N/A: ¡Gracias a todos los que leen y comentan! Y también, a quienes dan fav/follow. Son lo mejor^^ También, no sé si prefieren leer desde ao3 en vez de esta página. Empecé a subir este fanfic ahí jijiji me buscan por mi user (bakuguito)

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Alianzas y espías

James no volvió inmediatamente a casa. Tal vez se debiera a la excesiva felicidad y renovado optimismo con el que acababa de salir del Hospital San Mungo, que de pronto tuvo una idea algo atrevida pero que, si salía bien, le garantizaría el acceso a la mansión Lestrange sin mayores problemas. Volvió a mirar el reloj muggle en su muñeca, el que recién marcaba las cinco y cuarto de la tarde, verificando que todavía tenía tiempo para hacer lo que planeaba.

El moreno aprovechó que ya estaba en el centro de la ciudad para dirigirse rápidamente al Callejón Diagon. Tal y como se había imaginado, la callejuela mágica estaba repleta de magos y brujas desesperados por realizar las últimas compras antes de navidad, por lo que difícilmente alguien le prestaría atención a él o sospecharía de algo si es que lo veían acercándose a uno de los destartalados edificios que colmaban el callejón, cuya puerta de madera oscura se enmarcaba entre dos columnas de estilo griego.

- Vaya. Nunca me imaginé verte aquí. – Minutos después, James se encontraba sentado frente a un escritorio en una estrecha y oscura oficina. Escuchó los movimientos de la mujer que acababa de hablar, primero cerrando la puerta tras de él, luego yendo hacia el otro lado del escritorio – Todavía recuerdo la última vez que uno de ustedes vino a hacerme una visita.

Una mujer joven, de unos veinticinco años, vestida con una capa de satín verde agua y lentes de marco del mismo color, tomó asiento frente a él con una expresión victoriosa. Cruzó ambas manos sobre la mesa y miró al chico que estaba frente a ella con expectación y curiosidad. Rita Skeeter y James no se veían desde aquel partido de Quidditch del quinto año, dos meses después de que Sirius y él casi arruinaran su carrera periodística.

- Espero que Sirius Black no esté cambiando alguna noticia en la oficina de edición, mientras tú estás aquí conmigo – continuó, comentando como si nada, como si lo que había pasado en abril no hubiese sido más una jugarreta que no trajo ninguna consecuencia.

- No, vine solo y esta vez, no tengo dobles intenciones – aclaró de entrada. Obviamente, Rita no le creyó. Abrió la boca rápidamente para replicar alguna pesadez, pero James se adelantó para no darle tiempo de decir algo -. ¿Sabes que hay una fiesta en la finca de los Lestrange esta noche?

- Por supuesto. ¿Quién crees que va a cubrir el evento?

- Eso pensé.

De ahí había venido la idea de James en primer lugar. El adolescente sabía que Rita Skeeter como periodista, no solo se dedicaba a repartir chismes para brujas adolescentes a través de la revista Corazón de Brujas, sino que tenía una columna más seria sobre los eventos sociales de la elite de la comunidad mágica británica, para el diario El Profeta. Era bastante improbable que la familia Lestrange hubiese invitado a las más connotadas familias mágicas del Reino Unido (y Francia, según los rumores) a una ostentosa fiesta de navidad, sin que invitara a la prensa.

Al mismo tiempo, era más que un secreto a voces que la joven y ambiciosa periodista estaba harta de esa columna de eventos sociales. Sus pretensiones por ascender y dedicarse a noticias más serias en aquel periódico se habían visto estancadas gracias a la reputación que ella misma se había hecho, como una mera notera de farándula y espectáculo.

- Necesito entrar a esa fiesta hoy y tú podrías ayudarme. – La carcajada de la mujer llegó tan rápido que casi alcanzó a cortar la última palabra.

- ¿Ayudarte a ti? – Rita sacó un cigarrillo y lo colocó en una boquilla -. ¿Por qué debería hacerlo, después de lo del Elfo Doméstico?

