Capítulo 3
UNA PROPUESTA NO TAN INDECENTE
Kagome volvió a la sala de conferencias un poco más respuesta a causa del encuentro con el señor Taisho.
Los cuatro hombres estaban compartiendo algún tipo de chiste, debido a su exceso de risa. Pero en cuanto ella cruzó esa puerta guardaron compostura.
―Kagome.
Su jefe avanzó hacia ella y le pasó un brazo por el hombro. Inuyasha únicamente tuvo que alzar una delgada ceja, fruncir la mirada y quererlo fulminar.
―El señor Taisho nos invitó a un almuerzo para celebrar el contrato.
Ella asintió, que poco conveniente. Y no le quedaba mas de otra que acceder a ir, se trataba de su cliente, a quien le había diseñado un edificio.
Pero al menos debía intentar.
―Nada me complacería que ir – mintió, fingiendo una sonrisa – Pero debo volver a la oficina. Se acerca lo de Du…
―El trabajo puede esperar, Kagome – interrumpió despreocupado su director.
¿Cómo qué podía esperar?
Como si fuera era él quien no se encargaba de diseñar los edificios y además no era quién daba la cara al cliente.
Apretó ligeramente los labios hasta hacerlos una fina línea. Su mirada fue directa hacia el hombre que estaba a un lado de ella. La moraba con una boba sonrisa y por algún instinto quiso borrarla con un puño.
―Pe…
―Bueno, no se diga más. Vamos todos.
Antes de que protestara una vez más, Inuyasha se había adelantado y la tomaba del brazo, desde luego ese acto pasó inadvertido ante sus jefes, lo vieron como si fuese un gesto de cortesía.
Pero solo Inuyasha y Kagome sabían lo que en realidad significaba.
Se miraron una vez más antes de salir de la sala de juntas.
Por más que el platillo estuviera apetecible, no lograba despertar interés en ella. Su estomago se había cerrado por completo. Únicamente era capaz de observar su entorno y escuchar la conversación de sus jefes con Inuyasha.
De hecho, estaba en medio de un director y él. Que a esa distancia podía oler su rica esencia masculina.
Sus largos brazos se movían al ritmo que mantenía su conversión. Y no pudo por un momento imaginar o más bien recordar como se había sentido estar entre ellos.
Permitiéndose mirarlo un poco más más a detalle, se detuvo en su camisa blanca y el nudo de su corbata perfectamente elaborado. Su boca al abrir y cerrar mientras decía algo y terminaba en una sonrisa.
Comenzó a sentir que le faltaba el aliento luego de que un intenso calor se apoderara de ella.
Recordar esos labios recorrer cada centímetro de su piel, detenidos ahí, justo en su vagina mientras la hacían llegar a un orgasmo que…
―Si me disculpas, debo ir al tocador.
Se levantó precipitadamente y de inmediato él hizo lo mismo, sin perderla de vista mientras desaparecía por un pasillo que conducía hacia el tocador.
Por un momento se permitió pensar seguirla, echarle seguro a la puerta y darle una segunda rienda suelta a su encuentro. Pero, debía mantener la compostura ante sus socios.
De hecho, se preguntaba cómo deshacerse de ellos para estar solo con Kagome.
En cuando entro al tocador dos chicas salieron de ahí riendo entre ambas por algún chiste. Se miró al espejo y abrió un poco la llave del grifo. Mojó sus dedos con agua fría y después pasó unas cuantas gotas por su cuello. Si estuviera ardiendo era probable que de ella emanara vapor.
Volvió a tomar un poco de agua e hizo el mismo procedimiento. Sentía las gotitas de agua recorrer por medio de su pecho, apagando así, el ardor que había sentido minutos antes.
¿Cómo era posible que, con una puta sonrisa, alterara todos sus sentidos?
Cerró la llave, apoyó las palmas de sus manos y se miró al espejo.
―Solo fue sexo – se dijo así misma – No más.
Y si le propondría algo más allá, ella misma se encargaría de ser especifica. No buscaba una relación, no quería liarse con un hombre. Porque no necesitaba enamorarse, conocer a alguien para tener sexo, si le gustaba bien, lo propondría.
