Al Sabor de lo Agridulce


Hay mujeres

de ojos verdes

con alma de zorra

Unas cien veces. Elvira Sastre


III. Todo lo que no hubieras buscado

Echó la cabeza hacia atrás, y reparó en el color azul pálido de la madrugada. Por el silencio y la quietud que reinaba a esas horas, ese era su momento favorito del día. Ayer mismo, había disfrutado de sus colores mientras Sakura aún dormía. Pero ahora, el olor penetrante a quemado arruinaba cualquier contemplación.

Uno de los sujetos terminó de aplanar el túmulo de tierra, en donde enterraron al último cuerpo que habían encontrado. Habían sido diez personas en total, tres mujeres y siete hombres. Sasuke agradeció que fuera él, y no su compañera, quién estuviera realizando tan ingrata tarea.

Aunque el único culpable de esa tragedia era la naturaleza y sus violentas manifestaciones, él sabía que Sakura cargaría con cierta culpa por no haber sido capaz de salvarlos. Pero no había nada que ellos pudieran haber hecho: probablemente, el fuego los había atrapado antes de que ellos llegaran.

Sasuke observó las espaldas de los hombres. Estos oraron a sus muertos, brevemente, y luego se volvieron en dirección al pueblo.

Los siguió. Observando sus espaldas corpulentas, y sus manos gruesas y agrietadas, entendió que eran gente de trabajo arduo, acostumbrados a las penas y los sacrificios.

Volvieron en silencio. Ninguno mostraba ya el recelo y el temor de hace horas atrás. ¿La ayuda que había prestado, apagando el fuego, habría sido razón suficiente para que dejaran de temerle? ¿O estaban tan sumidos en sus muertos, que no había ya lugar para eso?


Encontró a Sakura sentada sobre una manta en la tierra, rodeada por algunos suministros médicos que había traído en su mochila. Estaba atendiendo a su último paciente, una embarazada con quemaduras en el tobillo. Cuando terminó de curarla, esta se levantó y se marchó raudamente sin siquiera agradecer, y Sakura, a pesar de su insolencia, la despidió con una sonrisa. Luego escribió algo en su cuaderno de viaje, frunciendo el entrecejo. Sasuke notó que había llenado varias páginas de nuevas anotaciones.

Tenía ojeras y estaba visiblemente agotada. Al verlo, ella sacudió la mano saludándolo, y se puso de pie para recibirlo.

—¿Cómo fue todo?

—Bien —respondió, sin dar más detalles. A su alrededor los aldeanos se daban a la tarea de limpiar y hacer un recuento de las pérdidas materiales. Si bien ya no corrían despavoridos, era claro que buscaban evitarles—. Sakura, convocaré a Garuda y nos marcharemos.

Ella se llevó la mano a la nuca, y se rascó detrás de la oreja, esbozando una sonrisa nerviosa. Sasuke la conocía lo suficiente, como para suponer que Sakura había estado urdiendo otros planes por su cuenta. Apenas ella abrió la boca para hablar, él la suprimió sin rodeos:

—No. Sea lo que sea, la respuesta es no.

—¡Hey! Ni siquiera me diste lugar a explicarme.

La ignoró y se llevó el dedo pulgar entre los dientes, listo para morder y conseguir un poco de sangre para la invocación. Pero Sakura le retuvo la mano y le dijo seriamente.

—Entonces te irás solo.

Sasuke bajó la mano, y frunció el entrecejo, ante la mirada fría y cortante de Sakura. ¿Solo? ¿Pensaba continuar ella sola, sin él? ¿Acaso no habían planeado esto juntos? ¿Acaso no eran una pareja? ¿De qué estaba hablando?

Una pesadez se instaló en el estómago y no supo si era por el hambre, o la repentina decepción que lo acometió.

—¡No, Sasuke-kun! ¡Era broma, era broma! —dijo ella, negando con las manos y riendo nerviosamente. A veces olvidaba que había ciertas bromas que no se podían hacer con él. Su novio podía ser una persona ciertamente sensible en algunos aspectos, aunque procurara no demostrarlo. Se situó a su lado, y abrió su bitácora de anotaciones para que él también pudiese verla.

