Parte siete.

—Te ves muy feliz por tener el segundo lugar —señala Hermione cuando está segura de que Snape ya no puede oírla.

Bellatrix se encoge de hombros mientras finge que examina su libro de Pociones, pero Hermione sabe que la está mirando de reojo.

—Solo son dos puntos —responde ella con mucha tranquilidad—. Voy a aplastar a Krum en la última prueba, ya lo verás.

—¿Y Fleur? Te aconsejaría que no la subestimes…

—Oh, Delacour es buena, muy buena —la interrumpe Bellatrix con una sonrisa—, pero no es a ella a quién quiero vencer.

—¿Alguna razón en especial para tan determinada aversión hacia Viktor? —pregunta Hermione, elevando una ceja.

Bellatrix se gira y extiende aún más su sonrisa. Hermione no recuerda jamás haberla visto tan contenta y mucho menos habría esperado verla así cuando está segunda en el torneo, pero le gusta mucho el cambio. Prefiere a esa Bellatrix sonriente y enérgica a la Bellatrix desganada y con apariencia de enferma.

—Ninguna —responde ella con tanta tranquilidad e inocencia que Hermione está tentada a creerle—, solo quiero demostrar que soy mejor que él ganándole en el torneo. ¿Te imaginas su cara de decepción cuando me vea alzando la copa?

—Pues no —dice Hermione—, no me lo imagino a él, pero si puedo hacerme una imagen tuya.

—¿En serio?

—Por supuesto y también pienso en las consecuencias de que eso se haga realidad: estarás insoportable por el resto del curso y tu cuerpo no podrá seguir soportando el peso de tu ego y… acabaras derrumbándote.

—Y para cuando gane la copa —continúa Bellatrix, ignorando la sutil burla de Hermione—, te veré en las gradas vistiendo de verde y plateado mientras gritas mi nombre a todo pulmón… creo que esa será la mejor parte de todo el torneo. Sí, eso… eso junto a la cara decepcionada de Krum por haber pedido serán lo mejor de ese día. Atesoraré ese momento por siempre.

Hermione quiere reírse y recordarle a Bellatrix que el torneo aun no ha terminado, pero es entonces cuando se da cuenta que Snape está parado frente a su mesa, mirándolas con los ojos entrecerrados. Bellatrix aprieta los labios y se esconde tras su libro mientras Hermione se apresura a sacar los ingredientes de su mochila.

El profesor se aleja después de unos momentos, pero ellas no vuelven a abrir la boca hasta que la clase termina, casi dos horas después.

—¡Granger! —llama Bellatrix, que se ha quedado rezagada fuera del aula de Pociones.

Harry y Ron comparten idénticas miradas de sorpresa e interés, pero avanzan sin decirle nada a Hermione, aunque la muchacha nota que lo hacen dando pasos bastante cortos.

Hermione se queda quieta a mitad del pasillo, esperando a que Bellatrix la alcance.

—Granger —dice Bellatrix, colocándose a su lado. Ella está rebuscando entre los bolsillos de su bolso mientras Hermione la observa con curiosidad. Sus ojos se abren de sorpresa cuando ve que Bellatrix ha cogido una pequeña caja dorada y la extiende hacia su dirección—. Son los dulces que mandó mamá de casa —explica Bellatrix mientras Hermione los toma entre sus manos.

—¿No te gustan?

—Son mis favoritos, pero pensé que necesitaba agradecerte de alguna forma por haberme ayudado con lo del torneo…

—No era necesario —se apresura a decir Hermione, aunque ya se encuentra quitando el envoltorio dorado de la caja, curiosa por ver su contenido.

Bellatrix sonríe.

—Por supuesto, sabía que dirías eso, pero no es nada. ¿Te veo en la biblioteca luego?

Hermione asiente con lentitud y Bellatrix le regala una última sonrisa antes de alejarse y caminar hacia la salida de las mazmorras.

—¿Qué es? —preguntan Harry y Ron a coro, acercándose a ella con idénticas miradas de curiosidad.

Se asegura de tomar tres de los dulces más grandes y atractivos antes de mostrarle la caja a sus amigos. Por supuesto, ellos se encargan de vaciar su contenido antes de que lleguen al vestíbulo; pero, sorprendentemente, Hermione no está furiosa con ellos. Los sujeta por los brazos y, con una enorme sonrisa, los conduce al Gran Comedor.

Los cuchicheos aun la persiguen por el castillo y tiene el presentimiento de que lo harán por mucho tiempo más; sin embargo, piensa mientras toma una pierna de pollo y le sonríe al grupo de alumnos de tercero que la observan con avidez, puede acostumbrarse.

