Parte dos.

Por las miradas acongojadas que Harry y Ron le lanzan, a Hermione le da la impresión de que se están despidiendo de ella, como si fuera la última vez que la vieran, pero no quisieran aceptarlo. Se puede atisbar la esperanza detrás de sus ojos compungidos y Hermione se pregunta porque están exagerando tanto.

Aunque sabe la respuesta, pero no cree —y no espera— que sea para tanto.

No es como si estuviera a minutos de caminar hacia su muerte.

—Bueno… —Ron le aprieta el hombro con la mano, sus palabras son pronunciadas con pesar—. Supongo que te veremos luego.

Espera que a Harry le sobrepase lo ridículo de la situación, pero cuando los brillantes ojos verdes de su amigo se detienen en ella, Hermione comprende que Harry piensa igual que Ron.

—Te estaremos esperando. Siempre, Hermione, siempre. Siempre en nuestros corazones —dice Harry, señalándose a él y a Ron. Ron asiente con solemnidad.

El resto de estudiantes que se encuentran desparramados por la Sala Común los miran con curiosidad y cuchichean entre sí. Harry y Ron han conseguido el ambiente enigmático que querían y Hermione quiere reírse y decirle que son unos idiotas, pero decide —por algún motivo inexplicable— que no va a arruinarles el juego.

Suspira, los mira con tristeza y dice:

—Lo sé, lo sé. Los quiero, ¿me escucharon? Los quiero mucho.

Ellos asienten y Hermione se da la vuelta con dramatismo. Endurece el gesto mientras camina hacia la salida y suelta una carcajada cuando solo la Señora Gorda puede oírla. Harry y Ron son unos tontos, pero la han ayudado a liberarse de la tensión que tenía sobre los hombros. Ahora solo tiene que mantener esa tranquilidad por las tres horas siguientes y todo estará bien.

Pero cuando piensa en el destino al que se dirige, su convicción flaquea y su estómago se estruja. Hermione tiene la intención de estar tranquila, de cumplir su castigo en el más absoluto silencio, pero el problema es que no estará sola en la mazmorra. Suplica al cielo que Snape piense en las consecuencias de encerrar a Hermione y Bellatrix es una mazmorra por dos horas antes de siquiera insinuarlo.

Detiene la velocidad de sus pasos cuando divisa una delgada figura a mitad del corredor de las mazmorras. No le toma mucho tiempo adivinar que es Bellatrix, aunque no puede ver su rostro con claridad. Por primera vez en su vida, desea estar equivocada.

Pero pronto queda claro que ha acertado en sus suposiciones. Bellatrix Black se encuentra apoyada contra una fría pared de piedra, justo al lado de la puerta que conduce al sombrío despacho de Snape. Cuando Hermione avanza y sus débiles pasos ya no se pierden en el murmullo de que proviene de los pisos de arriba, Bellatrix abre los ojos y la mira.

Y Hermione quiere darse la vuelta y largarse, pero su orgullo atrevido ignora todas las advertencias de su cabeza. Camina con decisión hacia el frente y se planta cuando solo existen dos metros de distancia entre ambas. Cruza los brazos y le devuelve una mirada feroz. No va a dejarse intimidar.

El ambiente es tan tenso que puede ser cortado con un cuchillo y Hermione se pregunta cuanto durara la calma, porque Bellatrix está apretando tanto los labios que estos se han convertido en una línea delgada. Hermione mete la mano en el bolsillo de la túnica y envuelve la varita con sus dedos, preparándose para defenderse o atacar en el instante adecuado. Pero toda precaución es innecesaria porque Snape sale de su despacho segundos después.

Y su expresión se endurece más cuando se da cuenta de lo que estuvo a punto de suceder en el pasillo.

—¿Peleando, Granger, Black?

Está tentada a responder que sí, pero no quiere darle una excusa al profesor para que le reste puntos. Suelta su varita y aparta la mirada; Bellatrix bufa.

—Adentro —ordena Snape, abriendo en su totalidad la puerta del despacho. Hermione y Bellatrix lo obedecen enseguida.

