N/A: ¡Gracias a todos los que leen y siguen el fanfic! Bienvenida, Fran *Emoji de abrazo* sangito: Ya lo sabes todo XD No sé qué más podría decirte. Nada más que, ¡gracias por todo el constante apoyo a este fanfic! Eva: te respondí el review por PM pero, de cualquier forma te agradezco por aquí y espero que el que viene sea de tu agrado. Lo que sí… La cosa se pondrá más dark (El que avisa no es traidor).
11
Caecilia Greengrass
- Quizás no puedo resistir tan bien como dije.
- Todos tienen una mala noche, querido. Intenta dormir un poco.
Pese a toda la palabrería que le había dicho a madame Pomfrey la tarde anterior, tuvo que regresar, como en los viejos tiempos, a pasar la resaca de su noche de transformación escondido en una parte de atrás de la enfermería. Esta vez no se había mordido ni arañado a él mismo, pero los cortes ocasionados por las flechas de los centauros se le asimilaban bastante a esas antiguas heridas, así que había pasado desapercibido para la afable mujer que le había colocado unos ungüentos mágicos especiales y estaban haciendo un buen trabajo.
Una se le había clavado completa, en el muslo, mientras corría lejos. Después de sacársela, aun como lobo, se había quedado en un claro, escondido, lamiéndose para curarse. Esa fue la más difícil de explicar, pero madame Pomfrey no hizo demasiadas preguntas. Si no hubiese sido por la magia curativa de la enfermera, se le hubiese puesto muy fea porque era profunda. Y muy, muy dolorosa. Pero eso no era lo peor de todo…
No sabía nada de sus amigos y eso le hacía sentir preocupado. ¿Habían tenido suerte en escapar como él? Lo único en lo que podía pensar era que había salido arrancando, los había dejado atrás. No fue manso ni capaz de mantener su cordura cuando un tercero diferente a ellos entró en la escena y eso lo hacía sentir tan frustrado como si hubiese retrocedido el tiempo, como si sus amigos convirtiéndose en animagos no hubiera servido de nada. Y ya que el Bosque Prohibido estaba lleno de criaturas y peligros como el que acababan de pasar, ¡había sido un tonto por no plantearse esa posibilidad antes!
Soltó un pequeño quejido de amargura. Toda la idea de sus amigos yendo al bosque con él, convertido en licántropo, era una serie de amenazas sin fin hacia ellos… Pensaron que el peor panorama era que los descubrieran siendo animagos ilegales, pero él los había llevado a un encuentro que pudo haber sido mortal. Y peor aún, él también podía matar a sus amigos si es que por algún motivo perdía el control… Un escalofrío recorrió su espalda mientras pensaba en esa posibilidad.
- ¡Chicos, está aquí! – Escuchó la voz de Sirius a varios metros de distancia, seguramente desde la puerta de la enfermería en donde madame Pomfrey les habría confirmado que se encontraba descansando, vivo y sano. Segundos después los tuvo a los tres al frente de su cama.
- Por Merlín, ya estábamos temiendo lo peor – dijo James acercando un piso para tomar asiento junto a él -. Pensamos que estarías en la Casa de los Gritos y cuando no te vimos allí… - bajó la voz para que nadie más fuera a escucharlo -. Pensamos que habías quedado tirado en medio del bosque o algo así.
- ¡Gracias a Merlín que están bien!
- Claro que estamos bien, ¿qué pensabas?
- Lo siento por no haber ido tras de ti anoche – continuó Sirius -. Tuve que hacerme cargo de James.
- ¿De qué están hablando? Yo los dejé atrás – reconoció Remus sintiendo vergüenza y decepción en sí mismo, sobre todo cuando veía en el estado en que estaban los tres. ¿No se habían dado cuenta aun? No se habían cambiado de ropa, no se habían limpiado. Seguían tal cual la noche anterior, llenos de barro, heridas y magulladuras, y James lucía como si un camión le hubiese arrollado.
- Ya, pero obviamente no puedes controlar eso – le aseguró Peter -. Ninguno de los tres dejaría atrás a los otros a propósito. - James se sonrió tras escucharlo, pero no quiso decir nada al respecto, para no cohibirlo o provocar que Sirius lo molestara por decir "cosas sentimentales".
