N/A: Primero que todo, les doy las disculpas respectivas por demorarme 300 años en actualizar, pero espero que les guste este nuevo capítulo^^ Lo segundo, las gracias a las personas que siempre me apañan con el fanfic, Sangito, Maki, Javi, son lo más. Tercero, gracias a las personas que siguen leyendo, a quienes se unen con un fav o follow y a quienes comentan! Cuarto, espero que todos se encuentren bien de salud. Cuídense del covid, por favor :)
16
Veritaserum
Hogsmeade había recibido la primera nevada la noche anterior, quedando sus alargadas casitas de madera cubiertas de nieve blanca y limpia como la espuma. Era la última ida a Hogsmeade antes de las vacaciones de final de año y el gentío de alumnos con sus bufandas y gorros de lana de todos colores se mezclaban con los adornos y los pinos decorados con guirnaldas de colores. El pueblito mágico era la perfecta postal navideña.
Las Tres Escobas estaba rebosante de alumnos que habían ido a capear el frío frente a las cálidas chimeneas de piedra de la acogedora taberna. Todas las mesas estaban sobre ocupadas dando un aspecto de que el lugar estaba demasiado lleno para que los presentes estuvieran cómodos en sus asientos, apretados unos contra otros, pero eso no evitaba que todos estuvieran pasándolo bien; las conversaciones animadas provocaban un murmullo constante en el ambiente, en el que se sumaban risas y sonidos de vasos tintineantes. Parecía que todo Hogwarts estaba ahí.
James, Sirius, Remus y Peter se las habían arreglado para quedarse en la barra y ser atendidos directamente por la dueña de la taberna, madame Rosmerta. La mujer – tan solo un poco mayor que ellos – estaba tan feliz de verlos después de tanto tiempo que les había regalado una ronda de Cervezas de Mantequilla en cuanto los vio entrar por la puerta. Era la primera vez que lograban ir desde el cuarto año – habiéndose pasado todo el quinto castigados – por lo que tenían mucho de lo que ponerse al día.
- Y esa es mi historia, Rosmerta – suspiró James después de haberle hablado toda la tarde -. A estas alturas, no sé si me gusta Lily o si simplemente me convencí de que me gusta.
- Bueno, cariño… ¿Qué es lo que sientes cuando la vez?
El moreno reflexionó unos segundos, mientras bebía otro trago de cerveza de mantequilla.
- Que tengo una falla multiorgánica. - Remus y Peter rieron al mismo tiempo que Sirius rodaba los ojos y se alejaba de su mejor amigo para sentarse en el otro extremo de la barra - ¡Oye! ¿Te avergüenzas de mí?
- No te conozco.
- Claro que sí, eres mi mejor amigo.
- Te emborrachaste con cerveza de mantequilla, James. Suficiente para que ya no te conozca.
- Siete emborrachan a cualquiera – se defendió el chico. No estaba realmente borracho, sino algo ligero de cabeza, feliz, relajado y sonrojado.
Hacía tiempo que los chicos no la pasaban tan bien. Hogwarts siempre sería el lugar favorito de los cuatro amigos, pero recientemente había un ambiente negativo por culpa de todo lo que pasaba con la guerra, sumado a que Caecilia Greengrass había asumido como directora con sus medidas discriminatorias y odiosas… Así que relajarse bebiendo con sus amigos era un cambio agradable.
- ¿Y qué hay de ti? ¿Alguna chica, Sirius?
- Está justo ahí – respondió apuntando con poco disimulo hacia una mesa alejada que estaba junto a la chimenea y bajo una ventana que daba hacia la calle principal de Hogsmeade – Pero yo no le gusto.
La chica en cuestión era Marlene McKinnon. La rubia de ojos azules estaba sentada junto a su grupo de amigos usual, el que incluía a algunos de sus compañeros de generación de Ravenclaw, además de un par de Hufflepuff, y por supuesto, los hermanos Prewett que siempre estaban junto a ella cual guardaespaldas.
- Le llevaré una cerveza de mantequilla de parte tuya.
- Uh, no sé. Me meteré en problemas – dijo el crespo, pero era demasiado tarde porque la cantinera ya iba hacia el grupo con una enorme sonrisa y una jarra llena del espumoso líquido anaranjado en una bandeja de lata.