El despacho de Snape es una habitación lúgubre y poco iluminada. La chimenea está oscura y vacía. Las paredes oscuras están repletas de estantes con grandes jarras de vidrio llenas de cosas viscosas y repugnantes, como trozos de animales y plantas que flotan en pociones de diferentes colores. Hermione hace una mueca de disgusto, encuentra la oficina aterradora y no termina de entender porque alguien elegiría vivir allí voluntariamente.

A su lado, Bellatrix tiene la nariz ligeramente arrugada. Ella parece tener la misma opinión.

—Entonces… —Snape se adelanta hasta llegar a su escritorio. Bellatrix y Hermione lo siguen hasta quedar en su delante, aunque manteniendo una distancia prudente entre ellas—. ¿Qué voy a hacer con ustedes?

Hermione tiene una respuesta, pero sabe que solo empeorará su situación si abre la boca y no quiere pasarse el resto de la semana castigada por Snape. Calla y espera a que el profesor dé su sentencia.

—¿Preferirían fregar los premios del colegio, limpiar los baños o destripar los barriles de sapos cornudos?

El brillo malvado en los ojos del profesor le dice a Hermione cuál es su decisión. Tal como esperaba, Snape tiene pensado hacer del castigo las dos horas más infelices y desagradables de Hermione en Hogwarts.

Bellatrix ni siquiera se esfuerza por disimular su mueca de asco, pero Snape parece estar ignorándola a propósito.

—Los sapos cornudos, entonces.

—Profesor —dice Bellatrix de repente. Sus ojos miran suplicantes al profesor—, creo que no hay necesidad de ir tan lejos.

Hermione mantiene la vista fija en la pared oscura que está detrás de Snape, pero no pierde palabra alguna. Esperaba que Bellatrix intentara librarse del castigo con alguna artimaña y espera de todo corazón que lo logre; destripar sapos cornudos sola le parece una idea mucho más atractiva.

—¿No, Black? —El tono frío de Snape avisa que su decisión es inapelable, pero Bellatrix no baja la vista. Hermione da un paso hacia atrás, deseando pasar desapercibida.

—No, profesor. No hay necesidad de llegar a ese extremo, creo que podríamos encontrar otra… solución.

—¿Cómo qué, Black? ¿Cuál es su sugerencia?

Hermione jamás creyó que Bellatrix sería dueña de tanta valentía, aunque supone que el hecho de saber que Snape no se ensañaría con ella tiene mucho que ver.

Bellatrix parpadea varias veces —da la impresión de que no sabe que decir— y luego separa los labios. Hermione observa todos sus movimientos con mucho interés.

—Profesor… fue Granger quien empezó, yo solo me estaba defendiendo.

—¡Eso no es cierto! —salta Hermione, ofuscada. Ha dado un paso involuntario hacia Bellatrix y ahora la está apuntando con el dedo corazón—. ¡Ella empezó!

—Profesor, ni siquiera nos atacamos —continúa Bellatrix, ignorándola por completo—. Sé que Granger tuvo la intención y usted pudo malentender que yo iba a responderle con magia, pero las cosas no fueron demasiado lejos así que… así que no le encuentro sentido a esto. Ya nos quitó los puntos, creo que un castigo es excesivo… señor.

El rostro de Snape se contrae por la irritación y Hermione comprende de inmediato que Bellatrix se ha excedido.

Snape respira hondo y deja caer sus manos sobre el escritorio. El golpe es apenas audible, pero está acompañado de una mirada tan sombría que es imposible mantenerse impasible. Hermione intenta alejarse del profesor y Bellatrix, pero se queda quieta cuando él clava sus ojos oscuros en ella.

—Un castigo es excesivo —repite Snape en un siseo—. Usted parece dispuesta a enseñarme a hacer mi trabajo.

La muchacha da un tentativo paso hacia adelante, pero Snape levanta una mano para que se detenga. Ella lo hace, sin embargo, continúa queriendo enmendar su error.

—Yo no…

—Silencio, Black —la interrumpe el profesor—. Y te quedarás castigada por dos noches más. Usted también, señorita Granger.