- Pero no es suficiente para utilizarlo como una excusa – contravino el licántropo -. Si pasa algo peor en el futuro, no puedo justificarme diciendo "ya, pero obviamente no puedo controlar eso".
- No empieces con eso – lo paró Sirius -. Lo de anoche… Bueno, fue un bache en el camino. Nada más.
- Habrá más baches.
- Mira, Remus, por mucho que de repente te esfuerces por hacer como que eres la voz de la razón entre nosotros… No lo eres – le dijo entretenido -. Estamos todos locos y así es como somos. Nada más, ni nada menos.
- Pero…
- Pero nada. Vamos a olvidarlo, ¿sí?
- Y hazme un espacio, que no he dormido nada – pidió James, empujándolo para recostarse sobre la misma camilla.
Remus no puso ningún pero y se movió hacia el borde de su cama para hacerle un espacio mientras pensaba lo simplistas que podían ser sus amigos ante la idea del peligro y lo incorrecto que era fingir que lo que hacían durante la luna llena estaba bien… Pero Sirius tenía razón. Era mejor colocar toda culpa y toda razón de lado, porque de alguna forma, lo que hacían y su forma colectiva de ser como grupo, como amigos, era lo mejor que le había pasado en la vida y prefería perder todo lo demás antes de perder eso…
Al rato, mándame Pomfrey los encontró justo así: Durmiendo James y Remus en una camilla, Sirius y Peter durmiendo y ocupando dos más en frente. Era la primera vez en seis años que los veía tan apacibles y silenciosos, así que, en vez de echarlos, como solía hacer, volvió a su escritorio y los dejó dormir tranquilos.
Los días empezaron a pasar muy rápido a medida que los profesores empezaron a dejarles deberes y a evaluar con controles. Quizás los T.I.M.O. habían acabado y ellos tenían menos asignaturas que antes, pero se notaba que la dificultad y las exigencias habían aumentado ahora que eran estudiantes del nivel de EXTASIS, ¡casi no les quedaba tiempo para divertise!
Entre lo poco que quedaba de tiempo, James y Sirius lidiaban con sus maldiciones auto infligidas; Tanto Patricia McLaggen como Allie Hamond no los dejaban tranquilos porque se habían hecho la ilusión de que los chicos tenían un interés real en ellas y esperaban formalizar una relación. La primera se dio cuenta más tarde que temprano que no era así, y se había dedicado a hablar mal de James con sus amigos. Allie, en cambio, todavía no se daba cuenta de que Sirius no quería nada con ella, y cada vez que lo veía, iba a donde estaba él. Al final, cada vez que el grupo de amigos llegaba a un lugar y veía a cualquiera de las dos chicas, decidían que lo mejor era irse de ahí cuanto antes.
Sumado a todo eso, James había comenzado con los entrenamientos de Quidditch en la tercera semana de septiembre, porque no le interesaba volver a pasar sustos y menos ahora que Wilberforce Pipel iría a verlo jugar. Su buscadora se había graduado el año anterior, así que debió realizar pruebas para encontrar un remplazante y decidió dejar a una chica muy flaquita llamada Dominique Guffey que recién estaba en tercer año. Quizás no tenía visión infalible de águila, pero era bastante decente divisando la snitch dorada, y además era muy rápida y hábil con la escoba.
Por otro lado, tenía problemas con el puesto de bateador. Michael Miller, su ex bateador que casi había sido asesinado el año anterior, no había regresado ese año escolar y al parecer nunca lo haría; sus padres creían que estaría mejor regresando al mundo muggle hasta que terminara la guerra (y no podía culparlos). Pero Sirius, que era el mejor remplazo que podía encontrar, nunca había sido demasiado colaborativo al respecto.
- Te dije que voy a jugar, pero no pienso ir a los entrenamientos.
- No puedes hacer eso.
- ¿Por qué no? Ya sabes que soy bueno y los bateadores nunca entran en las estrategias con el resto del equipo – se excusó mientras fumaba un cigarrillo en medio del campo de Quidditch. Ni siquiera había llevado su escoba.
- Porque no es justo que el resto del equipo tenga que entrenar y tú no.
- Es una pérdida de tiempo para mí.
