Parte diez
El anillo es alguna especie de reliquia de la familia Rosier y un regalo que le dio su madre cuando cumplió los quince años; su ausencia es notable, su mano se siente vacía, extrañando la presencia de la valiosa joya, pero Bellatrix no lo echa ni un poco de menos.
Lo tiene Hermione porque no se lo devolvió la noche anterior, aunque Bellatrix tampoco se molestó en pedírselo de vuelta. Sabe que está en buenas manos y que Hermione lo cuidará bien, así que no tiene absolutamente nada de lo que preocuparse.
Acaba de descubrir que pensar en Hermione la tranquiliza, la relaja, desaparece los nervios y el violento martilleo de su corazón. Así que ya no tiene miedo por la tercera prueba, si no que espera ansiosa a que llegue la noche para que pueda encontrar la Copa, regresar al castillo, ver a Krum humillado frente a los estudiantes, profesores y demás espectadores y, además, ser besada por Hermione.
Aunque, y por supuesto, prefiere volver a enfrentarse a un colacuerno húngaro antes que admitir la última razón.
Sin embargo…
Su mirada viaja irremediablemente hasta la mesa de Gryffindor, buscandola, pero no encuentra a Hermione por ninguna parte. Se levanta ligeramente de su asiento para tener una mejor visión; es entonces cuando la repentina risa de Andrómeda hace que de un respingo y deje caer la mitad de la tostada que tiene en la mano.
—¿Qué estás haciendo?
—Nada —responde Bellatrix mientras se deja caer en el asiento y actúa como si nada hubiera pasado. Narcissa la mira con desaprobación.
—Creo que no fui clara —dice Andrómeda entre risas—. ¿Estabas buscando a Hermione?
—No. —Es la rápida respuesta de Bellatrix.
—Mentirosa —señala Andrómeda—. Y acaba de irse, pero si te levantas ahora quizá la encuentres en el pasillo…
—No puede hacer eso —interviene Narcissa con voz tan formal que parece imposible que solo tenga trece años—. Papá y mamá nos están esperando en la sala de al lado y quieren que vayamos con ellos después del desayuno. Tendrá que esperar para ver a su novia… o lo que sea.
Bellatrix mira a Andrómeda, furiosa.
—¿Qué le has dicho?
—Nada de nada —contesta Andrómeda, encogiéndose de hombros.
—Es demasiado obvio y yo no soy una tonta —agrega Narcissa.
—¿Qué es demasiado obvio?
Sus hermanas se miran unos instantes y niegan con la cabeza antes de volver cada una a su desayuno. Bellatrix espera, pero ellas se quedan en silencio.
Pierde la paciencia.
—¿Qué es demasiado obvio? —repite, angustiada.
Andrómeda suspira con pesadez mientras la mira y Narcissa murmura algo mientras engulle sus huevos revueltos.
—Bella, ya lo sabemos, no tienes que seguir fingiendo —dice Andrómeda.
—¿Fingir qué?
—No somos idiotas, ¿sabes?
—Cissy…
—¿Qué es lo que estoy fingiendo?
—Qué no estás enamorada de Hermione —susurra Andrómeda. Narcissa se estreceme.
—Yo-yo no estoy… ¿Por qué estás diciendo eso?
—Porque es obvio. ¿Vas a negar que es con ella con quién te reúnes cuando te escapas de la Sala Común por las noches? Mira, comprendo que quieras mantener tu noviazgo en secreto, pero somos tus hermanas y no tienes que ocultarnos nada. —Hay reproche en el tono de Narcissa, aunque su rostro muestra una expresión indiferente.
—No les estoy ocultando nada.
—Eres mala mentirosa, Bella.
—Estoy diciendo la verdad.
Andrómeda suspira otra vez y deja caer su tenedor en el plato.
—Claro —dice ella mientras se levanta de la mesa—. A nosotras si puedes decirnos la verdad, pero si lo que quieres es que sigamos actuando como si no supiéramos que estas perdidamente enamorada de Hermione…
Su rostro arde como el infierno.
Pero es incapaz de corregir a su hermana.
Y Andrómeda sonríe, victoriosa.
…
La reunión con sus padres es tan tediosa como lo imaginaba. Lamentablemente, Bellatrix tiene que observar cómo sus hermanas se apresuran a despedirse, alegando que están llegando tarde a sus exámenes y se retiran de la sala con prisa.
Viktor Krum y Fleur Delacour también han sido visitados por su familia, ellos se ven genuinamente felices por estar reunidos con sus padres y Bellatrix los envidia silenciosamente. No es porque los odie, si no porqué sabe que ese tema saldrá a la luz y ya no podrá seguir evitándolo como lleva todo el año haciendo en cartas.