Hermione, que había estado sonriendo para sus adentros cuando escuchó las palabras de Snape, ahora mira con horror al profesor de Pociones. Su decisión es injusta.

—Pero, profesor…

—Una palabra más y será toda una semana —espeta Snape con voz gélida. Hermione se calla, pero sus dientes crujen de la rabia. El profesor espera y como ninguna de las dos pronuncia palabra alguna, se incorpora en su lugar y señala la puerta—. Acompáñenme.

Lo siguen, Bellatrix arrastrando los pies, hasta el aula de Pociones. Snape enciende las velas y señala, con una sonrisa satisfecha y desagradable, hacia un punto al lado del escritorio, donde yacen seis barriles medianos. El cuerno de un sapo asoma por uno de ellos.

—Sin magia.

—Profesor…

—Sin magia. —Snape es imbatible.

Hermione le entrega su varita a regañadientes y Bellatrix hace lo mismo con gesto resignado. El profesor las toma, se las mete en el bolsillo de la túnica, da media vuelta y se larga por donde llegó.

Los segundos siguientes pasan en el más absoluto silencio donde solo se escuchan sus latidos acelerados. Eso hasta que…

—Te voy a matar —amenaza Bellatrix.

Hermione se gira para enfrentarla. No da crédito a sus oídos.

—¡Pero si todo esto es tu culpa! —replica con brusquedad—. ¡Si hubieras cerrado la boca nos habríamos ido después de esta noche, pero ahora tenemos que volver dos veces más para hacer quién sabe qué!

Su punto es bueno y Bellatrix se queda callada por unos segundos, solo mirándola fijamente. Sin embargo, Hermione la conoce lo suficiente para saber que no se ha rendido ni lo hará pronto, aunque no tenga la razón.

—¡Y si no hubieras actuado como una sabihonda engreída y me hubi…!

—¿Engreída? ¿Yo fui la engreída?

—¡Siempre eres la engreída!

Hermione se pregunta si sería capaz de vencer a Bellatrix en una pelea sin magia. Es cierto que ella es más alta y su aspecto es intimidante, pero ¿cuánto daño sería capaz de provocar sin una varita mágica? Por su parte, Hermione llevó cursos de karate en la escuela primaria, así que, si bien no es una experta, puede defenderse y sabe dónde causar daño. Entonces…

—Cállate —responde Hermione—, cállate y haz tu parte. Y no vuelvas a hablarme.

—Por supuesto, no le voy a conceder el honor a cualquiera.

—En realidad, el honor es no escucharte.

Bellatrix ríe.

—¿Estás hablando de mí o de ti? Porque sé que varios pagarían muchísimo oro para que cierres la boca.

No va a caer, no va a caer.

—Eres fastidiosa e insoportable, pero eso creo que ya lo sabes. ¿Cómo es que te aguantan Potter y Weasley? ¿Es algún tipo de trato, ellos fingen ser tus amigos y tú les pagas haciéndoles los deberes? ¿Y cómo es que te toleran en los dormitorios de Gryffindor? ¿Cuál fue el trato que hiciste con ellos? Mira, no eres alguien muy interesante porque seguro que no sabes hacer más que hablar de libros, libros y más libros… lo que es bastante patético si me lo preguntas…

—Pero no te lo he preguntado —replica Hermione, dando un paso hacia Bellatrix—, así que cierra la maldita boca. ¿Lo entiendes así o tengo que explicártelo con manzanas? ¿Eres capaz de descifrarlo sin problemas? ¡Puedes decirme si te cuesta trabajo, no me gustaría que nuestra campeona agote a su limitado cerebro antes de la primera prueba!

Bellatrix reacciona de la misma forma que lo haría si Hermione le hubiera pegado una bofetada. Sus manos tiemblan mientras la mira con ferocidad y Hermione se siente satisfecha por el efecto logrado, pero también se prepara para echarse a un lado y evitar que la muchacha se abalance encima de ella.

—Voy a pegarte en la cabeza con esa asquerosa copa cuando la haya ganado.