James intentó no perder el control y gritarle alguna palabrota solo porque, ahora que era un célebre candidato a ser parte de la selección nacional de Quidditch, muchos alumnos habían llegado a ver su entrenamiento (sobre todo chicas). Optó por estrujarse el desordenado cabello con fuerza y contenerse, mientras un listado de todos los insultos del mundo se le pasaba por la cabeza. Era su mejor amigo, pero sin duda que podía ser un dolor en el trasero cuando quería y ese año en particular, quería comportarse como un idiota constantemente.
Aún así, fuera de eso, todo se había mantenido muy normal y el primer mes de clases avanzaba como si nada, aun respecto a las bromas tan típicas de Los Merodeadores. James había hecho una tregua con Peeves para que éste molestara a Caecilia Greengrass cada vez que la viera caminando por los pasillos de un salón de clases a otro, y Sirius había respondido a la jugarreta queriendo hacer una mejor, dándole una falsa pista a Filch; Un papel anónimo asumía la culpa de haber colocado una bomba de humo en el armario de aquella mujer. El resultado había sido que el celador desordenó toda su habitación sin encontrar nada y la honorable funcionaria del Ministerio estaba furiosa.
Lamentablemente, su molestia se hizo notar cuando comenzó a aparecerse en los salones de clases para realizar sus inspecciones diarias. Aquel día, era la clase de Transformaciones y la profesora McGonagall no lucía demasiado contenta de que alguien estuviera observando sus clases.
- No hay muchos alumnos en comparación a Encantamientos – observó.
- Mi nivel de exigencia para los alumnos de EXTASIS es más alto que el requerido en… – comentó a explicar la bruja, pero fue interrumpida por otra pregunta.
- ¿Y estos asientos son designados? - La profesora McGonagall miró a sus alumnos confundida, pues no entendía qué tenía que ver aquello con su método de hacer clases.
- Por supuesto que no. Mis alumnos ya están grandes para decidir en dónde se sientan y con quién.
- No estoy completamente de acuerdo con eso – dijo la severa mujer mientras se paseaba entre los pupitres -. Los alumnos que son buenos amigos se distraen entre ellos, todo el mundo lo sabe. La clase debiese ser exclusivamente para prestar atención, y no para conversar. – Levantó en el aire un papel que tomó del asiento de un alumno llamado Adrian Royer que estaba lleno de dibujitos -. ¿Ve a qué me refiero?
- ¿Qué sugiere? – preguntó McGonagall comenzando a sonar irritada -. ¿Qué los adolescentes no sean adolescentes?
Era obvio que, en cualquier otro momento, la profesora de Transformaciones hubiese estado de acuerdo con lo que Grengrass estaba diciendo, y habría estado feliz de castigar a Royer por haber hecho dibujitos durante su clase. Pero parecía que en aquel momento era una cuestión de egos, y la bruja no estaba dispuesta a que alguien externo llegara a decirle lo que debía hacer y cómo hacerlo, así que sería capaz de llevarle la contraria hasta el final con tal de ponerse del lado de sus alumnos y no del Ministerio.
- Permítame ver su lista de alumnos – requirió Greengrass, mientras hacia un hechizo convocador. Un pergamino voló desde el escritorio de la subdirectora hacia su mano -. Uhm, ya veo. Hay un par de problemas así que vamos a hacer unos cambios aquí. Sí.
Todos los alumnos miraban la situación con expresión incrédula, porque algo así de ridículo no podía estar pasando en la vida real. Los únicos que parecían entretenidos con lo que estaba ocurriendo eran los pocos estudiantes de Slytherin, incluyendo a Violenta Greengrass, su hija, que estaban fascinados de que alguien molestara a McGonagall fuese de la forma en que fuera.
- Ya sé. Vamos a poner al señor Holland, la señorita Scott-Thomas, la señorita Evans y al señor Stebbins atrás.
- ¿Qué? ¿Por qué? – preguntó Lily enojada. Los otros aludidos tenían la misma cara de confusión e indignación que la colorina (y así también, otros alumnos que estaban en la clase)
- No me discuta, señorita Evans. Así que ustedes, Potter, Black, Pettigrew y Lupin, por favor pasen a este lado de la sala.
Los cuatro amigos que, sin distinción, siempre se sentaban atrás en los salones de clases, se miraron entre ellos con cara de pocos amigos. No había ninguna casualidad en lo que estaba ocurriendo: Los cuatro alumnos que la funcionaria del Ministerio había mencionado eran los únicos alumnos hijos de muggles en la generación de sexto año, así que estaban siendo notoriamente segregados.