- Ah… - suspiró Remus - ¿vamos a tener que correr? No tengo ganas de correr en la nieve.
Sirius miró de reojo para ver si Prewett estaba haciendo un escándalo o poniéndose de pie para ir hasta él, pero solo alcanzó a notar que le estaba lanzando una mirada asesina, colorado y con expresión malhumorada, mientras Marlene recibía la bebida con una sonrisa conciliadora y le mandaba a dar las gracias con Rosmerta.
- Parece que no, Moony.
- ¡La aceptó! – anunció Madame Rosmerta sonriendo, una vez que volvió –. Es una chica muy linda, Sirius.
Sirius, Remus y Peter se quedaron conversando con la mujer mientras James se ponía de pie para ir al baño por quinta vez esa tarde, víctima de los efectos del alcohol. Tras entrar, escuchó voces que venían desde afuera pero que se colaban por una pequeña ventana que estaba en la pared del final, más por ventilación que por otro motivo, y les prestó atención porque las reconoció de inmediato. Eran las voces de su profesor de Defensa contra las Artes Oscuras hablando con Greengrass.
Se aguantó las ganas que tenía por orinar y se acercó para espiar. La pared del baño de Las Tres Escobas daba hacia una calle secundaria de Hogsmeade, una especie de pasaje que subía hasta perderse en una colina en donde no había ningún local, sino casas, por lo que obviamente era poco concurrido; suficiente para sospechar e ir a espiar qué se traían entre manos.
- No es problema mío si te llevas mal con ellos.
- Mal no me llevo – contestó el hombre, con tono reflexivo -, no hay resentimientos de mi parte, pero creo que más de alguno de ellos me quiere matar, ¿me entiendes?
- Nadie te va a matar, Rivaille, no seas exagerado.
Rivaille soltó una risita entretenida e incrédula, como si estuviera totalmente en desacuerdo con esa aseveración y aunque James no tenía idea de quiénes estaban hablando, no le daba buena espina que Greengrass y Rivaille tuvieran conocidos en común, por mucho que fueran los amigos de uno y los rivales del otro. Intentó poner más atención para escuchar e intentar comprender a dónde iba todo eso.
- Ya. No me van a matar, pero me van a sacar la mierda y no me interesa perder otra muela, como la última vez. – James no lo veía, pero casi podía ver una expresión arrogante del profesor al decir eso - ese es el problema de esta gente. No entienden que a mi me pagan por los trabajos, no es que yo quiera hacerles la vida imposible.
- Ahora todos quieren lo mismo, ¿o no? – comentó la mujer –. debería ser suficiente para que te dejes de lloriqueos.
- Sí, señora directora – replicó Rivaille condescendientemente y con una clara burla en su tono de voz.
- Te tienes que acercar a él y conseguirlo.
- ¿Y si no lo tiene él?
- ¡Tiene que tenerlo!
James sintió los pasos de ambos alejándose por la calzada hasta que ya no pudo escucharlos, sacando pocas cosas en limpio y no alcanzando a desentrañar si Greengrass y Rivaille estaban hablando de algo de lo que debiese preocuparse o no, ni tampoco si pertenecían a un mismo bando… Pero algo le daba la impresión de que sí, y que ya no podían confiar más en su querido profesor de Defensa contra las Artes Oscuras.
- Chicos – el moreno de cabello revuelto y lentes llegó a la barra donde se encontraban sus amigos rápidamente, e inclinándose sobre ellos para que nadie más escuchará, susurró -: Creo que Rivaille está de lado de Greengrass.
- Por Merlín, Prongs. ¿Hasta del baño vuelves con una teoría conspirativa? – Sirius se restregó la cara con las manos, perdiendo la paciencia – Esto está llegando demasiado lejos.
- Sirius tiene razón, James. Rivaille está cuidando mi expediente… No tendría sentido – lo apoyó el castaño -. Además, Dumbledore confía en él.
- Dumbledore se puede equivocar.
- Es poco probable que Dumbledore se equivoque y tú tengas la razón – dijo Sirius, rodando los ojos -. No quiero arruinar mi venida a Hogsmeade con esto. Vamos a Zonko.
