Al Sabor de lo Agridulce
¡Qué luna tan extraña!
¡Nos induce a cometer extravagancias!
La Fortaleza Asediada - Qian Zhongshu
V. Fuerza Natural
Con el correr de las horas, los rayos solares habían ido perdiendo batalla contra las bajas temperaturas que reinaban las altas cumbres. Aunque el sol no se había puesto por completo, el frío era un fantasma permeando la ropa, atravesando los cuerpos, y adhiriéndose a los huesos. Se frotó las palmas de las manos buscando generar calor, arrepintiéndose por no haber planificado mejor su vestuario.
Sentía un punzante dolor de cabeza, y era consciente de estar respirando muy lentamente. ¿A cuántos metros sobre el nivel del mar estarían? Probablemente, unos cinco mil metros. La altitud de esas montañas le estaba recordando que, aun siendo uno de los shinobis más poderosos de la tierra, era un ser humano de pulmones corrientes.
Podía tolerarlo, sin embargo, esto era muy distinto a la imperante necesidad de orinar que estaba presionando su vejiga.
Sasuke respiró hondamente y se cruzó de brazos. No estaba dispuesto a moverse de allí. Aguantaría hasta que Sakura saliera, pero, ¿cuándo ocurriría aquello? Desde el interior, llegaban algunos rumores inaudibles. Susurros dispersos y secretos.
Los aldeanos que habían estado allí, ante la falta de novedades, emprendieron la retirada y volvieron a sus ocupaciones. Eran personas prácticas y debían atender el estropicio dejado por el sismo. Ahora solo quedaban él, el muchacho, y "El hombre del hacha", apodo que Sasuke había elegido para ese sujeto, en vista de desconocer su nombre. Al observarlos juntos, Sasuke advirtió el evidente lazo de consanguinidad que los unía: eran padre e hijo.
Echó una mirada alrededor de la villa, ennegrecida por los incendios: los árboles frondosos que habían sobrevivido al fuego, de pronto se le hicieron inodoros danzando para él, a su alrededor.
Sasuke cerró los ojos y suspiró; realmente necesitaba orinar. Pero si había una necesidad más imperante, era la de saber que estaba ocurriendo allí dentro.
Justo cuando pensaba en hacer una escapada rauda hacia los árboles, la entrada de la puerta fue descubierta, y la anciana a quien decían Chakwan, fue la primera en salir. Justo después, Sakura salió acompañada por otra mujer de mediana edad. Supuso, era una de las parteras.
Sasuke estaba habituado a recibir los partes médicos de los shinobis que Sakura trataba, y según la forma de su boca o la tensión en sus cejas, él podía adivinar con qué clase de pronóstico contaba el paciente.
Lo que vio, no le gustó.
Sakura pasó cerca de él, pero no se detuvo a reconocerlo. Era de esperarse cuando estaba absorbida por su perfil profesional. Por el contrario, ella se acercó al muchacho, quien se levantó del suelo hecho un resorte, y abrió los ojos, esperanzado, con la mirada enfocada en Sakura. A cada palabra que ella decía, el joven asentía. Cuando Sakura terminó de hablar, la anciana líder le hizo un gesto seco con la cabeza, indicándole que ya podía ingresar. El joven casi tropieza, en su afán de llegar hasta su familia.
El intercambio de palabras entre Sakura y la anciana fluía entre susurros; Sasuke apenas distinguió los movimientos de sus labios. Sakura asentía con la cabeza, y luego de algunas frases más, ella, siempre respetuosa con sus mayores, despidió a la líder con una profunda reverencia. La anciana desdeñó su gesto, frunciendo la nariz y sacudiendo la mano.
«Cuán distintos», reflexionó Sasuke. Todas las personas mayores de Konoha apreciaban sus muestras de respeto, sobre todo porque venían del médico más importante de la aldea.
Momentáneamente liberada, Sakura lo reconoció con una sonrisa, y caminó hasta él. Se tomó a si misma de los codos, y en sus labios solidificó una sonrisa ensayada.
—La buena noticia es que no tendré que buscar excusas para que permanezcamos aquí. La anciana aprobó que nos quedemos algunos días más. Irá a hablar con su gente para ponerlos al tanto.
Sasuke asintió dando una cabeceada. En la punta de su lengua, se guardaba una pregunta: "¿Y cuál es la mala noticia?". Pero la disposición corporal de Sakura era una respuesta en sí misma. Cuando había una situación que la preocupaba, ella se apretaba el brazo insistentemente. El diagnóstico no era esperanzador.
—Sasuke-kun, tendré que quedarme con ellas la mayor del tiempo. No podré apartarme de su lado por varios días.
—¿Ellas? —soltó Sasuke, reprochándose inmediatamente por haber hecho esa pregunta. Sakura tenía cosas más urgentes que hacer, antes que estar evacuando su curiosidad. Pero ella, al contrario, relajó por primera vez sus facciones tensas, y esbozó una sonrisa sincera.
—Sí, es una niña.
Sasuke apenas susurró un "Ah", pero no supo adivinar si correspondía decir algo más.
—Bien, regresaré dentro. La anciana hablará con los aldeanos para que alguno te acoja en su hogar.
¿Cómo? ¿Compartir su espacio personal con desconocidos? Sasuke hizo un gran esfuerzo por reprimir su disgusto, pero no fue suficiente: Sakura sonrió cansada, casi resignada, y Sasuke supo que ella había captado sus pensamientos. ¿Acaso estaba perdiendo sus habilidades para enmascarar emociones? ¿O es que acaso Sakura ya era capaz de interpretar, incluso, sus más imperceptibles gestos?
—Lo siento Sasuke-kun, debo quedarme con ellas.
—No tienes por qué disculparte —respondió de inmediato, sintiéndose egoísta e infantil. Ya había decidido hacer uso de la tienda de campaña que habían sellado en uno de los rollos. No estaba dispuesto a compartir su espacio con gente desconocida y menos aún, con unas que le temían.
Sasuke quería corregir su desplante infantil: abrió apenas la boca, para transmitir algunas palabras de aliento. Pero nada salió. Cuánto más meditaba sus muestras de afecto, más torpe se sentía, por lo que siempre acaba en el mismo lugar vacío y neutral.
Sakura esbozó una sonrisa de despedida y se dio la vuelta. Cuando estaba a punto de ingresar al hogar, a Sasuke se le escapó su nombre:
—Sakura —la llamó. Ella corrió el cuello, mirándolo curiosa—. Todo estará bien.
El rostro de Sakura se iluminó ante aquello. Sonrió, repentinamente animada, y cabeceó.
—Gracias Sasuke-kun. Sé paciente por favor, serán solo unos días —respondió, y volvió a entrar sin demoras.
Sasuke se quedó allí, preguntándose qué cosa tan especial había dicho, para hacerla sonreír así.
…
…
Era la octava noche en su tienda. Miró el espacio vacío que había a su derecha, el lugar que ella elegía para dormir. Suspiró y cerró los ojos, sabiendo que no había chance de conseguir un sueño inmediato. Su respiración y su ritmo cardíaco fueron ralentizándose, pero un ruido lo puso en alerta. Abrió los ojos, y se topó con la figura de Sakura, quien abría hasta el tope la cremallera de la tienda. El rostro adormilado de Sasuke se suavizó con una sonrisa confundida, y su estómago hizo un extraño flip flop.
—Sakura, qué… —masculló, con la boca pastosa. Pero ella lo ignoró por completo, solo se echó de rodillas adentro de la tienda, y comenzó a hurgar frenéticamente entre los bolsos.
—¡Mierda! ¡Dónde está, maldita sea! —maldijo, chirriando los dientes, y sacudiendo con más violencia un bolso, al que ya le había extraído prácticamente todo. Sasuke le puso una mano en el brazo, deteniéndola.
—Sakura, ¿qué buscas?
Ella levantó la cabeza para mirarlo. Fue como si recién se percatara de que él estaba allí.
—Un pergamino, muy pequeño, de color negro —describió, respirando fuertemente por la nariz. Sasuke giró la cintura y rebuscó entre su ropa, hasta dar con un estuche. Allí guardaba objetos que debía manipular con cuidado. Lo abrió y sacó un rollo forrado en cuero negro, del tamaño de un corcho de botella.
—Lo guardé aparte, pensé que era importante.
Sakura asintió y se lo sacó de las manos.
—Lo es. Gracias —respondió, y salió rápidamente de la tienda. Sasuke se asomó por el espacio de la cremallera abierta, y la vio correr a grandes trancos, para meterse raudamente a la pequeña casa, en la que había estado confinada desde que habían llegado allí.
Sasuke cayó sobre sus nalgas, y contrajo las piernas. Apoyó la frente sobre sus rodillas y suspiró ruidosamente. Era la primera vez que la veía después de una semana, y, sin embargo, Sakura había pasado totalmente de él.
Un viento frío sacudió la solapa de la tienda y le congeló el cuerpo. La cerró y se metió nuevamente en su bolsa de dormir.
Era lo correcto, Sakura estaba cumpliendo con su rol. Tenía dos vidas a las que cuidar, y allí era dónde debía poner sus energías. Sin embargo, no podía evitar digerir un trago amargo de desilusión. Era un sabor conocido, antiguo, a niñez. A promesas incumplidas.
"Lo siento Sasuke, será la próxima vez", alguien le susurró, en sueños.
…
…
Dos meses.
Dividió sus pergaminos en dos grupos: aquellos que ya estaban siendo utilizados (los que contenían en su interior armamento, vestimenta, o el instrumental médico de Sakura), y los que eran solo papiros vacíos; rollos en blanco a libre disponibilidad de uso. No quedaban muchos, y aunque era un desperdicio utilizarlos como a un papel ordinario, no contaba con otras alternativas.
Activó su Sharingan y a su cerebro acudieron distintos gráficos de líneas circulares y rectangulares; números, medidas y dimensiones. Eran los planos que había analizado al detalle con Shikamaru, algunos años atrás. Con la tinta comenzó a trazar pacientemente todo aquello que la memoria fotográfica del Sharingan había almacenado en su cerebro. Mientras lo hacía, sonreía pensando en lo asertivo que había sido al grabar todo aquello: sabía que en algún momento le sería de utilidad.
Alguien se acuclilló a su lado y, sin pronunciar palabra, observó con curiosidad el trazado de los planos. Seguramente había notado la activación de su Kekkei Genkai, pero afortunadamente, gran parte de los aldeanos habían comenzado a acostumbrarse a ello.
—¿En tu pueblo también ocurren estos temblores? —preguntó, de pronto. Sasuke, sin apartar la mirada de su labor, negó con la cabeza.
—Fue necesario emplazar una base de control en una zona que sufría constantes sismos, con temperaturas muy bajas —explicó, sin abandonar la precisión del pincel y de los utensilios técnicos. El recién llegado pudo reconocer en ese tono de voz, siempre circunspecto y monótono, un deje de orgullo evidente—. Pusimos a trabajar a todo el departamento de planificación territorial. La misión fue un éxito.
