El parque estaba lleno de niños de dos diferentes escuelas, habían salido de excursión y antes de darle fin al viaje habían decidido pasar por el parque para que los niños jugarán por un rato.

La mayoría iba de los columpios a la resbaladilla, otros tantos jugaban en el arenero, otros escalaban una estructura de metal bajo la supervisión de algunos maestros.

Sin embargo, dos pequeños no jugaban, ambos estaban sentados en una banca. Uno porque creía que esos juegos no eran nada divertidos, solo ensuciaría su impecable uniforme; y la otra no jugaba con nadie pues sus compañeros la repelian por ser una niña estudiosa.

— ¿Por qué no juegas? — preguntó la de cabello rizado.

— No quiero ensuciar mi uniforme, madre me ha dicho que da una mala imagen andar sucio — respondió sin siquiera voltear a ver a su acompañante — y tú, ¿por qué no juegas? — está vez el rubio si poso su vista en la castaña.

— Ninguno de mis compañeros me habla o se junta conmigo — dijo en tono triste — todos se burlan de mí por sacar buenas calificaciones y porque me gusta leer — el niño bufó y puso los ojos en blanco.

— ¡Que estúpidos niños! — exclamó — ser inteligente no es motivo de burla, no le tomes importancia a lo que te digan, siempre sé tú misma.

Hermione se conmovió por las palabras de aquel rubio niño, sonrió y saco de su mochila el pastel de calabaza que su madre le había empacado para merendar.

Lo partió en dos y le dió un pedazo al niño, este lo vio, su madre le había enseñado a no comer con las manos, era de mala educación, pero al ver la bonita sonrisa que la niña tenía en sus labios lo tomó y se lo comió olvidando por un momento todas las reglas que su madre le ha inculcado.

Los pequeños conversaron hasta que las maestras de cada grupo los llamo, era hora de volver a la escuela. Tristes se despidieron y cada uno tomó su camino.

Ambos esperando que algún día sus caminos se volvieran a juntar...