Hola a tod@s! Bienvenid@s a mí nueva historia.

Espero que les guste, la trama no es muy compleja, hasta puede ser bastante simple, pero de todas formas es algo que tengo ganas de compartir.

Es un U.A. así que no busquen necesariamente coincidencias con los vínculos y las personalidades de los personajes originales porque no los habrá. Dicho esto, arrancamos...

Esta historia es sin fines de lucro, siendo mi única ganancia el placer de escribir. Los personajes de Ranma 1/2 son propiedad de Rumiko Takahashi.


RESCATA MI CORAZÓN

Cap 1: Frío

Abandonó el despacho colérico.

Apenas escuchó aquellas palabras se puso de pie haciendo rechinar la pesada silla contra el carísimo piso de madera italiana.

Fue a su búsqueda.

¡Mujer cobarde! ¿Cómo se atrevía? ¡Ni siquiera daba la cara!

Al salir al pasillo la divisó de inmediato. Ese inconfundible porte altanero y elegante, parada allí frente al ascensor.

El semblante de su rostro frío y despectivo apenas se inmutó cuando lo vio caminar en su dirección, incrementando aún más el enojo que sentía.

¿Cómo carajos se atrevía? ¡Después de tantos años de total desinterés!

¿Ahora se acuerda que lleva su propia sangre?

¡Estaba colérico, claro que sí! ¿Quién no lo estaría?

Avanzó con aplomo hacia ella para decirle, o más bien gritarle, unas cuantas verdades en su arrugada cara.

Es que estaba enceguecido.

Y nadie lo detendría.

Ni siquiera la voz de su mujer, en un intento absolutamente absurdo por detenerlo, tuvo efecto en él.

Solo se detuvo al llegar junto a la malvada anciana.

-¿Cómo se atreve? _inquirió mirándola con impotencia.

-No tengo nada que hablar contigo _enunció con apatía.

-¿Cómo se atreve a decir que no puedo hacerme cargo de mi hija? _continuó_ ¿Quién es usted para decir eso?

-No puedes, no tienes derecho.

-¡Soy su padre!, ¡Ella es mía! _ gritó completamente afectado por las palabras crueles de la mujer.

-No seas ridículo.

-¡Que yo no-

-¡Papi! _llamó a su espalda una niña de grandes ojos azules, interrumpiendo su acalorado diálogo con la indulgente mujer.

Como siempre, como instintivamente lo hacía cada vez que esa vocecita lo convocaba, se dio vuelta en su dirección limpiando el rastro de lágrimas impotentes que habían descendido sobre sus mejillas.

Y con una sonrisa sincera, llena de amor y alegría, se agachó abriendo sus brazos de par en par.

-¡Ven hija! _invitó a la pequeña que corrió hacia él, soltándose de la mano de su abuelo.

A mitad del gélido pasillo del tribunal de justicia se unieron en un abrazo interminable, inconmensurable, infinito.

El hombre de gran porte sintió los pequeños brazos encontrarse alrededor de su cuello y luego su liviana cabecita apoyándose sobre su hombro izquierdo, generando gratuitamente encantadoras cosquillas con su brilloso pelo negro en contacto con su piel. Era algo tan usual pero maravilloso, tan insignificante pero imprescindible, que con solo imaginar perderla su cuerpo tembló enteramente.

La abrazó con todas sus fuerzas, besando con amor su cabellera mientras se forzaba a contener su llanto.

Debía ser fuerte, como nunca antes lo había sido.

-Papi, me estás apretando mucho _se quejó la niña.

-Lo sé, mi pequeña _le dio la razón aliviando un poco la tensión que emergía inconscientemente de su cuerpo_. Pero quedémonos así un ratito, ¿está bien?

-Está bien, yo también te apretaré muy fuerte. ¡Soy más fuerte que tú!

Lo era. Ella era la niña más valiente que había conocido.