Claro, James no les había contado a sus amigos lo que Peeves le había dicho antes. No le había dicho a nadie que el poltergeist había escuchado a Greengrass y a Rivaille hablando sobre él, diciendo que él estaba trabajando para Dumbledore y estaba involucrado en que su antiguo director hubiese dejado el castillo porque obviamente todo se trataba de ese maldito expediente que tenía escondido en la Sala de Menesteres y que nunca debió robar en primer lugar.
- Vayan a Zonko – dijo tomando su chaqueta de cuero negro -. Yo voy a volver al castillo para ver algo.
- ¡Pero James! – reclamó Peter, viéndolo alejarse hacia la puerta -. Está cada día más loco.
- Estoy empezando a creerlo de verdad – comentó Sirius, siguiendo con la mirada a su amigo mientras salía de Las Tres Escobas.
Pero James no estaba loco, ni paranoico ni conspiracionista. Lo decía en serio cuando clamaba que tenía buen ojo para esas cosas, y pese a que la gente lo subestimaba y nunca le creían, solía tener razón en todo.
Mientras se dirigía al castillo por uno de los pasadizos secretos, los engranajes de su cerebro estaban funcionando a toda máquina porque todo estaba conectado y necesitaba asegurarse de que así fuera. Nunca había leído el expediente que habían robado con detenimiento, simplemente lo había ojeado y se había quedado con las páginas que le llamaban la atención. Lo que sabía era que más de veinte aurores de Rusia se habían cambiado de bando en medio de una misión que era patrocinada por el mismísimo Departamento de Colaboración Mágica del Ministerio.
Cuando aquella misión había fallado, según lo que escuchó en su casa de boca del tal Caradoc Dearborn, Dumbledore había viajado a buscar el refuerzo que necesitaba: Tenía que ser Rivaille, que bajo el cargo de profesor de Defensa contra las Artes Oscuras en Hogwarts, tenía la excusa perfecta para venir al país en donde estaba ocurriendo todo.
Casi sin aire, después de más de una hora de caminata rápida y otro tipo de acrobacias en el túnel estrecho y largo que conectaba Hogsmeade con Hogwarts, logró entrar al castillo. Menos mal que estaba en buena forma gracias al Quidditch, pensó, mientras subía las escaleras jadeando hacia el séptimo piso para buscar el expediente y hacer lo que siempre debió haber hecho: Leerlo completo, con ojo crítico.
- ¡Accio Expediente! – dijo una vez que estuvo dentro, y apenas lo tuvo en sus manos, se dejó caer apoyando su espalda en una pila de cachivaches y objetos rotos.
Veintiséis aurores rusos, hombres y mujeres, adornaban las páginas con información confidencial y fotografías de cada uno de ellos. Algunos eran muy diestros y tenían habilidades impactantes, como un legeremante al que habían categorizado con un timbre de "Peligroso"; también había animagos, metamorfomagos y más. Todo aquello representaba una amenaza grande para Inglaterra si se encontraban trabajando para Voldemort.
Pese a la información, James estaba buscando algo más, algo que le demostrara que nada de eso era al azar, y cuando ya casi se estaba dando por vencido, lo encontró. Hacia el final del expediente, en la sección de gestión y logística de la misión, estaba el nombre de la persona que se había encargado de viajar a Rusia a hacer el contacto con la monarquía mágica para requerir la ayuda: Nada más ni nada menos que Caecilia Greengrass.
El chico cerró el expediente y lo dejó a su lado, pensando.
Greengrass y Rivaille estaban hablando de los aurores rusos en Hogsmeade: La mujer los conocía porque los había traído a Inglaterra. Rivaille los conocía de antes, porque se había metido en problemas con ellos en misiones anteriores, misiones que alguien le había pagado (en sus palabras), probablemente en cosas no relacionadas. Significaba que ambos magos se reunirían con todos ellos.
A Greengrass no le convenía que alguien viera ese expediente, porque la ligaba directamente a la traición de los aurores. A Yaxley, como jefe del departamento, tampoco y no porque fuese un mortífago encubierto (eso no podía saberlo a ciencia cierta), sino porque implicaba a todo el Ministerio en el hecho, estuviese o no estuviese Caecilia actuando sola. Por eso cuando lo habían entrevistado en El Profeta, el hombre había dicho que no faltaba nada de la oficina.
