N/A: ¡A todos los que leen, gracias! ¡A nuevos seguidores, bienvenidos! Hoy, más que nombrarlos uno por uno, quiero decirles a todos que por favor SE CUIDEN DEL CORONAVIRUS!

14

El secreto de Remus

El estadio de Quidditch fue vaciándose rápidamente a medida que la tormenta eléctrica empeoraba. Los profesores, además de los alumnos de Ravenclaw, Slytherin y Hufflepuff regresaron al castillo – los últimos desanimados y derrotados –, para refugiarse del mal tiempo. La casa escarlata y dorada, en cambio, hacía su regreso triunfal a la cálida sala común para comenzar su ruidosa y escandalosa celebración. No sería difícil, considerando que más de algún estudiante había ingresado alcohol a Hogwarts de manera poco ortodoxa tras regresar de Hogsmeade el fin de semana anterior a ese.

Para mitad de la tarde, no era ninguna novedad que más de algún alumno tuviera ya sus mejillas coloradas, sobre todo, si se tenía en cuenta de que muchos estudiantes habían preferido continuar la celebración en la sala común en vez de bajar a almorzar, manteniéndose con los estómagos vacíos. Todos querían saber si Wilberforce Pipel le había dicho algo a James tras ver sus brillantes movimientos y jugadas en el partido, o si tal vez le había dedicado alguna sonrisa obvia o cualquier gesto de aprobación… Pero, el veedor de la selección oficial de Quidditch de Inglaterra se había parado del palco tan pronto como el juego había terminado, y se había marchado sin siquiera mirarlo. ¡Nada!

James no sabía si era lo normal o si debía tomarlo como una mala señal…

- Probablemente solo estaba harto de la lluvia – lo consoló una coqueta chica de séptimo llamada Helen Chambers.

- Sí, probablemente – respondió casi de forma automática, sin darle demasiada importancia, mientras bebía rápidamente su cerveza de mantequilla. Como tenía su cuerpo y su ropa completamente mojados por la lluvia, era lo único que lograba reconfortarlo un poco y lo hacía entrar en calor.

A su lado, por supuesto, se encontraban sus mejores amigos celebrando el triunfo junto a él. Sirius y Peter discutían el momento en que la bludger casi le dio de lleno en la cara a Olivia Griezman, riéndose con ganas. Al lado de ellos, Remus se encontraba absorto y algo aprehensivo; esa misma noche habría una nueva luna llena y tendrían que salir, transformados, a deambular por el Bosque Prohibido. No creía que fuese muy buena idea que sus amigos estuviesen borrachos a la hora de cambiar su forma humana por una forma animal, ni mucho menos que salieran así…

- Chicos, recuerden que esta noche nos transformamos – Remus se les acercó y les habló en susurros para que nadie más pudiese oír.

- Solo una cerveza – prometió Sirius, mientras los otros dos asentían.

Una hora más tarde, ninguno de los tres chicos había cumplido la promesa y el alcohol comenzaba a hacerles efecto. Ver a Peter caminando de manera graciosa hizo que Remus finalmente decidiera que lo mejor sería ir solo a la Casa de los Gritos y transformarse como en los viejos tiempos: sin la compañía de sus amigos. Solo pensarlo hizo que un escalofrío le recorriera la espalda, asumiendo que esa noche volvería a morderse y a arañarse hasta destruir su propia piel… Quizás pasaría dos días completos recuperándose en la enfermería para que nadie viera sus heridas. No podía negar que desde que sus amigos se habían transformado en animagos, todo era más sencillo para él, pero ahora tendría que regresar a…

Palideció.

Dumbledore se había ido del castillo y Caecilia Greengrass era la nueva directora, por lo que haría uso del despacho en donde se encontraba la información personal y académica de todos los alumnos, incluyéndolo a él y su especial condición de hombre lobo que hasta el momento había permanecido en total secreto. Una mujer tan fanática de la sangre pura como ella obviamente no estaría contenta con enterarse que entre sus alumnos había un hombre lobo que compartía clases con su propia hija. ¡Cómo no lo había pensado antes! Greengrass pondría el grito en el cielo y lo expulsaría inmediatamente, revelando de paso su secreto a toda la comunidad mágica. Además, tendría el argumento perfecto para terminar de arruinar a Dumbledore, cuestionando su criterio ante los apoderados y ante el Ministerio…

- ¡Lily! – llamó, divisándola a lo lejos y yendo rápidamente hacia ella. Incluso la colorina bebía hidromiel, y pese a que lo hacía con bastante más prudencia que cualquiera de sus amigos, también tenía sus mejillas sonrojadas -. Necesito hablar a solas contigo, es urgente. - El licántropo estaba tan nervioso y apurado que no cayó en cuenta de que Lily estaba hablando con Mary McDonald, su ex, hasta que la tuvo en frente y notó la incomodidad en el rostro de la chica.