Suspira sin proponérselo y mira con anhelo a la puerta. Le gustaría que Sirius se apresure en volver; lo detesta, pero está segura de que él ayudará a que la reunión con sus padres no sea tan incomoda. Sin embargo, parece que su primo se está divirtiendo demasiado con Potter y sus amigos porque no hay rastro de él por ninguna parte.
—¿Estás lista? —pregunta Cygnus de repente.
—Sí, papá.
El hombre asiente secamente con la cabeza para mostrar su aprobación. Cygnus es un hombre alto y fornido, de mandíbula cuadrada y cabello oscuro, como todos en la familia Black. Bellatrix se parece mucho a él, aunque sus rasgos fueron suavizados y perfeccionados por la herencia de su madre.
Druella Rosier es quizá la mujer más hermosa que ha visto en su vida. Es alta y esbelta. Ojos azules como el cielo y cabello rubio como el oro. Narcissa ha heredado buena parte de sus rasgos, aunque no deja de ser muy parecida a Bellatrix, Andrómeda y al resto de los Black.
—Hay mucha expectativa por tu participación.
—Estoy al tanto, papá.
Ve en sus ojos las ansias por preguntar algo más y Bellatrix pone a su mente a trabajar a toda velocidad para evadir el problema.
Pero antes de que Cygnus Black pudiera hacer una sola pregunta sobre Hermione, Sirius aparece por la puerta de la sala con una sonrisa despreocupada adornándole el rostro. Suspira de alivio. Bellatrix no recuerda otro momento en su vida en el que hubiera estado tan feliz de ver a su primo.
—Un laberinto, se ve emocionante —dice mientras se acerca—. ¿Estás lista para eso? Sí, por supuesto que sí. Me habría gustado que celebraran el Torneo en mi época, así no serias la única Black firmando su nombre en la gloria eterna esta noche.
Sirius ha hablado lo suficientemente alto para que los Delacour y los Krum lo oigan. Ellos parecen disgustados con su declaración, así que les lanzan miradas mordaces mientras susurran. A Bellatrix no le importa y recibe a Sirius con una sonrisa que jamás habría esperado tener para él.
…
Se pasan toda la mañana y gran parte de la tarde recorriendo el viejo castillo. Sus padres lo miran todo con gesto inexpresivo, pero Sirius está genuinamente fascinado por volver al escenario de tantas andadas juveniles. Mientras caminan por los pasillos, no deja de recordar en voz alta sus muchas travesuras junto a sus inseparables amigos.
Por supuesto, Cygnus y Druella desaprueban gran parte de las anécdotas y lo miran con exasperación. Su padre no ha dejado de insinuar en ningún momento que aquel es un comportamiento muy indigno para el Jefe de la Casa Black, no obstante, Sirius decide fingir que no lo está escuchando.
Bellatrix, por su parte, piensa que es un idiota, pero como le está salvando la vida, decide mostrarse interesada en oír sus historias. Acaba descubriendo que muchas de ellas son interesantes, pero se esfuerza por mantener su emoción al mínimo. Nada sería más humillante que admitir que Sirius es divertido.
Regresan al Gran Comedor cuando suena la última campana del día. Su familia decide sentarse en uno de los extremos de la mesa de Slytherin, voluntariamente alejados del resto de estudiantes. Todos se mantienen en silencio mientras comen de los platos de oro, incluso Sirius. Todo es tan formal que a Bellatrix le da la impresión de que están de vuelta en la Mansión Black y no en Hogwarts.
Hay más platos de lo habitual repartidos por toda la larga mesa, pero Bellatrix, que está empezando a sentirse realmente nerviosa, no come más que pequeños bocados. Andrómeda no deja de hundirle el codo en la cintura, instándola a alimentarse apropiadamente, pero es inútil.
Quiere ver a Hermione. No ha tenido oportunidad para hablar con ella en todo el día y las consecuencias se están haciendo visibles. Sabe que ver a Hermione —aunque solo sea por unos instantes— la hará sentir mejor, pero el Gran Comedor está tan abarrotado y bullicioso que intentar buscarla en la desordenada mesa de Gryffindor es sencillamente imposible.
Pero necesita verla.
La tercera prueba empezará pronto, cuando la cena haya terminado. ¿Bellatrix conseguiría escabullirse de la mesa para ir a saludarla? ¿Podría convencer a Andrómeda de distraer a sus padres para que no vieran hacía dónde iba? Por supuesto, eso supondría confirmar las sospechas de su hermana, pero no le importa. Ha tenido tiempo para pensar en lo que ella dijo mientras fingía escuchar la palabrería de sus padres cuando vagaban por el castillo y concluyó que Andrómeda tiene algo de razón.
Le agrada Hermione.
