Percy cada vez tenía más problemas para acabar en la celda de Rabastan sin que aquello resultara tan sospechoso. Tenía que terminar con aquella situación, era estúpida, y muy peligrosa.
Rabastan era un criminal, no solo su amante, cautivo, y secreto.
Pero era incapaz de no pensar en él, de no desearle, de hacer toda aquella pantomima ridícula para que le follara duro.
Tenía que acabar con aquello, y después de correrse contra aquel muro de aquella mierda de celda de Azkaban, tomó la decisión.
Sentía el semen de Rabastan gotear de su trasero, aún lo podía sentir dentro de él. Pero tenía que acabar con eso.
—Ya no vendré más—anunció, girándose para ver al mortífago limpiarse.
—¿Te vas de viaje?—sonrió Rabastan de lado, lanzándole una mirada.
—No, no voy a volver a Azkaban, no voy a volver a hacer esto. Contigo.
Eso último sabía que estaba de más.
Desde que había conocido a Rabastan en el calabozo del cuartel de aurores tras el fin de la guerra, en ningún momento hubiera dicho que le pareciera alguien brutal, quizás oscuro y sarcástico, duro en el sexo, tal y como a él le gustaba y le pedía. Pero no violento.
—¿Estás diciendo que me estás dejando?—había media sonrisa en su rostro, pero sus ojos estaban completamente serios.
—Sí, esto no tiene sentido.
Rabastan no dejaba de mirarle fijamente, ya no había sonrisa. En el fondo no pensó que le importara.
Percy ya se había limpiado, había recogido sus cosas y debía irse. Pero Rabastan habló cuando parecía que ya no lo haría.
—¿Hablas en serio?
—¿Acaso estás sordo?—dijo molesto, quería irse de allí y no volver a verle nunca más.
Se levantó y llegó hasta él, no es que necesitara dar muchos pasos.
—No, no creo que lo hagas—le acorraló contra la puerta. Había un auror fuera, entraría a la menor señal de ruido.
—Suéltame.
—Vuelve el mes que viene, rojito.
—No, esto no da más de sí, es completamente ridículo.
Los ojos oscuros solían causarle muchísimo placer sobre su cuerpo, pero por primera vez vio al delincuente que en realidad era.
—No soy tu puto juguete sexual, vendrás—le besó—. Vendrás como cada mes.
Percy iba a negarse.
—O todo el mundo sabrá la clase de persona que eres, el recto y pulcro secretario que abusa de un preso de Azkaban.
—No harías eso, nadie te creería.
—No necesito que me crean, tengo mis recuerdos.
El auror le confiscaba la varita desde la última vez que en aquella pantomima de entrevistas a los presos uno de ellos casi se la roba en toda su cara.
No podía lanzarle un obliviate, y no podía pedir que se lo lanzaran sin levantar sospechas.
Su mente iba a mil revoluciones, ya no había dementores en Azkaban y el hilo de sus pensamientos le dejó petrificado. ¿Estaba pensando de verdad en provocarle el beso del dementor al hombre con el que llevaba meses acostándose?
—Eso es, vas a volver todos los meses, vas a venir preparado para mí, y no vamos a volver a hablar de esto.
Percy había bajado su mirada, él mismo se había metido en esa trampa. ¿Quién demonios le mandaba involucrarse con un criminal? Con una asesino al que había seguido hasta la cárcel para tener sexo con él.
Rabastan le alzó la barbilla y le besó con pasión y posesividad.
Por supuesto que no iba a dejarle ir tan fácilmente, pero todo el mundo tenía un precio, eso era algo que había aprendido con la gente de su calaña.
—¿Qué quieres por dejarme ir?
—Vete y vuelve dentro de un mes—sabía cuán vacío podía estar el rostro de ese hombre, la máscara que sabía vestir tan bien. Se la estaba colocando y no volvió a mirarle hasta que Rabastan finalmente se fue.
En aquel mes dio tantos bandazos mentales que pensaba que su cabeza estallaría. Ya era sospechoso que siempre hablara a solas con el mismo preso, que cada mes se encerrara con él en su celda, aunque tuviera la tapadera de su trabajo, de los otros presos. Él mismo había provocado que Rabastan tuviera infinidad de pruebas contra él.
Ya imaginaba la expresión de decepción de sus padres. La muerte de Fred los había dejado a todos destrozados, su madre ya no era la misma. Enterarse del tipo de persona que era uno de sus hijos solo la destrozaría más.
Sus sueños fueron pesados, llenos de un hombre que le sometía, que le exponía, que le reclamaba.
Un hombre que le chantajeaba con contarlo todo.
Al mes siguiente volvió a Azkaban, volvió a su celda, pero no volvió la expectación, el deseo, el placer como lo había conocido con ese hombre.
Le dio todo lo que quiso, le besó, le montó, le chupó. Pero ya no era lo mismo.
Dos meses después, Rabastan le pidió lo que quería a cambio.
—Búscame un buen abogado, yo no tomé parte en la tortura de los Longbottom, estuve allí, no hice nada, pero yo no los torturé y no cometí ningún delito ni antes ni después.
Percy miró su brazo, la marca tenebrosa había perdido parte de su color tras la muerte de Voldemort pero seguía allí.
—No necesito que tú me creas—se tapó la manga de la túnica gruesa—. Solo necesito un buen abogado que de verdad le interese defender a su representado.
—Lo intentaré—dijo Percy.
Volvió al mes siguiente pero Rabastan no le tocó ni un pelo, aquello sorprendió a Percy, no es como si él quisiera seguir haciendo eso, pero una parte de él se sintió molesta, y otra aliviada.
