Percy era el encargado de tomar declaraciones a los mortífagos que iban a ser enjuiciados.
A pesar del cambio de Ministro, él había seguido como asistente de los siguientes.
Al acabar la guerra, todos los mortífagos capturados tendrían un juicio justo en el Wizengamot, era tarea de Percy tomarles sus declaraciones aparte de las que los aurores realizaban.
Su puesto era importante, era la mano derecha del Ministro y estaba muy orgulloso de ello.
Su familia había reconocido que no era ningún cobarde, y que aunque el Ministerio y la ley eran importantes para él, su familia era lo primero.
Esos años sin que sus hermanos le hablaran y que sus padres le miraran llenos de tristeza habían sido muy duros, pero él sabía que hacía lo correcto.
Tenían demasiados detenidos en los calabozos del Ministerio, y a pesar de estar constantemente vigilados por los aurores, tenían que ser rápidamente llevados a Azkaban.
Pero el nuevo ministro Shacklebolt no iba a mandar a nadie a aquella prisión sin juicio previo.
Ya habían pasado por allí en días anteriores Yaxley, McNair y los Malfoy, solo estos tres últimos habían sido considerados inocentes.
Si lo eran, Percy no tenía nada más que decir.
Ahora delante de él se encontraba Rabastan Lestrange, un mago de cabello castaño largo y ojos oscuros penetrantes.
Percy sacó pergamino y vuela pluma, desde que había empezado con ello había tenido sentimientos encontrados, y no porque nos los creyera culpables, sobre algunos no tenía la más mínima duda. Ni siquiera era porque se sintiera inseguro en una habitación a solas con ellos.
Él tenía su varita y ellos llevaban sus manos atadas tras sus espaldas.
No era aquello, y con aquel mago oscuro se le acució. El perfecto y recto Percy Weasley tenía un oscuro secretito, jamás lo contaría, jamás lo dejaría volar con libertad. Pero la emoción que sentía en aquellos momentos no tenía nada que ver con estar realizando un perfecto trabajo.
A Percy desde hacía demasiado tiempo le ponían los criminales, los matones, los abusones. Ya en Hogwarts lo había sentido cuando se fijaba en los continuos chicos malos de cada generación.
Era superior a sus fuerzas, pero era algo que no quería reconocer ante sí mismo porque estaba "mal", mal a niveles tan profundos que hasta a él le asustaba.
Nunca, nunca se relacionaría con alguien así, era como una dualidad que lo dividía, porque sabía que negarse algo de esa intensidad le estaba haciendo daño.
Pero para solucionarlo debería decirlo en voz alta y eso no iba a salir de su boca ni bajo veritaserum.
El asesor más recto del Ministro, loco de deseo por los más sucios criminales. Jamás.
Pero este concreto era realmente atractivo, su pelo castaño podría mejorar con un corte, pero toda aquella magia oscura le encendía.
Debería repudiarlo, en su expediente se le conocía el haber torturado hasta dejar en estado vegetal a los Longbottom.
Mal, mal Percy, se decía a sí mismo intentando centrarse.
—Chico—le llamó el mortífago.
—Asistente Weasley—le corrigió Percy, molesto, porque no quería ser tratado como un "chico" y por la voz sensual del hombre.
—Como sea, rojito.—La sonrisa ladeada y el apelativo le hizo tragar duro—Necesito ir al baño urgentemente.
—No va a salir de aquí hasta que los aurores vengan a por usted, señor Lestrange.
Tenía una hora para las pesquisas que el Ministro quería que Percy hiciera. Los aurores esperaban fuera, pero no quería que el acusado estuviera en contacto nada más que con él.
Medida que el Ministro le había recalcado. En caso de peligro, Percy solo debía pulsar el interruptor sobre la mesa.
—Entonces tendremos un desagradable olor a orina en poco—le dijo sin sonreír, no parecía alguien que estuviera esposado y a punto de ser enviado a prisión.
—Será breve si colabora y me cuenta todo desde su escape de Azkaban.
—¿Así es como hacéis que confiesen los que queréis mandar a pudrirse en Azkaban?—Su tono ya no era burlón.
—Le estoy dando la oportunidad de decir la verdad, señor Lestrange.
—No, me estás haciendo mearme encima.
—Eso no...
—Por favor.
