Parte ocho.

—Has perdido completamente la cabeza —asegura Harry cuando recupera el hablar después de varios segundos de estar en silencio.

Ron continúa teniendo esa expresión desconcertada en su rostro, como si su cabeza hubiera sido golpeada por una bludger especialmente violenta.

Hermione suspira.

—Lo sé.

Harry agita la cabeza hacia los costados y se inclina más hacia el frente para hablar en tono confidencial. Es una medida exagerada, la Sala Común está casi desierta, aunque ella sospecha que su amigo no confía del todo en los retratos que están colgados en las paredes.

No le sorprendería descubrir que los Black han enviado al retrato de Phineas Nigellus, el antiguo y más impopular director de Hogwarts, ha espiar a su nieta y su supuesta novia por todo el castillo.

—Es una malísima idea —dice Harry y Hermione se contiene de decir que ya lo sabe, porque él se ve muy preocupado—, podrías meterte en muchos problemas con esa familia, son… desagradables.

Está de acuerdo con él, sin embargo…

—Pero ya le dije que lo haría.

—Pues ve ahora y dile que la propuesta es tentadora y que te encantaría besarla (si es que no lo has hecho ya), pero prefieres conservar la cabeza y todas tus extremidades en su lugar y también quieres tener una larga y feliz vida.

A Hermione no se le ha escapado la sonrisa maliciosa ni mucho menos el tono divertido que ha usado Harry, pero no caerá en su juego.

—Sabes que ella no aceptará eso.

—Bueno, ese es su problema… Solo es una apuesta, no es como si hubieran hecho el Juramento Inquebrantable…

—¿Hicieron el Juramento Inquebrantable? —Ron la mira con los ojos muy abiertos.

Agita la cabeza hacia los lados y eso alivia a sus dos amigos.

—No estoy tan demente —murmura.

—Aceptaste besar a Bellatrix Black frente a todo el colegio —suelta Harry—. Bellatrix Black. Black. ¿Tienes idea de…?

Las palabras se ahogan en su garganta. Es incapaz de continuar.

—Solo si gana el Torneo —le recuerda Hermione—. ¿Qué tan probable es que eso ocurra?

A juzgar por la mirada resignada que Ron le lanza, él está más que convencido de que Bellatrix ganará el Torneo de los Tres Magos.

Mirar a Bellatrix a la cara se convierte en una tarea difícil.

Casi imposible.

Hermione lo intenta, de verdad lo intenta, porque está decidida a demostrar que la promesa de un beso no la pone nerviosa, que es algo simple y banal que puede hacer con mucha facilidad. Sin embargo, cada vez que sus ojos anhelantes se cruzan con el rostro arrogante de Bellatrix, porque ella no ha dejado de mostrarse ufana, casi eufórica, desde el momento en el que Hermione aceptó su nuevo trato, se acobarda, tiembla, su cuerpo se estremece… y piensa.

Piensa en que es una tontería, un acto sumamente arriesgado, temerario, piensa en las eventuales y desagradables consecuencias, piensa que se arrepentirá, piensa que va a convertirse en el tema de conversación favorito del colegio por un buen tiempo; pero también piensa en lo mucho que le gusta la idea de besar a Bellatrix Black.

Por supuesto, se guarda esos pensamientos para sí, porque sospecha que a sus amigos no les gustaría escuchar que está ansiosa por cumplir la parte del trato que —todos prevén y aseguran— va a acabar con su vida.

Su plan para acabar con los cuchicheos y miradas —al menos por el momento— es poner una marcada distancia entre ella y Bellatrix, no hablar con ella y, sobre todo, dejar de trabajar juntas en la biblioteca. Para su mala suerte, Bellatrix no piensa de la misma forma —o quizá lo único que quiera es molestarla— y continúa dejando su propia pila de libros sobre la mesa de Hermione.

Y se sienta en la silla libre y luego golpetea la madera con las uñas y el sonido es bajo, suave, apenas perceptible para el resto, pero totalmente audible para Hermione. Sin embargo, ella intenta ignorarlo, fingir que no la está escuchando, fingir que no se ha dado cuenta que —como tantas otras veces— ha ocupado su mesa.