O eso es lo que cree hasta que, a la mañana siguiente, a la hora del desayuno, las lechuzas entran al Gran Comedor cargadas de malas noticias.

Una lechuza deja caer un ejemplar de El Profeta en su plato y Harry lo agarra con pereza mientras Hermione se encarga de meter unas moneditas de plata en la bolsita de cuero que tiene atada en la pata.

Harry suelta un grito de indignación en el momento que el ave se marcha.

—¿Qué pasa? —pregunta Ron, desde el frente, inclinándose hacia adelante. Ginny se ha levantado para leer el periódico junto a su novio mientras que Neville los observa con el ceño fruncido. Y él no es el único, puesto que muchos otros estudiantes de Gryffindor los miran con mucha curiosidad.

—¿Qué pasa? —pregunta Hermione, intentando leer el periódico por encima del hombro de Harry, pero él lo aparta antes de que pudiera identificar alguna palabra.

Sin embargo, ha visto la foto.

—¿Eso es…?

—Una estupidez —interviene Ginny, arrancándole el periódico a Harry y apretándolo con desprecio—. Una completa estupidez… de las que les encantan a Skeeter… como si no tuvieran asuntos más importantes sobre los que escribir…

—¿Qué ha hecho ahora esa mujer? —Ron arruga la nariz con fastidio.

—Dame eso, Ginny —pide Hermione.

—No vale la pena —responde la aludida, aprisionando el periódico—. Es una tontería.

Se escuchan risas provenientes de la mesa de Slytherin y algunos cuchicheos maliciosos vienen desde un pequeño grupo de estudiantes de Hufflepuff, quienes están reunidos en corro en un lado de la mesa. Hermione sabe que están leyendo El Profeta.

Draco Malfoy suelta una carcajada desagradable que resuena por todo el Gran Comedor.

—¡Te atraparon, eh, Granger! —grita él mientras sus amigos le celebran la gracia.

Hermione siente a la ira burbujear en su estómago y, con más seriedad que antes, le dice a su amiga:

—Dame eso, me voy a enterar de todas formas.

Ginny se lo entrega a regañadientes.

Despliega el arrugado periódico y sus ojos no demoran en encontrar la página que está divirtiendo tanto a los estudiantes de Slytherin: hay una foto del momento exacto en el que Hermione se abalanzó para abrazar a Bellatrix por completar la segunda prueba, así como también, por una esquina, asoma el rostro serio de Viktor.

¿HOGWARTS Y DURMSTRANG PELEANDO POR ALGO MÁS QUE LA COPA?

Aparentemente, la campeona del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, Bellatrix Black, hija de la Noble y Ancestral Casa de los Black y el campeón del instituto Durmstrang, Viktor Krum, el joven y atractivo buscador búlgaro, se encontrarían compitiendo por algo más que la copa del Torneo de los Tres Magos, según informa Rita Skeeter, nuestra corresponsal especial.

Por alguna extrañísima razón, no está nada sorprendida de descubrir que Skeeter está detrás de esa nota. Sus manos tiemblan mientras su mirada baja por las letras oscuras.

La señorita Hermione Jean Granger, una agraciada y ambiciosa bruja hija de muggles, parece sentir debilidad por las montañas de oro y los magos famosos, puesto que se encuentra en el medio de las disputas entre dos de los magos más prometedores de su generación. Por supuesto, estamos hablando de la joven heredera de la Casa Black y el famoso jugador búlgaro.

Krum, prendado por la belleza de la señorita Granger, la invitó a ser su pareja en el baile de Navidad; noticia que disgustó enormemente a la señorita Black…

Y Harry le arranca el periódico de las manos.

—No le hagas caso —dice él, muy serio. Ron, que le ha dado la vuelta a la mesa para estar a su lado, asiente con vehemencia.

—«La señorita Granger parece sentir debilidad por las montañas de oro y los magos famosos…» —murmura Hermione con asco—. ¿Qué diablos significa eso?

—Skeeter solo sabe inventar mentiras para vender su diario de mierda —masculla Ginny—. No le hagas caso, solo ignóralos…

Hermione quiere tomar su consejo y fingir que no le importa lo que esa patética periodística ha escrito de ella en su estúpido periódico, pero es una tarea imposible cuando la noticia ya se ha divulgado por todo el colegio por los estudiantes que si reciben El Profeta.

Los cuchicheos la persiguen hacia dónde va.

Ni siquiera la biblioteca es un lugar seguro, puesto que allí también encuentra grupos de estudiantes ansiosos por mirarla y parlotear. Hermione se esfuerza en concentrarse en sus tareas mientras Harry y Ron le susurran que no les haga caso, pero es inútil: no puede simplemente fingir que no existe.