Lily le dio una mirada a modo de disculpas a su acompañante y se apartó junto con Remus para poder tener algo de privacidad y hablar de lo que fuese eso tan urgente. La sala común estaba tan atestada de alumnos que era difícil encontrar un espacio en donde estar relativamente separados del resto, pero, la buena noticia era que todos estaban demasiado felices y enfrascados en la celebración como para que les importara una conversación entre dos prefectos de sexto año…

- Lily, ¿sabes si Greengrass ya está utilizando la oficina de Dumbledore?

- Sé que se cambiaba esta tarde, después de almuerzo. ¿Por qué lo preguntas?

Remus colocó una expresión de rabia contenida por no haber pensado en todo aquello antes y le dio tres puñetazos al borde del sillón que estaba más cerca de ellos para desahogarse, mientras su amiga le miraba desconcertada. Luego, Lily también cayó en cuenta de lo que ocurría y se llevó las manos a la boca, preocupada y dándose cuenta de que justo en ese preciso instante, la nueva directora podía estar enterándose de la condición de licantropía de Remus.

- Mierda.

- No ha pasado mucho desde la hora de almuerzo – puntualizó el chico, con un poco de optimismo, mientras miraba su reloj de muñeca -. Recién debe estar ordenando sus cosas… No hay ningún motivo para que lo primero que haga sea leer mi expediente, ¿verdad? – La colorina asintió y Remus le hizo un gesto para que lo siguiera.

En el otro extremo de la habitación, James y Sirius se mantenían siendo el centro de atención de un grupo bastante grande de alumnos que, como ya era costumbre, escuchaban muy entretenidos las historias del par de amigos. Quienes más atención prestaban a ambos jugadores de Quidditch eran las chicas. El de lentes ya se había dado cuenta de que Helen le estaba coqueteando con claras intenciones de terminar esa velada en algo más que una amena conversación, y a su lado, Sirius iba aún más rápido, ya habiendo besado nuevamente a Allie Hamond, y con sus manos bajando cada vez más por la espalda de la castaña…

- ¿Y qué ha ocurrido con Patricia McLaggen? – le preguntó Peter a James.

- Dejó de hablarme desde que me fui del baile de Slughorn sin avisarle – le respondió el aludido, aguantándose la risa y sin sentir nada de culpa recordando ese pequeño detalle -. Supongo que ahora me odia. – Comenzó a reír de verdad cuando escuchó a su mejor amigo haciéndole propuestas indecorosas a Allie justo al lado de él -. Cielos, Sirius, ¿por qué no se buscan una pieza?

- Oye, tú.

Antes de que Sirius pudiera contestarle algo a James, la voz de un tercero salió de atrás del grupito de alumnos que los rodeaba. Fabian Prewett, el pelirrojo delegado, se abrió paso y llegó hasta donde se encontraban, cruzado de brazos. Atrás le seguía su gemelo idéntico, Gideon Prewett, cual guardaespaldas.

Sirius levantó la vista sin ningún interés, pero no pudo dejar de notar que el alumno de séptimo no se veía nada bien; estaba notoriamente fastidiado y borracho… Solo podía suponer que se trataba de celos por McKinnon, aunque aún ni siquiera pasara algo entre ellos. No pudo evitar sonreír con desdén y arrogancia, externalizando la sensación de triunfo que sentía por dentro al ver a su antiguo rival de chicas en ese estado.

- Te estoy hablando a ti, Black – repitió el chico al no recibir respuesta.

- ¿Qué quieres? ¿No ves que estoy ocupado?

- Marlene me contó que la has estado molestando – dijo enojado. James notó que Gideon no lucía muy contento, rodando los ojos exasperado y seguramente avergonzado de que su hermano estuviese armando un alboroto en frente de todos por una chica.

- Yo no he molestado a nadie.

- Ah, ¿no? ¿Acaso no le mandaste un papelito para hacer que saliera a las tres de la mañana a reunirse contigo? – lo interrogó en un tono alborotador.

Lamentablemente para él, no lograba intimidar a nadie, aunque se esforzara por hacerlo. Como cualquier hombre ebrio y despechado, lo único que conseguía era que el resto se entretuviera a costa de él y que la gente compartiera miradas cómplices y burlescas. Sirius, por su parte, ni siquiera tomaba en serio. Le dio un vistazo de arriba abajo, decidiendo si sentía lástima por el chico, o si debía seguir provocándolo y dejándolo en ridículo…

- Yo creo que te molesta que McKinnon haya preferido ir a encontrarse conmigo a las tres de la mañana en vez de ir contigo al baile de Slughorn. - Se escuchó un generalizado "uuuh" y unas risitas aisladas por parte de quienes se encontraban allí.