Pero su convicción siempre acaba flaqueando. Levanta la cabeza, más que enfurecida por la interrupción, y sus ojos siempre se encuentran con la expresión tranquila, apacible, casi inocente, de Bellatrix.

—¿Granger? —pregunta ella en un susurro que denota preocupación y sorpresa. Una pluma de águila se mueve entre sus dedos, rozando por milímetros el pergamino en blanco que se encuentra encima de la mesa.

Si Hermione no la conociera, creería en su perfecta actuación e incluso se sentiría culpable por haberla molestado cuando está estudiando. Pero la conoce y sabe que todo es una farsa.

—Deja de hacer eso —responde, señalando con la mirada a los pálidos dedos que bailan por sobre la madera.

—¿Por qué?

—Me estás molestando.

Bellatrix enarca una ceja y examina su mano con fingida sorpresa. Un anillo de oro brilla en su dedo índice y Hermione se distrae en él por unos segundos, porqué apenas lo ha notado. Su atención se rompe cuando Bellatrix habla de vuelta.

—Tú siempre estás susurrando mientras lees y escribes, luego haces preguntas y las respondes sola. No tienes derecho a quejarte porque hago un poco de ruido.

—Pues… si te molesto, podrías buscar otra mesa.

—No veo ninguna vacía.

—Podrías ir y sentarte con alguno de ellos. Deberías hacer nuevos amigos.

—Oh… ¿somos amigas? —pregunta Bellatrix muy sonriente. Ha soltado la pluma para colocar ambas manos sobre sus mejillas y mirarla fijamente. Hermione se siente rápidamente intimidada por esos ojos negros, así que sostenerle la mirada se convierte en una tarea casi imposible.

Se aclara la garganta y moja su pluma en el tintero, decidida a continuar con su redacción y fingir que no la ha escuchado. Pero, y a pesar de que intenta concentrarse en su trabajo y las letras minúsculas del libro de Pociones, no puede dejar escapar el hecho de que Bellatrix no ha dejado de mirarla.

Ella y un par de alumnos curiosos desde el resto de las mesas, pero Hermione no tiene tiempo para pensar en ellos.

—¿Qué?

—¿Somos amigas? —repite Bellatrix.

Tiene que admitir que es una pregunta interesante. ¿Son amigas? Llevan más de dos meses hablando, estudiando e incluso han llegado al extremo de compartir un baño, así que supone que sí, son amigas.

O algo que se le asemeja bastante.

—Nos llevamos bien —dice Hermione al cabo de unos segundos de silencio—. Lo que es una gran sorpresa —admite.

Bellatrix no parece satisfecha con la respuesta, pero no tiene tiempo para insistir porque una niña ha llegado donde ellas y ha dejado caer su bolso sobre la mesa, produciendo un golpe sordo que llama la atención de varios estudiantes.

Narcissa Black se cruza de brazos mientras sus ojos azules viajan de su hermana mayor a Hermione. Hermione se siente rápidamente intimidada por su mirada, pero intenta mantenerse firme en su lugar. No puede dejar que una niña de doce años —o trece, no lo sabe con exactitud— piense que está por encima de ella.

—Hola —dice Narcissa mirando a Hermione (quién ha perdido la capacidad del habla en esos pocos segundos) y luego se dirige a su hermana—: Bella, dijiste que me ayudarías con el ensayo sobre los encantamientos reductores.

Bellatrix suspira con pesadez y le indica que tome el asiento libre que está en la cabecera. Hermione aprovecha la oportunidad para volver a su redacción, aunque no puede dejar de sentir que ahora son dos pares de ojos las la miran con tanta atención.

El nocivo artículo que Rita Skeeter escribió pierde el interés de los estudiantes con el paso de las semanas, así que, si bien algunos continúan señalándolas cada vez que se cruzan por los pasillos y los murmullos aun las acechan, la vida en Hogwarts vuelve a su relativa normalidad.

