Parte seis.

La espera por horas, tantas que ya casi todos los alumnos se han ido a sus habitaciones y es de las últimas que se queda sentada en las largas mesas, pero ella nunca regresa al Gran Comedor.

Está preocupada por ella, por lo que le pueda pasar y no encuentra ningún tipo de consuelo en su ausencia. Tampoco ayuda el hecho de que, cada vez que alguno de sus compañeros de su casa se va, le desea suerte para el día de mañana y ella sonríe forzosamente.

Un mar de aplausos explota en el momento en el que entra a su Sala Común, todos están ardiendo en emoción y expectativa por verla brillar en la segunda prueba, pero ella es incapaz de contagiarse con su emoción. Solo puede pensar en Hermione y en el que ella no llegara para la cena. ¿McGonagall habría sido tan dura con ella que ya no querría volver a ayudarla? ¿La habría hecho sentir avergonzada? Bellatrix es consciente de lo mucho que valora Hermione las reglas, así que si la profesora eligiera golpear ese punto...

No tiene cabeza para las celebraciones que intentan crearse en la Sala Común, así que se escabulle a su dormitorio cuando encuentra el momento perfecto y, luego, corre las cortinas de su cama y se esconde bajo las sabanas. El dormitorio se va llenando con el paso del tiempo, pero ninguna de sus compañeras se atreve a molestarla.

Intenta conciliar el sueño, pero es una tarea muy difícil. Los nervios están agobiándola otra vez, como ocurrió la noche anterior de la primera prueba, y le entran ganas de vomitar. Es complicado cerrar los ojos y dormir porqué no deja de preguntarse si su plan funcionará, si sus padres conseguirán las branquialgas, si ellas llegarán a tiempo mañana, si serán efectivas y no se quedará parada como una imbécil en el lago esperando que le salgan agallas, si Hermione la alentará en las gradas con su camiseta de quidditch puesta...

Escucha los ronquidos de sus compañeras y se envuelve más en las sabanas, forzándose a dormir. Pero no puede, es imposible. Los nervios, la angustia y el miedo la están matando, la acechan y la torturan cada vez que cierra los ojos. Se siente como el infierno.

Hasta que al final, después de un larguísimo padecimiento que la tuvo al borde de las lágrimas, consigue quedarse dormida.

Pero su cerebro no la deja descansar. Tiene sueños en los que se sumerge en agua oscura, en el que bestias gigantescas la persiguen e intentan agarrarlas con sus enormes tentáculos o cortarla por la mitad con sus pinzas gigantescas. Es horrible, angustiante y doloroso; sobre todo porque hay una sirena sentada sobre una piedra, observando el padecimiento de Bellatrix con una sonrisa desagradable mientras alza un cofre de oro entre sus manos.

Y, cuando un tentáculo se envuelve en su piedra y la jala hacia el fondo, llevándose contigo toda su fuerza de voluntad, valentía y ansías de demostrarle a todos que es mucho más que una niña rica que solo puede ser tenida en cuenta por el oro de su familia, escucha que alguien la llama, que alguien susurra su nombre en su oído y le recuerda —con ese inconfundible tono mandón— que no puede darse por vencida, y entonces empuña la varita y apunta a los enormes ojos de la bestia...

—¡Bella, Bella! ¡Por los calzoncillos de Merlín, son las ocho de la mañana!

Reconoce esa voz a la perfección, pero la ignora a propósito porque no es la voz de sus sueños. Gruñe y se echa a un lado, intentando volver a quedarse dormida para continuar soñando con ella, pero...

—¡BELLA, SON LAS OCHO DE LA MAÑANA! —grita Andrómeda mientras le quita la sabana de un tirón.

Bellatrix se yergue en la cama de golpe, sintiendo a su corazón latir enloquecido. Encara a su hermana con los ojos chispeantes de rabia.

—¿Y qué? —pregunta furiosa, aunque su voz es un ronquido adormecido.

Andrómeda abre los ojos, espantada.

—¿Y qué? ¿Y qué? ¿Qué es eso de «y qué»? —Su hermana parece enloquecida—. ¡Son las ocho de la mañana, estúpida, todos te están esperando abajo! ¿Es qué no piensas presentarte a la segunda prueba?

Se pone de pie de un salto, ahora completamente despierta.