- Esperaba que pudiéramos dejar eso atrás y partir de cero – respondió, encogiéndose de hombros -. Por los tiempos que estamos viviendo, creo que lo mejor es forzar alianzas en vez de divid—.

- No veo en qué me podría beneficiar a mí, una alianza con un niño de escuela.

- Porque tengo una pista muy buena que podría a ayudarte a hacer un artículo político, uno de verdad – respondió, sacando un antiguo ejemplar de El Profeta de su bolso para dejarlo sobre la mesa.

Se trataba de aquel ejemplar con la noticia del allanamiento del Departamento de Cooperación Mágica Internacional y la investigación que planeaba iniciar el auror, Frank Longbottom, contra Lucius Malfoy por haber ingresado al despacho. James lo había repasado varias veces en su cabeza; tenía el plan de colocar el expediente en el bolso de Greengrass durante la fiesta y luego enviar una pista anónima a Frank Longbottom para que la investigara.

Si le daba la información a Rita Skeeter podría poner en riesgo esa investigación, pero necesitaba tenerla de su lado para poder sortear todas las protecciones mágicas y hechizos defensivos que la finca de los Lestrange seguramente tenía. Además, si una eventual investigación de los aurores fallaba, que la información saliera en el periódico y llamara la atención de la gente podría servir de algo…

- La declaración de Yaxley es falsa. Ese día sí robaron algo de su oficina, y yo sé qué es.

- ¿Y cómo podrías manejar ese tipo de información? – preguntó desconfiada, pero con un creciente interés por lo que estaba escuchando.

- No te voy a revelar mi fuente, por motivos obvios. Pero es información confiable, de primera mano, se podría decir. – James recordó que Sirius alguna vez le había dicho que era mejor que información así no se supiera, que la gente podría entrar en pánico si se enteraba que veintiséis aurores rusos que habían venido a reforzar el departamento del Ministerio, se habían cambiado de bando y ahora eran mortífagos.

No había forma de no perjudicar a alguien con lo que iba a hacer, pero entre todos los males, sacar a Caecilia Greengrass de la dirección de Hogwarts y traer a Dumbledore de regreso, era el menos terrible. Lo más importante continuaba siendo resarcir el daño que él mismo había hecho al robarse ese expediente y provocar un tremendo malentendido político.

- Estoy escuchando.

- Esta es una lista de nombres – dijo acercándole un papel. No era tan tonto como para mostrarle el expediente mismo, ni revelarle que lo tenía, pero copió toda la información fidedigna sobre los veintiséis aurores; sus nombres, sus habilidades, sus datos personales y más -. Y este es un documento original, que puedes copiar si quieres, pero no puedes quedártelo. – Ese último correspondía a la parte que señalaba a Caecilia Greengrass como la coordinadora de la misión del Ministerio.

Rita tomó ambas cosas y se puso a leer para enterarse de qué se trataba. James pudo darse cuenta, por cómo iba variando su expresión facial a medida que entendía lo que estaba leyendo, de que la periodista estaba comenzando a tomarle el peso a la información y a considerar su ofrecimiento.

- ¿Cómo conseguiste esto? – preguntó, seria.

- Ya te lo dije, no puedo revelar la fuente. Lo que sí te puedo decir, es que es real. Los veintiséis aurores ahora trabajan para Voldemort. ¿Ves las habilidades que tienen? Hay un legeremante entre ellos. – Se inclinó para indicar un nombre en la lista.

- ¿Greengrass coordinó esto?

- No sé si tuvo algo que ver en el cambio de lealtades o si fue una coincidencia, pero sí. – Ante esa sola sugerencia, Rita ya colocaba una expresión de triunfo. Obviamente, ella se iba a encargar de hacer saber aquella sospecha en el periódico -. También sé, de buena fuente, que esta información llegará pronto a las manos de los aurores. Si quieres sacar el artículo antes o seguir investigando para hacer un reporte más completo, es problema tuyo.

