Shiho palideció al verlo y tuvo la reacción de apretarse más la bata al cuerpo cuando vio su mirada fija en ella. "¿Qué haces aquí, Gin? ¿Es que no has visto que la casa está rodeada de policías?"

Gin medio rio y se paseó por la habitación con ambas manos dentro de los bolsillos de su gabardina y se paró en la ventana para observar los coches a través de la cortina. "Parece que van a dormir durante unas horas."

"¿Los has envenenado?" Preguntó con sorpresa.

"Solo los he inducido a tener una pequeña siesta sin sueños." Comentó volviendo a girarse hacia ella. "Tranquila Sherry, no he sido violento." Aunque podría haberlo sido.

"Akai aparecerá en cuanto se entere y no creo que tarde mucho." Comentó preocupada de que lo encontrasen ahí. "¿A qué estás jugando?"

Gin cogió el pijama sobre su cama y se lo dio antes de sentarse en ella. "Vístete si no quieres que mi visita se acabe alargando."

Ella resopló y cogió el pijama de su mano antes de meterse en el baño con la puerta entrecerrada. "Ellos no saben que estás aquí, ¿verdad?" Preguntó casi en un susurro, pasando la camiseta sobre su cabeza.

El rubio no contestó, se quedó sentando viendo el rayo de luz que salía del espacio entre abierto del baño. La habitación estaba silenciosa y estaba impregnada de su olor. La cama era algo pequeña, pero a simple vista nadie diría que se trataba de una habitación de una niña de siete años, era curioso imaginar como vivía su día a día siendo una científica encogida.

"El FBI ha perdido mucho territorio estos últimos meses, tu amigo Akai no debe estar muy contento." Dijo observando los libros de ciencias que se había comprado durante ese periodo.

"No somos amigos." Contestó negando con la cabeza. Habían espinas que seguían clavadas dentro de ella.

"Lo seas o no, sigues trabajando para él." Contestó frunciendo el ceño.

Shiho apretó los dientes y apartó la mirada del espejo.

"Os van a matar a todos…uno a uno sin que os deis ni cuenta. El FBI se ha debilitado, pero la organización se ha hecho más fuerte." Explicó jugando con el mechero entre sus dedos.

"¿Y por que me dices todo esto?¿Pretendes darme una advertencia o algo parecido?" Preguntó peinando el pelo con sus dedos antes de salir y pararse delante de él con los brazos cruzados. "¿Crees que te voy a dejar que juegues conmigo otra vez?"

Gin se levantó y puso las manos sobre sus hombros apretando poco a poco ante la molestia. "Deberías agradecer que no he desenfundado la beretta."

"No me da miedo que me mates…" Contestó apretando sus puños cerrados sobre su pecho. "…pero no voy a tolerar que toques a los míos."

Gin apretó más el agarre y la arrastró hasta que su espalda chocó contra la pared. "¿Los tuyos? …Tsk. No digas gilipolleces." Escupió más molesto. "Los tuyos murieron hace tiempo, y la únicas personas que quedan vivas de esa vida, somos nosotros."

Shiho golpeó su pecho intentando apartarse de él, pero Gin era extremadamente más fuerte que ella. "Dejaste de pertenecer a mi vida el día que decidiste arrebatar la de mi hermana." Contestó notando como sus ojos se volvían brillantes ante los recuerdos del pasado. Recordarlo, siempre tenía el mismo efecto.

"Lo hice para salvarte. Fue tu hermana la que decidió joderlo todo y contactar con el FBI." Le reprochó intentando hacerle entrar en razón. "Fue una ingenua pensando que tardaríamos en darnos cuenta."

"Mi hermana sólo quería que fuésemos libres." Contestó defendiéndola.

"Ella solo quería su propia libertad, pero te quería arrastrar con ella."

La pelirroja apretó los puños agarrando su camisa y apoyó la frente en su pecho sin atreverse a mirarle a la cara. Gin se atrevió a rodear su cintura con sus manos. Su pelo aún goteaba ligeramente y su piel se notaba un poco húmeda bajo su tacto.

"Yo confiaba en ti y lo único que has hecho, ha sido fallarme."

"¿Fallarte?" Preguntó resoplando. "Sabías que seguía órdenes."

"Ese es el problema Gin. Para ti, la lealtad a la organización siempre ha sido lo prioritario. Tu vida, es la organización."