Se secó las manos con una servilleta y la arrojó despreocupadamente a la papelera. Iba distraída, contestando un mensaje a Ayame, esa noche se verían en un bar para celebrar su proyecto. Guardó el Iphone en el bolsillo de su vestido y al levantar la cabeza se detuvo en seco, incluso pudo alcanzar a oír como sus tacones habían rechinado en el piso de mármol.
Él estaba solo en la mesa.
¿Dónde estaban sus jefes?
Tal vez fueron al tocador, pero era imposible que los tres fuesen al mismo tiempo, al menos que les gustara verse uno al otro mientras lo hacían. Se sacudió el escalofrío que le recorrió con tan solo imaginar a sus tres jefes.
Cuando llegó, él se recargó en su silla y le dedicó una descarada sonrisa. La misma que quería borrar con un puño.
Tomó asiento y apartó el platillo, no iba a comer.
― ¿Dónde están mis jefes? – preguntó fingiendo estar despreocupada.
―Tuvieron que irse – respondió – Pero dijeron que no te preocuparas en regresar a la oficina. Les dije que tenía que discutir contigo algo acerca de la construcción.
Kagome siguió cada uno de sus movimientos, primero, había bebido un poco de vino tinto. Luego, pasó acercó su silla lo más pegado a ella, su brazo izquierdo se movía lentamente hasta recargarlo atrás del respaldo de la silla donde estaba sentada.
Su pulso se aceleró, ahora que había probado a ese hombre y el placer que era capaz de dar, no sabía si resistirse o mantenerse a raya.
"Sólo sexo"
Se recordó.
"Sólo podría ser sexo, no más".
Su aroma la golpeó violentamente. Reconocía muy bien su aroma, por más que había tratado de quitárselo en una larga dicha, no logró quitárselo.
Vio como levantaba un dedo de su mano derecha y le acarició el brazo lenta y seductoramente.
Ella se mordió el labio y un leve jadeó se escapó de sus labios.
Inuyasha esbozó una sonrisa al verla alterada, lo sabía porque había visto como el pulso de Kagome cambiaba de ritmo. Verla así, no hacía sino más que incrementar el deseo que sentía en esos momentos por ella. Desde que lo abandonó en su cama no hacía sino pensar en ella, de hecho, había querido despertar, volver a tenerla a su merced una vez más.
―Tu tanga aun esta colgada en mi lampara.
Kagome levantó la cabeza, miró hacia ambos lados, esperando que nadie hubiese escuchado eso, luego, ya más segura de que la conversación solo concernía entre ambos, lo miró y con una media sonrisa respondió.
―Puedes quedarte con ella. Tengo muchas de esas – ahora la que era atrevida era ella.
Él soltó una pequeña risa, se inclinó un poco hacía ella y le susurró al oído con un aliento ardiente.
― ¿De qué color?
Metió su mano por debajo de la mesa y lo primero que hizo fue buscar el dobladillo de su falda. Claro que había estudiado todo antes de hacer ese movimiento. El mantel era largo, ocultándolo de vistas indeseadas, a parte, su mesa, estaba en un punto estratégico, así que todo le favorecía.
Kagome se arqueó lentamente e inclinó un poco la cabeza mientras sentía los largos dedos de ese hombre recorrer sus muslos y detenerse en su centro. Por instinto abrió más las piernas para darle acceso libre a toda ella.
Inuyasha se sintió victorioso cuando la vio en ese estado de éxtasis. Sintió una fina tela de encaje y recorrió la tela. Sonrió, apenas si la había rozado y ya estaba empapada.
―Te hice una pregunta – volvió a susurrarle. – Responde.
―De…― iba a soltar un gemido cuando sintió dos dedos dentro de ella – del…color que más te imagines.
―Me gustaría verlas – aceleró deliciosamente el ritmo.
―Y a mí. – asintió con sinceridad.
Oh si, nada le excitaría más que mostrarle su ropa íntima.
―No hay nada que me complacería que verlas, pero….
Apartó su mano y se recargó nuevamente en su lugar, se llevó los labios a la boca para saborear su sabor.
Kagome abrió los ojos y lo fulminó con la mirada.
―Has dicho que esto no va a volver a pasar.
Apretó los nudillos simuladamente.
¡Qué carbón!
¡Era un hijo de puta!