Percy se mordió el labio, no lo iba a sacar de allí, no lo iba dejar ir al baño sin su control, en aquel lugar había un fuerte hechizo para que lo dicho fuera detectado como verdadero o falso, de un modo menos invasivo al tradicional veritaserum.
Por eso sabía que el hombre no mentía, su rostro tenía una mueca de contención poco disimulada.
Percy giró su varita y transformó una de las sillas en un urinario.
El hombre alzó una ceja, esperaba haber salido de allí, pero eso no iba a ocurrir.
—Adelante.—Hizo un gesto Percy señalándole el inodoro.
Pensaba que el hombre se sentiría aliviado, pero lo miraba receloso.
—¿Cómo esperas que me la saque, rojito?—El sonido de las cadenas que ataban sus manos en su espalda, le dejó entender que estaban en un problema.
Bajo ningún concepto iba a quitarle las cadenas, Lestrange era un peligroso mago oscuro, un mortífago al que se le asociaban demasiados crímenes para cometer una estupidez como esa.
—No le voy a soltar, señor Lestrange.
—Pues entonces me las va a tener que sacar tú.—La sonrisa pícara hablaba sobre algo más que su necesidad de miccionar, Percy tragó el nudo en su garganta que no dejaba de ser un claro, "sí, por favor".
Y sin darse cuenta, Percy se había levantado, haciendo que Lestrange se moviera sorprendido en su silla.
—Levántase, señor Lestrange.
El detenido lo hizo, Percy había caminado hacia el inodoro y Lestrange fue hacia allí.
El hombre estaba realmente delgado, y era más alto que él. Su pelo castaño se movía a cada paso y el sonido de las cadenas era lo único que se escuchaba en la sala.
Aunque Percy solo escuchaba su corazón acelerado, ¿qué estaba haciendo?
Lestrange se plantó delante del inodoro con las piernas ligeramente abiertas, y con los ojos fijos sobre los de Percy dudando que este fuera capaz de hacer lo que parecía iba a hacer.
Pero ambos se sorprendieron cuando Percy abrió los pantalones que el preso llevaba, con una mano fría y nerviosa buscó el miembro flácido y lo encontró, la piel era suave y Percy ahogó un gemido.
Alzó la mirada, porque si la miraba como quería hacerlo sabía que podría llegar a cometer una locura.
Se concentró en el pecho del preso, y escuchó el claro sonido de la orina al salir y dar contra la loza.
El sonido de alivio saliendo de los labios a pocos centímetros le hizo alzar la vista. La cara de placer de Lestrange era auténtica. Y cuando el hombre enfocó de nuevo la vista en él, Percy se sintió perdido.
¿Qué demonios estaba haciendo agarrando el miembro de un mortífago mientras este orinaba?
—Date prisa, Lestrange.—Quiso hacerle ver que él no lo estaba disfrutando, pero ya estaba excitado, su propia erección comenzaba a molestar.
—Hay poco placeres como echar una buena meada cuando se tienen tantas ganas.—Percy tenía en mente algunas otras también muy placenteras y todas tenían que ver con el trozo de carne entre sus manos. Al que trataba por todos los medios de no mirar.
Cuando dejó de escuchar el sonido estaba dispuesto a acabar con esa locura, y la estaba por meter.
—Sacúdela, ¿a caso no te enseñaron eso en casa?
Mierda, ya le quemaba la mano con el calor que sentía en ella. Bajó la mirada, no, no, allí estaba, realmente no era un gran pene, pero le hizo la boca agua.
Movió su mano con quizás demasiada energía, una, dos y tres veces. Y la carne entre sus manos comenzó a crecer, sintió un tirón en su propio pene.
Un nuevo gemido, hacia arriba y sus labios completamente mordidos.
—¿Por qué no me la sacudes un poquito más, rojito?—le sugirió Lestrange, y se encontró a sí mismo queriendo obedecerle—Tienes unas manos muy suaves.
Percy se había quedado quieto, pero no le había soltado, en ese punto fue el preso el que empezó a moverse hacia adelante y atrás autosatisfaciéndose con su mano.
Para, para, se gritaba Percy a sí mismo, pero la orden no llegaba a su mano.
Esta empezó a acariciar el pene que para nada lucía flácido, había crecido en su mano hasta alcanzar un tamaño que Percy aprobaba intensamente.
—Así, rojito, aprieta un poco.