Gin apretó los puños tras su espalda manteniéndose callado. Había mucho resentimiento por ambas partes, llevaban años dando hachazos y desangrando esa unidad tan extraña e incomprensible que habían creado.

"¿Estar aquí y no apretar el gatillo no va también en contra de tus principios?" Preguntó cortando ese abrazo para mirarle fijamente. "¿Pretendes torturarme hasta que te pida que acabes conmigo?"

Gin chasqueó los dientes dándole la espalda. "No estoy aquí para matarte, sino para proponerte un trato."

Shiho salió bostezando del sótano y frunció el ceño cuando se encontró a Akai sentado en su cocina tan temprano.

"Buenos días." Le saludó con educación antes de peinarse el pelo con los dedos y buscar una taza para servirse el café.

"Buenos días, me sorprende que te acuestes tan tarde y te despiertes todos los días tan pronto." Le sonrió Shuichi.

No eran todos los días, solo cuando las pesadillas querían aparecer. Shiho le miró sin decir nada, también estaba demasiado acostumbrada a vivir y trabajar por la noche, así que su cuerpo ya se despertaba con solo dormir tres o cuatro horas. Esas malas costumbres eran el fruto de que tuviese esas grandes ojeras bajo sus ojos.

Y las repentinas visitas de Gin, que tampoco le habían ayudado a dormir mejor.

Se sentó en un taburete de la cocina y se bebió el café mientras buscaba al profesor con la mirada.

"El profesor ha llegado hace una hora, pero a salido a comprar unos materiales para un invento nuevo que quiere hacer." Le explicó Akai dejando el periódico que leía a un lado.

"¿De verdad?…Espero que no destroce la casa." Suspiró viendo como aún tenía que arreglar la ventana que había roto con su último invento.

Shuichi rio ligeramente. "¿Tú como estás?"

"Bien." Contestó un poco secamente.

"Kudo me comentó que llevas unos días actuando más distante." Comentó mirándola de reojo mientras bebía de su café.

"Estoy bien." Repitió.

"El otro día, uno de los agentes que tenemos haciendo guardia, me comentó que le había parecido ver al coche de Gin merodeando por la zona. ¿Tú has notado algo raro a tu alrededor?" Le preguntó observando como ella se tensaba.

"No, apenas he salido del sótano." Contestó intentando no delatarse con los nervios.

Akai asintió y dejó de preguntarle.

"¿De verdad crees que podemos ganar contra algo así?" Preguntó ella esta vez con la mirada pensativa.

"Siempre hay una posibilidad." Contestó intentando no perder el optimismo.

"¿Y cuanta gente más morirá antes de que esa oportunidad llegue? ¿No es agotador para ti?" Preguntó apretando los puños antes de levantarse y volver a encerrarse en el sótano.

"¿A dónde vas?" Preguntó el profesor al ver que se abrochaba la chaqueta y se dirigía al zapatero. "Akai y Jodie todavía no han llegado."

"Solo voy a comprar un par de cosas, no tardaré en volver." Contestó sonriéndole antes de ponerse las botas. "Se preocupa demasiado, profesor."

"No te demores mucho, Akai dijo que no es recomendable que salgas sola tal y como están las cosas." Comentó preocupado.

"Estaré bien, no exagere, solo voy a comprar. ¿Quiere cenar, verdad?" Contestó dandole un beso en la mejilla antes de coger las llaves y salir.

Sabía que más de un agente la seguiría todo el camino, había vivido una vida vigilada, no iban a conseguir engañarla ahora por más que pensasen que ella no se daba cuenta. Había reconocido a Camel detrás de unas gafas de sol.

Shiho paseó hasta llegar a una zona más concurrida y se metió en una tienda que conocía bastante bien. Esas calles eran estrechas y habían muchos establecimientos que tenían otra entrada o salida que conducía a la calle de al lado. Ella se aprovechó de eso, hizo ver que ojeaba la tienda y se escabulló por la otra puerta para deshacerse de esos dos agentes que la vigilaban.

Sabía que no tendría mucho tiempo antes de que Akai y Jodie se volviesen desesperados por encontrarla, pero no quería arrastrarlos con ella a la dirección a la que quería ir. Ya habían explotado lo suficiente su vida privada, solo quería conseguir un poco de la privacidad que tanto le faltaba en ese momento. Así que caminó a paso ligero hacia otro barrio cercano y se paró justo en la entrada de un edificio bastante alto y elegante, empezando a dudar en si debía o no haberse presentado ahí.

