Parte nueve.

Se tumba en la cama, varias horas después, y ahoga un grito de dolor en la almohada. Quiere ponerse a chillar y a retorcerse bajo las sabanas, pero hacerlo implicaría despertar a sus compañeras de habitación y Hermione prefiere soportar su sufrimiento en silencio que explicar a esas chicas curiosas y entrometidas la forma en la que se ha hecho los moretones que ahora adornan sus brazos.

Le reconforta pensar que no es la única que ha regresado golpeada —abollada, destruida, completamente destrozada— a su Sala Común. Después de un rato de estar recibiendo maldiciones sin cesar, la tolerancia de Hermione rebasó el límite y se encargó de devolverle cada maldición a Bellatrix. Por supuesto, tuvieron un apasionante duelo de magos que acabó por dejar la sala hecha un desastre y a las dos tumbadas y exhaustas en cada rincón de la habitación: Bellatrix jadeaba, emocionada, y Hermione resoplaba, excitada.

Hermione quería levantarse y continuar con aquello hasta que hubiera una ganadora, pero su cuerpo no obedeció ninguna de las ordenes de su mente y se quedó allí: echada en el suelo con la adrenalina carcomiéndola por dentro.

El dolor y el lamento llegaron en el momento que tuvieron que ponerse de pie para volver a sus respectivas salas comunes.

Y, aunque se siente como si una manada de centauros la hubiera atropellado y luego un dragón de más de quince metros hubiera jugueteado con sus restos, no se arrepiente de lo que hizo.

Y por esa razón vuelve a la sala al día siguiente.

—¿No deberíamos pedirle que se transforme en un laberinto para que puedas practicar? —sugiere mientras se quita la túnica.

Bellatrix se encoge de hombros mientras se arremanga la camisa. Hermione no puede evitar notar que aun conserva los moretones y magulladuras de la noche anterior.

—¿Por qué no has ido donde la señora Pomfrey? —pregunta sin poder contenerse.

—No sé cómo explicárselo —responde Bellatrix, restándole importancia.

—La señora Pomfrey nunca hace muchas preguntas —asegura Hermione—. Puedes ir y decir que te has caído por las escaleras o…

—O qué tuve un duelo en los pasillos, ¿no se enfadaría por eso? ¿Qué fue lo que le dijiste?

—Que tuve un… accidente.

—Bueno, no creo que se trague esa patética excusa dos veces. Además, es lo suficientemente inteligente para hacer la conexión entre tus heridas y las mías, y preferiría mantener esto en secreto. ¿Se lo has contado a tus amigos?

Hermione niega con la cabeza y se abstiene de añadir que, de todas formas, ellos ya tienen sospechas bastante acertadas. Después de todo, fueron Harry y Ron quienes la acompañaron a la enfermería y ellos tampoco se creyeron la excusa del accidente, pero lo fingieron bastante bien mientras estaban con la señora Pomfrey.

Por supuesto, luego la asaltaron con preguntas y proposiciones de venganza. Hermione les ha asegurado hasta el cansancio que Bellatrix no tiene nada que ver, pero ellos saben que es ella quién está detrás de los moretones y han ofrecido muy contentos sus varitas para darle a la muchacha algo más que una advertencia.

Tiene el presentimiento de que no va a hacerlos cambiar de opinión pronto, así que se recuerda regularmente que tiene que mantenerlos alejados los unos de la otra. No quiere verlos pelear por un malentendido.

—Eso está perfecto, Granger.

—Podrías empezar a llamarme por mi nombre —dice Hermione en un arrebato.

Bellatrix la mira y parpadea y Hermione cree que va a reírse de su proposición, por eso se sorprende tanto cuando escucha lo que sale de su boca segundos después.

—Bien. Eso está perfecto, eh, Her-Hermione —repite Bellatrix, azorada.

Sonríe sin propónselo y eso intensifica el sonrojo en el rostro de Bellatrix. Hermione no lo entiende —o no quiere entender, porqué todo es tan simple e inverosímil a la vez— lo que le está pasando, pero decide que no le disgusta y tampoco hace comentarios al respecto.

—Gracias, Bellatrix.

Ella separa los labios y Hermione calla para escucharla, pero Bellatrix es incapaz de hablar.

—¿Qué pasa? —pregunta Hermione con curiosidad. Hay poco menos de dos metros de distancia entre ellas, pero se siente como si estuvieran a centímetros, respirando el mismo aire.

—Nada, era una cosa sin importancia.

Bellatrix es mala mentirosa.