Hermione es amable y más simpática de lo que habría esperado. Al principio fue un poco insufrible y consiguió sacarla de sus casillas, pero su relación evolucionó y ahora se llevan muy bien. Además, Hermione la ayudó a resolver el acertijo de la segunda prueba y a encontrar una forma de no morir ahogada cuando se metiera en el lago. Sí, Hermione la ayudó; no, Hermione tiene la obligación de ayudarla y apoyarla porque son compañeras de clase y pertenecen al mismo colegio. Por esa razón le molestó tanto —y continúa molestándole— que sea tan cercana con el tonto —estúpido y presumido— de Viktor Krum. Hermione debió ir con ella al baile de Navidad y debió ser ella quién la rescatara de las garras de los tritones.
Y si Rita Skeeter pensaba escribir sobre ella en su periódico para crear un revuelo en el mundo mágico que agotara todos los ejemplares en un santiamén, no tenía porque incluir al idiota —engreído y fanfarrón— de Viktor Krum.
Sí, le agrada Hermione, pero no está perdidamente enamorada de ella.
Solo pensarlo se le hace ridículo.
Y le preocupa no poder reírse de esa idea inconcebible.
—Damas y caballeros —dice Albus Dumbledore desde la mesa de los profesores. Bellatrix da un respingo en su asiento al ser tomada por sorpresa—, dentro de cinco minutos les pediré que vayamos todos hacia el campo de quidditch para presenciar la tercera y última prueba del Torneo de los Tres Magos. En cuanto a los campeones, les ruego que tengan la bondad de seguir ya al señor Bagman hasta el estadio.
Traga saliva y siente a la mano de Andrómeda cerrarse sobre su hombro.
—Buena suerte, lo harás genial —le dice su hermana y luego susurra en su oreja—: Nosotras nos encargamos de Hermione, no te preocupes por eso. Tranquila, ¿sí?
—No voy a seguir considerándote mi hermana si no regresas con la Copa —dice Narcissa.
Sirius se ríe, pero Andrómeda mira a su hermana menor con ojos asesinos.
—Suerte, Bella —dice su madre, mirándola fijamente. A su lado, su padre asiente con lentitud.
—¿Qué estás esperando? ¡Ve! —exclama Sirius.
Bellatrix se levanta del asiento y los aplausos estallan en la mesa de Slytherin y en todo el Gran Comedor. Sus compañeros le desean buena suerte mientras se dirige hacia las enormes puertas de roble para unirse con el resto de los campeones.
Echa una mirada vacilante hacia la mesa de Gryffindor con la esperanza de tener un vistazo de Hermione antes de entrar al laberinto, pero los estudiantes están parados y aplaudiendo con vehemencia, confundiéndose entre sí, y no hay manera de encontrarla. Abandona el Gran Comedor sintiéndose derrotada.
—¿Qué tal se encuentran? —pregunta Bagman a los campeones mientras bajan por la escalinata de piedra por la que se sale del castillo—. ¿Están tranquilos?
Todos asienten con educación y Bagman les sonríe.
Bellatrix mira a su alrededor y ve a Fleur caminar con los brazos cruzados mientras murmura algo en francés —que entiende vagamente— y a Krum andar cabizbajo y con los puños apretados. Ella misma está repitiendo todo lo que estudió las semanas anteriores y le tranquiliza saber que recuerda todos los hechizos y maleficios, además de las formas efectivas para deshacerse de las bestias mágicas con las que podría encontrarse.
Llegan al campo de quidditch que está completamente irreconocible. Un seto de seis metros de alto lo bordea y hay un hueco justo delante de ellos: la entrada al laberinto. El camino que hay dentro se ve oscuro y terrorífico.
Bellatrix se cruza de brazos y cierra los ojos, intentando calmar su agitada respiración. Es el final, el momento decisivo. Su oportunidad de hacerlo bien y demostrarle a todos quién es.
Las tribunas van llenándose a medida que el tiempo pasa. El aire se llena de voces excitadas y del ruido de pisadas de cientos de alumnos que se dirigen a sus sitios. Bellatrix clava la mirada en la tribuna de estudiantes vestidos de verde y plateado que gritan su nombre a todo pulmón y, al fin, ve lo que —a quién— lleva horas ansiando.
Hermione está en la tribuna de Slytherin, con las mejillas pintadas de verde y usando su ropa. Sus miradas se encuentran de inmediato y el ruido del mundo se apaga. Para Bellatrix solo existe Hermione en ese instante que se disfraza de eternidad. Su sonrisa es la única cosa que le importa, su voz es el único ruido que oye y sus brillantes ojos marrones…
Un extraño sentimiento le calienta el pecho mientras sonríe y levanta la mano para ella. Solo para ella.