—Voy a estar esperando afuera —masculla Andrómeda, dándose la vuelta y caminando hacia la puerta del dormitorio. Antes de salir, se vuelve hacia su hermana mayor y la mira con los ojos entrecerrados—. ¿Qué estás esperando, tonta? ¡Vístete!

Bellatrix asiente y se apresura a caminar hacia su baúl. Agradece que el dormitorio esté vacío, porqué así ya no tiene que guardar ningún recato para desvestirse. Luego, se pone la ropa limpia, se envuelve en su túnica, toma la varita que descansa en su mesita de noche y sale corriendo.

La Sala Común de Slytherin está vacía, salvo por su hermana Andrómeda que la espera moviendo los pies con impaciencia. Cuando la ve, frunce el ceño.

—Te ves horrible —dice ella—, ¿no has dormido nada? Astoria me dijo que ayer te fuiste al dormitorio temprano.

—Estaba repasando el plan —miente Bellatrix.

Para su sorpresa, la dura expresión en el rostro de Andrómeda se transforma en alivio.

—Genial, genial, fabuloso. Mira... —Su hermana se lleva una mano al bolsillo de la túnica y extrae un sobre grueso. Bellatrix suspira, comprendiendo lo que es—. Llegó esto para ti en la mañana, lo manda papá... también hay una carta dentro.

—¿Qué dice? —pregunta Bellatrix mientras toma el sobre entre sus manos. Lo abre con facilidad y saca las branquialgas, las observa por unos segundos y se apresura a metérselas en el bolsillo. Por la cara que tiene Andrómeda, parece que espera respuestas, pero Bellatrix no tiene muchas ganas de hablar de su plan—. ¿Qué dice papá?

—Lo mismo de siempre: que espera que lo hagas fenomenal en la segunda prueba si no quieres que borren tu nombre del tapiz de los Black, ya sabes cómo es —contesta Andrómeda con aburrimiento—. Y mamá nos manda saludos. Dice que nos enviara algunos dulces luego. Ahora, vamos abajo, tienes que comer algo... parece que te vas a desmayar en cualquier momento.

Su hermana la toma del brazo y la saca por el hueco de la puerta. La mazmorra está vacía y sus pasos resuenan por las oscuras paredes. Bellatrix desea que el camino se haga infinito, interminable, que nunca lleguen al vestíbulo... pero, más pronto de lo que le gustaría, están entrando al Gran Comedor.

Todos los rostros de las cuatro mesas se vuelven hacia ella y las palmadas estallan.

—Vamos —dice Andrómeda, arrastrándola hacia la mesa de Slytherin.

Bellatrix se deja arrastrar por su hermana y, aunque quiere esquivar las miradas de todos los alumnos curiosos, no puede contener su impulso y se pone de puntillas. Sus ojos se dirigen hacia la mesa de Gryffindor y busca, entre las decenas de alumnos vestidos de rojo, el rostro de Hermione.

No lo encuentra.

Pero insiste, insiste y continúa insistiendo. Y sigue llevándose fiasco tras fiasco; solo encuentra a Potter y a los hermanos Weasley, quienes tiene cara de angustiados. Eso la preocupa. ¿Le habrá pasado algo a Hermione?

Andrómeda la sienta en uno de los bancos libres y —mientras sus compañeros susurran palabras de apoyo y palmotean su espalda— le pone una tostada en la mano.

—Come, Bella.

Le da una mordida a la tostada, la mastica varias veces e intenta tragar, pero es una tarea tan complicada que tiene que dar un buen trago de zumo de calabaza para aliviar el dolor de garganta. Andrómeda la presiona a dar una segunda mordida, pero no puede.

—¿Has visto a Hermione? —pregunta, sin poder contenerse más.

Andrómeda bufa.

—Me conmueve que quieras ver a tu novia antes de la segunda prueba para tener ánimos, pero necesitas comer —dice su hermana, tomándola del brazo y levantándolo—. Come, Bella, necesitas fuerzas.

—¡Ella... ella no es mi novia! —replica Bellatrix, poniéndose colorada.

—Por supuesto, por supuesto... ¿Vas a comer ahora o quieres que llame a Hermione, tu novia, para que dé de comer en la boca?

