Shiho se rascó los ojos después de darse cuenta de que se había quedado dormida, y la luz anaranjada que entraba por la ventana, creaba un ambiente cálido y agradable a la habitación. Los ojos le pesaban y no sabía cuánto tiempo se había quedado dormida, podían haber pasado minutos o horas, pero Gin había tenido razón cuando mencionó que ese sofá era todo menos cómodo. Alzó la vista hacia la ventana para poder ver el exterior.

¿Ya era por la tarde o estaba anocheciendo?

Volvió a bostezar y giró ligeramente la cabeza para ver como la cabellera de Gin estaba a escasos centímetros de la suya. No tenía claro si se había movido ella misma durmiendo o si había sido él quien la había arrastrado a sus brazos, pero de cualquier manera, no pudo evitar sonrojarse al darse cuenta de como su mano rodeaba su cintura. La mano de Gin siempre buscaba cercanía, pero también la había respetado.

Y ella se empeñaba a decirle que no lo quería cerca, pero seguía sin alejarse.

Se quedó observándole con toda la calma del mundo. Su ceño seguía fruncido pese a parecer que todavía estaba dormido. Supongo que la mente y sentidos de un asesino no eran capaz ni de dejar la mente en blanco cuando dormía.

No entendía como podía estar tan tranquila y a gusto estando estirada en la misma cama que un asesino, el asesino de su hermana para ser exactos. Pero eso era lo que sentía. Gin había sido como su hogar en el pasado, y en ese momento de cansancio y debilidad, la rabia no podía ganar a la melancolía que sentía. Se sentía en una pequeña burbuja… una burbuja que la alejaba de sus miedos, de su vida como Haibara o como Sherry, de la traición de Rye, de Shinichi e incluso de su pasado y de su hermana.

Su cabeza quería apartar todo lo malo y crear amnesia aunque fuese solo por un rato. Quería permitirse esos cinco minutos de mente en blanco.

¿Hacía cuanto que no dormía más de cuarto horas sin despertarse alterada o con un ataque de pánico tras una pesadilla? No lo recordaba.

Acurrucó la cabeza en el hueco de su hombro mientras escuchaba su respiración. Odiaba la idea de admitir que le reconfortaba.

Gin, todavía con los ojos cerrados, se movió ligeramente acercándola más a él y ella posó las manos en su pecho al notar como pasaba una mano por su espalda. Vale que estuviese dormido, pero eso empezaba a ser comprometido para ella. Sus manos se quedaron sobre su pecho y se sonrojó más al notar lo cálida que estaba su piel. Debería haber apartado las manos y darse media vuelta, pero sin embargo pasó sus yemas lentamente sobre su piel, pasando por la clavícula y por la línea de su cuello. Tenía decenas de cicatrices nuevas.

La mano que Gin tenía apoyada en su espalda, empezó a acariciarle siguiendo la línea de su espina dorsal.

Estaban completamente unidos en una especie de abrazo y Sherry notó como su puto corazón se aceleraba a la vez que el pequeño diablo que vivía en su cabeza, y que no hacía más que apoderarse de su mente esos días, la convencía para ganar esa batalla.

Apoyó su mano en su cuello y él abrió los ojos lentamente. Era tan raro para él verla con esa cercanía. El verde de sus ojos se veía más oscuro, y por un momento, la rabia no prevalecía en ellos. Sus manos cálidas estaban sobre él. Y él no entendía el porqué, pero le daba igual.

Hacía tanto tiempo que ella no era lo primero que veía al despertar…

Pensó en cortar esa poca distancia que les separaba cuando bajó la mirada hacia sus labios, pero para su sorpresa, fue ella la que acabó acercándose a él. Su boca sabía a melancolía, a pena, desesperación e incluso a rabia.

Se había pasado las semanas evitándole y rechazando cualquier tipo de contacto, y ahora estaba ahí, como si hubiesen vuelto a una de las tantas noches que habían compartido entre la finas sábana de su antigua cama.

Todo eso se les iba a ir de las manos si ninguno de los dos se alejaba. Y era tan difícil cuando sus manos se recordaban y sus mentes estaban tan cansadas de aguantar todos esos golpes.

La pelirroja entrelazó una pierna en su cintura y Gin no perdió más tiempo en buscar el dobladillo de su camiseta para acabar tirándola a los pies de la cama.

