Chifuyu puede oír desde su habitación oscura los sonidos leves que reproduce, aún, el televisor de la sala. Cierra sus ojos y estira sus manos hacia el techo, añorando la espalda pequeña y frágil, pero llena de una determinación infranqueable.

Da vueltas en la cama, sobre las sábanas negras que se desparraman por el suelo, y piensa tanto en Takemichi que llega a creer que es insano. No es normal, es raro. Sus pensamientos, progresivamente, vuelan hacia senderos peligrosos, se alejan lo suficiente como para considerar que, de saber lo mucho que lo tiene en su cabeza, Takemichi podría llegar a odiarlo.

No es algo posible, en verdad, no cuando ni siquiera fue capaz de odiar a Kisaki, aun después de todo el daño que le causó. Chifuyu sabe eso, lo sabe porque es, de todas las personas, el que más conoce a Takemichi, y estaría orgulloso de decir eso, incluso frente a Mikey. Aunque ese no es un asunto que quiera tratar pronto, de todos modos.

La razón de su falta de sueño, las ojeras pronunciadas y el constante dolor de cabeza, no es más que su compañero, su amigo. Por supuesto, esto no es voluntario de su parte. De hecho, él ni siquiera está enterado de nada de lo que sus movimientos, hasta los más leves e insignificantes, pueden producir en él y en cualquier otra persona que lo conozca.

Oculta su rostro bajo la almohada, y todavía puede percibir un ligero rastro del aroma de Takemichi flotando en el aire, como una maldición persistente que le impide olvidar que existe y que Chifuyu, probablemente, está enamorado de él. No sabe qué hacer con eso, puesto que es una revelación que, si bien no le sorprende, no estaba dispuesto a admitir aún. Gira en su cama, de un lado a otro, con el corazón palpitando fuera de sí, y es tan tonto que reaccione de esa manera, porque sus mejillas enrojecen y la sangre circula extasiada, como cuando es preso de la adrenalina de una pelea. Pero esto no es lo mismo, en este caso hay sentimientos en juego, emociones que van y vienen, que fluyen como el agua y desbordan. Sus sentimientos hacia Takemichi se desbordan, lo quiere tanto que le agita el pecho.

¿Qué debería hacer? Se pregunta, mientras aprieta las sábanas, deseando que fuera fácil dejar de sentir, olvidar que lo ama, todo por el bien común de su amistad. No soportaría perder eso, alejarse de él por tontos problemas emocionales. Aunque es más que eso, más importante y doloroso, una vorágine de sensaciones que le embriagan, porque lo que siente por él es más fuerte que cualquier otro sentimiento.

Takemichi no es para él solo la sensación usual de calidez que burbujea en sus dedos cuando lo ve, es una marea de emociones que, cada tanto, se disuelven en las miradas que le dirige cuando le ve sonreír. Es mucho más que quererlo y no ser correspondido, porque, de arruinar su amistad, perdería demasiadas cosas.

Chifuyu piensa, rememora el primer encuentro, la fugaz mirada que compartieron, las sonrisas cómplices, las manos chocando por una promesa. Takemichi significaba tanto para él, todo sentimientos explosivos como fuegos artificiales.

El goteo constante en la cocina desvía sus pensamientos momentáneamente, pero, como siempre, su mente vuelve hacia cualquier cosa que esté relacionada con Hanagaki.

Recuerda sus lágrimas, sus ojos desesperados por salvar a todos, sus mejillas rojas de ira, sus manos apretadas de tanta frustración, y Chifuyu solo lo quiere tanto, tanto que soportaría todo su dolor si pudiera hacerlo. Pero no es tan fácil, y pareciera que estar a su lado nunca es suficiente, porque solo sigue acumulando responsabilidades a su pequeña espalda. Chifuyu deja escapar un suspiro pesado, que lleva consigo las penas que se le atoran en la garganta de vez en cuando.

Se enrosca con las sábanas, continúa dando vueltas y sigue sintiendo, las emociones fuertes que anidan en su estómago solo se retuercen cuando el teléfono suena y es Takemichi, como si presintiera que él lo está pensando tanto.

¿Y si lo sabe?

Se agita, inhala y exhala, contesta. La voz del otro lado se oye preocupada, la sensación incómoda de mariposas en la panza le retuercen las tripas, él le responde que todo está bien.

Sí, sí, no me pasa nada.

Es solo que te quiero tanto, piensa, y se desborda al recordar su sonrisa, esa sonrisa rota después de intentarlo tan desesperadamente. ¿Qué importancia tenía él, cuando no era el que se encontraba sufriendo más? Se reprocha internamente, porque a Takemichi no le importa, él no hace comparaciones sobre el dolor de las personas. Si te duele, lo que sienta él es secundario, siempre ha sido así.

Yo solo... te quiero tanto.

Susurra, olvidando el celular que todavía mantiene la llamada. Se desespera, la voz se le agrieta y el corazón le deja de funcionar correctamente. Qué hice, qué hice, se dice siempre.

No... yo no... Takemichi.

Escucha una risa suave, puede ver unas mejillas sonrosadas y unos ojos azules brillar como estrellas en una noche oscura. Están en su imaginación pero sabe que es real, aunque la visión real es todavía mejor, se recuerda.

Lo sé.

Su corazón bombea, sus propias mejillas se adornan de un color rojo vibrante.

Lo he sabido siempre, y por eso... por eso, Chifuyu, te agradezco tanto que estuvieras para mí cuando te necesitaba.

Su voz se rompe, es como un eco lejano que repite algo que ya ha sido dicho antes.

Yo solo...

Puede escuchar su llanto, la agitación de su pecho, la fricción de sus manos cuando se limpia las lágrimas. Chifuyu se desespera.

Chifuyu, yo te amo.