Andrómeda se ríe y Bellatrix quiere decirle que se calle, pero sus labios tiemblan de tal forma que el único sonido que consigue de salir de ellos es un balbuceo incomprensible.

—Come, come.

Da otra mordida a la tostada y la mastica en repetidas ocasiones antes de resignarse. Se lleva la copa de zumo a los labios y bebe un gran sorbo para ayudarse a tragar.

Es entonces cuando se da cuenta que falta alguien. Se gira bruscamente y la busca con la mirada por toda la mesa, pero no la encuentra. Su corazón bombea más fuerte que antes mientras el pánico se extiende por su cuerpo.

—¿Dónde está Cissy?

A Andrómeda se le borra la sonrisa de la cara.

—Come, Bella.

Una horrible posibilidad se crea en su mente.

—Andrómeda, ¿dónde está Narcissa? —pregunta con mucha seriedad.

Su hermana aprieta los labios con fuerza.

—No lo sé —confiesa ella después de cinco eternos segundos—. La profesora McGonagall la llamó a su despacho después de la cena, estaba muy seria... no me dijo para que la quería, pero me aseguró que no le pasaría nada...

Bellatrix siente una horrible opresión en el pecho.

«Nos hemos llevado lo que más valoras, y para encontrarlo tienes una hora... Pasado este tiempo, ¡negras perspectivas!, demasiado tarde, ya no habrá salida» —recita con un hilo de voz.

—¿Qué? —pregunta Andrómeda, desconcertada.

Se han llevado a Narcissa hasta el fondo del lago.

Pero no hay tiempo para responderle a su hermana, porque el profesor Snape ha bajado de la mesa de los profesores y va directamente hacia ella. La mirada de Andrómeda apremia, quiere respuestas, pero Bellatrix la ignora y se levanta del banco, dejando la tostada a medio comer en el plato.

—La segunda prueba está a punto de empezar, Black —dice Snape—. Sígueme.

Bellatrix asiente y las palmadas y vítores estallan en la mesa. Traga saliva y se dispone a ir tras el profesor de Pociones, pero su hermana la toma por la manga de la túnica.

—Suerte... Lo harás bien —susurra Andrómeda.

—Claro.

Abandona el Gran Comedor junto a Snape, quién lleva varios segundos intentando animarla para la segunda prueba. Sin embargo, Bellatrix no escucha ninguna palabra del profesor; está preocupada por su hermana y la peligrosa situación en la que se encuentra.

Y si las branquialgas no funcionan, si Bellatrix no llega a tiempo... Narcissa se quedará criando algas junto a las sirenas del lago por el resto de su vida.

No puede permitirlo.

—¿Tienes algún plan? —pregunta Snape en un susurro.

Bellatrix siente que si abre la boca se pondrá a vomitar, así que se limita a mover la cabeza afirmativamente. El profesor parece satisfecho mientras le aprieta el hombro.

Al bajar por la explanada, ve que las mismas tribunas que habían rodeado en noviembre el cercado de los dragones estaban ahora dispuestas a lo largo de una de las orillas del lago. Las gradas se reflejan en el agua.

Bellatrix y Snape caminan hacia el tribunal, que está sentado al borde de una mesa cubierta con tela dorada. Krum y Fleur están junto a la mesa y la observan acercarse.

Nadie dice nada cuando llegan, ni siquiera Ludo Bagman quién es el más entusiasta de todos y se mueve con impaciencia por todo el lugar. Empieza a escucharse el ruido de pasos, gritos y la algarabía. Bellatrix mira en dirección al castillo y comprueba que los estudiantes ya están bajando para presenciar la segunda prueba del Torneo.

Mete, sin pensar, una mano en el bolsillo de la túnica y le tranquiliza apretar las branquialgas, aunque no es una sensación del todo agradable. Las gradas se llenan de estudiantes bulliciosos y, cuando le parece que todos los lugares han sido ocupados, Ludo Bagman da un paso hacia los campeones y empieza a espaciarlos en la orilla del lago, a una distancia de tres metros. Bellatrix queda en un extremo, al lado de Krum.

Luego, Bagman regresa a la mesa, junto al resto del tribunal, y se lleva la varita hacia la garganta. Dice «¡Sonorus!» y su voz retumba por el lago hasta llegar a las gradas. Todos guardan un expectante silencio.