—¿No te gusta que te llame por tu nombre? —insinúa con calma. En realidad, Hermione no recuerda que nadie llame a Bellatrix por algo más que su apellido, nadie a excepción de…

—Mis hermanas me llaman Bella —dice ella de forma apresurada. Sus mejillas se encuentran más sonrojadas que antes.

Hermione parpadea varias veces mientras su cerebro repasa el momento una y otra vez, solo para asegurarse de que no ha escuchado mal.

—Es un gusto conocerte, Bella —dice y Bellatrix sonríe.

Una sonrisa genuina, sin maldad ni ninguna mala intención oculta. Bellatrix está siendo honesta: en ese preciso momento, es feliz. Es feliz porqué Hermione la está llamando por su apodo, el mismo que solo es utilizado por las dos personas más importantes en su vida.

Y eso significa algo en lo que ella no va a pensar en ese instante, porque la hacer feliz verla feliz.

Pero la sonrisa de Bellatrix se transforma luego, cuando vuelven a lanzarse hechizos y las cosas empiezan a explotar por encima de sus cabezas. Bellatrix ríe y Hermione, resguardada detrás de una de las paredes que han ido apareciendo con el paso del tiempo, producto de la magia en la sala, siente a la adrenalina y a la felicidad burbujear en su interior. Le gusta ese sonido, así como la sensación que la está envolviendo. Probablemente despierte adolorida mañana, pero sabe —y nunca antes ha estado tan segura de tener la razón— que no se arrepentirá de nada.

Y, por la misma razón, regresa la noche siguiente.

Y las que le siguen.

—Creo que estamos olvidando el objetivo principal del laberinto —dice Hermione la quinta noche mientras se deja caer sobre los cojines que están repartidos por el suelo de la sala de los menesteres.

Bellatrix, también sentada en el suelo sobre varios cojines, la mira, divertida.

—¿Y cuál es el objetivo del laberinto?

—¿Encontrar la Copa? —dice Hermione como quien no quiere la cosa. Bellatrix le saca la lengua—. Encontrar la Copa y no destruir todo a tu paso —añade, señalando los destrozos que están por toda la habitación—. Creo que ya dominas un buen número de maleficios, pero no hemos probado con los hechizos de ubicación y tampoco hemos pensado en los otros obstáculos que podrían presentarse.

—¿Algo peor que una muchedumbre de inferis?

No quiere tener esa discusión otra vez, así que finge que no la ha escuchado.

—Estoy segura de que los profesores también ayudaran en esta ocasión. La profesora Sprout tiene algunas plantas bastante peligrosas, así que deberías…

—Puedo deshacerme del lazo del diablo sin problemas, me dan más miedo los inferis —la interrumpe Bellatrix.

Se muerde la lengua para no responder.

—¿Qué fue lo otro que te dijo Bagman, que tendrían que romper algunos embrujos? ¿A qué crees que se refería?

Bellatrix apoya el peso de su cuerpo en sus brazos extendidos, deja caer su cabeza hacia atrás y clava la vista en el techo de piedra. Hermione sabe que ella está pensando en una respuesta, así como también sabe que debería estar haciendo lo mismo, pero no puede. Le gusta ver como el pecho de Bellatrix sube y baja al compas de su agitada respiración, así como también la caída de su cabello oscuro sobre sus hombros y el perfecto contraste que se crea cuando cubre su pálido rostro.

Después de lo que le parece una eternidad, Bellatrix vuelve la cabeza hacia adelante y se cruza de brazos. Hermione se sobresalta al ver como se curvan esos labios rojos, sabe que fue atrapada observando.

—No se me ocurre nada, supongo que será una sorpresa —responde Bellatrix con tono divertido. Hermione se siente enrojecer—. ¿Y tú, pensaste en algo?

—No. No tengo idea —admite.

—Entonces será un poco de lanzarse a lo desconocido, como la primera prueba. Va a ser interesante.

—¿No tienes ni un poco de miedo?

—No.

—¿No estás nerviosa? La prueba es dentro de dos semanas.

—Ahora no —confiesa Bellatrix—, pero probablemente se presenten el mismo día. Siempre es así, pero he sabido apañármelas. ¿No lo crees, no crees que lo he hecho genial?

Bellatrix se ha inclinado hacia el frente, arrodillándose en el suelo y volviendo a apoyar su peso en sus brazos extendidos mientras la mira con sus profundos ojos negros. Todavía están muy lejos, pero a Hermione le parece que la tiene a centímetros.

Traga saliva antes de responder.

—Fenomenal —dice—. Creo… creo que podrías ganar el Torneo —añade y, como esperaba, Bellatrix sonríe.

Deberían preocuparle las consecuencias de que aquello ocurra, pero solo puede pensar en lo linda que se ve Bellatrix cuando sonríe.