El portero la saludó asintiendo con la cabeza al reconocerla y ella hizo lo mismo respondiendo el saludo, entrando sin más titubeos para dirigirse al ascensor y subir hasta la planta dieciséis. Hacía mucho tiempo que no pisaba ese suelo, pero nada parecía haber cambiado en ese periodo.

Salió del ascensor y caminó hasta el final del pasillo. Las paredes seguían pintadas del mismo blanco y la decoración igual de bien cuidada. Paró en la última puerta y sonrió al ver que la puerta vecina, seguía decorando su entrada con la misma alfombra de dibujos de gatitos.

Se quedó mirando la cerradura de la puerta y se mordió el labio al darse cuenta que recordaba el código perfectamente pese a su ausencia. Levantó la mano y la dejó unos segundos en el aire preguntándose si hoy por hoy el código sería el mismo. La idea de marcharse y volver a casa apareció muy rápido en su cabeza, pero después del lio que había provocado con esos agentes, tampoco iba a irse tan rápido. Así que marcó los dígitos y la puerta se abrió sin más.

Entró en el piso y cerró la puerta detrás de ella antes de caminar lentamente hacia el interior sorprendida por la limpieza y el orden. No parecía un piso que llevaba abandonado por más de dos años, estaba cuidado, pero ningún detalle había cambiado de lugar.

Se adentró más al interior y suspiró de alivio al asegurarse de que el piso se encontraba vacío. Se quitó la chaqueta antes de inspeccionar las habitaciones más a fondo y paró el paso cuando llegó a la habitación principal y abrió el armario con cuidado. Las cajas de zapatos y los abrigos, seguían ahí, la cama seguía cuidadosamente hecha. Ppodía ver hasta el tarro de cristal del perfume que ella solía utilizar en el reflejo del espejo del baño...

Volvió su mirada hacia los abrigos y pasó la mano acariciándolos cuidadosamente hasta pararla en uno en concreto. Todos eran de tonos oscuros, pero ese era notablemente más largo y algo más grueso. Era una gabardina para mujer.

No sabe bien porque, pero no lo pensó mucho antes de quitarla de la percha y volver a ponérsela.

Su mirada chocó de sorpresa cuando se vio reflejada en el cristal. Ese últimamente había abandonado esa costumbre de lucir ropa oscura, le recordaba demasiado a una vida a la que no quería volver.

Metió las manos dentro de los bolsillos de la gabardina y su sorpresa creció cuando sacó del interior una pistola demasiado conocida. Abrió el cargador y comprobó con más sorpresa que todavía estaba cargada. Apartó la mirada con nerviosismo hacia las vistas del exterior que esa planta elevada ofrecía y suspiró lentamente volviendo a clavar la mirada en el arma. Había tenido que matar a mucha gente con la pistola que tenía entre las manos. Las noches siendo un cuervo, eran demasiado oscuras y perturbadoras como para poder olvidarlas.

"Vaya, que sorpresa encontrarte aquí."

Shiho se giró para mirar hacia la entrada de la habitación y Gin sonrió al ver que ya no ponía cara de pavor al verle, pero tampoco parecía querer mirarle.

"No sabía que todavía mantenías este piso." Comentó apoyándose en el marco de la ventana sin soltar la pistola.

"No es mucho, pero lo comparamos entre los dos. Tenía dudas en si volverías o no, y mírate, aquí estás." Contestó acercándose a ella para poner bien las solapas de su gabardina.

"No he aceptado nada, Gin." Contestó apartando la mirada y encogiendo los hombros ante su cercanía.

"¿Todavía te lo estás pensando?" Preguntó soltando su gabardina.

"Yo no soy como tú, no puedo vivir así. Solo quiero estar tranquila."

"Puede que seamos diferentes, pero no lo somos tanto como tú crees, Sherry." Dijo riendo levemente. "Tampoco parece que hayas vivido muy feliz o tranquila estos dos años."

"Al menos podía sentirme libre." Se defendió.

"¿A eso llamas sentirse libre?… antes sí que parecías feliz, al menos hubo un tiempo que lo parecías." Dijo recordando lo innegable. Su relación había tenido muchas cosas malas, pero las buenas, eran demasiado espectaculares como para no pararse a recordarlas. Era una balanza difícil que pesaba mucho por ambos lados.

Por eso él se negaba a dejarla escapar, y ella no podía dejar de recordar por más que quisiera olvidar. Por esa razón dolía de esa manera y costaba tanto apretar el gatillo.