Verde es el Peor Color
Hasta donde sus ojos eran capaces de apreciar, se sentía caminando sobre un mar de esmeralda. El vibrante verde del pasto que cubría cada centímetro de la pradera se iluminaba bajo los refulgentes rayos del sol, haciéndolo parecer como si en realidad pudiera brillar por su propia cuenta. Sabía que no era así, por supuesto, pero no era la primera vez que se topaba con ese tipo de pequeñas ilusiones; o esa en específico.
Había, desde muy pequeña, aprendido a apreciar la belleza. Fue una de las tantas enseñanzas que le fue grabada a fuego, casi de manera literal. Como tal, estaba en ella ser deslumbrada ante el suave mecer de la hierba, mientras el rocío las hacía centellar bajo cualquier rayo de luz, fuese natural o artificial. Estaba en ella admirar cada flor silvestre que hacía acto de presencia de forma esporádica, para introducir la variedad ante todo el verde. O así debió ser.
La mujer, o sería más correcto referirse a ella como una niña —o chica si quería estirarlo— que estaba pasando a la madurez, estaba cansada. Cansada de ver verde, cansada de las praderas, cansada de las briznas de hierba que se mentían en su ropa cuando estaba descansando luego de tanto caminar. Estaba, en esencia y sin lugar a duda razonable, hastiada de caminar en esta tierra de bárbaros.
Nadie nunca se había tomado la molestia, para su desgracia, de advertirle sobre la verdad que toda persona adulta y medianamente conocedora debía saber: viajar no era para nada, ni un poco, bajo ninguna circunstancia, glamuroso. Y a nadie se le ocurrió que ella, tal vez, debía saber esa pequeña pizca de información.
Acomodó la gran bolsa en su hombro mientras continuaba caminando. Al menos tendría que agradecer el hecho de que su calzado no la estaba matando. Era feo, al menos bajo sus estándares; también viejo, desgastado y no sentía que combinaba muy bien con su vestimenta. Pero hacía su trabajo, y no estaba bien visto en una dama que decidiera quejarse, mucho menos el ser ingrata.
Pero no estaba por encima de pensar, aunque fuese un poco demasiado dura, en la verdad. Y culparía a todas las personas que jamás le dijeron que sería… Iría con «incómodo», viajar.
También quería culpar a sus libros favoritos, por mucho que el sentimiento no le agradase. De lo que no tendría arrepentimiento sería encontrar a los escritores y obligarlos a cambiar el texto en una nueva edición. Ninguno dijo la verdad sobre viajar, en lo más mínimo. Todo fue una mentira directa o un embellecimiento descarado, casi rozando el engaño.
Los libros omitían directamente cualquier cosa que fuera medianamente complicada, o si no lo hacía, se minimizaba como un asunto de trama que se podía ignorar con facilidad. O se centraba demasiado en la belleza como para que fuese irrelevante cualquier tribulación, o cosas esenciales como la falta de agua nunca molestaba a los protagonistas. Mi siquiera quería entrar en las partes del aseo y las necesidades biológicas.
Los dilemas de mundano malestar carecían de relevancia. Después de todo, ¿qué importaba lo anterior, cuando se hacía especial énfasis en las estrellas que brillaban como diamantes en el cielo nocturno? ¿Quién podría prestar atención a la muerte de una fogata, cuando se era capaz de compartir el calor con un tierno abrazo de la persona especial con la cual viajabas?
Sus labios dejaron escapar un suspiro de ensueño al pensar en tales escenas tan románticas, pero no tardó en convertirse en amargura. Las estrellas que presenciaba cuando la noche traía su bendición eran, reiteraba, hermosas como diamantes. Pero le era difícil admirarlas cuando, a mitad de la noche, tenía que vigilar su fogata para evitar congelarse gracias al viento otoñal, o cuando ni siquiera podía pegar un ojo por miedo a ser asaltada.
Y cuando despertaba al amanecer, apenas durmiendo entre parpadeos, no había belleza que admirar en el alba. Solo estaba irritada, un poco iracunda y deseosa de caminar hasta la civilización —si era que los bárbaros del continente contaban con tal cosa— para poder usar una cama por primera vez en días. No sería extraño que terminase odiando la naturaleza.
