Percy llevaba una carpeta llena de papeles innecesarios muy pegados a su cuerpo, la cabeza muy alta, y las ganas enormes.
Había conseguido una visita a Azkaban, cuando se lo solicitó al Ministro este no había comprendido porque esa inspección tenía que ser realizada por alguien como él.
El ex auror no había tomado muy bien aquellas indirectas de Percy sobre supervisar el trabajo de sus antiguos compañeros. Y porque era mejor que otros departamentos vigilaran entre ellos.
Desde que Shacklebolt se hizo con el gobierno de la nación mágica inglesa, muchas cosas habían cambiado. Una de ellas era no torturar a los presos de Azkaban con dementores.
Percy al principio no había visto la necesidad del cambio. Al fin y al cabo eran criminales de la peor calaña, pero caminando por los pasillos tétricos de aquella prisión, ya le pareció lo suficientemente deprimente.
A pesar de que su motivación no estaba en la seguridad y buen trato a todos los presos, lo llevó a cabo.
Visitó cada una de las celdas, las cocinas e instalaciones de la prisión.
No envidiaba a aquellos aurores que habían sido destinados allí por seis meses, al menos podían hacer rotaciones. Quizás fuera por la cantidad de años que llevaban los dementores siendo los guardianes de aquellas piedras y almas, pero era imposible no sentirse abatido allí.
Cuando llegó a la sección de los mortífagos su estómago se contrajo.
¿Podía haber un estado de más oscuro dentro de la propia oscuridad? Al parecer, sí.
Sobre la puerta reforzada con cantidades ingentes de magia un nombre en el que no había dejado de pensar.
Rabastan Lestrange.
Pero todas las ideas ardientes de su calenturienta mente ahora hacían aguas, a pesar de la desolación que se sentía, los presos estaban cuidados, alimentados, ya lo había comprobado. Eso no quitaba para que todas sus fantasías de sexo ardiente con ese criminal se vieran eclipsadas por lo que realmente sucedía.
La puerta se abrió, el preso estaba sentado en una especie de camastro, esa sección entera no tenía más que unos orificios en las paredes por los que entraba la nula luminosidad de aquella isla.
¿Qué demonios había esperado encontrar allí? ¿Una suite de un hotel donde tener sexo desenfrenado?
El preso le miró, pero no parecía reconocerle, había hecho todos aquellos movimientos para cumplir con lo último que este le dijo en las dependencias del Ministerio donde fue interrogado.
"—Podrías hacerme una visita, rojito. Me encantaría follarte y dudo que pueda ser yo el que te visite"
Y allí estaba, completamente dispuesto y sintiéndose estúpido.
Percy había llevado una orden para interrogar a algunos presos sobre las condiciones, ya había estado con una vieja bruja que le había puesto los pelos de punta, y estaba claro que por las cosas que le había contado aquel era el lugar adecuado para ella.
—Voy a hacerle algunas preguntas a este preso, auror—informó a su acompañante.
—No creo que sea seguro que se quede a solas con ningún preso de este ala, señor asistente.
No, él tampoco lo creía.
—No se preocupe, no creo que un mago armado tenga problemas con uno desarmado.
—Aún así...
—¿Acaso no quiere que le pregunte a este preso por algún motivo?—le cuestionó haciendo al hombre darle carta blanca.
—Estaré fuera, puede preguntarle lo que quiera, señor.
El auror salió, y la luz, a pesar de ser de día era demasiado tenue.
—Has venido, rojito.—Percy sintió que su corazón se saltaba un paso. Sí le había reconocido después de todo.
—Vengo a ver que en esta cárcel se estén cumpliendo los criterios humanitarios establecidos por el Ministro de Magia.
—Tan pomposo y tan pervertido.—Sonrió recostándose sobre la pared de la celda dándole a Percy una visión del hombre vestido con la túnica reglamentaria de Azkaban.—Yo creo que has venido a que te folle.
Su sonrisa ladeada la había visto en demasiados ensoñaciones de todo lo que podrían hacer si se encontraran.
Percy miró alrededor, una cosa era pensarlo, otra hacerlo.
—Te contaré secretitos de esta cárcel si te sientas aquí—dijo dándose una palmada en las piernas.
Percy le miró, y se le hizo la boca agua.
El empleado más recto, con la túnica más almidonada de Ministerio estaba accediendo a los deseos de un mortífago.
Se levantó la túnica para poder sentarse sobre él, notó su erección contra su trasero.
—Pensé que no vendrías—confesó el preso mientras acariciaba su cuerpo, Percy se sintió tan estúpido, el completo show de permisos, de historias que había orquestado para tener sexo con un preso, era ridículo, y agachó la cabeza, este le la levantó con una mano—. Pero me alegro mucho que lo hicieras, rojito. He pensado mucho en ti.