El sujeto respondió con un extraviado "Mmhh", lo que le hizo preguntarse si había entendido algo de esa explicación. Sin más que aportar, el individuo se puso de pie. Antes de marcharse, Sasuke sintió que este le hacía unas palmadas alentadoras sobre su omóplato. Levantó la cabeza, sorprendido por ese gesto amistoso de complicidad.
En el mundo de los shinobis, era frecuente que quien ayer era tu enemigo, luego se convirtiese en aliado. Sin embargo, no podía olvidar como ese mismo hombre que acababa de palmearlo amistosamente, había intentado rebanar la cabeza de Sakura con su hacha. Pero no lo culpaba, él solo había actuado para proteger a los suyos.
Ese hombre había sido el primero en manifestar su hostilidad, pero también había sido el primero en relajar la guardia y ofrecer un "cuarto intermedio", entre él y su gente.
Esa primera noche, cuando Sakura había entrado a su tienda de campaña buscando desesperadamente un pergamino, había sido una pequeña muestra de lo que se repetiría en los siguientes días. Sakura apenas salía de allí, si lo hacía era solo para higienizarse o sentir los rayos del sol por unos breves minutos. No se apartaba de Nuwa y su recién nacida, por ningún motivo. Tampoco permitían el ingreso de nadie más, con la excepción de las sanadoras del lugar, la líder de la aldea, y, algunas veces, el esposo y flamante padre.
La anciana le había ofrecido permanecer en la casa de alguna de las familias, pero él se había negado y prefirió armar su tienda de campaña, en un lugar algo apartado del asentamiento. La líder no insistió; hasta pareció sentirse aliviada por su decisión.
Si él se aparecía por allí, solo para intentar obtener un atisbo de su compañera, los aldeanos se agazapaban ante su presencia, y todos aquellos pares de ojos lo seguían sin disimulo, hasta que volvía a desaparecer entre los árboles. Sasuke podía aseverar que escuchaba sus suspiros de alivio.
Estaba rodeado de extraños que le temían. Y sin Sakura a su lado, odiaba ser consciente de un sentimiento que se iba haciendo cada vez más latente, a medida que pasaban los días. Sasuke se sentía inexplicablemente solo. Y era una sensación extraña, ya que la soledad había sido una compañera diaria casi toda su vida.
Deseaba que todo aquello terminara, y pronto, para retomar la habitualidad de esos primeros meses de viaje. Para tener a Sakura a su lado, aunque supiera que esa obstinación no fuera algo bueno. Esa dependencia emocional lo estaba dejando en una frágil posición, una que siempre había querido evitar.
Por ese motivo, ocupó sus días inspeccionando los alrededores, aprovechando la geografía accidentada de la zona para entrenar. Se alimentó de la caza de pequeños animales. También recordó esos buñuelos rojos que había comido en su primer día allí, pero, aunque buscó en cada árbol, flor y arbusto, no halló ninguna semilla, hierba, o fruto, que tuviese las mismas propiedades.
La belleza de aquel lugar era sobrecogedora. Sasuke se sentía insignificante ante sus montañas titánicas, que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Lo empapaban de una sensación de vértigo inversa, como si en cualquier momento esas colosales cordilleras fueran a derrumbarse sobre él, tragándoselo. El grosor de algunos árboles daba cuenta de su carácter milenario, y sus ramas, víctimas de su propio peso, caían sobre la tierra, e iban a enredarse con otras, tal como lo hacían las largas trenzas del cabello de Sakura. Al sentarse allí por horas, la meditación llegaba a él sin siquiera buscarla. Rumiaba en temas inútiles: como que todo ello había estado allí durante siglos, probablemente, mucho antes de que la conjunción de cierta genética habría de crear al primer Uchiha. El silencio era tan profundo, que hasta a veces podía ser ensordecedor. A los pocos días, Sasuke ya era capaz de escuchar hasta el más mínimo movimiento que hacía un animal; su próxima comida. Había recobrado el sentido del oído, desgastado por la vida en la ruidosa y ajetreada Konoha.
Sasuke no dejaba de preguntarse que ancestro, entre todos aquellos aldeanos, había decidido echar raíces allí. Sin espacios posibles de cultivo, solo podían vivir de la recolección de frutos y plantas comestibles, o de la caza de animales. Pero lo que complicaba todo aún más, era el factor climático: el frío en la noche era algo muy difícil de sobrellevar, sobre todo para él, que debía aguantarlo metido en esa tienda de campaña.
Una noche, alguien llamó desde fuera, aplaudiendo tímidamente. Sasuke no pudo ignorarlo y debió salir, malhumorado por el frío que no daba tregua. Afuera estaba ese adolescente, el padre de la niña recién nacida, y en sus manos traía lo que parecía ser una manta confeccionada con pieles de varios animales.
—Hola —saludó, casi tartamudeando. Rápidamente le entregó la cobija—. Mi padre me ha dicho que le traiga esto. Se congelará si sigue así.
Sasuke echó una mirada por encima del hombro del muchacho. A lo lejos, "El hombre del hacha" los estaba observando. Quizás ya era hora de conocer su nombre. Sasuke le agradeció a lo lejos, haciendo una ligera inclinación, y el hombre hizo un meneo con la cabeza, que Sasuke lo entendió como "No es nada".
El joven dio algunos pasos hacia atrás, y sin meditarlo siquiera, la boca de Sasuke compuso una pregunta:
—¿Cuál es tu nombre?
El chico arqueó las cejas, sorprendido por el repentino interés de aquel sujeto tan huraño y solitario. Aun así, respondió.
—Serguéi.
Sasuke masculló un "Hum" perdido y cerró la boca sin saber bien qué decir. Era un silencio por demás incómodo, pero que llamaba irremediablemente a continuar la conversación. Frustrado por sus nulas facultades de sociabilización, Sasuke estaba por regresar a su tienda, pero recordó las formas invisibles en que Sakura lograba fortalecer lazos de confianza con sus pacientes: hablándole de los temas que a ellos les interesaba.
—¿Y tu hija? ¿Cuál es su nombre? —repreguntó.
Sasuke advirtió el cambio súbito en sus facciones: se hizo una gran sonrisa en su rostro, y sus pupilas brillaron de contento. Ese chico era apenas un adolescente viviendo en un lugar recóndito del mundo, cuya vida probablemente había sido muy diferente a la suya. Y, sin embargo, no podía evitar caer en comparaciones; ¿Unos padres amorosos que habían acompañado su crecimiento? ¿Unos amigos con quien jugar todos los días? ¿Una familia en quien confiar incondicionalmente? ¿Cuán diferente podría haber sido su vida, si él también hubiese contado con todo aquello? Ese muchacho brillaba con luz propia ante un futuro que recién acababa de empezar. Cuando él tenía su edad, Sasuke se recordaba a sí mismo como una olla a presión, burbujeando odio, queriendo explotar para salpicar al mundo con su dolor y resentimiento.
—Denali —respondió Serguéi, entusiasmado—. Significa "La que protegen los dioses". Con Nuwa lo elegimos desde que supimos que ella estaba embarazada. Parece que fue lo correcto. La aparición de su esposa no fue casualidad, ella fue enviada para salvarlas.
Sasuke se debatió entre corregirlo y decirle que no era su esposa, pero pensó que, después de todo, él ya había estado pensando en corregir esa situación. Una vez que regresaran a Konoha, claro.
—Lamento que mi familia le esté quitando tiempo con su esposa.
Sasuke negó con la cabeza.
—Es su trabajo —respondió simplemente, y el muchacho sonrió y se rascó la cabeza, inseguro de como proseguir ante un individuo como ese, tan parco y distante. Pero Sasuke zanjó el problema con una despedida escueta—. Bien —carraspeó—. Muchas gracias por el abrigo.
Y sin esperar un saludo de regreso, se metió nuevamente a su tienda.
Realmente dependía de la mediación de Sakura, ante esas situaciones que requerían de habilidades de socialización. Como Hokage, a él no le había costado absolutamente nada decretar directrices y entablar relaciones, siempre que se enmarcaran en el ámbito de sus tareas como Hokage. Sin embargo, cuando se trataba de establecer lazos más allá de sus obligaciones, Sasuke se sentía torpe: su amistad con Naruto, la relación casi paternal con Kakashi, y su relación amorosa con Sakura, habían llegado a él casi por casualidad, y a él le eran suficientes. No necesitaba agregar más personas a su círculo íntimo.
Se recostó en su tienda, cubriéndose con la manta. Confeccionada con varias capas de piel de distintos animales, se le hacía pesada, sin embargo, aquello lo aisló del frío casi de inmediato. Habían salvado su noche.
Sasuke cerró los ojos intentando conciliar el sueño, pero al igual que en las noches anteriores, el insomnio lo convirtió en su presa. Desde hacía más de un año, sus noches habían estado acompañadas por el cálido cuerpo de Sakura junto a él. Por sus besos, sus caricias, y sus abrazos sinceros y espontáneos. Saberla tan cerca, a apenas unos metros de distancia, y aun así no poder acercarse a ella, lo ponían de un repentino mal humor. Se colocó de costado, intentando una nueva posición, al tiempo que se reprendía a sí mismo, por ser un adulto con pensamientos infantiles y egoístas: Sakura estaba cumpliendo con su juramento como Iryō-nin, con su vocación y su profesión, y si eso implicaba que lo ignorase y pasase de él por completo, entonces así debía ser.
Pero, era más fácil pensarlo que sentirlo.
Las tonalidades de esa aldea, y de toda la belleza de sus cordilleras, se revelaban bajo una sola escala de grises y azules: de la opacidad de un frío que se densificaba con el paso de los días, al azul de sus mañanas neblinosas. Pero de ese largo cabello rosa, al que se había acostumbrado a ver al dormir y al despertar, no había ningún rastro.
«Duérmete ya», se regañó. Quizás podría intentar bajar su mano hasta su pelvis, e intentar con la autosatisfacción, pero, también sabía que, al acabar, quedaría más malhumorado que antes.
Afuera, apenas se oían los últimos quehaceres de los aldeanos. La gente de allí se levantaba mucho antes de que despuntara el alba, y apuraban sus tareas ante la necesidad de reconstruir sus hogares. Era tal el ajetreo, que prácticamente se habían olvidado de su presencia, salvo que él se apareciese allí por necesidad.
¿Qué era lo que estaba haciendo en aquel lugar? ¿Por qué había decidido viajar con Sakura? Realmente necesitaba tomarse un descanso de sus años como regente (o de su complicada vida, en general), disfrutar de pasar los días con ella, ¿pero acaso pensaba que aquello implicaba disfrutar de su atención plena, de su compañía constante? ¿no estaba acaso siendo egoísta con la persona que siempre lo había esperado, que había perdonado sus peores errores, y a pesar de todo, jamás lo había abandonado?
Sí, Senju Hashirama le había explicado la maldición que arrastraba en sus venas, pero, ¿realmente debía conformarse y aceptar aquello, sin que él pudiese ser capaz de controlar la explosión de sus emociones? ¿Su voluntad debía ser esclava de sus genes familiares?