- ¿Qué quieres a cambio?

- Llévame como tu pareja a la fiesta de los Lestrange esta noche.

Otra estridente risotada inundó la pequeña oficina pasada a perfume, provocando que James se encogiera ligeramente avergonzado en su asiento. Pero todo estaba saliendo bien – a su juicio -, así que no se dejaría amedrentar y continuaría hasta convencerla.

- Siempre tengo poción multijugos de reserva, por si necesito – informó a la mujer -. Y asumo que tú también, para espiar gente, tendrás entre tu arsenal algunas cosas que podrían ser útiles para transformarme en alguien que pueda ir contigo y que no ponga en duda a tu acompañante…

Esta vez la mujer sonrió con una mezcla de entretención, intriga y tal vez, incluso algo de admiración.

- Black y tú… - murmuró abriendo uno de los cajones de su escritorio -. Se aburren harto, ¿eh? – James soltó una risita. Era una forma de decirlo - ¿Y puedo saber por qué es tan importante para ti entrar a la casa de los Lestrange?

- No, eso es un tema mío – respondió mientras tomaba la lista y el documento que le había entregado -. ¿Tenemos un trato o no?

- Si los efectos de la poción multijugos se acaban y te atrapan, vas a meterme en demasiados problemas.

- Créeme, no tengo pensado quedarme demasiado tiempo ni ponerme en riesgo. A mi me conviene menos que a ti que me descubran. Solo necesito que me ayudes a entrar, y luego no volverás a saber de mí.

Rita Skeeter alzó su mano y la colocó sobre la mesa, y James la estrechó rápidamente a modo de sellar el asunto antes de que cualquiera pudiera arrepentirse.

- Tenemos un trato, Potter. Y una cosa más.

- ¿Qué?

- Esta conversación nunca ocurrió.

&.&.&

Rita Skeeter y James no llevaban más que unos minutos en la impresionante mansión Lestrange. Después de entrar, presentándose bajo el nombre de Marton Rhys-Davies (un antiguo amigo de la periodista que trabajaba como vendedor de reliquias en Edimburgo y que difícilmente sería reconocido por alguien de la reunión), James intentó fijarse a dónde eran llevados los abrigos y bolsos de los invitados, con la finalidad de buscar la cartera de Caecilia Greengrass. Obviamente, estos desaparecían por arte de magia, lo que significaba que luego tendría que ingeniárselas para buscar cuarto por cuarto.

- Si alguien te habla, hazlo como practicamos – le susurró Rita mientras lo tomaba del brazo para llevarlo hacia el centro de la sala, a socializar -. Intenta hablar lo menos posible y deja que yo haga la mayor parte del trabajo.

James asintió, tragando nervioso, pero esforzándose con todas sus fuerzas por no parecerlo. Era una de las pocas veces en la vida en que estaba haciendo algo tan arriesgado sin llevar su Capa de Invisibilidad (la que se encontraba guardada en su bolso, de todas formas) y rogaba internamente que los efectos de la poción multijugos alcanzaran a cubrirlo por el tiempo que necesitaba.

- ¡Señor Volant! ¡Que gusto verlo de nuevo!

Rita avanzó arrastrándolo hacia un mago de unos cuarenta años, francés, de las familias de sangre pura de aquel país que se mezclaban con la familia Lestrange en matrimonio hacía demasiadas generaciones como para llevar la cuenta. Era solo uno de tantos otros magos y brujas de la elite europea que habían viajado aquella noche para asistir de la fiesta.

- Le presento a Marton Rhys-Davies, un viejo amigo de Edimburgo, anticuario y coleccionista de reliquias mágicas. Marton, te presento a Leuthard Volant, chef du bureau de la justice magique du Ministère des Affaires Magiques de la France – dijo Rita en un perfecto francés.

- Encantado – respondió James escuetamente, tal y como habían planeado, mientras le estrechaba la mano.

