Capítulo 2
Encuentros
Era uno de esos días en los que prácticamente deseabas que el mismo infierno te abriera las puertas del infierno para sumergirte en él. Bueno, más o menos eso era lo que Inuyasha Taisho deseaba en esos momentos. La junta para el nuevo rascacielos era estaba en puerta y debía admitir que tenía cierta inquietud en cuanto a su diseño. Por más que la empresa contratista le aseguraba contar con la mejor arquitecta de su firma, quien estaba a cargo del proyecto, esa inquietud no desaparecía.
Esa presión en el pecho, el tener el impulso de salir de su despacho y correr un maratón no lograba quitarse. Deshizo el nudo de su corbata y se desabrochó los dos primeros botones de su camisa, todo para dejar que más flujo de aire entrara en su garganta.
Cerró por un leve momento de los ojos y de pronto era como si estuviese en su natal Inglaterra. Tal vez una visita a su madre en Londres le vendría bien, aunque para ello no tendría que esperar, dentro de unas cuantas semanas era el cumpleaños número cincuenta y nueve de su madre y si quería tener todas sus partes donde estaban, debía acudir.
Alguien irrumpió en su despacho y ni siquiera tuvo que alzar la mirada para ver de quien se trataba. Era su socio y mejor amigo.
― ¿Cuál es el plan? ― preguntó éste, tomando asiento en una silla de manera despreocupada.
― ¿Cómo qué cual es el plan, Miroku? ― Inuyasha devolvió la pregunta.
―Hoy es viernes, podríamos ir a uno de esos clubs. ¿Qué dices? ― le sonrió de manera perversa.
Inuyasha suspiró, a veces no toleraba a su amigo y si no fuera porque era socio y precisamente eso, amigo, ya lo habría corrido desde hace mucho tiempo.
―No estoy para conseguir mujeres.
De pronto, ante tal respuesta, el semblante sonriente de Miroku cambió. Conocía a su amigo más que a la palma de su mano. El estado en que se encontraba era debido por unas mujeres, una que lo había cambiado por una cartera mucho más gorda que la de él.
―Si, pero también si sigues en ese estado de autodestrucción terminaras por consumirte todo ― lo miró fijamente ― Yura se fue con otro. Por si fuera poco, no le importó vender información a otra empresa.
Inuyasha frunció el cejo, no le gustaba que le recordaran a una mujer que lo había traicionado, cuando de hecho no estaba pensando en ella. Si esa mujer lo había dejado por alguien más, allá ella. No tenía por qué rogarle, de hecho, no iba a rogarle a ninguna mujer. Únicamente cogería con ella y si le gustaba, tal vez llevarían una relación así, en donde solo hubiese una cama de por medio sin interponer sentimientos.
―Mañana daré una fiesta de disfraces. El evento será en una pequeña quinta. Así que no estaría de mal que acudieras. ― se levantó y le guiñó un ojo ― Van a ir chicas guapas, ya sabes que no me limito.
Y por eso ahí estaba, a mitad de la noche, buscando la estúpida dirección de aquella quinta tan privada como el imbécil le había dicho. Detuvo el vehículo en un semáforo en rojo y al voltear a su derecha, vio a tres prostitutas. Dos de ellas estaban encarando a una más alta y delgada que ellas. No sabía porque razón, pero esa mujer le llamó mucho la atención.
Desde la altura donde estaba podría ver sus botas Gucci, sus prendas muy bien seleccionadas y cuidadas. Para ser una chica de esa vida, vestía con estilo. Un automóvil pasó en frente de ella y lo rechazó.
Inuyasha miró el semáforo, esperando que la luz diera en verde para poder ir hasta donde estaba ella. Tal vez y como decía Miroku, necesitaba una mujer de un solo día que le pudiera calmar el ánimo y si ella era todo lo que veía, bien podría pagarle todo lo que pidiera con tal de pasar una noche con él.