Hundió la cabeza en la bolsa de dormir, y se percató que olía a antiséptico. Probablemente, algún líquido que Sakura habría derramado allí por accidente. Miró el techo de su tienda, y hubo alguna especie de revelación que se acumuló en el centro de su pecho, y que se fue expandiendo por el tórax, hasta llegar a las extremidades de su cuerpo.
No podía seguir toda la vida victimizándose. Sakura estaba allí, encerrada y sin poder ver la luz del sol, procurando utilizar cada fibra de su cuerpo para mantener con vida a una niña prematura y a su débil madre. Mientras él estaba allí, lamentando su infortunio de no poder estar a su lado.
No podía pretender que Naruto esté recordándole a cada momento que ya no estaba solo, que ellos eran su nueva familia, ni a Kakashi presionándolo para que no se cierre al mundo, o a Sakura haciendo esfuerzos para balancear sus propias responsabilidades, con las de mantenerlo a él psicológicamente saludable y feliz. Esforzándose para que él supiera que era una persona amada. Él debía tener la voluntad para quebrar las reglas del ADN de su familia. Él podía cortar con su pasado, para elegir un mejor destino, para él, y para Sakura.
No podía ser toda su vida un niñato quejoso. Debía, de una vez por todas, encontrarle el sentido a su vida. Por su propia mano, por su propio camino.
Con esa nueva determinación, de pronto comenzó a sentirse adormilado, y sus párpados se sacudieron varias veces, hasta cerrarse por completo. Por primera vez en muchos días, cayó profundamente dormido.
Soñó con su madre. Ella llevaba una canasta repleta de onigiris. Hacían un picnic y comían mirando juntos el atardecer. Entonces ella le dijo que debía irse, pero que más tarde se verían. Se ponía de pie y se descalzaba. Se adentraba en un lago y agitaba la mano, despidiéndose de él con una sonrisa. Él también la saludaba, de pie en la orilla. El agua le mojaba los dedos, pero no sentía frío.
…
…
Al otro día, despertó sabiendo exactamente qué era lo que debía hacer. O por lo menos, teniendo una idea vaga de cuál era el objetivo. El cómo hacerlo, era algo a improvisar en el camino.
Se levantó una hora antes que los lugareños. Recorrió el bosque y cazó un conejo. Lo despellejó, lo asó y lo comió con rapidez, proponiéndose una meta: aquella debía ser su última comida en solitario; debía encontrar la forma de comenzar a participar en las comidas comunales de los aldeanos. Muy probablemente, así como Sakura estaba manteniendo con vida a la niña, también debía estar intentando recabar información desde su posición. Él, dentro de sus posibilidades, debía hacer lo mismo. ¿No estaban allí para el crecimiento profesional de Sakura? Esta vez, era su turno de ayudarla.
Tapó los restos del conejo, y le agradeció por haberlo alimentado. Era una costumbre que Kakashi les había enseñado durante sus primeros ejercicios como genin, antes de embarcarse en misiones más complejas. Esa costumbre, ni su corta estadía con Orochimaru, se la había quitado.
Mientras se encaminaba al asentamiento, contemplando como el sol se elevaba, cayó en la cuenta de que no había hecho algo muy elemental: buscar esa población en el mapa que el gobierno del País de la Tierra les había entregado. Eran los datos necesarios para poder recorrer y saber con qué clase de poblados trataban. Corrió de regreso a su tienda. Rebuscó entre los distintos rollos hasta dar con el mapa. Lo abrió, y buscó los puntos poblacionales, según el último censo realizado por el daimyō del País de la Tierra. Era una tarea imprescindible para poder recolectar los impuestos y los tributos. Recordó el punto en el que habían recogido al niño, Khalan, y arrastró el dedo por el mapa, buscando el punto rojo que debía corresponder a la aldea donde se encontraban. Pero no halló nada.
Buscó su brújula, sus diferentes herramientas de orientación, y realizó los cálculos necesarios hasta comprobar que no estaba errado. Allí, el mapa no indicaba más que una geografía accidentada, de montañas con nieves eternas y de naturaleza insondable. Pero no había ningún punto rojo que indicará que allí vivían personas.
—Eso es imposible, a ese viejo daimyō no se le escapa nada de sus libros contables —reflexionó. Sabía a la perfección el trabajo exhaustivo que podían hacer las dependencias del gobierno, cuando se trataba de censar y registrar los poblados ubicados dentro de sus límites geográficos. Cada punto rojo en ese mapa equivalía a una recaudación de impuestos. No podía ser que ese gobierno no estuviera al tanto de la existencia de esa pequeña aldea.
¿O sí?
¿Acaso esta gente estaba realmente aislada del mundo, tanto que ni siquiera el gobierno de su país sabía de su existencia? ¿Pero cómo era eso posible? Cuando Sakura había dicho su nombre y su apellido, todos habían reaccionado de manera negativa al apellido Uchiha. Y también habían reconocido el símbolo de Konoha en su Hitai-ate. Sí, estaban aislados de la civilización, pero parecía que eso no implicaba que ignoraran su actualidad.
Sasuke recordó el vuelo sobre Garuda, con el niño inconsciente y Sakura sanándolo. El vuelo había llevado algunas horas, no solo por la distancia, sino por la dificultad de dar con la aldea.
Llegar a pie hasta allí hubiese sido una tarea imposible para cualquier simple funcionario del gobierno. Las montañas, los precipicios, los bosques con animales peligrosos. Sasuke bien sabía que, en esos casos, podían llamar a un shinobi de su aldea oculta, Iwagakure, para facilitar el viaje. Debían asegurar el censo y el cobro de los impuestos, a toda costa.
Sasuke sonrió, rascándose el tabique de la nariz: era evidente que al viejo gordo del daimyō de ese país, esta gente se le había escapado de sus narices. Estaban por fuera de su radar de control y cobro. Y saber eso, esa pequeña rebeldía libertaria de aquellos aldeanos, lo hizo sentirse extrañamente bien. No podía esperar a contárselo a Sakura.
Sin embargo, aquello servía para acumular más preguntas. Si estas personas habían vivido allí desde siempre, ¿cómo habían sido capaces de reconocerlos a ellos como shinobis? ¿cuál era la razón por las que les guardaban tanto resquemor? Y, por último, la pregunta más importante de todas: ¿Por qué temían tanto al apellido Uchiha?
Sasuke no estaba seguro de querer saber la respuesta.
…
…
Había una madeja, y él sostenía la punta de su hilo. Debía tirar de allí. Antes de hacer su primer intento de acercamiento, miró hacía el hogar donde se encontraba Sakura. Justo en ese momento, salió de allí Serguéi, quien llevaba una bandeja con cuencos vacíos. Probablemente, había dejado el desayuno a Sakura y a la madre. El muchacho levantó el brazo para saludarle, y casi se le cae la bandeja de las manos.
Sasuke cabeceó, devolviendo el saludo. Las personas lo vieron llegar y se detuvieron inmediatamente, vigilándolo, como gatos callejeros que esperan el movimiento amenazante de un desconocido. Pero Sasuke continúo caminando, ignorando sus reacciones y buscando a la anciana líder.
A algunos metros, "El hombre del hacha", era el único que no había detenido su tarea por él. Estaba de pie sobre el techo en reconstrucción de una de las casas, y recibía el material que un ayudante le arrojaba desde abajo. Sasuke y él cruzaron miradas por un breve tiempo, y así, captó el segundo exacto en el que el hombretón pateaba, sin querer, un martillo. En ese instante, una niña pasó corriendo, justo por debajo.
Antes de que el hombre pudiese gritar "¡Cuidado!", un fogonazo oscuro se movió ante sus ojos, y de pronto se encontraron con el sombrío sujeto tomando a la niña de la cintura, mientras con la otra mano, sostenía el martillo, lejos de ella.
Permanecieron boquiabiertos por algunos segundos, aturdidos ante un movimiento que ni siquiera habían llegado a captar.
Sasuke puso a la niña en el suelo, y esta corrió hacia los brazos de su madre. En un principio sorprendida, la mujer terminó por agradecerle con una pequeña inclinación de cabeza.
—Eso fue realmente rápido.
Desde la parte superior de la construcción, "El hombre del Hacha", lo miraba entre sorprendido y cauteloso. Sasuke interpretó eso como un "Gracias". Sasuke se encogió de hombros, respondiendo:
—Gracias por la frazada. Fue muy útil.
El hombre delineó una mordaz sonrisa.
—No quería levantarme un día, y tener que enterrar tu cuerpo congelado —respondió, elevando una poblada ceja, con ironía y complicidad. Sasuke esbozó una sonrisa. Le gustaban las personas sin vueltas ni rodeos—. No hay certeza de cuánto tiempo tendremos que aguantarlos, pero sea el tiempo que sea, no podrás sobrevivir durmiendo en esa… cosa en donde duermes, cuando llegue el invierno.
Sasuke parpadeó, boquiabierto.
—¿Es que no estamos en invierno ya? —preguntó, sin poder disimular su desconcierto. El hombre se echó a reír a carcajadas, y su compañero de trabajo, que había permanecido en silencio, lo acompañó al unísono.
—Este es nuestro verano muchacho —respondió, y se arrastró en cuclillas hasta la punta del techo, palmoteando orgulloso la pared de la choza que estaban reconstruyendo—. Cuando llegue el invierno, querrás venir acá dentro con nosotros.
—Para qué querría ir contigo, idiota, teniendo a su bella esposa, ¿eh? —bromeó su compañero. Cuando reparó en lo que había dicho, palideció, y evitando la mirada de Sasuke, escapó raudamente de allí.
Sasuke, decidió dejar pasar ese comentario, y se concentró en algo que había llamado su atención.
—¿Han tenido muchos terremotos aquí?
El hombre bajó de un salto y aterrizó airosamente, haciendo gala de un cuerpo atlético y ágil, a pesar de su gran contextura. Sasuke, viéndolo más de cerca, calculó que sería apenas unos años mayor que él. Si acaso parecía mayor, era debido a la dureza de vivir en aquellos parajes.
—No, a veces algunos pequeños temblores, pero nada como esta última vez —respondió, contemplando las montañas con suspicacia y reverencia.
Sasuke tocó la pared solidificada de barro y junco. Era gruesa y estaba bien sellada, pero era demasiado pesada. Sin ninguna clase de reparo, soltó su opinión.
—Esta es una zona altamente sísmica. No están lo suficientemente preparados para otro de la misma magnitud, o mayor.
El hombre chistó, ofendido, y si había logrado alguna clase de entendimiento con el aldeano, Sasuke notó que lo había perdido. Debía recordar que ya no era Hokage, y que, por el contrario, debía utilizar la diplomacia del "igual a igual". Debía intentar emular la manera en que Sakura lograba que un paciente hiciera algo que, en principio, se negaba a hacer.
—Podría ayudar —sugirió, dejando la propuesta flotando entre ellos dos. Su interlocutor lo miró directo a la cara, y dejó de mascar un tallo que llevaba en la boca.
—Hemos aprendido a no confiar en… —empezó, mirándolo a los ojos y frunciendo el entrecejo, pero decidió cerrar la boca. Escupió la ramita a un costado y cruzó sus musculosos brazos—. ¿A qué te refieres?