Incluso Harry y Ron han dejado de decirle —cada cinco minutos— lo preocupados que están por ella para señalar su propia angustia por los exámenes de fin de año. Todos los estudiantes de sexto año miran a los exámenes acercarse con terror, todos a excepción de Bellatrix Black.

Hermione tiene que admitir que desearía estar en su situación. Envidia la tranquilidad con la que Bellatrix se sienta en su lugar de la mesa, en la biblioteca, para terminar alguna redacción mientras que ella, Hermione, repasa una y otra vez los temas de clases pasadas que podrían venir en los exámenes.

Después de unas semanas de silenciosa observación, Hermione comienza a notar que los libros de texto que Bellatrix tiene apilados a su costado tienen cada vez menos que ver con las asignaturas del colegio. Son viejos ejemplares de maleficios y contramaleficios, encantamientos, hechizos e incluso libros sobre bestias, seres y demás criaturas mágicas.

La curiosidad la carcome por dentro, así que una tarde de sábado, cuando decide darse un descanso porque siente que su cerebro ya no puede aprender más sobre Transfiguración, la aborda.

—¿Ya sabes cuál será la tercera prueba?

Los ojos negros de Bellatrix aparecen por encima del lomo abierto del libro que está leyendo. La mira fijamente por unos segundos y luego echa una ojeada por la casi vacía biblioteca. Al final, en un susurro tan bajo que Hermione tiene que inclinarse contra la mesa para escuchar, dice:

—Se supone que no tengo que hablar de eso con nadie.

—Y también se supone que no tienes que recibir ayuda para las pruebas —contesta Hermione hábilmente—, pero ya hemos incumplido esa regla, así qué… ¿cuál será el reto de la tercera prueba, contra qué los pondrán a pelear?

Bellatrix se mantiene en silencio, pensando en lo que hará. Hermione no le quita la mirada de encima y tampoco relaja el gesto en su rostro. Pasados unos segundos, y para sorpresa y desconcierto de Hermione, Bellatrix se levanta, rodea la mesa y se sienta a su lado.

El dulce aroma de su cabello se impregna en su nariz.

—Es un laberinto.

—Ah…

—¿Me estás escuchando? —pregunta Bellatrix, apoyándose sobre la mesa y girándose para mirarla muy fijamente.

Hermione parpadea varias veces para volver en sí. Siente a sus mejillas enrojecer mientras la suave risa de Bellatrix golpea y aturde a sus oídos.

—Sí, sí —asegura Hermione mientras hace un esfuerzo para recordar lo que Bellatrix le dijo—. Un… laberinto. La tercera prueba… es un laberinto. Se escucha muy… interesante. Pero… ¿qué se supone que tienen que hacer? No estaría entendiendo muy bien el objetivo… no sé…

Debe estar sonando como una estúpida, porqué la sonrisa de Bellatrix no deja de ensancharse con cada palabra que sus labios pronuncian.

—Van a colocar la Copa de los tres magos en el centro del laberinto. El primero que llegue a ella, ganará la máxima puntuación y, por lo tanto, el torneo.

—Pues no se escucha tan mal.

—Bagman dice que habrá obstáculos —continúa Bellatrix con tono pensativo—. También dice que Hagrid está preparando algunos bichejos y que tendremos que romper algunos embrujos… ni siquiera quiero imaginar lo que Hagrid tiene preparado, pero estoy segura de que no será fácil. —Hermione está muy de acuerdo con ella, pero se abstiene de enumerar las criaturas peligrosas que Hagrid podría utilizar. No quiere asustarla—. Krum tiene la mayor puntuación, así que entrará primero al laberinto. Luego, iré yo, y, después, Delacour. Se escucha divertido, ¿no lo crees?

No, en realidad no lo cree, pero asiente de todas formas.

—¿Y dónde está ese laberinto, en el bosque prohibido?

Bellatrix arruga la nariz.

—En el campo de quidditch, lo han destruido por completo… pero dicen que lo arreglaran cuando el torneo termine.

Hermione piensa que a ninguno de sus amigos le agradará escuchar esa información.

—Eso espero. Entonces —Hermione señala con la mirada a los libros que Bellatrix tiene apilados en su lado de la mesa—, ¿estás… estudiando?

