Capitulo 2 "El recuerdo del sótano y una deuda insondable"
Narcisa Malfoy no era una mujer amable, nunca lo había sido. De la misma forma nunca lo había sido como madre, no obstante, en ella preponderaba un don especial, el de la interpretación, de hecho, Malfoy estaba seguro de que su madre en sí misma no era una persona, era simplemente la imagen de un ideal de su mente, quien sabe que había sido de la verdadera Narcisa, y si alguna vez tal mujer existió. La confusión que las palabras de aquella extraña habían hecho en Malfoy una profunda mella, no solo era una desconocida, sino que también era perversa, y cada silaba que pronunciaba sus labios estaba cargada de veneno y de un interés implícito, aun mayor si aquellas silabas constituían palabras de aparente sensibilidad y comprensión, por eso para Draco Malfoy escuchar a su madre disculparlo era una especie de advertencia fatal, era como si una paloma blanca volara hacia él maravillándole, pero se convirtiera en cuervo a penas su vuelo rozaba su cara, así, en pocas palabras, era su madre para él.
Por eso cuando Narcisa dijo: "Mi niño no mentiría jamás" Malfoy recibió, sin que le fuera inesperado, aquella mirada dura e implacable, como un arma de doble filo, que en realidad era un imperativo mortal, una amenaza intrínseca, una advertencia, casi una ironía enfermiza, pues era bien sabido por Malfoy que su madre lo tenía como el fracaso del proyecto de hombre que quería que fuera. Esas palabras querían decir exactamente lo mismo que su padre: si mentía, las consecuencias de esa acción fatal le golpearían con el peso de la intransigencia, proporcionándole un más amargo despertar cada mañana.
Pero después de todo Draco Malfoy no debía de pensar demasiado en ello, no iba a cambiar nada y además él se lo había buscado, su familia, más allá de aquella cadena de traumas enredados en una espiral concéntrica, era la fuente y la batuta que le guiaba, si recibía de ellos dolor era porque, sin duda, se lo merecía, y es que Draco Malfoy estaba tan sumergido en el odio y la crueldad que identificaba el amor en la intensidad de las emociones negativas, cualquiera se preguntaría ¿cómo es posible que el horror se tome como una rutina de vida? Y la respuesta, tremenda y sin duda espeluznante afirmación, es sencillamente porque la rutina del maltrato es el horror. Una persona como Draco Malfoy tiene una percepción de las cosas cambiada a la fuerza, y no puede ver la realidad sencillamente porque han obnubilado su visión. Así pasaban los días en su vida, y solo la envidia hacia el verdadero amor, hacia los verdaderos valores, eran el indicativo de que algo en él iba mal, pero por supuesto, si una mano no tiraba de su cuerpo y lo sacaba de la profundidad del error, Draco Malfoy se ahogaría en un océano, identificando su oscura profundidad con la llegada a la meta; sin duda, un suicidio en vida, confiar su felicidad al criterio de unos padres infelices e incapaces.
Hermione Granger no esperaba que el origen de su distracción estuviera circulando por la autovía justo al lado de su coche, llevaban más de media hora inmersos en una aburrida conversación sobre la necesidad del dentífrico y la falta de asistencia a las revisiones clínicas que, curiosamente, había derivado del tema inicial: las calificaciones que la bruja había obtenido. En cualquiera de los casos en ambos temas Hermione había guardado un silencio casi sepulcral, como era típico en ella cuando en su mente se removía y borboteaba un dilema moral intenso. La mente de Hermione Granger era una fragua difícil de comprender incluso para ella misma, y pronto la perorata diplomática de su padre pasó a ser una voz lejana, como si el asiento del conductor y el trasero, donde estaba ella, se encontraran a kilómetros de distancia. Fue en el momento en el que pegó la mejilla en el cristal del vehículo cuando sus ojos atisbaron un trío de melenas platinas en una despampanante limusina negra, en principio no sabía si debía de mirar, pues no les resultaría agradable continuar viajando siendo la carnaza de los Malfoy, el tema predilecto que los entretendría enfrascados en multitud de críticas e insulsas teorías sobre el valor de la sangre, y sobre todo no quería que ninguna de sus reacciones o comportamientos pudieran afectar de alguna forma a su padre, un hombre muggle cuya vida sencilla y alejada de aquel mundo que no entendía era su especial devoción. Pero su obcecado disimulo no pudo evitar que el joven Malfoy reparara en ella.
-¡Chss…¡Sangre sucia! –Hermione frunció el ceño y le dirigió una dura mirada, bajando la ventanilla del automóvil con sigilo.
-Mi nombre no es sangre sucia y sino me llamas por mi nombre no voy a contestarte –Malfoy le dedicó una mueca de burla, que en su cara era lo más parecido a una sonrisa.