Eran momentos como estos en los que amaba la sangre de su madre que corría a través de sus venas. Si fuera humana, o algo como una kitsune, su piel habría sido un desastre gracias a la falta de sueño, la hierba que la rozaba con cada movimiento mientras intentaba descansar y la falta de hidratación. También, estaba segura, aquella noche en la cual su fogata se apagó y estaba tan cansada que no se dio cuenta, habría resultado en, mínimo, una enfermedad si su temperatura no se hubiera mantenido.
Su viaje en barco no fue mucho mejor, si tenía que ser honesta. Tuvo sus ventajas, por supuesto, comenzando por el hecho de que no se veía obligada a caminar. No era que tuviese mala condición física, o se considerase una persona que se dejaba arrastrar por el pecado de la pereza. Pero, cuando lo único que hacías era eso, viendo solo verde, verde y más verde hasta el punto de comenzar a odiar el color, no sería extraño que los nervios de una chica estuvieran a punto de explotar.
Por otro lado, viajar en barco tenía el inconveniente de una falta insana de privacidad, lo cual, una dama como ella, encontró deplorable, si no traumático. ¿Cómo fue posible que tuviera que compartir habitación, o camarote, con otras tres personas? Como mínimo, estuvo rodeada de mujeres, porque, de ser hombres, habría trazado la línea allí mismo.
No obstante, la cuota del sexo masculino se cumplió, y en exceso. Estuvo, la mayor parte del tiempo, rodeada por hombres sudorosos y semidesnudos que no tenían una sola pizca de pudor en ellos, lo que, nuevamente, era una tortura para la niña. Ni hablar de que eran todos vulgares salvajes, borrachos e indecentes, todo lo que se podía esperar continentales. Por mucho que fuese impropio de una dama, casi hubo un asesinato a bordo.
Si tuvo suerte en algo, fue que no se mareaba con facilidad, a pesar de encontrar muy poco agradable la falta de un suelo sólido y estable. ¿Cómo era posible que hubiera personas que decidieran dejar la comodidad de una cama, la privacidad de su propia habitación y la seguridad de un hogar, solo para viajar en una de esos ataúdes flotantes? A pesar de toda su educación y el dinero invertido en tutores, esa pregunta la superaba por completo. Los mortales eran todos extraños… y los dioses también, estaba segura.
Luego de tanto caminar y perderse en sus pensamientos de forma deliberada para no comenzar a odiar el color verde, notó que estaba acercándose a un bosque. Fue grato ver las hojas rojizas gracias a la época del año, un gran cambio y uno cuya belleza sí era capaz de apreciar. No parecía particularmente espeso, pero los arbustos que cubrían gran parte del borde, ayudaban a dificultar la visibilidad… Arbustos que estaban moviéndose y dejaban escapar pequeños gruñidos.
Dejando caer la mochila, metió la mano derecha en su manga izquierda y extrajo un tessen de una funda. Era un abanico ya viejo que había visto mejores días, con un color gris y sin demasiada fanfarria. Este pequeño obsequio fue el que estuvo usando en cada una de sus prácticas, por lo que carecía de cualquier tipo de borde o punta afilada. No obstante, trazó con cariño los lugares donde deberían estar los ahora desgastados patrones de espirales, antes de alzar la mirada.
Ahora iluminados por el sol, había un pequeño grupo de monstruos desagradables. De piel verde, lo que la hizo despreciarlos en el instante, y del tamaño de niños muy pequeños, y si esa descripción venía de alguien que ni siquiera llegaba al metro y medio, significaba que en realidad eran bajos. Su cabeza estaba adornada con una cantidad de entre dos a cuatro cuernos, con brazos desproporcionadamente largos.
Si su apariencia no era de entrada desagradable, la chica quiso poner el grito en el cielo en el momento en que se dio cuenta de que estaban desnudos y… «eso» colgaba entre las piernas de los dos machos. La temperatura de su cuerpo aumentaba en proporción a su furia, deseando desgarrar a los profanadores de la pureza de sus ojos.