Malfoy había dado el dato de que había visto a James y a Sirius en la oficina, pero al no tener ninguna prueba, nadie podía iniciar una investigación contra ellos: El paso siguiente era asumir que Dumbledore estaba detrás de sus acciones e iniciar una investigación contra él. Recordó que Sirius le había dicho aquel día en la oficina de Yaxley que estaban siguiendo a Dumbledore, así que seguramente podrían inventarle cualquier cosa para iniciar una investigación en su contra.
Pero el tiempo había pasado y no tenían nada contra el director de la escuela, o de lo contrario, ya hubiera aparecido en el diario. Es por eso que el siguiente paso lógico era que Greengrass se desesperara y creyera que James (o Sirius) todavía tenían el expediente. Eso significaba que las últimas palabras que había escuchado en el baño de Las Tres Escobas, eran sobre él: Cuando Greengrass le pidió a Rivaille que se acercara a alguien para conseguirlo, se refería a él y al expediente.
El ministro Minchum no era un mortífago. Su manejo de la crisis era patético y el Ministerio estaba completamente comprometido desde distintos flancos, pero no era un mortífago, solo era inepto. A Greengrass no le convenía que la cuestionaran o perder su puesto como su secretaria y todos los beneficios que eso le traía aparejado, por algo como esto, y seguramente creyó que nadie la descubriría hasta que James robó ese expediente, completamente por casualidad, en un arrebato de curiosidad y rebeldía.
Y ahora estaba en una encrucijada porque sabía que devolverlo como si nada haría que Dumbledore regresara, pero no provocaría ninguna consecuencia para la mujer…
No tenía caso seguir ocultando algo así. Sirius, Remus y Peter no continuarían pensando que era un conspiracionista en cuanto supieran la verdad, sino que le encontrarían la razón y lo ayudarían a idear un plan o algo por el estilo. Era hora de contarles todo, lo que Peeves le había dicho, lo que había escuchado en el baño y sus conclusiones.
Cuando los chicos llegaron junto al resto de los alumnos desde Hogsmeade ya era de noche y había comenzado a nevar nuevamente. Se saltaron la hora de la cena en el Gran Comedor para subir a su habitación a descansar después de un día ajetreado y frío, y poder disfrutar de todos los caramelos que habían comprado en Honeydukes, además de encontrarse con James.
- ¡Ahí estás! – dijo Peter con una sonrisa al ver su compañero ocupando la única cama que había sobrevivido de la explosión.
Sirius le lanzó una bolsa colorida por el aire y él la atrapó. Cuando la abrió se dio cuenta de que, en su ausencia, sus amigos le habían comprado todos sus caramelos favoritos.
- Gracias – murmuró.
- Remus nos convenció de comprártelos – dijo el de rulos, cruzándose de brazos -. En lo que a mi respecta, no te lo merecías. Era la primera vez que íbamos a Hogsmeade en más de un año y nos abandonaste.
- Lo siento, tuve que venir a ver algo que no podía esperar.
- ¿Qué? – preguntó Peter con curiosidad mientras abría el envoltorio de una pluma de azúcar y comenzaba a comerla.
- Tengo algo que contarles – dijo apuntando el expediente sobre su cama con la quijada -, y antes de que me digan cualquier cosa, déjenme terminar.
No se demoró mucho más en comenzar a relatarles todo lo que había que decir y se sintió conforme al verificar que las interrupciones y los peros que Sirius y Remus ponían se hacían cada vez menos a medida que daba información. Notó que su relato había sido convincente cuando, una vez que terminó de exponer sus conclusiones, no recibió ningún comentario sarcástico.
- Mierda – dijo Sirius, mirándolo algo perplejo -. De acuerdo.
- ¿Me crees?
- Supongo – reconoció pasándose una mano por el cabello -, quiero decir, sí.
- Pero… ¿Qué pretendes hacer ahora? – preguntó Remus, tomando asiento en el borde de la cama.
Esa pregunta se había hecho James mientras había esperado a que sus amigos llegaran. No era fácil tomar una decisión con lo poco y nada que tenía de información, pero algo de experiencia tenía en travesuras así que no le costó demasiado para llegar a la deducción de que iba a tener que ensuciarse las manos, de nuevo.