El jefe del departamento de justicia de Francia en persona. Cada vez que notaba a un personaje tan connotado, debía recordarse que aquella fiesta no era una reunión de mortífagos. A veces, le costaba separar las cosas. La línea que separaba a mortífagos de simples puristas de la sangre era, de todas formas, prácticamente invisible. Pero no podía asumir que todos los que estaban allí le declaraban abiertamente su lealtad a Voldemort.

Mientras Rita continuaba hablando con el hombre, rápidamente dio un vistazo a su alrededor reconociendo varias caras conocidas. Los Black, los Malfoy, los Rosier y los Mulciber estaban allí. Rápidamente divisó a Caecilia Greengrass, su esposo y su hija Violenta conversando animadamente con algunos miembros reconocidos del Ministerio de Magia. No es una reunión de mortífagos, se recordó.

Y pese a que acababa de repetírselo, todo su razonamiento abandonó su cuerpo cuando un balde de agua fría le cayó encima: John Twycross, uno de los mejores amigos de su padre, compartía una conversación muy animado con los dueños de casa. Twycross, el mismo que había herido a su padre durante el verano, supuestamente bajo una maldición imperio…

- Hijo de puta… - murmuró furioso, metiendo su temblorosa mano al bolsillo para sacar su varita en un arrebato de cólera.

- ¿Marton? ¿Todo bien? – preguntó Rita, tomándole la muñeca con fuerza. James la miró y se dio cuenta de que, si bien estaba sonriéndole con calma, sus ojos le estaban implorando que se comportara. Junto a ella, el señor Volant lo miraba extrañado.

Estaba ardiendo de rabia por dentro, pero no podía hacer nada en aquella mansión, frente a todas esas personas. Además, no tenía ninguna prueba de que Twycross fuese un mentiroso traidor rastrero… Aunque le costara, tenía que calmarse y concentrarse en lo que había ido a hacer antes de que el efecto de la poción multijugos se le agotara en medio de la fiesta.

- Sí, sí, lo siento, acabo de ver a un antiguo cliente que no me ha pagado – aclaró, sintiéndose como un tonto y volviendo a guardar la varita -. Si me disculpan.

Rita le dio una última mirada aprehensiva, como pidiéndole que por favor no la involucrara a ella si es que se le ocurría hacer alguna estupidez, y luego regresó a su conversación con el francés. James aprovechó para escabullirse entre medio de toda esa gente, intentando parecer casual como quien se dirige a un baño, y así no llamar la atención de nadie mientras comenzaba a subir una escalera que lo llevaba a quién sabía dónde.

Le tomó casi treinta minutos completos encontrar la habitación, una oficina más bien, con un enorme guardarropas en donde se encontraban todos los abrigos, capas, maletines y bolsos de los invitados. Para ese entonces ya no quedaba nada de Marton Rhys-Davies. Su cabello revuelto apuntando en todas direcciones había regresado en gloria y majestad; su falta de visión también (rápidamente tuvo que buscar sus lentes en uno de los bolsillos). Era riesgoso que se mantuviera en el lugar con su apariencia normal y aún faltaba la peor parte: Descubrir cuál de los bolsos era el de Caecilia Greengrass.

Metió la mitad de su cuerpo dentro del armario para ponerse a buscar con ganas y se mantuvo así por unos ocho minutos, hasta que encontró un femenino maletín con las iniciales C.G.S. grabadas en una placa de plata. Caecilia Greengrass Spielman, pensó, convenciéndose de que debía ser el indicado. Se agachó en su lugar para buscar el expediente dentro de su propio bolso y cuando lo sacó, sintió como una fuerza que venía desde arriba, se lo arrancaba de las manos.

Con pánico levantó su cabeza y se encontró con el mismísimo Hassel Rivaille, parado tras de él, mirándolo con deleite mientras ahora él tenía el expediente en la mano. ¿En qué minuto había entrado? Jamás lo escuchó. ¿En qué minuto se paró detrás de él? Ni siquiera fue capaz de sentir su presencia, ¡¿cómo demonios lo había hecho?! Y si Rivaille había llegado a esa oficina antes que él, ¿cómo no lo había visto? No había demasiados lugares para esconderse.