Detuvo el vehículo en frente de ella, escuchó el repiqueteó de aquellas botas y en unos instantes ella estaba ahí, frente a él. Su escote sobresalía de aquel top y si, parecía nerviosa, como si era la primera vez que hacía eso. Claro, él también lo hacía.
― ¿Disponible? ― preguntó con voz ronca.
Ella asintió, sin dejarlo de ver. Si no fuesen por sus antojos estaba seguro de que eran de color café.
― ¿Cuál es tu precio?
Parecía meditarlo, como si analizarlo, como pensando que tipo de tarifa darle.
"Vamos, una prostituta profesional habría respondido sin pensarlo"
―Para ti…
Se inclinó un poco más en la ventanilla de su auto y aquel escote pareció anunciarse más. Tuvo que aclararse la garganta de manera disimulada.
―Hasta la mamada el gratis.
La voz de aquella mujer era suave, delicada como el pétalo de una rosa y tremendamente cautivadora como el canto de una sirena. Pero su comentario no pasó inadvertido y terminó riendo.
―Sube.
En cuanto ella subió al auto, el coche comenzó a impregnarse a un aroma cítrico, a mandarina. Antes de incorporarse a la carretera visualizó otro coche estacionado, pudo ver a tres mujeres en su interior que no perdían de vista sus movimientos.
― ¿Cómo te llamas? ― preguntó, como para romper el hielo entre los dos.
De nuevo lo estaba pensando. Comenzaba a divertirse en cierto modo, hacerle preguntas y ver que tan rápida era en hacerlo.
Esperó...
Esperó...
Y esperó...
Hasta que llegó la respuesta.
―Morena.
―Morena ― repitió, moviendo la cabeza de arriba abajo y barriéndola con la mirada ― Va contigo.
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― ¿Y qué hacemos ahora? ― preguntó Ayame, saliendo del coche y viendo el trayecto del BMW.
―Esperar ― Sango arrancó el coche ― Sube, vamos a casa. Kagome estará bien ― explicó ― Lleva gas pimienta por si acaso y una navaja.
La pelirroja alzó una poblada ceja ante aquella revelación, porque ella misma le había puesto el paquete de condones y lubricantes. Lo demás como ropa extra Kagome lo había añadido.
―Sugiero vayamos a casa, compremos más cerveza y un maratón de Halloween ― sugirió animada Rin ― Ando en modo depresión pots llamada a mi ex.
―Tú siempre andas en depresión ― dijo Sango, deteniendo el auto en un semáforo ― Además, ese ex tuyo se merecía la llamada.
Pero en ese instante el teléfono de la joven comenzó a asonar. Rin hizo una mueca horrorizada al ver el nombre de su ex inscrito en la pantalla. Por error lo había mandado a lista negra.
― ¿No vas a contestar? ― preguntó divertida Ayame. ― Desde que salimos del departamento no ha dejado de llamarte.
Rin negó.
―Contesta y dile de nuevo que la tiene chiquita ― sonrió esta.
La más pequeña del grupo se armó de valor y contestó la llamada. Técnicamente cuando le marcó la primera vez no había esperado a que terminara su saludo cuando le soltó todo y colgó como una cobarde.
Deslizó e botón verde, se llevó el móvil al oído y suspirando levemente, contestó.
― ¿Hola?
― ¿Me puedes decir cómo es eso, de que la tengo chiquita?
Ayame la alentó a que no se dejara intimidar por el exnovio, enfundándole valor. Rin asintió, cuadró los hombros y era como si otra mujer se hubiese apoderado de ella.
― ¿Desde cuándo decir la verdad es ofensa?
Una "oooh" se dibujó en el rostro de sus amigas, la pelirroja le aludió, sin dejar de sonreír, alentándola por más.
― ¿Quieres una muestra, cariño?
― ¿Para qué querría eso? ― una sonrisa pícara apareció en su rostro, se sentía valiente, poderosa, en modo perra. ― ¿Cómo para que termines en cinco segundos? ― suspiró, fingiéndose cansada ― Mejor busca a otra entre tus muchas chicas que para ella, tan solo cinco segundos sea una eternidad.