- No – respondió James.
- ¿No? – Caecilia Grengrass se le acercó componiendo una aterradora sonrisa -. Talvez no he sido clara, señor Potter. No le estoy preguntando, se lo estoy ordenando.
- Me gusta mi asiento y me quedaré aquí, muchas gracias. – Acto seguido, colocó y cruzó sus piernas sobre su pupitre de manera poco educada. Algunos alumnos rieron y otros comenzaron a ponerse tensos por la situación.
La mujer miró a los otros tres chicos restantes que, siguiendo a su compañero, se cruzaron de brazos y se desperezaron en sus asientos con nula intención de moverse. Luego, miró a McGonagall en busca de alguna respuesta que justificara aquella falta de respeto, o intentando que al menos dijera algo, pero ella solo se encogió de hombros y le anunció que necesitaba proseguir con su clase o se atrasarían en el programa.
- No voy a volver a repetirlo, cámbiense de sus asientos.
- Mire, todos sabemos que el Ministerio está en su fase de discriminación enfermiza contra los magos y brujas nacidos de muggles, pero—.
- ¡Esto no tiene nada que ver con eso, señor Potter! – aclaró rápidamente la mujer, pero James levantó la voz para hacerse notar sobre ella.
- ¿No me estaría discriminando a mí también con su medida si me saca de mi asiento? ¡Soy de sangre pura! – dijo en broma para alivianar el ambiente, pero luego se puso serió y añadió -: No me voy a sentar adelante ni permitiré que los otros se sienten atrás solo porque a usted se le dio la gana.
- ¿Usted no lo va a permitir? – dijo con una risita irónica. Volvió a mirar a McGonagall -. Me parece que debería utilizar sus facultades como educadora y enseñarle una lección a Potter, Minerva.
- Tienes razón, Caecilia – aceptó la profesora McGonagall con solemnidad -. Potter, veinte puntos más para Gryffindor. - La cara de la mujer del Ministerio se desfiguró mientras escuchaba a la desafiante docente, que estaba lejos de terminar -. Y desde ahora todos mis alumnos mantendrán sus asientos por todo lo que dure este año, y séptimo año, inclusive, a menos que quieran cambiarse por voluntad propia y no porque alguien se los ordene. - Todos los alumnos, menos los de Slytherin y un par de Ravenclaw, aplaudieron y vitorearon la medida -. Ahora, si no le molesta, tengo que hacer clases. Potter, baja los pies de la mesa y siéntate derecho.
Y como si nada hubiese pasado, McGonagall hizo aparecer una copa de vinagre en cada asiento y comenzó a explicar la teoría de cómo convertir vinagre en vino, ignorando por completo a Caecilia Greengrass que seguía de pie junto al banco de James. El castaño de gafas y sus amigos, por su parte, habían decidido seguirle el juego a la profesora y comenzaron a tomar apuntes fingiendo que la mujer al lado de ellos era invisible (pese a que, normalmente no tomaban apuntes y se contentaban con copiárselos a Remus, luego). Así que, a la bruja de cabello castaño oscuro no le quedó otra que irse, furiosa y humillada, y al rato la siguió su hija.
Aquella noche, los cuatro merodeadores se encontraban terminando sus deberes de pociones en una mesa alejada en la sala común de Gryffindor. Obviamente lo habían dejado para última hora y lo habían comenzado demasiado tarde, debiendo entregarlo al día siguiente. En algún momento de la maratón por terminar el trabajo, Lily se les acercó y le preguntó a James si podría hablar con él, yéndose ambos a un rincón.
- Dime, Evans.
- Estuve pensando en lo que hiciste hoy en la clase de Transformaciones y quería darte las gracias.
- ¿A mí? ¿Por qué?
- Pese a lo que dijiste de que eras tú el que estaba siendo discriminado, sé que hiciste todo eso para defendernos, y te lo agradezco – se sinceró la chica.
- No iba a permitir que la mejor alumna de la clase se sentara atrás por culpa de una vieja loca – le dijo, guiñándole un ojo, relajado.
