La pareja caminaba tomada de las manos, ambos sonreían, conversaban y ocasionalmente se daban besos. El aire soplaba haciendo que los rizos castaños de ella danzarán alrededor de su rostro, él la veía con ojos de amor, con admiración, con ternura...
Para ella caminar de la mano de aquel hombre era lo máximo, no le importaba si alguien los veía con malas intenciones o que hablarán a sus espaldas, el amor que ambos se tenían era fuerte, sincero y nada ni nadie se los arrebataría.
De pronto todo se volvió gris, el aire se tornó frío, él lo supo, el peligro estaba cerca...
No los vio venir, todo paso tan deprisa. Una risa histérica, una daga directa al corazón y un grito que retumbó haciendo eco en su cabeza.
Su cuerpo cayó al suelo, su piel iba tornándose pálida y la sangre salía a borbotones formando un río carmesí a sus pies.
Ella no podía morir, su Hermione no podía irse.
La tomó entre sus brazos rogándole a cualquier divinidad que existiera que la salvará.
— No puedes dejarme, preciosa — dijo acariciando su mejilla — eres fuerte, buscaré ayuda — ella abrió sus ojos — ¡Auxilio, por favor! ¡Que alguien llame a un medimago! — gritaba desesperado pero parecía que nadie escuchaba sus súplicas.
— Yo estaré bien — su voz salió en un quejido — te amo, Draco, siempre te amare, en está y en otras vidas, si es que estás existen. Búscame, amor mío que yo te estaré esperando — dijo exhalando su último suspiro.
Las lágrimas por fin salieron, amargas, dolorosas...
Le dió un beso en la frente y le prometió en silencio que la buscaría en la siguiente vida y en todas en las que sus caminos se crucen.
— Te amo, Hermione — dijo en un susurro antes de tomar su varita y pronunciar la maldición imperdonable que quita el bien más preciado para un ser humano, la vida...