—Y yo voy a esperar sentada —contesta Hermione sin inmutarse—, aunque es probable que no lo consigas en el primer intento, ¡ni siquiera en los primeros diez! Así que no te presiones demasiado, ¿está bien? ¡Aunque quizá te entreguen un tipo de premio de consuelo, debe haber algún reconocimiento para la peor actuación del torneo!

Si las miradas matasen, Hermione ya estaría enterrada cien metros bajo tierra. Los ojos de Bellatrix están más oscuros que nunca y se reflejan en ellos unas desesperadas ansias por asesinar.

Hermione sonríe sin pensar y se alisa la túnica. Se siente un poco mejor que antes.

—¿Qué? ¿Sigues sin entenderlo? —No sabe de dónde le salen las palabras, pero una vez empezado le es imposible detenerse. Además, la expresión pasmada de Bellatrix es muy satisfactoria.

—Voy… a ganar. —La voz de Bellatrix titubea, lo que significa que las palabras de Hermione le han herido el orgullo.

—Es bueno soñar —concede Hermione con una sonrisa malvada.

Se dispone a irse hacia los barriles para empezar con el desagradable castigo, pero una mano se cierra sobre su brazo y la obliga a quedarse en su lugar. Bellatrix la está apretando con tanta fuerza que le está haciendo daño, pero es demasiado orgullosa como para dejar que ella lo sepa. Acalla sus gemidos y clava la vista en la muchacha.

Ella está lívida.

—Voy a ganar —asegura Bellatrix—. Voy a ganar ese estúpido torneo, puedes apostarlo.

—No me gusta perder, lo siento.

Bellatrix aprieta su agarre.

—Hazlo conmigo, entonces.

—Mira, Black, no estoy interesada en ninguno de los tratos en los que estés pen…

—Será a corto plazo, Granger, no me gusta esperar. Si yo gano la primera prueba —la interrumpe Bellatrix en voz alta mientras se acerca a Hermione. De pronto sus narices están muy juntas y Hermione puede oler el champú de Bellatrix— tú vas a apoyarme en las pruebas siguientes.

—Pero ya estoy haciendo eso, no es como si tuviera otra opción —objeta Hermione, recordando de pronto las palabras de Ron.

—Entonces será fácil, ¿no?

Bellatrix la suelta mientras sonríe. Hermione se toma el lugar en el que la estuvo apretando y la mira con recelo, su repentina alegría no la tranquiliza. Tiene el presentimiento de que ella está pensando en algo sumamente desagradable, pero no consigue comprender como puede convertir Bellatrix una muestra de apoyo en un calvario.

La respuesta llega enseguida.

—Te vestirás de verde y plateado para la segunda y tercera prueba, y también te sentarás junto a la barra de Slytherin. Muy sencillo, ¿no?

Hermione hace una mueca de disgusto. Tiene que admitir que hay excepciones entre los estudiantes de Slytherin, pero la mayoría de ellos son sumamente desagradables. Ella no sería bien recibida allí y sin embargo….

Es imprudente.

—¿Y si haces un espectáculo allí, que ganaré yo?

Bellatrix se encoge de hombros.

—Lo que quieras.

—¿No vas a ponerme un límite?

—No es necesario, voy a ganar.

—Pero si no lo haces (y sé que no lo harás), ¿puedo pedirte lo que sea?

—Sí, tienes tiempo para pensarlo, pero si fuera tú no me haría muchas ilusiones. Voy a ganar. Krum y Delacour ni siquiera tienen una oportunidad.

Hermione no se detiene a pensar en lo que está a punto de hacer, simplemente da un paso al frente y le dice a Bellatrix con voz firme:

—Está bien, acepto.

El castigo es horrible, como solo Snape puede hacer que sea, pero transcurre en paz. Hermione solo tiene que ignorar las quejas, gruñidos y maldiciones de Bellatrix, y no reírse de la expresión horrorizada que tiene la muchacha cada vez que las tripas golpean su muñeca. Lo último es muy complicado.

Los días avanzan con mucha rapidez y consigo crece la emoción del alumnado. Todos mueren por presenciar la primera prueba, lo que supone que los ojos —y esperanzas— de todo el colegio están puestos en Bellatrix.