Aún así ella era tan frágil e inmadura, solo una niña de siete años después de todo. ¿Cómo superaría semejante pérdida nuevamente? Ya había perdido a su papá una vez. Él no podía dejar que eso volviera a suceder.

-Lo sé, mi princesa _afirmó riendo por la tenaz respuesta de su hija_. Te amo.

-Yo también, campeón.

Una carcajada escapó por su boca ante el apodo que su pequeña le había puesto hace ya un par de años.

¿Quién podía ser inmune a la niña más inteligente y hermosa del planeta?

Sabía que nadie, porque de hecho todos a su alrededor permanecieron de pie, inmóviles, conmovidos hasta los huesos por la demostración genuina de cariño y admiración entre ambos.

Todos, menos la mujer que ingresó al ascensor sin mirar atrás.

-Tú eres mi hija, ¿lo entiendes? _le dijo al oído.

-Lo entiendo _respondió sin duda.

Se encontró, entonces, con los ojos de su mujer que estaba a su lado completamente angustiada.

Lo había olvidado, que ella también estaba a punto de perder a su adorada hija.

Así que extendió su brazo derecho para recibirla. Porque ella era también su razón de existir.

La joven madre acudió a él sin dudarlo, enterrando su rostro en el fornido cuello de su esposo, haciendo un esfuerzo sideral por contener sus hipidos para no asustar a su hijita.

Jamás iba a perderlas, no luego de encontrarlas después de tanto tiempo.

No ahora que su corazón les pertenecía por completo.

Lo supo esa fría noche de invierno cuando sus destinos volvieron a cruzarse.

En esa noche también hubo corridas, enojo y sorpresa.

Pero nunca en su vida había estado tan agradecido por no haber alcanzado su objetivo al final de la carrera.

Con tan solo recordarlo su corazón se precipitaba emocionado…

Dos años y medio atrás

Corrió despavorido al ver su autobús sobrepasándolo. La parada estaba a tan solo unos cuantos metros de distancia, así que testarudo como siempre corrió a toda velocidad a pesar de saber de antemano que no lo lograría. Lo confirmó segundos después, cuando el maléfico chofer arrancó el transporte en el momento exacto en que llegaba a la parada, creyendo por fin revertir la mala suerte en la que estaba inmerso desde hace días, o meses, tal vez un par de años.

Insultó a los vientos con furia. A la mala suerte que insistía en acompañarlo como una tenebrosa sombra . Al chofer que podría haberse apiadado de él y esperado a que alcanzara a subir al viejo automotor. A su jefe que nuevamente lo había embaucado solicitándole un "pequeño favor" que resultó ser la redacción de un extenso contrato que lo tuvo trabajando por fuera de sus horas laborales obligatorias.

Después de terminar con su pequeño gran berrinche, resignado, sacó el teléfono de su bolsillo suplicando a dios que no haya sido aquel el último servicio del día, sintiendo un enorme alivio al confirmar que en efecto no lo era.

Volvió a guardar su celular en el bolsillo de su campera, percibiendo como sus manos dolían por haber estado expuestas a la gélida noche de invierno.

Procedió a envolver alrededor de su cuello la bufanda de lana azul confeccionada amorosamente por su abuela antes de resguardar finalmente sus manos en el calor de su campera.

Su estómago ardía, moría de hambre pues una vez más no había podido almorzar. Se dispuso entonces a pensar, intentando recordar, si había algo para comer una vez llegase a su casa. Una sonrisa invadió su rostro al rememorar que ayer también había llegado tarde y que por lo tanto había optado por comprar, otra vez, como siempre, una pizza de mozzarella y tomate en la rotisería de la esquina. ¡Tres porciones!, habían sobrado tres porciones bastante grandes, almacenadas en algún rincón de su vacía heladera. Se quedaría insatisfecho, pero por hoy alcanzarían.

