Akila era la hija del faraón Ramsés IV, para el faraón su hija era su joya más preciada en todo su reino. La pequeña niña de cabellos rizados y ojos color miel había sido toda una novedad en aquellas tierras cuando nació.
Conforme los años pasaban, Akila se iba convirtiendo en una mujer muy bella e inteligente, y su padre la cuidaba de cualquiera que se atreviera a siquiera observarla.
Para la chica era como vivir en una jaula de oro, dónde la soledad era su mejor compañía.
Un día su padre se presentó en sus aposentos y le presento a Nuru, el hijo de uno de los artesanos más famosos en todo Menfis. Él sería el encargado de esculpir una estatua de ella que estaría en la entrada de un templo.
Era un chico de su edad, alto, de piel pálida y ojos grises, tan extraños e hipnotizantes.
Akila y Nuru quedaron prendados el uno del otro...
Los días y las noches fueron pasando, como las arenas del desierto se mueven al compás del viento y sin siquiera esperarlo o buscarlo, ambos jóvenes se enamoraron.
Aquello no podía ser, la preciosa joya del faraón no podía fijarse en un insignificante artesano.
Y cuando su padre lo supo no hubo poder humano que evitará tal tragedia...
Él fue condenado al peor castigo de todos, ser momificado y enterrado bajo los pies de una esfinge. Ella se quitó la vida con la mordedura de una cobra...
No sin antes pedir ayuda a la diosa Hathor.
Akila pidió a su querida diosa que su amor por Nuru fuese eterno, sin importar el paso del tiempo, sin importar el paso de las estaciones o el cambio de las épocas...
Akila pidió que en cualquier vida en la que ella o Nuru reencarnará, su amor sería el mismo; sincero, puro y eterno...