Con solo tres de ellos, incluso sin una falna, no sería demasiado para ella el ventilar sus frustraciones sobre los goblins. Al menos tenía una forma de liberar todo el estrés que había ido acumulando a lo largo de los días. No, estrés no; una dama nunca se estresaba.
Sin permitirles mucha oportunidad para hacer algún movimiento, cerró la distancia con unas cuantas zancadas. El más cercano a ella, que podría llamar el líder gracias a que su armamento era una daga oxidada en lugar de una rama glorificada, emitió un sonido entre un grito y un gruñido. Demasiado tarde.
Con el tessen firmemente agarrada con su mano derecha, lo blandió en dirección de su cráneo. Sin la capacidad para reaccionar, el crujido desagradable de una rotura paralizó a los acompañantes. Notó, en la fracción de segundo en que le tomó regresar a una postura defensiva, que intercambiaron miradas entre el abanico y la cabeza del ahora inconsciente —o muerto— goblin. No tuvo tiempo para saborear la incredulidad cuando uno de ellos se abalanzó con un salto imprudente.
En lugar de intentar esquivar, interpuso el tessen; el hierro chocó con la madera agrietada, la cual se rompió en el impacto. En un movimiento rápido, aunque incómodo dado el tamaño de la criatura, envolvió el brazo estirado y el abanico quedó en la sección del codo. Pareció prever lo que estaba a punto de suceder, o pudo haber notado la sonrisa en el rostro de la chica, porque hizo ademán de retirar la extremidad.
Con un rápido golpe de su mano libre, el brazo del goblin se quebró, dejando caer su arma rota. Sin darle tregua, golpeó con el talón su rodilla hasta dejarlo igual de destrozado que su extremidad superior. La pequeña cosa se retorció en el suelo de dolor, y antes de que se le pusiera fin a su miseria, el tercero atacó desde un costado.
Esquivando el golpe y retrocediendo un par de pasos, miró al agresor. Había recuperado la daga del líder caído, empuñándola con tal fuerza que sus manos estaban un poco más pálidas que el resto de su cuerpo. La chica llevó su mano libre para ocultar su sonrisa; no era propio de una dama mostrar tal expresión abiertamente, pero era divertido y curioso. ¿Quién diría que estas criaturas podrían siquiera entender el concepto de empatía?
Negando con la cabeza, retrocedió nuevamente para esquivar. Lo vio desequilibrado y golpeó con su abanico, rompiendo su cuello. Fue tan sencillo, aunque todavía quedaba uno. Sin un brazo y una pierna, solo podía arrastrarse para intentar alejarse de ella.
Caminó en dirección del goblin temeroso y caído, guardando su tessen en la funda escondida bajo su manga; tenía forma de un brazal de cuero, escondiéndolo lo suficientemente bien. Y no era un bien de baja calidad que pudiera irritar su piel.
—Ara ara, querida. — se detuvo frente a la única fémina del grupo —No soy muy buena en todo este asunto de las peleas, así que te he causado un dolor innecesario.
Las palabras podían coincidir con su suave voz y amable sonrisa, pero rápidamente sería desmentido por el brillo sádico en sus ojos. La criatura lo supuso, y lo confirmó cuando la bota se asentó en su pecho. Arañó y golpeó lo mejor que pudo para liberarse, sin conseguir hacer nada. Supuso que allí había otra ventaja del feo calzado: su resistencia. No tenía uñas particularmente afiladas o una fuerza superior, pero su calzado normal no habría durado en lo más mínimo.
—Le pediría que no se resista, solo lo hace más difícil.
Tampoco estaba poniendo demasiado esfuerzo en hacerlo fácil, si tenía que decirlo. Solo aumentó la presión de forma constante y lenta, siendo recompensada con chillidos y una lucha más desesperada por la libertad. Todo esto venía acompañado por jadeos largos y profundos. Intentaba adquirir fuerza por cualquier medio para ser libre. Pero ni siquiera estaba cerca de mover a su atacante.