Esta vez, Sasuke seleccionó cuidadosamente sus palabras. Unas que no sonaran ni alarmantes, ni acusadoras.
—Estas construcciones son útiles para conservar el calor del día, pero ante un sismo como el que tuvieron, ceden fácilmente. Al estar construidas con materiales pesados, se desploman con facilidad y caen sobre sus ocupantes. Las probabilidades de sobrevivir se reducen drásticamente.
El hombre midió sus palabras, sosteniendo su mirada durante algunos largos segundos.
—Usas palabras elegantes para decirnos que nuestras casas nos aplastarán como a hormigas —simplificó, y Sasuke no respondió nada. El hombre terminó por suspirar ruidosamente—. Tienes razón. Hubo más muertos cuando esto se les vino encima, que por los incendios. Tú lo viste.
Sasuke coincidió. Después de todo, él había ayudado a cavar los agujeros y a trasladar los cuerpos calcinados de las desafortunadas víctimas.
—Entonces, ¿qué propones?
Sasuke casi sonríe, sintiendo aquello como un pequeño triunfo personal. Recordó su quehacer diario como Hokage. De pronto, se encontró extrañando, solo un poco, las responsabilidades de su antiguo puesto.
—Por cierto, mi nombre es Emeka —dijo el hombre, y levantó el brazo para estrechar su mano. Sasuke hizo lo mismo, cerrando el saludo.
—Sasuke Uchiha —respondió a su vez. El hombre echó un soplido divertido, casi irónico.
—Lo sé. Aquí nadie olvida tu nombre.
Sasuke se abstuvo de preguntar qué había querido decir con ello. Tenía que aprovechar la brecha de confianza que se había abierto entre ellos dos.
Comenzó a señalar las casas en construcción, identificando los puntos débiles y los peligrosos, la ubicación y su disposición general. El hombre hacía un ruido ronco con su garganta ante cada explicación de Sasuke, confirmado su atención. Sasuke continuó así, hasta que una pincelada de color rosa se interpuso en el paisaje.
En la puerta del hogar donde estaban sus pacientes, Sakura se recostaba de brazos cruzados, sonriéndole misteriosamente. Casi con orgullo. La boca de Sasuke se cerró de pronto, y sin darse cuenta, quedó con el brazo suspendido en el aire. Sakura le sonrió con todos sus dientes; sus ojos verdes lo saludaron sin palabras, y luego de esos breves segundos, ella volvió a entrar.
—Es una buena mujer, ¿verdad?
La voz grave de Emeka lo trajo de vuelta al presente. Sasuke decidió ignorar la pregunta, y reanudó sobriamente a su conversación. Una sonrisa quería abrirse en sus músculos faciales.
…
…
Emeka resultó ser más inteligente y reflexivo de lo que su contextura de fortachón, de hombre tosco y trabajo duro, permitía imaginar. Sasuke no podía afirmar que ellos habían conformado un equipo basado en la plena confianza, pero, Emeka estaba haciendo un esfuerzo por escuchar sus ideas, apartando el orgullo en favor del bienestar de su gente. Sin embargo, antes de iniciar cualquier modificación en la estructura de los nuevos hogares, debían obtener el permiso de su líder, y a lo largo de algunos días, Emeka y él se abocaron a la tarea de preparar un proyecto que fuera lo suficientemente convincente para la pequeña anciana y su séquito de consejeros.
Sasuke sabía que su posición era desfavorecedora, allí no jugaba de Hokage, y su figura de shinobi estaba colmada de prejuicios. Necesitaba a Emeka para demostrar que no podían continuar construyendo esas viviendas obsoletas y peligrosas.
—¿Qué sabrás tu acerca de que es lo más conveniente para nuestra gente? Esta es nuestra tierra, solo nosotros sabemos cómo vivir en ella —Malai, la mujer que había intentado darle una bofetada a Sakura, miraba a Emeka cruzada de brazos y con el entrecejo fruncido de reproches—. Alguien que me explique por qué continuamos escuchando a estos extranjeros.
Por el contrario, la líder se mantuvo en silencio y aguardó a que él contestara. Sasuke observó de reojo a Emeka, pero este sacudió la mano, dejándole la explicación a él.
—Esta zona montañosa está emplazada sobre varias placas tectónicas —comenzó, hablando sobriamente.
—¿Sobre qué…? —preguntó, otro de los consejeros.
Sasuke rumió nuevamente acerca de cómo explicar aquello a personas que nunca habían recibido ni las clases más básicas de las disciplinas geográficas. Para su sorpresa, la líder se adelantó a dar su explicación:
—Debajo de nuestros pies hay distintas capas de tierra, formadas a lo largo de las eras. Estas continúan moviéndose, a pesar de que no lo notamos. ¿Por qué crees que las formas de las montañas que nos rodean son tan caprichosas? —respondió, luego volvió su atención a Sasuke—. Continúa.
Sasuke se quedó en silencio por apenas unos segundos, y retomó su diatriba, mientras en su cabeza se acumulaba otra pregunta más acerca de esa curiosa anciana.
—Es imposible saber cuándo será el próximo sismo, ni cuál será la intensidad del mismo. Pero necesitan estar preparados, y construir casas que sean capaces de resistir sus movimientos.
Chakwan lo miró intensamente.
—¿Y tú sabes cómo hacerlo?
Sasuke asintió, y entonces cedió a Emeka su cuota de protagonismo. El hombretón apartó la mesa a un costado, y puso sobre la tierra, una pequeña maqueta. Todos intercambiaron miradas entre cómicas y confundidas. Era una versión en miniatura de la aldea, pero en lugar de las pequeñas chozas, había casas circulares que llegaban hasta el techo en forma de cúpula, como si fuera un panal de abejas invertido. Sasuke lo miró de reojo. El aldeano había estado trabajando con entusiasmo en ese prototipo; estaba orgulloso, y Sasuke, rascándose la nariz, trató de reprimir una sonrisa. El gigantón parecía un niño presentando su proyecto de ciencias. Estaba hecho con los materiales que Sasuke habría de proponer para la construcción, de acuerdo a los elementos de la naturaleza con los que se había topado en sus primeros paseos por los bosques. También, había otras casas realizadas con la misma estructura tradicional que venían utilizando hasta ahora.
—Este es el prototipo —respondió Sasuke. Todos se acuclillaron alrededor del objeto y miraron de cerca la pequeña aldea en miniatura. La anciana Chakwan era tan pequeña, que no necesitó agacharse para verla de cerca. Malai golpeó la tierra con una palmada, al tiempo que daba una carcajada despectiva. Sin embargo, la líder la ignoró y circundó con pequeños pasos alrededor de ellos, mirando al detalle la propuesta. Luego observó nuevamente a Sasuke, esperando por su manifiesto. Sasuke carraspeó liberándose la garganta, y relató muy brevemente, la construcción de una base de control de la que él había sido responsable, y que había sido todo un éxito—. No contamos con los mismos materiales, pero podemos adaptarlos a los que encontremos aquí.
—Sasuke, muéstrales —agregó Emeka, apenas logrando disimular el entusiasmo.
Sasuke apoyó una rodilla y puso la mano sobre la tierra. Condensó chakra y lo fue liberando progresivamente. Una vibración contenida brotó debajo de sus pies, y todos miraron hacia el suelo, reconociendo las ondas sísmicas que habían sufrido semanas atrás. En la maqueta, la pequeña casa de adobe se fue resquebrajando hasta caer hecha pedazos. La otra, circular, se movió oscilante por varios segundos. Cuando Sasuke cortó el flujo de chakra, todo dejó de moverse.
El nuevo prototipo de vivienda, continuaba en pie.
Un silencio profundo se hizo por algunos segundos. Emeka se cruzó de brazos e hizo un exhalo de suficiencia. La líder volvió los ojos a Sasuke; sospesó la propuesta sosteniendo su mirada por largos segundos. Sasuke ya se estaba acostumbrando a esa forma de analizarlo: mirándolo fijamente a los ojos, buscando alguna fisura por donde entrar.
—Bien —respondió—. Pero debemos apurarnos, el invierno ya está cerca, ¿podrán hacerlo en dos meses?
Emeka y Sasuke asintieron a la vez. Malai chistó de disgusto, pero sin ningún argumento válido por oposición, decidió abandonar la reunión.
—Emeka, déjame a solas con él —ordenó. Él asintió, y salió de la casa, no sin antes echarle una mirada cómplice a Sasuke.
—Esa muchacha tuya —empezó sin rodeos—. Es algo fascinante —Ella esperó a que Sasuke hiciera algún comentario adicional, pero este se mantuvo en silencio. Él sabía perfectamente la valía de Sakura, como también sabía que esa mujer no lo había retenido allí solo para alabar a su compañera—. Debo reconocer que su llegada a este lugar fue solo un acto del destino, y aunque no me gusta reconocerlo, han salvado muchas vidas. Y, de una forma u otra, aún siguen haciéndolo —Hizo una pausa larga. Agotada, fue hasta una de las sillas y se arrojó un buñuelo rojo a la boca. Sasuke esperó en silencio, hasta que ella terminó de masticarlo. Luego, para su sorpresa, la anciana cambió el rumbo de la conversación—. Ya ha pasado un mes desde que ella se encerró con Nuwa y su hija. Apenas la has visto desde entonces.
Sasuke no estaba seguro de hacia dónde iba eso, y creyó que lo más conveniente era guardar silencio. Aunque él no pudiese verla, solo tener vistazos lejanos de ella, él podía sentir las oscilaciones de su chakra. De esa manera, podía saber cuándo Sakura estaba durmiendo, cuando estaba despierta, o si estaba físicamente agotada. No necesitaba confirmación visual alguna. Él podía sentirla, y aquello ya lo dejaba tranquilo.
—Un hombre es un hombre y tiene ciertas necesidades.
Sasuke frunció el ceño. Interpretó sus palabras y creyó adivinar hacia donde iba esa conversación. ¿Acaso la vieja estaba sugiriendo lo que él creía que estaba sugiriendo? Abrió la boca para marcarles los límites de esa conversación, pero ella se adelantó.
—El frío en los próximos días será mucho más arduo, por lo que, si quieres sobrevivir, deberás vivir en algunos de los hogares que siguen en pie, con sus familias. Pero para eso debo asegurarme que no intentaras hacer con algunas de las muchachas, lo que ahora no puedes hacer con tu esposa.
La mandíbula de Sasuke se desencajó y su boca se abrió, atropellado por la indignación que se acumuló de pronto en su garganta. Sasuke inhaló y exhaló fuertemente, con las fauces abiertas como las de un toro, y arrugó en sus manos los primeros bocetos del plano que planeaba mostrarle. ¿Qué clase de persona se creía que era? En toda su vida, jamás se le había cruzado por su cabeza algo como lo que ella estaba sugiriendo: nunca había sentido deseo sexual hacia otra mujer como con Sakura; jamás podría cometer tal acto de traición hacia ella. Y, por último, y no por eso menos importante, nunca se atrevería a incurrir en un acto tan vil hacia la vida de una mujer.