-Ya me has contestado –Hermione se mordió el labio ofendida ante aquella trampa a su inteligencia que ella misma se había tendido y en la cual calló. –vais a pagarme la broma, y Ronald Weasley se arrepentirá de lo que hizo.
-Me… disculpo en su nombre, Malfoy. –Draco pareció atónito, Hermione no lo miraba, fingiendo atención a su padre, mientras que la ausencia de disimulo de Draco la ponía frenética.
-Vaya, Granger, veo que has captado tu papel en el mundo mágico… toda la escoria debería de aceptar por debajo de quien están… Pero lo cierto es que me alegro de que una gran parte todavía siga siendo prepotente, sino, me lloverían demasiadas disculpas. –Hermione contrajo tanto sus labios que palidecieron convirtiéndose en a penas una línea en su rostro.
-Eres repugnante, no se como puedo pensar que algo en ti no es así.
-Porque eres imbécil, Granger, así de sencillo. –a pesar de la férrea respuesta del Malfoy, su mirada adoptó un extraño matiz, un casi imperceptible cambio, como la vela de un pequeño barco cambiando de orientación ante una brisa invisible, quizás una parte de Malfoy clamaba por escuchar algo así, quizás ciertamente algo en él era capaz de identificar el más ligero mensaje de fe en su persona.
-Mira Malfoy, no pretendía que ocurriera aquello… bueno, en realidad, sí lo pretendía pero… cuando vi… cuando entendí.
-Cállate
-Malfoy, hay algo entre nosotros, algo más poderoso que el odio: un secreto. –Malfoy se encontraba impasible, con la mirada fija al paisaje que se vislumbraba tras el parabrisas –los secretos son capaces de grandes cosas, pueden ser fatales, pero también pueden… pueden hacer recapacitar, reconciliar a las personas…
-¿Qué insinúas, Granger? –Hermione se mordió el labio, su padre había zanjado la cuestión y canturreaba al volante, la joven agradeció que el hombre se conformara con varios ajá para sumirse en su propia reflexión.
-No insinúo nada Malfoy, no soy una persona de insinuaciones.
-Claro, Granger, eres una bruja con principios¿no? Que va directa a la verdad. –el mago giro su rostro hacia ella con un brillo intenso en sus iris metálicos, un color impactante pero desvitalizado, por unos momentos aquella mirada atrajo casi magnéticamente a la bruja, la envolvió en una sensación de belleza con un trasfondo triste y mísero.
-Malfoy, no diré nada¿sabes lo que quiere decir eso?
-¿Qué tu impecable bondad no te lo permitiría?
-No, significa que trato de respetarte por el mero hecho de ser una persona, y no un Malfoy.
-La bondad es de imbéciles, acabarás siendo una mártir, como Potter. –Hermione sacudió su melena al girarse repentinamente para clavar sus ojos castaños en él, por un momento pareció tan fiera como cualquier gran hechicero, Malfoy no pudo evitar sentirse abrumado, incluso ofendido por atisbar cierta admiración ante aquella capacidad de expresar sin palabras y en una ínfima parte de tiempo inmedible, un raudal de carácter que el no podía infundir con su mordaz sátira.
-¡No es bondad! –Siseó -¡te repito que no es eso¡No podría ser bondadosa con alguien como tu!
-Tampoco yo lo necesito…
-Malfoy, abre tu mente, entiende que las cosas no solo tienen una manera de ser…- Malfoy frunció el ceño, por una parte alarmado ante la bifurcación que se presentaba en la autovía y que separaría ambos vehículos, y por la otra por la incomprensión ante aquella ultima frase de la bruja.
-¿Qué demonios quieres decir con eso?
-Escapa
-Definitivamente eres idiota.
-Tu eres idiota, un idiota absorbido por dos idiotas mayores –Draco se pegó contra la ventana mirando con odio a Hermione.
-No insultes a mi familia. Eres asquerosa, das asco… Crees que lo sabes todo, que lo puedes juzgar todo, no sabes lo difícil que es llevar el peso de una gran estirpe. –Hermione dejo caer su mirada rendida para después volverla a levantar hacia Malfoy, su coche viraba claramente hacia la derecha, al contrario que el Focus verde.
-No Malfoy, tu solo llevas el peso de ti mismo.
Malfoy quiso contestar, pero la distancia implicaba que hablara demasiado alto, y no podía arriesgarse a eso. Montó en cólera ante la incapacidad de desplegar su repertorio de comentarios hirientes hacia la bruja, y cerró el cristal con tanto ímpetu y descuido que atrajo las miradas desdeñosas de sus padres. El peso de sí mismo, Granger era sin duda una persona repelentemente despreciable, quizás, porque era una persona que sabía utilizar demasiado bien el filo peligroso, cortante y doloroso de un arma poderosa: la verdad.