Hermione está igual de emocionada que el resto, pero pronto la abruma el hecho de que en cada rincón del colegio no se hable más que del Torneo de los tres magos. El tema la harta, así que se refugia en la silenciosa biblioteca por largos periodos de tiempo y se siente un poco más libre.

No ha pensado mucho en el trato que hizo con Bellatrix, así que no sabe que pedirá en el eventual escenario de que Krum o Delacour ganen la primera prueba. No es pretenciosa, así que, aunque sabe que podría sacarle a la muchacha la cantidad de oro necesaria para librarse de preocupaciones por los próximos diez años, no pedirá ningún beneficio económico. Cuando se lo contó a Harry y Ron, la noche en la que regresó a la Sala Común después del castigo, ellos se mostraron sorprendidos e interesados. Ellos tres pensaron —por un largo rato— en lo que podría pedir Hermione, pero ninguna idea los convenció y, para el día siguiente, ya se habían olvidado del tema.

Cree que, como lo que Bellatrix pretende es humillarla frente a todo el colegio vistiéndola de verde y plateado, ella podría hacer algo igual. Está segura de que Bellatrix preferiría cortarse todos los dedos de una mano antes que ponerse siquiera la bufanda de Gryffindor, así que Hermione solo tiene que encontrar el escenario perfecto para hacer que eso suceda.

Un cuchicheo entusiasta la arranca de sus pensamientos. Hermione frunce el ceño y busca a los responsables. Encuentra a un grupo de alumnas apiñadas detrás de un estante y, cuando sigue la dirección de su mirada y localiza la fuente de su atención, bufa.

Hermione no es la única que ha encontrado un refugio de la emoción del colegio en la biblioteca: Viktor Krum está sentado en una mesa próxima, solo acompañado por una pila de libros. Él se ve bastante concentrado en sus apuntes, aunque Hermione piensa que es imposible que no se dé cuenta de que lo están mirando.

Suspira y vuelve a sus propios asuntos, ignorando de buen grado las voces de las chicas —que debaten sobre pedirle un autógrafo o no— y pronto su conversación se convierte en un murmullo inentendible.

El veinticuatro de noviembre llega antes de lo esperado y Hogwarts se convierte en una fiesta. Es domingo, así que el comedor está lleno y el ambiente es más bullicioso que de costumbre. Todos conversan sobre los posibles retos a los que se tendrán que enfrentar mientras comprueban con impaciencia el tiempo, pero la primera prueba no empezará hasta después del mediodía.

Sin embargo, ese sentimiento no es compartido por ninguno de los tres campeones: Fleur Delacour, sentada en la mesa de Ravenclaw, está blanca como el papel mientras intenta llevarse la cuchara a la boca; Viktor Krum, en la mesa de Slytherin, es rodeado por un numeroso grupo de admiradores que casi lo ocultan por completo y, bastante alejada de Krum, en el otro extremo de la mesa, se encuentra Bellatrix Black.

Bellatrix parece que se pondrá a vomitar en cualquier momento. Sus hermanas menores, Andrómeda y Narcissa, están sentadas a cada lado mientras le dicen —aunque por la expresión enojada de sus rostros sería más conveniente decir que le reprochan— algo. Parece que la obligan a comer, actividad a la que Bellatrix se resiste a toda costa. El resto de sus compañeros a su alrededor le sonríen y le hacen gestos de aliento, pero Bellatrix está tan ensimismada en su mundo que no los nota.

Su nerviosismo pronto preocupa al resto.

—Pobre, no se ve bien —observa Ron.

—No me gustaría estar en su lugar —murmura Harry, lanzándole una rápida mirada—. ¿Todavía no saben cuál será la primera prueba?

—No. Los organizadores piensan mantener el misterio hasta el final —responde Ginny, extendiendo un brazo y mirando a Hermione—. ¿Me pasas la mantequilla, por favor?

—¿Y qué creen que podría ser? —pregunta Hermione mientras le pasa el bote de mantequilla a su amiga.

—Todavía creo que podrían hacer que se enfrenten a diez escregutos de cola explosiva cada uno.