Tragó saliva, asustado y sintiendo como los colores se le iban de la cara y el alma del cuerpo. De todas las personas que lo habían descubierto, tenía que ser el más experto en artes oscuras. Tenía que ser su profesor de Defensa contra las Artes Oscuras y posible traidor de Dumbledore. Por supuesto que era un traidor, pensó, si se encontraba en esa fiesta llena de fanáticos de la sangre…

- Vaya, vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí? – preguntó Rivaille. Movió una de sus manos y James escuchó el sonido del cerrojo de la puerta girando.

Le era imposible dejar de notar, aun en esas circunstancias, que su profesor podía hacer magia sin la necesidad de usar la varita. Era cierto que una varita mágica solo era una herramienta para canalizar los hechizos y encantamientos, pero era la primera vez que veía a alguien haciendo magia con tanto dominio.

- ¡Traidor! – susurró para no dejarse al descubierto, pero se aseguró de ser enfático.

- Tienes que dejar de hacer esto, Potter. Si te descubren—.

- ¡No me diga que hacer! ¡Sabía que no podía confiar en usted!

- ¿Cómo demonios estás haciéndolo? – preguntó casi divertido, pese a la mirada intimidatoria que le estaba dando - ¿Cómo entraste aquí sin que nadie te viera? ¿Y al Ministerio de Magia? No creas que no estoy al tanto.

- Sé que está al tanto – contestó el adolescente, desafiante -. Sé que ha estado hablando de mi con Caecilia Greengrass.

- Y no nos equivocábamos, por lo que veo – comentó tranquilamente mientras comenzaba a hojear el expediente en sus manos -. Sabía que lo tenías tú y me facilitaste mucho el trabajo trayéndolo hasta aquí. Me preguntaba cómo iba a robártelo desde tu habitación en Hogwarts.

- ¡Entonces lo admite! ¡Es un traidor! ¡Usted traicionó a Dumbledore! – dijo poniéndose de pie y llevando una mano a su bolsillo, en caso de requerir usar su varita.

El hombre suspiró, mientras cerraba el expediente.

- Ya tuve una conversación similar a esta con tu amigo, Potter. No soy un traidor.

- ¡Claro que sí! ¡Además de todo esto…! ¡Además de andar para arriba y para abajo con Greengrass, usted emparejó a Sirius con Snape en el examen pese a que sabe que podía revelar el secreto de Remus…!

- A ver, respira – lo interrumpió, sin darle mayor atención -. Estás en el mundo real ahora, Potter. Si te andas metiendo en lugares como éste, como el Ministerio de Magia, deberías tener claro cómo funciona el mundo ahora, y yo no hice más que prepararlos para la guerra. ¿Te da miedo que se sepa el secreto de tu amiguito? Pues, que mal, porque eso podría ocurrir en cualquier momento, en tantas circunstancias diversas…

James lo fulminó con la mirada, pero no tenía mucho que decirle. Aunque quisiera, tampoco podía atacarlo, pues su profesor lo superaría con creces en cualquier tipo de duelo. Cuando Rivaille lo vio así, furioso y complicado, relajó los hombros y soltó una risa fría que hizo que al moreno se le pararan los pelos de sus brazos.

- Entonces, ¿no vas a decirme cómo has estado entrando a todas partes?

- ¡No es asunto suyo! – replicó, altanero y rebelde. Si su cabello no había estado desarreglado antes, ahora sí que había terminado de erizarse en todas direcciones.

- ¿Cómo pretendes salir de aquí sin que te vean?

- Tengo mis secretos – respondió, pensando en la capa de invisibilidad dentro de su bolso -, aunque supongo que ahora tengo que asumir que usted me atrapó y me va a entregar a los Lestrange, ¿no es así?