Chocó puños con la pelirroja.
―Así que adiós, cariño.
Colgó y de inmediato lo mandó a lista negra, bloqueándolo de todas partes.
―¡Que perra eres! ― comentó sorprendida Sango ― Yo no hubiera sido capaz de tanto atrevimiento.
―Lo malo es que no dura ni cinco segundos y ni la tiene chiquita. Sesshomaru es un hombre en potencia ― respondió desilusionada.
―Tranquila, él se lo pierde por mujeriego.
Antes de llegar al departamento de Sango, Rin hizo que pasaran primero al suyo, debía recoger algo que se le había olvidado. Pero la noche de chicas tuvo que detenerse ahí, cuando al llegar al departamento de Rin, ya la estaba esperando el susodicho.
Sango y Ayame la miraron por el retrovisor.
―Si quieres arranco y nos vamos. ― sugirió Sango.
―O podrías arrollarlo.
― ¿Y arruinar la pintura? ― Sango arqueó una ceja ― Ni de broma.
En cuanto Rin bajó del auto, sus amigas arrancaron y desapareció doblando la esquina. Frunció el cejo, que cobardes. Después de todo la culpa era de Ayame y su ofensivo reto.
―Que rápido eres ― se cruzó de brazos.
Era evidente que para él ese comentario no había pasado por inadvertido. Había sido un comentario con doble sentido.
―Me parece que tú y yo debemos hablar.
―No ― ella negó ― A mí me parece que no.
Sesshomaru, hombre de un metro noventa estaba ante la mujer más desesperante del mundo. Creía que si permanecía más tiempo con ella su obsesión terminaría, pero no, al contrario, seguí pensando en ella cada maldito momento. Incluso había llegado al punto de pensar que estaba volviéndose loco, que era algo pasajero, entonces se le había ocurrido la estúpida idea de buscar a Kagura y olvidarse de ella. Pero para su descontento, Rin los había visto, mandándolo así al diablo.
En un principio no le importó, pero a medida que pasaban los días estaba tentado en buscarla, en perderse una vez más en aquellas curvas que tanto lo encendían y lo enloquecían por completo.
Si, la extrañaba carajo y haría todo lo que fuese por tenerla de nuevo.
― ¿Estás segura? ― preguntó, mientras se acercaba peligrosamente a ella.
Rin tuvo que retroceder. Maldiciendo una vez más a su amiga.
―Tan segura como cuando te mandé al infierno.
Pasó a un lado de él, dispuesta a entrar a su departamento, encerrarse y olvidarse de esta noche. Tal vez ella terminaría por el ver el maratón de Halloween hasta muy entrada la madrugada.
Pero cuando lo hizo, una mano firme se ancló en su delgado brazo. Rin levantó la cabeza y tuvo que tragar con dificultad. Como extrañaba aquellos ojos dorados, esos labios recorrer cada parte de su cuerpo y sus largos dedos dentro de...
Parpadeó, no, no iría por ahí.
― ¿Me sueltas? ― preguntó con educación.
―No ― respondió firme, atrayéndola hacía él y encerrarla entre sus brazos. ―Te dije que tenemos que hablar.
―Y yo te dije que no quiero ― respondió de la misma forma que él.
―Esa no es ninguna opción, señorita.
―Es la única que te puedo dar ― no parpadeaba, mantenía su mirada ― Mejor ve a buscar a esa chica con la que te estabas revolcando.
Lo vio fruncir el cejo, sus brazos se hicieron más firmes, apretando su delgada cintura y pegarla más a su cuerpo.
Escuchó como exhalaba y soltaba el aire, su aroma yerbabuena inundo sus fosas nasales.
―Créeme cuando te digo que no la toque, es porque no la toque ― colocó su frente en la de ella.
―Disculpa si no creo eso ― Rin intentó liberarse de él, pero era un caso perdido. Él era mucho más fuerte que ella.