—Creo que son ilegales —susurra Harry—, pero… supongo que los pueden poner a pelear entre ellos, ¿no?

—¿Un duelo de magos? No, por favor. Espero se les haya ocurrido una prueba más divertida —dice Hermione.

—Solo era una sugerencia. —Harry se encoge de hombros—. Pero si ocurriera, ¿quién creen que ganaría?

Esa es una pregunta interesante que los mantiene entretenidos por el resto del desayuno. Ron está convencido de que Krum sería el ganador de una eventual pelea, pero Harry le da la razón a Hermione cuando dice que Bellatrix no se lo dejaría tan fácil. Ginny y Neville, por su parte, creen que Delacour podría darles una sorpresa porque, y a pesar de su apariencia, se ve como alguien que está lista para matar. Sin embargo, no consiguen ponerse de acuerdo porque ninguno quiere dar su brazo a torcer.

Los cuatro muchachos se la pasan merodeando por los pasillos las horas siguientes, sin dejar de teorizar en ningún momento sobre los peligros a enfrentar en las pruebas del torneo. Treinta minutos antes de que caiga el mediodía, ellos vuelven corriendo al Gran Comedor.

Cuando Hermione está acabando su primer plato, en el salón ocurre algo que caldea los ánimos de todos los estudiantes. Karkarov, Madame Maxime y Snape se han levantado de sus lugares para ir a recoger a sus respectivos campeones.

Y cuando el dobladillo de la larga túnica de Snape desaparece tras las puertas, las conversaciones crecen en tono e intensidad mientras contabilizan el tiempo con impaciencia. Incluso Ron y Harry han soltado sus cubiertos para ver a Dumbledore, como esperando que la intensidad de su mirada apure al director en anunciar que ya podían bajar.

Cuando el momento llega, todos los estudiantes se apresuran a levantarse de sus asientos para seguir al resto de jefes de las casas, quienes comandan a la joven y entusiasmada muchedumbre. Los guían por el borde del bosque prohibido y un enorme cercado de tablas aparece frente a sus ojos. Muchos sueltan gritos de sorpresa mientras caminan hacia la entrada y uno que otro estudiante trata de espiar en la tienda en la que seguramente están los campeones.

Hermione trepa por las gradas con el resto de sus amigos y se sientan en la parte más baja, para apreciar mejor el espectáculo. Pronto, toda su atención recae en la nidada que se encuentra en una esquina del estrado.

—¡Huevos de dragones! —gritan Ron y Ginny al mismo tiempo.

—¿Dragones? Pero…

—¡Les han traído dragones, los van a hacer pelear contra dragones!

—Estoy agradecido de no haber tomado la poción de edad que me enviaron Fred y George —confiesa Ron sin dejar mirar hacia los gigantescos huevos.

Pocos minutos después, Ludo Bagman aparece junto al resto de jueces del Torneo y amplifica su voz con magia. Todos los ojos recaen en él y su rostro es fugazmente iluminado por el flash de una cámara. Rita Skeeter está en las tribunas.

Y, como gran parte del público sospechaba, los campeones tendrán que enfrentar a los dragones.

—… y recuperar el huevo de oro que está en la nidada, ¿lo ven? Tienen que conseguirlo para continuar avanzando en el Torneo. ¡No se preocupen por ellos, sus amigos no recibirán grandes daños, hay magos y brujas que están capacitados para intervenir si las cosas salen mal!

Los gritos de emoción estallan en el momento que el primer dragón aparece en el recinto y se posiciona protectoramente sobre los huevos. Ron jadea.

—Es un bola de fuego chino —informa el muchacho a sus amigos, que lo escuchan con mucha atención—. ¿Quién ha dicho que saldrá primero?

Pero no hay tiempo para responder porque un silbado provoca que todos contengan la respiración. Todos los ojos se posicionan en el cercado y Viktor Krum hace su aparición. Los estudiantes de Durmstrang, liderados por Karkarov, prorrumpen en aplausos a su campeón.

—La piel de dragón es muy dura, ¿qué creen que hará? —pregunta Harry en voz alta.

—Charlie dice que consiguen despistarlos con encantamientos de conjuntivitis, su vista es su punto débil —responde Ginny.