Es su risa la que la saca del trance y Hermione sabe que ha sido atrapada mirando, pero no está ni un poco avergonzada por eso.

—Voy a ganar —asegura Bellatrix.

Hermione se pregunta si ella ha pensado en la promesa que hicieron hace un par de semanas, así que examina su rostro resplandeciente para encontrar algún indicio. Le desconcierta descubrir que ni la inquietud ni el nerviosismo se ocultan tras su rostro alegre.

No sabe que pensar con exactitud, pero no dice nada.

Sin embargo, regresa al día siguiente.

Hay cambios interesantes en sus reuniones. Para empezar, y después de que las dos concuerdan en que están llamando demasiado la atención al aparecerse en las clases con moretones cubriéndoles la piel, la sala ha empezado a dotarlas de los objetos necesarios para que curen sus heridas, además de brindar libros sobre sanación mágica. Pero, por supuesto, ha habido muchos recelos al momento de poner la teoría en práctica.

—Ten cuidado con eso —advierte Bellatrix, mirando con desconfianza a la varita que Hermione blande a centímetros de su rostro.

—Todavía podemos ir con la señora Pomfrey.

—¿Ir a las once de la noche a la enfermería? ¿Cómo se lo explicaríamos? Además, Filch nos colgaría de los talones si nos descubriera vagabundeando por los pasillos y te recuerdo que eres la única con una capa invisible por aquí.

—¡Nos cubre perfectamente a las dos! —replica Hermione.

Bellatrix aleja la mano de su nariz sangrante para revelar su expresión desconcertada.

—¿Y eso qué, piensas acompañarme hasta las mazmorras?

—Solo para asegurarme de que llegas bien.

Bellatrix agita levemente la cabeza hacia los lados y la mira con desaprobación.

—Eso es muy considerado de tu parte —dice ella después de unos segundos—, pero no es necesario. Sé como regresar a mi dormitorio sin que Filch ni su tonta gata me atrapen.

Suspira y un mechón de su cabello baila. Hermione se lo coloca detrás de la oreja y levanta la mano con la que sujeta la varita.

—Perfecto, ¿podemos continuar? —Presiente que Bellatrix no va a aceptar su sugerencia de ir a la enfermería, aunque insista toda la noche, así que no tiene sentido tener que retrasar ese momento.

—Ten cuidado —advierte la muchacha con seriedad.

—Lo tendré —responde Hermione. Bellatrix lo piensa por unos segundos, pero luego traga saliva y se queda quieta, con los ojos clavados en Hermione mientras su nariz rota continúa echando sangre. Coloca la punta de su varita en la herida de Bellatrix y murmura—: E-Episkeyo.

Bellatrix cierra los ojos mientras se lleva una mano al rostro. Parpadea varias veces antes de suspirar.

—Perfecto —dice ella, bastante aliviada.

Hermione también suspira de alivio, contenta de que el hechizo haya funcionado correctamente. Quiere relajarse y tumbarse otra vez sobre los cojines, pero todavía tiene cosas que hacer.

—Ahora tengo que limpiarte la sangre.

Espera obtener un poco de oposición de Bellatrix, por eso se sorprende sobremanera cuando la muchacha asiente y se queda quieta en su lugar. Hermione no comenta nada a pesar de su sorpresa, se limita a sentarse sobre sus rodillas y apuntar al rostro de Bellatrix con firmeza mientras susurra el hechizo apropiado.

Pronto aquello se convierte en una práctica común entre ellas.

Y luego, cuando falta cada vez menos para la tercera prueba y Hermione tiene la sensación de que ya no hay otro hechizo que puedan practicar, simplemente acude a la sala de los menesteres para ver a Bellatrix. La magia de la habitación hace aparecer una gran mesa, un par de sillas muy cómodas, gran variedad de plumas y estantes repletos de libros. Hermione se sienta y se pone a trabajar en sus deberes o a estudiar para los exámenes —que se acercan a una velocidad alarmante— mientras Bellatrix se dedica a repasar los maleficios y encantamientos que ya se sabe de memoria.

Bellatrix se acerca a ella después de un rato y se deja caer en la silla que está al frente, Hermione aparta gustosa la mirada del libro que está leyendo para observarla.

Así es como nacen las conversaciones más reveladoras.

—¿Recuerdas todos los hechizos de ubicación? —pregunta Hermione.

—A la perfección. Solo tengo que llegar al centro del laberinto antes que Delacour, dejar fuera de combate al perdedor de Krum y ¡zaz! —Bellatrix hace un movimiento tan repentino con el brazo con el que sostiene la varita que Hermione salta de su asiento—. Habré ganado el torneo —termina con una sonrisa.