- Voy a plantar el expediente en el bolso de Greengrass durante la fiesta de navidad en la casa de los Lestrange – anunció con determinación mirando a sus tres amigos -. Sirius, dijiste que en la carta que tu madre le envió a Greengrass, le ofrecía conversar en esa fiesta, ¿no?
- ¿Crees que es llegar y hacerlo? – le preguntó Remus, aprehensivo -. ¿Crees que porque te resultó con El Profeta y con el Ministerio puedes llegar y entrar a donde se te de la gana?
- Sí – contestó provocador -. Puedo hacer lo que sea con mi Capa de Invisibilidad, y Jenny me meterá a dónde sea. Lo sabes.
- Supongamos que logras plantarle el expediente ¿y luego qué? – volvió a preguntar con la esperanza de que puntualizar las fallas del plan lo hiciera desistir.
- Lo mismo que hice con el diario El Profeta. Le colocaré un hechizo desilusionador tan grande que no lo va a ver hasta que sea tarde. Cuando entrevistaron a Yaxley, decía que los Longbottom habían comenzado una investigación para averiguar qué había ocurrido. Voy a darles el dato para que vayan a la casa de Greengrass y lo encuentren antes que ella.
- Lo haces sonar tan sencillo – replicó con sarcasmo -, cuando no lo es. No hay forma de que te salgas con la tuya dos veces, Prongs. Y si te descubren en la casa de los Lestrange—.
- Sirius – lo miró, buscando el apoyo en su mejor amigo.
Sirius se veía dividido. Por un lado, parecía que la aventura de volver a entrar a la mala a un lugar le provocaba a decir que sí casi inmediatamente. La idea de arruinar a Greengrass también era particularmente tentadora… Pero, por otro lado… Los Lestrange no eran desconocidos para el moreno como sí lo eran para James. Esa casa, esa fiesta, los invitados, los iba a conocer a todos.
- Quisiera ir contigo, James, de verdad – terminó por decir -. Pero no estoy preparado para ver a los Black todavía. Ni siquiera bajo la Capa de Invisibilidad.
- Está bien. Iré solo, entonces – respondió sin sentir nada de resentimiento hacia su amigo.
- No vayas – pidió Remus por última vez.
- Está por verse – contestó el chico, con el cabello más revuelto y desafiante que nunca.
Era la última semana de clases antes de las vacaciones de fin de año, y el ambiente navideño quedaba completamente sepultado ante la histeria de los exámenes de ese trimestre. Era difícil disfrutar de los villancicos o relajarse junto a las cálidas chimeneas cuando tenían un examen distinto cada día.
El primero aquella semana fue el temido examen de Defensa contra las Artes Oscuras, y aunque ningún alumno estaba realmente preparado para enfrentarse al veritaserum, el profesor Rivaille no dio pie atrás y comenzó a leer el nombre de sus alumnos desde la lista, para emparejarlos. Todos se habían esperado lo peor, creyendo que emparejaría deliberadamente a personas que se llevaban mal, o que eran notorios rivales dentro del salón pero fue bastante amable, previniendo el caos que podía generar una situación diferente.
- Hamond con Pettigrew – ordenó mientras se paseaba entre los pupitres que ya estaban ordenados de a dos en dos, frente a frente -. Rosier y Stebbins… - Lo único que se escuchaba además de la voz del profesor, era el sonido de los alumnos cambiándose de lugar a medida que sus nombres eran llamados -. Lupin y Stahl…
Remus dejó salir el aire que había estado aguantando durante toda la clase, aliviado de que no fuera alguien de Slytherin. Stahl, pese a tenerle mala sangre por lo que le había hecho a Lily, no era precisamente un mal tipo y se conocían gracias a que ambos eran prefectos y habían patrullado juntos alguna que otra vez. No tenía motivos para hacerle preguntas complicadas, y en el escenario improbable de que él revelara algo comprometedor (como su condición de licántropo), estaba seguro de que podía apelar a su decencia y convencerlo de no decir nada.
James y Sirius todavía no habían sido nombrados por su profesor, y al ver que Rivaille no estaba siendo demasiado duro con las parejas, los chicos se miraron con complicidad, confiados y creyendo que estarían a salvo. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que habían cantado victoria demasiado rápido.