—Bien, todos los campeones están listos para la segunda prueba, que comenzará cuando suene el silbato. Disponen exactamente de una hora para recuperar lo que se les ha quitado. Así que, cuando cuente tres: uno... dos... ¡tres!

El silbato suena en el aire frío y calmado. Las tribunas se convierten en un hervidero de gritos y aplausos. Sin pararse a mirar lo que hacen los otros campeones, Bellatrix saca el puñado de branquialgas, se las mete en la boca, se quita la túnica y entra al lago.

El agua está tan fría que siente que la piel de las piernas le quema, casi como si estuviera entrando en fuego. Se adentra hasta que el agua ya le llega a las rodillas, y los entumecidos pies se deslizan por encima de sedimentos y piedras planas y viscosas. Mastica las branquialgas con toda la prisa y fuerza de la que es capaz. Son desagradablemente gomosas, como tentáculos de pulpo; es lo más asqueroso que Bellatrix ha comido jamás. Cuando el agua helada le llega a la cintura, se detiene, traga las branquialgas y espera a que suceda algo.

Entonces, de repente, siente como si le estuvieran tapado la boca y la nariz con una almohada invisible. Intenta respirar, pero eso provoca que la cabeza le dé vueltas. Tiene los pulmones vacíos, y nota un dolor agudo a ambos lados del cuello.

Se lleva las manos a la garganta, y nota dos grandes rajas justo debajo de las orejas, agitándose en el aire frío: ¡eran agallas! Sin pararse a pensarlo, hace lo único que tiene sentido en aquel momento: se echa al agua.

El primer trago de agua helada es como respirar vida. La cabeza deja de darle vueltas. Toma otro trago de agua, y nota cómo pasa suavemente por entre las branquias y le envía oxígeno al cerebro. Extiende las manos y se las mira: parecen verdes y fantasmales bajo el agua, y le han nacido membranas entre los dedos. Se retuerce para verse los pies desnudos: se han alargado y también les han salido membranas: es como si tuviera aletas.

El agua ya no parece helada. Al contrario, resulta agradablemente fresca y muy fácil de atravesar... Bellatrix nada, asombrándose de lo lejos y rápido que la propulsan por el agua sus pies con aspecto de aletas, y también de lo claramente que ve, y de que no necesita parpadear. Se ha alejado tanto de la orilla que ya no ve el fondo. Se hunde en las profundidades.

Al deslizarse por aquel paisaje extraño, oscuro y neblinoso, el silencio le presiona los oídos. No ve más allá de tres metros a la redonda, de forma que, mientras nada velozmente, las cosas surgen de repente de la oscuridad: bosques de algas ondulantes y enmarañadas, extensas planicies de barro con piedras iluminadas por un levísimo resplandor. Baja más y más hondo hacia las profundidades del lago, con los ojos abiertos, escudriñando, entre la misteriosa luz gris que la rodea, las sombras que hay más allá, donde el agua se vuelve opaca.

Los peces pasan en todas direcciones como si fueran dardos de plata. En una o dos ocasiones cree ver algo más grande que ella, pero cuando se acerca descubre que no es otra cosa que un tronco grande y ennegrecido o un denso macizo de algas. No hay rastro de los otros campeones, de sirenas ni tritones, de Narcissa ni, afortunadamente, tampoco del calamar gigante.

Unas algas de color esmeralda de más de sesenta centímetros de altura se extienden ante ella, hasta donde le alcanza la vista, como un prado de hierba muy crecida. Mira hacia adelante sin parpadear, intentando distinguir alguna forma en la oscuridad... y entonces, sin previo aviso, algo le agarra el tobillo

Se retuerce para mirar, muy asustada, y ve que un grindylow, un pequeño demonio marino con cuernos, le ha aferrado la pierna con sus largos dedos mientras le enseña los afilados colmillos. Bellatrix sostiene la varita con fuerza y se prepara para repelerlo, pero antes de que pudiera pronunciar cualquier hechizo, otros dos grindylows salen de las algas y la toman de la pierna libre. Intentan arrastrarla hacia abajo.

La aborda el pánico y patalea con fuerza, intentando quitarse a los demonios que cuelgan de sus piernas, pero ellos la abrazan tan firmemente que Bellatrix empieza a desesperarse. De pronto, siente un dolor profundo en la carne de una de sus extremidades y comprende que uno de los grydilows la ha mordido; lo aparta con el pie, pero este no cede... y recuerda que tiene una varita.