—No es un duelo —le recuerda Hermione.

—Pero no es ilegal que intente apartarlo del camino si me lo cruzo —replica Bellatrix con rapidez—. Bagman ni ningún otro de los jueces ha dicho que las peleas estén prohibidas, así que supongo que no romperé ninguna norma si decido maldecir… embrujarlo o algo así.

—Esa distracción podría darle la ventaja a Delacour. ¿Qué tal si, mientras tú y Viktor pierden el tiempo, Fleur encuentra la copa?

—Deshacerme de Krum no va a tomarme más de cinco minutos, Hermione.

—Lo sé —responde, reprimiendo cualquier intención de discutir. Para su sorpresa, Bellatrix sonríe, como si estuviera agradecida por lo que acaba de oír—. Entonces… ¿estás segura de que recuerdas los hechizos de ubicación? Tienes que llegar al centro, te aconsejaría no distraerte. Ya sabes que van a poner algunos hechizos más y seguro que hay un montón de trampas, tienes que estar muy atenta de todo lo que ocurre a tu alrededor.

Bellatrix asiente. Hay un leve sonrojo en sus mejillas, pero ni el más pequeño signo de preocupación.

Se ve de buen humor, así que Hermione decide que es el momento de resolver la duda que lleva días dando vueltas por su mente. Se aclara la garganta y Bellatrix, que ha estado jugueteando con su varita, levanta la cabeza y la mira con curiosidad.

—Ahora te serviría ser animaga. Con algo de suerte te transformarías en un animal útil y con buen olfato que te ayude a encontrar la copa primero y no en una rana o algo incluso más decepcionante…

—¡Ya te dije que no soy una rana! —salta Bellatrix, enfadada. El sonrojo de sus mejillas se ha extendido hasta sus orejas.

—¿Y cómo sabes eso? —pregunta Hermione con fingida sorpresa.

Bellatrix arruga la nariz y aparta la mirada. No parece que quiera responderle, así que Hermione decide seguir presionándola.

—¿Entonces eres una animaga no registrada? Porqué busqué en los registros de la biblioteca y no encontré tu nombre por ningún lado…

—¿Qué te hace pensar que soy una animaga? —replica Bellatrix.

Hermione se encoge de hombros.

—Intuición —responde con tranquilidad.

—¿En serio?

—Claro. Soy brillante.

—Y demasiado entrometida.

Ha escuchado el comentario tantas veces —dicho por sus profesores y demás adultos— que ya no le molesta, muy por el contrario, la hace sentir orgullosa. Hincha el pecho y sonríe, contenta de haber acertado en una suposición una vez más.

—Entonces, Bella, ¿eres una rana?

Ella parece lista para maldecirla, porqué aprieta tentativamente la varita con sus dedos. Sin embargo, Hermione mantiene la sonrisa y clava los ojos en el rostro de Bellatrix. El menor signo de debilidad le daría a Bellatrix la errónea idea de que puede intimidarla.

—No soy una rana —contesta ella después de un tiempo.

—¿Qué eres? —pregunta Hermione, dejando caer los brazos sobre la mesa e inclinando el cuerpo hasta el frente—. ¿Algún pez? ¿Algo que necesite agua para transformarse? Podemos pedir una pecera… o una piscina y tú podrías enseñarme. Siempre he encontrado que el proceso para convertirse en animago es muy tedioso y complicado, así que entenderás que esté sorprendida de que hayas podido completarlo, así como también comprenderás mi curiosidad…

—No soy una rana ni ningún otro animal patético en el que estés pensando —repite Bellatrix con el mismo tono que antes.

La mira mucho más fijamente ahora, intentando encontrar algún rastro de mentira en su rostro sonrojado. Se siente un poco decepcionada de descubrir que, aparentemente, le está diciendo la verdad.

—¿En qué fabuloso animal te transformas? —pregunta Hermione con ironía—. ¿Una pantera, o un cuervo, o una serpiente…?

Bellatrix no da señales de reconocer ninguna de las propuestas que Hermione pronuncia y eso comienza a impacientarla. Quiere saber de que se trata, no puede soportar ser ignorante.

—¿Qué es?

—No voy a decírtelo.

Es probable que Bellatrix lo dijera muy en serio, pero Hermione está resuelta a no rendirse. Sin embargo, no lo intenta otra vez esa noche, aunque la está carcomiendo la curiosidad.

Los días pasan y su rutina no sufre ningún cambio significativo, aunque si lo hace el ambiente del castillo: allá donde miré encontrará un par de estudiantes hablando con entusiasmo sobre la tercera prueba del Torneo de los Tres Magos. Sus propios amigos han desplazado sus preocupaciones a segundo plano para hablar del reto al que los campeones tendrán que hacerle frente.