La noche anterior al cóctel Malfoy no había encontrado ninguna solución al asunto respecto al Weasley, era imposible que este, por arte de magia, apareciera en aquella celebración con la cara contusionada, aunque cabía la esperanza de que sencillamente no apareciera, y es por eso que Malfoy, lamentando su cobardía y con el pulso compartiendo el temblor de su cuerpo, elaboró aquella poción cuyas instrucciones figuraban en el antiquísimo libro sobre pócimas inhibidoras a corto y largo plazo. Aquel grueso tomo se encontraba en un lugar de sus enormes estanterías, junto con diversos libros de artes oscuras y de elaboración de múltiples combinaciones mágicas.
Frente al caldero gorgojeante Malfoy sostenía en una mano la probeta vacía y en la otra un pequeño cazo para dosificar la poción, pronto lleno el recipiente e hizo desaparecer el resto. El joven Malfoy nunca se había confundido a la hora de elaborar una de sus combinaciones y aquella no iba a ser la primera, la poción tenía efectos muy claros: letargo de 48 horas, no había más. Se acostaría aquella noche y no despertaría hasta dos días más tarde, ningún sanador podría encontrar la razón de su inconsciencia en el líquido que estaba a punto de ingerir, pues el mismo había confeccionado una mezcla especial para aquello, producto de una intensa y dedicada cavilación en la que se había sumergido durante varias horas hasta llegar a una efectiva y verídica deducción, Draco Malfoy podía ser muy inteligente siempre y cuando su moral martirizada se lo permitiera, pero, por desgracia, esta inteligencia solo actuaba en él sometido a la crisis o la maldad. En cualquiera de los casos estaba preparado para tomarla junto al inhibidor de estrago aquel principio activo que burlaría al mejor sanador, en definitiva, el parte clínico rebelaría un estado de inconsciencia de causa inconclusa o desconocida, y sus padres no podrían castigarle por ello.
El optimismo de Malfoy estaba en realidad cargado de un pavor frenético, que hacia aflorar una risa maniática y enfermiza en su interior. Miró el contenido repulsivo de la probeta y lo ingirió de un trago, lo sintió bajar pesado como el plomo por su estomago y calló sobre la cama, una frase se repitió en su mente como un eco confuso: Tú solo llevas el peso de ti mismo… EL PESO DE TI MISMO.
-Dame eso, te lo ordeno- dijo el pequeño niño lánguido, cuyo peinado y ropas resultaban exultantes para su edad.
-¿Por qué?- pregunto otro de cabellos oscuros como el ébano, en sus manos había algo parecido a una rama pulida, su extremo brillaba y lanzaba pequeñas chispas de colores –puedo matarte con esto, si quiero.
-No podrías- rió el pequeño mago, su voz, para ser de un niño resultaba extrañamente vacía de emotividad. –porque no sabes utilizarla, eres demasiado crío.
-Tengo tu misma edad- respondió el otro, en ese momento el otro muchacho, pálido y de un rubio casi albino, le quito la varita de las manos, y la miró con la ambición palpitando en sus pupilas, el pequeño Malfoy experimentaba su primer contacto con el poder.
-Hay ruidos Draco –el otro pequeño estaba inquieto, de repente se llevo una mano a la entrepierna –y tengo que hacer pis.
-Tengo que hacer pis- se burló el rubio –niño de mamá…
-Dime donde esta el baño, por favor- Draco resoplo arrugando su pequeña nariz pálida, y su mano brillante y blanquecina señaló un largo pasillo.
-Ahí esta
-Dame la varita de mi padre, por favor, si me pilla me matará
-Zabinni, ve a mear y déjame tranquilo, no va a pasar nada… Solo quiero intentar hacer un… hechizo.
-¡Tienes ocho años!
-Tengo que estar preparado para entrar a Hogwarts
-No lo hagas Draco, por favor. Nuestros padres van a subir –Draco sonrió mientras miraba ansioso aquel poderoso instrumento. Zabinni por su parte brincaba apoyándose cada vez en un pie diferente, sin poder aguantar más, fue entonces cuando se escucharon pasos subiendo la escalera. –Oh no, Draco por favor… -Draco miró a la escalera y se iluminaron los ojos, era el momento de impresionar a sus padres. –No Draco…
-Mira, mira ese mosquito… voy a hacerle un hechizo que le escuché a mi padre…
-Draco…- las voces se escuchaban cada vez más cercanas, la risa socarrona de Lucius, los comentarios del Sr. Zabinni, los cuchicheos de Narcisa y la Sra. Zabinni, eran como un presagio que Malfoy no fue capaz de detectar.