Gin parpadeó y se rascó los ojos al percatarse de que se había vuelto a quedar dormido. Examinó la habitación con un vistazo rápido y frenó su mirada cuando la encontró sentada justo al lado de la ventana abierta, con lo que parecía uno de sus cigarrillos en la boca. El aire que entraba era fresco, pero no molestaba. Se reincorporó hasta quedarse sentado y se quedó observándola mientras no lo notaba.

Su pelo estaba algo despeinado y sus finas y largas piernas estaban cruzadas. Solo llevaba la ropa interior y su camisa mal abotonada. Le entraban ganas de acercarse a ella y arrastrarla de nuevo hacia la cama. Pero dentro de él, no sabía bien que podía haber significado ese encuentro ni como iba a afectar en ellos.

La química estaba ahí, pero el dolor también.

Agradecía poder contemplar esa imagen después de los años que habían pasado. Sabía que sus sentimientos no eran como los de la gente normal, sabía que cadecía de la mayoría de ellos y de muchas otras cosas…pero si alguien le hacía sentir algo, eso era ella.

Sin embargo, las emociones y los pensamientos de Sherry, eran intensas, duras y soñadoras. Ella siempre vivía preocupada, no había sido capaz de entregarse en nada al cien por cien a no ser que se tratase de su trabajo. Vivir en la organización, era algo para lo que ella no había nacido. Nunca había tenido alma de asesina, pero no había nadie mejor que ella en su sector.

Y entre medio de toda esa mierda de trabajo, disparos y laboratorios, estaba esa historia que ambos habían tenido.

Había sido algo demasiado bueno como para que alguno de los dos no dudase en si había sido real. Y aunque hubiese sido algo real, siempre había estado toxificado por la oscuridad.

Esa noche, no quería recordar nada que tuviese que ver con la organización. Solo quería pensar en que ella estaba ahí, aunque nunca pudiese tenerla del todo.

Por otro lado, Sherry le dio otra calada al cigarro mientras observaba las luces que emitían los edificios y el tráfico por las calles, absorta por completo en su mundo.

Llevaba semanas con la cabeza hecha una mierda, y esa noche, no se le había ocurrido otra cosa mejor que añadirse más problemas tras la espalda.

Se apartó el flequillo de la cara recordando cada roce y caricia que había compartido con el rubio horas atrás y una sonrisa amarga se escapó de sus labios. No podía decir que se arrepentía después de haber sido ella quien se había acercado a besarse, pero cuando lo pensaba fríamente, se maldecía por no haber sido capaz de frenar y controlar la situación.

No podía ser solo sexo después del pasado que cargaban. También había habido desesperación, rabia y cierto cariño.

Sus pensamientos se esfumaron cuando notó que le quitaban el cigarro de sus dedos y se giró para encontrarse a Gin parado justo a su lado, dándole una larga calada al cigarro sin desviar su mirada del exterior. Se sonrojó un poco al notar que solo llevaba un pantalón y plantó la mirada en su torso unos segundos más de los que debería.

Ambos estaban en silencio, escuchando ligeramente el ruido del tráfico y de la noche.

"¿Tienes hambre? Había pensado en bajar al konbini a buscar algo para cenar. Es lo único que hay abierto a estas horas." Comentó haciéndose una coleta en el pelo a la vez que se levantaba para recoger sus pantalones y sujetador.

Gin giró su cabeza ligeramente para mirarla y soltó el humo lentamente. "¿Aquí no hay nada?" Preguntó frunciendo el ceño muy poco convencido.

"Vodka había dejado algo de comida, pero al no haber nevera en la habitación, la he tenido que acabar tirando." Explicó dirigiéndose al baño para acabar de cambiarse más discretamente. "Puedo mirar algo tipo bento si te apetece."

"Voy contigo." Gruñó Gin como respuesta antes de darle la última calada al cigarro y chafar la colilla en el cenicero.

"¿Acaso crees que me voy a escapar?" Preguntó resoplando. "No soy tan tonta, Gin. Puedes estar tranquilo, por el momento no quiero conseguir añadirme más problemas, gracias."

"¿De verdad?" El rubio esbozó una sonrisa divertida a la vez que se giraba para mirara de reojo. "Anoche, parecía que los buscabas…" Contestó ensanchando su sonrisa.

Ella se sonrojó fuertemente con sus palabras y se asomó por la puerta medio abierta del baño para tirarle su camisa. "Cállate."

