -: La maldición imperio, la maldición cruciatus y la maldición asesina… Avada Kedravra.

- Eso es correcto, señor Mulciber. – El hombre volvió a observar el pergamino que tenía en su mano, y luego, a su alumno –. Según el Ministerio de la Magia británico, esas son las peores maldiciones de magia oscura. ¿Usted está de acuerdo?

- ¿Cómo?

- Déjeme reformular la pregunta. ¿Usted cree que existe alguna maldición peor que las que me acaba de mencionar?

Mulciber se tomó su tiempo antes de contestar, como si considerara que el profesor le estaba tendiendo una trampa y que la respuesta no era tan sencilla como él creía. Pese a que ninguno de los dos había levantado la voz, pese a que nadie había hecho un comentario sarcástico y que el profesor se mantenía tan tranquilo como siempre, se podía sentir algo de tensión en el ambiente y de pronto, todos los alumnos estaban pendientes de cómo se estaba desarrollando esa conversación.

- No – respondió finalmente, encogiéndose de hombros -. No existe nada peor que el dolor físico y que la muerte, y el imperioes una buena herramienta para que otro haga lo que tú quieras.

- Una buena herramienta – repitió Hassel Rivaille, reflexivo. Miró alrededor del salón de clases -. ¿A alguien se le ocurre algo peor?

- El dolor emocional y psicológico – sugirió Lily.

Algunos alumnos – mayoritariamente de corbatas verde esmeralda y plateada – rieron e hicieron comentarios. Pero el profesor los hizo callar y apuntó a la colorina con un dedo, avanzando tranquilamente hasta ella.

- ¿Su nombre?

- Lily Evans.

- Mientras ustedes allí se rieron de lo que dijo la señorita Evans, ese es exactamente el método de tortura favorito de Voldemort, ¿lo sabían? A través de la legeremancia…

La mitad de los estudiantes se estremecieron con un escalofrío tras escuchar el nombre del mago tenebroso, y absolutamente todos se dieron cuenta de que no debieron subestimar al profesor cuando había comenzado su clase. James y Sirius compartieron una mirada ansiosa al mismo tiempo que Mulciber comenzaba a observar al profesor de manera desafiante, analizando y estudiando si se podía tratar de un posible aliado o una futura amenaza…

- Supongamos que quisiera torturar al señor Mulciber – continuó, escuchando una que otra risita por la insinuación -. Y le quiero ocasionar mucho, mucho dolor. ¿Tiene sentido que yo tenga que estar durante horas, varita en mano, nombrando la maldición cruciatus? ¿Podría ser peor una sola maldición que lo tenga sufriendo por horas, incluso días, aún si no estoy presente?

Artes Oscuras, le escribió Sirius a James en la esquina de su pergamino, y éste asintió sin prestarle mucha atención para continuar escuchando lo que pasaba. Era verdad que los ejemplos eran un poco siniestros en comparación a los estándares que ellos acostumbraban, pero a la vez, muy interesante… Y que el profesor estuviera ocupando a Mulciber de modelo para burlarse sutilmente de él, lo hacía todavía mejor.

- Supongamos que ahora, además de hacerle daño, quiero matar al señor Mulciber – dijo, mientras el aludido se ofuscaba y se deslizaba cada vez más por su asiento -. Pero la maldición asesina simplemente le quita la vida, sin dolor. Algo aburrido, ¿no creen? – preguntó mirando al resto de su clase. Nuevamente se escucharon un par de risitas -. Esta es la primera lección de hoy: No existe un límite para la magia oscura. El único límite es la imaginación del mago que la emplea, por lo tanto, mientras más malvado sea el mago, peor será su magia. - El profesor Rivaille le dio un par de palmadas a Mulciber en la espalda para provocarlo y continuó: - Si un autoproclamado mago tenebroso cree que lo peor que puede hacer es asesinar, entonces se conformará con la maldición asesina en vez de ser más imaginativo.

James estaba maravillando viendo como Rivaille provocaba a los de Slytherin sin tener que hacerlo decir nada en términos explícitos, y al mismo tiempo cumplía con las indicaciones de enseñanza del Ministerio de la Magia sin tener que pasarles esa materia de la manera más aburrida y obvia. Pero Sirius había tenido razón… Esa clase cumplía más con la etiqueta de Artes Oscuras que de Defensa contra las Artes Oscuras, pues, seguramente el profesor tenía demasiado marcada su herencia de Durmstrang.

- La segunda lección de hoy es que, si la magia oscura no tiene límites, los hechizos defensivos tampoco. – Nuevamente miró a Mulciber -. ¿Está de acuerdo con esa aseveración?

- No estoy de acuerdo – respondió el chico, mucho más rápido y altanero que antes -. Porque nadie ha sido capaz de defenderse nunca de una maldición asesina, por lo que la magia oscura siempre es superior a los hechizos defensivos.

- En el mundo occidental – puntualizó -. Pero existen registros antiguos de magos muy poderosos en Japón, que han hecho rebotar maldiciones asesinas contra su atacante y de esta forma, matarlos… - Miró al resto de la clase y sonrió, sugerente -. ¿Se imaginan si le pasara eso a Voldemort?