Incluso a través de la bota, era capaz de sentir cómo cedían las costillas. Y si no, la criatura hacía evidente el cambio. Sus ataques se debilitaban hasta el punto de ser meras caricias, y ya ni siquiera tenía voz para quejarse. Su respiración era irregular e interrumpida, casi como si quisiera formar palabras de súplica. Nada salió, y pronto, se quedó en silencio cuando la caja torácica cedió por completo.
Conteniendo una mueca de asco, ya que ese tipo de expresiones no eran propios de una dama, se alejó de la cosa muerta. No sin haber notado que cargaba con heridas que ella no había infligido, pero le restó importancia. Lo que hiciera un animal… Lo que hiciera algo menos que un animal no era asunto suyo.
Dirigiéndose hacia sus pertenencias descartadas, estaba deseosa de marcharse. No tenía pensando, ni en un millón de años, hurgar en las entrañas de esas cosas para alcanzar las Piedras Mágicas. Jamás. Ni muerta.
En el momento en que se inclinó para tomar su mochila, sintió una perturbación. Era la primera vez que esa cosa que su amado maestro le dijo que se llamaba instinto funcionaba. Y miró en dirección del bosque, desde el cual surgieron siete figuras.
Eran humanoides, y se debatía si eran igual o más feos que los goblins. La cabeza de perro sarnoso hacía difícil comparar, ya que creía que debería estar ubicada en una liga propia. Sus cuerpos, que contaban, para su suerte, con pelaje que cubría la parte inferior, eran unas cuantas pulgadas más bajas que el de ella. No obstante, podía notar los músculos que se camuflaba en su delgadez, resaltado en la mano que empuñaba el garrote. Si sus enseñanzas estaban en lo correcto, se trataba de kobolds, quienes eran una verdadera amenaza; estos no podían ser derrotados por una persona normal, a diferencia de los goblins. De hecho, debieron ser ellos quienes los hirieron en primer lugar.
Frunciendo el ceño, extrajo su tessen nuevamente y adquirió una posición defensiva a tiempo. Estos eran más salvajes que los enanos verdes, así que uno de ellos se lanzó hacia adelante con imprudente abandono. El garrote zarandeado fue interceptado por el abanico de hierro, y si tenía que admitirlo, era fuerte. Ella, por supuesto, se mantuvo firme. Incluso si no tenía la fuerza de un adulto, superaba a la de cualquier niña de su edad.
Regresó el ataque con un rodillazo. No logró fracturar nada, pero sí hacerle expulsar el oxígeno y retroceder un par pasos. Ella hizo lo mismo para ganar algo de distancia, porque fue capaz de notar al segundo que venía tras ella. En lugar de parar de frente, golpeó el garrote para hacerlo desviar y propinó un codazo en su mandíbula; la fuerza en su golpe la desencajó y lo derribó.
Saltó hacia atrás en el momento en que un tercero venía, seguido por otros dos que querían flanquearla. Apretó los dientes e interceptó al primero. Iba a realizar una maniobra para romper su brazo con rapidez antes de encargarse de los otros dos. El plan no fue necesario.
Una figura pasó prácticamente volando a su lado desde el interior del bosque, ignorando a las bestias que apenas y la percibieron. La chica, por su parte, notó, por el rabillo del ojo, cómo cortaba el garrote del que estaba a su izquierda, que reaccionó con un arañazo que fue ignorado para correr y bloquear el ataque del que estaba a la derecha. La fuerza del kobold lo hizo retroceder un par de pasos y casi lo desequilibró.
Alejándose del que estaba frente a ella, la chica detalló a su salvador. O salvadora, para el caso. Vestía una desgastada capa verde con una capucha, complementado con una máscara blanca que escondía su rostro. La prenda superior era gris y se pegaba a su cuerpo atlético, mientras que los pantalones cortos dejaban sus piernas tonificadas al descubierto, que terminaban en un par de botas viejas. Sostenía, con manos enguantadas, una espada, o un sable si tenía que ser precisa, con algunas muescas, pero cuyo cuidado era evidente. Parecía solo ser un par de centímetros más alta.