Su estado de furia e indignación era tan palpable que ni necesitaba explicarse, pero la anciana no se amilanó y continuó esperando una respuesta. Sasuke tomó un respiro profundo y se llamó a la calma. Utilizó la frialdad y la sobriedad que tan bien se le daban, y gélidamente le respondió:
—Sakura es mi única mujer, y no soy ningún cerdo malnacido.
Sasuke se sintió agraviado: esa arrugada y minúscula mujer, había logrado extraer de su boca palabras que no le diría a nadie.
—Bien —concluyó ella, sin darle más vueltas al asunto—. Parece que tienes buena relación con Emeka. Le preguntaré si puedes quedarte en su casa. Allí viven cuatro personas, él, su esposa, y sus dos hijos. Estarán algo apretados, pero apenas tendrán tiempo de dormir. Hay mucho trabajo por hacer.
Y muy resueltamente, la anciana se arrebujó en su abrigo, se apoyó en su callado, y se retiró caminando lentamente.
Sasuke la vio irse, pensando en que hacía muchísimo tiempo, nadie lo había hecho sentirse tan ingenuo e idiota.
…
…
Sasuke sentía las fluctuaciones en el chakra de Sakura, y era inevitable para él preocuparse. Nadie tenía permitido entrar en ese hogar, tan solo residían allí la madre y su hija, Sakura, y las demás parteras. Algunas ocasiones ingresaba la líder, quien daba las noticias al padre del niño y sus abuelos.
Por sus rostros, todos adivinaban que las noticias eran cada vez más sombrías.
Sasuke deseaba preguntar por la salud de la niña y de la madre, pero también por Sakura. Era absurdo e irónico extrañar a alguien que se encontraba a apenas unos metros de él, pero a quien no podía ver.
Desde que habían comenzado a pasar las noches juntos, Sakura muchas veces se dormía tomándolo de su camiseta, y de esa forma continuaba durante toda la noche. Como si no quisiera que él escapara.
Pero ahora era ella quien parecía escabullirse de él. Se reprendió mentalmente, y continuó con la ardua labor de erigir las casas. Parado en la estructura desnuda de una de ellas, Sasuke contempló la aldea, que a partir de su propuesta estaba cambiando su fisonomía y la disposición de la misma. Las personas trabajaban sin descanso, tanto mujeres como niños de cualquier edad.
Al contrario de lo que había pensado, con esas personas se sentía más cómodo de lo que nunca se había sentido con ningún ciudadano de Konoha. No se hacían llamar de ninguna forma, y no hablaban demasiado. Se levantaban horas antes de que llegara el alba, y trabajaban incansablemente hasta que el sol caía. Las tareas se dividían por destreza y no por sexo: algunas mujeres se daban a la tarea de construcción; algunos hombres a la tarea de cazar y cocinar. Hablaban lo justo y necesario, y mientras trabajaban, Sasuke podía oír como todo era un eco en conjunción con los sonidos propios de la naturaleza.
En el almuerzo, todos se sentaban en el suelo a comer de los mismos cuencos, compartiendo y comiendo en la justa medida. Era en ese momento en que las charlas, las risas y los comentarios se dejaban fluir. Sasuke se sentaba entre ellos, en silencio, sintiendo que todo era más ameno de lo que había pensado. Aunque al principio había sido incómodo, algunos de ellos habían dejado de temerle, y no hacían un rodeo cuando pasaban por su lado.
Estaba comenzando a ser absorbido por esa gente, sin apenas darse cuenta.
¿Cuál era la razón de sentirse tan a gusto? Tuvieron que pasar varios días, para darse cuenta que todos y cada uno de ellos, le recordaban lo que había sido pertenecer a una comunidad. Personas diligentes, trabajadoras, organizadas, duras, pero prácticas, y con un sentido de pertenencia y solidaridad. Le recordaban a como él se había sentido de niño, cuando todo lo que componía su mundo eran sus padres, sus hermanos, y su clan Uchiha.
No había inconvenientes en la convivencia con su "familia de acogida". El trabajo era tan arduo, que, al finalizar el día, todos apoyaban la cabeza en la litera y dormían profundamente. Sasuke incluido también. Antes de cerrar los ojos, él chequeaba el nivel del chakra de Sakura. Cuando sabía que ella estaba durmiendo, él también podía hacerlo.
Un viento helado descendió de las montañas, atravesó los árboles y llegó hasta ellos. El cuerpo de Sasuke tembló ante un escalofrío y Emeka le acercó un cuenco con unas bayas moradas. Eran los frutos de los que hacían los buñuelos y todo tipo de preparaciones. Aunque había intentado sonsacarles donde conseguían aquello, nadie respondía. Se echó uno a la boca y lo relamió, sintiendo como su cuerpo era invadido por una calidez reconfortante.
—En poco tiempo comenzara a nevar. Debemos apurarnos —comentó. Sasuke asintió. Cuando estaba a punto de volver a sus planos, captó el gesto hosco de Emeka, mirando algo que estaba detrás de su espalda. Sasuke volteó mirando hacia abajo. A lo lejos, podía ver la casa donde Sakura estaba internada con la madre y su niña.
Sakura estaba en la puerta. Sasuke tuvo el impulso de bajar de un salto e ir hacia ella, pero entonces notó que allí también estaba Khalan, acompañado por ese sujeto que era su padre, al que había rescatado semi inconsciente.
Sasuke soportó las llamas amargas, y conocidas, de los celos sulfurándole el estómago.
Ese hombre entregaba algo a Sakura, y ella lo recibía con una ligera reverencia. Era una bufanda de color castaño. Sakura se la envolvió alrededor del cuello, arropándose rápidamente, y dirigió a Khalan algunas palabras. Este hizo varias reverencias respetuosas, pero era su padre quien no dejaba de conversar. Él se reía, pero Sakura apenas sonreía. Sasuke sabía que si lo atendía era por pura educación. Ella deseaba volver con sus pacientes.
Sintió deseos de correr hasta allí, quitar del cuello de Sakura esa horrible bufanda de mal gusto, y mandar a volar a ese sujeto, al punto más alto y congelado de las montañas.
—Yo tuve una novia —Emeka habló a su lado. Sasuke volteó para escucharlo—. Era la más bonita entre todas las mujeres, la más inteligente entre todos nosotros. Pero luego lo eligió a él. Le decimos el "Hombre de la lengua larga".
—Papa, cállate —recriminó su hijo, y le hizo una sonrisa compasiva a Sasuke.
Volvió la vista a Sakura. Ella ya había regresado con sus pacientes.
Las palabras de Emeka, quedaron flotando alrededor de él, como mosquitos zumbando en el oído.
…
…
Ya sin días soleados, el verano con sabor a invierno se despedía de la pequeña aldea. Las temperaturas descendían un poco más con cada despertar, y Sasuke tuvo que reconocer que la anciana tenía razón: de haber continuado durmiendo en aquella tienda, una madrugada podrían haber encontrado una versión congelada de su cuerpo.
Gran parte de los hogares estaban finalizados, cada familia se aprestaba a esperar el largo invierno, y Sasuke, con el placer de la tarea realizada, se permitió tiempos de ocios, para continuar recorriendo toda la zona. El trabajo diario durante la construcción había construido lazos de confianza entre los aldeanos y él, pero aquello no implicaba que estos se sintieran totalmente cómodos en su presencia. Claramente ansiosa por alejarlo de su gente, la anciana le había cedido una de las casas recién construidas, la más alejada, para que habitara allí hasta que Sakura diese por concluida su tarea.
Sasuke solo esperaba que Sakura cumpliese con su trabajo y su compromiso como médica; que la madre y la niña se recuperaran, para marcharse de allí. Tenía la certeza de que el País de la Tierra no tenía conocimiento de aquella población, y la posición de ellos dos allí, podía poner en serios aprietos las relaciones entre ambas naciones, si alguien se enteraba. Albergaba muchas dudas acerca de aquellas personas: ¿Qué hacían viviendo allí, en un lugar tan naturalmente hostil para un ser humano? No parecían tener ninguna clase de contacto con poblados cercanos (teniendo en cuenta que lo más cercano allí, debía estar a una semana a pie, cruzando caminos peligrosos y mortales). Probablemente llevaban muchas generaciones allí, pero entonces, ¿cómo sabían acerca de la existencia de los Uchiha, un clan que, si bien famoso, formaba parte de la historia de un lugar tan remoto de allí?
Nunca hizo preguntas, ya que pronto se marcharían, y realmente temía por las consecuencias diplomáticas que aquello podía ocasionar. Además, Sasuke sabía que la anciana vigilaba sus movimientos, todo lo que hablaba con su gente, y aunque no existía la tensión y la desconfianza inicial, eso no implicaba que ella haya relajado su vigilancia.
Sabiendo de aquello, optó por caminar por sus páramos, y comprobar que, así como el frío se acentuaba, la belleza de aquel lugar lo hacía por igual. Podría haber permanecido en el interior de ese hogar, acompañado de su cómoda soledad, pero él prefería recorrer los profundos bosques que antecedían a las montañas mastodónticas. Cubiertas de nieve, estos eran el indicador de que aquel fantasma blanco, pronto llegaría hasta ellos también. El bosque era caprichoso en su extensión, con laderas empinadas y algunas superficies planas, era ideal para ejercitar sus piernas. Sus árboles antiguos, altos, se extendían como replicas frente a sus ojos. Ya sea que uno mirara hacía adelante, o volteara hacía atrás, era como estar en una habitación espejada. Sin sentido de la orientación, las probabilidades de extraviarse eran muy altas.
Su oído había terminado por volverse sensible a cada pequeño sonido que ocurriese: el crujir de las hojas, los pequeños animales ocultándose de él, o el zumbido de los insectos. Y también, los pasos livianos de unos niños, caminando detrás de él. Siguiéndole disimuladamente.
Sasuke sabía de sus pequeñas presencias hacía, por lo menos, una hora. Pensaba que al poco tiempo se cansarían y lo dejarían, pero no fue así, y saber que esa caminata no estaba siendo en absoluta soledad, estaba arruinando su paseo preferido.
Volteó repentinamente y vio sus figuras torpes saltar, ocultándose detrás de un árbol. Eran, como lo suponía, Khalan y su hermana menor.
—Salgan —ordenó, y esperó por unos segundos, pero ninguno de los dos se movió de su escondite. Suspiró ruidosamente y volvió a hablar, con más ahínco—. Hace una hora que me están siguiendo. Salgan de una vez.
Khalan fue el primero en descubrirse, claramente obligado, ya que trastabilló y cayó de rodillas. Se levantó de un salto y se limpió la ropa, mirando abochornado hacia el suelo.
—Tú también —volvió a ordenar Sasuke, y esta vez, con un salto juguetón, la niña se dejó ver, curvando sus labios en una sonrisa traviesa—¿Y bien? —preguntó, casi chistando la lengua. La niña codeó a su hermano, y su hermano la miró, negando pavorosamente. Sasuke suspiró hastiado y volteó para reemprender su caminata.
—¡Espere, espere! —la niña corrió hasta alcanzarlo. Sasuke fue compasivo, y desaceleró sus pasos, algo que era bastante difícil, teniendo en cuenta que un paso de sus piernas largas, equivalían a tres pasos rápidos de la niña. Esta agarró a su hermano mayor de la muñeca, y arrastrándolo junto a él, comenzó a parlotear con mucha energía—. Mi padre nos ha dicho que debemos agradecerle por lo que ha hecho por nosotros.