Y si alegrarse por tres porciones de pizza fría no había sido lo suficientemente absurdo esa noche, un gato rechoncho cruzando la desolada calle captó por completo su atención, liberando los pensamientos más ridículos e infantiles de su mente inconsciente. Rápidamente se convenció a si mismo que el llamativo gato negro estaba camino a encontrarse con su amada. Seguro alguna gatita que lo esperaba en la ventana semiabierta de su casa. Sin dudas era un gato callejero que se había enamorado irremediablemente de aquella fina gata con dueño y libreta sanitaria. Para su fortuna, la minina cayó ante sus encantos, pues si bien no era doméstico como ella, contaba con la experiencia y la rudeza que vivir en la calle, y todo el mundo sabía que las chicas siempre se quedaban con los chicos malos pero de corazón soñador. Llegó incluso a envidiarlo, al muy pobre gato, porque aquel animal tenía esa noche un evento más importante que él… porque aquel michifus tenía una amada a quien maullar bajo una ventana mientras su persona tenía... bueno, tres porciones de pizza fría esperándolo en casa.

Las luces parpadeantes del automóvil finalizaron su corta historia animada.

Ansioso por llegar a su hogar se preparó para subir al colectivo, que esta vez paró frente a él abriendo las puertas de par en par con una cálida invitación a su interior. Confirmó que viajaría parado al notar la cantidad de personas que ya estaban de pie. No le importaba, mucho menos una noche tan fría. Por eso amaba el invierno, porque el calor humano que irradiaba aquellos transportes públicos eran acogedores, todo lo contrario a lo que sucedía en las altas temperaturas de verano.

Pagó su boleto y se dispuso a encontrar algún rincón sobre el cual pudiera acomodarse para conectar los auriculares a su teléfono y escuchar un poco de su música favorita. Estaba tan concentrado en dicho objetivo que pudo percibir el momento exacto en que un muchacho, parado en aquella esquina predilecta del colectivo, comenzó a guardar y sacar cosas de su mochila seguramente próximo a abandonar la nave. Anticipando la situación avanzó hacia él para adueñarse, con una envidiable destreza por cierto, de esa esquinita donde podía recostar su cuerpo tranquilamente. Suspiró orgulloso por su gran osadía, a pesar de las miradas enojadas de quienes habían perdido la oportunidad de heredar tan preciado lugar.

De inmediato el sonido comenzó a llegar a sus oídos dejándose enteramente llevar por la melodía, moviendo inconscientemente la pierna derecha al compás de la canción.

Pero entonces sus ojos se clavaron en los cabellos azulados que avanzaban entre el gentío buscando un lugar para acomodarse, y los recuerdos de su primer amor lo arrollaron como una enorme locomotora.

Porque ella también poseía ese color de cabello tan característico. Eso, entre otras decenas de atributos la hacían especial. Diez años habían pasado desde que la vio en persona por última vez. Diez años ¿hasta esa noche?

A un metro de distancia se detuvo la mujer. No era muy alta, tampoco muy baja. Una estatura ideal que hacía querer protegerla entre sus brazos de todos los peligros del universo.

La observó con detenimiento. ¿Realmente era ella?

Su cabello estaba más corto y los rangos de su rostro habían perdido la inocencia y la ternura que solían despertar en todo aquel que la observase en los años de su temprana adolescencia, aquellos años cuando todavía parecía una niña, cuando todos podían darse cuenta de la deslumbrante mujer que sería, o al menos él estaba convencido que así era.

Su hermosura, sin embargo, seguía intacta o más bien, para ser justo, se había incrementado. Pues no solo su rostro había cambiado sino su cuerpo todo era el de una mujer, una mujer atractiva a pesar de las ropas holgadas y básicas que portaba.