-Mejor lo probaré contigo, mi padre lo uso con un compañero del ministerio, así que no será nada malo –Draco apuntó a Blaise en medio del pasillo, en el mismo momento en que los padres irrumpían, un gesto de espanto los recorrió a todos, Malfoy sonrió. –Cruciatus.
-Hermione, de verdad que lo siento, sé que soy un inmaduro, pero… ¡te he dicho que lo siento, demonios! –Hermione Granger miraba entre el crepitar del fuego la cabeza pelirroja de su amigo Ron.
-Sal de la chimenea y dímelo a la cara
-¿Pero que más da?
-¿Esta Harry contigo? –El pelirrojo asintió -¡Tendríais que haberme avisado con más antelación! No me puedes decir ey Hermione mañana se celebra un cóctel y esperar que vaya alegremente sin contar con mis padres ¡son muy estrictos!
-Vamos Hermione, Harry va a estar… y además así podremos hablar de aquello…
-¿de qué? –preguntó molesta la bruja, de rodillas sobre la moqueta y con el fuego reflejándose en sus pupilas.
-Pues de eso, eso que dices que Harry y yo no podemos saber, es que… lo hemos pensado mucho y estamos muy… preocupados por ti.
-¡Pero que demonios te crees? –Hermione se levantó como alma que llevaba el demonio, y pudo escuchar tras las llamas la voz de Harry diciéndole a Ron que había metido la pata hasta el fondo. -¡No me esperaba esto de ti Harry! –entonces hubo un forcejeo en la chimenea y apareció la cabeza de su mejor amigo.
-Hermione, sino quieres decírnoslo no lo hagas, pero no quiero perder tu amistad, ven al cóctel mañana.
-¡No somos Weasleys, y es para los familiares de los funcionarios!
-Estamos invitados, no pasa nada, además… si esto te hace sentir más a gusto… Ron y yo nos comprometemos a tolerar a Malfoy… te lo prometo –a Hermione se le iluminaron los ojos, no se había dado cuenta de que ha ese cóctel también asistirían los Malfoy.
-Está bien, iré. –a lo lejos se escuchó un ¡Bravo! Que claramente era de Ron y Hermione puso los ojos en blanco –pero os lo advierto, no me interroguéis ni queráis saber más de lo que debéis.
Después de que sus mejores amigos desaparecieran de la chimenea, Hermione subió a su cuarto pensando acerca del día siguiente, el cóctel, ver a Malfoy… en realidad no tenía mucha certeza de porqué quería ver a Malfoy, quizás para seguir llevando con él ese diálogo de besugos, un tira y afloja que no conducía a nada… Pero es que para Hermione era imposible no luchar por algún tipo de causa, y lo cierto es que descubrir un pequeño indicio, por escaso y remoto que fuera, de algo que justificara la crueldad y el despotismo de Malfoy era para ella una reivindicación de la fe en el ser humano, era casi por un ideal moral, pero era sobre todo porque se sentía culpable, culpable de no haberse dado cuenta antes del vacío en su mirada. Si alguien era algo solo por sometimiento, y nadie hacia nada por ayudarlo ¿no tendrían más culpa aquellos que sabiendo la verdad se basaban en contemplar la desgracia ajena?
Hermione se puso su pijama frente el armario sumida en sus reflexiones, además de aquello, algo se había quedado grabado en su mente, como si se tratara de un residuo luminoso, como cuando miras una luz y al cerrar los ojos continuara tenuemente en tu retina, se había quedado grabado el azul invernal de los ojos de Draco, su mirada podía apagarse, podía vaciarse de dureza y sarcasmo por unos segundos, y ser como una pequeña señal de humo, una señal que indica que se esta debilitando, que a veces su verborrea cede, que a veces Malfoy pasa a ser simplemente Draco…
-Draco…- musitó en su cama Hermione, arropándose con las mantas y disponiéndose a apagar la lamparilla. Pronunciar su nombre y no su apellido era extraño, y curiosamente grato. Suspiró y se recostó hacia una lado, dispuesta a conciliar el sueño.
-¡Dios mío!- gritó la señora Zabinni al observar a Blaise sobre su propia orina en el suelo -¿Pero que demonios hace ese niño?
-¡Draco Malfoy!- exclamó con vigor Lucius -¡Que es esto¿Qué haces con la varita del Señor Zabinni? –Draco, que no había conseguido hacer el hechizo pero si aterrar a Blaise, temblaba de pies a cabeza sintiendo la mano de su padre cogiendo fuertemente su delgado brazo.
-¿…Como… como sabe…? Por Merlín, una maldición imperdonable…- Lucius Malfoy levantó su varita y conjuró el "Obliviate" a los Zabinni, borrándoles así la memoria y haciéndoles creer que Blaise simplemente no había podido contener su necesidad de ir al baño, y que no se lo hizo encima debido al horror ante una maldición imperdonable.