Sasuke casi chistó. Ese hombre mandaba a sus hijos a dar las gracias por él, mientras a Sakura, la visitaba personalmente, y le hacía regalos. De solo recordar sus mejillas blancas, rojas por el frío y cubiertas por esa bufanda, se le retorcía el estómago. No había que ser demasiado avispado para notar cuales eran sus intenciones. Desde aquel momento en que Sakura había ayudado a ese hombre a ponerse en pie, Sasuke había notado el brillo lascivo en sus ojos, esa liviandad repentina que atrapaba el rostro de un hombre, cuando veía a una mujer bella y atractiva, como lo era Sakura. Sasuke podía ser muy bueno disimulando sus celos, pero aquello no implicaba que odiara a todos y cada uno de esos babosos cerdos.
—Ya lo han hecho, pueden irse —respondió.
Iba a usar sus habilidades shinobis para desaparecer de allí y librarse de ellos, pero algo tan simple como unas campanillas blancas, silvestres, atrapó su atención. Conservaban las pequeñas gotas de rocío de la madrugada, pero congeladas, convirtiéndolas en cristales preciosos. Deseaba que Sakura estuviese allí, ella tenía una sensibilidad mayor que él para la observación de la naturaleza, y no esos dos niños latosos. Sobre todo, la niña, quién parecía tener grandes habilidades para crear conversaciones incómodas.
—Nuestros abuelos dicen que los ninjas son asesinos profesionales, ¿eso es verdad?
—¡Meena! —reprendió Khalan a su hermana. Sus mejillas se habían enrojecido y miró a Sasuke, abochornado—. No le haga caso.
Por el contrario, Sasuke tuvo que reprimir una sonrisa, y aceptó que estaba un poco aburrido y que le vendría bien entretenerse a costa de aquellos dos. Quería medir hasta donde llegaba la valentía de esa niña. Puso una rodilla sobre el suelo, quedando a la misma altura que ellos.
—¿Y que sí así fuera? —preguntó, mirando muy especialmente a Meena. Aunque un mechón de su cabello cubría su Rinnegan, Sasuke bien sabía que más temor causaba lo que se ocultaba, que lo que se mostraba. Sin embargo, el entusiasmo en la niña no hizo más que crecer, y sin contener una mezcla de temor y emoción, volvió a preguntar:
—Entonces, ¿ha matado alguna vez a alguien?
—¡Basta ya Meena! —volvió a reprender su hermano. Sasuke sabía que Khalan era un niño valiente, pero mucho más sentimental y sensible que su hermana menor. Claramente, le daba pavor el rumbo al que estaba yendo la conversación.
—Solo a los malos —respondió Sasuke, y cuando estaba a punto de ponerse en pie, la niña lo sujeto de la manga de su abrigo.
—Los abuelos también dicen que sus ojos pueden crear todo tipo de ilusiones.
Khalan estaba listo para reprender a su hermana una vez más, pero cuando ella terminó de hablar, él cerró la boca y, en silencio, espero por la respuesta. Sasuke tuvo de pronto a dos pares de ojos observándolo con la atención más completa, sincera y directa. Era el dueño absoluto de la curiosidad de aquellos dos.
—¿Cómo saben sus abuelos lo que mis ojos son capaces de hacer?
Ambos hermanos se miraron entre ellos, buscando la respuesta en el otro, y terminaron por encogerse de hombros, sin saber muy bien cómo responder aquello.
—Siempre nos cuentan historias —comenzó a relatar Khalan, pero recibió un codazo de su hermana. Aunque la niña acercó la boca al oído de su hermano, para susurrarle unas palabras en secreto, Sasuke escuchó perfectamente lo que ella dijo:
—¡Chakwan nos prohibió decir nada a los extranjeros! —susurró, y luego volvió con una sonrisa pícara al adulto frente a ellos—. ¿Entonces es verdad? ¿Puedes hacernos ver lo que te pidamos?
—¿Y quién les dijo que accedería? —replicó. La sonrisa entusiasmada de ambos hermanos se esfumó, como lo hacía Kakashi cuando tocaba pagar la cena. Fue tal la actitud desahuciada de sus hombros y sus cejas, que Sasuke se sintió un poco culpable. Suspiró y asintió con la cabeza—. Sí, puedo hacerlo. ¿Qué es lo que quieren ver?
Sasuke se sorprendió a si mismo al escuchar la suavidad con la que les había hablado. Era casi la misma forma en que le hablaba a Sakura, cuando no había nadie alrededor. ¿Qué es lo que estaba ocurriendo con él? Dos mocosos habían hecho morisquetas afligidas, y él ya estaba doblegando su voluntad sin ninguna resistencia.
—¡Tu pueblo! —respondió Khalan inmediatamente, juntando las palmas de las manos sobre su frente. Meena, viendo que su hermano le había llevado la delantera, dio una patada al suelo enfurecida, pero después de pensárselo unos segundos, resolvió que sería interesante ver qué era lo que había más allá de esas montañas.
—¡Si! ¡Muéstranos el lugar de dónde vienes! —se unió a su hermano, y dio algunos saltos de alegría.
Sasuke se sentó de rodillas sobre la tierra, y los niños lo imitaron. Con sus diminutos puños sobre sus piernas, en una postura muy correcta y diligente, parecían discípulos esperando la lección de su sensei.
—Puede que se sientan algo agotados luego, ¿están de acuerdo? —Ambos niños cabecearon al unísono, ansiosos—. Bien, mírenme directo a los ojos.
Los niños abrieron los ojos lo más grande que sus parpados le permitían, y todo el conjunto de su rostro le resultó casi cómico, caricaturesco. Sasuke activó el sharingan en su ojo derecho; el iris de su ojo negro dio paso a una lava carmín, y los niños reaccionaron dando un respingo. En realidad, no había necesidad alguna de activarlo, con un simple genjutsu sería suficiente. Pero Sasuke también había sido un niño, y la primera vez que había visto por accidente el Sharingan activado de su padre, había sido presa de una sensación difícil de explicar: como si de pronto viera el poder inconmensurable del universo a través de aquellos ojos, haciéndolo consciente de lo insignificante que era su existencia.
Los niños no se movieron, Sasuke admiró su valentía, y puso en marcha la ilusión que ellos habían elegido experimentar.
Silenciosamente, los árboles a su alrededor desenterraron sus raíces de la tierra, y se sacudieron como un perro quitándose el polvo. Se arrastraron lentamente, buscándose los unos a los otros. Los hermanos hicieron un exhalo mudo, quedando boquiabiertos. Los árboles se juntaron, se desarmaron en troncos y se convirtieron en madera; se apilaron los unos a los otros, y como si danzaran en una tormenta, se fueron transformando a ellos mismos en estructuras de distintas formas y tamaños: Sasuke construyó casas antiguas, edificios modernos, calles de adoquines, calles de cemento, y otras de tierra. Todo tal como recordaba de Konoha: edificios circulares, algunos desordenados y desvencijados, otros más pulcros y rectos. Las ramas finas de los árboles se convirtieron en el caprichoso tendal de cables que cruzaban la ciudad. Las flores silvestres a su alrededor estiraron su tallo hacia el cielo, y crecieron hasta convertirse en figuras humanas caminando alrededor de ellos, riendo, conversando, ocupándose de sus tareas diarias. Recordó que en Konoha debía ser primavera, por lo que eligió llenar las calles de procesiones festivas y coloridas. Las nubles plomizas dejaron pasar un tímido rayo de sol, y aquello bastó para que se esfumaran por completo, dejando un cielo azul y limpio, con un sol que se alzaba abrasador en el punto más alto del mediodía.
—¡Esto es el calor! —rio Meena.
Las siluetas humanas caminaron alrededor de ellos: estaban en un mercado callejero, y había una música compuesta por la algarabía de las conversaciones entusiasmadas de los ciudadanos de Konoha: personas comprando, vendedores ofreciendo sus mercaderías a los gritos, muchas risas y alguna que otra discusión. Justo al lado de ellos, un grupo de niños pasó pateando una pelota, ganándose el regaño de los adultos, a los que les entorpecían el camino.
De pronto, la pelota voló hacia Khalan, y este, que aún no había podido cerrar la boca, no advirtió como la pelota volaba directo a su nariz.
—¡Eh, tu niño, atrápala! —gritó uno de ellos. Meena atajó la pelota a escasos centímetros del rostro de su hermano. Ella se puso de pie y miró lo que había atrapado, aun no creyéndoselo. La sopesó, notando que era tan real como las falanges de sus dedos, y luego la arrojó nuevamente a los niños. La pelota pasó rosando la mejilla de Sasuke. El grupo de niños se marchó de la misma forma en que había llegado. Los hermanos se miraron entre ellos, y sus cuellos no alcanzaban a moverse lo suficiente para observar todo el universo de elementos nuevos y desconocidos que había alrededor de ellos: una explosión de sonidos, colores, y formas que nunca habían alcanzado, siquiera, a imaginar.
Sasuke sintió que la energía vital de los niños comenzaba a alterarse, por lo que lentamente disolvió la ilusión. Su iris volvió a ser de color negro. Los dos niños, continuaban de rodillas en la tierra frente a él.
—Muy lentamente, abran los ojos —les indicó.
Ambos así lo hicieron. Observaron a su alrededor, y se encontraron con el paisaje cotidiano: bosques y montañas. Aun boquiabierto, Khalan se restregó los ojos y se palmeó las mejillas, pero su hermana salió de su estupefacción y de un salto volvió a ponerse en pie, agitando los brazos y las manos con entusiasmo.
—¡Eso fue impresionante! —gritó Meena, y se arrojó a darle un abrazo rápido a Sasuke. Luego apuró a su hermano a reaccionar, y los dos se pusieron a describir, casi a los gritos, lo que habían visto.
Sasuke sintió una calidez muy extraña en su pecho. Nunca pensó que sus habilidades ninjas, podrían hacer feliz a un niño. Pero no alcanzó a sopesar la idea, ya que vio a los niños trastabillar, golpeados por un súbito mareo. Sasuke se apuró a atraparlos a ambos en sus brazos, justo antes de que cayesen al suelo. Sus niveles de chakra habían descendido. No era nada que comprometiera su salud, pero debían descansar.
Esperaba que Sakura nunca se enterara de esto, de lo contrario, tendría que aguantar una larga perorata acerca de la irresponsabilidad.
—¿Se sienten bien? —preguntó. Los dos niños asintieron levemente, pero apenas podían mantenerse en pie. Se maldijo a si mismo por haber extendido la ilusión más allá de lo que sus pequeños cuerpos podrían soportar. Sasuke alzó a cada uno en un brazo. Pesaban tan poco, que podía llevarlos sin que les supusiera ninguna dificultad. Completamente entregados, ambos niños acomodaron sus cabezas en su hombro, y se dejaron llevar por ese hombre.