¡Relaxo! —grita, desesperada.

Pero ningún sonido sale de su boca, sino una burbuja grande, y la varita, en lugar de lanzar chispas contra los gryndilows, les arroja lo que parece un chorro de agua hirviendo, porque donde les daba les producía en la piel unas ronchas de aspecto infeccioso. Dos la soltaron, furiosos, pero otros intentan treparle por las piernas para arrancarle la varita. Tienen intentos bastante acertados, pues consiguen rasgarle la piel del rostro y los hombros.

Bellatrix forcejea contra ellos y les lanza más chorros de agua hasta que se libera por completo de los grydilows. Se aleja nadando a toda velocidad mientras echa más maleficios por encima del hombro, sintiéndose victoriosa cada vez que escucha un pequeño gruñido.

Uno de los demonios intenta tomarla del pie, pero le da una patada y siente una pequeña cabeza con cuernos. Mira hacia atrás y observa al grydilow aturdido y a sus compañeros que levantan los puños con gesto amenazante desde su escondite entre las algas.

Aminora el paso cuando se siente a salvo y da círculos a su alrededor, intentando escuchar algo más que la presión del silencio. Al parecer, se ha desviado del camino.

Respira hondo y mira a sus alrededores, evaluando sus opciones. No tiene idea de cuál será el camino correcto, así que se guía por su instinto y sale disparada hacia una dirección, nadando a una distancia prudente de las algas, temiendo que más gryndilows intenten colgarse de sus piernas.

Sigue nadando durante unos veinte minutos, hasta que llega a unas vastas extensiones de barro negro, que enturbia el agua en pequeños remolinos cuando ella pasa aleteando. Luego, por fin, percibe un retazo del canto de las criaturas marinas:

Nos hemos llevado lo que más valoras, y para encontrarlo tienes una hora...

Bellatrix nada más aprisa, y no tarda en ver aparecer frente a ella una roca grande que se alza por encima del lodo. Hay en ella pinturas de sirenas y tritones que portan lanzas y parecen estar tratando de dar caza al calamar gigante. Bellatrix pasa la roca, guiándose por la canción:

... ya ha pasado media hora, así que no nos des largas si no quieres que lo que buscas se quede criando algas...

De repente, de la oscuridad que lo envuelve todo surge un grupo de casas de piedra sin labrar y cubiertas de algas. Bellatrix distingue rostros en las ventanas, rostros que no guardan ninguna semejanza con el del cuadro de la sirena que está en el baño de los prefectos...

Las sirenas y los tritones tienen la piel cetrina y el pelo verde oscuro, largo y revuelto. Los ojos son amarillos, del mismo color que sus dientes partidos, y llevan alrededor del cuello unas gruesas cuerdas con guijarros ensartados.

Sostiene la varita con fuerza, lista para atacar o defenderse, pero ellos no parecen tener la intención de lastimarla: solo la observan con curiosidad. Nada hacia el frente y las casas rudimentarias se multiplican, así como también lo hacen sus habitantes.

Una multitud de sirenas y tritones se alinean frente a una plaza rudimentaria. En el medio canta un coro de tritones y sirenas para atraer a los campeones, y tras ellos se yergue una hosca estatua que representa a una enorme sirena tallada en una mole de piedra. Tres personas están atadas con cuerdas en la cola de la sirena.

Son Narcissa, Hermione y una niña pequeña que es idéntica a Fleur Delcaour. Da la impresión de que las tres están sumidas en un sueño muy profundo; la cabeza les cuelga de los hombros y de la boca les sale una fina hilera de burbujas.

Su estómago se retuerce de celos al comprender que Hermione ha sido elegida por los organizadores como lo que Krum «más valora». Sabe que es una tontería enfadarse por algo como eso, pero no puede contener esos sentimientos. Sin embargo, no puede continuar retrasándose, debe tomar a Narcissa y salir a flote si quiere ganar el torneo.

Mira a su alrededor y se da cuenta que los tritones cargan lanzas. Se acerca a uno de ellos, uno que mide casi dos metros de altura, y le pide la lanza con señas, pero él se ríe.