Sirius sintió cómo Allie se desprendía de su abrazo con rapidez tras oír esa revelación, pero no le importó demasiado. Ver la cara crispada de Prewett en ese momento valía más que cualquier cosa, incluyendo perder a su conquista del día.

El delegado sacó su varita en un movimiento repentino, pero lejos de amedrentar a su oponente, lo hizo reír. Estaba tan acostumbrado a pelearse de a puñetazos, como los muggles, que casi había olvidado que la gente estirada como los Prewett preferían los duelos con varitas…

Esos también los solía ganar sin mayor problema.

- Prewett, por favor. ¿Vas a atacarme?

- Ya, vámonos. – Gideon colocó una mano sobre el hombro de su hermano para hacerlo entrar en razón, pero este se lo sacudió con un movimiento brusco y se quedó en su lugar, como barajando sus opciones.

- Más te vale que no te vea cerca de ella de nuevo – le advirtió.

- Chúpamela, imbécil.

- ¡¿Qué has dicho?! – preguntó amenazador, mandíbula rígida y acercándose otro poco hasta donde estaba él.

- Dijo que se la chuparas, pero pueden conversarlo en otro minuto – se metió un irreflexivo y presuroso Remus Lupin, para la grata sorpresa de sus tres amigos e indignación de Prewett -. Tienen que venir conmigo, ahora.

No sabían de qué se trataba, pero bastaba con mirar a Remus para entender que era algo importante, así que dejaron sus vasos sobre la mesa y todo lo que estaban haciendo, para partir detrás de él hacia la salida de la sala común. Una vez que se acercaron al inicio del túnel se les unió Lily, que tenía la misma expresión seria y apresurada que el licántropo, volviendo toda la situación aún más intrigante.

- ¡Lupin! ¡Esto es entre Black y yo! – gritó Fabian furioso, viendo como los cuatro Gryffindor se iban dejándolo con la palabra en la boca -. ¡LUPIN! ¡ESTO NO SE QUEDARÁ ASÍ!

- Muy bien, hermanito, ya fue suficiente. – Fue lo último que alcanzaron a escuchar antes de que el retrato de la Dama Gorda se cerrara detrás de ellos, dejándolos salir al pasillo.

Todavía no atardecía y quedaban varias horas para la transformación de Remus, así que ninguno entendía por qué el castaño estaba tan apurado por dejar la sala común y mucho menos, por qué Lily Evans los seguía tan de cerca. Sirius no podía dejar de reconocer que le hubiese encantado quedarse provocando y burlándose de Fabián un poco más antes de tener que ir a la Casa de los Gritos.

- Tenemos que meternos en la oficina de Dumbledore – les informó Remus.

- ¿Ahora? ¡Estoy super ebrio! – reclamó James.

- Greengrass acaba de tomar la oficina para ella. Es cosa de tiempo para que se le ocurra revisar nuestros expedientes y vea que soy un hombre lobo.

James, Sirius y Peter parecieron recobrar toda sobriedad tras escuchar eso. No había que ser exagerado para saber que la nueva directora iba a irse de cabeza a analizar los expedientes de ellos cuatro, siendo los alumnos que más odiaba en Hogwarts. Tenían que actuar inmediatamente y conseguir hacerse con el expediente de alumno de Remus antes de que la luna llena se posicionara sobre Hogwarts, tan solo unas cuantas horas más tardes. Pero ¿cómo sacarían a Caecilia Greengrass de su oficina si es que ya se encontraba allí?

- Solo hay una cosa que la hará salir inmediatamente – dijo Lily con expresión reflexiva. Luego, anunció muy decidida -: Tengo que meterme con Violenta. Eso les dará tiempo a ustedes para entrar.

- Evans, nunca te has metido con nadie en tu vida, déjale esto a los que saben. – la contravino James.

- ¿Y qué se supone que harás exactamente? – inquirió la pelirroja, pero ya era demasiado tarde, pues James había echado a correr por el pasillo. Suspiró irritada -. ¿Es que ni siquiera le preocupa que le quiten la posibilidad de jugar Quidditch ahora que lo viene a ver ese tipo de la selección? ¡Debió dejármelo a mí!

- Está ebrio, ¿qué esperabas? – dijo Peter.

- Me conmueve que Evans se preocupe tanto por James, que hasta quiera hacer las travesuras en su nombre – dijo Sirius.

La muchacha chasqueó su lengua y lo miró con enfado, pero parecía que no había sido capaz de idear una respuesta rápida e ingeniosa ante esa acusación, así que no dijo nada y se contentó con ver la deslumbrante sonrisa victoriosa de Sirius, mientras pensaba si había sido demasiado obvia al intentar protegerlo.