Todos saben que se trata de un laberinto porqué los altos setos, que han sido colocados en el campo de quidditch, son difíciles de ignorar. Por supuesto, la indignación de los estudiantes no se hizo esperar, lo que llevó a que el propio director Dumbledore tuviera que asegurarles en una cena —cuando los ánimos estaban más que caldeados y todos soñaban en silencio con un pronto castigo para los responsables— que el campo de quidditch volvería a la normalidad cuando el torneo se acabase.

Los estudiantes esperan el veinticuatro de junio con ansías, ansiando desesperadamente con ver la conclusión de uno de los eventos más importantes del siglo. No hay ni un solo día en el que un alumno de Hogwarts —de cualquier casa y cualquier año— le desee suerte a Bellatrix en los pasillos o a mitad de las comidas en el Gran Comedor.

Ella no parece muy nerviosa por la cercanía del torneo, por el contrario, se mantiene impasible cada vez que alguien dice palabras de ánimo en su dirección. No obstante, Hermione ha notado que práctica cada vez con más y más dedicación los hechizos y maleficios.

Eso antes de que decida tumbarse sobre los cojines que están dispersos por toda la sala.

Una noche, tres días antes del torneo, Hermione deja el libro en la mesa y se acerca de forma sigilosa a Bellatrix. Piensa que será más fácil convencerla si está agotada por el esfuerzo.

—¿Estás lista?

—¿Para patear el trasero de Krum? Nunca lo dudes —responde Bellatrix desde su lugar. No se ha levantado y mucho menos ha abierto los ojos, lo que Hermione encontraría muy maleducado si la situación fuera distinta, pero ahora no le importa.

Se deja caer sobre los mullidos cojines y dice:

—¿Por qué tanta fijación por Viktor?

—Porqué es un tonto.

Sabe que le está mintiendo.

—¿En serio? ¿Solo por eso?

Bellatrix se sienta sobre los cojines. Los mechones oscuros que escapan de su moño deshecho le caen sobre el rostro y sus mejillas se tiñen de un profundo rojo; tiene un aspecto bastante descuidado, como si hubiera estado luchando contra un centenar de duendecillos de Cornualles, pero Hermione cree que se ve hermosa.

—Todos esperan que él gane el Torneo porqué es el jugador de quidditch más joven de la historia o alguna estupidez así —responde la muchacha con seriedad—. Krum es un tonto que apenas puede andar sobre sus pies, pero es famoso y tiene todas las cámaras sobre él, ¿entiendes? Ellos están seguros de que ganará, pero van a llevarse una gran sorpresa cuando me vean salir del laberinto con esa Copa… Y Krum será un patético perdedor a los ojos del mundo mágico —añade, sonriente.

—Y luego vamos a provocar tu destierro —murmura Hermione.

La emoción en el rostro de Bellatrix desaparece para ser reemplazado por el reproche. Hermione ni siquiera finge estar arrepentida, sabe que ha dicho la verdad.

—No intentes echarte atrás ahora.

—No lo dije con esa intención, solo estoy recordándote las consecuencias —responde Hermione con tranquilidad.

—No habrá consecuencias —dice Bellatrix con dureza.

Duda que haya dicho la verdad, pero se abstiene de replicar para no crearle un dilema a pocos días de la tercera prueba.

—Tienes razón.

Bellatrix bufa y su cabello se mece con el aire. Se quedan en silencio por un rato, simplemente contemplándose con atención, hasta que Bellatrix dice:

—También tienes que vestirte de verde y plateado, con los colores de Slytherin.

Hermione arruga la nariz y su gesto parece animar un poco a Bellatrix, porqué ella se ríe de su expresión descontenta.

Le gusta ese sonido.

—Lo sé.

—Y estar en la tribuna con ellos.

—¿Cuánto aguantaran sin intentar matarme?

—Vas a estar con mis hermanas. —Bellatrix lo está asegurando, aunque, por la expresión indecisa en su rostro, parece que le está ofreciendo la idea.

Hermione decide que le gusta.

—Eso está bien. ¿A ellas les parece bien?

—Por alguna razón que desconozco, le agradas a Andrómeda —dice Bellatrix frunciendo el entrecejo.

—¿Por qué?

Bellatrix se encoge de hombros.

—¿Caridad?

Toma uno de los cojines y lo lanza con todas sus fuerzas hacia el rostro sonriente de Bellatrix. La muchacha ni siquiera se esfuerza en esquivarlo, así que el cojín le da de lleno en la cara y ella se ríe en respuesta.

—Era una broma.

—No eres divertida, ranita.