- Black y Snape. – Sirius miró a James con cara de incredulidad, para luego mirar a Remus y a Peter que se encontraban en el otro extremo del salón. Ese solo nombramiento era suficiente para que los cuatro no pudieran relajarse durante todo el examen -. Evans y Potter.
El moreno de cabello revuelto chasqueó la lengua y rodó los ojos. A esas alturas, parecía que Rivaille lo había hecho apropósito porque sinceramente hubiese preferido tener que hacer pareja con Mulciber antes que con Lily. Si le llegaba a reconocer que estaba enamorado de ella o algo por el estilo… ¡Iba a terminar en la misma posición ridícula en la que se encontró durante todo el quinto año!
Avanzó hacia la pareja de pupitres en donde se encontraba Lily, mientras escuchaba la voz de su profesor en la lejanía, anunciando los apellidos que le quedaban. Lily lucía casi tan amargada como él ante el hecho de formar pareja con James, pero no dijo nada y se sentó sin mirarlo a los ojos.
- ¿Nada de preguntas incómodas? – preguntó el chico en tono conciliador, pero antes de que la colorina le respondiera, Rivaille comenzó a explicar las instrucciones del examen.
- Cada pareja hará diez preguntas, cinco cada alumno. Basta con que resistan una pregunta para aprobar el examen. No me interesa si preguntan tonterías o cosas serias, pero las ganas de resistir los efectos del veritaserum serán más fuertes si se ven en aprietos. Me informarán si su pareja dijo la verdad o resistió, al final del examen.
- Podría mentirle y decir que mi pareja no fue capaz de resistir, solo para hacer que repruebe – comentó Violenta Greengrass como si nada.
- No lo creo – contestó, levantando un frasco en el aire -. A diferencia del que ocuparán en su examen, este veritaserum que tengo aquí es infalible. Me dirán la verdad sobre sus exámenes. ¡Ahora, tienen cuarenta minutos! ¡Comiencen!
El profesor dio vuelta un enorme y pesado reloj de arena y lo dejó sobre su mesa. El tiempo comenzó a correr y rápidamente los alumnos se concentraron con la finalidad de pasar ese examen, sin duda el más difícil que habían tenido que enfrentar en sus seis años de Hogwarts debido a las implicancias que podía traer fallar. James creía que ni siquiera para los T.I.M.O lo había pasado tan mal como en ese mismísimo minuto, dándole miradas de reojo a Sirius al igual que Remus y Peter, los tres igualmente preocupados de lo que pudiera pasar en ese interrogatorio.
- ¿Cómo resististe el ataque de los centauros? – preguntó Lily, sin perder el tiempo.
- Soy más grande que el resto de los idiotas – respondió James.
Era la estrategia que había practicado con Remus por horas. No había que responder la verdad sino que bastaba con no mentir para evadir el veritaserum con facilidad. Cuando habían descubierto que eso funcionaba, ambos chicos se pusieron a prueba con todo tipo de preguntas y se prepararon.
Era verdad. James en su forma de animago era más grande que el resto y ese había sido el motivo por el que le había dado cara a los centauros esa noche. Pero no era más grande que Sirius o Remus en su forma humana, así que esa respuesta no iba a tener sentido para la chica…
- No lo eres – dijo Lily, negando con la cabeza, confundida. Pero que James pudiera mentirle en la cara significaba que el chico acababa de superar su pregunta -. ¿Por qué estaban en el bosque en primer lugar?
- Jugando, corriendo, olfateando – respondió atropelladamente. Más verdades sin contexto que no servían de nada.
Lily rodó los ojos, sintiéndose derrotada, pero continuó así durante los siguientes veinte minutos y sus cinco preguntas: James era capaz de evadirlas respondiendo rápido – como si vomitara las palabras – con respuestas cortas que no tenían demasiado sentido para ella, por ende, no le entregaban nada de información. Si se hubiera tratado de un interrogatorio real, el moreno no hubiese revelado nada.
- Bien, Evans, es mi turno – dijo con una sonrisa fanfarrona, mientras se hacía tronar los dedos.