—Exacto —suspira Bellatrix—. Estudiando todo encantamiento que pueda ser útil y también estoy investigando sobre las criaturas mágicas que podrían utilizar como obstáculo. ¿Qué hechizo utilizarías o cuál consideras que sería el más efectivo para usarse contra un hombre-lobo?

—Ellos no van a llevar hombres-lobos, son peligrosísimos.

—Y tienen clasificación XXXXX por el Ministerio, igual que los dragones, y te recuerdo que a estos también los utilizaron en la primera prueba. Así que, ¿qué hechizo utilizarías contra un hombre-lobo?

—Pues intentaría aturdirlo —responde Hermione—. Son muy rápidos, pero su piel no tiene la resistencia de los dragones, así que no son impermeables a la magia… pero si consiguen clavarte las garras o hacerte la más ligera mordida… —Hermione deja la oración en el aire, pero las dos se estremecen al pensar en las consecuencias de un ataque de hombre-lobo. Después de una corta pausa, continúa—: Sin embargo, me mantengo en lo mío: no creo que utilicen hombres-lobo.

—Y espero que tengas razón —murmura Bellatrix mientras estira su mano para tomar uno de los libros que se encuentra en la pila—. Ahora, el bosque prohibido está lleno de acromantulas y estoy segura de que es algo que Hagrid planea usar para el laberinto. ¿Cuál dirías tú que es el mejor hechizo para repeler a una manada de arañas gigantes?

Los deberes y las preocupaciones por los exámenes quedan rápidamente desplazadas a un segundo lugar. Hermione y Bellatrix se pasan el resto de la tarde adivinando cuales serían las trabas del laberinto y discutiendo las mejores formas de superarlas. Bellatrix se encuentra más que convencida de que usarán dementores y hombres-lobo, y nada de lo que diga Hermione consigue hacerla entrar en razón.

La tarde se les va con mucha rapidez y, cuando miran hacia los grandes ventanales de la biblioteca, se dan cuenta que la noche ya ha caído sobre el castillo. Hermione suspira y empieza a guardar sus cosas en la mochila.

Bellatrix, recargada en la mesa, la observa en silencio, ignorando su propio desastre.

—A la señora Pince no le gustará —dice Hermione, señalando la pila desordenada de libros que se encuentra en el lado de Bellatrix—. ¿Por qué no te llevas algunos a tu Sala Común?

—Lo intenté —responde ella con cansancio—, pero es imposible estudiar allí. Todos me están mirando o haciendo preguntas, es imposible idear un plan para detener inferis si tengo a veinte personas respirándome en la oreja.

—Ya te dije que no habrán inferis, eso es hasta inhumano.

Bellatrix se encoge de hombros.

—Es probable, pero yo no lo descartaría tan fácil. ¿El fiendfyre será suficiente?

—¿Pretendes alejar a los inferis o matarnos a todos? Ese es un hechizo muy peligroso y podrías incendiar el castillo si no tienes cuidado.

—Entonces lo es. Gracias, Granger. —Bellatrix sonríe y Hermione agita la cabeza hacia los costados.

—Insisto, deberías ser cuidadosa. Lo mejor que podría pasar sería que quemes las cortinas de tu cama.

—Son horribles y anticuadas, y estoy segura de que estaban aquí cuando el tío abuelo Phineas era un Slytherin de primer año. Así que no lo lamentaré, será una buena excusa para pedirle un par nuevo a Dumbledore. —Es todo, Bellatrix no tiene remedio.

Bueno, piensa Hermione despreocupadamente mientras se cuelga la mochila en uno de los hombros, con algo de suerte los profesores controlarían el incendio antes de que llegue al resto de plantas del castillo. Además, está segura que los Black tienen el oro suficiente para pagar los daños y hasta podrían usar el hecho de excusa para remodelar las zonas más envejecidas de Hogwarts, así que no todo el desenlace es horrible…

—¿Vas a cenar?

Probablemente no debió preguntar, porqué ahora el ofrecimiento a bajar juntas al Gran Comedor, lo que sin duda dará que hablar, está implícito en el aire. Le sorprende comprobar que la idea no le disgusta, aunque tampoco le emociona en lo más mínimo que los murmullos se reaviven esa noche.