Percy lo hizo, no dudó en ningún momento. Estaba tan excitado, una de sus mayores fantasías se estaban realizando.
—Más rápido—le pidió el otro, Percy lo hizo, se escuchaba el sonido húmedo de la acción que llevaba entre manos.
Lestrange estaba disfrutándolo, de pie, aún junto al inodoro, Percy alzó la mirada, le estaba mirando con intensidad.
Inclinó su cabeza, y buscó sus labios. Al principio Percy no supo responder, pero abrió su boca y Lestrange se lo bebió, Percy se pegó completamente a él sin dejar su trabajo manual.
El sonido de los besos y de la lubricación en su mano eran deliciosos, se separó del hombre y le miró. Criminal, torturador, posiblemente un asesino.
Percy se dejó caer sobre sus rodillas, aún agarrado al pene del mortífago, llegados a ese punto iba a dar rienda suelta a todos sus fantasías.
Cubrió con su boca toda la longitud de Lestrange, le tragó por completo y fue maravilloso. La succión y jadeos del hombre le animaban y agarró con su mano derecha su propia erección. Iba a darle la mejor mamada de su vida, y solo con el pensamiento y su boca llena estuvo a punto de correrse.
Pero quería prolongarlo un poco más quería que él también acabara, sobre él, en su boca, o en su cara. Estaba tan excitado.
—Sí, trágatela.
Percy sabía ser obediente, tragó, tragó como nunca, lamió y succionó mientras no dejaba de masturbarse.
Su mano izquierda se sujetaba sobre la pierna delgada pero fuerte, los músculos de Lestrange estaba completamente tensos.
Notó el primer chorro contra su garganta, cálido y espeso, y él mismo apretó con fuerza su pene dándole mayor velocidad a su mano. Por instinto se la sacó de la boca y un chorro blanco cruzó su rostro que en esos momentos era completamente rojo. Corriéndose él mismo al saber cubierta su cara de semen.
Manchó los zapatos del preso, y él mismo seguía frotando el cada vez menos duro miembro del hombre contra sus labios.
Cansado, y volviendo de su propio viaje dio una última lamida.
Poniéndose de pie, miró a Lestrange.
Sus labios rojos, los ojos fijos de nuevo en él.
—Rojito, la chupas muy bien.—La sonrisa era por primera vez genuina y el mismo Percy sonrió. Él era bueno en todo lo que hacía.
Les lanzó un hechizo de limpieza a ambos, vistió al preso y a sí mismo y lo acompañó a su silla de nuevo.
Con otro giro de varita hizo desaparecer el inodoro.
—Señor Lestrange, ¿podría ahora contarme lo que ocurrió desde el momento de su fuga hasta la noche del 2 de mayo?
El hombre le miró, sus ojos oscuros brillaban, se le veía relajado en cualquier caso.
—Yo estaba en mi celda, como todos los días, no es como si hubiera mucha diferencia cuando vi a la loca de mi cuñada y al perdido de mi hermano en mi puerta. Estaba aburrido de estar allí, 14 años en el mismo sitio aburren a cualquiera.
El vuela plumas de Percy recogió todo, la magia de la sala durante todo el relato no mostró rastro de engaño, y Percy se debatía entre entrar en pánico o felicitarse por cumplir una de sus mayores fantasías.
No optó por ninguna de las dos, y cuando acabaron se levantó y el preso lo miró.
Finalmente se levantó, y Percy le acompañó hasta la puerta. Pero antes de abrir Lestrange habló.
—¿Los asistentes del Ministro pueden visitar Azkaban?—Percy le miró sin comprender la pregunta.
—Teóricamente sí, aunque nunca ha sido necesario ir.
—Podrías hacerme una visita, rojito.
—No creo que...
—Me encantaría follarte, y dudo que pueda poder ser yo el que te visite—por lo que le había contado y aunque no había sido el artífice de la fuga, era claro que Rabastan Lestrange volvería a Azkaban.
Percy sonrió y se mordió los labios, no iba a negar que la idea era demasiado tentadora.
Cuando abrió la puerta dos aurores agarraron al preso y lo arrastraron por el pasillo.
Antes de girar, Lestrange se dio la vuelta y le guiñó un ojo.
Apuntó mentalmente cuales podían ser los motivos que un asistente del Ministro tendría para que le llevaran de visita a Azkaban.