La pandilla de Slytherin estaba comenzando a entrar en pánico escuchando como el profesor continuaba faltándole el respeto a la imagen del mago tenebroso, pero no podían decir ni hacer nada sin quedar como prospectos de mortífagos y unos fanáticos de la sangre pura, así que no les quedó más que callar y querer matar a Rivaille con la mirada.

- Si hay formas de resistir un imperio, tiene que haber una forma de resistir un Avada Kedravra. Recuerden, el único límite de la magia es la imaginación del mago que la utiliza.

El profesor volvió a caminar hacia su escritorio para reclinarse sobre él, de brazos cruzados, mirando todo con serenidad como si estuviera planeando la siguiente parte de su clase, y mientras lo hacía, James pensaba en lo que acababa de escuchar. Era muy lógico pensar que cualquier hechizo o maldición podía ser creada… Él mismo había sido víctima de la maldición Sectusempra de Snape el año anterior…

Si Sirius y Lily no hubiesen intercedido por él ese día, probablemente su cuerpo se hubiera llenado de cortes hasta desangrarse. ¿No era eso peor que la tradicional maldición asesina? ¿A ese tipo de cosas se refería Rivaille? Esa teoría ponía a Snape muy adelantado en el tema de las Artes Oscuras, y eso le preocupaba tanto como le disgustaba reconocerlo.

- Estamos en guerra así que les enseñaré a prepararse para una guerra. En la siguiente hora se van a dividir en parejas e intentarán resistir los efectos del Veritaserum – chistó los dedos y un frasco con un líquido transparente, como agua, aparecía en cada pupitre de sus alumnos -. Preocúpense de elegir bien a su pareja, porque no me haré responsable si alguno de ustedes revela algo vergonzoso a una persona en la que no confía.

Y así fue. Durante la siguiente hora, los emocionados alumnos tomaron turnos para probar un sorbo de la poción de la verdad mientras el otro le hacía preguntas íntimas para ponerlo en aprietos. Entre tanto, el profesor se había sentado en su escritorio y se había puesto a leer un libro sin prestarle atención a lo que ocurría con sus alumnos y en particular, a las miradas de odio que le lanzaba Mulciber y sus amigos desde la lejanía.

- ¡Ha sido la mejor clase que hemos tenido en la vida! – dijo Peter, tras salir del salón.

Los cuatro se encaminaron por el pasillo hacia el Gran Comedor para festejar sus esfuerzos con un merecido y contundente almuerzo, mientras comentaban todo acerca de la clase que acababan de tener. La nota alta había sido cuando una chica de Hufflepuff había proclamado estar enamorada de un alumno de séptimo de su misma casa, y luego, mortificada, no había querido continuar intentando resistir los efectos del Veritaserum y había abandonado el salón. James creyó haber visto a Rivaille riendo disimuladamente detrás de su libro.

- Como que hasta dudé un poco de mi sexualidad – bromeó Sirius -. Si se sigue burlando de Mulciber, voy a pedirle matrimonio antes de fin de año.

- ¿Cómo encajaría eso con tus planes de conquistar a McKinnon? – lo molestó Remus, entretenido.

- No me opongo ni a la bigamia ni a los tríos.

- Me halaga, señor Black. – El grupo de chicos se sobresaltó y se giró con rapidez para encontrarse con Rivaille saliendo del salón, caminando a escaza distancia de ellos -. Pero lamentablemente estoy tomado.

Lo miró levantando sus cejas y avanzó más rápido, dejándolos atrás entre medio de las carcajadas de James y la incomodidad de Sirius, que jamás creyó que su nuevo y admirable profesor le escucharía haciendo bromas de ese tipo. Era una suerte que el tipo se lo hubiera tomado bien, porque otro como McGonagall ya lo tendría castigado limpiando suelos por semejante falta de respeto.

- ¿Pudieron resistir algo del Veritaserum? – retomó Remus cuando hacían su entrada al Gran Comedor.

Ya que no habían tomado Cuidado de Criaturas Mágicas, el día viernes era el más liviano porque solo tenían dos bloques de Defensa contra las Artes Oscuras a media mañana y antes de la hora de almuerzo, y el resto de la tarde desocupada. Era espectacular poder salir temprano el último día de la semana, ya que se sentía como si el fin de semana se alargara.

- Nada – respondió James negando con la cabeza -. ¿Ustedes?

- Tampoco, y como conocemos todos los secretos del otro… No sabía que preguntar que hiciera que Remus quisiera luchar contra los efectos de la poción – dijo Peter.

- Si las parejas las hubiese armado él, hubiéramos estado en muchos problemas – comentó Remus en base a un pensamiento que había cruzado por su cabeza durante la clase -. ¿Se imaginan si nos hubieran puesto con Mulciber o Snape?

- ¿Qué pasa si eso planea para más adelante? Es un buen incentivo para hacernos intentar resistir los efectos de la poción con más ganas – dijo James mientras se rascaba la barbilla.

- Esa niña de Hufflepuff estaba que lloraba… Lo del Veritaserum es un arma de doble filo.

- Estamos en guerra, señor Lupin, y él nos está preparando para la guerra – le respondió Sirius con solemnidad, imitando la postura y la expresión facial del guapo profesor.