A este punto comenzaba a arrepentirse de lo que le había dicho en su oficina. Lo cierto es que si, se moría por que lo de la noche anterior se repitiera entre ellos. Pero, así, viéndolo tan arrogante y desgraciado, no iba a darle el gusto de ver que le afectaba.
Ella también sabía jugar, y si, la deseaba como lo podía ver en sus ojos, usaría eso a su puto favor.
Ahora, había sido ella la que se inclinaba hacia él y su simple acción lo dejó descolocado. Posó una mano descuidada justo dónde ya comenzaba a vislumbrar un bulto.
―Si – utilizó el mismo tono que él había empleado con ella – Es una lástima que eso no pase.
Sentía como su pene palpitaba entre el pantalón y sus dedos.
―Porque incluso pensaba hacer lo mismo de la anche anterior.
Mordió su oreja y casi soltaba una risa al sentir como se retorcía en su lugar.
Querías jugar sucio, juguemos sucio.
―Yo arriba de ti.
Inuyasha se la podía incluso hasta imaginar. Ella arriba y de espaldas a él. Mientras contemplaba su desligada figura, pasar su lengua por el tatuaje de una "Flor de Loto" en su espalda baja y ese cabello largo rozarle el abdomen.
―O mi boca en tu pene.
Esa imagen de ella, caminando a gatas como una fiera a punto de atrapar a su presa jamás se le iba a borrar de la mente.
Abrió el cierre de su pantalón, rebusco entre su ropa interior acceso libre a su pene y sin contemplación, lo tomó entre sus manos. Volviéndolo loco con ella ritmo que ella marcaba.
Lo escuchó jadear y esbozó una sonrisa.
―Pero te confirmo, eso no va a pasar.
Retiró la mano y se recompuso en su lugar. Miró su plato y ahora si tenía hambre.
Inuyasha, un poco más recuperado y con el cierre de su pantalón cerrado, se disculpó.
Kagome lo vio ponerse de pie para ir a la barra. No perdía detalle de cada uno de sus movimientos. Como sacar su billetera y una tarjeta black y dársela a la cajera.
Luego firmó un ticket y con suma tranquilidad se acercó a ella, pero sin tomar asiento.
Kagome levantó la cabeza y se encontró con sus ojos dorados. Ojos que la miraban con hambre, con un deseo devorador.
Vaya, él estaba más afectado que ella.
No le dio tiempo de bromear cuando ya la tenía sujeta del ante brazo y, con su bolso en la otra mano, salió con ella del restaurante.
―Vamos.
― ¿A dónde? – preguntó con cautela, manteniendo su ritmo.
―A dónde podamos terminar esto.
Una sonrisa se escapó de sus labios, si, a él le había afectado más.
Kagome 1.
Señor Taisho 0.
― ¿Así muestras tu control en tus negocios?
De pronto se maldijo por haber dicho eso. Porque se paró en seco y la giró para tenerla frente a frente. Su mano de anclo peligrosamente en sus caderas y la atrajo posesivamente hacia él.
―Créeme, en mis negocios soy un maldito carbón que mide muy bien las consecuencias – apoyó su frente con la de ella – Pero tú… ― acarició una mejilla – Desestabilizas todo mi control.
Kagome se mordió el labio inferior y lo miró ñor el borde de sus ojos. Solo esperaba que no se enamorara.
―Solo no te enamores de mi – pidió ella – Es lo único que te pido.
― ¿A caso para tener sexo con alguien se ocupa amar?
―No – negó ella, segura de su respuesta – Pero amor no prometo.
―Créeme que no ando busco eso – él también respondió.
Kagome asintió aliviada ante su respuesta. No quería una relación, no quería tener a un hombre a su lado justo cuando estaba en la cúspide de su carrera. Si las cosas pintaban bien y las cosas en Dubái salían conforme lo esperado, podría montar su pequeña empresa y ser independiente.
―Es bueno que estemos en la misma sintonía – le guiño un ojo – Esto solo será sexo. Es decir…
Lo miró a los ojos y tuvo que guardar silencio cuando vio pasar una pareja a lado de ellos.
―Tú me coges – lo señaló a él ― Yo te cojo – luego a ella – Cogemos entre los dos sin involucrar algún tipo de sentimientos.
Jamás se había atrevido a pensar en como sonaba conjugar ese verbo, pero en cierto modo le pareció divertido.