-Mira, mira lo que me has hecho hacer, vas a pagarla muy caro, mocoso…- Lucius le susurró a su hijo en el oído, y poco más tarde despidieron a los Zabinni en la puerta de su mansión, estos se disculpaban reiteradamente por el accidente de su hijo, el cual estaba muy confuso.
-Oh hijo mío¿por qué¿Por qué no puedes ser un niño al que admirar?- musitó Narcisa sin romper su sonrisa falsa en la puerta mientras agitaba la mano en el aire hacia los Zabinni, tras ello cerró la puerta.
-Draco, baja al sótano y espérame allí –gruñó la voz seca de Lucius, sin mirarlo, el pequeño Malfoy corrió hacia su madre, quien lo repelió.
-Hijo mío, tienes que aprender, tienes que distinguir entre lo que nos honra y lo que nos pone en evidencia.
-¡Escuché a papá utilizar ese hechizo¡Yo… explicarme de que trata¡Nunca me habláis de nada¡No se que he de hacer!- Malfoy rompió a llorar, a su rostro inmaculado de mejillas rosadas evocaba el niño que residía en él, confuso y delirante, deseando ser querido y aceptado, deseando brillar como una estrella para sus padres. Narcisa ignoro el auxilio que le pedía su hijo y se marcho a su habitación.
-Al sótano, Draco.
-¡Mamá, por favor, por favor ayúdame¡Perdóname!
-Draco Malfoy, deja de gritar, y de llorar, no quiero hacerte daño, pero tú me obligas a hacerlo.
-Padre, padre, de verdad que no se repetirá, solo quería demostraros lo que se hacer… -el pequeño se arrodilló abrazando las piernas de su padre, pero aquel hombre carecía de sensibilidad.
-¿Y acaso demostraste algo?
-Salió mal padre…
-Eres un inepto, hijo mío… pero precisamente por el aprecio que te tengo, te enseñaré a no dejar en ridículo a tu familia.
Bajar las escaleras del sótano era una tortura solamente superable por lo que acontecía al llegar al final de la escalera. Draco Malfoy solo era un muchacho que no cumplía ni una década de vida, y que a penas conocía el mundo a través de la ventana que sus padres disponían a tal uso, a través del exclusivo y fatídico enfoque de ellos. Malfoy había sido privado de la amistad y el cariño, de la bondad o la honradez, y estos valores se habían confundido y asociado en él a lo más inmundo, haciéndole una persona desdeñosa, pero el no dejaba de ser un niño, un pequeño asustadizo, ansiando demostrar que era capaz de ser un gran mago, sus pretensiones eran tan altas y sus padres tan incapaces de reconocer sus éxitos, que nunca nada en el mundo lo satisfacerla, y aquello era horrible, pues los frutos de sus esfuerzo jamás maduraban. Draco Malfoy solo tenía ocho años, no se merecía aquello porque él no era un niño indulgente, sino un niño machacado por su circunstancia.
El pequeño Malfoy se limpiaba las lágrimas con las mangas de la camisa, la puerta se cerró tras él, y comenzó de nuevo a temblar, encogiéndose cada vez más en un rincón.
-Querido hijo… mírame –dijo su padre levantando su rostro del mentón –vamos a hacer algo que te servirá de escarmiento, no te tocaré en el momento en que tus mejillas estén totalmente secas¿entiendes? Solo tienes que estar el suficiente tiempo sin llorar, así aprenderás autocontrol… -Draco lloró estrepitosamente, era imposible parar, no podía fisiológicamente, y no podía psicológicamente¿qué iba a hacer¿Quién no ha sentido alguna vez la incapacidad de cesar una congoja, una lágrima? Cuan difícil puede ser incluso para un adulto paliar su llanto ¿Cómo podía conseguirlo un niño de ocho años?
-Padre… te lo suplico… -era inútil, Lucius Malfoy levantaba la mano en el aire como si tensarÁ la goma de un tira chinas, y una bofetada rompió el aire, y no fue la única.
Pronto la oscuridad sumió a Malfoy… efectivamente aprendió a no llorar, porque llegó un momento en su vida en que no supo hacerlo, Malfoy se convirtió en un niño y posteriormente en un joven incapaz de llorar, incapaz de verle la utilidad al llanto, y aquello hizo que el dolor jamás se manifestara, que jamás se volara con la sal en sus mejillas. Llegaría un momento en la vida de Draco en que alguien tuviera que enseñarle, de nuevo, a llorar y también a reír.