—Sakura… —suspiró con cansancio, pero aún ofendido por su broma de mal gusto. Ella le insistió para que pusiera atención y leyera, señalándole con el dedo índice, los registros que había hecho de todas las personas que había atendido allí. De algunos había conseguido sonsacarle su nombre, de otros solo se había limitado a describir su apariencia física, y la edad aproximada.

—Mira esto, lee aquí. Manchas cutáneas en personas jóvenes. Dedos del pie inflamados, y algunos presentan bultos extraños en ciertas partes del cuerpo. Se repite en muchas personas, mira. Aquí, aquí, y también aquí.

Sakura pasaba las hojas y le marcaba, acalorada, cada uno de los ejemplos.

—Sakura, este es un lugar muy hostil para vivir. El deterioro físico es algo normal —intentó razonar, aunque a esa altura, Sasuke ya podía decir que la suya era una pelea perdida.

—¡Pero estamos hablando de personas jóvenes! ¡Algunos no llegan ni siquiera a los veinte años! —replicó, tratando de contener la ansiedad de saber que se encontraba ante algo importante— ¿Recuerdas lo que conversamos esa noche? ¿Lo que dije?

Sasuke sabía a qué momento se estaba refiriendo. La noche en que ella había derribado una por una sus defensas emocionales, y habían terminado haciendo el amor en el suelo de su oficina. Parecía que, de aquello, habían ocurrido décadas.

—Los casos más interesantes siempre andan por lugares perdidos —repitió, recitando fielmente lo que ella le había dicho. Sakura abrió la boca, sorprendida.

—Lo recuerdas perfectamente —respondió riéndose, y luego le aplicó un codazo amistoso en las costillas—. Resulta que eres todo un romántico Sasuke-kun.

—Sakura, no intentes cambiar de tema. No tenemos permiso de trabajo aquí.

—Nadie tiene por qué enterarse. Konoha está muy, muy lejos —Sakura puso el cuaderno debajo de su axila, y juntó las manos en suplica, llevándolas a su frente—. Por favor Sasuke-kun. Serán solo unos días, y luego nos iremos, ¿sí?

Los ojos verdes suplicantes, las cejas enarboladas hacia abajo, y su labios fruncidos e hinchados en un mohín cándido, lo pusieron al borde del "Sí".

—¿Y cómo harás para convencerlos? Es evidente que no nos quieren aquí.

Sasuke señaló con un leve gesto a la líder anciana, que, a unos metros, venía caminando hacia ellos acompañada de su sequito de adultos.

—Necesito tiempo para pensar en algo —rumió, mascándose la yema del dedo pulgar—. ¡Al diablo! No me queda otra opción. Sasuke-kun, atrápame y explícales que me quedé sin chakra.

—¿Qué?

Sakura se desplomó hacia adelante con toda naturalidad, y Sasuke atrapó a tiempo su cuerpo, antes de que se estampara contra el suelo. La levantó en brazos. Con los ojos cerrados y los músculos faciales destensados, daba la natural impresión de ser una frágil chica que acababa de caer desmayada.

Suspiró. Cuando eran unos simples genins en entrenamiento, ella siempre había sido el integrante más astuto: en improvisación y situaciones que requerían de picardía y dotes de actuación, ni Naruto ni él podían ganarle.

—¿Qué ocurrió? —La anciana llegó hasta ellos. Con la luz del día podía ver que, a pesar de su corta estatura, era una mujer de hombros anchos y cuerpo macizo—. ¿Se desmayó?

—Estuvo toda la noche curando y llegó al límite de su energía vital. Necesita descansar para reponer su chakra.

Los ojos castaños de la líder lo inspeccionaron con suspicacia, y Sasuke se mantuvo estoico en su postura, esperando que Sakura mantuviera igual de perfecta su actuación. La mujer terminó por suspirar ruidosamente por la nariz, dejando en claro el disgusto que le provocaba su permanencia.

—Bien, no tenemos otra opción. Malai, tu hogar es uno de los pocos que se salvó. Prepara una cama y llévales algo de comida —ordenó a una señora que, a pesar de lo desagradable que le resultaba la idea, asintió agachando la cabeza.

—Como usted diga, Chakwan.

—Una vez que descansen, deberán marcharse, ¿bien?