Le encantaba esa mujer, sincera, directa y tremendamente exquisita. Que ella no tuviera deseos de una relación le fascinaba, así no podría preocuparse por que se enamorara, cuando en realidad tampoco era ese su deseo.
― ¿Qué pasa si uno se enamora? – preguntó ― Simple curiosidad. Además, que sepas que yo tampoco busco una relación.
Kagome dejó escapar el aire que había estado conteniendo. Bien, esa respuesta le daba seguridad para seguir.
―El que se enamora primero pierde y se acaba todo en ese instante.
Esta mujer le venía como anillo al dedo. Decidida, inteligente sin deseos de una relación. Era perfecta para lo que él buscaba, que era precisamente eso. Cero relación, cero amor, pero si mucho sexo. Ya no tendría que buscar en un bar a una mujer sosa con quien pasar la noche, tenía ante él a la indicada.
Aunque debía admitir que lo descolocó que ella misma hiciera aquella propuesta descabellada pero deliciosa.
Levantó una mano hacia él.
― ¿Tenemos un trato, señor Taisho u ocupas un contrato para esto?
Él sonrió y negó con la cabeza.
―No necesito de un papel y una firma para llevarte a mi cama. Si me gustas lo hago y ya.
―Y a mí no me gustaría dejar mi rubrica en un contrato de ese tipo. Igual que tú, si me gustas me acuesto contigo y ya. Y créeme, me gustas, pero aclaro, no para enamorarme.
―También me gustas y mucho.
Y así, con él estrechando su mano, sellaron en trato.
―Hecho – dijo.
―Bien – Kagome asintió y tuvo que hacer la pregunta que tanto quería hacer ― ¿Cuándo empezamos?
Por respuesta que tuvo sólo fue un beso en los labios.
―Ahora. – la acercó más a él – No regreses a la oficina. Diles a tus jefes que el maldito Taisho te retuvo todo el día.
xxx
Si fuese una película de terror bien se parecía a Michel Myers, inclinando la cabeza de un lado a otro mientras observaba aquella prenda intima colgada como trofeo en esa lampara.
―Mas o menos así se veía mi empleada doméstica. Pero ella me vio como si hubiese hecho algo malo.
Kagome soltó una pequeña risa y negó con la cabeza.
―Pobre mujer, seguramente por poco renuncia.
―No – él negó – Por poco me demandaba por daños psicológicos. – se encogió de hombros y sonrió mientras la veía – Soy un depravado.
―Que terrible – negó con la cabeza – Mejor debemos quitarla antes de seguir con más daños.
Pero lejos de traer una silla o algo en que ella se pudiera levantar, él ya se había agachado para levantarla de las piernas. no fue difícil, Kagome era una mujer ligera y en cuestión de segundos ella ya había alcanzado sin problema alguno la tanga que había permanecido desde el sábado.
Lentamente fue bajándola, sus dedos acariciaron cada centímetro de piel, levantando sin querer el dobladillo de vestido. En cambio, Kagome sentía cada centímetro de su cuerpo en ella, incluso el aliento se le cortó al sentir la protuberancia de ese hombre en su centro.
De pronto, la película de "Loco y estúpido amor" vino a su mente, justo en la parte donde Ryan Gosling carga a Emma Stone imitando la escena de otra película. En esa escena estaba toda la tención sexual por parte de los personajes, pero aquí, esto, entre ellos dos, era realidad, no una actuación.
― ¿Todo bien, Morena? – preguntó burlón, al darse cuenta de la reacción de la mujer ante aquel gesto.
Ni siquiera sus pies habían tocado el piso, al contrario, la mantuvo suspendida a la altura de sus labios.
―Creo que, si hubieras hecho eso antes, tal como lo hizo Ryan Gosling en "Loco y estúpido amor" ya me habría acostado contigo.
Fue su sonrisa o tal vez su risa lo que la dejó descolocada, y tuvo que parpadear. Recordándose una vez más el acuerdo que pactaron entre ellos. Esto solo sería sexo y, por lo tanto, solo les quedaba dos opciones, la uno, terminarlo hasta donde ellos desearan o enamorarse, y esa ultima no era una a elegir.
