Aquella mañana la lluvia caía incesante y un viento fuerte soplaba haciendo que las ramas de los árboles golpearan contra las ventanas de pequeña cabaña.

Draco y Hermione aún se encontraban en la cama, ninguno quería dejar la calidez que le brindaba la sábana y el estar abrazados.

En realidad, ese día ninguno quería dejar la seguridad de la cabaña y enfrentarse de nuevo a una guerra contra Voldemort. Una guerra absurda, una guerra que dejará muerte de personas que aman...

— Podemos salvarlos — dijo la voz del rubio, adivinando los pensamientos que en ese momento tenía la castaña — sabemos cómo y dónde será, podemos salvarlos — repitió más convincentemente.

— Eso espero, no creó soportar el volver a perderlos — luego de decir aquello, la chica por fin se levantó de la cama.

Hacia rato su estómago protestaba por hambre, se dirigió a la cocina en busca de algo para llevar a la cama y que ambos comieran.

En la cocina encontró un poco de jugo de calabaza, pan, mermelada de fresa y un durazno. No era mucho pero era suficiente para llegar hasta Grimmauld Place en dónde Harry los esperaba para ejecutar el plan de rescate a la madre de Draco.

Comieron en silencio, ambos inmersos en sus pensamientos y los recuerdos de sus vidas pasadas, en especial Draco que trataba de encontrar cuáles habían sido sus errores, porqué algo o alguien los separaba...

¿Por qué la muerte siempre los acechaba como una sombra?

No obtuvo ninguna respuesta pero no se daría por vencido, encontraría una solución, la voz había sido clara; está sería su última vida sino encontraban una solución...