Sesshomaru se sintió un completo imbécil, el beso que le había dado a Kagura no había significado absolutamente nada. De hecho, no había despertado el deseo sexual que sentía cada vez que estaba cerca de Rin o solo era suficiente verla sonreír para estar excitado.
―Yo creo que tendrías que hacerlo.
Posó sus dedos por su nuca para mantener su mirada fija hacia él, y por qué no, hasta incluso de acercar su boca y besarla como había deseado hacer desde que la dejó de ver.
―Porque ese estúpido beso no significó nada ― apenas y tocó sus labios ―Créeme, cuando te digo esto, la única que está en mi mente día y noche eres tú ― y se apoderó de su boca, un beso potente y fugaz que removió todos los sentidos de Rin.
Sesshomaru se apartó de sus labios tan solo unos momentos, esbozó una sonrisa al ver a Rin con los ojos cerrados y sus labios entreabiertos. Era como si lo estuviese invitando por más.
― ¿Entonces porque la besabas? ― preguntó, con una lagrima en su mejilla.
Él la enjuagó y la abrazó más fuerte como si eso amortiguara el dolor que estaba sintiendo en esos momentos. Jamás se perdonaría el haberle hecho daño a una mujer tan encantadora como lo era ella.
Pegó su fruente a la de ella una vez más. Quería hacerle olvidar lo que había visto, quería que compendiara que era la única en su vida. Que agradecía esa llamada, porque así, pudo darse el valor que necesitaba e irla a buscar y hacerle entender que ambos debían estar juntos.
―Por imbécil. Por idiota. Por pensar que tú te estabas convirtiendo en una obsesión para mí. ― la miró con sinceridad ― Quise sacarte de mi cabeza ― apartó una mano de su cadera, tomó una de la joven y la llevó justo a su corazón ― Pero ya estabas aquí. Tatuada hasta en mi alma. Si no te recupero, si no te tengo en mi vida, estaré perdido por siempre.
Ella lo había insultado, diciéndole que la tenía chiquita, cuando en realidad nunca se había atrevido a pensar por lo que él estaría pasando. Claro, obviamente pensó que estará feliz, saltando de cama en cama con cuanta mujer se cruzará.
Aunque fuese sincero y una declaración así no pasaría en el olvido, aun existía esa espinita de desconfianza. Aun no estaba lista para un salto mayor.
―Sessho...― apoyó la palma de sus manos en su pecho y sentía los latidos frenéticos de aquel hombre alto y poderoso. ― Yo aun no estoy preparada para perdonar, ni para comenzar una relación que tú...
Él se apresuró rápidamente antes de que ella respondiera.
―Lo sé, pero debes creer que cuando digo que ganaré tu amor y confianza, debes estar plenamente segura de que así será. Solo dame una oportunidad y no te fallare.
Rin levantó la cabeza y fue recibida con una radiante sonrisa.
―Lo pensaré ― respondió con una media sonrisa.
―Eso para mi significa mucho.
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Había amanecido con un humor de perros y todo porque Morena desapareció dejando como símbolo de espantarte su tanga colgada en la lampara. Decidió dejarla ahí donde estaba, incluso le ordenó a su empleada que no la tocara hasta que él regresara.
Y aunque se lo hubiese pedido, la mujer no estaba loca como para tomar la prenda sucia de otra mujer.
Salió al gimnasio y se preparó para un domingo aburrido, pero a menudo que corría en la caminadora, recordaba su piel, su olor a mandarina. Esa mujer se había colado tan intensamente. Debía volver a encontrarla, averiguar algo de ella, pero con nombre como el de "Morena" sabía que no era sencillo dar con ella.
Podía sentir sus labios en todo su cuerpo, como el cabello sedoso de Morena los cubría a los dos y como se habían quedado hasta muy extendida la madrugada explorándose uno al otro siendo arrastrados por la ebriedad a causa del tequila.
―Te noto tenso.
La voz de su hermano lo sacó de sus pensamientos.
―Y a ti con una sonrisa estúpida.