La sonrisa se borra del rostro de Bellatrix.

—Ya te dije que no soy una rana.

—No has hecho nada para probarme lo contrario. Y los magos y brujas no pueden elegir el animal en el que se transformaran cuando deciden convertirse en animagos, eso está determinado por su personalidad y rasgos internos; así que, por lo que a mí respecta, es bastante posible que te transformes en una rana.

Bellatrix parece querer meterle la varita por la nariz, pero Hermione se mantiene impasible.

Se miran fijamente otra vez, casi sin parpadear. El silencio reina en la extensa habitación.

Hasta que Bellatrix suspira y se aparta el cabello de la cara. Hermione comprende que ha ganado, pero se esfuerza para no delatar su emoción.

—Entonces… ¿Vas a mostrarme algo emocionante? —dice, impaciente—. ¿Quizá un cuervo majestuoso, o una ágil pantera, o… un lobo poderoso?

La respuesta llega sin la necesidad de que Bellatrix abra la boca.

Un gato de espeso y brillante pelaje negro está sentado sobre los cojines, mirándola con sus grandes ojos amarillos. Hermione se queda en blanco por unos segundos, observándolo con atención e incredulidad. No lo puede creer.

Pero no tarda en recuperarse de la fuerte impresión. Parpadea y, en un rápido movimiento, toma al gato —aunque, en realidad, es una gata— por las axilas y lo levanta. Ella la mira con los ojos entrecerrados y Hermione ya no tiene ninguna duda de que se trata de Bellatrix. Su expresión enfurruñada le recuerda tanto a Crookshanks que no puede evitar derretirse de amor.

—Creo que me gustas más así, eres adorable —dice, sonriendo ampliamente.

Ella maúlla en protesta e intenta zafarse, pero Hermione la toma con más fuerza mientras la mece sobre sus brazos.

Sabe que es ridículo, pero no quiere dejar de hacerlo.

La diversión se termina en el momento que Bellatrix consigue clavar sus garras en el brazo de Hermione. Hermione grita en protesta y la suelta, intentando tocarse la herida, pero no tiene éxito porqué Bellatrix ha conseguido empujarla.

Su espalda choca contra el frío suelo de piedra y, cuando se da cuenta, dos patas peludas están sobre su pecho agitado. Las garras afiladas se clavan sobre su piel, aunque no es demasiado doloroso; se siente más como una advertencia.

Hermione casi podría jurar que Bellatrix sonríe malvadamente, aunque sabe que es imposible que lo haga en ese momento.

—Perdón —susurra.

Pronto, Bellatrix está sentada a horcajadas sobre su vientre, mirándola con los ojos centelleantes de furia. Hermione sonríe.

—Haz eso otra vez y te mato —advierte ella.

—No puedes culparme, eres adorable.

Bellatrix vuelve a sonrojarse y Hermione se ríe mientras siente a las mariposas en su estómago aletear de felicidad.

La emoción en el castillo crece a niveles desorbitantes cuando solo falta un día para que la tercera prueba empiece. Los estudiantes, a pesar de tener los deberes y exámenes a cuestas, no hacen más que hablar del Torneo de los Tres Magos.

Toda esa expectativa enloquece a los campeones. Cuando el desayuno termina y todos los estudiantes se dirigen a sus salones de clases, Harry, Ron y Hermione ven a Fleur Delacour salir corriendo del Gran Comedor con dirección a los baños. Y, cuando suena la campana que anuncia el fin del segundo periodo, ven a Viktor Krum caminar cabizbajo por el pasillo.

Él no saluda a Hermione cuando se cruzan y a ella no le importa. Lleva todo el día buscando a Bellatrix por los pasillos y entre los grupos de estudiantes de Slytherin, pero no ha tenido éxito. Casi pareciera que la muchacha haya decidido faltar a todas sus clases de ese día.

Las esperanzas de encontrarla en la cena desaparecen cuando Hermione pone un pie dentro del Gran Comedor. Le basta con lanzar una mirada hacia la mesa de Slytherin para saber que Bellatrix no está allí. Sin embargo, no deja que la desanime porqué sabe dónde se encuentra.

Acaba su cena a toda velocidad y se levanta del banco de madera. Sus amigos ni siquiera se muestran sorprendidos.

—Tenemos examen de Transformaciones mañana, así que no te demores mucho —dice Harry mientras se lleva una cuchara a la boca. Traga y añade—: Y ten cuidado con Filch, está buscando por todos lados al que lanzó bombas fétidas en el quinto piso. No será amable si te atrapa merodeando por allí.

—Gracias —responde Hermione, colgándose la tira del bolso por uno de sus hombros. Harry agita la mano libre hacia los costados para restarle importancia y ella se va, no sin antes hacerles un gesto de despedida a Ron y Ginny.