Suspirando, llevó la mano izquierda dentro de su manga y extrajo un segundo tessen, un gemelo del que estuvo empuñando hasta ahora. Los seis kobolds estaban rodeándola, pero todavía les estaban dando espacio para moverse con cierta libertad… ¿Seis?
Por segunda vez en su vida, su instinto reaccionó antes de que pudiera pensar al respecto. Pasó junto a la figura mientras abría los tessen, exponiendo su falta de país y cualquier otro tipo de decoración; se trataba solo de gruesas varillas del mismo hierro que se extendía desde la guarda.
Un ruido metálico fue la recompensa de su acción, amortiguado por el tamborileo de su propio corazón. Su sangre bombeaba con salvajismo al darse cuenta rápidamente de lo que hizo. Detuvo una flecha. Evitó que una flecha golpease a la persona que le salvó la vida. Contuvo un estremecimiento al pensar en cuál hubiera sido el resultado de haberse equivocado.
Sin más tiempo para pensar, giró para encarar al kobold que corría en su dirección. Se aseguró de que la suela de su bota rozara el suelo y levantase una nueve de polvo, la cual arrojó a los ojos de su enemigo con un movimiento de su abanico derecho. El izquierdo se cerró con un chasquido y viajó hasta la mano armada, quebrando los dedos al momento del impacto. El grito ahogado la hizo darse cuenta de que se trataba del que tenía la mandíbula dislocada. Con un encogimiento de hombros mental, terminó el trabajo rompiendo su cráneo.
Monitoreó a su salvadora, que estaba luchando contra cuatro. O tres, ya que se deslizó hasta matar al arquero, que intentó defenderse con un garrote propio. No tuvo tiempo para admirar, y en su lugar se centró en otros dos que venían a atacarla. Corrió para interceptar a uno, abriendo el tessen cerca de su rostro de forma tan repentina que lo distrajo, además de interponerse en su visión. Ni siquiera vio venir el segundo abanico que impactó en su garganta.
Agachándose con un movimiento elegante mientras se giraba hacia el segundo, ignoró al que tosía salvajemente a su espalda. El garrote pasó por sobre su cabeza, dejando al kobold desequilibrado. Un par de golpes, uno en el abdomen para hacerlo doblarse, y el segundo en la cabeza mientras agregaba impulso al levantarse, bastaron para matarlo. El último, que estaba en el suelo recuperándose del ataque, fue asesinado por una bota que pateó su sien.
Suspirando, notó que su salvadora enmascarada también había terminado. De hecho, terminó primero que ella y solo había estado observando. Normalmente las personas se quejarían si otro solo miraba su lucha en lugar de intervenir, pero su maestro logró inculcarle que, si las personas no estaban habituadas a pelear juntos, lo mejor era no arriesgarse a intentarlo, en especial si uno de ellos tenía un arma cortante.
Guardando el tessen de su mano izquierda, abrió el de su mano derecha y lo utilizó para cubrir la parte inferior de su rostro desde las mejillas. Esperaba poder evitar que su rubor fuese evidente. Ser vista en una situación menos que apropiada era vergonzoso, pero el silencio lo sería aún más. Era la primera habitante del continente que conocía, al menos más allá de la ciudad portuaria en la cual desembarcó. Así que tomó una respiración un poco larga —porque las damas no tomaban bocanadas— antes de hablar:
—Debo agradecerle su ayuda, y admitir que es un placer conocerla. Soy… — hizo una pausa cuando el saludo habitual estuvo a punto de salir; se recuperó con rapidez del desliz y omitió su apellido mientras continuaba: —Kiyohime.
Se acercó a su salvadora mientras cerraba el abanico cuando su vergüenza no se reflejaba más en sus mejillas. La escuchó hablar, su voz amortiguada por la máscara, pero fue capaz de recoger un poco sobre el tono: tranquilo y armonioso. No obstante, entendió cada letra con claridad.
—Ryuu.