Luego de esa experiencia, ya no les parecía tan espeluznante. ¿Un hombre malvado podría haber hecho algo así por ellos? ¿Es que acaso sus abuelos, sus padres, se habían equivocado?
—¿Ese es el lugar donde usted vive? —preguntó Khalan, acomodándose aún más en el fuerte sostén del abrazo de ese hombre. Se sentía cada vez más somnoliento. Quería cerrar los ojos para rememorar las maravillosas imágenes que ese hombre les había mostrado, pero tampoco quería caer dormido.
—Sí —respondió.
—¿Siempre hay esa cantidad de sol? —preguntó a su vez Meena. Por la fragilidad de su voz, Sasuke podía darse cuenta que ella también estaba luchando para evitar quedarse dormida.
—La mayor parte de los meses —explicó. No se había percatado de lo soleado que solía ser Konoha, aún en los inviernos más duros.
—¿Y esas flores de color rosa? ¿esos pétalos que caían? ¿cómo se llaman? —preguntó Khalan, suprimiendo un bostezo. Sus párpados se abrían y se cerraban.
Sasuke se sorprendió. ¿Había creado en ese escenario un árbol de cerezo, con sus pétalos en pleno florecimiento? No había sido consciente.
—Es un árbol de Sakura. Así se llaman —respondió.
—¡Tiene el mismo nombre de su compañera! — acertó. Sasuke notó que Meena ya había caído profundamente dormida, y su cuerpo ahora pesaba, apenas, un poco más. Pero Khalan continuaba hablando, en susurros somnolientos, extasiado en su curiosidad de niño—. Es un árbol muy bonito. Quisiera que existiesen aquí. ¿Puedes mostrármelo otra vez, algún día?
Sasuke pensó que no era bueno volver a repetir esa experiencia. Si la líder de allí se enteraba, seguramente iba a recibir buena reprimenda. Le daba igual, excepto por el hecho de que aquello podía entorpecer el trabajo de Sakura.
—Quizás —respondió. La respiración sosegada de Khalan, le dijo que él también se había dormido.
Caminó a través del camino sinuoso que bordaban los árboles. Algunas aves zumbaban canciones, marcando el atardecer. Dos niños dormían apaciblemente en sus brazos, y, al contrario de lo que podría haber imaginado, no era extraño, ni incómodo. Era, incluso, un sentimiento conocido. Como cuando era apenas un genin, y él debía estar cuidando las espaldas de Naruto y Sakura, vigilando que no cometieran estupideces que los pusiesen en peligro. Protegiéndolos.
Eran dos mocosos que dormían a gusto, como si estuviesen descansando sus cabezas en el regazo de un padre.
Sasuke se preguntó si era correcto, que todo aquello se sintiera tan natural.
…
…
Como era de esperarse, al regresar al poblado con dos niños dormidos a cuestas, una ola de murmullos se elevó a su paso. Ya había olvidado lo que era tener esa absoluta atención en él. Caminó simulando normalidad, hasta la casa de la familia de los niños.
Afuera, los hermanos mayores estaban aplastando las bayas rojas con un mortero. Sasuke se preguntó una vez más de dónde conseguían esas pequeñas frutas rojas, que no había hallado en ningún lado. Todos habían evitado responderle.
Los adolescentes se pusieron en pie al ver a Sasuke.
—Estuvieron jugando y se quedaron dormidos —explicó, sin dar más detalles. Justo a tiempo, el padre de esa familia salió a la puerta. Emeka había apodado a ese sujeto, sin disimular su rencor, "El hombre de la lengua larga".
Ambos adolescentes tomaron los cuerpos dormidos de sus hermanos menores, y se metieron a su hogar. El padre de la familia, limpió sus manos en su ropa, y agachó ligeramente la cabeza, en una sonrisa bastante forzada.
—Gracias por haberlos traídos hasta acá —comentó—. Disculpe si lo molestaron.
Sasuke no estaba dispuesto a decir absolutamente nada. Ya había acumulado suficientes razones para decir que aquel hombre no le caía bien. Si lo miraba con detalle, era alto, con un cuerpo macizo como todos los hombres de allí, pero con un rostro agraciado que, entendía, debía ser el suspiro de las muchachas de esa aldea. Sasuke nunca había entendido por que las niñas siempre lo habían perseguido en la infancia, hasta que Sakura una vez lo situó frente a un espejo y describió, palmo a palmo, la supuesta belleza de su rostro. Si comparaba esa descripción, con la de este hombre, de cejas justas, ojos negros y profusos cabellos, podía decir con certeza que era un hombre al que las mujeres reconocerían como atractivo.
Era algo que a él lo traía sin cuidado. Sin embargo, ese acercamiento que había tenido con Sakura, y ese regalo innecesario, lo pinchaban obsesivamente.
—Estaré en deuda con ustedes por habernos salvado —comenzó a hablar, sin mirarlo a los ojos, sino a su barbilla. Si Sasuke hubiese sido capaz de ver las facciones de su propio rostro, lo severo de su mirada y su postura en general, podría haber reconocido lo valiente que era ese sujeto al continuar hablándole—. Solo le pido que trate de mantenerse alejado de mi familia. Procurare que los niños no vuelvan a molestarlo.
Y con eso, el hombre hizo una pequeña reverencia y se metió raudamente a su hogar.
Sasuke permaneció algunos segundos mirando la puerta cerrada. "El hombre de la lengua larga", no le había dado la oportunidad de replicar. Porque lo habría hecho con una advertencia:
—Y tú no vuelvas a acercarte a Sakura.
La respuesta quedó picando en la punta de su lengua, como el ardor incómodo que deja una comida con pimienta.
…
…
Sasuke caminó hasta su hogar temporalmente asignado, el más alejado del círculo del pueblo, ignorando algunos saludos tímidos al pasar. No era mala educación, solamente que no podía abandonar el mal humor que lo había invadido de pronto, ante las palabras de ese individuo.
Ni siquiera sabía su nombre. Era apenas un hombre insignificante de un pequeño poblado perdido en las montañas. Pero no podía sacar de su cabeza la sonrisa cansada de Sakura, agradecida, mientras se acomodaba la bufanda alrededor de su cuello.
Si no hubiese estado enfurruñado en sus pensamientos, batallando con sus celos, hubiese sido capaz de notar cierto chakra esperándolo en el interior del hogar. Sakura estaba de brazos cruzados y mirando hacia arriba, estudiando el techo en espiral. Le recordaba a la forma que tenían las capelinas de helado que comía en Konoha.
El estómago de Sasuke dio una voltereta cuando ella bajó la vista y le sonrió con ternura.
—Que trabajo tan increíble has hecho, Sasuke-kun —sonrió, acariciando las paredes de la casa—. Estoy muy orgullosa de ti.
Sasuke reparó en sus profundas ojeras; en el contorno de sus brazos, más finos y delgados. Ella caminó hasta él, y se arrojó sobre su pecho, rodeándolo con sus brazos, y hundiendo la cabeza en su cuello. Suspiró largamente.
—Te extrañe mucho —susurró. Sasuke la abrazó, pero no respondió nada. Ahora que la tenía así, estrecha junto a él, confirmó que Sakura había bajado de peso.
—Estás más delgada —respondió, dejando entrever un reproche. Ella se separó de él y frunció los labios, encogiéndose de hombros. Hubo unos breves segundos de inseguridad y agotamiento que cruzaron sus ojos verdes, antes de que ella reemplazara todo con una sonrisa forzada, poniendo empeño en que él no notara ni el cansancio, ni la tristeza.
—Ellas me dijeron lo mismo —contó, separándose de él y tomando un tazón de barro, sirviéndose agua de una jarra. Tomó de a pequeños sorbos.
—¿Ellas? —Sasuke preguntó. Tomó asiento en el camastro, y lo mullido de las pieles, le calentaron el cuerpo enseguida.
—Las parteras y curanderas de aquí, por supuesto —explicó, con entusiasmo, y se sentó a su lado. Sakura comenzó a hablar rápido, en voz alta y animada. Atropellándose con palabras y expresiones elocuentes. Sasuke sabía que era un mecanismo de defensa, que ella utilizaba para enmascarar sus preocupaciones—. Son mujeres muy sabias, saben todo acerca de las plantas medicinales y venenosas de aquí. Pero en todas las oportunidades en que intenté sacarles algo de información sobre esas bayas rojas, cambian de tema, o simplemente me ignoran. Son orgullosas, tuve que usar todos mis dotes para entendernos. ¡Hasta dos de ellas han aceptado que les enseñe a manejar chakra! Todas tienen mucho potencial, por supuesto, una de ellas incluso…
Sasuke tomó las manos de Sakura, y las envolvió en las suyas. La miró a los ojos y alzó una ceja acusativa, impidiéndole seguir con toda esa actuación. Sakura captó el mensaje y su mirada se volvió acuosa de pronto. Bajó un poco su barbilla, pestañeó varias veces, y respiró profundamente. Luego, soltó.
—No va a sobrevivir —sentenció. Sasuke asintió en silencio.
—La niña —adicionó él, para confirmar. Sakura asintió varias veces, y se soltó de sus manos. Se tomó la frente y su voz, antes animada y chillona, se volvió funesta y desesperanzada.
—Apenas puedo mantenerla con vida. Día a día, su vida se me escapa. Soy incapaz de saber lo que ocurre. Lo he intentado todo, todo, Sasuke-kun. Pero es tan extraño, no lo entiendo. No lo entiendo. Escapa a mis conocimientos. Nunca me he sentido tan inútil.
Sakura escondía su rostro, y aunque él le pasó una mano sobre su espalda, ella no se dejó ver. Sasuke se acuclilló frente a ella, y tomándola por el mentón, la obligó a levantar la cabeza. Para su sorpresa, Sakura no lloraba; sus ojos estaban inyectados de impotencia y frustración.
—Pensé que estarías llorando —le dijo, y Sakura abrió la boca, ofendida. Pero vio la sonrisa burlona de Sasuke y le palmoteó el hombro, haciendo que cayera de nalgas al suelo. Él lo hizo con gusto: había logrado sacarle una pequeña sonrisa.
Ambos se quedaron en silencio, y a los pocos segundos, Sakura volvía a la misma postura derrotada del principio.
—Estás haciendo todo lo que está en tus manos, Sakura.
—Pero no es suficiente.
Con delicadeza, Sasuke la tomó por los hombros y la obligó a recostarse. Sakura se dejó maniobrar, como si le hubiesen quitado la fuerza de sus músculos. Sasuke también se tumbó, de costado y frente a ella.
—Nuwa está más preparada para dejarla ir. Es apenas una adolescente, y, sin embargo, es tan sabia… —susurró—. Las parteras me han ordenado que descanse, que ellas la cuidaran, que me avisaran si algo ocurre.
Sasuke cabeceó estando de acuerdo.
—Entonces duerme. Vigilaré —le dijo. Ella cabeceó y cerró los ojos. Sasuke notó que una de sus largas trenzas estaba enroscada de una forma incómoda en su cuello, por lo que desarmó sutilmente el peinado. Su cabello quedó suelto. Ella sonrió sin abrir los ojos, y volteó dándole la espalda. Sasuke descansó una mano sobre su cadera y ella descansó la espalda sobre su pecho.