Y, como si Krum hubiera escuchado su conversación por encima de la algarabía del público, esquiva la primera llamarada y luego apunta directamente hacia la enorme cabeza del dragón. Grita algo y Hermione no lo entiende; el dragón ruge e intenta tocarse los ojos con las patas. La criatura está desesperada y Krum aprovecha su distracción para abalanzarse sobre la nidada, pero el dragón mueve sus enormes patas sin control y acaba aplastando la mitad de los huevos.

Sin embargo, Krum toma el huevo dorado y lo levanta victorioso. La multitud en conjunto aplaude, opacando así los silbidos y abucheos de la barra de Slytherin.

—¡Muy bien! —grita Bagman, eufórico—. ¡Y ahora la puntuación de los jueces!

Madame Maxime es la primera en levantar la varita y proyectar un siete. Luego, el señor Crouch le da un ocho y la multitud aplaude con más fuerza. Bagman y Dumbledore también le conceden un ocho.

—¡Le están descontando puntos por romper la mitad de los huevos! —grita Ron.

Finalmente, Karkarov dibuja un diez con su varita y la mitad de los espectadores suelta un grito de disgusto. Es notable que Karkarov no está siendo un juez imparcial.

Una docena de magos aparece en el recinto para llevarse al bola de fuego chino e intercambiarlo por un dragón verde. Ron les comenta que es un gales verde común mientras observa a la criatura proteger a sus huevos.

—¡Ahora —grita Bagman, atrayendo nuevamente toda la atención—, recibamos a la señorita Delacour!

Fleur aparece en el recinto pocos momentos después y, pálida como se encuentra, apunta al dragón directamente a la cara. Su hechizo induce a la bestia al sueño, pero esta aún echa fuego por la nariz, lo que detiene a la chica de acercarse demasiado a la nidada. Pero consigue valor después de un rato de indecisión y, en un arranque en el que todos los espectadores contienen la respiración, toma el huevo dorado.

Para su mala suerte, el fuego del dragón consigue encenderle la falda. Fleur la apaga con las mejillas rojísimas, pero también se ve muy satisfecha de su logro.

Los jueces entregan su puntuación —por supuesto, Karkarov le ha puesto un seis— y Hermione se une al resto de sus amigos para aplaudir a Fleur.

—¿Es su turno? —pregunta Ginny, relamiéndose los labios.

Varios estudiantes se han levantado de sus asientos para ver mejor. La barra de Slytherin es más ruidosa que nunca y ellos, aunque a regañadientes, no pueden evitar contagiarse con su emoción. Todos esperan que Bellatrix lo hagan bien, aunque probablemente la mitad de ellos jamás lo admita en voz alta.

Hermione se agarra las barandas y mira hacia el estrado, esperando que la chica aparezca, aunque Bagman todavía no la ha llamado.

—Un colacuerno húngaro —suspira Ron, tragando saliva.

—Charlie dice que son muy agresivos —añade Ginny—, son los que más problemas les causan en Rumania. Dice que pueden lanzar fuego a una distancia de doce metros.

—Seguro que Hagrid lo encuentra adorable —interviene Harry.

Sus amigos sonríen con complicidad.

—¡Y ahora —exclama Ludo Bagman de repente, sobresaltando a todos los espectadores—, recibamos a la señorita Black!

El público arma mucho más jaleo que antes, provocando que Hermione se cubra los oídos mientras aguarda porque Bellatrix aparezca en el cercado. Ella lo hace después de treinta agonizantes minutos y se ve mucho más enferma que antes. Ha perdidos su expresión altiva y actitud intimidante, ahora parece que se pondrá a vomitar en cualquier momento.

—Espero que haya pensado en algo —jadea Harry, poniéndose a su lado.

Hermione apenas se da cuenta que se ha levantado y ha agarrado los barandales, inclinando la cabeza hacia abajo. Así como tampoco se da cuenta hasta que mira a sus costados que Ron y Ginny los han imitado.