No dijo más, y Kiyohime no la molestó para que hablara. Podía hacerlo ella, pero se quedó en silencio cuando su nariz captó el olor de la sangre. Sería tonto prestarle atención a eso con tantas criaturas, pero de inmediato se enfocó en Ryuu. Su antebrazo izquierdo, el que no contenía armas, mostraba una fina línea de sangre. De inmediato recordó al kobold que arañó luego de que su arma fuese destrozada.
Invadida por la culpa, Kiyohime se acercó varios pasos más de lo que era socialmente aceptable para una dama. Por mucho que se le hubiera enseñado a respetar el espacio personal, era una situación especial. Estiró una mano mientras hablaba:
—Por favor, per…
—¡No me toques!
Kiyohime se congeló ante el tono elevado y el gruñido en sus palabras. Sabía que le gritó a pesar de que su voz solo subió unos cuantos tonos.
Ryuu fue testigo de cómo el ceño de la chica se fruncía, oscureciendo un rostro que, segundos antes, estaba ocupado por una plácida y agradable sonrisa a pesar de la evidente preocupación de su voz. Todo por una acción que realizó de manera tan instintiva. En el momento en que vio que se había acercado, quiso saltar, alejarse lo más lejos posible de ella, quiso… Quiso atacar a la raza inferior que se atrevía a mancillarla.
Se estremeció ante el asqueroso pensamiento, dando un paso atrás. Hizo todo lo posible para que su pierna no temblara, o sus manos hicieran evidente su malestar. Mantuvo contacto visual con la chica, aunque detalló su aspecto completo. Su rostro era lindo, pero sus ojos, ligeramente rasgados, la hacía diferente de los pocos humanos que había visto. Era unos pocos centímetros más baja que ella, y su edad parecía ser un año menor, lo que la colocaría en doce. Además de lo anterior, había tres cosas muy llamativas.
Lo primero eran los cuernos blancos a los lados de su cabeza, mostrando que no era humana, pero sin dar más pistas sobre su raza. Parecía tener dos, pero, si se miraba fijamente, era solo uno que se dividía. La primera división era la más corta y solo había una ligera curvatura hacia arriba; el tercero apuntaba hacia el cielo, superando su coronilla y dándole unas cuantas pulgadas más de estatura; no obstante, de ese mismo cuerno, cerca de la base y casi confundiéndose con uno individual, surgía otro que iba hacia el frente, curvándose ligeramente hacia arriba y también como si quisiera envolver su cabeza como una corona. Todas las puntas afiladas como puñales.
Lo segundo que llamaba la atención era su largo y liso cabello. Aunque se veía un poco maltratado y descuidado por los días de viaje, no sería posible negar su belleza. Fluía en cascada hasta la parte baja de su espalda, de un pálido azul blanquecino. Lo tercero fueron sus pupilas doradas, que habían estado mirando con serenidad y una calma inmutable, hasta ahora, que parecían arder con un fuego alimentado por la indignación.
Su ropa era mucho más simple. Notó una camisola gris bajo un kimono blanco corto que solo cubría la parte superior del cuerpo, cuyas amplias mangas separadas dejaban los hombros al descubierto, que comenzaban apenas un poco por encima de los codos. Guantes del mismo color que el kimono y brazales de cuero para guardar sus extrañas armas.
Usaba un obi amarillo con líneas azules, adorando un hakama azul con estampado de flores, abierto en su pierna izquierda —revelando medias negras— y apenas llegaba hasta su pantorrilla, permitiendo que la vista de las botas negras. La única razón por la cual reconoció la ropa se debía a que lo había leído en algunos libros que fue capaz de extraer de carruajes o caravanas.
Negando con la cabeza, dio media vuelta y volvió por el camino hacia el bosque. Encontró su mochila de inmediato, suspirando de alivio cuando notó la larga rama que estaba atada en el exterior, lo que podría considerarse, además de su espada, el único recuerdo de su hogar. Su vestimenta actual no contaba, fue arrancada de los restos del carruaje de un comerciante.
Sabiendo que estaba todo en su lugar, envainó su arma y colgó su mochila en su espalda. Se aseguró de que su capucha y máscara no corriera el riesgo de exponerla antes de asentir. Con todo listo, volvió al camino que atravesaba el bosque.