- Vamos, tenemos que ver cuando Greengrass deje su oficina. – El pedido de Remus trajo a los otros tres chicos de regreso a la realidad, y comenzaron a avanzar rápidamente por la misma dirección que había tomado James minutos antes.

En menos de diez minutos bajaron hasta el segundo piso, en donde se encontraba el corredor de la gárgola y, por ende, la entrada oculta al despacho del director. Esa entrada no era nada secreta para los merodeadores considerando que desde el primer año habían terminado sentándose allí numerosas veces para recibir castigos. Y Lily, en su rol de prefecta, también había tenido el privilegio de sentarse en un par de ocasiones frente al director, pero por motivos completamente diferentes.

Se escondieron al inicio del despejado pasillo, tras el macizo pilar de cemento en donde ya se encontraba encendido un agradable fuego que alumbraba y calentaba. Los enormes ventanales de los lados no ayudaban a iluminar, puesto a que la tormenta había empeorado con el paso del día y solo se veía un manchón grisáceo lleno de gotas de agua que golpeaban el vidrio.

Allí esperaron un buen rato, intentando mantener silencio. Remus no dejaba de mirar en todas direcciones, impaciente y crecientemente nervioso. De tanto en tanto, Sirius le daba un codazo. Lily era quien más rara se sentía, pues tenía el presentimiento de que esos tres chicos estaban más que acostumbrados a hacer cosas así, pero en el caso de ella, era una novata… Y estando al tanto de lo que sentía su nueva directora por los hijos de muggles, sabía que si la descubrían estaría en un gran aprieto.

Finalmente sintieron pasos amortiguados, como si alguien estuviese corriendo mientras arrastraba los pies, y vieron al señor Filch llegando a la entrada del despacho de Greengrass, luciendo histérico y molesto.

- ¡Señora directora! ¡Señora directora! – gritó, aunque obviamente la mujer no podía escucharlo desde fuera. Tras decir la contraseña, subió al despacho, y en poco tiempo, los vieron saliendo juntos y con paso apresurado. La subdirectora le hacía preguntas a Filch con expresión molesta, y se fueron por donde mismo había llegado el celador antes.

Remus salió de su escondite y caminó con paso decidido para hacer la segunda parte del plan, agradeciendo internamente que James hubiese tardado tan poco en llamar la atención de la mujer… Le debía una muy grande a su mejor amigo, pues sería la cara visible de toda aquella jugarreta, y probablemente el único perjudicado. Teniendo en cuenta todo lo que tenía en juego ahora que Pipel iba a observar sus partidos, James tenía mucho que perder si decidían castigarlo… Rogó interiormente que no hubiese ido tan lejos en hacer lo que fuese que estaba haciendo para llamar la atención de Greengrass, pero habiendo visto lo rápido que salió de su despacho junto a Filch, no estaba tan seguro de que fuera algo de bajo perfil.

Y como si su peor temor acabase de ser confirmado, justo en ese momento se escuchó proveniente desde el primer piso, un potente sonido similar a una enorme vitrina quebrándose. Todos se miraron algo asustados mientras el último eco del sonido llegaba hasta sus oídos…

- Eso sonó exactamente como un reloj de vidrio gigante quebrándose – murmuró Sirius, debatiéndose entre la preocupación y la risa -. Parece que Prongs se está mandando la actuación de la vida.

- No es gracioso, Sirius – lo retó Lily, cada vez más preocupada. Deseaba que Sirius no tuviera razón, pero estaba segura de que era cierto. James acababa de destruir uno de los cuatro relojes gigantes que acumulaban los puntos de las casas.

Otro fuerte sonido retumbó entre las paredes, de nuevo como si un gran vidrio acabara de hacerse trizas en el suelo. Esta vez, prestando un poco más de atención, hasta pudieron escuchar los cientos de piedritas que equivalían a los puntos de la casa, desparramándose y rebotando contra el suelo.

Remus comenzaba a sentirse cada vez más intranquilo, y recordó que James estaba haciendo todo eso para darles tiempo a ellos. Sin pensar más, dijo la última contraseña que conocía para poder subir al despacho de Greengrass, rogando porque no la hubiesen cambiado.

- ¡Ringorrango!

A penas esas palabras salieron de su boca, la rígida estatua dorada con forma de gárgola alada que custodiaba el despacho del director comenzó a rotarse sobre su propio eje para dar paso a una escalinata escondida. Remus, seguido por sus amigos, ya había colocado uno de sus pies en el primer escalón cuando sintieron pasos marcados tras de ellos.

Creyendo que los habían descubierto, se giraron temerosos y se encontraron con el profesor Hassel Rivaille caminando a paso decidido hacia ellos. Los cuatro chicos no pudieron evitar colocar expresiones de espanto al verlo.

- La directora no se encuentra en este minuto.