La colorina se concentró lo mejor que pudo para recibir las preguntas, pero contaba con una ventaja sobre James, y esa ventaja era que el moreno no conocía ningún secreto de ella. A diferencia de Los Merodeadores con ella, Lily no escondía nada de los demás, nada que el chico quisiera saber.
O al menos eso creía.
- ¿Por qué no terminas con Stahl? – preguntó. La pregunta la tomó totalmente desprevenida, y se encontró respondiendo con la verdad sin poder reaccionar.
- ¡Lo hice!
James tampoco se esperaba esa respuesta, así que la quedó mirando un segundo antes de contestar algo.
- ¿De verdad?
- Después del baile, Potter – respondió, furiosa de estar revelando todo -. ¡Ah, ya perdiste dos de tus preguntas! – advirtió, pero al moreno no parecía importarle demasiado, considerando que sonreía como si acabase de ganar la Copa de Quidditch.
- Son detalles, Evans. – se cruzó de brazos, relajado. El examen pasaba a importarle nada después de saber que Lily y Dave habían terminado -. ¿Por qué terminaste con él?
- Porque es un imbécil.
James soltó una carcajada y asintió solemnemente. Todo estaba resultando perfecto.
- En eso estamos de acuerdo. Déjame pensar… - dijo regodeándose de su buena suerte - ¿No te advertí que ese idiota no era suficiente para ti? Te lo dije, ¿no es cierto?
- Sí… - respondió fulminándolo con la mirada, roja por la rabia y la impotencia de estar fallando cada una de las preguntas de su examen.
- No lo estás haciendo muy bien.
- ¡Lo sé! – dijo furiosa. ¡Le daba rabia no poder mentir ni siquiera para negar esa estúpida aseveración! – Estás disfrutando todo esto, ¿no es cierto?
- No me puedes culpar. Siempre te andas burlando de mí, deja que alguna vez me toque a mí. Además, le diré al profesor Rivaille que aprobaste el examen de todas formas. – sonrió y se reclinó en la silla, despreocupado, hasta que un grito lo hizo sentarse derecho de nuevo.
- ¡Profesor!
El grito angustioso trajo la atención de Rivaille y los demás alumnos hacia el banco en donde se encontraba Snape y Sirius. El primero se había puesto de pie en un movimiento súbito, mientras el segundo se afirmaba con fuerzas al banco, con el rostro contorsionado por el dolor, mientras las lágrimas que le corrían desde los ojos se mezclaban con la sangre que le escurría desde la boca y le manchaba el cuello de la camisa, el pecho y gotitas rojas caían al suelo.
Remus lo vio a la distancia y tragó saliva. La imagen solo podía significar una cosa: Sirius se estaba mordiendo la lengua para evitar responder una pregunta que había recibido, no pudiendo hacerle frente al veritaserum de otra forma. Y la sala entera parecía haber llegado a la misma conclusión, viendo todo en completo silencio con demasiado impacto como para horrorizarse hasta que Rivaille rompió el silencio.
- Black, no te vuelvas loco – pidió su profesor, fingiendo que no estaba impresionado por lo que veía -. Finite Incantatem.
Sirius dejó de morder y se recuperó rápidamente de todo lo que estaba pasando para mirar a Snape desafiantemente, furioso, con los ojos prácticamente ardiéndole mientras se limpiaba el rostro con la manga de su chaleco. Después de fallar en mentir en dos preguntas sencillas, Snape se había aprovechado del pánico y le había preguntado a dónde iba Remus todos los meses, y por un segundo, la verborrea casi le ganaba. Su cuerpo había comenzado a actuar de forma separada de su cabeza, abriendo la boca para responder, y había tenido que improvisar. Morderse la lengua era lo único que se le había ocurrido en su desesperación.
Se aseguró de no romper el contacto visual con Snape para darle a entender que de esta se iba a vengar como fuese, y el chico de cabello azabache se la sostuvo sin dejarse amedrentar.
- Ya, ya, ustedes dos. Vamos a dar por terminado su examen.
- Supongo que aprobé. – balbuceó el chico, sonriendo con autosuficiencia a pesar de tener la boca llena de sangre y la lengua hinchada y dolorida por haberla lacerado con sus propios dientes.
- No se ponga presumido, señor Black – contestó Rivaille devolviéndole la sonrisa -. Vaya a ver a madame Pomfrey.