Como una elfa, sería tonto de su parte no saber moverse a través de los bosques, por lo que no necesitaba explícitamente el camino. Pero estaba buscando la civilización de otros mortales, y como era su primera vez en todo esto, prefirió ir por lo seguro. Esto trajo más de un inconveniente, pero el más inmediato era que la estaban siguiendo.
Mirando de reojo, notó que la niña —Kiyohime— estaba a varios pasos por detrás de ella, cargando un bolso marrón sin mucha dificultad. Su expresión ya no demostraba animosidad, estaba plasmada en una sonrisa neutral que no traicionaba nada. Una máscara perfectamente puesta, que la hacía pensar que ella misma, incluso con una de verdad, mostraría más a las personas que la no elfa.
Se estremeció ante el pensamiento. Sucedió otra vez. Todo su cuerpo, casi se atrevía a decir que su alma, estaba rechazando a la chica de forma instintiva. Marcándola como algo más que ajeno, una monstruosidad que la mancillaría con su solo presencia. La idea, más que asquearla —lo que hacía en gran medida—, la aterraba. Se sentía débil, como si no fuera dueña de sus pensamientos, dominados por la crianza y costumbres de su propia gente.
Mordió su labio y se concentró en la realidad. Kiyohime —tenía que recordarse activamente el nombre— la estaba siguiendo. Por ahora no hacía nada, pero no le gustaba dejar su espalda desprotegida; esto iba en contra de lo que le fue grabado a golpes mientras aprendía a luchar. Y, aunque no sabía qué era el sentimiento, se sentía como si estuviera en la obligación de decir algo para disipar… lo que sea que se estuviese acumulando. Nunca sucedió esto en su hogar. Pero, nuevamente, todos en su hogar eran unos racistas degenerados a quienes les daba placer los halagos mutuos.
Asintiendo de forma imperceptible, se dio ánimos para la tarea que iba a realizar. Solo tenía que decir un par de palabras. Eso creía. Hizo cosas más difíciles en el pasado. ¿Qué tanto era decirle algo a la no el… a Kiyohime? Armándose de valor, habló:
—¿Por qué me estás siguiendo?
Ryuu quiso patearse en ese mismo instante, y solo aumentó cuando fue capaz de recoger un pequeño tic en la sonrisa de la niña. ¡Eso salió más brusco de lo que pretendía! Esa sola pregunta rezumaba más hostilidad de lo que quería. Solo tenía curiosidad, no deseaba que pareciera un interrogatorio.
—¿Perdóneme? — preguntó la no elfa.
—Lo que escuchaste. — su boca se adelantó a su cerebro —¿Por qué me estás siguiendo?
Cuando vio que la niña llevó su mano derecha dentro de su manga para extraer la extraña arma, Ryuu sostuvo la empuñadura de su sable. La no elfa ni siquiera se inmutó, solo lo tomó y abrió frente a su rostro, ocultando la mitad inferior.
—Ara, — lo que el arma escondía, si debía guiarse por el tono de su voz, era una sonrisa —está más allá de mi exiguo conocimiento que Árbol-san ha comprado el camino.
—¿"Árbol-san"?
Sabía lo que quería decir con la primera declaración, pero no tenía idea de la segunda parte. ¿A qué se refería con "san", o, para el caso, "ara"? ¿Era otro idioma? No sería descabellado, sinceramente. Había escuchado, gracias a sus mayores, de ciertos lugares que no hablaban el idioma común. Esto fue información de segunda mano, la cual fue adquirida por los mayores mediante informes de los pocos elfos que se aventuraron fuera del bosque, así que no estaba muy segura de su veracidad.
—Lo lamento, — la simpatía goteaba a raudales —estoy segura de que, si tuviera la oportunidad, habría elegido algo diferente para usar.