-¡..No… por favor…¡Basta! -Draco se removía entre las sábanas, la luz del sol tocaba su rostro entibiándolo y despertándolo con una caricia, Malfoy se incorporó casi espasmódicamente, sudaba y tenía frío. Miró el calendario frente a él y sintió una fuerte taquicardia al comprobar que su poción no había resultado, era el día del cóctel y unas horas más tarde se encontraría en el Ministerio con sus padres –Oh no, no puede ser, no ha podido fallar nada. –se sentó en el borde de la cama y se cogió la cabeza entre las manos, frente a él un espejo le devolvía la imagen de su silueta delineada, áurea y de aspecto virginal, el joven Malfoy se destapó el rostro y se observó, a veces le consolaba pensar que por lo menos era atractivo¿lo era? De repente la imagen de unos ojos enfurecidos llego a su mente, era la imagen de Hermione Granger.
Lentamente se desvistió, se quitó la camisa interior y las escasas prendas de lino de alta calidad, y cogiendo una toalla se dirigió a la ducha, ciertamente estaba demasiado delgado, pero siempre la había parecido que aquello lo estilizaba y le daba cierto aire de majestuosidad, era curioso que aquellos pensamientos escasos de modestia y ciertamente arrogantes eran una de las escasas, sino única, fuentes de autoestima del mago. Mientras el agua caía cálida por su cuerpo, pudo escuchar las voces de sus padres en la otra ala de la mansión, había risas socarronas y un tintineo leve de buena cubertería, probablemente estaban disfrutando de un buen desayuno en la cama.
Draco se envolvió en su batín de baño y eligió del armario un traje formal, todos eran similares a los de su padre y también similares entre ellos, así que en realidad entre aquella marea de caras telas, no había demasiado donde elegir.
-Draco¿estas dispuesto? –escuchó el mago tras un golpeteó en la puerta de la habitación.
-Si, padre. –la manecilla giró y Lucius Malfoy vestido con un lujoso juego de chaqueta y pantalón de un verde oscuro y el pelo platino cayendo lacio y brillante sobre sus hombros, hizo su aparición.
El hombre agarró por los hombros a su hijo y comenzó a colocarle el cuello de la camisa con ímpetu, y le apretó el nudo de la corbata tan fuerte que obligaba al joven a llevar el mentón muy alto a expensas de no ahogarse. Malfoy no rechistó y contempló el resultado de los últimos arreglos de su padre sobre su imagen en el espejo. Lucius Malfoy, muy orgulloso de la estampa resultante calcada a la de sí mismo, se situó entonces tras su hijo, por unas décimas de segundo Malfoy sonrió al verse junto aquel hombre en el espejo, su anillo brillante en el anular haciendo juego con el bastón de cabeza de serpiente, y sus ojos y cabello peinados hacia atrás como los de él, era una lástima que el mago no pudiera apreciar la belleza más que en el parecido a aquella imagen fatal. Malfoy buscó la mirada de aprobación de su padre, pero este no se la devolvió, estaba demasiado ocupado en admirarse de sí mismo.
-Maquíllate –gruñó el hombre soltando repentinamente al muchacho –cúbrete esas marcas que tienes en la cara.
-¿cómo? Yo no… no conozco ningún hechizo…
-Pregúntale a tu madre. –Malfoy titubeó, la idea de aplicarse hechizos de belleza no le hacían sentirse nada bien. -¡Narcisa! –pronto Narcisa llegó a la habitación con un vestido de noche muy elegante y sobrio, y con su varita en la mano.
-Muy bien… -sentó a su hijo en una silla y comenzó a convocar extraños utensilios y hechizos, que tuvieron como resultado un impecable disimulo de las rojetes heridas, y contusiones.
-La próxima vez, compórtate como un hombre y no tendrás que maquillarte como una mujer. –gruñó Lucius Malfoy, y él y su esposa salieron de el cuarto dejando al joven desamparado y aturullado frente al espejo. Se sentía un fracasado íntegramente.
Hermione, Harry, Ron y el señor Weasley subían al ático montados en el ascensor del Ministerio. El Sr. Weasley explicaba que para él no resultaba demasiado gratas las galas y cócteles del Ministerio, salvo porque se encontraba con funcionarios que habían sido ascendidos o traspasados a otro departamento, y el cóctel le daba la oportunidad que el exceso de trabajo diario le negaba, el poder entablar una conversación holgada con ellos.
Por su parte los muchachos tenían notablemente la cabeza en otra parte, Ron y Harry no paraban de intercambiar miradas entre ellos y hacia Hermione, mientras que Hermione, que se había alisado el pelo y puesto un vestido perlado muy sencillo, parecía inquieta. Sin duda Ron y Harry tenían sus razones para sentir amenazada su amistad a causa de aquel misterioso desasosiego de Hermione, pero no podían más que resignarse a aceptar que ella no les contaría nunca que extraña causa había creado un vínculo entre Malfoy y la bruja.