- La esperaremos arriba – respondió el castaño con un tono algo falto de respeto, mientras se disponía a continuar su camino, pero antes de que pudiera hacer cualquier cosa, Rivaille agitó su mano y la escalinata comenzó a girar nuevamente y en sentido contrario, esta vez para cerrar el paso -. ¡Qué cree que está haciendo! – Lily le miró sorprendida al escucharlo hablarle así a un profesor, pero a éste pareció no importarle demasiado.

- Los vi esperando a que la directora saliera de su oficina, allí atrás.

- No es lo que parece – se apresuró a decir Peter.

- Es exactamente lo que parece – lo contravino Remus, que lucía cada vez más impaciente. Se giró a verlo notoriamente molesto de que la entrada se cerrarse, y dio un paso hacia su profesor -. No puedo decirle por qué, pero créame, necesito entrar ahí y seguramente usted estaría de acuerdo si…

- No me interesan sus necesidades, Lupin. No es correcto irrumpir en la oficina del director de la escuela. Síganme.

- ¿A dónde?

- A mi despacho, para que hablemos de su castigo.

La orden fue recibida por un coro de reclamos, suplicas y protestas por parte de los cuatro chicos, que hablando todos al mismo tiempo – y rápido, debido a la situación desesperada en la que se encontraban – no lograron hacerse entender. Mientras el hombre de piel mate se les quedaba mirando impertérrito, Remus alzó la voz para hacerse notar.

- ¡Es que no podemos! No puedo… - Se corrigió -. Tengo que entrar allí.

- No te estoy preguntando, Lupin. Avanza – lo calló.

- Profesor, no imaginaba que fuera un lamebotas de la directora – atacó Sirius con provocativa frialdad, logrando hacer que al menos por un momento su profesor de Defensa contra las Artes Oscuras desistiera de caminar y lo mirara fijamente. Al final, Rivaille sonrió de medio lado.

- Camina, Black. Iremos a mi despacho.

- ¡Usted no entiende! – exclamó Remus, esta vez ya más enojado. No podía perder la oportunidad de salvar su pellejo por culpa de ese entrometido profesor, ni tampoco permitir que James estuviese arriesgándose a un castigo colosal por nada -. ¡Soy un hombre lobo! ¡No voy a dejar que esa mujer lo sepa!

La revelación fue seguida de un silencio sepulcral de miradas tensas. Los cuatro creían que aquella confesión bastaría para hacer que su profesor se pusiera de parte de ellos y les permitiera entrar a la mala. Fue una sorpresa desagradable cuando el atractivo hombre estiró su mano hacia el pasillo, dándoles a entender que debían continuar caminando hacia su oficina.

- No les va a gustar si me hacen tener que volver a repetirlo.

Esta vez supieron que hablaba en serio, así que apesadumbrados y molestos comenzaron a caminar hacia el tercer piso, aguantando las ganas de quejarse y en el caso de Remus y Sirius, hasta de enfrentar al profesor. El castaño hubiera saltado sobre él… Pero la lógica le recordaba que ya sería suficiente con que lo expulsaran de Hogwarts por ser un hombre lobo. No había necesidad de añadir el cargo de "asalto a un profesor" a sus antecedentes de vida…

Llegaron hasta el salón de Defensa contras las Artes Oscuras, que se encontraba desierto y silencioso, y lo atravesaron para comenzar a subir la escalera de mármol hasta llegar a la oficina personal del profesor. El pequeño salón estaba atiborrado de baúles, maletines y cajas con gruesos candados, como si Rivaille nunca hubiese desempacado desde su llegada al castillo, o como si tuviera más cosas de las que utilizaba. En cualquier otra ocasión, hubiesen sentido mayor curiosidad por varios de los objetos que veían en la oficina, pero en ese minuto todos se encontraban demasiado frustrados y rendidos como para que les importara…

- ¿Un té? – preguntó despreocupadamente.

- ¡Profesor! - El licántropo no pudo aguantar más y terminó por golpear la mesa con ambas manos -. ¡Necesito que me tome en serio!

- Lo tomo muy en serio, señor Lupin – respondió, tomando asiento tras su escritorio con toda calma -. Me extraña que piense que Dumbledore se iría de aquí dejando cosas al azar -. El hombre de ojos esmeralda abrió una gaveta desde la mesa y sacó un expediente desgastado -. Como puede ver, su secreto está a salvo.

- ¿Qué?

Remus se acercó y abrió la carpeta con algo de desconfianza, para encontrarse con toda su información estudiantil organizada y segura. Sintió como si respirara por primera vez en horas, y si una carga muy pesada que llevaba en los hombros acabara de desaparecer. Pero a la vez, significaba que James estaba destruyendo los relojes de vidrio y metiéndose en problemas por nada.