—¡No ayudamos! —dice con una desagradable sonrisa en el rostro.

—¡Vamos, maldito pez atontado! —grita Bellatrix, pero (y para su buena suerte) solo le salen burbujas de la boca.

Comprende que el tritón no va a ayudarla, así que busca a su alrededor algo afilado... cualquier cosa...

Hay piedras en el fondo del lago. Se hunde en el fondo del lago y coge una piedra particularmente dentada, y regresa hacia la estatua. Comienza a atar las cuerdas que aprisionan a su hermana menor y lo consigue tras varios minutos de trabajo duro. Narcissa flota, inconsciente, balanceándose con el agua.

Y es su oportunidad de irse y hacerse con las palmadas del público, pero no puede apartar los ojos de Hermione, que continúa atada a la estatua. Bellatrix mira a su alrededor, desesperada. No hay señal de Krum. ¿Qué está haciendo? ¿Por qué no se da prisa? Si ese tonto no llega a tiempo, Hermione...

Va hacia ella sin dudar, levanta la piedra e intenta cortar las cuerdas de Hermione, pero media docena de manos la detienen. Los tritones ríen mientras la apartan de Hermione.

—Llévate a la tuya —le dice uno de ellos—. ¡Deja a la otra!

—¡Quítenme... las manos de... encima... peces atontados! —exclama Bellatrix mientras forcejea contra su agarre, pero de la boca solo le salen burbujas gigantescas.

—¡Tu misión consiste en liberar a tu hermana!

—¡Pero ella también es... ella es...!

Los tritones y sirenas continúan riéndose mientras le recuerdan que el tiempo es limitado. Bellatrix lo sabe, no hay necesidad de que se lo digan, Bellatrix quiere subir a la superficie, pero Hermione... no quiere dejar a Hermione allí. ¿Qué diablos está haciendo el tonto de Krum? ¿Por qué no viene de una vez? ¿Le daría el tiempo para subir con Narcissa a la superficie y regresar por Hermione?

De pronto, los tritones y las sirenas prorrumpen en alaridos de excitación. Los que sujetan a Bellatrix aflojan las manos y ella aprovecha el descuido para liberarse. Bellatrix se vuelve y ve algo monstruoso que se dirige hacia ellos, de inmediato levanta la varita para repeler a la bestia, pero pronto se da cuenta que se trata de un hombre en bañador con cabeza de tiburón: es Krum. Se ha transformado, pero mal.

El hombre-tiburón va directamente hasta Hermione y empieza a morderle las cuerdas. Bellatrix mira la escena con horror, puesto que los nuevos dientes de Krum se encuentran en una posición poco practica para morder algo más pequeño que un delfín. Si no lo detiene, él cortará a Hermione por la mitad.

Se adelanta hasta Krum y le toca el hombro con rudeza. Él se gira y Bellatrix le extiende la piedra dentada a regañadientes, Krum la toma y se pone a cortar las cuerdas de Hermione, liberándola al fin. Él toma a la chica por la cintura, deja caer la piedra y sale impulsado hacia arriba.

Y antes de que Bellatrix procese lo que está pasando y lo que significa para ella la ventaja de Krum, los tritones y sirenas vuelven a estallar en aplausos. Fleur Delacour, que tiene una enorme burbuja alrededor de la cabeza, se aproxima a la estatua gigante.

Mira a la muchacha buscar una manera de cortar las cuerdas que atan a su hermana y Bellatrix no lo piensa más: toma a Narcissa por un brazo y sale disparada hacía arriba. No puede dejarse vencer por Krum, no puede perder contra ese tonto jugador de quidditch, no puede permitir que él se eche aires de grandeza frente a Hermione...

Los tritones y sirenas la acompañaron en la subida. Los ve girar a su alrededor con gracilidad, observando su lucha contra las aguas para llevar su cuerpo y el de su hermana a tierra firme. ¿Las arrastrarían a las profundidades cuando el tiempo hubiera concluido? ¿Ellos devoran humanos? No lo recuerda con exactitud... Las piernas se le agarrotan por el esfuerzo de nadar mientras el cuerpo de Narcissa la jala hacia abajo...