Sasuke suspiró profundamente. Algo tan simple como un abrazo de Sakura, lo devolvía a la cotidianeidad que tanto había añorado.
Afuera, el trajín nocturno de los aldeanos se iba apagando. La mayor parte de ellos se habían retirado a la seguridad de sus nuevos hogares. Sasuke puso empeño en dormir, pero la curvas y la suavidad del cuerpo de Sakura, el que tanto había evocado y deseado en la soledad de esos tres largos meses, descansaba a apenas centímetros de él. Ansiaba abrazarla, besarla largamente, desvestirla, y hacerle el amor lentamente, sin prisas.
Se sintió poco menos que un tacho de basura. Ella estaba agotada, física y mentalmente, por todo el arduo trabajo que había estado realizando con Nuwa y su hija. Cargando con el peso de mantenerlas con vida. Él, en cambio, solo estaba centrado en su calentura acumulada.
Cerró los ojos, y se concentró fuertemente en dormir. Por fin podía tenerla a su lado. Con eso bastaba. Sin embargo, su voz cristalina y clara, le habló.
—Sasuke-kun, ¿puedes besarme?
Fue como si un animal salvaje se sacudiera dentro de su cuerpo. El estómago de Sasuke vibró. Sakura tenía unas nalgas redondas, rebosantes, que ahora casi rozaban su pelvis, como si le susurraran: "Acércate, acércate". Pero él no quería ser rudo, ni dejarse llevar por sus deseos. Sakura apenas tenía energías, por el contrario, a él su testosterona lo estaba poseyendo por completo. Si la besaba, sabía que luego no podría contenerse.
—Sakura, creo que... —suspiró, intentando explicarse. Pero ella volteó para enfrentarlo. Permaneció de lado, apoyando la cabeza sobre las mantas; sus ojos más despiertos de lo que cabría esperar.
—No me harás daño, si es lo que temes —le dijo, esbozando una sonrisa—. Además, creo que lo necesito —agregó. Sus mejillas se fueron coloreando—. Quiero que me hagas el amor, Sasuke-kun.
Y a ese animal salvaje le soltaron la correa. Una oleada de vibraciones compuesta de emociones diversas lo sobrevino: el pecho se le abarrotó de ternura, por sus ojos verdes, agotados pero suplicantes de caricias. En su pelvis, su miembro pulsó, tan palpitante, que supo que, sin tocarla, sin tocarse, había tenido una erección inmediata. Se encaramó sobre ella, Sakura abrió sus brazos y Sasuke la levantó, asumiendo todo el esfuerzo de sostenerla entre sus brazos. La besó, atrapando sus labios, abriéndole la boca, y Sakura lo recibió con una lengua urgente.
—Lo siento —le dijo ella.
—¿Qué…? —casi jadeó.
—Por tenerte abandonado —respondió.
Sasuke meneó la cabeza, y la recostó sobre las mantas nuevamente. Le acarició la mejilla, y la pera redonda. Le quitó las camisetas, superpuestas para combatir el clima gélido, y se encontró con sus pechos blancos, y sus pezones erectos por el frío. Sakura tiritó y se abrazó a sí misma; Sasuke tiró por encima de ambos la manta, cubriéndolos. Ella metió las manos por debajo de su camiseta, y le acarició el estómago. Bajó la mano por su pelvis, hasta encontrarse con su erección, que pujaba por salir de su pantalón. Lo acarició por encima de la tela, y Sasuke cerró los ojos, suspirando. Se abalanzó a su boca, y la besó, desesperado como un adolescente a las puertas de su primera vez.
Sakura cerró los ojos, sintiendo la lengua de Sasuke acariciar con urgencia su paladar, sus labios, sus dientes. Los suspiros crecían en jadeos más urgentes. Sasuke se sostuvo apoyándose en su antebrazo, y con su otra mano, discurrió sus dedos por la costura del pantalón de Sakura, metiendo sus dedos por debajo de su ropa interior. Se topó con el colchón de sus rizos, y acarició con sus dedos los pliegues de su carne, que lo recibieron con una humedad resbaladiza. Sakura jadeó con el aire que le brotó desde la garganta. Necesitaba más, mucho más. Abrió sus piernas; los dedos de Sasuke bailaron hacia su interior, y Sakura cantó un largo gemido. Ella devolvió ese regalo de la misma manera: desabotonó su pantalón y sin ceremonias atrapó su erección. Jadeó por la sensación de tenerlo nuevamente en sus manos. Se besaron y se masturbaron mutuamente. Ya no había ni frío ni cansancio.
Sasuke estaba desesperado por enterrarse en ella.
Se ayudaron torpemente a quitarse los pantalones, que volaron fuera de allí en pocos segundos. Las luces de las velas parpadeaban las sombras danzantes de los objetos, y le daban a la piel de Sakura, una tonalidad anaranjada. Los ojos verdes de ella lo miraban con adoración, y Sasuke seguía sin entender que tenía él, para ser merecedor de su amor.
Desnuda debajo de él, Sasuke besó su estómago, y fue bajando por allí, lamiendo y besando; consolando su tristeza y aligerando su cansancio, con labios y lengua. Se concentró en estimular ese pequeño botón, acariciando todo lo que había a su alrededor. Sentir el sabor picante en su lengua, los pliegues mojados en su boca, o los gemidos abandonados que Sakura hacía cuando alternaba con sus dedos… Lo había extrañado todo, todo.
Sakura lo tomó del rostro, y lo hizo que volviera su atención a ella. Sasuke la miró confundido.
—Te extrañé —ella susurró—. Y, sobre todo, aquí dentro.
Sakura pasó las manos por las nalgas de Sasuke. La erección de Sasuke la apuntaba, y Sakura la vio con ojos brillantes, deseosa de tenerla adentro de ella.
Sasuke apenas podía contener la emoción y la excitación. Le besó el cuello, amasó con delicadeza sus pechos, y no quería ser brusco ni apurado, pero realmente necesitaba cubrir cada porción de su piel, que no había podido tocar en todos esos largos meses. Sakura, con un hábil movimiento, intercambió posiciones, y fue Sasuke quien esta vez quedó debajo de ella. Ella se sentó sobre una de sus piernas, y frotó su entrepierna en el muslo de Sasuke, mirándolo a los ojos, mientras se agarraba sus propios pechos, apretándoselos y tirando de sus propios pezones.
Sasuke sonrió: a Sakura le encantaba jugar esos juegos. La erección de Sasuke apuntaba directamente hacia ella, rogando por su atención, y Sakura se hincó sobre sus rodillas. Sasuke levantó su cuello, para poder ver la maravilla de Sakura abriendo sus labios, para engullirlo en su boca.
Hizo un largo gemido, y sus piernas temblaron.
—Sakura —susurró, cerrando los ojos. No se suponía que fuera así. Era él quien debía estar atendiéndola a ella, consolando sus tristezas. Sin embargo, estar en la boca de Sakura, sentir como su lengua lamía sus testículos, e intercambiaba friccionando con sus manos, era algo con lo que había soñado cada noche. Sakura gemía hundida en su propia excitación, y mientras procuraba darle placer, ella tocaba su propio cuerpo, sin abandonarse. Sasuke se apoyó en sus antebrazos, para poder ver toda la extensión de la belleza imparable que le resultaba su compañera.
Sakura sabía cuándo estaba a punto de correrse, por lo que no fue necesario pedirle que parara. Ella se acomodó entre sus piernas, y separando los labios de su vulva, bajó lentamente hacia su erección, hasta acomodarse en él. Encajaron tan perfectamente, que suspiraron casi riendo.
—Te amo Sasuke-kun —murmuró ella, y apoyó sus manos sobre la litera, para comenzar a subir y bajar a gusto. Sasuke la tomó de la cintura, y sus manos grandes pasaron de allí a sus nalgas. Las apretó, las acarició. Comprimía la mandíbula, y cerraba los ojos, preso de la increíble sensación de verse apretado en su carne húmeda. De escuchar sus suspiros, de cómo sus caderas se apretaban a él.
Quería acabar. Quería llenarla de todo su semen; que sus labios desbordaran de él. Y de pronto recordó que, antes de llegar allí, Sakura le había dicho que se estaba quedando sin su píldora.
Ajena a sus pensamientos, Sakura ya se movía en sus últimos estertores, con los ojos cerrados, víctima de su propio orgasmo. La observó, disfrutando el goce de su boca abierta y sus gemidos desconsolados. Cuando acabó, ella abrió los ojos.
—Lo siento —le dijo, por haber llegado primero.
—No seas tonta —respondió. Sasuke la movió, dejándola nuevamente contra la litera. Abrió sus rodillas, y, como en su primera vez, Sakura lo invitó a volver a ser uno.
—Ven aquí, quiero seguir sintiéndote.
Sasuke la abrazó y volvió a penetrarla. Ella suspiró suavemente, aun sensible, con las terminaciones nerviosas a flor de piel. Sasuke comenzó a moverse nuevamente. Su boca se abrió, respiró duramente, al tiempo que embestía sus caderas, tratando de recordarse a sí mismo que Sakura no había estado tomando las pastillas, y que debía salirse antes de tiempo. Acabar afuera, aunque deseaba justamente lo contrario.
Sakura lo incitaba susurrando palabras y gemidos, acariciando sus nalgas. Sasuke sabía que todo estaba allí, a punto de explotar. Cuando supo que estaba a punto de acabar, apartó su cadera, pero, por el contrario, Sakura lo envolvió con sus piernas, no permitiéndole salir de ella.
Los ojos negros de Sasuke miraron con urgencia a Sakura.
—Sakura, pero… —empezó, vacilante. Ella sabía lo que ello podría implicar. Pero su compañera lo miraba con ojos seguros, llenos de amor. No hubo lugar para más dilaciones.
—No me importa —le dijo ella—. Lléname.
Con eso, Sasuke sintió como sus músculos, su espina dorsal, se liberaban; un largo gemido ronco raspaba en su garganta, y todo el contenido atrapado en su cuerpo, se descargaba adentro de ella. Era una de las mejores sensaciones que podría tener en la vida.
Hubo algunos minutos en silencio, recuperando la respiración, con los ojos cerrados. Cuando los abrieron, se miraron mutuamente, atrapados en el mismo pensamiento.
Con la barbilla alta, Sakura observó las formas hipnóticas del techo. Sintió que la mareaban y apartó la mirada. Sasuke se tumbó de costado, y la observó. Cuando pensó que se estaba quedando dormida, ella le tomó la mano y la apoyó en su bajo vientre. Se miraron largamente, sonriendo.
Ambos sabían lo que habían hecho.
…
…
Notas de la autora:
No me gustó como quedó este capítulo. Lo modifiqué mil veces, y aun así no termina de convencerme, pero necesito saltar "a lo siguiente". Espero sepan disculpar la demora.
Muchas gracias por todos los comentarios hermosos que me han dejado, por las lecturas, por todo. Fueron meses duros y este pequeño mundo es un bálsamo al espíritu, Deseo que la vida no esté siendo muy ruda con ustedes. Cuídense mucho y les mando un abrazo inmenso.