- Uhm, sería entretenido, no puedo negarlo. Pero tengo otra cosa más entretenida en mente. - James palideció mientras barajaba una serie de escenarios sobre lo que Rivaille podía a hacerle en esa oficina, cada uno más terrible y pesimista que el anterior -. Supongo que tus padres nunca te dieron una buena paliza y por eso creciste así, arrogante y malcriado.

Tras escuchar esas palabras, sacó su varita en un impulso y la apuntó hacia el hombre que continuaba mirándolo con desdén.

- Estabas intentando meter esto en el maletín de Greengrass, ¿verdad? – preguntó, levantando los documentos en el aire e ignorando totalmente el hecho de que James lo apuntaba dispuesto a atacarlo -. No puedes plantar evidencia como si nada en una casa, va a ser sospechoso. – Rivaille se le acercó al oído para susurrarle algo -: Malfoy ya informó tu intrusión en el Ministerio. Nadie sabe cómo lo lograste, así que no pueden culparlos de nada sin evidencia, pero si plantas evidencia justo durante las vacaciones, todos los dedos apuntarán en tu dirección.

- ¿Qué importa? – murmuró con los ojos sacando chispas de tanta rabia que sentía -Usted ya arruinó mis planes. Por culpa suya, Dumbledore nunca va a volver a Hogwarts y esa vieja de mierda va a seguir con todos sus planes ridículos para perjudicar a los hijos de muggles. Debería darle vergüenza.

- ¿Debería? ¿Por qué?

- ¡Maldito traidor vendido!

- Solo hay una forma correcta de hacer esto, Potter. Yo me voy a encargar.

- ¿Hacer qué? – preguntó con desprecio.

- Inculpar a Greengrass – respondió como si nada. James parpadeó dos veces, sin entender -. Estoy de tu lado, niño idiota. Bueno, no del tuyo – corrigió -, pero de Dumbledore. ¿Crees que podía conseguir información sin hacerme íntimo de Caecilia? ¿Y por qué detenerme ahí? ¿Crees que Caecilia es la mejor fuente a la que puedo sacarle información?

Rivaille estiró su brazo con decisión y levantó la manga de su túnica, mostrando un tatuaje largo que le ocupaba todo el antebrazo en tinta negra. La marca de una calavera y una serpiente que salía de la boca de la misma; la marca de los mortífagos y los seguidores de Voldemort. La marca tenebrosa.

James dio un par de pasos hacia atrás inconscientemente, por la impresión. El corazón comenzó a latirle más rápido también, porque fuese cual fuese la situación, era malo. O Rivaille era un mortífago real y le estaba tomando el pelo, o era un doble agente que acababa de confesarle un secreto demasiado grande y que podía ponerlo en peligro.

- Mira tu cara – dijo riendo -, ¿qué pasó? ¿No querías jugar a las cosas de adultos?

- Usted…

- Sí, yo. – Rivaille se bajó la manga de su túnica y luego se arregló el cabello con la misma mano, como si nada.

- No tengo cómo confiar en que lo que dice es verdad – balbuceó, intentando unir palabras que le costaba trabajo sacar de un cerebro que estaba funcionando a media máquina desde la revelación -. ¿Por qué me confesaría algo así? Sabe que puedo decírselo a todo el mundo. Podría denunciarlo con las autoridades.

- Es sencillo – dijo mientras iba a reclinarse sobre el escritorio, al igual que acostumbraba a hacer en sus clases -. Si fuese un mortífago de verdad, te mataría aquí mismo, ¿no lo crees? Y al mismo tiempo, si le cuentas a alguien lo que te acabo de mostrar, te mataré antes de que te des cuenta, Potter.

James se esforzó por no salir corriendo en ese momento. ¿Cómo era posible que el mismo hombre que le hacía clases día a día estuviese amenazándolo de muerte en ese instante? Aunque, si tenía que ser sincero, Rivaille no lucía amenazante ni peligroso… No se veía como si estuviese enojado, amargado o complicado por tener esa conversación. No parecía desconfiar de James, ni temer que éste realmente lo denunciara…

¿Podía ser que Rivaille de verdad fuera un doble agente?