Y el mundo se enciende otra vez y es consciente de todo cuanto la rodea. De inmediato se da cuenta que Hermione no está sola: Narcissa, Andrómeda y Ted Tonks están a su izquierda, gritando animadamente, y Potter y ambos Weasley están a su derecha, ovacionando descontrolados. No tiene tiempo para buscar a sus padres o a Sirius porque alguien la ha tomado por el hombro para llamar su atención.
Es la profesora McGonagall.
—Estaremos haciendo una ronda por la parte exterior del laberinto —dice ella a los campeones, señalando al profesor Flitwick, a Hagrid, al profesor Snape y a sí misma. Bellatrix apenas se da cuenta que ellos han bajado al campo—. Si tienen dificultades y quieren que los rescaten, echen chispas rojas al cielo y uno de nosotras irá a salvarlos.
Los campeones asienten.
—Pues entonces… ya pueden irse —dice Bagman con alegría.
—Buena suerte, Black —le dice el profesor Snape con seriedad. Bellatrix asiente y se va a situarse alrededor del laberinto.
Bagman se apunta a la garganta con la varita, murmura «¡Sonorus!», y su voz, amplificada por arte de magia, retumba en las tribunas:
—¡Damas y caballeros, va a dar comienzo la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos! Permítanme que les recuerde el estado de las puntuaciones: en el primer puesto, con ochenta y ocho puntos… ¡el señor Viktor Krum, del Instituto Durmstrang! —Los estudiantes de Durmstrang estallan en aplausos y vítores que no pueden ser silenciados por las pifias del alumnado de Slytherin—. En segundo lugar, con ochenta y seis puntos, ¡la señorita Bellatrix Black, del colegio Hogwarts! —Las tribunas se salen de control y Bellatrix cree que va a quedarse sorda, sin embargo, se las arregla para saludarlos y sonreírles a sus hermanas—. Y, en tercer lugar, ¡la señorita Fleur Delacour, de la Academia Beauxbatons!
Se relame los labios y mira hacia la entrada, esperando a que Bagman de la señal. Se siente tan confiada y lista que no puede aguantar otro segundo más esperando.
—¡Entonces… cuando sople el silbato entrará Viktor! —dice Bagman—. Tres… dos… uno…
Da un fuerte pitido y Krum se apresura a entrar.
Bellatrix no puede contener sus ganas de mirar hacia atrás. Su mirada se encuentra de inmediato con las personas a las que está deseando ver. Hermione habla, mueve los labios con mucha rapidez, pero Bellatrix no puede escucharla, sin embargo, capta la esencia y sonríe.
El segundo pitido de la noche la devuelve a la realidad.
Se vuelve bruscamente hacia el frente mientras escucha a Bagman gritar su nombre y al público ovacionar con frenesí. Bellatrix parpadea dos veces y se adentra en el laberinto.
Los altísimos setos arrojan sombras negras en el camino y, ya sea a causa de su altura y su espesor, o porque están encantados, el bramido de la multitud se apaga en cuanto traspasa la entrada. Bellatrix se siente como si volviera a estar sumergida en el lago negro. Susurra «¡Lumos!» y la luz de su varita ilumina el camino. No hay rastro de Krum por ningún lado, lo que sugiere que él ya se ha adelantado.
El tercer pitido de la noche se escucha distante, como venido de muy lejos, y Bellatrix apresura el paso. Todos los campeones están en el laberinto.
Llega a una bifurcación y toma el camino de la izquierda sin pensarlo dos veces. El camino que ha escogido parece completamente desierto. Gira a la izquierda y corre, sosteniendo la varita por encima de la cabeza para ver lo más lejos posible. Pero sigue sin haber nada a la vista.
Se siente observada mientras anda en la oscuridad, así que mira hacia atrás a cada rato para comprobarlo. El laberinto se hace más oscuro a cada minuto, conforme al cielo que se oscurece. Pronto, llega a una segunda bifurcación.
Entra por el camino de la derecha y se encuentra cara a cara con una bestia gigante y aterradora. Mide tres metros de largo y tiene un aguijón de aspecto mortal curvado sobre la espalda, y su grueso caparazón brilla con la luz de su varita. Es uno de los escregutos de cola explosiva que Hagrid crio el curso anterior.
La bestia intenta golpearla con la cola, pero Bellatrix se echa para atrás y el aguijón apenas consigue rasgarle el brazo. Retrocede unos pasos más, buscando una salida, pero pronto su espalda choca con el seto y comprende que el laberinto la ha encerrado. No tiene mas opción que luchar.
El escreguto vuelve a asir su cola y Bellatrix se agacha antes que el aguijón la golpee en la cara. Desde el suelo, apunta a una de las patas de la bestia y grita:
—¡Desmaius!