Le alegra descubrir que los pasillos están casi vacíos, da la impresión de que todos los habitantes del castillo —fantasmas incluidos— están concentrados en el Gran Comedor para comentar y unirse a la euforia de la tercera prueba.

No le toma mucho tiempo llegar al séptimo piso y, cuando menos se da cuenta, ya está frente a la entrada de la Sala de los Menesteres. Empuja la puerta y se encuentra con la misma habitación llena de cojines, estantes y Bellatrix.

Entra y cierra la puerta. Bellatrix la mira desde el lugar de siempre, sentada sobre varios cojines mullidos.

Hermione puede jurar que la vio sonreír cuando entró.

—¿Practicando?

—Afinando detalles —responde Bellatrix, pasándose una mano por la cara para apartar los mechones rebeldes que obstaculizan su visión.

—¿Y? ¿Qué tal? —pregunta Hermione mientras se acerca hacia ella. Deja caer su bolso a un lado y se sienta sobre los cojines que están al costado de Bellatrix.

—Fenomenal. ¿Esperabas otra cosa? —El tono de Bellatrix es confiado, aunque ella no se ha girado para mirarla.

Hermione recoge sus rodillas y apoya la barbilla sobre ellas para mirarla. Le parece que un ligero sonrojo ha aparecido en las mejillas de Bellatrix.

—Por supuesto que no —asegura con una sonrisa—. Entonces, ¿estás lista?

Bellatrix separa los labios para decir algo, pero cambia de opinión y se limita a asentir levemente con la cabeza. Hermione sospecha que está muriéndose de nervios.

—Vas a ganar. A partir de mañana pondrán tu nombre en los libros de historia —añade, esperando subirle los ánimos.

Bellatrix asiente otra vez y dice:

—Dalo por hecho.

Tiene el presentimiento de que no conseguirá obtener una conversación decente esa noche, así que se decide a no continuar molestándola. Sin embargo, tampoco quiere irse, así que se acuesta sobre los cojines y contempla el techo de piedra.

No tiene idea de cuánto tiempo pasa echada y tampoco le interesa mucho. En algún punto de la noche (porqué no tiene duda de que la noche ha caído ya sobre el castillo), Bellatrix la imita y se acuesta sobre sus propios cojines.

El suave sonido de su respiración es lo único que oye.

Hasta que este se hace casi inaudible y Hermione piensa que Bellatrix se ha quedado dormida.

Se gira sobre su lugar para comprobar sus sospechas y se sobresalta en el instante que sus ojos se encuentran directamente con el rostro de Bellatrix. Ella la mira fijamente y Hermione tiene la descabellada impresión de que lleva siglos en esa posición. Siente a sus mejillas arder a la par que ve como los labios de Bellatrix se curvan en una sonrisa.

Podría apartar su rostro enrojecido con la esperanza de conservar un poco de dignidad, pero, cuando ve los brillantes ojos negros de Bellatrix, pierde el interés en hacerlo.

Sin embargo, deja que su mirada baje por el cuerpo de la chica, observando su largo cabello suelto, que cae elegantemente sobre la camisa de su uniforme desordenado. Sonríe sin proponérselo y continúa con el lento recorrido, hasta que sus ojos se detienen en la mano que yace sobre el suelo.

No se toma el tiempo para pensarlo, simplemente actúa.

Se arrastra por el suelo y, cuando está lo suficientemente cerca, toma la mano de Bellatrix entre las suyas. Cierra los ojos en el momento en el que comprende lo que acaba de hacer, anticipándose al golpe, pero ninguno de sus miembros es lastimado y mucho menos maldecido por Bellatrix. Está tan sorprendida —y agradecida— que abre los ojos de golpe, solo para encontrarse con la mirada inquisitiva de Bellatrix.

—Tienes… tu anillo es li-lindo —dice.

A Hermione no le sorprende que Bellatrix no le responda, incluso ella sabe que ha sido una excusa bastante patética. Sin embargo, y estúpidamente, decide aferrarse a ella: baja la mirada hasta la mano de Bellatrix y extrae con cuidado el anillo de oro que se encuentra en su dedo índice. Espera encontrar resistencia de parte de la muchacha, espera que le diga que se detenga o que se aparte bruscamente, pero Bellatrix la deja continuar con su pequeño hurto.

No sabe que pensar.

Suelta la mano de Bellatrix y vuelve la vista hacia el alto techo de piedra. El anillo baila sobre sus dedos y, obedeciendo a un descabellado pensamiento, se lo coloca en el índice de su mano izquierda.