Y, sobre todo, tampoco puede dejar de pensar en Bellatrix.

No la ha visto en todo el día, lo que tampoco la sorprende como debería. Tiene la sospecha de que la muchacha la evitará hasta que el torneo finalice para acabar con esos estúpidos rumores de una vez. Le parece una solución razonable: Hermione no quiere problemas con la familia Black y mucho menos ser la protagonista —o, como había dicho Skeeter, la manzana de la discordia— de un supuesto triángulo amoroso entre ella y dos de los jóvenes más populares de la década.

Es una suerte que sus padres no reciban El Profeta, porque Hermione no tiene ninguna intención de contarles el lío en el que está envuelta. Ya tiene suficiente con los murmullos y miradas como para sumarles las cartas preocupadas de sus padres.

Espera que Bellatrix actúe distante e indiferente en las clases de Pociones, que no le dedique más de dos miradas y que se resista a dirigirle la palabra, pero, sorprendentemente, no lo hace.

En realidad, da la impresión de que ella no se ha enterado de la nota de Skeeter o —lo que es más descabellado aún— no le importa. Hermione sabe que es imposible que Bellatrix no haya puesto un ojo sobre El Profeta en todo el fin de semana, de la misma forma que se resiste a creer que la noticia no le interesa en lo más mínimo.

Así que observa su comportamiento en clase con mucho detenimiento, buscando alguna señal, anomalía o cualquier indicio que deje a entrever que algo le pasa. Pero lo único que consigue es distraerse de su trabajo y obtener una poción tan mal hecha que incluso Snape se sorprende al ponerle un cero.

Por supuesto, Bellatrix se ríe. Y, en otras circunstancias, Hermione se habría sentido irritada por eso, pero ahora no puede pensar en nada que le importe menos que haber recibido una mala calificación.

Aprovecha el revuelo que hacen todos al guardar sus ingredientes y calderos en su bolso cuando la clase termina para abordar a Bellatrix.

—Tenemos que hablar —le dice con mucha seriedad.

—Adelante —concede Bellatrix.

—Aquí no.

—¿En la biblioteca, después de la cena?

A Hermione le molesta el tono indiferente en la voz de Bellatrix, pero se contiene de preguntarle allí, en el aula de Pociones, si no le preocupa ni un poco lo que se rumorea de ellas por todo el colegio.

—No podemos vernos en la biblioteca.

—¿Por qué?

La campana suena y los alumnos empiezan a abandonar el salón, presurosos por salir de las mazmorras e ir a almorzar. Sin embargo, Bellatrix y Hermione se quedan en su lugar.

Snape las mira desde su escritorio.

—¿Te veo en el cuarto piso, a la hora de la cena? —pregunta Hermione.

Bellatrix suelta un quejido y Snape se aclara la garganta. Hermione se siente un poco atrapada.

—Bien —suspira Bellatrix después de unos segundos. Ella se cuelga el bolso en uno de los hombros y luego le hace un rápido gesto de despedida al profesor de Pociones—. Te veo luego, entonces.

Hermione retrasa al máximo su salida del salón, dejando que Bellatrix se le adelante. Se siente muy idiota por actuar de esa forma, pero quiere creer que es la mejor manera de evitarse problemas.

Le sorprende descubrir que Harry y Ron la están esperando fuera.

Cuando la última clase del día termina, Hermione se separa de sus amigos y se dirige hacia el cuarto piso. Los pasillos están repletos de estudiantes cansados y hambrientos, lo que significa que ninguno tiene la energía ni los ánimos suficientes para prestarle atención y ella puede subir casi sin problemas por las escaleras movibles.

El cuarto piso está desierto, lo que no es una sorpresa porque allí se encuentran la mayoría de aulas en desuso que tiene el colegio. Hermione camina a paso moderado, asomando el rostro por las ventanas y puertas semiabiertas de salones vacíos, buscando a Bellatrix.

Sin embargo, es ella quién la encuentra primero.

—Granger —llama una voz femenina.

Hermione da un salto bastante indigno y una risa rebota por las paredes; cuando se gira (con el rostro ardiendo por la vergüenza) encuentra a Bellatrix caminando hacia ella.

—¿Husmeando por los pasillos cuando deberías estar cenando, Granger? Sí, sí… ¿qué fue lo que me dijiste la otra vez? —Bellatrix se toma un extremo de la túnica y la señala, como si tuviera algo que mostrar y no solo la tela oscura del uniforme—. Ah, sí: ve con cuidado o podría castigarte.