Sasuke asintió levemente, y siguió los pasos de la mujer. Las personas se abrían a su alrededor, las mujeres escondían a los niños; todas actitudes que lo irritaban sobremanera: Sakura se había pasado toda la noche curándolos, y así pagaban su cuidado: con ingratitud y más desconfianza.

Las casas eran simples chozas hechas de piedra, barro y techo de paja. La señora los hizo pasar a su hogar, y Sasuke tuvo que entrar irguiéndose un poco: su altura era superior a la media de la gente de allí. Adentro, los muebles eran rústicos y todo estaba hecho con elementos de la naturaleza apenas procesados. La dueña del hogar les preparó un camastro con pieles de algún animal de la zona. Recostó a Sakura allí, y espero a que la señora abandonara el lugar, para hablarle.

—Y entonces, ¿se te ocurrió algún plan?

Pero como respuesta obtuvo un leve ronquido. Sakura se había dormido profundamente. Le quitó un mechón de cabello de la boca, y demoró su mano en su rostro, acariciando su mejilla. Las capacidades de Sakura como médico no abarcaban solo sus conocimientos, sino toda su devoción y entrega. No estaba de acuerdo en permanecer en esa aldea perdida, rodeados de extraños que los veían con hostilidad, pero la intuición de Sakura no era algo a ser ignorado.

Su cuerpo tibio y dormido le recordó su propio cansancio y sueño. Se recostó a su lado, y, debajo de las pieles, atrajo su cuerpo envolviéndola en un abrazo. Sakura susurró su nombre en sus sueños, y aquello lo hizo sonreír.

Apenas cerró los ojos, cayó profundamente dormido. Soñó que asaba el pescado gordo que había atrapado, y Sakura y él lo comían con regocijo, mientras admiraban el paisaje montañoso, con sus picos nevados.

Cuando abrió los ojos, Sakura continuaba durmiendo, enrollada contra su pecho. Sus dos largas trenzas estaban casi desarmadas. La observó por algunos momentos, hasta que su estómago gruñó hambriento y temió que el ruido la despertara. Su leve ronquido le dijo que ella estaba preparada para dormir por algunas horas más.

Un olor a comida entró por sus fosas nasales. En una mesilla justo al lado de su camastro, habían dejado un plato con unas bolas humeantes de color rojo granate, envueltas en hojas de parra. A la vista del hambre que tenía, se arrojó una a la boca sin dudar. Tenía una consistencia pastosa, grumosa, y su sabor, entre agrio y dulce, se le derretía en la lengua y el paladar. Lo tragó con dificultad, arrugando la nariz, porque las comidas de sabores empalagosos eran justamente las que más detestaba. Pero ni siquiera había llegado a tragarlo del todo, que experimentó la transición de unos cambios súbitos en su cuerpo: los canales de su chakra se vieron repentinamente vivificados, sus músculos se destensaron, y cierto dolor en las sienes que acarreaba hacía horas, se disolvió como si no hubiese existido.

Sasuke estiró el brazo lentamente, evitando mover a Sakura, y volvió a llevarse otro buñuelo a la boca, buscando comprobar si todo aquello había sido pura casualidad, o si ciertamente debía darle sus respectivos créditos a ese alimento. El gusto era el mismo, pero ya no le resultaba tan desagradable. Esta vez, sintió como sus pies y manos frías se calentaban.

Definitivamente, esto era mil veces mejor que cualquier píldora de soldado que Sakura pudiese preparar.

Bajó la vista para ver el rostro durmiente de Sakura. Ella continuaba roncando con la boca abierta, y un hilillo de baba le caía desde la comisura de sus labios, hasta su camiseta negra.

Cuando Sakura despertara, y comprobara por ella misma los beneficios de esa pasta roja y redonda, seguramente alucinaría por el nuevo hallazgo. Sasuke concluyó que, aquel lugar, era todo lo que Sakura había esperado encontrar, desde la misma tarde en que habían comenzado a planificar su viaje.

Horizontes desconocidos, nuevos desafíos, hallazgos esperando a ser descubiertos; y unos sujetos huraños, fríos y deseosos de alejarla, a pesar de sus intenciones de ayudar.

¿A qué le recordaba aquello?

"Por favor Sasuke-kun. Serán solo unos días, y luego nos iremos, ¿sí?"

—¿Realmente, Sakura? —preguntó, trazando una sonrisa, a la figura que dormía apaciblemente entre sus brazos.