Su hechizo rebota e impacta en uno de los setos, incinerando la parte en donde fue golpeado. Bellatrix se pone de pie de un salto y bordea a la bestia, aprovechando su falta de visión para intentar escapar; pero el escreguto va tras ella y tiene que volver a echarse al suelo.
—¡DEPULSO! —grita desesperada cuando su vista del cielo estrellado es obstaculizada por el escreguto y tiene a sus amenazadoras patas rodeándola en ambos extremos. Su hechizo impacta en su parte inferior, que es carnosa y no tiene caparazón, y lo impulsa hacia atrás. Se levanta de inmediato y agrega—: ¡IMPEDIMENTA!
Su corazón late enloquecido mientras corre, intentando alejarse a toda velocidad de la bestia. Solo relaja el paso cuando está segura de que él ya no puede seguirla, pero al instante se da cuenta que se ha desviado por completo.
Se detiene abruptamente y coloca la varita extendida en la palma de su mano.
—¡Oriéntame! —dice.
Cuando salga de allí con la Copa en la mano, piensa, tendrá que agradecerle a Hermione por haber insistido tanto con los encantamientos brújula.
Su varita gira y señala hacia la derecha, en pleno seto. Ese es el norte y sabe que tiene que ir al noroeste para llegar al centro del laberinto. Sonríe y toma la varita por el mango, decidida a reanudar su andar.
Y escucha pasos sobre la hierba.
Apunta hacia el frente con la varita y la luz azulada ilumina el camino. Se da cuenta que el sonido proviene de un hombre que camina cabizbajo y arrastrando los pies. Tiene la ropa destrozada y por sus manos resbala algo que parece sangre.
Bellatrix traga saliva.
—¿Quién… quién eres? —pregunta sin atreverse a bajar la varita. El hombre no le responde y continúa caminando—. Detente ahí. ¿Quién eres? ¡Te estoy hablando!
Él apresura el paso y, cuando están a diez metros de distancia, echa a correr.
Y la luz de la varita ilumina su cadavérico rostro y a sus ojos vidriosos.
—¡IN-INCENDIO! —exclama Bellatrix, tambaleándose hacia atrás. El cuerpo del hombre arde en llamas, pero él no se detiene.
Bellatrix siente a su sangre helarse mientras observa al inferi acercarse a ella con una malévola sonrisa en el pálido rostro. No entiende porque su hechizo no funciona; se supone que los inferis le temen al fuego y la luz, él debería estar consumiéndose con las llamas y no intentando alcanzarla.
—¡LUMOS SOLEM! —dice con la esperanza de que la luz lo ciegue, pero solo consigue que el cadáver se vea más aterrador que antes.
No entiende porque el inferi no actúa como debería hacerlo.
Y, cuando están a un metro y el olor putrefacto le impregna la nariz, Bellatrix tiene un arrebato de inspiración.
—¡Riddikulus!
Las piernas del hombre se hacen de mantequilla y una expresión horrorizada aparece en su rostro mientras se balancea sin control hacia todas direcciones. Él no es un inferi, si no un boggart; un ser que tiene la habilidad de transformarse en el mayor miedo de su espectador.
Bellatrix lo mira con diversión antes de que el boggart estallara en una voluta de humo.
Respira, se limpia las mangas de la túnica y continúa con su camino. Mantiene la varita levantada en todo momento, preparada para defenderse o atacar a otro de los obstáculos que se le presenten en el laberinto.
No sabe cuánto tiempo lleva dentro del laberinto y el cielo no le brinda ninguna pista. No hay rastro de Fleur o Krum por ningún lado, lo que la desanima un poco, porque habría esperado poder encontrarse con el campeón búlgaro para resolver los asuntos que tienen pendientes... Se mete en el camino de la derecha y continúa corriendo.
Encuentra dos callejones sin salida en su travesía, pero afortunadamente no vuelve a cruzarse con otra bestia peligrosa, aunque no se relaja ni un instante porque no quiere ser tomada desprevenida. Sigue sintiéndose observada por un espectador silencioso, pero sospecha que es la magia del laberinto intentando ponerla nerviosa.
Vuelve sobre sus pasos cuando descubre un tercer callejón sin salida, toma el camino de la izquierda y ve una extraña neblina dorada que flota delante de ella.
Se acerca con cautela, apuntándola con la varita mágica. Parece un tipo de encantamiento y se pregunta si podrá deshacerse de él.
Toma aire, se interna en la niebla encantada…
Y el mundo se pone de cabeza.
Bellatrix está colgada del suelo, con el cabello levantado y a punto de caerse al cielo sin fondo. Baja la vista para comprobar su situación y observa a sus pies, pegados al césped que se ha convertido en techo. Traga saliva, aterrorizada, y pone a su mente a trabajar a toda velocidad, aunque no recuerda haber estudiado ningún hechizo que la ayude a salir del aprieto.