Seguía siendo sencilla y humilde, concluyó anticipadamente al verla. Y eso le encantó. Porque si bien ante sus ojos ella era perfecta, muchos no entendían la fascinación por esa muchacha cuando existían decenas de jóvenes promesas que no dejaban de robar suspiros de toda la platea masculina. Y era consciente que él se los robaba a ellas. "Tú, que eres tan atractivo deberías aprovechar, idiota" solían decirle sus amigos. Porque si bien él tampoco era muy sociable y popular, sabía que tenía ese no se qué, que a sus compañeras le gustaba. No era, a diferencia del gatito que había cruzado su camino esa noche, el chico rudo y misterioso, no. Era en realidad un cero a la izquierda. Seguramente era su buen porte, sus ojos azules y sus angulosas facciones lo que hacían todo el trabajo por él. Todo su encanto era superficial, justo como todas sus admiradoras. Por eso se había enamorado de ella, porque ella jamás se había quedado embelesada al verlo, porque ella era todo lo opuesto a las demás, insistía en pensar. Y esa noche, mientras la observaba con reparo, la volvía a comparar una vez más y certificaba que a diferencia de otras mujeres en aquel bus, no poseía ropas de marca, zapatos caros o carteras de renombre. No, su ropa era sencilla: zapatillas all star, notablemente desgastadas; una mochila negra igualmente vieja y un tanto maltrecha, por lo que podía deducir. Pantalones jeans azules, nada especiales, un sweater bordo liso y un camperón verde militar. También llevaba una sonrisa divina, deslumbrante, esa que lo solía enmudecer cuando era un puberto enamorado secretamente de su compañera de escuela.

A la distancia, siempre se mantuvo lejos. Desde lejos la contempló cada día durante esos años compartidos. Pero sabía todo de ella, porque todo lo que hacía lo deslumbraba. Justo como ahora, mientras la observaba hacer malabares para colocarse sus auriculares sin dejar de mirar su teléfono, por alguna razón divertida.

Al igual que él no era "de las populares". Su belleza o su personalidad no destacaban entre las demás, pero para él siempre fue única. Era de aquellas que defendían las causas injustas, poniendo su cuerpo en marchas y protestas estudiantiles. Era fuerte y ágil, y cuando todas las demás muchachas lloraban por ayuda a los varones que ofrecían sus brazos para ayudarlas a subir alguna "desafiante" montaña en algún trekking escolar, ella podía solita, llevando la delantera con entusiasmo a todo el curso. Y él solo podía mirarla desde lejos enamorándose aún más de su fortaleza. Esa fortaleza y coraje que él nunca tuvo… para nada. Porque jamás confesó sus sentimientos a pesar de haber tenido alguna que otra ocasión propicia para hacerlo. La dejó escapar entre sus dedos, como la arena del reloj, hasta que cuando quiso hacer algo ya era muy tarde. La graduación llegó y luego de aquel amistoso beso de despedida nunca más volvió a verla.

Nunca olvidará, sin embargo, la noche que pasaron juntos. Esa noche terminó de clavarla dentro de su corazón. Y juraba que a pesar de los diez años que habían transcurrido todavía estaba instalada allí.

No podía saber si había significado tanto para ella como si lo había sido para él lo que vivieron juntos ese día. Nunca se comunicó con él de vuelta. No es como si tuviera su número telefónico, claramente. Él tampoco se lo había dado, o le había pedido el suyo. Pero suponía que así como él la buscó en las redes sociales dando con ella eventualmente, también podría haberlo hecho su antigua compañera. Nunca le envió su solicitud de amistad, así que ella desconocía que él seguía sus estados y publicaciones. Bueno, no había sido necesario porque para su suerte su perfil era público, asi que no tuvo necesidad de hacerse notar. No es que entraba a su cuenta todo el tiempo, solo un par de veces a la semana, lo normal. Ella no solía subir muchas cosas de todos modos. La mayoría, publicaciones relacionadas a su trabajo. Fue lo primero que supo de ella, que era una chef profesional. Lo segundo, en realidad, porque lo primero que buscaron sus ojos fue su estado civil. No estaba casada, viuda o divorciada. Tampoco en una relación. Ese dato permanecía simplemente oculto. De todas formas se sintió aliviado, sin saber porqué. O tal vez sí lo sabía pero nunca lo reconocería en voz alta.