Sintió una mano recorrer su cintura y clavarse atrás de su nuca de una manera posesiva y en un abrir y cerrar de ojos ya devoraba sus labios con habido deseo. Mordiendo la comisura de su boca, robándole el aliento. Kagome tuvo que enredar sus piernas en las caderas de Inuyasha. Mientras él avanzaba hacia la habitación con ella en brazos.
Cayó con ella sobre la cama, mientras recorría cada centímetro de su piel hasta sostener sus manos por la altura de la cabeza. Y sin algún tipo de apuro devoró sus labios, robando sus gemidos. Kagome trataba de moverse, para quitarle la ropa, pero ese hombre la tenía bien sujeta.
Abandonó sus labios de mala gana cuando les comenzaba a faltar el aliento y ahora ponía especial atención en su delgado cuello, aun sin soltarle las manos.
El dobladillo de su vestido estaba un poco más a la mitad de sus muslos, mostrando ligeramente su triangulo y una tanga en color verde mental.
La soltó y se levantó de la cama, fue hasta un mueble y sacó un condón. La vez pasada no usaron un descuido de su parte.
Kagome se sentó al borde de la cama, contemplando cada uno de sus movimientos, hasta verlo sacar un sobrecito rojo.
―La noche ant…
―No te preocupes – cortó ella – Tomé ya mis medidas. Nadie aquí quiere un hijo. ¿Es solo sexo, recuerdas?
Él la vio y asintió. Si, eso era precisamente lo que iba haber entre ellos dos. Pero eso no significaba que no dejara de preocuparse por alguna imprudencia de su parte. Solo quería estar seguro de que ella se hubiese protegido.
―Ahora quítate la ropa y ponte eso― ordenó con voz impaciente.
Eso lo hizo sonreír y arqueó una ceja, porque, aunque él estuviese acostumbrado a dar órdenes, nadie se había atrevido a dárselas a él. Y eso le alteraba todos los sentidos al cien.
―Y tu ese vestido. Quiere ver esa Flor de Loto de espaldas a mí.
Kagome sonrió, hace mucho se había hecho ese tatuaje y el recuerdo hizo mella en su mente. Pero ese no era el momento de recordar y revivir sentimientos.
―Lo que usted diga, señor Taisho.
Se puso de pie y ante su mirada dorada buscó el cierre de su vestido, afortunadamente estaba a los costados de su cintura, no tendría que hacer esfuerzo alguno. Lentamente se bajó las mangas y se lo quitó, la tela fue resbalando por su cuerpo e Inuyasha no había perdido nada de ese acto.
Tuvo que aclararse la garganta cuando vio su seductor conjunto, ahora era uno en color menta, de seda y con detalles de encaje. Devorándola, barriéndola con su mirada dorada. ante él estaba una mujer altiva, que se mostraba segura de si misma y de su cuerpo. Un cuerpo que muy bien las ninfas pudieran envidiar.
―Verde menta – comentó mientras no perdía de vista su lencería.
―Te dije que tenía de todos los colores que te podrías imaginar.
Él asintió.
―Date la vuelta.
Kagome, aunque tardó en reaccionar hizo acopio a la orden y giró lentamente sobre sus talones, para estar de espaldas a él.
Se detuvo contemplando su cabello largo, lo recto de su espalda, sus nalgas redondas y formadas y ahí, en su espalda baja, estaba el tatuaje de una flor de loto que había sido su obsesión. Estaba acompañados de detalles que ocupaban buena parte de la espalda. Los colores eran sutiles, en rosa palo la flor y los detalles en un verde claro.
Acercándose a ella, se puso de rodillas y tocó el tatuaje con la punta de un dedo. Estuvo así un par de minutos, contemplándolo con un estúpido.
― ¿Solo querías ver mi tatuaje? – preguntó burlona – Si era ese el caso, me hubieras pedido una foto y te la habría mandado.
― ¿Tienes una? – preguntó de la misma forma que ella.
―No – negó – Pero podría hacer una.
―Me complacería eso – respondió.
No pudo contener el impulso de besarlo, con la punta de sus labios besó el tatuaje, besando cada línea, cada color de la Flor de Loto. Por algún punto se sintió vagamente triste pero no lo iba mostrar.