Evalúa sus opciones y se da cuenta que son muy reducidas. Puede intentar moverse y arriesgarse a caer hacia el cielo estrellado o, por el contrario, lanzar chispas rojas para que alguien viniera a rescatarla.
Pero ella no puede permitirse el ser descalificada del Torneo.
Cierra los ojos y levanta el pie derecho con todas sus fuerzas, separándolo del césped. El mundo vuelve a la normalidad en seguida y Bellatrix cae de rodillas en el suelo. La impresión la deja momentáneamente sin fuerzas mientras escucha a su corazón latir en sus orejas. Se levanta después de unos segundos y echa a correr, alejándose de la niebla.
Camina por varios minutos, comprobando su posición con los encantamientos de orientación. Tiene la certeza de que está tomando el camino correcto, así que apresura el paso. Sin embargo, se detiene cuando escucha el ruido de pisadas sobre la hierba y apoya la espalda en el seto, manteniendo la varita levantada.
Siente un pinchazo de desilusión cuando descubre que no se trata de Krum.
Fleur Delacour aparece por una calle a la derecha. La luz de la varita de Bellatrix la ciega y la muchacha resbala sobre el césped. Se ve bastante asustada; está despeinada y tiene la túnica rasgada, además de un profundo rasguño en la mejilla. Sorprendentemente, no deja de ser hermosa aun cuando parece que se ha escapado por poco de las garras de la muerte.
Extiende una mano, sintiéndose un poco culpable por hacerla caer, y Fleur la toma para levantarse.
—¿Qué te pasó? —pregunta Bellatrix.
—Hay acromantulas —dice Fleur con gravedad mientras se sacude la túnica. Bellatrix se da cuenta que es la primera vez que la oye a hablar porque no se ha preocupado por establecer relaciones con los otros campeones, la cual se supone que es la finalidad del torneo—. Y también un troll de las montañas. Aléjate de allí —aconseja, señalando la calle de donde salió.
—Lo tendré en cuenta.
Fleur asiente y se da la vuelta. Antes de alejarse, ella mira hacia atrás y le dice a Bellatrix:
—Te veo en la meta.
—Suerte con eso.
La muchacha desaparece por otro de los caminos y Bellatrix decide seguir de frente, segura de que está tomando la ruta correcta.
Su deseo de ver a Krum se hace realidad en el momento menos pensado.
Él está parado en medio de su camino, examinándose el brazo con la luz de la varita. Bellatrix lo duda por un momento, pero se aleja a él dando pasos fuertes sobre el césped para hacer que su presencia se note. Tiene éxito: Krum se gira bruscamente y la apunta con la varita. Arquea las cejas cuando se da cuenta que es ella.
—Black —masculla con voz ronca. Bellatrix se acerca y siente un arrebato de alegría cuando se da cuenta que él no está en mejores condiciones que Fleur.
No le responde porque no sabe que decir. Ha soñado por tanto tiempo estar a solas con Viktor Krum que ahora, cuando lo tiene a su entera merced, no tiene idea de que hacer a continuación. Levanta la varita y él hace lo mismo con la suya; hay diversión en su mirada.
—¿Qué hay?
—Estoy decidiendo que hacer —contesta Bellatrix con calma.
Si Krum fuera inteligente se habría marchado después de escuchar esa declaración. Pero él se queda en su lugar, mirándola con el ceño fruncido.
—¿Por qué? ¿De qué se me acusa?
—Eres odioso.
—¿Esa es tu forma de pedirme un autógrafo? —pregunta él con una sonrisa presuntuosa adornando su estúpido rostro.
—No quiero un autógrafo.
—¿Qué quieres entonces?
No tiene una respuesta y solo atina a apretar la varita con mucha más fuerza, pero no se atreve a atacar.
Krum eleva una de sus pobladas cejas.
—Es por Hermione, ¿no? —dice él y el laberinto recae en el silencio. La ausencia de respuestas extiende la sonrisa en el rostro de Krum—. ¿Por qué no la invitaste al baile? Se nota a kilómetros que estás enamorada de ella y luego estaban todos los días en la biblioteca. Fue difícil encontrar a Hermione sola, y fue más difícil creer que no tenía pareja para el baile.
Sus palabras la toman por sorpresa y su convicción flaquea, provocando que la varita casi se le resbale de las manos. Mira a Krum, horrorizada, mientras rebusca en su interior el coraje para corregir su error.
—Yo… Yo no estoy…
—¿No estás enamorada de ella? Eso es bueno, me hace las cosas más fáciles. Aunque, de todas formas, el jugador de quidditch famoso siempre se queda con las chicas. —Krum se encoge de hombros y baja la varita para apuntar el camino que está en su delante—. Me voy por aquí, Black. Te veo en la meta, cuando haya ganado y tenga a Hermione gritando mi nombre.