Respondió al verlo exactamente así, con una sonrisa de oreja a oreja.
―Hermanito, hay cosas en esta vida que no te puedo contar.
―Seguro es esa extraña mujer de la que nunca platicas y que has vuelto con ella. ¿No es así, Sesshito?
Sesshomaru frunció el cejo y lo miró con una expresión asesina.
―Sigue diciéndome así y le diré a madre como es que su hijo terminó en un ataúd.
Ambos terminaron en una risa, después de un rato en la caminadora, en la que ambos hermanos se retaban uno al otro. Terminaron exhaustos y sentados en los aparatos compartieron su bebida.
―Ocupo un favor ― dijo él ― Mañana no podré estar en la presentación del nuevo rascacielos. Necesito que estes al pendiente de todo.
―Pero...
―Has lo que te digo. Hazme este favor, necesito hacer una cosa muy importante antes de ir a Londres al cumpleaños de madre. Sé que lo harás bien durante mi ausencia. La decisión de continuar con el proyecto la dejó en tus manos.
Lunes.
Antes de salir contempló una vez más aquella tanga colgada en la lampara. La mujer de servicio ya llevaba guantes de látex para retirarla, pero fue especifico en que no la tocaran. Hasta que no diera con ella no la retiraría de ahí.
Tal parecía que la oficina era un día endemoniada, en cuanto llegó se encerró en su oficina, dando exclusivamente la orden que le anunciaran en cuanto llegara la concesionaria. Temía haberse vuelto loco y soñar con aquella exótica mujer. No podía sacarla de su cabeza y estaba seguro de que cuando la encontrara volvería a llevarla a la cama. Solo podía ofrecerle eso, no más, nada de citas, nada de palabras románticas al oído.
Si fuese en realidad prostituta, tal vez incluso ofrecerle una tarifa por estar en su cama, pero sin llegar al extremo de enamorarse. No sucedería como mujer bonita. No era su caso y no deseaba enamorarse.
Bastante había sufrido y ya no tenía corazón que ofrecer.
―Señor, llegó la concesionaria.
Anunció su secretaría, asomándose en la puerta. Él asintió, se acomodó su corbata y de entre los cajones de su escritorio sacó un perfume, roció un poco al aire y avanzó un paso para que el aroma se impregnara en su saco.
Salió de su oficina y de inmediato la asistente le entregó una carpeta con el informe.
―Quien presidirá la junta es la señorita Kagome Higurashi ― explicó la mujer.
Él asintió, mirando los planos y el diseño del edificio.
― ¿No era mejor enviar la maqueta y ya uno toma la decisión? ― preguntó modelo ante tanta faramalla.
―Señor, ellos ya no usan maquetas ― aclaró la mujer ― Su tecnología es más avanzada y la usan por medio de 3D.
Desde luego que lo sabía a la perfección. Incluso le gustaba que su asistente estuviese en todo. Lástima que la mujer era demasiado joven y era su empleada.
Abrió la puerta de la sala de juntas. Desde luego aun no llegaban los empresarios. Pero le gustaba estar a tiempo que entrar como un rey y ver como se deshacían en halagos.
―Me informa recepción que vienen cruzando el elevador.
Inuyasha asintió.
―Trae café, Miranda.
Miranda salió y tras de ella escuchó las voces de unos hombres segundos más tarde entraban los directores y el jefe del proyecto. Presentándose uno por uno, desde luego había olvidado sus nombres. Lo que le importaba era la presentación del edificio.
―Es un gusto señor Taisho ― dijo uno de ellos.
Él asintió, sin tocarlo.
―Su hermano nos ha hablado mucho sobre usted ― dijo el segundo, probablemente el subdirector. ― ¿Estará presente?
―No. ― respondió tajante ― ¿Les parece si iniciamos la junta? Tengo demasiado trabajo el día de hoy y cada minuto del día es valioso para mí.
Miró a los caballeros.
― ¿Alguno de ustedes es Kagome Higurashi? ― preguntó con ironía.