—No eres prefecta —responde Hermione, coloradísima.

Bellatrix resopla mientras se detiene, dejando un escaso metro de distancia entre ella y Hermione. Hay diversión en su mirada, sentimiento que se multiplica mientras más enrojece el rostro de Hermione.

—¿Necesito ser prefecta para castigarte?

—Necesitas ser prefecta para quitarme puntos —corrige Hermione.

—Pero no para, por ejemplo, empujarte por el armario evanescente que está en el quinto piso.

Ella le sonríe con malicia y Hermione comprende que no llegaran a ningún lado si decide seguirle el juego. Respira hondo y endurece el gesto; Bellatrix hace una mueca.

—¿Qué era tan importante que no podíamos hablar en la biblioteca, después de la cena? —pregunta ella, peinándose el cabello oscuro con una mano.

Hermione duda. Aparentemente, el cuarto piso está vacío, pero no quiere arriesgarse a que alguien las vea hablando en ese pasillo solitario. Mira hacia todos lados y luego toma a Bellatrix por el hombro, casi arrastrándola a una de las aulas vacías.

Bellatrix tiene una expresión curiosa en el rostro, entre la incredulidad y la diversión.

—¿A quién has matado y por qué me envuelves en eso?

La ignora mientras cierra la puerta con lentitud. Luego, saca la varita de su bolsillo y susurra: «muffliato».

Cuando se da la vuelta, encuentra que Bellatrix tiene las cejas muy levantadas, se ve bastante impresionada y a Hermione, por alguna razón que desconoce, le gusta.

—Ese es un buen hechizo —señala Bellatrix con aprobación—, perfecto para los estudiantes que prefieren hablar entre ellos que escuchar a sus profesores en clases. No creo que forme parte del currículo escolar… ¿Dónde lo aprendió la correctísima Hermione Granger?

—Es útil… y no lo uso para perder el tiempo —se defiende.

—Por supuesto —concede Bellatrix y mira a su alrededor. Todas las ventanas del salón están tapadas por gruesas cortinas y hay enormes telas de araña colgando del techo, además, todo el mobiliario está cubierto por una gruesa capa de polvo. Ella arruga la nariz con disgusto, pero el tono con el que habla sugiere que le agrada el lugar—: Bonito y muy acogedor. ¿Qué estás escondiendo aquí y que tengo que ver con eso?

A Hermione empieza a molestarle el aparente desconocimiento con el que actúa la muchacha. Sabe que Bellatrix conoce las razones por las que le pidió hablar en un lugar apartado esa mañana y no entiende porqué se esmera en fingir que no pasa nada.

Da unos pasos hacia adelante y se recuesta ligeramente contra una de las mesas. Mira a Bellatrix con seriedad.

—Nadie puede escucharnos aquí.

Bellatrix asiente.

—Te has encargado de eso.

Hermione cruza los brazos. Bellatrix balancea levemente la cabeza hacia los lados, esperando.

—Me enteré de la carta de tus padres —dice al fin y le alegra comprobar que la sonrisa en el rostro de Bellatrix flaquea un poco— y creo que lo mejor es que dejemos la apuesta de lado, no quiero meterte en más problemas.

Espera a que Bellatrix responda u haga cualquier gesto con la cabeza, pero la muchacha se mantiene silenciosa y rígida en su lugar, mirando hacia un punto detrás de Hermione.

—Voy a devolverte la ropa —continúa Hermione como si nada— y será mejor que…

—¿Cómo es que te enteraste? —la interrumpe Bellatrix, aunque se lee en su mirada que ya conoce la respuesta.

—A Harry le…

—Por supuesto, Sirius, ese imbécil.

—Él está preocupado.

—¿Por un estúpido chisme regado por esa patética periodista en ese periódico de mierda? Mira, lo que estoy entendiendo, Hermione —dice Bellatrix y Hermione, sorprendida por escuchar su nombre, ahoga cualquier intento de replica en su garganta—, es que estás buscando excusas para no cumplir con tu parte del trato… y eso, viniendo de una de los estudiantes del noble, valiente y siempre caballeroso Godric Gryffindor —añade con sorna—, me parece muy cobarde y desleal. No te puedes echar para atrás ahora.

No puede creer lo que acaba de escuchar.

—No quiero meterte en problemas.

—¿Y ya has tenido esta conversación con Krum, ya le dijiste que tomarás distancia de él porqué no quieres arruinar su imagen o…?