Lily no podía dejar de notar lo diferente que era James con ella ahora que ya no sentía cosas por ella y todavía no descubría cómo se sentía al respecto. Ahora sí le hablaba como si no fuese nada más que una amiga, una chica de su clase que le caía bien y a la que quizás le tenía algo de cariño, así que de tanto en tanto se preocupaba con ella como en ese momento o cuando la defendía de su ex novio. Pero eso era todo… ¿Por qué le molestaba? Siempre había querido que el moreno dejara de fastidiarla y acosarla…
Había notado algo raro cuando lo había visto con Patricia McLaggen. Era ridículo, pero la chica que, normalmente le caía bien, ahora le parecía insoportable, especialmente después de ver cómo se había comportado los días siguientes. Pero la voz de la razón en su cabeza le repetía que Patricia no había hecho nada malo, solo había besado a James y ahora parecía estar inevitablemente enamorada del chico, aunque éste no le diera bola. Si debía sentir algo hacia ella, era tristeza porque James era malvado y había jugado con ella.
- No permitas que esa mujer te haga sentir mal, Lil. Eres la bruja más brillante que he conocido, y en cualquier otra época nadie pondría algo así en duda, pero… Bueno, lamentablemente nos tocó vivir esta época en donde ustedes son pasados a llevar sin motivo alguno y eso me indigna.
Bueno, no era malvado, pensó tras escuchar eso. Era demasiado bueno para su propio bien…
- Gracias, James – dijo sonrojada. De nuevo, sin explicación alguna, su corazón había empezado a latir más fuerte que de costumbre y se había puesto muy nerviosa ante un cumplido que, el año anterior, la habría hecho rodar los ojos exasperada -. Aun así, intenta no ser tan subversivo. Fue una suerte que McGonagall se lo haya tomado bien, pero temo que en el futuro alguien te castigue en serio por decir algo así.
- Pero esos son los castigos que valen la pena, Evans – le dijo sonriendo ampliamente.
Él dio la conversación por terminada y volvió a sentarse junto a sus amigos; algo que nunca había visto en seis años completos, cuando era ella la que tenía que escapar de él para que dejara de hablarle. James claramente no se interesaba más en ella y era mejor así. Y si ella estaba teniendo dobles pensamientos, era solo porque la había descolocado ver el cambio drástico de trato, por nada más. Obviamente no le gustaba James Potter, nunca le había gustado. Es más, hasta hacía muy poco lo había odiado con toda su alma, y si de algo servía todo aquello, era para tener una relación sana con él, de cordialidad, de buenos compañeros dentro de Gryffindor.
Pero incluso si le gustara en serio, dijo una parte de su consciencia, no era como si pudiera hacer algo. Según notaba y según le había dicho Remus, James estaba completamente enamorado de Céline y eso, más encima, era totalmente culpa de ella porque prácticamente los había presentado el año anterior. ¿Y a quién quería engañar? Según recordaba, esa chica era hermosa y era como el alma gemela de James, a diferencia de ella que no tenía nada en común con él, no era atlética ni gustaba del Quidditch…
Pero no te gusta en serio, se recordó una vez más, mientras suspiraba. ¿A quién quería engañar? Parecía que sí era así, pero jamás iba a admitirlo. Eso sería dejarse en ridículo después de tantas veces que lo humilló y le negó las citas los años anteriores al frente del resto del colegio. La única opción que veía era olvidarse de él y obligarse a estar con otra persona, si es que era necesario. Después de todo, Dave seguía rogándole que volvieran cada vez que la veía… La idea era malísima, pero no era peor que sentir cosas con James.
Cuando ya eran las doce de la noche y los ojos comenzaban a dolerles, James, Sirius, Remus y Peter decidieron que lo mejor era dejar los deberes a medias e ir a dormir. Preferían entregar su trabajo sin terminar y sacarse una nota mediocre que continuar cabeceando e intentando enfocar la vista en un pergamino que, a esas alturas, ya se les hacía borroso.
Estaban tan cansados que entraron a la habitación y sin decirse nada entre ellos, se retiraron cada uno a sus camas, demasiado cansados como para si quiera descorrer las cortinas. Peter se dejó caer sobre el colchón con dramatismo, como si no hubiese visto una cama durante tres días, mientras James y Remus comenzaban a ordenar algunas cosas para el día siguiente. Sirius se metió en su cama, pero cuando estiró sus piernas bajo las sábanas, los dedos de sus pies sintieron algo hacia el fondo…
Se puso de pie de un salto, temblando y sintiendo los latidos de su corazón golpeando con fuerza contra su nuez, con el pecho apretado por la presión y la rabia de su sospecha más obvia… Tiró la ropa de la cama hacia atrás con tanta fuerza que todo fue a parar al suelo, y ahí estaba: Keith, su lechuza, contrastando contra el blanco de sus sábanas, tiesa… Y muerta.