En el ático la familia Malfoy se relacionaba con los altos cargos y las familias Zabinni, Goyle y Crabbe. Bajo un cielo oscuro y salpicado de estrellas, se habían dispuesto sendas mesas con lamparillas de tenue luz dorada, y fuentes lujosas de dulces, convites, aperitivos y bebidas, era todo un museo gastronómico, un homenaje casi artístico al lujo y la decoración diplomática. En el ambiente flotaban notas de música clásica relajada y formal, y de vez en cuando algún vals en el cual parejas de mayor o menor refinamiento bailaban ante sus colegas ministeriales. En la parte más lejana al convite había un pequeño recoveco oscuro que claramente era la entrada y salida de los elfos domésticos hacia las mesas, aunque tras haber puesto todos los aperitivos preliminares, no había ninguna actividad de idas y venidas cruzando aquel espacio olvidado por los asistentes de la fiesta.
Hermione salió del ascensor en un extremo del ático y llegó junto con los demás al festejo, pronto el Sr. Weasley entabló conversación con sus compañeros, Ron comenzó a hacer un recorrido por las mesas arrastrando a Harry con él, y Hermione frunció el ceño y agudizó la vista hasta que consiguió divisar a Malfoy, era una figura elegante recostada en la mesa, que charlaba con sus colegas de la escuela, y era sobado por una chica grande con cara de caballo; Con disimulo se colocó junto a sus dos amigos, había claramente dos grandes grupos distanciados el uno del otro, uno era desde luego de aquellos de altos y admirables cargos, y un aire aristocrático que podía detectarse a kilómetros, mientras que los otros, entre los que estaba el Sr. Weasley, se caracterizaban por una holgada sencillez. Hermione pensó como podía acercarse al grupo contrario, así que sencillamente aprovechó la corpulencia de un hombre grande que se acercaba al ponche de la mesa contraria, para aproximarse oculta tras su vigorosidad, solo así pudo escuchar el susurro de Malfoy a Zabinni, y solo así pudo salvar a Draco de un suceso fatal.
-Ese Weasley se encuentra en la otra mesa, con Potter y su estúpido padre. –decía una voz que arrastraba las palabras.
-Tu padre no tardará en dejarlo en ridículo delante de todos, como se merece –contestó Zabinni, henchido.
-Mi padre no se propone dejarlo en ridículo, se deja él solo, su patética vida es en sí ridícula. –entre los magos se hizo el silencio, Malfoy se llevo unas cerezas a los labios, cuyo color rojo intenso solo era sobrepasado por el de sus labios. –Me ha amenazado –dijo exclusivamente –si Weasley no esta herido…
-¿Cómo? –Zabinni tardó en asimilarlo, Malfoy había aprovechado que Crabbe y Goyle estaban distraídos para comentarle a Zabinni su inquietud, aunque de una forma poco concisa y casi en clave. -¿a que te refieres?
-Tengo que demostrar que le devolví el golpe a Weasley.
-¿Es que te… os pegasteis? –Draco asintió solemnemente -¿Se… lo devolviste?
-No tuve oportunidad, fue un combate sucio, ya sabes que cualquier buen mago puede batirse a duelo, pero una pelea física es denigrante, digamos que Weasley me pilló por sorpresa.
-Y todo por culpa de esa furcia Granger, es despreciable.
-Dejemos a un lado a Granger. –Zabinni se sorprendió, Hermione, disimulando escondida entre la muchedumbre no sabía si tomarse aquello como una buena señal. –no quiero decepcionar a mi padre.
-¿Qué pasara si lo haces? –en aquel momento el hombre grande y corpulento que hacía de barrera entre Hermione y los magos se giró descubriendo a Hermione agazapada y la miró hoscamente.
-¿Qué haces, mocosa? No estarás tratando de robarme la cartera –su voz era tan grave y ronca que se escuchó en todo el ático y pronto todos los ojos se clavaron en ella, solo que la joven no estaba preocupada precisamente por el ridículo que podía pasar, sino porque los ojos de Lucius repararan en Ron, porque aquel abominable hombre ocupara aquella noche elucubrando la peor de las formas de castigar a su hijo, pero ¿Qué podía hacer ella?
-Discúlpeme, solo quería acercarme a coger ponche, solo estaba tratando de… flaquearle.
-Vaya, así que además me insultas¿estas a caso diciéndome que soy gordo? –Hermione se mordió el labio, miró hacia ambos lados y descubrió a Ron entre Harry y el Sr. Weasley, los tres atónitos, Malfoy estaba estupefacto contemplando a Hermione, ella se extrañaba porque el muchacho no reflejara en su rostro atisbo alguno de satisfacción ante el ridículo de la bruja. Observó como los ojos grises del muchacho reparaban en su padre y en el Weasley con aprensión, y como Lucius Malfoy buscaba a Ron entre el gentío expectante, sus ojos estaban a punto de encontrarle, Hermione no lo podía permitir.