Ahora estaba allí, a pocos metros de distancia. Estaba por completo entretenida, moviéndose casi imperceptiblemente al compás de la música mientras sonreía continuamente observando la pantalla del celular.

-Disculpe, ¿podría pasarme la tarjeta de transporte?_interrumpió una mujer sonriendo en dirección a él.

-¿Cómo? _repreguntó desconociendo si la mujer estaba dirigiéndose realmente a él.

-La tarjeta_ señaló al piso_. Se me cayó.

Miró en la dirección señalada y vio el objeto rectangular que había caído junto a su pie.

-Claro_ respondió mientras se agachaba a recoger la dichosa tarjeta_. Aquí tienes_le le dijo alcanzando el plástico.

-Gracias _expresó con cierto sonrojo rozando coquetamente los dedos de su mano.

-No hay porqué_respondió indiferente volviendo su vista al rincón donde estaba la verdadera dueña de su atención.

Fue entonces cuando no la encontró. Fue entonces cuando escuchó el timbre del colectivo sonar. Fue entonces cuando el automotor se detuvo abriendo sus puerta por donde a continuación descendió su ex compañera con tal apremio que cuando el hombre logró reaccionar el transporte se encontraba nuevamente en viaje.

Avanzando hacia la puerta con urgencia, llevándose algún que otro insulto en su carrera, tocó el timbre unas cinco veces logrando que finalmente el rodado se detuviera en la parada correspondiente, a unas tres cuadras de distancia de la parada donde la mujer había descendido.

Bajó acomodando su mochila sobre la espalda y comenzó a correr descontando los metros en un intento de dar su rastro. Recordaba haberla visto doblar a su derecha al bajar del autobús. Así que cuando llegó a la cuadra correspondiente, miró con atención la calle apenas alumbrada.

Allí iba ella, avanzando lentamente mientras bailaba y cantaba refugiada en las penumbras de aquella noche desolada. Excitada por lo que estuviese escuchando por sus auriculares… o por quien la estuviese esperando en casa.

Se desanimó de inmediato al contemplar esa posibilidad. ¿Para qué seguirla? ¿Para qué hablarle?¿ Qué esperaba de ella si al fin y al cabo probablemente ni se acordaba de él? ¡Habían pasado 10 años! Que él todavía la tuviese presente como un alma en pena dando vueltas por su mente no significaba que ella lo recordara a él. Lo mejor era detenerse, volver sobre sus pasos, y seguir… con su patética vida.

Al fin y al cabo era bueno en eso. En no aventurarse, en no arriesgarse. ¿Para qué?

Entonces allí, cuando estaba a punto de volver sobre sus pasos la vio detenerse frente a un portón rojo y comenzar a hurgar en su mochila, escuchándola incluso propinar algún que otro insulto al no encontrar sus llaves.

Entonces se dio cuenta que ella entraría en su casa y saldría de su vida quizás para siempre.

Y él podría dejarla ir, como lo había hecho aquella noche. Y no volver a verla… jamás.

Así que corrió, corrió con todas sus fuerzas frenando a pocos metros de distancia de su cuerpo, sobresaltándola sin querer con su repentino arrebato, mientras la llamaba a todo pulmón.

-¡Akane!

Ella dirigió su rostro hacia él, frunciendo el ceño confundida. Reaccionó segundos después abriendo sus ojos castaños con sorpresa y finalmente respondió.

-¿Ranma?

-¡Te encontré! _dijo casi gritando.

Akane le sonrió cálidamente, confirmando en ese instante que no se había equivocado en seguirla.

Incluso ahora, en el enorme palacio judicial, cuando el corazón se estrujaba de dolor e impotencia, Ranma lo seguía confirmando. No se había equivocado ni un poco.

Porque esa noche ella cambió su vida.

Porque ella rescató su maltrecho corazón