- La oficina de aurores se hará cargo de esto. Será de la forma en que yo determine, en el momento en que yo determine – anunció, mostrándole el expediente una vez más -, y tú te vas a preocupar solo de tus clases y del Quidditch, como un niño de tu edad debería. Dumbledore volverá a Hogwarts antes de que te des cuenta, y tu sabrás que estoy diciendo la verdad. Antes de eso, planeo cumplir mi promesa: Una palabra sobre esta noche y esta conversación, y no tendré ningún reparo en hacerte desaparecer, Potter – explicó mirándolo fijamente -. Después de todo, no puedo dejar que todos mis esfuerzos se vayan a la basura por culpa de un niño con aires de grandeza.

No sabía qué hacer, qué decir, cómo actuar. No sabía si confiar en su profesor o no, ni tampoco sabía qué pensar sobre él ahora. Incluso si decía la verdad y era un doble agente cuya lealtad estaba con Dumbledore, acababa de amenazarlo de muerte como si nada. Pero claro, también era cierto que estas eran las ligas mayores; el mundo donde los errores en la guerra podían llevar a alguien a morir con facilidad.

- ¡Bien! – dijo sonriendo -. Por cierto, excelente trabajo en tu examen. Descubriste cómo evadir el veritaserum diciendo verdades a medias, ¿no es así? A muchos magos les toma más de un año aprender a evitarlo.

El chico lo miró en silencio, aun nervioso. Cada cosa que decía el profesor le estaba crispando los nervios, aunque fuese un cumplido.

- Serías un excelente auror, si me permites decirlo – comentó mientras volvía a erguirse y comenzaba a caminar hacia él -. Dumbledore también lo cree.

- Me voy a ir de aquí – dijo James, de pronto.

- Espera. Aun no te he dado una lección por lo de esta noche – advirtió -, lo siento, pero es la única forma de que aprendas a no meterte en donde no te llaman.

- Profesor, no es necesario que… - murmuró, asustado, mientras volvía a empuñar su varita.

- ¿Has escuchado hablar de los Trasladores rumanos, Potter? – James guardó silencio. Sabía lo que eran. Funcionaban prácticamente igual que los trasladores que ocupaban en el Reino Unido, solo que la persona que era su dueño era quien escogía donde aparecería la persona que lo tomaba. Y cuándo.

- Están prohibidos en el Reino Unido.

- ¡Así es! – corroboró – Lo que es una lástima, porque son muy útiles. Siempre ando trayendo uno o dos conmigo, por si acaso.

- Profesor, de verdad, prometo que no voy a decir nada.

- Te voy a sacar de la mansión, Potter. Sin que nadie te vea – le aseguró mientras sacaba una monedita de cobre de su bolsillo y comenzaba a jugar con ella -. Supongo que esta conversación fue suficiente para que te hayas cagado en los pantalones y lo pienses dos veces antes de volver a entrar en mansiones de mortífagos.

- S-sí… - murmuró.

- ¿Tienes algo en ese bolso que no se deba mojar?

- ¿Qué? No, pero—.

Antes de que pudiera terminar de hablar, Rivaille le lanzó la moneda con un chistido de sus dedos, y apenas hizo contacto con el cuerpo de James, éste sintió el desagradable tirón y el vacío en su estómago que experimentaba cada vez que ocupaba un traslador. La sensación duró menos de un segundo para ser remplazada por el frío de la noche y de una extraña humedad que se extendió por todo su cuerpo, empapándolo.

Agua. No entendía nada, pero cuando salió a la superficie, tomó un enorme respiro y miró a su alrededor. Estaba oscuro, pero de todas formas ya se había dado cuenta.

Estaba en medio del río Támesis, cerca de una orilla.

- Hijo de la gran puta.