El dragón suelta una llamarada y la muchacha se esconde tras una de las enormes rocas que por allí se encuentran. Los alumnos de Hogwarts aplauden y gritan, pero Hermione se pregunta si ella realmente tiene algún plan para robar el huevo dorado.

Se da cuenta rápidamente que su preocupación es compartida por el resto de sus amigos. Todos miran a Bellatrix, expectantes, esperando, rogando, suplicando, que haga algo más que quedarse escondida detrás de la roca.

Entonces, la muchacha se levanta y grita algo que nadie entiende, pero que hace que todos suelten un grito ahogado. Ella no está atacando al dragón, por el contrario, su varita apunta directamente al castillo.

Hermione y sus amigos intercambian miradas de confusión y, casi al mismo tiempo, las gradas explotan de emoción. Hermione se gira con brusquedad en el preciso momento en el que una escoba de carreras se dirige a toda velocidad hacia Bellatrix. No puede contener más su entusiasmo y aplaude con fuerza —junto a sus amigos, todos ciegos de emoción— mientras ve como la chica se eleva varios metros en el aire.

Su rostro recupera un poco de color mientras el cabello oscuro se agita, se ve mucho más confiada ahora, lo que eleva el ánimo de los estudiantes de Hogwarts. Bellatrix toma el mango de la escoba y se impulsa hacia adelante en un intento por tomar el huevo dorado, pero el colacuerno suelta una llamarada de fuego que esquiva al último instante.

La concentración se refleja en su cara mientras mira fijamente al dragón, debatiendo la mejor manera de separarlo de la nidada. Desciende lentamente, con la mandíbula tensa, y la criatura la mira como si de una molesta mosca se tratase. Cuando están a escasos metros de distancia, el dragón mueve su cola con furia y uno de sus afilados pinchos rasga el hombro y parte de la mejilla de Bellatrix antes de que ella pueda apartarse. La multitud se une en un grito ahogado mientras ven a la sangre correrle por el rostro.

—¡Eso ha estado fenomenal, lástima que no le funcionara! —grita Ludo Bagman y algunos Slytherin lo pifian.

Bellatrix se limpia la sangre de la cara y luego mira a la bestia con renovado respeto. Se queda quieta unos segundos hasta que decide descender en círculos mientras agita los brazos, tentando al dragón. Él la mira con odio y abre sus enormes fauces, amenazándola con sus afilados dientes, pero ella no retrocede.

Y entonces, la bestia se levanta sobre sus patas traseras, despliega sus alas, le lanza a Bellatrix una llamarada que esquiva por los pelos y alza el vuelo.

Todo pasa en cámara lenta. El dragón se abalanza sobre la chica y ella se lanza en picada. El sonido que hacen las fauces de la bestia al cerrarse les pone la piel de gallina a todos, pero ese terror no tarda en convertirse en júbilo cuando ven que Bellatrix tiene el huevo dorado en los brazos.

Los gritos, aplausos y demás vítores son tan ensordecedores que acallan las palabras del comentarista. Bellatrix baja hasta el extremo del cercado y Snape la recibe con una expresión de genuino orgullo en el rostro, el profesor le da palmadas en la espalda —quizá con más fuerza de la necesaria porque la chica se inclina ligeramente hacia adelante con cada golpe que recibe— mientras que una docena de magos reduce al furioso colacuerno húngaro.

—Ha sido espectacular —admite Harry a los gritos.

Hermione también lo cree, pero se ha quedado sin voz de tanto gritar. Aplaude más y más fuerte mientras observa como las gradas se pintan de verde y plateado por los banderines y bufandas que se agitan sin cesar.

Cuando la algarabía reduce su intensidad —después de lo que parecen horas— la voz de Bagman retumba por todo el cercado.

—¡Y ahora veremos las puntuaciones! —grita el hombre, loco de emoción.

Los jueces levantan la varita uno por uno, incrementando a niveles inimaginables el griterío en el público. Para cuando Karkarov termina de dibujar un ocho en el cielo con expresión compungida, la locura es total.

—¡Cuarenta y cuatro puntos —ruge Ron, tomando a Hermione por los hombros y sacudiéndola de atrás para adelante—, Hogwarts está primero!