Todos rieron y negaron, alegando que la joven no tardaría en entrar.
Vaya, y encima joven. Esperaba que fuese lo demasiado experta y buena diseñando edificios. De lo contrario su tiempo, dinero invertido por antelación se irían al carajo.
Entonces, a lo lejos alcanzó a escuchar unos tacones pisando el piso con suma elegancia. La puerta se abrió lentamente y un aroma extrañamente conocido a mandarina impregnó el lugar.
Lo primero que vio fueron unas piernas largas enfundadas en unos tacones rojos de aguja, poco más arriba un vestido de rayas negras con blancas, el dobladillo llegaba justo a la altura de la rodilla y por último su cabello. Negro azabache.
El mismo color de...
Ella volteó y sus miradas se encontraron.
―Señor Taisho, le presento a Kagome Higurashi. La arquitecta quien fue designada a su proyecto.
Inuyasha asintió, en cambio, ella se había puesto colorada.
Se podía ver nerviosa por el modo torpe en que había dejado ese absurdo aparato y comenzaba a presentar de manera virtual su edificio. No sabía de cuantos pisos era, no supo los acabados y las rutas de escape, así como donde estaría la oficina principal de su hermano y la de él.
Sólo se limitaba asentir.
Estaba embobado ante su magnificencia, la forma segura en que esa mujer se envolvía. Kagome era muy distinta a Morena. Pero aun así ambas eran la misma.
Que pequeño y que jodido era el maldito mundo. No tuvo que esperar para ir a una comisaría e iniciar su búsqueda. Ella solita había venido a él, bueno al menos de forma voluntaria y sin imaginarlo.
En cuanto su presentación terminó, se disculpó con los presentes y salió apresuradamente de la sala de juntas. Él se levantó para ir en su búsqueda, pero el director lo tomó del hombro. Alzó una ceja y la apartó de inmediato.
― ¿Y bien señor Taisho?
Inuyasha asintió.
―Me parece bien. Envíenme el contrato para iniciar cuanto antes. ― los miró ― Disculpen si me retiro. Tengo un asunto pendiente que terminar. Miranda les pasara toda la información.
Antes de ir en su búsqueda le pidió a su asistente que pasara con los contratistas para cerrar el trato de aquella construcción.
La buscaba en cada rincón del piso, no podía ser que una mujer tan menuda como esa hubiese desaparecido y si ese era el punto sabía dónde encontrarla. Tenía nombre y un trabajo por donde comenzar.
Pero no fue necesario eso, la vio en un rincón apartado de ahí, tenía un teléfono en mano y era evidente que estaba hablando con alguien. Se veía incluso hasta molesta. Aguardó unos instantes hasta que, por fin, cuando la vio colgar se decidió acercar a ella de manera sigilosa.
Ella giró sobre sus talones y se encontró con él. La sensación de verla a los ojos una vez más le bastaron para volverla a desear.
―Así que Kagome.
Ella ladeó la cabeza y lo miró.
―Si ― asintió ― Ese es mi nombre.
― ¿Y desde luego que no eres prostituta?
Volvió asentir.
Inuyasha se cruzó de brazos y esbozó una sonrisa.
―No ― contestó con sinceridad ― Todo fue un reto que me puso mi amiga ― confesó.
Vaya y él había sido el conejo de indias el cual había sido usado para experimento. Pero debía entender que una vez que se cruzaran con él, no había forma de escapar.
―Eso significa que tú y yo…
―Así es ― asintió ― No va a pasar ― dijo segura.
Bueno, le agradaba esa mujer, le enfundaba seguridad al asunto. Tal vez si le proponía solo si le proponía unos meses de sexo, por lo menos lo que durara la construcción del rascacielos, estaba plenamente seguro de que ambos la iban a pasar bien.
―No estés tan segura de ella.
Con un guiño se alejó de ella.
Hola,
Me lo han estado pidiendo, tal vez haga una miniserie de esto.
Saludos.