Una imagen fugaz de ese momento cruza por su mente y Bellatrix siente a la ira burbujear en su interior. No entiende porqué, pero le desagrada imaginar a Hermione aplaudiendo a otra persona que no sea ella.
Krum se da la vuelta y Bellatrix está tentada a maldecirlo y empezar un duelo en medio del laberinto. Pero antes de que pudiera gritar un hechizo o hacer el más pequeño movimiento con la varita, escucha algo detrás de sí.
Gira sobre sus talones con la varita en ristre y, cuando descubre lo que se aproxima, abre los ojos con horror.
Tres acromantulas se acercan a ella, apretujándose entre ellas por el estrecho camino y moviéndose a toda velocidad con sus peludas y gigantescas patas mientras la miran con sus espeluznantes ojos negros. Ahoga un grito y sale disparada hacia el frente. Krum también está corriendo con todas sus fuerzas y ambos llegan a una bifurcación; él toma la calle de la izquierda y ella se mete por el de la derecha.
No piensa en nada más que correr porque ninguna otra cosa tiene sentido en ese momento. Son tres bestias gigantes y hambrientas y, aunque Bellatrix está segura de que puede arreglárselas con una, sabe que es un suicidio pretender enfrentarse a las tres a la vez.
Corre sin parar por lo que le parece una eternidad. Quiere detenerse y tomar un respiro, descansar a sus agotadas extremidades, pero sabe que no está fuera de peligro porque continúa escuchando el sonido de patas sobre la hierba. Se arriesga a mirar hacia atrás y descubre que es solo una, pero que está a escasos cinco metros de ella. Sus afilados colmillos brillan con la luz de la luna.
Dobla por una esquina y sus ojos se abren de sorpresa cuando reconoce lo que tiene adelante.
La Copa de los Tres Magos brilla sobre un pedestal a menos de cien metros de distancia. Bellatrix corre con mucha más fuerza, intentando llegar allí cuanto antes, pero solo avanza unos diez metros antes de que algo la jale de la túnica y la haga caer de cara al suelo.
Se gira rápidamente, solo para ver como una de las patas de la bestia se dirige hacia ella. Da otra vuelta sobre la hierba y escucha el violento choque y el amenazador chasquido de las pinzas; luego, intenta levantarse para luchar, pero una de las patas delanteras de la araña se clava sobre su pierna y siente un dolor insoportable.
Mueve el brazo con furia y un haz de fuego sale de la punta de su varita, impactando en las patas de la araña y obligándola a soltarla. Bellatrix se arrastra hacia atrás, con los ojos bañados en lágrimas, y levanta la varita otra vez.
—¡DEPULSO!
La araña se impulsa hacia atrás sobre sus patas traseras y Bellatrix se apresura a añadir:
—¡INCÁRCERO!
Unas cuerdas muy gruesas salieron de su varita y se enroscaron con fuerza alrededor de las peludas patas de la araña. Entonces, la bestia es impulsada hacia adelante, Bellatrix se echa a un lado, protegiéndose la cabeza con ambos brazos, y la enorme araña impacta sobre el suelo sin hacerle ningún daño.
Su respiración agitada y los forcejeos de la bestia con sus ataduras son el único ruido que se oye en el laberinto. Bellatrix mira hacía atrás y comprueba con emoción que la Copa sigue en su lugar. Basta con ponerse en pie y caminar hasta ella para declararse como la ganadora del Torneo de los Tres Magos.
Intenta levantarse del suelo, pero sus piernas no responden. Baja la mirada y comprueba que una especie de cuerdas gruesas y viscosas han envuelto sus extremidades.
Enciende la luz de la varita y cae en la cuenta de que el lazo del diablo cubre sus piernas e intenta trepar por su torso, pero se detiene y contrae lentamente por la luz azulada.
Está a punto de pronunciar el hechizo para liberarse por completo, pero el sonido de fuertes pisadas sobre la hierba la detiene en el último instante. De pronto, Bellatrix ve como ocho ojos brillantes asoman por la esquina de la calle.
La araña atada se retuerce con más fuerza, alertando a su compañera, y Bellatrix vuelve a apuntar a sus piernas con la varita.
—¡LUMOS SOLEM! —grita y el lazo del diablo retrocede a toda velocidad, liberando sus piernas. Luego, dirige la varita hacia la araña que se acerca hacia ella—: ¡IMPEDIMENTA!
Su hechizo da en el blanco, pero Bellatrix no se detiene a comprobar que haya funcionado. Se pone de pie apoyándose en el seto y, haciendo un último gran esfuerzo, echa a correr hacia la copa, ignorando el dolor de la pierna rota y a la acromantula furiosa que va tras ella.