Los ojos se le llenaron de lágrimas sin que pudiera evitarlo, pero como ya era normal en él, se las arregló para endurecerse como una piedra inmediatamente y sobreponer su rabia a su tristeza. Las ganas de llorar pasaron a ser ganas de destrozar todo y ponerse a dar puñetazos a los muebles, o golpear a quien fuese que tuviera por delante. Cuando recordó a Regulus prometiéndole que lo ayudaría, la furia terminó de embargarlo y le nubló la cabeza y los sentidos. Toda su forma normal de pensar y de razonar abandonó su cuerpo, y solo quedó un recipiente de cólera ardiendo y exigiendo que se vengara. ¡¿Qué tan estúpido había sido para haber bajado tanto la guardia y creer de buenas y a primeras en las palabras de su estúpido hermano menor?! ¡Era igual a sus padres! No, era peor, porque le había hecho creer que lo ayudaría, le había dado una cuota de esperanza y ahora el desengaño había sido todavía más fuerte. De hecho, le había dolido. No lo podía soportar más, iba a ir a buscarlo en ese mismo instante para pagárselas con él. Quería hacerle daño, quería verlo sufrir.
Tomó su varita de la mesa de noche con decisión e hizo el ademán de encaminarse hacia la puerta de la habitación, cuando sintió que dos brazos le enganchaban los suyos desde la espalda, entre lo que parecía ser una especie de llave y abrazo al mismo tiempo. Reconocía con facilidad a James.
- ¡Suéltame, James! – bramó, furioso -. ¡Regulus me las tiene que pagar!
- ¡No te soltaré hasta que te calmes!
El intercambio de palabras hizo que Remus y Peter descorrieran las cortinas de sus camas para mirar lo que estaba ocurriendo, dándose cuenta de la situación; sinceramente, la imagen de la lechuza muerta (notoriamente hace días) no era algo bonito para nadie, así que mucho menos lo sería para su dueño, que en ese momento forcejeaba contra James con una aterradora expresión de rabia en su estado más puro en el rostro.
Remus supo que tenía que actuar.
- ¡Expelliarmus! – gritó el licántropo y la varita del moreno fue a dar lejos, rodando bajo la puerta del baño. Luego, volvió a agitar su varita en el aire y el cuerpo de Keith se evaporó en el aire como si nunca hubiese estado allí… Claro que se necesitaría mucho más que eso para que Sirius olvidara el momento en que había sentido las plumas entre los dedos de sus pies…
- ¡Sé que quieres vengarte, Padfoot, pero tienes que ser inteligente! – pidió James, recurriendo a sus últimos esfuerzos para hacer que su mejor amigo se calmara un poco -. Podemos planear algo que no implique atacarlo en medio de la noche. ¿O quieres que te expulsen?
- ¡No me importa que me expulsen! – gritó, enfurecido -. ¡Voy a matarlo!
- ¡Claro que sí te importa, piensa con la cabeza fría! – le gritó devuelta.
Sirius dejó de batallar contra el moreno y dejó caer los hombros, rendido, respirando con agitación. No había recobrado la cordura, pero había asumido rápido que, si es que era necesario, sus amigos iban a hacer rondas nocturnas para impedir que él hiciera una locura, así que no tenía caso seguir forcejeando. La mente le estaba funcionando a mil por hora y la rabia ya estaba comenzando a sobrepasarlo. Si no podía desquitarse con Regulus, tendría que desquitarse con alguien más, como con ellos, sus amigos.
No, no podía hacer eso. Se giró y terminó por darle un fuerte puñetazo a la pared de la habitación, utilizando todas sus fuerzas, sintiendo como el dolor se extendía por sus dedos hasta su codo, como si se quemara. Probablemente se había quebrado un hueso y eso ni siquiera le importó, porque a veces hasta le gustaba la sensación del dolor físico. En ciertas circunstancias, incluso le hacía sentir vivo y en ese caso en particular, era lo único que podía calmarlo un poco…
- ¿Estás bien? – preguntó Remus finalmente. Peter, a su lado, miraba todo demasiado impactado, con sus ojos yendo frenéticamente de un lado a otro -. ¿Necesitas que arregle tu mano?