Gin cogió la camiseta que le había tirado a la cara y miró hacia la puerta del baño sin apagar su sonrisa antes de ponérsela. Su ropa siempre olía a tabaco y a pólvora, pero esta vez también se había impregnado en ella su olor. Y hacía demasiado tiempo que eso no sucedía.

Toda esa ira y rabia acumuladas no se veían tan presentes en ese momento.

"¿Vas a venir o no?" Preguntó la pelirroja aguantando la puerta abierta a la vez que lo miraba parado en medio de la sala.

Gin cogió la gabardina y se la puso a la vez que la seguía para salir. Bajaron hasta la calle y cruzaron el paso de peatones para entrar en el konbini. El rubio se acercó a las neveras para coger un par de cervezas mientras ella daba una vuelta observando los pasillos. Se acercó a la caja mientras ella acababa de pasearse por los pasillos, siguiéndola con la mirada sin perderla de vista ni un segundo.

Shiho caminaba concentrada mientras parecía buscar por las estanterías algo en particular.

"Papá, ya sabes que no deberíamos comprar estas cosas. El doctor dijo que tienes que cuidar más tus comidas y mamá se enfadará como se entere." Escuchó hablar a una joven que había justo a su lado, acompañada de un hombre mayor que ahora sabía que era su padre.

"Algún capricho de vez en cuando no hace daño." Protestó el hombre mientras veía a su hija sacar de la cesta la bollería que él intentaba comprar.

"Vamos a preparar curry para cenar, eso ya cuenta como un capricho para ti." Se defendió la joven cruzando los brazos. "No hago esto por gusto, solo me preocupo por ti."

Sherry no pudo evitar esbozar una sonrisa triste. No podía evitar acordarse del profesor después de ver esa escena. Todas esas cenas y charlas que habían compartido, las acampadas, los inventos extraños…Lo extrañaba todo tanto.

"¿Ya estás?" Preguntó Gin tras su espalda.

La pelirroja volvió a hechar un vistazo rápido al padre e hija antes de asentir con la cabeza y dirigirse a la caja "Sí, vamos."

Gin pagó la compra y volvieron al hotel para subir a la habitación. Se quitó el sombrero y la gabardina mientras ella sacaba la comida de la bolsa y se sentaba en el sofá con las piernas cruzadas y una de las bandejas apoyada en ellas.

Era fácil de ver para él como su cara se había vuelto más seria desde que habían vuelto. Se acercó al sofá y se sentó a su lado, abrió una de las cervezas y le dio un largo sorbo antes de prestarle atención a la comida.

"No deberías beber alcohol con todos los analgésicos que has tomado." Dijo ella sin levantar la mirada.

"¿Quieres?" Le preguntó él ofreciéndole la otra lata.

La pelirroja la aceptó y abrió para darle un sorbo. Su rostro se seguía viendo demasiado pensativo y sus palillos no hacían más que remover la comida de un lado a otro de la bandeja.

"No le des tantas vueltas…"Gin frunció el ceño, sabía que estaba preocupada y no quería que volviese a cerrase en ella misma. "El abuelo con el que vivías y ese estúpido detective están bien."

Ella levantó la mirada para mirarle con sorpresa y luego la bajó ligeramente sintiendo algo de vergüenza al ver lo rápido que había leído su mente. Tenía ganas de verlos…pero sabía que no podía. Le dio un par de bocados más a la comida de su bandeja y volvió a clavar su mirada en él, dejó el bento sobre la mesa y cogió la cerveza para beber lentamente sin desviar la mirada. El profesor y las personas que le rodeaban, no era lo único que le preocupaba en ese momento.

"Gin…"

El rubio levantó la mirada para mirarla y alzó una ceja esperando que continuase hablando. Ella abrió y cerró la boca un par de veces, pensando detenidamente más tiempo del que al rubio le gustaría. Y él sabía perfectamente que quería decirle.

"No soporto la calma de estos días." Se adelantó a hablar Gin a la vez que encendía uno de sus cigarros. "Este tipo de calma que se siente antes de que aparezca un desastre."

Ella frunció el ceño y cerró la boca para escucharle con atención.

Él no lo aparentaba, pero también estaba preocupado. La había cagado cuando ella se escapó de aquella cámara de gas y no había dejado de cagarla desde que la había vuelto a ver. No iba a olvidar que sus malos actos tarde o temprano también iban a tener consecuencias.