Y le parece escuchar un suspiro a su lado, pero lo ignora a propósito mientras observa la ostentosa joya que ahora brilla en su mano.

Lleva la mano escondida dentro de uno de los bolsillos de su túnica. Probablemente la manera más efectiva de ocultar el anillo sea quitárselo y guardarlo en un lugar seguro, pero no quiere separarse de él, así como tampoco quiere que sus amigos lo noten.

Harry y Ginny van al frente, conversando alegremente. Ron camina a su lado, mirando distraídamente a los alrededores. Ninguno le ha hecho preguntas sobre la noche anterior y ella, aunque lo encuentra extraño, lo agradece profundamente.

Se unen a un numeroso grupo de primer año y entran con ellos al Gran Comedor. De repente, Harry se detiene abruptamente y su rostro se ilumina de felicidad.

—¿Sirius? —pregunta en voz alta.

Sirius Black está parado entre las mesas de Hufflepuff y Ravenclaw, conversando animadamente con Hagrid. El hombre se gira al escuchar su nombre y, cuando descubre que quién lo está llamando no es otro que su ahijado, sonríe de oreja a oreja.

Harry no pierde el tiempo y va tras él. Hermione y el resto lo siguen, igual de impresionados por la repentina visita.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta Harry después de que compartieran un efusivo abrazo.

—Los familiares de los campeones están invitados a ver la tercera prueba, fue imposible resistirme a la oportunidad de volver a Hogwarts ¡y Hagrid estaba hablándome de los obstáculos que han preparado para ellos!

—No puedes contarles nada, Sirius —advierte Hagrid.

El aludido se encoge de hombros mientras los mira.

—Ya lo han oído —añade en tono resignado.

—No es necesario, ya nos hacemos una idea de los obstáculos. Quizás... ¿acromantulas, cangrejos de fuego o escregutos de cola explosiva? —dice Ron ágilmente.

Hagrid lo niega con vehemencia, pero todos saben que ha sido atrapado.

—Me voy —dice Hagrid unos segundos después—. Los veré luego, ¡ha sido un gusto tenerte por aquí otra vez, Sirius!

—El gusto es mío, Hagrid —asegura Sirius sin perder la sonrisa. El semigigante se da la vuelta y se dirige hacia la mesa de los profesores mientras Sirius suelta un suspiro y recorre el Gran Comedor con la emoción grabada en el rostro. Cuando termina con su exploración, se vuelve hacia ellos y dice—: Extrañe este lugar. Tu padre se está muriendo de los celos —añade, mirando a Harry—. Así que, chicos, ¿cómo han estado?

La conversación empieza y rápidamente se traslada hacia la mesa de Gryffindor. La emoción de Sirius es contagiosa, así que, ni bien consiguen sentarse en los bancos de madera, el tema del Torneo de los Tres Magos sale a relucir.

—¿Bellatrix está en el segundo lugar?

—Sí, tiene ochenta y seis puntos —responde Harry a su padrino.

—Krum está primero, él tiene ochenta y ocho puntos —añade Ginny, lanzándole a Hermione una sonrisa.

—¿Krum, Viktor Krum? ¿El buscador búlgaro? —Sirius arruga la frente.

Hermione traga saliva con dificultad. Acaba de recordar la existencia del nefasto articulo de Rita Skeeter y tiene la seguridad de que Sirius sabe de su existencia. Siente la necesidad de abandonar la mesa cuanto antes.

—Sí —responde Harry—, pero solo es una diferencia de dos puntos. Y Bellatrix lo está haciendo fenomenal, ¡debiste verla enfrentarse al colacuerno húngaro!

Suspira de alivio cuando nota que la conversación se desvía de Viktor y cualquier tema peligroso, sin embargo, aun quiere salir de allí. Apresura su desayuno y se levanta y de inmediato sabe que ha cometido un error garrafal.

Su mano izquierda está apoyada distraídamente sobre la superficie de la mesa y Sirius tiene los ojos clavados en ella. Hermione sienta la boca seca y se apresura a esconderla en su bolsillo, pero el hombre ya ha visto suficiente.

Y la expresión en su rostro grita reconocimiento.

—Tengo que ir-ir a la bi-biblioteca —dice Hermione antes de que Sirius tenga la oportunidad de hacer cualquier pregunta.

—¿Ahora? Hermione, tenemos un examen de Transformaciones en menos de veinte minutos —dice Ron, sorprendido.

—Por eso, tengo que repasar algo —miente, incapaz de mirarlos a la cara por temor a que su rostro la delate—. Los veré arriba… Sirius, eh…

Pero es incapaz de continuar hablando, así que toma sus cosas y se aleja de ellos dando grandes zancadas.