-Sí- afirmó rotundamente –quiero decir…- en ese instante la mirada de Lucius, destilando repugnancia, se clavó en ella, igual que la de Draco, que curiosamente parecía refulgir una extraña conexión, una casi complicidad. –quiero decir que es usted… disculpe, no quería decir nada, es solo que… -entonces vio como Ron se acercaba a ella, Hermione palpó la varita en su bolsillo y todo ocurrió en décimas de segundo.
Sabía que no podía hacer magia fuera de la escuela, sabía que no debía de dejar a Arthur Weasley en ridículo en medio de un cóctel, y sabía que iba a utilizar el hechizo más potente de su vida, pero sacó la varita, se abalanzó hacia Draco y dándole la espalda apunto hacia el cielo y exclamo "¡Totali permanece en el tempo!" en aquel instante cerró los ojos fuertemente, sabía que no iba a funcionar.
-¿Estas loca o solo eres estúpida por naturaleza? –Hermione abrió los ojos lentamente, Malfoy la agarró del brazo y la obligó a levantarse. -¿Qué coño has hecho?
-¡Maravilloso¡Ha funcionado!
-¿Maravilloso? Estamos en el Ministerio de la Magia, y tu acabas de hacer magia ilegal, y no solo ilegal porque estas fueras de la escuela sino porque ese hechizo no se permite ni siquiera a la Orden de Merlín… Pero¿Qué haces ahora? –Hermione se puso de puntillas y tocó con la yema del dedo el pómulo de Malfoy.
-Maquillaje
-Vete a la mierda- entonces Hermione se acercó a Ron, y miró a Malfoy y al pelirrojo alternativamente.
-Ven aquí, Draco.
-Para ti soy Malfoy.
-Para mí serás lo que yo quiera, recuerda que puedo hacer que tu vida y tu imagen se vayan a freír espárragos.
-¿A freír espárragos?- dijo Malfoy acercándose a regañadientes –Puedes decir a la mierda Granger, no por eso serás menos intelectual¿no? –Hermione le dirigió una dura mirada, lo cogió por los hombros y lo situó junto a un Ron congelado en el tiempo, como el resto de los asistentes. –No me agarres.
-Cállate -Hermione puso su mano en la mejilla de Malfoy, y con la otra apuntó a Ron.
-No me toques, sangre sucia. –la bruja se mordió el labio con fuerza, giró el rostro lentamente y asestó una bofetada sonora a Draco.
-No… vuelvas… a insultarme –dijo con los ojos brillantes y húmedos –estoy tratando de ayudarte, todo lo que he hecho esta noche ha sido por ti. –Malfoy estaba estupefacto, no podía moverse ni reaccionar. Aquella cachetada ni siquiera le había dolido, pero lo había dejado mudo. –"traspasare…" –musitó Hermione, sin dejar de mirar a Malfoy sombriamente, entonces Draco, cuando consiguió despegar sus ojos de Hermione, pudo observar el resultado del hechizo, Ronald Weasley tenía en su rostro las contusiones que debía de tener él. –Vas a ayudarme a modificar la memoria de Ron, de Harry y del Sr. Weasley, ellos tienen que creer que Ron sufrió un accidente ayer, tu padre solo creerá que el cobarde y rastrero de su hijo hizo algo que en realidad no hizo, defenderse.
Malfoy tembló ante el insulto, pero por alguna extraña razón, quizás un sentimiento de desdén que rozaba la gratitud, no dijo nada.
Fue extraño trabajar mano a mano con Hermione, ella modificaba la memoria de aquellas personas dignas de su confianza, mientras Malfoy modificaba la de su padre. Estaba absorto y confuso, Hermione practicaba los obliviate salvándole el pellejo totalmente, aquello hacia que, sin duda, contrajera con aquella mestiza una deuda insondable.
-Hecho
-Te meterás en un buen lío
-¿Tienes miedo?
-Tú deberías de tenerlo.
-Vamos a volver todo a la normalidad.
-Ese hombre va insultarte, lo conozco, es el coayudante de la ministra de hacienda, es un chupa sangre. –Malfoy escondía sus manos en la chaqueta, intentando parecer indiferente.
-Métete en tus asuntos, Draco… o Malfoy, como prefieras. –el rubio la miro unas décimas de segundo y después volvió a esquivarla. –En fin, vete donde estabas, voy a deshacer el hechizo. –el mago obedeció y se situó junto a su padre, una décimas antes de que Hermione convocara el hechizo Draco la llamó.
-Hermione… Draco está bien.