Sus labios fueron subiendo por su espalda, sintiendo sus dedos recorrer por cada centímetro de su piel, hasta que una mano se clavó en su vientre, pegándola al cuerpo duro de ese hombre. Inuyasha, con una mano libre, hizo a un lado su cabello para tener acceso a su cullo, donde él emanaba el olor a mandarina que ya se había hecho familiar para él. Besó su curva, su mano libre hurgaba por el broche que mantenía sujeto su sostén y en un hábil movimiento ya se había liberado de él.
―Antes….― Kagome jadeó – de que lo tires…asegura que caiga en un lugar donde pueda levantarlo.
Él sonrió al recordar el lugar donde había terminado una de sus prendas.
―Lo tomaré en cuenta.
Perdió la cuenta de cuantas veces había deseado volverla a tener así, desnuda, delante de él y sentir una vez más su tersa piel. sus largos dedos se cerraron posesivos en uno de sus pechos y ella arqueó su espalda, rosando con sus nalgas la punta de su pene.
Le dio la vuelta bruscamente y su cabello largo los cubrió a los dos. Tomó su rostro entre sus manos para mantener inmóvil su cabeza, se acercó a ella y devoró una vez más aquellos labios rojos, que igual que su tatuaje, se habían marcado a fuego lento en su piel. Había sido una suerte que él estuviese aquella noche en aquel lugar, que se hubiese confundido de dirección, porque así, había logrado encontrarla. Y no se refería en sentido romántico, no, aquí no había nada de eso, solo un instinto primitivo entre ambos.
Otro imbécil hubiera sido el afortunado, pero estaba seguro de que ella rechazaba a cada uno que se había acercado, para así, esperar al adecuado. Y ese, fue él.
Sus rompas yacían en piso, los jadeos se escuchaban en cada esquina de esa habitación. Él la tenía como se la imaginaba, arriba de él y de espaldas, con su cabello flotando y ese tatuaje moviéndose al compás de sus caderas.
Ella giró y ahora estaban frente a frente. Arqueó su espalda mientras saboreaba el orgasmo y besó sus labios. Ahora ya no estaba fingiendo ser una prostituta, ahora era Kagome y no Morena quien se estaba entregando a aquel hombre una vez más.
―Kagome de día ― comentó Inuyasha mientras acariciaba la espalda desnuda de la mujer ― Morena de noche.
―No te acostumbres ― lo detuvo cuando estuvo a punto de advertir una vez más sus labios sobre su boca.
―Podría ser fácil, Morena.
―Si – asintió – acostándose en la cama, con las piernas cruzadas y como su madre la había traído al mundo – Pero recuerda nuestro trato.
Inuyasha se recostó en la cama, con los brazos debajo de cabeza, mientras miraba al techo y escuchaba la respiración de la mujer, una respiración que comenzaba a relajarse.
― ¿Y ahora? – preguntó él ― ¿Cómo van a ser las cosas de aquí en adelante? – se acostó de lado y comenzó a juguetear con uno de sus pezones.
Kagome no perdió detalle de sus movimientos y se encogió de hombros.
―No sé, supongo que cuando queramos tener sexo nos hablamos.
Pero había una parte del "contrato" que no habían discutido, y lo pensaba entre comillas porque no habían firmado nada. En su mente rondaba una sola cosa, mientras ellos estuvieran liados en la cama, no iba a permitir que otro saboreara lo que él estaba saboreando.
―Muy bien, Morena – se movió un poco más hasta estar arriba de ella, abriendo sus piernas con una rodilla – Debemos aclarar un punto.
Ella asintió, prestando toda su atención.
―Ya quedo claro el "tu me coges, yo te cojo y el cogemos entre los dos" – arqueó una ceja y esperó a que ella dijera algo, pero cuando su replica no surgió, prosiguió – No nos vamos a liar con nadie más mientras tú y yo tengamos – señaló algo un dedo al aire – Lo que sea que tengamos ¿Fui claro?
― ¿Te refieres a que ninguno se puede acostar con alguien más mientras tú y yo…― lo señaló a él, luego a ella y después de meditarlo y quedarse embobada viendo sus ojos dorado, fue cuando asintió – Me parece justo.
―Más que justo, Moreno.
Pero lo que ninguno se cuestionaba era:
¿Quién de los dos iba a perder primero?
¿Sería él?
¿Sería ella?
¿Quién iba a decir primero "perdí el juego"?