Pero supone que tiene que hacerse a la idea, porqué tiene la desagradable certeza de que será el centro de varias conversaciones cuando el torneo termine. Odia ser el centro de atención casi tanto como odia lo propensos que son los estudiantes a los chismes últimamente. No recuerda haber visto antes tal disponibilidad —y unidad— de sus compañeros para los cotorreos.

—Voy a cenar —responde Bellatrix.

Pocos minutos después, Hermione y Bellatrix abandonan la biblioteca y caminan juntas por los pasillos del colegio. Es de noche y solo hay algunos pocos estudiantes rezagados que se han resistido a bajar al Gran Comedor, así que pueden andar con relativa paz.

El cómodo silencio que hay entre ambas se rompe cuando están subiendo en una de las escaleras movibles del colegio.

—¿Haz puesto la teoría en práctica? —pregunta Hermione, sosteniéndose del barandal mientras la escalera cambia de lugar.

Bellatrix la mira sin comprender.

—¿Qué significa eso, Granger? Todavía no he conseguido meter un hombre-lobo en el castillo para intentar vencerlo, si es lo que preguntas, pero te aseguro que estoy trabajando en ello.

Hermione rueda los ojos y la escalera se detiene. Las dos bajan por los escalones.

—No estaba hablando de eso —responde—. Quería saber si ya habías practicado con los hechizos y maldiciones que tanto estás estudiando en la biblioteca. ¿Lo estás haciendo? ¿Te va bien? ¿Necesitas ayuda?

La segunda prueba le ha dejado la sensación de que ella es parte del torneo, así que siente raro el no ayudar activamente a Bellatrix. Sin embargo, intenta mostrarse lo más neutral posible, decidida a que su rostro no refleje las ansias que tiene por echarle una mano.

Bellatrix se queda en silencio por unos segundos, quizá pensando en su respuesta o, tal vez, en una forma de rechazar el ofrecimiento sin ser demasiado ruda. Se ríe solo de pensar en la segunda opción; Bellatrix es imprudente, así que jamás piensa en lo que dice hasta que lo dice. Así que, ¿qué decisión le estará tomando tanto tiempo? Hermione tiene mucha curiosidad.

—Necesito a alguien en quien probar las maldiciones, solo para asegurarme que funcionan —contesta ella distraídamente.

Hermione no puede contener la risa. Le resulta divertido que no imaginara una respuesta como esa, pero no tanto como el hecho de que está considerando seriamente el ofrecerse como voluntaria.

Sin embargo, piensa darle un par de vueltas al asunto.

—¿Y tus hermanas? Estoy segura de que harían lo que sea por ti, sobre todo si se trata de algo tan importante como el Torneo de los Tres Magos.

—Narcissa es muy pequeña y a Andrómeda no le agrada la idea, aunque quizá podría convencerla de ofrecerme a su noviecito. Estoy segura de que ese muchacho haría lo que fuera por un poco de aprobación de la familia.

—¿Piensas usar a tu cuñado como saco de boxeo?

Bellatrix se estremece.

—No lo llames así, es vergonzoso.

—¿No te agrada?

—Por supuesto que no, está saliendo con mi hermana pequeña.

—Oh… —Hermione sonríe mientras atraviesan las puertas de entrada al vestíbulo—. Claro. Jamás hubiera creído que fueras una hermana mayor celosa y sobreprotectora.

—No es de sorprenderse, solo debes ponerte en mi lugar.

—Imposible, no tengo hermanos.

—Que afortunada.

—Siempre me lo han dicho —responde Hermione con simpleza—. Ahora, ¿qué tal si te ayudo con eso?

Una sonrisa fugaz cruza por el rostro de Bellatrix. Hermione no sabe si estar feliz o preocupada.

—¿Estás segura de eso?

—Confío en que sabrás moderarte —dice seriamente—, porqué tampoco pienso reservar una cama en la enfermería.

—No creo que seas tan débil —replica Bellatrix—. Digo, no eres tan buena como yo, eso es obvio, pero seguro que estás por encima del promedio.