- A Dumbledore le importaba dejar a sus alumnos protegidos. A todos – aclaró, mirándolo fijamente -. No crea que usted es el único que tiene algo que esconder. Greengrass solo tiene expedientes falsos de todos sus alumnos, dúplicas.

- Entonces, ¿usted ya sabía que yo… Soy un hombre lobo?

- No es algo que le puedas esconder a un profesor decente de Defensa contra las Artes Oscuras – comentó sin mucho interés -. Si no tienes más dudas, prefiero guardar esto.

Rivaille tomó el expediente y volvió a guardarlo mientras Remus lo seguía con a mirada, taciturno y reflexivo. Estaba acostumbrado a que la gente por lo menos lo mirara con lástima al discutir el tema de su licantropía, o que tuviera alguna reacción (fuese cual fuera), pero a la fecha nunca se había encontrado a alguien que fuese tan apático al respecto. Había tenido clases con él durante meses y nunca había demostrado de ninguna manera que sabía su condición.

- Está demás decir que esto no lo puede saber nadie – continuó con una expresión mucho más seria -. Dumbledore confía en que estos expedientes estén a salvo, y para eso, Greengrass no debe saber que yo los tengo. ¿Estamos de acuerdo? – Los cuatro alumnos asintieron con la cabeza -. ¡Bueno! Si nadie va a querer un té, les agradecería que se fueran. Excepto tú, Black. Tú quédate.

Lily y Peter miraron al más alto con intranquilidad. Era obvio que el hombre no iba a dejar pasar lo que Sirius le había dicho en el corredor de la gárgola, minutos antes, pero tenían la esperanza de que lo hubiese entendido al saber de qué se trataba tanta histeria por parte de los chicos. Después de todo, el comentario malintencionado de Sirius solo había sido la desesperación de alguien que intentaba proteger a su amigo…

- Profesor, todo lo de hoy ha sido culpa mía – comenzó a explicar Remus -. Yo involucré a los chicos en esto. No tiene por qué pedirle a Sirius que—.

- ¿Dónde está el señor Potter? – lo interrumpió, dándole a entender que había alguien que necesitaba más ayuda que Sirius en ese momento.

- Sí, Remus, ¿a dónde está? – preguntó el crespo mientras le guiñaba un ojo y le hacía saber que no le molestaba quedarse allí, siendo castigado, y que era más importante que fueran a compartir algo de responsabilidad con James por romper los relojes de puntos, repartirse el castigo de alguna forma que fuese, o sino el de gafas podía hasta terminar expulsado…

Así que el castaño salió, siendo seguido por Lily y Peter, quienes se aseguraron de darle una última miranda de simpatía antes de cerrar la puerta.

Cuando los tres muchachos llegaron al primer piso, se encontraron con el caos que habían imaginado: Esmeraldas, zafiros, rubíes y diamantes desparramados por todo el suelo, junto con fragmentos de vidrio por todo el vestíbulo. Los alumnos de las cuatro casas se arrimaban para ver algo de la destrucción, mientras Filch hacía una mínima contribución por arreglar el desorden con una pala y una escoba.

Parecía que Caecilia Greengrass, quien se encontraba en una esquina junto a la profesora McGonagall, estaba a punto de reventar por la rabia. Pero la jefa de la casa Gryffindor estaba muy relajada, y la miraba hasta con gracia, lo que llamó la atención de Remus, Peter y Lily. Tras una mirada apresurada a su alrededor, se dieron cuenta de que James se comía una manzana verde de manera despreocupada entre los demás alumnos que se encontraban chismoseando.

- Caecilia, le digo que todos hemos querido deshacernos de Peeves alguna vez, pero viene con el castillo – le explicó la subdirectora de manera sencilla.

- ¡No esperarás que crea que al poltergeist se le ha ocurrido todo esto por sí solo!

- Oh, Peeves es muy capaz. No me extrañaría que esta sea su forma de darle la bienvenida. No le de mayor importancia.

La estirada mujer sacó chispas por los ojos ante el último comentario, sabiendo que la profesora McGonagall lo había dicho apropósito para provocarla. Pero ella estaba convencida de que había algo más detrás de todo aquello… Todo era demasiado sospechoso y no se fiaba de ninguno de esos alumnos rastreros y traviesos que, desde que Dumbledore había llegado a la dirección, hacían lo que querían.

Agitó su varita y rápidamente todo comenzó a volver a su lugar. Las piedras preciosas de colores se levantaron en el aire, se separaron y retomaron su lugar dentro del cada reloj correspondiente, los cuales se unían y se armaban en el aire como si se tratara de un enorme rompecabezas de vidrio, hasta que quedaron intactos como si jamás se hubiesen quebrado. Furiosa, dio media vuelta y se fue lanzando amenazas al aire, siendo seguida por Filch con su pala y escoba, y al ver que no quedaba más del espectáculo, hicieron lo mismo la mayoría de los alumnos.