Llega al pedestal de piedra y cierra la mano libre sobre una de las asas de la Copa. Sonríe mientras siente un tirón en el estómago. Sus pies se despegan del suelo y es llevada hacia adelante, en un torbellino de viento y colores.
Sus piernas aterrizan sobre algo sólido, pero pronto el peso de su cuerpo la vence y cae bocarriba en el preciso instante en el que el cielo se llena de una lluvia de estrellas doradas. Su sonrisa se extiende aún más cuando escucha los gritos, aplausos y al sonido de tambores romper la tranquilidad de la noche.
De pronto, su visión del cielo es obstruida por un par de siluetas oscuras. Su visión borrosa no le permite identificarlos y uno tira de su brazo para levantarla; Bellatrix no muestra resistencia, está demasiado cansada para intentar luchar. Cuando está de pie, sosteniendo la Copa con fuerza, se da cuenta que es el profesor Snape quien la sostiene por el hombro.
—Felicidades —le dice él, con una sonrisa totalmente antinatural en el rostro.
Bellatrix está demasiado cansada para sorprenderse por ver felicidad en el rostro de Snape y aún más para hablar, así que levanta la mano con la que sostiene la Copa y los vítores vuelven a estallar a su alrededor. El público está frenético, enloquecido, delirante de felicidad.
Parpadea varias veces y desvía la mirada hacia donde sabe que está Hermione. La busca entre la muchedumbre enloquecida, pero no la encuentra a ella ni a sus hermanas. Le extraña su ausencia y recorre las gradas con los ojos, buscando algún rastro de las personas a las que más ansía ver en ese momento, sin embargo, sus esfuerzos son en vano.
Hasta que oye a voces familiares pronunciando su nombre en voz alta y se gira con brusquedad, ignorando las palmadas y saludos que los profesores a su alrededor le dedican. La sonrisa se expande en su rostro cuando confirma de quien se trata.
Hermione, Andrómeda, Narcissa y una decena de estudiantes más corren hacia ella con las caras iluminadas por la felicidad. Andrómeda es la primera en llegar y envolverla en un fuerte abrazo, Narcissa es la segunda y la toma por el brazo mientras grita en su oído y pierde la compostura por completo, y la tercera es Hermione, que tiene las mejillas pintadas de rojo y lágrimas brillantes corriéndole por el rostro.
Le parece que Potter y los dos Weasley han llegado con ellas, y también le parece ver a otros de sus compañeros de curso rodeándola mientras aplauden y gritan palabras inentendibles. Manos desconocidas la jalan de la túnica y le revuelven el cabello, y Bellatrix no puede enfadarse porque no tiene ojos para otra persona que no sea Hermione.
Levanta una ceja con actitud retadora, incitándola a cumplir su parte del trato. Hermione aprieta los labios y se lanza sobre ella, y alguien le arranca la Copa de las manos, y dos brazos delgados le rodean el cuello con fuerza, y el profesor Snape la suelta haciendo un sonido asqueado, y un par de labios temblorosos se estrellan contra los de ella.
Bellatrix le devuelve el beso y siente una felicidad que no puede compararse con nada. Las voces a su alrededor se apagan, la gente deja de tirar de su túnica y el tiempo se detiene. Siente que Hermione es lo único real en el mundo y se aferra a ella, a sus húmedas mejillas, al olor de su cabello y el calor de su cuerpo…
Se separan después de lo que parece una eternidad. El griterío a su alrededor se ha apagado, siendo reemplazado por cuchicheos y murmullos. Y, entonces, se oye una fuerte respiración y Bellatrix se gira bruscamente para ver a su padre con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Y a su lado está su madre, con los labios entreabiertos y el rostro pálido por la impresión, pero también está Sirius, sonriendo ampliamente mientras sus ojos brillan de emoción.
Y Bellatrix comprende de inmediato que no tiene nada de lo que preocuparse, porque el Jefe de la Casa Black está de su lado.
Su pierna herida no puede continuar aguantando su peso y su cuerpo cede hacia adelante. Su barbilla cae sobre el hombro de Hermione y Hermione se tambalea por la fuerza del golpe, pero, cuando se estabiliza, la toma por la cintura en un abrazo torpe.
La estruendosa risa de Sirius rompe el silencio y los aplausos se reanudan, y algunos de los estudiantes más osados silban. Bellatrix solo puede atinar a sonreír.
—Estoy cansada —confiesa en un susurro.
—No te preocupes —responde Hermione, apretando su agarre sobre su cintura—, ya ha terminado.
Bellatrix no lo sabe ahora, pero jamás podrá olvidar esa noche.