—Probablemente esa sea la cosa más amable que has dicho sobre mí.

—De nada.

—No te estaba agradeciendo —aclara Hermione y Bellatrix se ríe. Están a punto de llegar al Gran Comedor, así que tiene que darse prisa—. Entonces, ¿cuándo empezamos?

—Ahora mismo. ¿Te gustaría pararte en esa esquina para qué…?

Bellatrix es más alta que ella, así que es bastante complicado golpearla en la cabeza, como tiene pensado hacer. Sin embargo, Hermione consigue encajar su puño en el hombro de la chica. Sonríe cuando escucha su gemido de dolor.

—Estoy hablando en serio.

—Bien, bien. ¿Pero no estás demasiado ocupada con las tareas y los exámenes? No me gustaría molestarte.

—No te preocupes por eso, me las arreglaré —contesta Hermione con tranquilidad.

—Granger…

—También estoy hablando en serio.

Bellatrix suspira, derrotada.

—Bien, entonces… No sé donde podríamos practicar. Sugeriría mi Sala Común, pero…

—Me comerían viva antes de que pusiera más de un pie dentro, lo sé.

—Correcto. ¿Podríamos intentarlo en alguno de los salones vacíos que hay en el cuarto piso?

—No creo que a Filch le agrade la idea de ver a las sillas y mesas estrellarse contra las paredes. Nos castigaría enseguida.

—Entonces no tengo nada.

Se detienen en la entrada.

—Tengo una idea —murmura Hermione—. ¿Estás libre mañana por la noche?

Bellatrix no duda al responder.

—Sí. ¿Qué tienes en mente?

—Te lo contaré allí. Entonces… te veo en el séptimo piso a las ocho de la noche, ¿te parece bien?

—Perfecto —contesta Bellatrix.

Se miran en silencio por unos momentos antes de comprender que están obstruyendo el paso al Gran Comedor. Hermione se aparta para dejar pasar a un grupo de chicos de Ravenclaw.

Luego, se aclara la garganta y vuelve la vista a Bellatrix.

—Entonces, te veo mañana.

—No me hagas esperar —advierte Bellatrix.

—Ni siquiera se me pasaría por la cabeza —dice Hermione—. Buen provecho.

Bellatrix no responde, pero da un leve asentimiento con la cabeza y eso es suficiente. Se adentran juntas al Gran Comedor y luego cada una va por su lado para dirigirse a sus respectivas mesas.

Por supuesto, su aparición da que hablar, pero Hermione se las arregla para ignorar todos los cuchicheos hasta que llega a la mesa de Gryffindor y se sienta junto a Ginny. Para su mala suerte, sus amigos están muriéndose de la curiosidad.

—¿Dónde estaban? —pregunta Harry.

—La biblioteca.

—¿Y qué estaban haciendo? —pregunta Ginny.

—¿Qué se hace en la biblioteca?

Ron eleva las cejas y luego susurra algo en el oído de Harry. Sus amigos se sumen en una conversación secreta mientras devoran los muslos de pollo que tienen en las manos. Hermione decide que lo mejor es ignorarlos, al igual que a las ávidas miradas que le lanza Ginny, y se sirve de la bandeja de papas fritas.

Sin embargo, no puede fingir que no nota que Bellatrix la observa desde su mesa. Cuando sus ojos se encuentran, después de varios intentos, Hermione sonríe y le parece ver que Bellatrix hace lo mismo.

Sus amigos, como no puede ser de otra forma, intentan averiguar a dónde va cuando sale esa noche de la Sala Común. Por supuesto, no responde ninguna de las preguntas que le hacen, aunque le aterra lo acertadas que son las suposiciones de Ginny, quién le pregunta si es que va a reunirse con Bellatrix. Harry y Ron abren mucho los ojos, sorprendidos, y Hermione cruza por el hueco del retrato antes de que sus amigos consigan sacarle alguna información.

O que su nerviosismo la delate.