Remus, Lily y Peter comenzaron a acercarse a James de manera disimulada, pero se quedaron a un lado tras ver cómo la profesora McGonagall caminaba a paso decidido hasta donde se encontraba el moreno.

- Sé que convenciste a Peeves de hacerlo, Potter. – La mujer sonaba más como una madre preocupada que como una profesora enojada, y aunque James sabía que estaba a salvo de un castigo o de un reto, no podía evitar sentir que la estaba decepcionando -. No sé qué por qué lo hiciste, pero no puedo seguir cubriéndote la espalda para siempre.

- ¿Por qué me cubrió la espalda? – preguntó con genuina curiosidad.

- Porque esa mujer va a aprovechar cualquier oportunidad para expulsarte. – se acercó más a él para que nadie más pudiera escuchar -. Greengrass no va a hacer la vista gorda como Dumbledore o como yo… No la subestimes.

- Lo sé. Gracias, profesora.

- Ten cuidado, Potter. Sabes que te puede quitar el equipo de Quidditch también, y eso para ti, puede significar tu futuro.

Le dio una palmadita en el brazo y se fue con parsimonia hacia el Gran Comedor, en donde pronto sería la hora de la cena. James soltó un gran resoplido tras darse cuenta de que estaba a salvo, pero antes de relajarse totalmente necesitaba saber si Remus había conseguido robar el expediente desde el despacho, o nada de eso habría servido.

Remus, Peter y Lily se acercaron a él con rapidez para ponerlo al tanto.

- ¿Y bien?

- Todo está a salvo – le aseguró el más alto.

Lo pusieron al día sobre el encuentro con Rivaille y cómo éste había tenido órdenes anteriores de Dumbledore para proteger los expedientes de algunos alumnos desde antes que Greengrass si quiera se apersonara en el despacho del director para hacer uso de su nuevo cargo. Y de esta forma, también le contaron que Sirius estaba siendo castigado por haberle faltado el respeto al profesor. James aprovechó de contarles que había logrado convencer a Peeves de hacerse cargo de la destrucción de los cuatro relojes de vidrio, sin tener que ensuciarse las manos él mismo. Sabía que el poltergeist se la cobraría algún día, pero se preocuparía por ello luego.

- ¿Ves, Evans? Te hubieras metido en un problema con Violenta por nada.

- Y tú, Potter, no tenías cómo saber que Peeves te salvaría el pellejo. ¿Ibas a arriesgarte de todas formas?

- ¿Por qué? ¿Te preocupa?

- No me gustaría que le dieras el gusto a Greengrass, solo eso – replicó altanera.

- Ya veo – dijo sonriendo disimuladamente.

- Lo bueno es que los profesores están de nuestro lado – observó Peter, mientras los cuatro empezaban a emprender regreso a la sala común de Gryffindor -. Rivaille y McGonagall, al menos.

- Sí, así es. Pero no podemos bajar la guardia – respondió Remus, mucho más prudente -. Esa mujer esperará pacientemente para expulsarnos… Y hoy día pudimos darle un par de razones para que lo hiciera. – Se detuvo en su lugar y, en consecuencia, también lo hicieron sus amigos -. Gracias, chicos. Todos se arriesgaron por mí…

- No es nada, Remus – dijo Lily desordenándole el cabello.

En el tercer piso, un colaborativo Sirius Black tomaba asiento frente al profesor Rivaille. Tras saber que Dumbledore le había encargado la misión de ocultar los expedientes, y que supiese de la condición de Remus sin cambiar su trato hacia él, su simpatía y respeto por el profesor de Defensa contra las Artes Oscuras había aumentado con creces. Sin duda se había precipitado al llamarlo lamebotas…

- Black, tenemos que hablar y no quería que los demás escucharan. – El joven de ojos grises asintió, asumido del castigo que se le venía -. Como ya te enteraste, Dumbledore me dejó algunas órdenes para mantener un poco de control en el caos que podría significar tener a la secretaria del Ministro como directora.

- ¿Claro? – respondió confundido por el giro de la conversación.

- No voy a entrar en más detalles, pero creo que deberías estar al tanto de esto.

Rivaille levantó su mano en el aire con un gesto breve y firme. Un cajón de una pequeña mesa que se encontraba al fondo de la sala se abrió y un sobre arrugado saltó directo al escritorio principal en donde se encontraban sentados. Sirius se dio cuenta de que el sobre estaba dirigido a Caecilia Greengrass, pero el sello de cera color verde esmeralda y brillante que la cerraba ya estaba roto…

El profesor se la alcanzó al alumno, quien giró el sobre y no fue necesario que leyera el nombre del remitente, porque reconocía a la perfección la caligrafía de su perversa madre... No podía ser nada bueno, así que se apresuró en leer.