Percy buscó de verdad a un abogado, hizo sus propias averiguaciones, leyó los informes de los Lestrange. Rabastan salvo la marca y estar presente durante la tortura, no registraba ningún crimen, ni siquiera se lo habían asumido.
Belgod era un abogado idealista al que solo le llegaban casos imposibles, pero el hombre era un optimista empedernido, y en su haber contaba algunas victorias al Wizengamot bastante increíbles.
Le costó bastantes galeones y una cena con un tanto incómoda.
Pero el siguiente mes cuando fue a Azkaban Blegod ya se había reunido con Rabastan y le contó sus avances.
Percy no habló de su cita con el abogado, ni de lo incómodo que fue que le tocara otro que no fuera Rabastan.
Pero este no volvió a hacerlo, y Percy por mucho que hubiera vuelto a desearlo no lo propuso. Era mejor así.
Las reuniones en Azkaban seguían, pero ahora en vez de tener sexo, hablaban. Hablaban de todo, de las condiciones de la cárcel, del programa que el ministerio estaba poniendo en marcha para rehabilitar a presos. Hasta que Rabastan empezó a hablar de lo que haría una vez fuera libre.
Percy lo escuchaba, lo deseaba en silencio, deseaba de alguna forma volver a algo que tenían antes. Pero el que le había cerrado la puerta ahora era Rabastan.
Ni un mero toque casual, ni una mirada de deseo. Percy sabía que él ahora era solo un mero trámite para conseguir su fin. La libertad.
Y quizás siempre fue eso lo que buscó en él.
El 17 de febrero Belgod ganó el primer caso a favor de un ex mortífago.
Percy estuvo presente y prestó declaración del excelente comportamiento del preso en sus entrevistas en la cárcel, de su colaboración, y sus propuestas de mejoras.
No volvió a verlo más después de ese día. Sin ganas volvió al trabajo en Azkaban que había creado para satisfacer sus más bajos deseo con una sola persona.
Pero había sido felicitado por su éxito y ahora era su obligación.
Acabó aceptando una segunda cita con el abogado, el sexo era sexo, pero no era como con Rabastan. No era duro, no era sucio, no era peligroso.
Y entonces lo encontró en Aberdeen, al salir de una reunión junto al Ministro. Estaba sentando solo en una mesa, bebiendo. Pero le vio en cuanto entró.
Tenía el pelo más corto, y la ropa no le caía sobre un cuerpo huesudo, por primera vez en mucho tiempo volvió a ver cómo su mirada era apreciativa, deseosa, luego solo se bebió su cerveza y se fue.
Percy no supo porqué lo hizo, aunque en el fondo sí lo sabía.
—Ey, espera.
Rabastan se estaba camuflando prácticamente con la niebla. Pero se giró a mirarle.
—¿Cómo estás?—Percy se escuchaba estúpido a sí mismo.
—Bien.—La respuesta seca le molestó.
—Ya.
—¿Qué quieres, Percy?—Echó de menos el uso del Rojito que tanto le encendía, solo él le había llamado así.
—Nada.
Percy se giró, ese capítulo hacía meses que se había cerrado, él mismo lo quiso cerrar, y ese hombre se lo había impedido para luego evaporarse.
—Aún pienso en ti.—Rabastan era rápido, siempre lo había sido.
Percy suspiró, se giró y no había dos ojos negros muertos, estaban vivos muy vivos.
—Muchísimo—reconoció Rabastan—. Tengo una habitación, no es gran cosa, pero eso nunca nos importó, ¿verdad, rojito?
Así era como le gustaba que le llamara, lo pegó tanto a sí mismo que Percy jadeó, el tirón en su estómago fue casi tan fuerte como el tirón en su entrepierna cuando Rabastan le metió la lengua hasta la garganta.
La habitación no era la gran cosa, y ni mil toneladas de magia lo arreglaría. Olía a humedad y soledad, pero la estaban apestando de olor a sexo, de gemidos, y de palabras entrecortadas.
Percy se corrió escandalosamente, como nunca pudo hacerlo en Azkaban.
Nunca se quedó tumbado en el jergón de Rabastan en la cárcel, y esa cama debía ser igual de mala. Pero el cuerpo de el ex mortífago era cálido, duro donde debía, blando donde encajaba.
—Esto no es Azkaban ni soy ya un delincuente peligroso y excitante para ti, de hecho mi trabajo es una mierda, aunque me mantengo—le dijo Rabastan—. Pero me gustaría que nos siguiéramos viendo.
Percy le miró, en algún punto ese hombre que parecía vivir ajeno a todo, se había dado cuenta del extraño fetiche que tenía. Pero como todo en la vida, las cosas podían cambiar, y entre ellos habían cambiado varias veces. Quizás una más no fuera del todo malo.
Además Aberdeen era bastante más accesible que Azkaban, y para que se iba a mentir, lo había estado deseando.
—Pero si quieres jugamos a mortífagos y aurores si te pone más cachondo—le sonrió de lado.
Percy le tumbó subiéndose a él a horcajadas, le sujetó las manos sobre la cabeza e imitó su sonrisa.
—Auror Lestrange, ¿está preparado para un duro interrogatorio?—bromeó Percy relajado.
—Voy a follarte tan duro que tú mismo me vas a suplicar que te meta en el calabozo.
Había muchos juegos a los que ambos aún podían jugar, la cuestión era que lo hicieran juntos. Y lo hicieron, lo hicieron muchísimas veces.
FIN
Me apetecía mucho recopilar esta historia para que tuviera una entidad propia fuera de los kinks, se han convertido en una de mis parejas extrañas a las que acabo recurriendo cada vez que puedo.
Espero que también os guste.
Nos vemos en otras historias.
Besitos.
Shimi.