Guarda la capa de Harry dentro de la túnica y tiene el Mapa del Merodeador escondido en su bolsillo, junto con su varita mágica. El toque de queda no empieza hasta dentro de una hora, pero Hermione tiene el presentimiento de que no volverá a su dormitorio antes de las nueve y no quiere ser castigada.

No le toma mucho tiempo llegar al pasillo del séptimo piso, pero le sorprende descubrir que Bellatrix ya se encuentra allí, medio apoyada en la pared de piedra. Ella no demora en verla y se serena en su lugar. Hermione le sonríe y algo que puede ser interpretado como una sonrisa aparece en el rostro de Bellatrix.

El pasillo está desierto, así que se acerca a ella sin titubear.

—Llegas tarde.

—Llego demasiado pronto —replica Hermione con calma, deteniéndose frente a ella—. Ni siquiera son las nueve.

—Como sea —murmura Bellatrix, observando el pasadizo de forma inquisitiva—. ¿Esta es tu idea de…?

—Por supuesto que no, Filch nos mataría si llegara a enterarse que estamos haciendo magia en los pasillos. Voy a enseñarte un nuevo lugar —dice, tomándola de la manga de la túnica y jalándola. Bellatrix no muestra resistencia alguna.

Caminan por unos segundos hasta que Hermione calcula que está frente a la entrada de la Sala de los Menesteres. Es una sala fascinante que puede satisfacer casi cualquier necesidad. Hermione, Harry y Ron la encontraron hace algunos años atrás, cuando salieron a altas horas de la noche e hicieron el ruido suficiente para alertar a Filch y la Señora Norris. En su intento por despistarlos, acabaron encontrando la entrada a una habitación completamente desconocida. Luego, y a la luz del día, volverían a explorar el pasillo, harían sus propias investigaciones y llegarían a la conclusión de que estaban en uno de los secretos más impresionantes y útiles que Hogwarts atesoraba.

Por supuesto, James y Sirius se murieron de celos cuando se enteraron, Remus se mostró asombrado y Lily los regañó por estar vagando por los pasillos a altas horas de la noche. Para buena suerte de Ron, la noticia no llegó a los oídos de la señora Weasley.

—Cierra los ojos —dice Hermione.

Bellatrix le lanza una mirada de reojo antes de obedecer. Hermione se asegura que no esté espiando antes de tomarla del brazo y hacerla pasar tres veces por la entrada de la sala mientras piensa en lo que quiere. Sabe que ha funcionado cuando abre los ojos después de hacer el recorrido por tercera vez.

Una puerta de brillante madera ha aparecido en la pared. Bellatrix la fijamente, recelosa, y Hermione extiende un brazo, agarra el picaporte de latón, lo abre y entra primero en una amplia estancia en la que arden parpadeantes antorchas como las que iluminan las mazmorras, ocho pisos más abajo.

—¿Qué es…?

Pero Bellatrix no puede terminar de formular su pregunta porqué Hermione la ha jalado dentro de la sala. La puerta se cierra tras ella.

Las paredes de la sala están cubiertas de estanterías repletas de libros, además, hay estatuas y cojines repartidos por todas partes. Bellatrix suelta un soplido de admiración y luego se vuelve hacia Hermione.

—Genial. ¿Qué es esto?

—La Sala de los Menesteres —responde Hermione con una sonrisa. Al ver la expresión confundida el rostro de Bellatrix, se apresura a añadir—: Es una sala que puede cumplir cualquier necesidad o deseo que tengas, a excepción de las cinco excepciones de la Ley de Transformación Elemental de Gamp. Por ejemplo…

—¿Y si quiero un baño?

Hermione suspira. Bellatrix no es tan diferente a Harry y Ron como cree.

—La sala se convertirá en un baño.

—Maravilloso —murmura Bellatrix—. ¿Por qué apenas estoy enterándome que algo como esto existe en el colegio?

—Porque es uno de los tantos secretos del castillo.

—De los que solo puedes enterarte si pasas el tiempo vagando por allí. Estoy sorprendida, Granger. ¿Cuántas reglas se ha salteado nuestra linda prefecta?