Caecilia:

Veo que finalmente has logrado los avances esperados en Hogwarts. Las familias de bien estamos contando contigo para que lleves al colegio a su segunda era de esplendor a la par de todo lo que está ocurriendo aquí afuera. Mi hijo Regulus me ha señalado que este año entraron más alumnos sangre sucia que en cualquier otro año anterior. En pleno apogeo del purismo de sangre, esto me parece una provocación por parte de Dumbledore que no podemos permitir.

Sé que harás un buen trabajo limpiando Hogwarts de todos aquellos que no merecen ser llamados magos. Como una de las familias benefactoras más importantes de Hogwarts, junto con esta carta te hago envío de una generosa donación para que pongas en práctica las nuevas políticas de la escuela. Solo te pido a cambio un pequeño favor.

Como estás al tanto, el hermano mayor de Regulus se encuentra actualmente estudiando en Hogwarts, en la casa Gryffindor. No es ninguna novedad para ti a estas alturas, que mi primogénito renunció a la familia Black y a los ideales de la sangre pura. Está totalmente perdido y temo que sea un peligro para la comunidad. Es por esto que la educación de Sirius debe cesar lo antes posible, y ahora que no está el amante de niños como director, no veo ningún motivo por el cual no pueda ser expulsado. Sé que lo entiendes y que encontrarás una buena razón para sacarlo cuanto antes de Hogwarts.

Si te queda cualquier duda o te parece que el donativo es insuficiente, podemos discutirlo con mayor detalle durante la fiesta de navidad en casa de los Lestrange.

Atte.

Walburga Black.

Cuando Sirius terminó de leer, levantó su rostro y cruzó una mirada con Rivaille, que estaba esperándolo pacientemente para conversar acerca del asunto. Al profesor le preocupaba la reacción del chico ya que, aunque en clases siempre demostrara ser muy independiente y hasta narcisista, él sabía lo complicado que podía ser irse de casa y cortar con la familia, habiendo pasado por una experiencia similar en su infancia.

- Señor, si usted tiene la carta… ¿Qué pasó con el dinero del donativo?

Rivaille no pudo evitar sonreír genuinamente ante la pregunta.

- Si esta carta se perdió en el envío, el donativo también, señor Black – respondió, sin vergüenza.

- ¿O sea que Greengrass nunca llegó a verla?

- No, por una afortunada coincidencia, yo la vi primero. Y ahora tú. Nadie más está al tanto de su contenido.

- Así que nos impidió entrar al despacho de Greengrass, pero usted lo hace y hasta le revisa la correspondencia – concluyó Sirius, colocando el usual tono arrogante que ponía cada vez que encontraba una oportunidad para tener el sartén por el mango.

- Solo por el bien de mis alumnos – respondió con el mismo descaro.

- Está bien… No voy a decírselo a nadie.

- Y ustedes no vuelvan a intentar algo así. El despacho del director tiene muchas protecciones, los cuadros actúan más como espías que como compañía. Greengrass se hubiese enterado de inmediato – le advirtió. Luego, regresó al tema que lo preocupaba -. Sobre la carta, ¿estás bien, Black?

- Por supuesto, me encanta ser considerado un peligro para la comunidad – respondió con una despreocupada sonrisa, mientras se ponía de pie y se guardaba la carta en el bolsillo trasero de sus vaqueros -. Gracias por confiar en mí, profesor. Guardaré esto donde nadie pueda verlo.

- Te lo agradecería. Excedí un poco las órdenes que me dio Dumbledore cuando me robé eso – dijo igual de despreocupado, mientras finalmente comenzaba a prepararse el añorado té que había estado ofreciendo.

Sirius se dio media vuelta y abrió la puerta de roble que daba hacia la sala de Defensa contra las Artes Oscuras. No estaba seguro de si quería que sus mejores amigos se enteraran de la carta, así que probablemente la quemaría cuando nadie lo viera. Aunque se hiciera el tonto y el fuerte, sabía el poder que tenían sus padres en la comunidad mágica y cómo compraban todo con sus donativos… Ahora que Caecilia Greengrass era directora y Dumbledore estaba fuera del mapa, comprar su salida del colegio era una posibilidad demasiado real como para no tomarla en serio.

Y si lograban sacarlo de ahí, de Hogwarts, el lugar que consideraba su verdadero hogar y donde se encontraba su verdadera familia… Entonces su vida estaría acabada.

- Ah… Señor Black, una cosa más. - Sirius volvió la vista y vio al atractivo profesor bebiendo un sorbo de su té con toda calma -. Si fuera un lamebotas de directores, no me habrían despedido de Durmstrang por partirle la madre a Igor Karkarov.

Sirius asintió, sonriendo, y procedió a bajar por la escalera pensando lo bien que le caía su profesor de Defensa contra las Artes Oscuras.