A Ryuu nunca le importó su ropa, porque, en un principio, era miembro de la raza más hermosa de todo el Mundo Inferior, por mucho que el pensamiento no fuera cómodo; luego estaba el hecho de que su prioridad era aprender a luchar en lugar de verse bien. No obstante, el comentario golpeó fuerte, en especial ahora que la miraba y se daba cuenta de que la niña, a pesar de que debería no verse mejor que Ryuu por el viaje, era lo contrario. Aunque, no estaba de humor para apreciar aquello.
¡¿Cómo se atrevía a hablarle de esa forma?! ¡Solo era una mestiza, algo que se quedaba entre un humano y un monstruo! Que un ser inferior siquiera pensara en contestarle así debería haberle granjeado una rápida ejecución…
Ryuu se sintió asqueada de inmediato, y alejó su mano de la empuñadura como si quemara. Bien pudo hacerlo, aunque sabía que era la llama de su propia ira. Rabia hacia ella misma, rabia hacia la niña no elfa impertinente que no pudo mantener su boca cerrada.
—No obstante, — Kiyohime se adelantó antes de que la elfa pudiera dar una respuesta —este ha sido mi camino durante días.
El arma se cerró con un chasquido bastante audible, revelando lo que había creído: una sonrisa fría y distante. Era algo que estaba fuera de lugar en un rostro tan juvenil, y uno que había visto en las pocas discusiones de los elfos mayores. Fueron, en realidad, situaciones muy contadas, pero las hubo. También la mostraron cuando trataban con los dioses, sin una pizca de reverencia. No era algo que una persona de su edad debería haber practicado y dominado.
—Veo. — fue la única respuesta, porque no confiaba en evitar insultarla.
Ryuu no insistió más en el tema. Principalmente porque no podía obligarla a cambiar de dirección sin la violencia, algo que no estaba dispuesta a hacer. Un par de palabras ofensivas no era suficiente como para querer atacar, por mucho que una parte de ella casi deseara que lo hiciera. Una parte que se obligó a aplastar y enterrar en el lugar más profundo de su corazón. No haría eso. No iría por el camino que tanto se esforzó en abandonar.
La segunda razón, y era otra que lastimaba su orgullo como raza su… Sacudió la cabeza. Al final, era simple lógica. Dos personas tenían una mayor probabilidad de sobrevivir durante el viaje, y no tenía pensado morir por una tontería como no ser capaz de soportar la presencia de personas no élficas. Era mucho más inteligente que eso, y debía adaptarse a esto ya que no contaba con una Bendición para hacerse más fuerte.
El haber tratado con los kobolds fue un ejemplo de eso. Ella sola habría tenido problemas para derrotarlos, y estaba siendo positiva en esto. No eran goblins, así que, siendo realista, podría haber muerto de forma patética. O logrado escapar a cambio de perder sus pertenencias, otra cosa que no estaba dispuesta a hacer.
Así que, al final, la solución era simple: permitir que Kiyohime estuviera con ella y reducir el riesgo de muerte a la mitad. Y estaba segura de que la niña tenía un pensamiento muy similar, porque no hizo más comentarios mordaces. Caminó en silencio y siguiendo su paso, al menos a unos tres metros de distancia. Solo deseaba que todo esto terminase lo más rápido posible. Pero, sabiendo que nada sucedía como lo deseaba, sería un largo viaje hasta Orario.
§
Información Importante
Bueno, lo primero es que esta es una entrada al concurso «Fate Dice Roll». Básicamente, los componentes son elegidos al azar, y en este caso puedo seleccionar que el personaje nazca cerca de otros del canon. Para los que quieran revisar las reglas, adelante.
Habrá un capítulo cada semana hasta superar las 40000 palabras. A partir de allí, se coordinará con las demás historias.
Capítulo
Bueno, no soy muy fanático de la mezcla de idiomas. Expresiones como "ara" usadas en un texto en español es… extraño, cuanto menos. No obstante, eso será más frecuenta aquí, ya que quiero enfatizar el obvio lugar de procedencia: Lejano Oriente. Además, ciertas palabras se usan para marcar al personaje, ya que, por mucho que pueda traducirse textualmente el "ara" como "oh", no es lo mismo. Bueno, lo que sea. Ni siquiera sé por qué dediqué un párrafo a esto.