—A él no le importa —responde Hermione y Bellatrix la mira fijamente—. Es un jugador famoso y está acostumbrado a los titulares y esas cosas… dice que no es la primera vez que le pasa algo como esto, así que no le importa lo que escriban los periodistas sobre él mientras…

—¿Entonces a Krum le gustó esa nota?

—¡Por supuesto que no, él también está muy enfadado! Solo que no es tan grave, ¿bien? La gente se olvidará de esa tontería cuando acabe el torneo, pero no quiero meterte en más problemas.

—Excusas.

—Escucha, Black, no…

—Ya te he escuchado lo suficiente. —Bellatrix se mueve tan abruptamente que Hermione no tiene tiempo para reaccionar. Cuando se da cuenta, Bellatrix está apoyando las manos sobre la mesa mientras la mira con fiereza; ambos rostros están separados por unos pocos centímetros—. Y mantengo mi posición: a mí me parece que lo que buscas es una excusa para no cumplir con tu parte del trato.

—Tus padres te matarán si descubren…

—Excusas —repite Bellatrix—. Hay más de mil estudiantes en este colegio, no creo que a nadie le llame la atención que…

—Pero ellos te pidieron explícitamente que te alejes de mí —replica Hermione— y, aunque creo que sus razones son una estupidez, no deberías tomarlos a la ligera porque…

—Excusas, excusas, excusas. Son solo excusas —Bellatrix es implacable—. Y ya me cansé de oírlas. Escúchame, Hermione. —Llamándola por su nombre se asegura de tener su completa atención y lo sabe—. Voy a ganar ese maldito torneo, voy a ganarle a Krum frente a todo el colegio y tú vas a estar ahí, apoyándome, porque eso fue lo que prometiste. Y ya que te molesta y te aterra tanto… voy a hacer que sea mucho peor para ti, así de verdad parecerá un castigo.

Traga saliva con nerviosismo, sintiendo vulnerable a pesar de que la posición en la que se encuentran le es muy ventajosa. Fácilmente podría empujar a Bellatrix, derrumbarla en el suelo y negarse a aceptar cualquier cosa en la que Bellatrix esté pensando, pero le hace falta coraje, valor y todas las cualidades que supuestamente poseen los estudiantes de Gryffindor.

Es la primera vez que Hermione se pregunta si el Sombrero Seleccionador no erró en su decisión.

Bellatrix se relame los labios con gracia, disfrutando del estado aterrorizado de Hermione y Hermione tiene que fingir que le disgusta, que continúa aterrada, pero la realidad es que está encontrando una distracción de lo más agradable en el movimiento de su boca…

—Voy a ganar el torneo, Hermione —susurra Bellatrix—, voy a ganar esa copa y cuando lo haga… vas a besarme frente a todos. En los labios. Que parezca que me quieres, que has terminado con tu dilema amoroso y que me has elegido por encima del perdedor del Krum.

Hermione agita la cabeza hacia los costados. Es una locura.

—Ni hablar.

Para su sorpresa, Bellatrix sonríe, encantadísima.

—Sabía que te gustaría la idea.

—¡Vas a hacer que nos maten! —chilla.

Ella se ríe, divertida con su reacción.

Y luego se acerca más, hasta que sus narices están casi rozándose.

—¿O prefieres a los búlgaros? —pregunta Bellatrix. Su tono pretende sonar indiferente, pero Hermione (aunque aterrada por la agobiante cercanía) detecta la débil preocupación en su voz. Ella ansía una respuesta.

Pero Hermione intenta ser razonable.

—Escúchame —dice, levantando las manos y colocándolas en el cuello de Bellatrix en un inútil intento de alejarla—. Si tus padres se enteran (y no dudo de que lo harán) van a matar…

—Prefieres a los búlgaros —suspira Bellatrix, ignorando todo lo demás—. Si yo fuera un tipo tonto que solo sabe ir detrás de una pelotita dorada, estarías a mis pies.

—¡Por supuesto que no! Yo no estoy interesada en…

—Haces un buen trabajo demostrando lo contrario.

—Mira, Black, estoy tratan…

—¿O te gustan los extranjeros?

Bellatrix intenta alejarse, pero Hermione la toma con fuerza por la camisa para evitarlo.

Está harta.

Y es entonces cuando obtiene la respuesta a su pregunta: el Sombrero Seleccionador no cometió ninguna equivocación.

—Bien —dice, sintiendo a su rostro arder como si estuviera en las faldas de un volcán a punto de estallar—. Bien, voy a hacerlo.

Se observan en el más absoluto de los silencios por una cantidad insondable de tiempo. La eternidad está atrapada en ese momento.

Pero el hechizo se rompe cuando Bellatrix curva sus labios rojos.

Y solo por eso, vale la pena.