Sus mejillas se sonrojan ligeramente: Bellatrix la ha llamado linda. Sin embargo, Hermione no sabe si ha sido intencional o solo es una forma de molestarla

Se aclara la garganta y dice en tono neutral:

—Bueno, si te molesta tanto romper las reglas y lo que quieres es una forma legal…

—Estaba bromeando, Granger —responde Bellatrix, meneando la cabeza hacia ambos lados con gesto desaprobatorio.

Hermione bufa y se abstiene de decir que ella también estaba siendo irónica, queriendo ahorrarse una eventual discusión. Camina hacia adelante y vacía el contenido de sus bolsillos en una pequeña mesa de madera que ha aparecido oportunamente.

Una cálida respiración en su nuca le avisa que Bellatrix la ha seguido.

—La capa de Potter y… ¿por qué has traído los deberes a una expedición clandestina? —pregunta ella, tomando el pergamino doblado y mirándolo con curiosidad.

—No son deberes —responde Hermione, dudando si contarle la verdadera naturaleza del pergamino que sostiene con tanta despreocupación. Tiene la sospecha de que Bellatrix lo encontraría como un tesoro invaluable y también empieza a sorprenderle que no sepa de su existencia, después de todo, su primo fue uno de sus creadores.

Piensa en la posibilidad de que Sirius no le contara nada y no le haya ningún sentido. Él estaría más que encantado de saber que sus primas han decidido seguir su ejemplo de juventud y romper las reglas del colegio.

—¿Entonces, qué? —Bellatrix agita el pergamino frente a su cara. Hermione suspira.

—Es el Mapa del Merodeador —dice.

Las cejas de Bellatrix se elevan.

—¿Se lo dieron a Potter?

—Lo robó de las cosas de su padre cuando entramos a tercero —corrige Hermione.

—Por supuesto —murmura Bellatrix, dejándolo en su lugar—. Siempre creí que era una de las tantas mentiras de Sirius. En fin, ¿nos ponemos a trabajar, Granger?

Hermione suspira y asiente. Toma su varita y mira a Bellatrix.

—¿Cuál hechizo quieres practicar primero?

—¿El maleficio para hacer crecer las uñas de los pies?

—No creo que eso sea efectivo contra los inferis a los que supuestamente vas a enfrentarte —responde Hermione con tono despreocupado.

No le gusta nada la sonrisa que hace Bellatrix.

—Entonces deberíamos intentar con el fuego maldito.

—No quiero morir, gracias.

—Nadie va a morir, soy una experta… bueno, casi. He leído la teoría, pero aun no he tenido la oportunidad de practicar. ¡Pero ahora estamos aquí y…!

—No —la interrumpe Hermione en tono tajante.

Bellatrix frunce el ceño, pero no insiste y Hermione lo agradece de forma silenciosa.

—¿Cuál hechizo quieres practicar primero? —repite Hermione. Bellatrix continúa en silencio, quizá pensando en su respuesta y Hermione aguarda, pero después de eternos veinte segundos empieza a perder la paciencia y añade—. ¿Los hechizos de desarme?

Bellatrix se muestra ofendida y Hermione tiene que contener la risa.

—¿Qué somos, alumnas de primer año?

Se encoge de hombros.

—Son muy útiles.

—No en un duelo real con enemigos reales, te matarían enseguida si lo único que sabes hacer es desarmar a tu oponente —responde Bellatrix, mirándola con desaprobación.

—Bien, bien —murmura Hermione—. ¿Entonces, qué?

—Probemos con los maleficios, he encontrado algunos bastante buenos. —Los ojos de Bellatrix vuelven a brillar de emoción y, al instante, todo asomo de risa desaparece del rostro de Hermione.

—¿Cómo cuáles?

Tiene sentimientos encontrados. Por un lado, le gusta ver a Bellatrix sonreír porqué se ve mucho más hermosa de lo que ya es; por otro lado, sabe que su sonrisa no vaticina buenas noticias. Hermione suelta un largo suspiro, tiene la certeza de que será una noche larga y dolorosa.

Sin embargo, ni siquiera sabiendo aquello se arrepiente lo que ha aceptado hacer.

Lo que tal vez signifique que se ha vuelto completamente loca.