Respira con dificultad y le vuelven a doler los lados del cuello, lo que significa que los efectos de las branquialgas se están agotando. Patalea con fuerza... y el agua que le entra por la boca le inunda los pulmones... Empieza a marearse, pero sabe que la luz y el aire están a tres escasos metros de distancia.

Hace tal esfuerzo con las piernas que siente que sus músculos protestan a los gritos. Incluso su cerebro parece estar lleno de agua: no puede respirar, necesita oxígeno, tiene que seguir subiendo, no puede detenerse...

Es entonces cuando siente que su cabeza rompe la superficie del agua. Un aire limpio, fresco y maravilloso le produce un mágico escozor en la cara. Toma una bocanada más de ese aire y tira de Narcissa hacia arriba. A su alrededor, unas cabezas primitivas se asomaban por encima del agua, pero ahora le sonríen.

Fleur y su hermana emergen pocos segundos después.

Desde las tribunas, la multitud arma muchísimo jaleo: todos están de pie, gritando y chillando. Narcissa echa un chorro de agua por la boca y abre los ojos. Sus ojos azules recorren los alrededores con rapidez y suelta un grito de miedo al ver las cabezas de las sirenas y tritones.

—No es así como se ven en los cuentos, ¿no? —farfulla Bellatrix, agotada.

Narcissa la mira con terror y no responde. A Bellatrix no le importa: se pasa el brazo de su hermana por el cuello y empieza a nadar hacia la orilla. No ayuda en nada que Narcissa haga muecas de asco y ni se esfuerce por mover las piernas, pero, después de lo que le parece toda una eternidad, consiguen llegar a tierra firme.

Un par de personas se abalanzan sobre ellas, pero Bellatrix está demasiado cansada para interesarse en conocer sus identidades. Todo es muy confuso luego y, para cuando se da cuenta, la señora Pomfrey la ha jalado hacia donde se encuentran Krum y Hermione y la envuelve en una gruesa manta con tanta fuerza que Bellatrix tiene la sensación de que se romperá un par de costillas.

—Tomate esto —ordena la señora Pomfrey, poniéndole una copa de poción humeante en las manos. Bellatrix lo bebe y siente como si le estuviera saliendo humo de las orejas. Mira a un lado y comprueba que Narcissa está en una situación similar.

Andrómeda, pálida como la cera, llega a su lado y se abalanza primero sobre Narcissa («¡Suéltame, Andy, estoy bien!») y luego sobre Bellatrix. Quiere protestar y pedirle a su hermana que se aleje, pero no tiene fuerzas para eso y se resigna al abrazo.

—¡Lo conseguiste! —dice entonces una voz que Bellatrix conoce a la perfección. Se gira y ve a Hermione, envuelta en una gruesa manta, pero radiante de alegría. Krum, pocos metros más atrás, no parece muy contento—. ¡Lo hiciste, funcionó!

—Sí, es verdad. Tal como te lo prometí —responde Bellatrix en voz alta, para asegurarse de que Krum la oiga.

Hermione da unos pocos pasos al frente y se desploma frente a ella. La felicidad no le cabe en el rostro.

—Viktor me contó que lo ayudaste... a liberarme —dice Hermione.

—¿En serio? —Bellatrix no da crédito a sus oídos.

Pero Hermione no le responde, por el contrario: libera sus brazos de la manta y procede a envolverlas en el cuello de Bellatrix. La aprieta con fuerza mientras grita algo ininteligible en su oreja...

Y le planta un sonoro beso en la mejilla.

Bellatrix escucha la risa de Andrómeda, el bufido de Narcissa e incluso el gruñido de indignación de Krum, pero no le importa, ya no le importa nada. Hermione se aleja, con el rostro colorado, y va a esconderse entre Fleur y su hermana.

Fue la primera en llegar donde las sirenas y tritones, tenía una clara ventaja que podría haber aprovechado para asegurarse el primer puesto en el torneo, pero a Bellatrix ya no le importan la competencia, o los puntos, o las caras medio decepcionadas de sus compañeros de casa. Recibe los modestos cuarenta y dos puntos del tribunal —lo que la deja con el segundo lugar, por detrás de Krum— con una sonrisa, la misma que —junto a los vítores y aplausos de los estudiantes de Hogwarts— la acompaña en su camino de regreso al castillo.

Eso y la sensación de que un centenar de mariposas vuelan descontroladas dentro de su estómago.