Percy gimió cuando Rabastan le apretó con fuerza las nalgas, cuando enterró la cabeza en su cuello y le olió.
Aún lo recordaba, era su olor, tan intenso y fuerte junto a lo que debía ser el jabón barato de la cárcel.
Las manos dejaron de estar sobre la tela, le bajó el pantalón hasta dejarle su entrada completamente expuesta.
—Tu culo chorrea, rojito, ¿has estado jugando pensando en mí?—Le metió un dedo profundamente en su dilatado ano.
Percy había visitado el baño antes de pasar a la sección de los mortífagos, sabía que tendría poco tiempo no quería perderlo en que su culo se dilatara y se había lanzado un hechizo que llevaba todo ese tiempo actuando.
Ya tenía tres dedos dentro de él, torturándolo. Quería la polla del preso, para eso había ido.
Rabastan no le defraudó, lo tumbó rápidamente en el camastro duro, sin quitarle los pantalones, tan solo con el espacio que necesitaba. Abrió su túnica mostrando su miembro hinchado, Percy quería chupárselo, pero no tenían tiempo.
Rabastan le folló, le folló duro y rápido mientras le tapaba la boca con una mano. Mientras Percy volvía a intoxicarse con su olor, y era poseído una y otra vez.
El preso se corrió dentro de él, y Percy eyaculó dentro de su ropa interior completamente apretada en la incómoda posición.
Rabastan salió de él, y se dirigió al diminuto lavabo que tenía la celda. Uno que hacía las veces de letrina.
Percy había estado tan excitado que realmente no se había fijado tan bien en el lugar.
Se subió los pantalones, no sin antes aplicarse un hechizo de sellado. Rabastan le sonrió de lado, sí, Percy iba a quedarse con una parte de él todavía, y le pareció bien.
Más tarde disfrutaría rememorando esa visita, y dejándolo salir de su cuerpo.
Percy fue hasta el dossier que había llevado, y anotó un par de cosas con el pulso aún acelerado.
—¿Cómo valorarías los nuevos cambios en la prisión?—preguntó de pie, Rabastan había vuelto a su catre y se había sentado mirándole.
—Muy positivamente, las visitas son de lo mejor—sonrió.
Percy casi le imitó, pero se contuvo.
—Hablo en serio, el Ministerio, y el Ministro personalmente ha destinado recursos y medidas para que el trato sea el adecuado.
—Se agradece que los dementores ya no patrullen por los pasillos—contestó Rabastan sabiendo que su pequeño chupatintas pronto se iría.
—¿La comida y la higiene?—continuó con el siguiente punto de su lista.
—Antes de que llegaras nos han obligado a todo a bañarnos y cambiarnos de túnicas, lo mejor para el asistente del Ministro—dijo con mofa, dejándole claro, que allí las cosas se hacían con un solo motivo.
—Tres comidas, aseo en las celdas, túnica nueva cada semana—enumeró Percy cada punto que habían cambiado.
—¿Habrá paseos a la luz de la niebla?—se mofó el mortífago.
—No para los presos de tu sección—dijo como si no hubieran follado escasos minutos antes.
Rabastan no lo diría, pero aún sin eso, las condiciones en Azkaban habían mejorado un 200% respecto a su anterior estancia.
Agua limpia, rendijas de luz que al menos les hacían saber cuando era de día y cuando de noche aunque no pudieran ver por ellas. Alimentos en buen estado, y agua sobre sus cuerpos.
Eran presos, que jamás saldrían de aquellas celdas, pero al menos seguían siendo personas. Rabastan estuvo más de una década sin ser nada en absoluto.
Miró al joven pelirrojo, sabía que llevaba su semen aún dentro de su culo, que había hecho todo aquel show solo para conseguirse un polvo con un preso peligroso.
Rabastan se levantó del camastro cuando Percy dobló la carpeta listo para irse. Le besó, porque hacía años que no besaba a nadie, porque era lo más real que había en su vida, y que habría. Porque le había gustado muchísimo tenerle aunque solo fueran unos minutos.
Percy le devolvió el beso, pero le apartó rápidamente al escuchar el sonido de la puerta de celda abriéndose.
—¿Ha terminado, señor Weasley?—preguntó el auror que le había acompañado por todas las celdas.
—Sí, ya lo tengo todo.
Rabastan se guardó una sonrisa ladina, y volvió a su cama.
Antes de que la puerta se cerrara, le guiñó un ojo a Percy, este se aclaró la voz.
—El mes que viene volveré a venir.—Aunque se lo estaba diciendo al auror al cargo, los ojos de ambos se encontraron, y Rabastan sonrió.
Desde luego, esta nueva condena iba a ser muy distinta a la anterior.