- Sí – reconoció de mala gana, sintiéndose más patético que nunca. Estiró su mano adolorida hacia su amigo, quien con un hechizo rápido le curó los huesos rotos, y luego se cruzó de brazos -. Pero no podrán evitar que me desquite con Regulus. Porque lo voy a matar – anunció a sus amigos como si nada -. Le reventaré una bludger en la cabeza y no me importa si me expulsan. No me importa si lo mato.
- ¿Cómo sabes que ha sido Regulus? – preguntó James. No se quería poner a defender al diablo, pero eso tenía más pinta de ser una venganza de sus padres que de su hermano menor…
- ¡Porque el otro día fui a hablarle! ¡Fui a pedirle ayuda! – vociferó, sintiendo también parte de la culpa por haber puesto a la lechuza como blanco -. ¡Y Keith se ve como si…! Como si la hubieran matado justo ese día – terminó por decir -. Es obvio que ha sido él y ha utilizado la oportunidad para congraciarse con mis padres.
- ¿Crees que Regulus realmente sería capaz de hacer algo así?
Hasta el día en que había hablado con él, en el campo de Quidditch, ciertamente no lo había pensando pero estaba claro que se había equivocado. Su hermano era igual o peor que sus padres, cruel y diabólico. Le había mentido en la cara, nunca iba a olvidar eso. Nunca iba a olvidar que le había dicho que le ayudaría, lo había hecho sentirse vulnerable confesándole que quería a su lechuza porque lo consideraba un compañero… Seguramente ese mismo día les había enviado una carta al Grimmauld Place, burlándose… Lo odiaba. Lo odiaba igual o tanto más que al resto de ellos, todos los Black.
- Por supuesto que es capaz – escupió con amargura -. De esto y de cosas peores.
- ¿Cómo sabes que no fue Kreacher? – preguntó Peter.
- No, las medidas de protección de Hogwarts se intensificaron desde que pasó lo de Escorpión el año pasado, y ahora hay muchos sortilegios para evitar que un elfo doméstico ajeno al castillo entre – aclaró Remus. Era una de las cosas que le habían explicado a todos los prefectos a inicios de año.
- Exacto, y si Kreacher no puede aparecerse aquí, Regulus tuvo que haber entrado a nuestro dormitorio a colocar la lechuza en mi cama – explicó el moreno con amargura -. Incluso si fueron mis padres quienes la mataron, fue él quien les avisó y luego ayudó a armar todo esto.
- Podemos ver eso mañana, ¿de acuerdo? – pidió James dándole una mirada de reojo a todos sus amigos. No necesitaban ponerse a barajar las opciones sobre cómo Regulus se había colado en su habitación y provocar otra oleada de ira en su mejor amigo -. Creo que Sirius necesita dormir ahora y nosotros también.
- ¡Yo no pienso dormir ahí! – exclamó mirando su propia cama con asco.
- Claro, claro. – Era del todo lógico que no quisiera hacerlo, pues incluso a James no le hacía gracia después de haber presenciado aquella macabra jugarreta de los Black en contra de Sirius, pero tenía que ofrecerse y pretender que estaba bien. – Duerme tú en mi cama y yo dormiré en la tuya.
Sirius descorrió las cortinas de la cama de James y desapareció detrás de la tela color escarlata sin decir palabra.
En ese momento, el moreno de cabello desordenado se sacó las gafas y se fue a acostar en el otro colchón de mala gana, pero antes de cerrar los ojos, cruzó una mirada preocupada con Remus, que fingía muy bien que iba a poder dormir con normalidad aquella noche. Ambos sabían, muy en el fondo, que los Black se habían tardado en salir con una artimaña sucia y nada les podía asegurar que aquella no fuese solo la primera de varias...
N/A: Bueno, esta será la primera vez que ponga una nota de autor a final del capítulo para pedir perdón si es que me pasé jajajajaja Creo que la influencia de El Padrino está demasiado latente en mi persona y desde que la lechuza quedó en manos de los Black me imaginé algo así de macabro. En fin, eran tiempos oscuros los de la primera guerra y supongo que usar a un pájaro para asustar a un desertor de la familia no era algo tan descabellado para quienes decapitaban elfos y colgaban sus cabezas en la sala de la casa XD ¡Gracias por leer a todos!
